Crisis mundial

Peligro: guerra de divisas

Por Claudi Pérez
El País, 10/10/10

Los países bajan la cotización de sus monedas en busca de ventajas competitivas que les ayuden a salir de la crisis, pero un enfrentamiento retrasaría la recuperación.

Washington, calle 19.– Edificios de grandes ventanales, taxis con la suspensión destrozada, puertas cerradas como sepulcros egipcios por las que de pronto aparece un hombre invariablemente vestido con un impecable traje gris. Una estampa que recuerda a un cuadro de Edward Hopper, nada realmente memorable si no fuera porque se trata de una de las mayores concentraciones de poder del mundo: el Fondo Monetario Internacional a un lado, el Banco Mundial al otro, ministros de Economía entrando y saliendo de una reunión del G–7, de otra del G–20, el Tesoro estadounidense a cuatro pasos, la Casa Blanca ahí al lado. Ese reducido espacio debería ser algo parecido a la sala de control de la economía mundial, al asiento del piloto desde donde se decide qué dirección tomar para evitar las amenazas que acechan la frágil recuperación.

La crisis sigue siendo un virus mutante: esta vez el peligro estriba en una guerra de guerrillas de devaluaciones competitivas que puede derivar en una guerra comercial. De nuevo el espectro de la Gran Depresión: eso es lo que sucedió en los años treinta del siglo pasado. Se supone que la calle 19 de Washington es el lugar adecuado si uno quiere saber cómo se va a sortear este capítulo de la Gran Recesión. Y sin embargo, el piloto está en otra parte. Al otro lado del mundo: China está a los mandos.

La quinta mutación de la crisis (inmobiliaria primero, después financiera, sucesiva y simultáneamente recesión económica, crisis fiscal e incipiente crisis de divisas) deja el frágil equilibrio del capitalismo global en manos de un país con un capitalismo sui géneris. "Solo China, que ha emergido como líder, tiene las claves para arreglar esto", ha asegurado esta semana George Soros, el más conocido delincuente de aventuras financieras –así le describe el Nobel Paul Krugman–, que algo debe saber de divisas: allá por los años noventa especuló contra la libra esterlina e hizo doblar la rodilla al mismísimo Banco de Inglaterra. "Existe el riesgo de una guerra comercial. Eso sería muy grave para la economía mundial. Solo China puede iniciar un proceso de cooperación internacional que acabe con las tensiones apreciando su moneda", sostiene. Aunque hay que tener cuidado con sus palabras. Hay quien siempre apuesta en contra de lo que dice Soros: él hace eso mismo.

La guerra –o tal vez algo menos: hay problemas más importantes que el tipo de cambio chino, decía el viernes el premio Nobel Joseph Stiglitz en el FMI– estaba ahí larvada desde hace tiempo. China mantiene su moneda –el yuan o renminbi– artificialmente infravalorada, entre un 20% y un 40%, según varios estudios. Además, impone férreos controles a la entrada y salida de capitales. Eso no es nuevo, ni mucho menos. Pero con la economía mundial en el alambre desde hace mil días, esa política ha acabado desatando ahora fuertes tensiones en el mercado de divisas: provoca quejas generalizadas y de alguna manera obliga a los demás países a hacer lo mismo. Vendiendo yuanes y comprando otras monedas, China mantiene el tipo de cambio débil, favorece sus exportaciones y embalsa así un enorme superávit comercial.

Otros emergentes asiáticos han optado por copiar esa operativa desde hace tiempo: toda Asia ha capeado excelentemente la crisis con un modelo de crecimiento basado en la exportación, en el ahorro interno, en la acumulación de reservas. El otro lado del espejo es EE UU, incapaz de competir con China y condenado a perpetuar un déficit comercial que dificulta la recuperación. Aunque en este debate hay pocos inocentes. Washington también está tratando de devaluar su moneda. De una forma menos burda que en otros casos, pero al cabo jugando al mismo juego, a pesar de sus feroces críticas a China.

En medio, todos los demás: los países emergentes, que tienen que competir por mantener sus monedas baratas para no perder cuota de exportaciones, y los desarrollados, que en medio de un fuerte ajuste fiscal confiaban en salir del túnel con las ventas al exterior y ven cómo eso es muy difícil con sus divisas tan caras. Simplificando, todos contra todos. Ricos contra pobres: EE UU y la Unión Europea elevan sus presiones sobre China. Pobres contra ricos: China no se da por aludida y el resto de emergentes elevan la escala de su intervención a pesar de las amenazas. Ricos contra ricos: Alemania se queja de que EE UU sigue inundando de liquidez su economía y acaba haciendo lo mismo que tanto critica, devaluar. Y pobres contra pobres: los países emergentes asiáticos y latinoamericanos se ven obligados a competir en los mercados para ir más allá en esa carrera por devaluar, por ganar de esa manera fuertes dosis de competitividad, por imponer controles de capital ante las llegadas masivas de capital que pueden acabar convirtiéndose en burbujas.

Hasta ahora se trata de escarceos, apenas de las primeras hostilidades. La cosa se complica si todo el mundo opta por esa vía, ya sea directamente –comprando o vendiendo divisas en un mercado que mueve tres billones de euros al día– o de forma más sibilina: con las compras de deuda pública y con una política monetaria excepcionalmente laxa. "Si esa política se generaliza y se combina con controles de capitales y con medidas proteccionistas, tenemos un problema", asegura Daniel Gros, del Center for Economic Policy Research de Bruselas.

El problema ya está ahí. Japón, Brasil, Corea del Sur, Taiwán, Malaisia, Tailandia, Filipinas, Suiza, Reino Unido y, cómo no, China y EE UU, se han enfrascado en esa dinámica que el director gerente del FMI, Dominique Strauss–Kahn, califica de "guerra o batalla", palabras de alto voltaje que se justifican por el hecho de que son ya varios países "los que han empezado a usar la divisa como un arma", según el primer ejecutivo del Fondo.

Aunque el FMI alude siempre en primer lugar a China, el problema tiene otras muchas aristas. "Las políticas monetarias de los grandes bancos centrales [como el estadounidense, el europeo y el japonés] y las presiones especulativas que introducen los derivados financieros están también en el centro del problema, pero de eso el Fondo no suele decir ni una sola palabra", replica a este diario James K. Galbraith, brillante economista e hijo del mítico John K. Galbraith, uno de los grandes académicos del siglo pasado y experto en todo lo relativo a la Gran Depresión.

La batalla tiene visos de ir para largo. China ha desarrollado su economía en base a las exportaciones y un yuan infravalorado es una pieza importante: afrontar una subida del tipo de cambio que provoque el cierre de fábricas por parte de las empresas exportadoras y que cause desempleo, aunque fuera temporalmente, sería difícil de soportar, ya que a los problemas que el paro causa en cualquier país China añade factores relativos a la legitimidad del régimen político. "Las presiones de los demás países, como por ejemplo las amenazas del Congreso de EE UU con medidas proteccionistas, conseguirán probablemente acelerar un poco la apreciación del renminbi, pero no lograrán apartar a China de su gradualismo, que es de lejos la forma preferida de cambio económico del Gobierno chino", sostiene en Washington Tomás Baliño, economista y ex subdirector del FMI.

En realidad, China ya suavizó el pasado junio los férreos controles sobre su tipo de cambio: el problema es que desde entonces el yuan se ha revalorizado apenas un 2%. "Una burla", ataca Krugman desde The New York Times cada vez que tiene oportunidad. El Ejecutivo chino parece seguir a pies juntillas ese viejo proverbio que habla de cubrir largas distancias con pequeños pasos: el problema es que la comunidad internacional considera que en la política de tipos de cambio, observar la evolución del yuan es como sentarse a ver crecer la hierba. Tanto el Nobel Krugman como Daniel Gros y otros expertos abogan por dejar la diplomacia a un lado y empezar a disparar: aconsejan al presidente Barack Obama que impida a los chinos comprar bonos del Tesoro estadounidense, o que imponga controles de capital a China o, directamente, que apruebe medidas proteccionistas contra los productos chinos, algo que el Congreso norteamericano incluso ha debatido recientemente. Es decir: que inicie las represalias.

La presión, de momento, no funciona. Por un buen puñado de razones. China está sentada sobre un mar de reservas de más de dos billones de euros (dos veces el PIB español) que le dan una cierta tranquilidad. Su política económica ha sido una de las mejores en la lucha contra la Gran Recesión, el estímulo económico funcionó y la retirada ha sido gradual, para combatir la formación de burbujas. Además, China recuerda experiencias anteriores de desórdenes en el mercado de divisas y no quiere nada parecido: tras los acuerdos del Louvre a mediados de los ochenta, en los que los grandes países se pusieron de acuerdo para devaluar el dólar, el yen japonés se disparó y provocó un estancamiento del que la economía japonesa no ha conseguido salir. Incluso puede aludir a la historia reciente para defender sus tesis: a finales de los noventa, en medio de una grave crisis en el Sureste asiático, mantuvo la estabilidad de su divisa a pesar de que hubiera podido devaluar, como hicieron los países de su entorno, y ayudó a capear el temporal. "¿Qué le estamos pidiendo a China? ¿Que suelte el control y su moneda se dispare? Eso provocaría grandes problemas y el crecimiento económico se resentiría en todo el mundo. Tengo la sensación de que China va a seguir con su camino y va a seguir apreciando el yuan a su ritmo. Probablemente, además, ese sea el camino correcto", explica en una cafetería junto a la sede del Banco Mundial el economista Guillermo Calvo, de la Universidad de Nueva York.

Y con o sin amenazas, por ahí van los tiros. El pasado jueves, en Bruselas, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Eurogrupo recibieron al primer ministro chino, Wen Jiabao, con las ya habituales reclamaciones para que abra el grifo del tipo de cambio y permita así una recuperación más rápida en Europa. "No se unan a ese coro de presiones", respondió Wen. "Una apreciación rápida provocaría el cierre de fábricas, los obreros tendrían que volver al campo, habría desórdenes sociales. No sería positivo para el mundo que China sufriera", dijo.

No parece fácil que el gigante asiático se aparte de esa senda. El presidente del banco central de China, Zhou Xiaochuan, respondía con cierta ironía a las preguntas de la prensa el pasado viernes sobre las hostilidades desatadas en el mercado de divisas: "No conocemos la definición exacta de una guerra de divisas". Hay una anécdota reveladora que se atribuye a Zhou y que ilustra perfectamente el sentir de China al respecto: interpelado por los tipos de cambio en una reunión con otros banqueros centrales y varios ministros de Hacienda de grandes países, Zhou contaba que la política cambiaria china había dado buenos resultados a corto plazo, pero abogaba por un cambio a medio y largo plazo. Preguntado por la duración del medio y largo plazo, el banquero chino fue meridianamente claro: "China tiene 4.000 años de historia".

El desenlace de esta polémica no está claro en absoluto. Luis Servén, economista del Banco Mundial, explica que el regreso del apetito por el riesgo explica los movimientos de capitales hacia los países emergentes, que crecen con rapidez y para quienes la crisis ya es prácticamente agua pasada. "Imponer controles de capitales para suavizar ese flujo y evitar las burbujas es lógico, pero es como poner puertas al campo", indica. La otra manera de devaluar es seguir con la austeridad: gastar poco, consumir poco, ahorrar más y más. "La gran amenaza es que todo el mundo se meta en ese círculo vicioso, acompañando esa política de devaluaciones competitivas, de controles de capital y en última instancia de medidas proteccionistas que empiezan a aparecer aquí y allá y pueden agravar las tensiones", añade.

Otros expertos advierten de problemas adicionales con China, más allá de los tipos de cambio: "Hay continuas violaciones de la propiedad intelectual, usando la tecnología que obtienen sus empresas de las alianzas con multinacionales en proyectos con fuerte respaldo estatal, como los trenes de alta velocidad", advierte Vicente Pallardó, del Observatorio de Economía Internacional de la Universidad de Valencia. "El modelo chino ha funcionado muy bien, y por eso va a ser tan difícil cambiarlo. Sobre todo cuando China se da cuenta de que ahora muchos otros países, y en general todas las grandes potencias, están usando otros métodos para conseguir lo mismo: devaluar sus monedas", concluye.

Las presiones sobre China van a seguir llegando por tierra, mar y aire. La comunidad internacional considera que China se ha hecho mayor: un día concede el Nóbel al disidente Liu Xiaobo para acelerar, de alguna manera, el giro político, y al día siguiente son el G–7, el G–20, EE UU y la UE quienes reclaman al gigante asiático mayor responsabilidad en la gestión de la crisis cambiaria: otra forma de reconocer que, de alguna manera, tal vez solo China pueda resolver el entuerto. Un modelo descrito con el acertijo "economía social de mercado" está, cada vez más, al mando del más especulativo de los casinos financieros, el de las divisas. Al cabo, esta crisis económica no es una, sino muchas. Y esas personalidades sucesivas, que emergen unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes.


El FMI no logra parar la guerra de divisas entre potencias

Se ha impuesto el “sálvese quien pueda”

Por Pablo R. Aretxabaleta
Gara, 11/10/10

China, EEUU, Japón, Gran Bretaña, Brasil... Los principales actores económicos mundiales se han embarcado en una guerra por mantener un bajo valor de sus monedas y favorecer así sus exportaciones. La denominada «guerra de divisas» ha hecho saltar la alarma ante la posibilidad de que todos pierdan en un escenario de crisis. La cumbre del FMI y el Banco Mundial del fin de semana ha mezclado reproches mutuos y llamamientos a la cooperación.

La salida de la crisis es estrecha y larga. Y los estados tienen prisa por salir. El problema es que en esa urgencia se ha impuesto el sálvese quien pueda y hay codazos por colocarse en primera fila. Lejos de los continuos llamamientos a las soluciones globales y a alejarse del proteccionismo, la práctica de los gobiernos sigue la línea de dar preferencia a las salidas particulares. El último episodio es la guerra de divisas que han desencadenado a la vez que alertan de lo peligroso de utilizar las monedas como arma.

Muchos estados dan por agotado el camino de los estímulos fiscales para fomentar el consumo interno. Además, han comenzado a aplicar ajustes que no facilitan que sus ciudadanos sean los que impulsen la demanda. Así que miran hacia sus exportaciones para poder sostener el crecimiento económico. Y para impulsarlas necesitan una moneda débil. Pero es complicado que todos los países impulsen esa política a la vez. De ahí las críticas entrecruzadas para que sea el otro el que ceda.

Presión sobre China

Hasta ahora, y en la cumbre del G–7 de este fin de semana, ha sido China el centro de las acusaciones por mantener el yuan infravalorado, pero ya no es sólo el gigante asiático quien fomenta esta política.

Hace ya varios años que escucha las demandas de Estados Unidos y la Unión Europea para que revalúe el yuan. Hasta ahora ha mantenido una cotización controlada y sólo recientemente ha permitido una fluctuación mínima vinculada a una cesta de divisas. Pero Estados Unidos quiere más. Acusa a China de impulsar de esta manera sus exportaciones y lograr así crecimientos por encima del 9% del PIB al año. Con la crisis, nuevos actores se han sumado desde los países emergentes a la utilización de sus divisas, como Tailandia, Corea del Sur o Brasil. Chile también estudia esta posibilidad.

Pero son también los países más ricos los que intervienen para defender sus exportaciones. La alarma que ha llegado a alertar del riesgo de «guerra de divisas» ha saltado con la intervención de Japón, que sigue enzarzado en la lucha contra la deflación. El ministro de finanzas de Japón, Yoshihiko Noda, defendió el viernes, en el plenario de la Asamblea Anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, la decisión de su Gobierno de intervenir en los mercados para abaratar el yen, algo necesario, dijo, «para reactivar el crecimiento y luchar contra la deflación».

El mes pasado Japón intervino por primera vez en seis años en el mercado de divisas para frenar la subida de yen, después de que la moneda llegara a tocar la posición más alta contra el dólar en los últimos 15 años. Mantener sus tipos prácticamente a cero también es una inyección de liquidez que baja el valor de su moneda. «La deflación hace que los tipos de interés estén altos, y desanima a los inversores a invertir en tecnología a medio plazo. Además, los hogares no perciben mejoras porque sus ingresos nominales han caído, pese a que sus ingresos reales han crecido», justificó Noda. En estas circunstancias, dijo el japonés, el «Gobierno va tomar todas las medidas que sean necesarias para lidiar con esta situación», con plena disposición a intervenir en los mercados. La intervención del primer ministro muestra que ya nadie se quiere quedar atrás. Y quienes más critican tampoco lo hacen. Estados Unidos también lleva tiempo con un dólar débil frente al euro, una situación mantenida con los tipos de interés rozando el 0%, inyectando liquidez, es decir, con la máquina de hacer billetes de la Reserva Federal, y con las medidas de estímulo que mantiene cuando otros países las han comenzado a retirar.

Como aprecia el economista Joseph Stiglitz, Estados Unidos se posiciona en contra de intervenir en el mercado de divisas, pero su política monetaria tiene en la práctica las mismas consecuencias que la china. El presidente del banco central brasileño, Henrique Meirelles define así la situación. «El dólar se está debilitando debido a las medidas adoptadas para luchar contra la crisis, el euro no se está debilitando tanto debido a sus propios problemas y China está haciendo que su divisa se debilite frente al dólar».

China y Europa

El escaso valor de estas monedas lleva el dinero de los inversores hacia los emergentes. Brasil ha amenazado con intervenir a su vez para impedir la revaluación de su moneda, el real, y el lunes duplicó el impuesto que grava las compras extranjeras de sus bonos en un intento de reducir el súbito aflujo de fondos (desde principios de 2009 el real se había revalorizado un 30%). En las semanas previas a la cumbre del G–7, Europa ha llevado al voz cantante de las críticas contra China. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, exigió al primer ministro chino, Wen Jiabao, en su visita a Europa, una «amplia y ordenada apreciación del yuan» para evitar dañar a la recuperación económica de la UE que, como principal mercado de las exportaciones chinas, también afectaría negativamente al gigante asiático.

No obstante, Wen afirmó que «los líderes políticos y empresariales europeos no deberían unirse al coro de presión para lograr una apreciación del yuan» para que permita una mayor flotación de su moneda pues, a su juicio, una apreciación podría provocar una crisis en el gigante asiático, con la pérdida de miles de empleos y un «desastre» para la economía mundial. En el caso europeo, el comercio bilateral con China se ha triplicado entre 2000 y 2009, un periodo en el que el déficit comercial con el gigante asiático se ha incrementado desde los 49.000 hasta los 133.000 millones de euros, tras alcanzar un pico de 170.000 millones en 2008 (año del estallido de la crisis), según señala la agencia Efe.

Atados al euro

La Unión Europea es quien más problemas tiene para este tipo de intervención. El euro se encuentra en la actualidad en sus valores máximos en ocho meses y se cambia a unos 1,40 dólares, tras una fuerte apreciación en las últimas semanas.

China financia

Pero la ventaja competitiva de China con su política de yuan barato es la que ha permitido, al mismo tiempo, que haya sostenido las economías de sus competidores. China es el principal poseedor de dólares y deuda estadounidense. Así, pues es quien financia a EEUU, pero también a Europa en un momento en el que los estados buscan compradores para su deuda. «Compramos una importante cantidad de bonos europeos en la época más difícil, entre ellos de Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia», dijo el primer ministro chino Wen Jiabao, quien repitió que continuará con esta política mientras «los países del euro tengan problemas».

A su vez, también esto supone una dependencia para China, que tendría serios problemas en caso de una recesión en los países que ayuda financieramente.

Según el especulador George Soros, es China quien decide realmente el devenir de las divisas y cuando no intervino sobre el euro, cayó hasta los 1,20 dólares, momento en el que sus compras revirtieron la caída.

Otra de las consecuencias de las divisas baratas es la huida de las inversiones hacia el oro, en máximos históricos, por encima de los 1.300 dólares por onza; el petróleo, por encima de los 84 dólares el barril pese a la crisis; el trigo, la soja o el maíz.


El FMI no logra avances en el control de conflictos monetarios

Strauss–Kahn: "El problema no son las monedas,
sino los desequilibrios"

Por Claudi Pérez
Enviado especial a la reunión del FMI
El País, 10/10/10

Washington.– En una cumbre marcada por una incipiente guerra de divisas que puede derivar en una guerra comercial –como ya sucedió en los años treinta del siglo pasado, durante la Gran Depresión–, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha cerrado su tradicional asamblea de otoño con escasos avances. Y avisa de que tampoco hay que esperar demasiado del próximo G–20, en Corea del Sur.

Varios países, empezando por Estados Unidos, reclaman al Fondo que asuma un papel central para rebajar las hostilidades, que han originado medidas encaminadas a devaluar monedas de diversos países, con intervenciones directas en el mercado o de forma más sibilina, con una política monetaria muy expansiva.

Su director gerente, el francés Dominique Strauss–Kahn, ha admitido en una multitudinaria rueda de prensa en Washington que el Fondo "tiene que ser árbitro, juez y analista", y adelanta que la institución prepara una iniciativa para aumentar la eficacia en la supervisión del sistema monetario internacional. Traducción libre: no gran cosa. Habrá que esperar para ver progresos. Por ahora no hay consenso.

EE UU encabeza una campaña para reforzar el papel del FMI en la resolución de disputas sobre el sistema monetario internacional; una especie de Bretton Woods II. "La excesiva acumulación de reservas está conduciendo a serias distorsiones e inhibiendo el ajuste internacional", dijo el secretario del Tesoro, Timothy Geithner.

Se trata de una manera más diplomática de decir lo que tanto el Fondo como EE UU repiten desde hace tiempo: China mantiene el yuan artificialmente sobrevalorado y eso dificulta la suavización de los desequilibrios mundiales (Alemania, China y Japón, a un lado, con grandes superávits de cuenta corriente; EE UU y otros países como España al otro, con fuertes déficits).

Strauss–Kahn aguó ese mensaje en la conferencia de prensa de clausura de la cumbre: "El problema no es que las monedas estén apreciadas, sino los desequilibrios y la falta de coordinación de las políticas nacionales, que a la postre se dejan notar en los tipos de cambio".

Más supervisión

La llamada guerra de las divisas se ha apoderado de las sesiones del FMI, después de que los esfuerzos de la Reserva Federal por impulsar la liquidez con bajos tipos de interés llevaran a un debilitamiento del dólar. Japón, Brasil, Corea del Sur, Malasia, Tailandia, Filipinas y otros países han puesto en marcha medidas parecidas, además de controles de capital en algunos casos ante las entradas masivas de fondos, o simplemente han aumentado la escala de sus intervenciones directas en los mercados para evitar que sus monedas se aprecien, para no perder exportaciones.

Países emergentes como Brasil aducen que las políticas monetarias de los avanzados están provocando una depreciación de monedas como el dólar, una debilidad que Washington trata de aprovechar, dicen, para potenciar su sector exportador. A la debilidad del dólar se suma la del yuan , lo que ha provocado intervenciones de distintos países que podrían ser analizadas por el FMI si finalmente se consensúa una iniciativa de supervisión que daría más poderes al Fondo.

El FMI evalúa la posibilidad de enfatizar la vigilancia de cinco potencias clave: EE UU, la zona euro, China, Japón y Reino Unido. Esa estrategia se llevaría a cabo emitiendo los informes anuales sobre estas potencias de forma simultánea para analizar si sus políticas pueden tener consecuencias no previstas en otros países.

Strauss–Kahn pidió a los países que retrocedan y eviten el surgimiento de una "guerra de divisas", término que utilizó por primera vez el ministro de Finanzas brasileño, Guido Mantega, hace unos días, y que ya se ha extendido. Ante los periodistas, enfatizó el hecho de que "la cooperación es la solución; la solución nunca puede ser nacional cuando hay tensiones como estas". De momento, solo palabras: tampoco el G–20, después del impulso inicial de las reuniones de Londres y Pittsburgh, ha podido ir mucho más allá en algunas de las cuestiones más espinosas de esta crisis.