Crisis mundial

El euro está sólo a mitad de su crisis

Por Kenneth Rogoff (*)
crisis–economica.blogspot.com, 05/12/10

Cambridge.– Ahora que la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional han comprometido 67.500 millones de euros para rescatar a los bancos irlandeses en dificultades, ¿está terminando finalmente la crisis de deuda de la eurozona?

Desafortunadamente, no. De hecho, es probable que apenas estemos a la mitad de la crisis. Ciertamente una enorme y sostenida aceleración del crecimiento podría todavía remediar todos los problemas de deuda de Europa ––como los de cualquier otro lugar. Sin embargo, ese escenario dorado es cada vez más improbable. El final supondrá, con mucha mayor probabilidad, una oleada de procesos de saneamiento de deuda similar a la que acabó finalmente con la crisis de deuda de América Latina de los años ochenta.

Para empezar, faltan más rescates, empezando por el de Portugal. Con una tasa de crecimiento promedio de menos del 1% en los últimos diez años, y el mercado laboral que probablemente sea el más esclerótico de Europa, es difícil imaginar cómo podría Portugal crecer lo suficiente para eliminar su enorme carga de deuda.

Esta deuda incluye tanto la pública (la que debe el gobierno) como la externa (la que debe el país en su conjunto a extranjeros). Los portugueses afirman con razón que su situación no es tan grave como la de Grecia, que actualmente se encuentra ya en lo que sería el equivalente económico de una terapia intensiva. No obstante, los niveles de deuda de Portugal son muy problemáticos en comparación con referentes históricos (basados en las investigaciones que he realizado con Carmen Reinhart). Es probable que Portugal, que parte de un escenario de recesión o crecimiento lento con austeridad presupuestal para los próximos años, busque ayuda más pronto que tarde.

España es un caso más difícil. Se puede afirmar que el gobierno central es solvente, pero una parte importante de los bancos municipales o provinciales parecen tener problemas de deuda. La pregunta en el caso de España es si, al igual que en Irlanda, el gobierno central se dejará manipular para que se haga cargo de la deuda privada (y también de la municipal). Aquí la historia tampoco da lugar al optimismo. Es muy difícil para un gobierno central no actuar mientras los actores económicos clave están al borde del colapso.

Sin embargo, los rescates de Portugal y España sólo constituyen la fase siguiente –y no necesariamente la etapa final—de la crisis. A la larga, es probable que se requiera una reestructuración significativa de la deuda pública y/o privada en todos los países de la eurozona aquejados por problemas de deuda. Después de todo, los rescates de la UE y del FMI son únicamente medidas para ganar tiempo, pues esos préstamos también tendrán que pagarse en algún momento.

Los llamados “PIGS” (Portugal, Irlanda, Grecia y España), que ya se enfrentaban a un crecimiento lento antes de la austeridad fiscal, tienen ante sí la perspectiva de una "década perdida", como la que experimentó América Latina en los años ochenta. El renacimiento y la dinámica moderna de crecimiento de América Latina realmente empezaron después de los procesos de saneamiento que se emprendieron en toda la región en el marco del "Plan Brady” de 1987. Una reestructuración similar es también el escenario más probable en Europa.

A veces parece que entre los líderes de la eurozona la única que está dispuesta a encarar la posibilidad de una reestructuración de deuda en el futuro es la Canciller alemana Angela Merkel. Se han hecho críticas generalizadas a los alemanes por señalar que Europa no tiene un mecanismo claro para solucionar los impagos soberanos (de los gobiernos) y que con seguridad necesita uno. Muchos expertos quieren hacer creer que Irlanda habría salido ilesa si no hubiera sido por las torpes afirmaciones de Alemania.

Eso es una tontería. En vista de las enormes deudas privadas, la caída de los precios del mercado inmobiliario y las reclamaciones externas que ascendían a más de diez veces el ingreso nacional (según la base de datos Reinhart–Rogoff), nunca habría habido una salida fácil. Los problemas de deuda europeos seguramente empeorarán si se les deja que se infecten y agraven ocultándolos con maniobras turbias.

En efecto, apenas en julio pasado, la eurozona hizo una gran alharaca con las “pruebas de tensión” financiera de sus bancos y declaró que casi todos, incluidos los de Irlanda, gozaban de buena salud. La negación no es una política útil para solucionar una crisis financiera. De hecho, los problemas de deuda de Europa todavía deberían ser bastante controlables –a condición de que se apliquen el saneamiento y la reestructuración de deuda necesarios.

Aquí es donde el más reciente rescate irlandés es particularmente desconcertante. Esencialmente, lo que ha hecho Europa y el FMI es convertir el problema de la deuda privada en uno de deuda soberana. Los titulares  de bonos, las personas y las entidades que extienden créditos a los bancos, se les permite sacar todo su dinero en masa y remplazarlo por deuda pública. ¿Han decidido los europeos que el impago soberano es más fácil o solo sueñan con que no pasará?

Al nacionalizar las deudas privadas, Europa está siguiendo el camino de la crisis de deuda de los años ochenta de América Latina. Ahí también los gobiernos “garantizaron” ampliamente  la deuda del sector privado y después declararon el impago. Finalmente, con el programa de saneamiento, Plan Brady de 1987, se logró una reducción de la deuda del 30%, cuatro años después de que la crisis había golpeado con toda su fuerza.

La mayoría de las autopsias de la crisis latinoamericana sugieren que todas las partes podrían haber obtenido mejores resultados si hubieran logrado ponerse de acuerdo mucho antes en la condonación parcial de la deuda. América Latina podría haber vuelto a crecer mucho antes de lo que lo hizo.  Los acreedores incluso podrían haber recibido más al final.

Como los responsables europeos del diseño de políticas tratan de ir de una etapa de negación a otra, tal vez sea tiempo de empezar a ver hacia delante de forma más realista. Un alcohólico regenerado les podría decir que el primer paso es aceptar, como Merkel, que Europa tiene un problema.


(*) Kenneth Rogoff, profesor de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Harvard, fue economista en jefe en el FMI.


Los irrefrenables años ‘30

Por Robert Skidelsky (*)
crisis–economica.blogspot, 11/12/10

Londres.– La cumbre del G–20 que acaba de concluir en Seúl terminó sin un acuerdo ni sobre las monedas ni sobre el comercio. China y Estados Unidos se acusaron mutuamente de manipular deliberadamente sus monedas para obtener una ventaja comercial. La Ronda de Doha de conversaciones sobre comercio global sigue estancada. Y, en medio de todo lo que se habla sobre los “riesgos” de nuevas guerras de divisas y comerciales, esas guerras ya empezaron.

En consecuencia, aunque los líderes globales prometan que no va a suceder, da la impresión de que el atroz precedente proteccionista de los años 1930 está por volver a cobrar vida. La guerra comercial de aquella década fue iniciada por Estados Unidos con el arancel Smoot–Hawley de 1930. Los británicos tomaron represalias con la Ley de Derechos de Importación de 1932, seguida por la Preferencia Imperial. En poco tiempo, la economía mundial era un matorral de barreras comerciales.

Gran Bretaña hizo el primer disparo en la guerra de monedas de los años 1930 al abandonar el patrón oro en septiembre de 1931. Estados Unidos se vengó abandonando el patrón oro en abril de 1933. La libra cayó frente al dólar, luego el dólar frente a la libra.

Si bien las dos principales monedas del momento resolvían las cosas a los puños, Francia encabezaba un “bloque del oro” de países de Europa cuyas monedas cada vez estaban más sobrevaluadas frente al dólar y la libra, hasta que el bloque colapsó en 1936. Una conferencia económica mundial, convocada en Londres en 1933 para poner fin a la guerra de monedas, se suspendió sin que se llegara a ninguna decisión.

Si reemplazamos a Gran Bretaña por China y al bloque del oro por la eurozona de hoy, la tendencia de los acontecimientos actualmente tiene el mismo aire amenazador.

La Reserva Federal de Estados Unidos hoy propone estimular la economía estadounidense imprimiendo más dinero –una segunda ronda de (“alivio cuantitativo” o QE2, por su sigla en inglés) por 600.000 millones de dólares. Casi nadie recuerda que el presidente Franklin Roosevelt intentó lo mismo en 1933. George F. Warren, profesor de gestión agrícola en la Universidad Cornell, le dijo a FDR que la manera de aumentar los precios era reduciendo el valor oro del dólar.

Bajo el patrón oro, el dólar era convertible en oro a un precio fijo de 20,67 dólares la onza. Para estabilizar el nivel de precios, el economista Irving Fisher había generado un plan para un “dólar compensado”, que modificaría el valor oro del dólar para compensar un alza o caída de los precios, permitiendo en efecto que la Fed emitiera más o menos dólares según lo que dictaran las condiciones comerciales.

En respuesta a la presión deflacionaria, el plan de Fisher les habría permitido a los bancos bajar sus reservas y así, supuestamente, aumentar sus préstamos (o crear depósitos). El gasto adicional haría que los precios subieran, lo que estimularía la actividad comercial. Fisher ofreció un nuevo fundamento para una antigua práctica de devaluar la acuñación llamada señoreaje.

La variante propuesta por Warren, y adoptada por FDR en 1933, fue aumentar el precio al que el gobierno compraba oro de la casa de la moneda. Como un precio más alto implicaba que cada dólar costaba menos en términos de oro, el resultado sería el mismo del plan Fisher. Los precios domésticos aumentarían, ayudando a los agricultores, y el valor externo del dólar caería, favoreciendo a los exportadores.

A partir del 25 de octubre de 1933, Roosevelt, Henry Morgenthau, su secretario del Tesoro, y Jesse Jones, director de la Corporación de Reconstrucción de la Finanzas, se reunieron todas las mañanas en el dormitorio de Roosevelt para fijar el precio del oro. Un día, lo subieron 0,21 centavo de dólar, ya que 21 parecía un número de la suerte. Al principio, compraban sólo oro recién salido de la casa de la moneda en Estados Unidos. Luego compraban los suministros de oro del exterior.

La política de compra de oro hizo subir el precio del oro oficial de 20,67 dólares la onza en octubre de 1933 a 35 dólares la onza en enero de 1934, cuando el experimento se discontinuó. Para entonces, varios cientos de millones de dólares ya habían sido inyectados en el sistema bancario.

Sin embargo, los resultados fueron decepcionantes. Comprar oro extranjero efectivamente logró que el valor del dólar cayera en términos del oro. Pero los precios domésticos siguieron bajando a lo largo de los tres meses del fervor por comprar oro.

Los esfuerzos más ortodoxos de la Fed en materia de alivio cuantitativo generaron resultados igualmente desalentadores. En el resumen de John Kenneth Galbraith: “Ya sea por una escasez de prestatarios, una falta de voluntad para prestar y un deseo fundamental de mostrar liquidez –indudablemente intervinieron las tres cosas–, los bancos acumularon reservas muy por encima de los requerimientos. Las reservas de los bancos miembros de la Fed eran de 256 millones de dólares más de lo exigido en1932; 528 millones de dólares en 1933, 1.600 millones de dólares en 1934, 2.600  millones de dólares en 1936”.

Lo que fracasó en la política de la Fed fue la llamada teoría de cantidad de dinero sobre la que estaba basada. Esta teoría sostenía que los precios dependen de la oferta de dinero en relación a la cantidad de bienes y servicios que se venden. Pero el dinero incluye los depósitos bancarios, que dependen de la confianza comercial. Como dice el dicho, “No se puede empujar sobre una cuerda”.

Keynes escribió en aquel momento: “Algunas personas parecen inferir… que se puede hacer crecer la producción y los ingresos aumentando la cantidad de dinero. Pero esto es como intentar engordar comprándose un cinturón más grande. En Estados Unidos hoy, el cinturón es lo suficientemente grande para la panza… No es la cantidad de dinero, sino el volumen de gasto que es el factor operativo”.

Hoy Estados Unidos, basándose en la misma teoría errónea, lo está haciendo otra vez, No sorprende que China lo acuse de intentar deliberadamente depreciar el dólar. Pero el resultante incremento de las exportaciones estadounidenses a costa de los productores chinos, japoneses y europeos es precisamente la intención.

El euro se sobrevaluará progresivamente, al igual que el bloque del oro de los años 1930. Como la eurozona se encuentra en un camino de austeridad, su único recurso es el proteccionismo. Mientras tanto, la política de China de permitir lentamente que el renminbi aumente contra el dólar bien podría dar marcha atrás, provocando el proteccionismo estadounidense.

El fracaso de la cumbre del G–20 en Seúl a la hora de avanzar hacia un acuerdo sobre tipos de cambio o futuros acuerdos de reservas le abre la puerta a una repetición de los años 1930. Es de esperarse que prevalezca el buen criterio antes del surgimiento de otro Hitler.


(*) Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick, autor de una biografía galardonada del economista John Maynard Keynes, y miembro de la junta de la Escuela de Estudios Políticos de Moscú.