La crisis en Europa

La Unión Europea intenta suavizar y disimular el impago de la deuda griega que
los economistas ven inevitable

Elija, bancarrota o rescate

Por Claudi Pérez
El País, 05/06/11

En el mundo perfecto imaginado por Berlín y el resto de líderes europeos, el gigantesco bazoca aprobado hace ya un año –750.000 millones para sofocar el incendio fiscal de la eurozona– era más que suficiente para salvar de la quema a los países con problemas y fulminar a los especuladores, a la manada de lobos que apuestan contra el euro. Pero hay fuegos –y lobos– difíciles de liquidar. El rescate fracasó en Grecia y el contagio hizo caer a Irlanda y Portugal. La siguiente ficha de ese dominó tenía que ser España, pero de momento el juego vuelve a la casilla inicial: los sucesivos y cada vez más duros planes de austeridad de Grecia no detienen la sangría, la deuda sube, la recesión se agrava, la tensión social se dispara ("¡ladrones, ladrones!", gritan a diario miles de personas frente al Parlamento, en la plaza Syntagma) y Atenas necesita al menos un segundo rescate. Más dinero. Aunque tal vez eso no sea suficiente: algo parecido a una suspensión de pagos de la deuda griega gana fuerza en Europa.

Eso sí, con un lenguaje mucho más elegante que el desagradable y tradicional impago, algo familiar en el segundo y tercer mundo, y por lo tanto un perfecto tabú en la vieja Europa. Políticos y economistas hablan de reestructurar, reesquematizar, incluso reperfilar la deuda griega. Al final, pese a las extravagancias lingüísticas, se trata de la misma idea: la imposibilidad de un país de servir al menos una parte de su deuda, y por tanto la ocasión de que el sector privado (en este caso básicamente la banca, que posee la inmensa mayoría de los bonos de los países con problemas) cargue con parte de la factura.

"Grecia no puede pagar. Es imposible, se pongan como se pongan Bruselas, París, Berlín y el Banco Central Europeo", asegura el historiador económico Barry Eichengreen desde Berkeley, California. Exactamente lo mismo, con distinto énfasis, expresa el resto de economistas consultados para este reportaje, además de la práctica totalidad de la gran banca internacional y ese ente amorfo y semidesconocido que solemos llamar mercado, que hace tiempo que descuenta para la deuda de Grecia intereses de derribo; de quiebra. Y exactamente lo contrario sostenían el BCE, el FMI y la Comisión Europea, la troika que evalúa constantemente la situación del país helénico. Hasta hace apenas unos días.

Una reestructuración de la deuda griega "no está sobre la mesa" (Jean–Claude Trichet, presidente del BCE). "Sería catastrófica" (Christine Lagarde, ministra de Finanzas francesa y máxima candidata a dirigir el FMI). "Crearía riesgos potencialmente incalculables" (Jürgen Stark, economista jefe del BCE). Y la opinión definitiva: "Sería un nuevo Lehman Brothers", profetizó hace dos semanas el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble. Suena extraño, pero Schäuble y Berlín han sido capaces de sostener una tesis y su contraria en función de cálculos puramente políticos: Alemania sugirió en su día la idea de una reestructuración suave, el eufemismo preferido para una suspensión de pagos parcial –ampliando los plazos de devolución o recortando los tipos de interés– que sigue estando estigmatizada en Europa. Después se vio obligada a rechazar esa idea ante la presión del BCE, pero la tormenta ya estaba desatada en los mercados, siempre cómodos en esos arreones. El rumor ha ido ganando verosimilitud en medio de esa cacofonía de voces que es últimamente la eurozona. Hasta el punto de que ya ni siquiera el banco central está en contra de alguna forma de reestructurar en Grecia: "Siempre hemos entendido la participación del sector privado [en la reestructuración de la deuda] como una posibilidad", dijo el jueves el vicepresidente del Eurobanco, Vitor Constancio.

Siempre es una palabra que no debería estar permitida a los hombres, decía Borges. En realidad, el BCE se ha opuesto rotundamente –hasta ahora– a la reestructuración con muy buenas, con excelentes razones: el miedo a que eso abra la puerta a otras reestructuraciones en Irlanda y Portugal, el miedo a los ataques en los mercados a toda la deuda periférica e incluso a la de países como España e Italia, el miedo a que eso aminore la fuerza de los planes de austeridad, el miedo a desestabilizar la banca (y no solo en Francia y Alemania: también en Grecia, Irlanda y Portugal), "pero sobre todo la sospecha de que no es fácil que los bancos asuman pérdidas y el temor a que eso desate una enorme tensión en el mercado de seguros de impago de deuda pública (CDS) y nadie sepa qué puede suceder entonces"; todo eso explica el tono a veces histérico del BCE, explica Eichengreen, firme partidario de una reestructuración ordenada.

Ordenada es la palabra clave, aunque no parece sencillo conseguir ese orden a la hora de reestructurar. "Las autoridades europeas tienen la tentación de posponer lo inevitable con el opio de más fondos públicos para Grecia", advierte Carmen Reinhart, del Peterson Institute, que añade: "Esa resistencia, esa negación de la realidad, no hace más que echar a rodar montaña abajo una bola de nieve: la deuda de Grecia no va a dejar de aumentar y son los bancos griegos quienes más van a sufrir las consecuencias, porque las entidades alemanas y francesas llevan meses reduciendo su exposición al país. Puede que un nuevo rescate calme a los mercados a corto plazo y Europa gane tiempo para posponer una quita que es difícil de explicar y que al final requerirá más dinero público para sostener a los bancos afectados. Pero al final una reestructuración es inevitable, y probablemente no solo en Grecia: Irlanda y Portugal son de nuevo los sospechosos habituales".

Los bancos que concentran la deuda de esos países (las entidades españolas están libres de sospecha en Grecia e Irlanda, pero no en Portugal) son los que pueden sufrir con la reestructuración. Probablemente necesitarán más fondos públicos para evitar problemas: una vez más, esa vieja historia del sector público al rescate. Tomás Baliño, exsubdirector del FMI, avisa de las dobleces de ese argumento que pone el énfasis en que al final el sector privado compartirá las pérdidas: "Ese sector privado son los bancos, y si hay reestructuración las entidades financieras van a necesitar más dinero. Inyectar más fondos públicos en los bancos no va a ser fácil de explicar a los contribuyentes. De ahí el interés por esperar un poco más a que las entidades más expuestas a Grecia, Irlanda y Portugal se rearmen. Aunque también puede que al final no haya una quita y los contribuyentes paguen todos los platos rotos, como tantas otras veces".

Tanto un nuevo rescate como un impago parcial son malas noticias: algo así como escoger entre lo malo y lo peor. Lo más probable es que al final la eurozona y Grecia arbitren una solución combinada: más ayuda para Grecia a cambio de nuevas medidas de austeridad –que incluyen privatizaciones prácticamente forzosas– más un canje voluntario de la deuda griega en manos de la banca por nuevos bonos para prorrogar los vencimientos. En otras palabras: un cóctel de más recortes y reestructuración suave que no dañe a la banca; la falta de consenso en Europa no permite ir más allá en estos momentos. "Pero eso, en definitiva, supone contemporizar una vez más, poner un parche para un boquete serio. La solución definitiva solo puede llegar si Alemania se presta a tomar decisiones difíciles. Y no veo ese liderazgo capaz de trazar una línea en la arena", advierte Ken Rogoff, execonomista jefe del FMI.

Esa es una crítica recurrente en la interminable crisis del euro: la falta de liderazgo. Es una crítica injusta: "Hay un liderazgo claro y está en función de los intereses electorales de Alemania", asegura el economista griego Costas Lapavitsas, que cita ejemplos como el retraso del rescate a Grecia en mayo de 2010 y la situación de indefinición actual, con la canciller Angela Merkel perdiendo peso político en varios länder. En Alemania habrá presidenciales en 2013. Tal vez demasiado tarde; demasiado lejos como para esperar un golpe de mano contundente.

"La tendencia en Europa es siempre la patada hacia delante, consiste en retrasar las soluciones definitivas tanto como sea posible para ganar tiempo. No hay líderes: Alemania sigue desaparecida. Si todo el mundo sabe que Europa necesita más unión política, incluyendo una política fiscal única y la emisión de Eurobonos, Berlín lo único que decreta es esa estrategia de imponer más y más austeridad", ataca Dani Rodrik desde Harvard. En ese sentido, las últimas propuestas para Grecia rayan la humillación: una agencia europea que controle las privatizaciones y la recaudación de impuestos es una acusación velada de incapacidad hacia Atenas. "Condiciones más y más duras agradarán al electorado alemán, pero son económicamente muy destructivas. Las recetas impuestas a Grecia impiden la recuperación de su economía. En realidad, todo esto ha dejado de ser un problema económico para convertirse en un problema político, con intereses enfrentados: Alemania quiere proteger a sus bancos y a sus contribuyentes. Y en esas condiciones, Grecia está condenada a no salir del pozo", avisa el economista Charles Wyplosz, de visita en Madrid esta semana.

Ni uno solo de los expertos consultados lo ve claro. Eichengreen asegura que Alemania parece decidida a nombrar "un general" para poner firmes a Grecia. Lapavitsas sospecha que al final toda la crisis procede de la decisión de la eurozona de evitar a toda costa impactos sobre la banca: "La Unión sacrifica los intereses de los griegos a los intereses de los bancos". Las condiciones del rescate a Grecia son más y más duras: aun así no se atisba la salida del túnel. Lo único que crece en Grecia es la deuda y la tensión social. Hay que conocer la historia para escapar de ella: tras la I Guerra Mundial, un joven economista llamado John Maynard Keynes aseguró que las enormes cargas impuestas a Alemania como compensación por el conflicto podían tener sombrías consecuencias. Hitler acabó ascendiendo al poder tras una época de graves dificultades económicas: uno de sus primeros actos al asumir el poder en enero de 1933 fue declarar que Alemania no pagaría a sus acreedores extranjeros. Eso no es exactamente una reestructuración suave. En fin, la historia no se repite, pero a veces rima. "Y esta vez nos recuerda que estamos jugando con fuego", cierra el historiador Kevin O'Rourke desde Dublín.


Entrevista a Paul de Grauwe, economista y asesor de la Comisión Europea

“Hay una crisis económica en la eurozona,
pero peor aun es la crisis política”

“Grecia no puede pagar”

Por Claudi Pérez
El País, 05/06/11

Economista y observador de la eurozona y sus desvelos, el profesor Paul De Grauwe (Ukkel, Bélgica, 1946) carga contra los errores de bulto de Europa, y en particular de Alemania, en la gestión de la crisis, de la que salva un nombre: Jean–Claude Trichet. De Grauwe atiende a El País en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y deja en el periodista la sensación de haber escuchado uno de los discursos más sensatos sobre la historia interminable de la crisis europea.

Pregunta. ¿A qué atribuye el estigma que se asocia a las reestructuraciones de deuda?

Respuesta. Ese es un tabú en muchos países avanzados y en el BCE, a pesar de las experiencias de los años noventa en América Latina y Asia, o precisamente por eso: se relaciona con países del Segundo o del Tercer Mundo. Pero en el caso de Grecia es inevitable: el país no puede pagar. Simplemente no puede. Es imposible.

P. ¿A qué espera la eurozona?

R. No sé, pero esperar y ver solo complica las cosas. Va a haber reestructuración, y hay fórmulas para minimizar su impacto: hay problemas por el efecto dominó en otros países y por las pérdidas en la banca.

P. ¿Cómo evitarlos?

R. El mecanismo de rescate (EFSF) debería emitir eurobonos y canjearlos por deuda griega con una quita similar a la que ya se ve en el mercado. Una reestructuración ordenada consiste en idear fórmulas para que la banca pueda amortiguar el golpe y para que los países más solventes no salgan perjudicados. En fin: hay que dar de una vez una solución definitiva. A la vista del fracaso de los rescates, Europa no puede seguir a base de parches. Si después de unas elecciones en Finlandia o en cualquier lado alguien decide retirar su apoyo, vendrán más problemas. La solución es el eurobono.

P. Pues va a tener que convencer de eso a Alemania.

R. Desgraciadamente, esta fórmula es inaceptable para Alemania, para Holanda y para otros países. La sola idea de los eurobonos causa escalofríos en Berlín.

P. Otro tabú.

R. La eurozona está plagada de tabúes, pero hay un problema mayor: la inconsistencia de Alemania. Berlín quiere que el sector privado pague parte de la factura desde 2013 y a la vez rechaza una reestructuración inevitable. La crisis tiene solución, pero Alemania parece empeñada en hacerlo difícil: genera incertidumbre, enciende la mecha del contagio con declaraciones desafortunadas.

P. ¿Ve un problema político?

R. Hay una crisis económica en la eurozona, pero peor aun es la crisis política, la incapacidad de tomar decisiones útiles. Eso es achacable a los líderes. A Alemania. Berlín cuenta una historia tramposa: la de los países pecadores. Tal vez valga para Grecia, pero hace mucho daño a la UE.

P. ¿Qué opina de la oleada de austeridad que recorre Europa?

R. La presión del norte para imponerla, para penalizar a algunos países, traerá consecuencias. La historia muestra que no es lo más inteligente ponerse a recortar el déficit drásticamente en plena recesión. Esa idea de que un sur plagado de pecadores tiene que recibir castigo es una bomba. Es evidente que Grecia tiene que cambiar, que hay que pagar impuestos, que no se puede engañar a Europa. Pero no hay que rebasar algunos límites. Es peligroso.

P. ¿Obligar a Grecia a privatizar es la receta adecuada?

R. Es un error. Vender activos ahora a unos precios de miseria no va a solucionar el déficit y más adelante restará unos ingresos preciosos.

P. ¿Qué le sugiere que algunos países estén atacando al BCE?

R. El BCE ha hecho un estupendo trabajo. Ha sostenido el sistema financiero, a los países con problemas. Trichet se enfrentó a Alemania con la compra de deuda: salvó el euro. Pero las cosas han cambiado. Esa forma histérica de alertar sobre un segundo Lehman Brothers en caso de que Grecia reestructure está desestabilizando los mercados. Son declaraciones irresponsables: Grecia no puede pagar.

P. ¿Y Portugal e Irlanda?

R. De alguna manera, al entrar en una unión monetaria y perder el control sobre el tipo de cambio, la deuda se hace más vulnerable: algunos países europeos se han visto degradados al estatus de economías emergentes. En ese estadio están esos dos países que ahora llaman periféricos. Tienen posibilidades de salir del pozo, pero no con tipos de interés como los que paga su deuda ahora mismo.

P. ¿Y España?

R. Esta no es una crisis española: es una crisis de la eurozona. España tiene su responsabilidad, pero a la vez es víctima de las decisiones de otros: antes y después de la crisis. Si Europa no está dispuesta a ayudar a España (dando de una vez por todas señales claras), va a ser difícil que la crisis deje de sobrevolar Madrid. España ha hecho muchas cosas para evitar un rescate, pero depende de lo que ocurra con Grecia, Irlanda y Portugal, con el nerviosismo de los mercados, con la posibilidad de que vuelvan ciertos movimientos irracionales. Berlín debería tener claro que España es una suerte de línea roja para Europa que no se puede traspasar.