Crisis mundial

El impacto de la debacle de Grecia

El euro, frente al fantasma de su final

Por Luisa Corradini
Corresponsal en Francia
La Nación, 26/06/11

La supervivencia de la moneda única desvela a los gobiernos europeos; una votación en Atenas esta semana podría ser clave.

PARIS.– En su primera aparición pública después de ser nombrado ministro de Finanzas, el griego Evangelos Venizelos provocó la indignación de sus pares de la Unión Europea (UE) cuando les advirtió, la semana pasada, en Luxemburgo, que el bloque no tenía más remedio que salvar a su país de la bancarrota: "Un default será más duro para la eurozona que para Grecia", les recordó.

Venizelos, no obstante, tenía bastante razón. Entre líneas, el dilema que planteaba el flamante ministro podría resumirse en la célebre ocurrencia de John Maynard Keynes cuando afirmaba: "Si le debo a usted una libra, el problema es mío. Si le debo un millón, el problema es suyo".

Para tratar de resolver esa disyuntiva, los responsables europeos desplegaron todos los esfuerzos imaginables y pusieron la mano en el bolsillo cuantas veces fue necesario. Pese a ese ahínco, no consiguieron despejar el fantasma de un default de Grecia, seguido de un efecto dominó en los llamados "países periféricos", una crisis continental y –finalmente– el estallido del euro. Casi diez años después de su lanzamiento, la moneda única europea enfrenta hoy su mayor desafío.

La próxima semana, el Parlamento griego debe aprobar un nuevo paquete de austeridad que le permitirá recibir 17.000 millones de dólares, quinta cuota de un primer plan de rescate por 110.000 millones de euros, a fin de cancelar vencimientos antes de mediados de julio. Acto seguido, los europeos deberían concederle un segundo plan de ayuda por unos 140.000 millones de dólares, que permitirá al país mantenerse a flote hasta 2014.

Para entonces, ya habrá entrado en vigor el Mecanismo Europeo de Estabilización (MEE), suerte de Fondo Monetario Europeo que permitirá otorgar paquetes de rescate dentro de la zona euro, sin tener que recurrir a inversores internacionales. Ese proceso, piensan, debería alejar en forma permanente la bancarrota de Grecia y el peligro que corren los países más frágiles de la eurozona.

Pero aun cuando Grecia pueda ser salvada sin una reestructuración parcial o un reprofiling –como dicen piadosamente los ministros europeos para no emplear ninguno de los términos que irritan a las todopoderosas agencias de calificación–, la eventual desaparición del euro sigue siendo la principal preocupación.

Para los euroescépticos –generalmente anglosajones y ultraconservadores de derecha– el euro debería desaparecer, ya que es el producto de una mala visión de futuro. Para ese sector, la tragedia griega es el resultado inevitable de la obstinación de los líderes europeos de imponer una moneda común y las mismas tasas de interés a economías totalmente dispares.

"La zona euro estallará en los próximos cinco años", vaticinó nuevamente Nouriel Roubini, en una reciente entrevista con Bloomberg. "Dr. Doom" (Dr. Catástrofe), como lo apodan los medios, afirma que la idea de que algunos países dejen la moneda común no parecerá en ese momento tan descabellada: "Sobre todo, si sus economías quedan paralizadas en ese lapso".

Defensores y detractores

Para los defensores del euro, por el contrario, la única solución es "más Europa". Entre ellos se cuentan figuras tan eclécticas como John Lipsky. El hombre que reemplazó provisoriamente a Dominique Strauss–Kahn como director gerente del FMI apeló a los europeos a dejar de enfrentarse "inútilmente" sobre las formas que debería adoptar el segundo plan de rescate a Grecia y "redescubrir el sueño de la integración".

El presidente del BCE, Jean–Claude Trichet, afirma que el bloque debería tener un ministro de Finanzas que coordine las políticas fiscales. Trichet nunca deja de señalar que los resultados del euro son comparables a los del dólar y que el crecimiento per cápita, la estabilidad de precios e incluso la magnitud de las divergencias económicas son altamente similares en Estados Unidos y en la eurozona. "No obstante –precisa–, el déficit y la deuda pública de la zona euro son muy inferiores [a los norteamericanos]."

Jacques Attali, que fue consejero del ex presidente socialista François Mitterrand, va, por su parte, incluso más lejos: "La actual crisis requiere una solución paneuropea. Es necesario –dice– un ministro de Finanzas común; un plan Brady para Europa que incluya la emisión de bonos del tesoro europeos que prolongarían por 20 años los plazos de reembolso de las deudas de Grecia, Portugal e Irlanda, y financiarían inversiones europeas; una modesta tasa europea [1%] al valor agregado que recaudaría los fondos necesarios para reembolsar la deuda".

"Aquellos que argumentan que la solución es una mayor unión política olvidan que el problema de Europa es institucional", replica el analista británico Gideon Rachman, columnista del diario económico Financial Times. Uno de los principales euroescépticos del continente, Rachman, afirma que el hecho de ignorar las profundas diferencias entre países tan disímiles como Alemania, Italia, Gran Bretaña y Portugal, obligándolos a integrarse más, sería arriesgarse a provocar reacciones todavía más violentas.

"Ya que el euro dejará de existir, ¿no sería mejor que desapareciera de una vez por todas en lugar de morir lentamente?", dijo esta semana el ex ministro de Trabajo británico Jack Straw, y señaló a su país como el "paraíso de los inversores" gracias al mantenimiento de la libra como moneda.

El ideal de la unidad

Quienes como Straw se detienen exclusivamente en los problemas estructurales de la moneda única olvidan, en general, que el principal motor de la unión monetaria no fue económico. El euro fue, sobre todo, un proyecto político. Sus promotores, en particular el ex canciller alemán Helmut Khol y Mitterrand, defendían el ideal de la unidad europea. Después de vivir los horrores de dos guerras mundiales, esos hombres sabían que una paz duradera sólo podría obtenerse con la integración, principalmente de Alemania, cuyos vecinos percibían como una amenaza a la paz.

Desde entonces, la mayoría de los líderes políticos europeos esperaron que gracias al alto significado simbólico de una moneda común, los problemas estructurales del euro terminarían por resolverse: "Creyeron que los Estados miembros asumirían en forma automática el mismo ritmo de desarrollo económico", explica el profesor Jean–Pierre Vesperini, miembro del Consejo de Análisis Económico francés.

Pero esas esperanzas resultaron falsas y la ausencia de controles estrictos para limitar déficits y endeudamiento público de los países miembros hizo el resto. Ahora Europa está en una encrucijada donde podría ser peor el remedio que la enfermedad.

Hace pocos meses, la agencia de calificación Standard & Poor's realizó un estudio sobre las posibles consecuencias entre 2011 y 2015 de lo que llamó "una pérdida total de confianza de los mercados" en el sistema europeo. La respuesta que obtuvo fue estampida de déficits y de tasas de interés, nueva recesión, dramático aumento del desempleo. En cuanto a las repercusiones políticas, S&P señala la cruel disyuntiva que enfrentarán los Estados en plena crisis: "Los gobiernos europeos no tendrían otra alternativa que recurrir a una mayor integración fiscal o decidir la expulsión pura y simple de las economías más endeudadas con las terribles consecuencias que se pueden imaginar".