Crisis mundial,
la recaída

Los problemas estructurales no resueltos en la economía mundial
llevan a una recaída - Parte II

El ascenso de los países BRIC y los problemas en
la acumulación capitalista

Por José Luis Rojo
Buenos Aires, 29/09/11
Para Socialismo o Barbarie

Un elemento de no menor importancia de la crisis es que nos ha ido introduciendo en una suerte de nueva geografía económica mundial. Aquí, lo que está en juego, no es solamente el terreno de la economía, sino lo que tiene que ver con las interrelaciones de la economía con los estados, y todo esto en el contexto de las consagradas jerarquías mundiales del imperialismo. Lo que esta ocurriendo es una suerte de “desplazamiento”, aunque no queda claro todavía que ello implique modificaciones realmente estructurales.

¿Una nueva geografía económica mundial?

La paradoja es la siguiente: es un hecho que en la crisis, al menos en su primera fase, se verificó una suerte de “desacople”, desplazándose el motor económico mundial a países emergentes como los BRIC. El gran motor sustituto de EEUU, Europa y Japón a lo largo de estos cuatro años de crisis, el gran factor mediador para la otra mitad del mundo (la productora de commodities) han sido básicamente China –segunda economía mundial ya– e India.

Esa suerte de “nueva geografía económica mundial” tiene como base el hecho que estas dos sociedades pobladas aproximadamente por 2.500 millones de habitantes (más de un tercio de la población total mundial) están viviendo en cierto modo una suerte de “tercera revolución industrial”, con la mercantilización del campo y la incorporación de decenas de millones de ex campesinos a la producción asalariada.[1]

En últimas, esta sería la explicación real y material de su dinamismo, amén de su competitividad internacional, dónde la combinación entre inversión extranjera y mano de obra barata han sido la fórmula del éxito en materia de competitividad.

A esto se la ha venido a sumar otro factor cuando hablamos de los emergentes. El hecho que en los últimos años se operó una suerte de reversión de las seculares tendencias en materia de términos de intercambio, encareciéndose relativamente las materias primas respecto de los bienes industrializados.

Esto último ha ocurrido, básicamente, por dos razones: una, como subproducto de la inmensa demanda generada por China e India al respecto. Dos, ante el hecho que nunca como en los últimos años se ha puesto de relieve los límites (su carácter no renovable) en materia de recursos naturales en una serie de productos, lo que ha redundado en un crecimiento de enorme importancia en materia de rentas diferenciales. El petróleo, el cobre, los productos alimenticios, han escalado una serie de cimas de las cuales, aun a pesar de su explotación capitalista modernizada, parece difícil que vayan a bajar sustancialmente, más allá que en lo inmediato sus cotizaciones parecen a la baja por el impacto de la nueva recesión que se viene.

En todo caso, es la combinación de los dos factores antedichos lo que ha hecho aparecer a países como los BRIC en una mejor relación de fuerzas relativas frente a los países del centro imperialista.[2] Pero sin embargo, enseguida aparecen los límites en esta trayectoria o posible dinámica. Varios factores son de destacar al respecto. El primero, es que China, India, Brasil (e incluso Rusia[3]) son la meca mundial de las inversiones extranjeras: si en China, por ejemplo, el sector estatal administrado directamente por la burocracia, tiene un peso al parecer de creciente importancia; sin embargo, las multinacionales conservan un rol de una magnitud difícilmente despreciable. El hecho cierto es que China es parte orgánica de la cadena mundial de la globalización controlada por el imperialismo. Y este aspecto estructural no parece haber retrocedido sustancialmente a lo largo de la crisis.

Luego, hay otro aspecto más: sus sociedades (hablamos de los países BRIC en su conjunto), en materia de distribución del ingreso y nivel de vida, parten sideralmente de atrás, en promedio, respecto de los países centrales. Esto redunda en un PBI per cápita muchísimo menor, lo que significa que la productividad general de sus economías –como un todo– no deja de estar claramente por detrás de las más avanzadas del mundo; lo anterior, independientemente de los procesos de desindustrialización relativa que desigualmente han sufridos estas economías en las últimas décadas (tenemos en mente, por ejemplo, a los EEUU o Inglaterra; creemos que la situación en Alemania es sustancialmente diferente, y no tenemos muy claro el caso francés).

Y a esto hay que agregar un elemento más: la dialéctica entre la economía y los estados. En esta materia, los EEUU y la OTAN siguen siendo las potencias militares mundiales indisputablemente. Es verdad que Rusia se ha recuperado en parte militarmente (pero viene de un desastre económico-social que no ha dejado de repercutir en su complejo militar-industrial) y que China está destinado un porcentaje creciente de su presupuesto a las Fuerzas Armadas. Sin embargo, están lejos de poder disputar el poder militar de los países imperialistas centrales, como se ve en cada una de sus intervenciones militares en las dos últimas décadas.[4]

¿Cuál es la explicación más de fondo del papel que venimos subrayando, sobre todo en lo que hace a los alcances del rol económico de China e India? Creemos que podemos afirmar que China e India viven una suerte de revolución industrial tardía: una suerte de tercera revolución industrial. Son real y potencialmente océanos proletarios. Países que todavía tienen una enorme proporción de su población campesina, población que alimenta una constante proletarización de un sector que migra cotidianamente a las ciudades; son países con inmensos mercados internos potenciales. A modo de ejemplo y respecto del caso del Brasil –que es “menor” al lado de esos gigantes poblacionales– un analista señala: “Este crecimiento de la economía en su conjunto ha tenido efectos inclusivos importantes, permitiendo una notable mejora en el tejido social brasileño. Según datos de la fundación Getulio Vargas, desde 1993 un total de 50 millones de personas –una cifra mayor a la población de España– se sumaron al mercado consumidor”[5].

Es decir, poseen una serie de rasgos clásicos característicos de países que pasaron por una revolución industrial. Pero esto ocurre con la dificultad de que no terminan de ser del todo países independientes (aunque también poseen este rasgo en mucha mayor medida que la periferia semicolonial; China porque conquistó su independencia nacional con la revolución de 1949; India porque aun sin revolución, conquistó también mayor independencia relativa con la proclamación de su independencia política a finales de la década del 40 del siglo pasado). Aun así, ambos países están caracterizados por determinadas relaciones de dependencia respecto del imperialismo; pero, sin embargo, esto no termina de negar su emergencia.

Al mismo tiempo, y a pesar de lo que hemos dado en llamar esta suerte de “nueva geografía económica mundial”, el hecho es que la misma no puede negar el carácter “total” de la crisis mundial. Crisis mundial que muestra que esa misma geografía no ha llegado a cambiar totalmente la estructura del capitalismo mundial. Es que China, India y compañía atañen solamente al 25 o 30% de la economía mundial. Mientras tanto, EEUU, la Unión Europea y Japón alcanzan el 70% del PBI mundial: el 30% de la economía mundial no puede impedir la crisis en el resto, en el 70%; no pueden cambiar el trazo general, aunque sí actuar como factor mediador; factor mediador que ante la caída recesiva que se avecina, parece estar diluyéndose, dadas las presiones de “recalentamiento” de varias economías emergentes, incluyendo la propia China.

El futuro de los precios de las materias primas

Conectado a lo anterior, nos referiremos ahora a un elemento específico que ha venido acompañando el desarrollo de la crisis. Se trata de una compleja cuestión que requiere de un abordaje en cierto modo “teórico”: la escalada de los precios de las materias primas de la última década, más allá que la perspectiva inmediata para el 2012 es a la baja.[6]

En todo caso, yendo más allá de la coyuntura, repetimos, uno de los elementos más novedosos que ha traído el desenvolvimiento de la crisis, tiene que ver con la suba de los precios de las materias primas; la escalada que venía de años atrás, alcanzó un pico en 2008, cayendo luego en el apogeo de la crisis, pero volviendo raudamente al centro de la escena posteriormente.

El FMI en su informe de abril pasado, enumeraba algunas de las razones de este fenómeno, hablando de causas tanto “estructurales” (el aumento orgánico de la demanda en los países emergentes; la escasez de oferta por problemas como la finitud de los recursos naturales); como “cíclicas” (clima, cosechas); e, incluso, “especiales” (entre las que incluye la rebelión en el mundo árabe).

Últimamente, varios informes han ratificado que más allá de los motivos especulativos, lo que está detrás de esta escalada son factores económicos reales: “En el desbarajuste [mundial], la agricultura tiene mucho que ver. El mundo se puso patas para arriba en el momento en el que se comprobó que la población ya no cuenta con los reaseguros de tener stocks mundiales de alimentos. El paradigma de los excedentes cambió en forma definitiva por es de la escasez. Por estos días, los stocks de maíz, en el mundo y especialmente en Estados Unidos, el principal productor mundial, se encuentran en un piso histórico que no deja margen para el error. De ahora en más, existe la obligación implícita de lograr año a año cosechas récord con maíces para arriba de los 100 quintales de rendimiento por hectárea como para mantener a raya la demanda”.[7]

En todo caso, más allá de las consideraciones más concretas de este incremento, nos queremos detener muy someramente aquí en los aspectos más “conceptuales” de la cuestión. Hay que decir que se trata de una cuestión compleja y que no deja de aparecer como “contradictoria” en lo que hace a las tendencias “seculares” de los precios de los productos primarios.[8] Porque el hecho es que, como tendencia histórica, se entiende que con el desarrollo capitalista las materias primas deben tender, en principio, a abaratarse. Producto del aumento de la productividad del trabajo sobre los recursos naturales, del paso a métodos capitalistas de producción en masa, en general las materias primas tienden a abaratarse. La explotación capitalista aumenta sideralmente la producción y, además, siempre en lo que hace a las mismas, los elementos de inversión de capital, y de mano de obra, de costos por unidad de producto, se supone que son menores que en el caso de los bienes más industrializados. Digamos que es un sector dónde su composición orgánica del capital (la cantidad de capital fijo por unidad de producto), y la proporción de trabajo incorporado para producirlas, son menores que en las mercancías de origen industrial, dónde los elementos de costos son mucho mayores por la mayor inversión de capital por unidad de producto que es necesaria.

Esto hace que, históricamente, los precios de los bienes industrializados sean más altos. De ahí también un fenómeno que se da habitualmente en el comercio internacional: el famoso “intercambio desigual”; o, mejor dicho, la tendencia al “deterioro de los términos de intercambio”: la tendencia a un intercambio de más valor por menos valor entre materias primas y bienes “terminados”.

Pero ahora parece haber un desarrollo contradictorio con esta tendencia histórica ¿Cómo se explica esto?

Bien, se explica con otros aspectos de la teoría económica del marxismo: la que trata del problema de la renta de la tierra. A diferencia de los bienes industrializados, en el terreno de los recursos naturales, y como ya señalara Marx, el precio lo fija el más caro que encuentra mercado; esto es así dado que se trata de recursos en última instancia limitados (aunque la escala de su producción tienda a aumentar). Así las cosas, el precio lo fija la materia prima determinada obtenida en las condiciones más difíciles pero que encuentra mercado: de ahí que surja para las demás una renta diferencial entre su precio de costo y el valor del mercado. Ese es el caso cuando se habla de recursos naturales escasos y/o no renovables, como los de la producción agraria o los combustibles.

Nos explicamos un poco más: el hecho es que la producción de recursos naturales se rige por el mecanismo de la renta diferencial. A la inversa de las mercancías industriales (en la compra-venta se terminan imponiendo las más baratas), en el terreno de los recursos naturales, su carácter no renovable y/o escaso, hace que lo que fija el precio de los mismos sea el producido en las condiciones más difíciles y que encuentra mercado. Por ejemplo, si hubiera abundancia del petróleo en el mercado mundial, el petróleo del Mar del Norte (que es carísimo) no tendría espacio, salida a los mercados. Sin embargo, como el petróleo falta en el mercado mundial, ese petróleo del Mar del Norte se puede vender con ganancia y termina fijando el precio global.[9]

Lo anterior no quita que, difícilmente, esto pueda cambiar las leyes del capitalismo en la materia. Porque histórica y conceptualmente, lo que se opera, es una transferencia de valor del sur al norte dado que la mayor composición orgánica del capital (inversión) en estos países, hace que sus productos industrializados sean más baratos (la productividad es mayor, las mercancías más baratas) que los del sur.

Y sin embargo, en lo que tiene que ver con los mecanismos de renta diferencial, la transferencia puede ir en sentido contrario, como ocurre ahora, como una circunstancia específica. Esto acontece más allá de que, a largo plazo, el boom de los commodities no podrá revertir la tendencia histórica en lo que hace a la transferencia desigual de valor en el mercado mundial a favor de las naciones imperialistas.

Tarde o temprano, la tendencia a la transferencia de valor del sur al norte se reestablecerá, dadas las leyes de fondo del funcionamiento del capitalismo.

En todo caso, yendo a un terreno más concreto y determinado, digamos que la suba de las materias primas ha venido teniendo componentes económicos, políticos y especulativos, siendo, a nuestro modo de ver, el primero el fundamental.

El componente económico remite a otra discusión que ha tenido un papel determinante en la mediatización de los desarrollos de la crisis, que es el ya señalado rol de China en la economía mundial. El hecho es que China es un inmenso consumidor de materias primas. Y esto le ha puesto un “piso alto” al trafico de mercancías primarias en el mercado mundial. Se trata de un factor que remite a una explicación materialista, económica, y no sólo especulativa, del porqué vienen estando tan sostenidas las cotizaciones de las commodities aun en medio de la crisis (insistimos, esto más allá de lo que ocurra en la próxima coyuntura).

Así las cosas, el componente de los precios de las commodities es el que genera presiones inflacionarias en varios de los países de la periferia industrializada o semiindustrializada; este es otro de los aspectos de la actual coyuntura económica mundial, circunstancia que mete presión al alza sobre los salarios, porque los productos primarios hacen parte sustancial de los llamados “bienes salarios” (en mucha mayor proporción que en el caso de las clases medias altas o burguesas), de lo que tiene que ver con el valor de la reproducción de la fuerza de trabajo.

De la guerra de tarifas a la guerra de monedas

En un contexto de competencia incrementada por la posible profundización de la crisis, en los últimos meses ha arreciado lo que se ha dado en llamar la “guerra de las monedas”. La circunstancia es la siguiente: a diferencia de los años ‘30, aún no se han erigido desproporcionadas barreras arancelarias entre los países y regiones. El mercado mundial no se ha fragmentado, y luego del hundimiento del comercio internacional en los peores meses de la primera fase de la crisis, recuperó rápidamente su dinamismo. La cuestión es que el entrelazamiento de los procesos mundiales de producción y distribución hace mucho más difícil que décadas atrás las salidas autárquicas. Sin embargo, de agravarse cualitativamente la crisis, estás podrían colocarse en la agenda, al menos regionalmente; pero eso no ha ocurrido hasta ahora.

Estructuralmente, el hecho es que la generalidad de las economías sigue buscando la salida exportadora. Es el caso de China, más allá de la pequeña revaluación del yuan, y de cierto discurso oficial en el sentido de que se buscaría aumentar en algo el consumo interno (los aumentos salariales de los últimos años, sobre todo en algunas industrias, irían eventualmente para ese lado, aunque se trata de una tendencia todavía demasiado incipiente para considerarla como tal). Pero también de Alemania. Incluso el propio Obama, en alguno de sus reiterados discursos, ha dicho que buscaba “mejor la potencialidad exportadora de los EEUU”. Es decir, todo el mundo buscar curarse en salud mediante exportaciones.

Así las cosas, dado el entrelazamiento señalado, y la relativa renuencia –hasta el momento– a las salidas lisa y llanamente autárquicas, lo que se busca en la generalidad de los casos es reforzar la competitividad en el mercado mundial. De ahí viene la llamada guerras de monedas. Es que independientemente del nivel de competitividad relativo de cada economía, está claro que una moneda más débil permite abaratar los costos en el mercado mundial mejorando la propia posición exportadora.

A esto se le agrega que países como Brasil, e incluso Suiza, ante la afluencia masiva de capitales del exterior ocurrida en la última etapa, vieron fortalecerse desproporcionadamente su moneda, llevándolos a situaciones complejas en materia de competitividad. En el caso de China, hizo frente a las presiones por apreciar su moneda, el yuan, pero mediante una dosificación tan sutil, que su cotización no se ha movido demasiado.

Volviendo al ejemplo de Brasil y Suiza, sus bancos centrales actuaron dejando apreciarse el dólar contra el real y el franco suizo. Esta circunstancia, está actualmente metiendo presión en otras economías. En el caso de las grandes, un yuan que no termina de apreciarse, mete presión sobre el dólar y la capacidad exportadora norteamericana, que no se ha visto mejorada de manera sustancial. En el caso del real, la presión se ejerce sobre el peso argentino, porque la devaluación de la moneda brasilera deteriora la competitividad exportadora argentina, así como agiganta la presión importadora sobre el país: “La competitividad industrial de la Argentina quedará rápidamente off side, en la medida que el nuevo escenario descripto [de devaluación del real] haya llegado para quedarse. Otra posible víctima es el turismo, ya que los brasileros representan el 32% del mercado turístico argentino que mueve 5.000 millones de dólares [y también parece crecer la presión de los saldos no vendidos en el vecino país que podrían ahora ingresar abaratados en el nuestro].”[10]

Por ahora, estos movimientos han sido más o menos “controlados”. Pero sería un grave problema si en las condiciones del deterioro económico mundial que se avecina, las maniobras devaluatorias se espiralizaran. Ahí se tendría una verdadera guerra de monedas, que independientemente de las maniobras arancelarias o para–arancelarias, no dejaría de significar un riesgo para la unidad del mercado mundial.

En todo caso, el mundo podría ir a una suerte de “cartelización regional”. Una suerte de fragmentación del mercado mundial no por países, sino por regiones, que es uno de los movimientos –la afirmación de regiones económicas con determinadas afinidades– que hizo parte del desarrollo mundializador de las últimas décadas.

La realidad es que el propio FMI está alertando acerca de una posible dinámica como la que acabamos de señalar, referida a su preocupación sobre el posible fracaso de la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio (negociaciones que tiene por objetivo liberalizar aun más el comercio internacional, algo que va medio a contramano de las tendencias en la actual crisis): “El fracaso de dicha ronda podría conducir a la fragmentación del sistema comercial internacional y al debilitamiento de la OMC y del multilatelarismo.”

Esto nos lleva a otro problema: el del necesario rebalanceo de la economía mundial. El último informe del FMI dice que hay dos movimientos que no se han producido y que explican la nueva ronda de la crisis.

El primero, que la demanda privada no logró sustituir la asistencia estatal. La segunda, que los desbalanceos de la economía mundial –naciones deficitarias comercialmente altamente endeudadas, y naciones superavitarias comercialmente altamente acreedoras– no han sido resueltos: no sólo no se ha avanzado un paso en ese camino, sino que se está a punto de un agravamiento de estas relaciones críticas: “(…) Las economías avanzadas con déficits en cuenta corriente, y sobre todos Estados Unidos, necesitan compensar la baja demanda interna con un aumento de la demanda externa. Esto implica simétricamente un alejamiento de la demanda externa a favor de la demanda interna en las economías de mercados emergentes con superávits en cuenta corriente, especialmente China. Este reequilibramiento no está ocurriendo. Aunque los desequilibrios disminuyeron durante la crisis, esto se debió más a una fuerte disminución del producto de las economías avanzadas en relación con las de los mercados emergentes que a un ajuste estructural de esas economías. De cara al futuro, proyectamos una ampliación de los desequilibrios, no una disminución”…[11]

Este elemento tiene que ver con que debería haber modificaciones estructurales que no se están operando. Como ya hemos señalado, EEUU debería reindustrializarse y mejorar su capacidad exportadora para reducir sustancialmente sus déficits de balanza comercial y de pagos. Al mismo tiempo, China debería aumentar su consumo interno y sus exportaciones, volcando en estas tareas las inmensas reservas en divisas que posee.

Pero estas tareas, que significarían modificaciones geopolíticas y en el terreno de las relaciones entre las clases, difícilmente vayan a ocurrir de manera “insensible” o pacífica. Porque la configuración estructural a la cual se llegó ha sido el producto de tres décadas de capitalismo neoliberal, y de determinadas relaciones de fuerzas entre las clases sociales y los Estados. Y tanto la reindustrialización de los EEUU, como el aumento del consumo de las masas populares en China, significarían –al menos al comienzo– una reducción de las tasas de ganancias de las últimas décadas. La burguesía yanqui y la burocracia china, difícilmente someterán su cuota parte en la renta nacional de manera tan “desprendida”.

En todo caso, se trata de modificaciones que también entrañan lo propio a nivel de las relaciones entre Estados, transformaciones que no parecen nada fáciles de resolver que no sea mediante hechos de otra naturaleza, reiteramos, que los meramente pacíficos: una lucha de clases incrementada, y también una incrementada tensión entre Estados.

Una hipótesis acerca de las paradojas de la acumulación capitalista en las últimas décadas

Hay un elemento orgánico conectado al anterior: es el que tiene que ver con la dialéctica del desarrollo y las ganancias capitalistas, y de cómo ha venido funcionando esto en las últimas décadas. En esta materia, hay un gran debate que encararemos en profundidad en un próximo trabajo. Mientras tanto, llevaremos adelante solamente una suerte de “pinceladas” del mismo.

La contradicción es la siguiente: un abordaje realista y no doctrinario de la cuestión señala que la tasa de ganancia se recuperó sustancialmente en las últimas décadas, luego de la crisis de los años 1970. Si no llegó a los niveles de la inmediata posguerra, la recuperación fue evidente, cerrándose la crisis de los años ’70.

No solamente Michel Husson –que tiene rasgos “heterodoxos” en la materia– afirma eso. Un economista marxista más “ortodoxo” –y realmente muy sólido– como el paquistaní-norteamericano, Anwar Shaikh, demuestra lo mismo.

Shaikh señala que la combinación específica para este resultado –sobre todo en países como EEUU e Inglaterra, aunque las universaliza más allá– fue el salto en la explotación de la clase obrera a partir de los gobiernos de Reagan y Thatcher, combinado con la inauguración de una época de bajísimas tasas de interés.

Según un cuadro de su autoría, demuestra que, en los 20 años de la inmediata posguerra, la tasa de ganancia empresaria (descontando a la tasa de ganancia el interés bancario del momento)[12] promedió en EEUU, grosso modo, entre el 10 y el 15% para caer luego de manera sostenida hasta el año 1983. Sin embargo, a partir de esa fecha se recuperó de manera sostenida, alcanzando como promedio entre el 5 y el 10%.[13]

En este sentido, los economistas que señalan que esta recuperación no ocurrió, y que la crisis de los años 70 nunca se cerró (para reabrirse con la actual depresión mundial), parece costarles dar cuenta de la realidad tal cual es.

Sin embargo, aparentemente lo específico de las últimas décadas (cuestión que debemos todavía someter más a escrutinio), dato a priori paradojal si los hay, es que esa misma recuperación de la tasa de ganancia no redundó en un aumento sustancial de la inversión mundial y la acumulación como totalidad.[14]

Se desarrollaron determinadas ramas productivas, ni que decirlo (ver si no la revolución informática). Y, al mismo tiempo, el capitalismo logró ampliar su horizonte geográfico de explotación económica directa con la “reabsorción” plena de los países no capitalistas. Haberse puesto en el “buche” a China –que encima vive una suerte de tercera revolución industrial– y a Rusia, por señalar solamente a los países más grandes, no es un elemento menor. Lo mismo, no es un hecho menor la expansión del capitalismo europeo hacia el Este europeo (expansión aprovechada, en primer lugar, por Alemania), el salto en la tasa de explotación de los trabajadores a nivel mundial y el avance en las relaciones de semicolonización de los países de la periferia (proceso ahora parcialmente “estancado” por la crisis económica y las rebeliones populares latinoamericanas).

Pero el hecho es que parte importante del plusvalor obtenido, transformado en plétora del capital (capital sobrante no aplicado a la inversión real), terminó yendo a parar a los circuitos de la valorización financiara, en ausencia de tasas de ganancias de igual magnitud en la economía real que los obtenidos en los “mercados” financieros.

Esto dio lugar a un patrón de crecimiento de la economía mundial de las últimas décadas que mostró lugares, “nichos”, dónde el desarrollo dio un sustancial escalón para adelante, pero que no dejó de sufrir una carencia de suficiente inversión productiva, terminando por estallar como estalló en 2008. Es que no hay plusvalor que alcance para pagar semejantes tasas de valorización como las que exigían las finanzas.[15]

Sin embargo, esto no quita un elemento de mucho peso a nivel de las fuerzas productivas, presente desde hace tiempo: bajo la actual fase del capitalismo neoliberal, el aumento de la tasa de explotación no ha sido acompañada en la misma medida por la tasa de acumulación (el elemento clave para la ampliación de las posibilidades de extracción de plusvalor o trabajo no pagado): el capitalismo carece hoy de un “motor”, de una “locomotora” de arrastre, de una rama económica “universal” que tiña todas las demás y las lleve hacia adelante

Esta claro que la computación y las telecomunicaciones van en ese sentido. Sin embargo, no parecen tener la envergadura del ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX, o del automóvil todo a lo largo del siglo XX.[16] Este no es un elemento menor: las nuevas ramas productivas –así como los avances tecnológicos– son los que permiten la recuperación de la tasa de ganancia (y llevar la masa de las ganancias hasta niveles insospechados).

Si el capitalismo neoliberal está caracterizado por una baja tasa de inversión es porque no está encontrando esas ramas productivas que le permita ir suficientemente para adelante de conjunto.

De ahí también la no recuperación del todo de la tasa de ganancia en las últimas décadas. En definitiva, este es otro rasgo que hace la configuración historia–concreta de la actual crisis.

Bien. ¿Pero cómo esta funcionando actualmente esta cuestión en medio de la crisis? La realidad es que no parece haber muchas modificaciones en este rasgo estructural del capitalismo de hoy. Billones de dólares inundaron los circuitos de valorización financiera mediante los rescates. Las bolsas se recuperaron, lo mismo que las tasas de ganancia. Y, sin embargo, la evolución del producto es mediocre. ¿Por qué? En definitiva, es simple: porque lo que no se recupera del todo, y menos que menos, pega un salto histórico, es la tasa de acumulación: de ahí que la desindustrialización relativa de un país como los EEUU siga siendo un dato de la realidad, y un dato que no esta claro si esta en reversión.

Insistimos, países como China, India, o mismo Brasil, ha significado un impulso inversor, de acumulación real y de dimensión mundial. Además, atención, en el primero, los rasgos de sobreacumulación están en el centro de la escena: el 50% de su PIB va a la inversión, y nadie sabe cuanto tiempo más podrá sostenerse esta tasa insostenible.

Mientras algunos observadores han señalado agudamente, que por ejemplo, los nuevos trenes “balas” transitan por las vías vacíos, muchos otros se interrogan qué se podría hacer con una capacidad instalada desproporcionadamente destinada al mercado mundial, si este se hunde más en la actual crisis.

Además, estas capacidades instaladas desaprovechadas, marcan también países como los EEUU más allá de su desindustrialización relativa, y hacen parte de las distintas oleadas de cierres y fusiones empresarias que han ocurrido en las últimas décadas, por ejemplo en materia de líneas de aviación.

Sin embargo, aquí estamos hablando de otra cosa. De que a nivel de las fuerzas productivas mundiales o universales, el mundo muestra una serie de contrastes y claroscuros de inmensa magnitud, dónde a pesar del desarrollo de toda algunas ramas productivas –o el sostenimiento de otras clásicas de enorme importancia como la automotriz–, parece seguir habiendo una carencia en lo que hace al relanzamiento del capitalismo hacia adelante en su conjunto. Este es otro elemento que explica la mediocridad económica ambiente y a la perspectiva de una década pérdida –“una japonización o estancamiento duradero– en la economía mundial como un todo, más allá de sus desigualdades regionales.

¿Recesión o depresión?

La recaída económica que se viene ha reabierto la discusión acerca de la caracterización de la crisis como un todo. La definición más consensual venía siendo la de Paul Krugman, de Gran Recesión. La misma ha tenido la virtud de oscilar entre dos límites. Por un lado, que no se trata de una recesión normal, sino algo más profundo. Al mismo tiempo, mediante esta definición, Krugman quiso trazar una raya respecto de la Gran Depresión de los años 30, cuyos índices de caída, efectivamente, fueron mayores que los que hemos visto hasta el momento en la actual crisis.

Sin embargo, la definición de Krugman no dejaba de tener un elemento de apuesta política: su implícita confianza en que Barack Obama actuaría como una suerte de keynesiano consumado rescatando a los EEUU del abismo. Sin embargo, la realidad es que hace rato que el mismo Krugman se muestra desmoralizado con Obama, y que sus textos suman en desesperación y una cierta falta de agudeza.

En todo caso, mucho más importante es el hecho que no sólo la crisis ya se prolonga demasiado, sino que estamos ante una nueva recaída recesiva. Esta circunstancia es la que obliga a reflexionar otra vez acerca de en qué tipo de crisis nos encontramos. La misma comenzó en el 2008, y a estas alturas ya está cumpliendo cuatro años de vida interrumpidos. Como si fuera poco, ahora se viene una recaída recesiva, la que de confirmarse extendería la misma al menos por dos años sino más.

¿De qué se puede tratar cuando hablamos de una crisis que se extiende a lo largo de al menos seis años –si no alcanza una década de duración–? Es evidente que no se puede tratar de una mera recesión sino de algo más profundo. Por otro lado, sigue siendo un hecho que los índices de la crisis que estamos recorriendo no son tan catastróficos como los de la Gran Depresión de los ‘30, ni el contexto político–social marcado por guerras, revoluciones y contrarrevoluciones se le asemeja... al menos, no todavía. Siendo así las cosas, evidentemente no se está por ahora ante una circunstancia tan aguda como ochenta años atrás.

Pero si no se trata de una Gran Recesión, pero tampoco una Gran Depresión como la de los años ‘30, ¿de qué se trata la actual crisis? El conocido ex economista del Banco Mundial, Kenneth Rogoff, ha salido a criticar implícitamente el abordaje de Krugman señalando que se está ante una Gran Contracción. Lo característico –su diferencia específica” como diría Marx– de las mismas sería que el nivel altísimo de endeudamiento de hogares, empresas y estados hace mucho más difícil que en una recesión mundial la salida de la crisis. De ahí que señale que el tratamiento que están dando los gobiernos imperialistas a la misma es equivocado, porque no responde a la profundidad y magnitud real de la misma.

En todo caso, una hipótesis válida de trabajo sería señalar que, en un sentido, la circunstancia se asemeja más a la Larga Depresión de finales del siglo XIX, crisis que dio lugar a la emergencia del imperialismo. Se trató de una crisis más bien extendida en el tiempo que “catastrófica” –duró veinte años– dando lugar a inmensas transformaciones estructurales, como la emergencia del imperialismo moderno que luego desembocó en la I Guerra Mundial.

Está claro que todavía es muy prematuro para especular acerca de cuanto podría durar la actual crisis, y si las transformaciones estructurales que se esbozan potencialmente, se irán a concretar. En todo caso, lo que si se puede afirmar es que una crisis tan dilatada en el tiempo como la que ya se está viviendo, difícilmente se podría “capturar” mediante la definición de “recesión”, cualquiera sea ella.

Creemos que como herramienta es más valida, a estas alturas, la caracterización que la economía mundial se encuentra frente a la primera Gran Depresión del siglo XXI; nos parece que esta es una manera más correcta para caracterizarla que la de Gran Recesión.

Una depresión que, al menos hasta ahora, no es tan profunda como la de los años ‘30, pero que alcanza como para que en el norte del mundo ya se esté hablando de una década perdida, lo que podría agravar toda las contradicciones económicas, sociales y políticas que se han echado a rodar, introduciéndonos realmente en la situación mundial más radicalizada de las últimas décadas.

Veamos otro elemento más, conexo a lo señalado. Es que vinculado a la no recuperación de la acumulación, está el hecho de la continuidad de índices inusualmente altos de desempleo en el norte del mundo.

Aquí hay un hecho establecido desde Marx: los movimientos poblacionales, y obviamente el empleo, siguen como la sombra al cuerpo al proceso de acumulación capitalista. Ahí donde la acumulación es dinámica, afluye la mano de obra y el empleo crece. Y el dato estructural –que tiene que ver con la mediocridad en términos de inversión y acumulación capitalista– apunta justamente hacia los altos índices de desempleo. Claro que aquí juega otro factor: el aumento de la tasa de explotación. A partir de cada crisis se logra imponer una tasa de explotación mayor del trabajo, y esta crisis no es la excepción. Pero con esto no alcanza para explicar el actual desempleo de masas que campea en muchas economías del mundo.

Al respecto, el FMI en su último informe señala lo siguiente: “Las utilidades empresariales han subido gracias al nivel deprimido de los salarios y a los bajos costos de financiamiento, pero esto no está beneficiando directamente a los hogares con una elevada propensión al consumo. Las inquietudes en torno a las perspectivas de ingreso son particularmente acuciantes en Estados Unidos, donde una pérdida de puestos de trabajo extraordinariamente profunda se ha sumado a una disminución tendencial continua del ritmo de creación de empleo”.

Es en estas condiciones que toda la generación joven tiene problemas de empleo y vivienda; son millones los que siguen viviendo con sus padres más allá incluso de los 30 años, e incluso casados y con hijos, porque no pueden afrontar el costo de irse a vivir de manera independiente. Este elemento, sumado a la precariedad del empleo, es lo que hace universal la rebelión de los indignados de España, a Túnez, de la Plaza Tahir a Tel Aviv, y de allí hacia Grecia y Chile. Se trata de la suma de los deterioros de la nueva generación en las condiciones de trabajo, contratación, estudio y vivienda.

Y esa realidad se vincula al señalado problema de fondo en lo que tiene que ver con la dinámica de la acumulación. Atención, esta realidad no es igual en todos los países, y en todas las regiones del mundo. El flujo migratorio en China e India sigue siendo inmenso (aunque ahora la burocracia parece estar buscando alentar el empleo asalariado en las villas para moderar el traslado de la mano de obra). Y, no casualmente, ambos países han sido las sedes de uno de los mayores ámbitos de la acumulación capitalista mundial de las últimas décadas. Pero esta “súper–acumulación” como la que se vive en China, se combina con bajos índices de acumulación o, incluso, “desacumulación” relativa en otras partes del mundo, configurando el escenario mediocre que se está viviendo actualmente.

Cuando la crisis y la rebelión se comienzan a realimentar mutuamente

En todo caso, como hemos señalado reiteradas veces, la crisis que se está viviendo es histórica. ¿Cuál es el elemento central que coloca la misma? La eventualidad que haga estallar los equilibrios de la economía, los Estados y las clases sociales que han venido caracterizando al mundo en los últimos 30 o 40 años: el orden capitalista neoliberal.

La realidad es que el sistema capitalista ha estado demasiado estable desde las derrotas de los años ‘70 y ‘80. No ha sido casual el hecho que desde la década del ‘60 no se haya vivido ninguna revolución social en el mundo. Hemos vivido una larga época de “democracia” donde la burguesía ha gozado de un dominio más o menos incuestionable: de ahí también la debilidad relativa más en su conjunto del marxismo revolucionario, su carácter de corriente de vanguardia y no todavía de masas (aunque esta claro que esto podría cambiar históricamente con un giro en la radicalización que se desprenda de la actual crisis).

No por casualidad, con la notable agudeza que lo caracteriza, el economista burgués Nouriel Rubini definió la segunda posguerra como los años de “la Gran Moderación”: “En las economías más avanzadas, la última mitad del siglo XX fue un período de relativa calma, más allá que atípica, que culminó en un período tranquilo de inflación baja y de alto crecimiento, que los economistas apellidaran como ‘Gran Moderación”.[17]

Y sin embargo, esto no tiene por qué estar llamado a perdurar. Ahora mismo vemos al FMI alertando acerca de que la economía mundial se esta adentrando en una nueva fase “peligrosa” dónde lo dominante es un “agudo temor a lo desconocido”.[18]

Es que, precisamente, cuando se ponen en juego los equilibrios logrados, cuando se mueven las “capas tectónicas de la sociedad” –como ocurrirá de profundizarse aun más la actual crisis– pueden estarse creando condiciones para reabrir la época de crisis, guerras y revoluciones. Esa es la potencialidad histórica que puede tener la actual crisis: hacer chocar las capas tectónicas de la lucha de clases, aunque todavía no se ha llegado a tales extremos.

¿Cuál es la importancia –en este contexto– de la irrupción en la escena histórica del proceso de rebelión–revolución en el mundo árabe? Bueno, es evidente: las crisis económicas, por sí mismas, no pueden llevar a la caída de este sistema de explotación que chorrea sangre y lodo por todos sus poros. La lucha entre las clases es el único factor que puede producir eso. Toda lucha de clases opera dentro de un contexto material determinado. Si la situación es de estabilidad, las luchas obreras podrán conseguir conquistas, pero seguramente no se plantearán la perspectiva de revolucionar la sociedad.

Sin embargo, en las condiciones de una crisis histórica como la actual, cuando de alguna manera no se puede seguir viviendo como hasta el momento, los explotados pueden verse “arrastrados” a tomar las cosas en sus manos. Es ése el motor que ha estado detrás de la rebelión en Grecia, del alzamiento del mundo árabe, de los indignados en España, de los estallidos de ira en Gran Bretaña, de las huelgas obreras en China, de la actual radicalización por la izquierda en Bolivia, mostrando un momento políticamente distinto en la crisis que cuatro años atrás: cuando crisis y luchas comienzan realmente a confluir, a realimentarse mutuamente como decíamos en un artículo cuatro años atrás.

En la medida que la crisis económica mundial escale hacia una depresión lisa y llana, podríamos vivir en un mundo dónde se rompan los equilibrios tan trabajosamente alcanzados entre los estados y las clases. Es decir, las columnas vertebrales de un capitalismo neoliberal que solamente pocos años atrás parecía tan “sólido” y ahora se deslegitima a cada día que pasa. Se reabriría así, finalmente, si la lucha de clases desborda la democracia burguesa por la radicalidad de los acontecimientos, la época de la revolución social.

Esto ocurriría en un contexto dónde es mucho más probable el retorno a los rasgos clásicos de movilización de masas y centralidad de la clase obrera que en las décadas pasadas, los rasgos de la revolución auténticamente socialista.


[1] Un último informe señala que el 65% de los “acontecimientos de masas” (eufemismo con que la burocracia china habla de los conflictos sociales) en China tienen que ver con las peleas por la desposesión de la tierra en manos de las nuevas empresas inmobiliarias que tratan de apropiarse del campo. El hecho es que en China, herencia de la revolución del ’49 –y quizás también en las circunstancias bajo el pasado imperial–, los títulos de la propiedad no están muy claros. De eso se aprovechan hoy, evidentemente, las empresas inmobiliarias para extender el imperio de la propiedad privada al campo.

[2] ¡Si hasta Cristina Kirchner va al G–20 y pretende dar lecciones a los países imperialistas acerca de cómo se debería enfrentar la crisis! Se trata de una rara coyuntura dónde los países imperialistas parecen estar para el cachetazo…

[3] Colocamos aquí a Rusia solamente a título ilustrativo porque hemos estudiado poco o nada de su evolución post restauración capitalista.

[4] Esto no niega que ya cuando China plantea pleitos en su inmediato “Hinterland” (respecto de Corea, con Taiwán o mismo con Japón) ya las cosas no sean distintas que décadas atrás, de mucho más cuidado por los EE.UU.

[5] Horacio Busanello, La Nación, 24 de septiembre del 2011.

[6] Recientemente el FMI ha estimado que el retroceso en su valor para el 2012 rondará entre el –3.1% para el petróleo y el –4.7% para los no combustibles, aunque a partir de un crecimiento de los precios en este año 2011 del 30.6 para el primero, y del 21.2% para las segundas.

[7] Félix Sanmartino, La Nación, 24 de septiembre del 2011.

[8] Para ver un tratamiento más pormenorizado de esta cuestión, ver La Rebelión de las 4 por 4. La revuelta de los patrones rurales y la izquierda argentina. Ediciones Antídoto Gallo–Rojo, Buenos Aires, 2009.

[9].- En la realidad, esto funciona menos mecánicamente, porque hay varias cotizaciones para el precio del petróleo, pero sirve a los efectos del ejemplo que estamos dando.

[10] La Nación, 22 de septiembre del 2011.

[11] Ídem, FMI.

[12] El concepto en Marx de esta categoría es precisamente ese: “tasa de ganancia empresaria”, es decir, el índice que surge de descontarle a la tasa de ganancia la tasa de interés vigente del momento.

[13] Ver Shaikh, ídem.

[14] Este aspecto es el que subraya Husson; lamentablemente en el trabajo citado, Shaikh no da su opinión al respecto; es decir, acerca de la acumulación–inversión de las ganancias realizadas.

[15] Sobre este estallido, Shaikh tiene otra explicación. Señala que la clave del mismo hay que hallarla en lo insostenible de un endeudamiento que compensó a lo largo de casi tres décadas la caída de los salarios en los países imperialistas. Nos parece que la explicación que intentamos dar aquí a modo de hipótesis hunde sus raíces de manera más sistemática en los problemas específicos de la acumulación y el desarrollo de nuevas ramas productivas. En todo caso, nos debemos un mucho mayor estudio de esta compleja cuestión.

[16] Profundizando algo más en lo que venimos señalando, digamos que el carácter de rama “liviana” de la informática, que sí se ha expandido universalmente a toda la economía, parece ser un limitante para que ella cumpla el rol que en su momento cumplió, por ejemplo, la industria automotriz. Este papel lo podría cumplir, evidentemente, la industria de guerra, pero hoy no estamos a la vera de una guerra mundial; o quizás la industria aeroespacial, pero ella es todavía súper incipiente y seguramente más fuente de pérdidas que de ganancias… En todo caso, sobre esta apasionante cuestión, hay que profundizar también el estudio ulterior.

[17] La economía de las crisis. Un curso relámpago sobre el futuro del sistema financiero internacional. Nouriel Roubini y Stephen Mihn, Editora Intrinseca LTDA, Rio de Janeiro, Brasil, 2010, pp. 15.

[18] FMI, Estudios económicos y financieros, septiembre 2011.