Estados Unidos

"¡Robo al pueblo estadounidense!", opina el premio Nóbel Joseph Stiglitz

Los riesgos que acarrea el plan de rescate financiero

Por David Wessel
Wall Street Journal, 27/03/09

El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, finalmente ha colocado la pieza final de su plan de rescate financiero: las "sociedades público–privadas" que estarán encargadas de comprar préstamos y valores tóxicos en poder de los bancos en apuros.

Ya sabemos de que se trata. Las siguientes preguntas son: ¿Funcionará? ¿Habrá compradores y vendedores? ¿Y qué ocurre si no funciona?

En medio de la furia desatada por las bonificaciones pagadas a empleados de American International Group (AIG), una pregunta que se planteaba era si los fondos de cobertura u otros grandes inversionistas serían ahuyentados por la perspectiva de posibles audiencias en el Congreso y normas gubernamentales que cambian sin cesar, y, por consiguiente, no estarían dispuestos a aventurarse en un emprendimiento conjunto con el gobierno para comprar los activos. En parte debido a que Geithner les ofrece un trato muy conveniente, ese temor se ha disipado y ha sido reemplazado por las acusaciones de que Wall Street se enriquecerá a costa de los subsidios de los contribuyentes. "¡Robo al pueblo estadounidense!", dijo el premio Nobel Joseph Stiglitz.

El Departamento del Tesoro espera que los primeros inversionistas en efecto ganen mucho dinero. Eso alentará a que se sumen más compradores y revitalizará a los mercados para operaciones con préstamos hipotecarios y valores. Y, según el razonamiento del Tesoro, eso les pondrá un precio de mercado a esos activos de forma tal que todo el mundo tenga una indicación de lo que valen actualmente para que se reactiven las transacciones. Y ese paso hacia la normalidad en el funcionamiento del sistema financiero impulsará la confianza, cuya ausencia, según el diagnóstico del Tesoro, es un gran problema.

El secreto para financiar el plan de Geithner no es el dinero privado, sino los fondos del gobierno que no requieren de la aprobación del Congreso. Si un banco tiene un préstamo hipotecario de US$100 que logra venderle a una entidad pública–privada por US$84, los inversionistas privados contribuyen apenas US$6. El Tesoro pone US$6 y el Fondo de Garantía de Depósitos (FDIC) de EE.UU. garantiza un préstamo por US$72, y no necesita que el Congreso lo apruebe.

La Reserva Federal está haciendo algo similar por el lado de los valores; puede imprimir cantidades ilimitadas de dinero sin permiso del Congreso. El motivo por el cual se recluta a inversionistas privados es evitar que el gobierno fije los precios. "Ya que estos inversionistas tendrán el incentivo de negociar con firmeza para asegurarse que sus inversiones sean rentables, el contribuyente estará protegido ante la posibilidad de pagar en exceso", afirma Geithner.

La preocupación actual es si los bancos estarán dispuestos a vender. Eso es un tanto sorprendente, ya que no hace mucho nos hicieron creer que los bancos estaban desesperados por deshacerse de estos activos. La hipótesis de Geithner es que "parte de lo que está dificultando que los bancos se desprendan de esto es la ausencia de un mercado con financiación en el cual venderlo".

Preste atención a la frase "parte de". El problema no son los activos respaldados por hipotecas: su valor ha sido reducido en los libros, supuestamente a niveles que significan que los bancos no soportarán grandes pérdidas si los venden. El gran problema son los préstamos.

Éstos figuran en los libros a los precios que los bancos esperan venderlos en el futuro. Si los bancos los venden a valores muchos más bajos de los que figuran en los libros, tendrán grandes pérdidas que debilitarán sus ya agotadas reservas de capital. Eso llevará a los reguladores a cerrarlos u obligarlos a aceptar tanto dinero de los contribuyentes que el gobierno será su propietario.

Los bancos que han hecho adquisiciones, como J.P. Morgan Chase, Wells Fargo y Bank of America, han rebajado el valor de algunos de los préstamos en los portafolios de los bancos que compraron, así que podrían ser vendedores. Otros bancos, cuyas acciones se transan a precios muy bajos, podrían estar dispuestos a soportar una pérdida con la esperanza de que deshacerse de estos activos los vuelva más atractivos y les permita levantar capital. Pero si sólo los bancos fuertes se deshacen de los activos tóxicos, eso no resolverá el problema de tener bancos demasiado débiles o demasiado paralizados para otorgar préstamos.


El agujero negro del PBI de Estados Unidos

Por Martin Feldstein (*)
crisis–economica.blogspot.com, febrero 2009

Cambridge.– La depresión masiva de la economía de Estados Unidos durará más y causará más estragos que las recesiones anteriores, porque es generada por una pérdida sin precedentes de la riqueza de los hogares. Si bien el paquete de estímulo fiscal que el presidente Obama acaba de firmar impulsará temporalmente la actividad en algún momento de este verano (boreal), es casi una certeza que el pronóstico generalizado de que una recuperación sostenida empezará en el segundo semestre de 2009 resulte excesivamente optimista.

Las recesiones anteriores por lo general se caracterizaban por una acumulación excesiva de inventarios y una inversión sobredimensionada en equipos comerciales. La economía se pudo recuperar a medida que esos excesos eran absorbidos con el tiempo, dando lugar a nuevas inversiones. Esas recuperaciones también se vieron favorecidas por reducciones en las tasas de interés por parte del banco central.

Esta vez, en cambio, la caída en el precio de las acciones y en el valor de los hogares destruyó más de 12 billones de dólares de riqueza de los hogares en Estados Unidos, una cantidad equivalente a más del 75% del PBI. Las reacciones previas ante mermas en la riqueza de los hogares indican que una caída de este tipo recortará el gasto de los consumidores en aproximadamente 500.000 millones de dólares por año hasta que se restablezca la riqueza. Si bien una tasa de ahorro más alta de los hogares ayudará a reconstruir la riqueza, haría falta más de una década de tasas de ahorro relativamente altas para restablecer lo que se perdió.

La caída en la construcción de viviendas se sumó al déficit actual de demanda agregada. La cantidad anual de inicios de obras decayó en 1,2 millón de unidades, reduciendo el PBI anual en otros 250.000 millones de dólares. Si bien esto, llegado el caso, se revertirá a medida que se reduzca el inventario de viviendas sin vender, la recuperación será lenta.

De manera que la economía norteamericana enfrenta un déficit de demanda de 750.000 millones de dólares. Es más, los estabilizadores automáticos habituales de los beneficios de desempleo y la recaudación reducida del impuesto a las ganancias no compensarán esta caída en la demanda, porque no es causada por ingresos menores o mayor desempleo.

Si bien el paquete de estímulo de dos años que se acaba de promulgar incluye un total de 800.000 millones de dólares en reducciones impositivas y en mayor gasto gubernamental, sería un error pensar que esto sumará al PBI una cifra cercana a los 400.000 millones de dólares anuales en cada uno de los próximos dos años. Los hogares ahorrarán la mayor parte de las reducciones impositivas en lugar de utilizar ese dinero para financiar un gasto adicional.

Es más, una parte sustancial del gasto se dispersará en la próxima década. Y parte del gasto gubernamental en el paquete de estímulo reemplazará a otros desembolsos que habrían ocurrido de todas maneras. Una estimación optimista del incremento directo de la demanda anual a partir del paquete de estímulo es de aproximadamente 300.000 millones de dólares en cada uno de los próximos dos años.

El paquete de estímulo, de esta manera, llenaría menos de la mitad del agujero en el PBI causado por la caída en la riqueza de los hogares y la construcción de viviendas, y el restante déficit de demanda de 450.000 millones de dólares en cada uno de los próximos dos años causará efectos posteriores graves. A medida que caiga la demanda, las empresas reducirán producción, lo que desencadenará empleo e ingresos más bajos, dando lugar, a su vez, a mayores recortes en el gasto de los consumidores.

Con certeza, una mejora en el sistema financiero hoy disfuncional les permitirá a los bancos y a otras instituciones financieras empezar a prestar a quienes quieran gastar pero hoy no pueden obtener crédito. Esto ayudará, pero probablemente no será suficiente para alcanzar un crecimiento positivo del PBI.

En consecuencia, un segundo paquete de estímulo fiscal es factible. Sin embargo, tendrá que estar mucho más focalizado en aumentar la demanda para evitar incrementar más la deuda nacional que la suba del gasto doméstico. De la misma manera, los cambios impositivos en un paquete de estímulo de estas características deberían ofrecer incentivos para aumentar el gasto por parte de los hogares y las empresas.

Si bien las tasas de interés oficiales a largo plazo hoy están muy bajas, están empezando a aumentar en respuesta a la perspectiva de un incremento marcado de la deuda nacional. La deuda nacional que tenían Estados Unidos e inversores extranjeros totalizaba alrededor del 40% del PBI para fines de 2008. Es probable que suba a más del 60% del PBI para fines de 2010, mientras que la relación deuda–PBI seguiría aumentando. El incremento resultante en las tasas de interés de largo plazo reducirá todas las formas de gasto sensible al interés, agravando la debilidad de la economía.

De manera que no resulta claro qué ocurrirá para revertir la caída del PBI y poner fin al colapso económico. ¿Acaso una marcada depreciación del dólar hará que las exportaciones aumenten y las importaciones caigan? ¿Un incremento rápido de la tasa de inflación reducirá el valor real de la deuda del gobierno, de los hogares y de las empresas, derivando en menos ahorro y más gasto? ¿O algo más aparecerá para cambiar el rumbo de la economía? Sólo el tiempo lo dirá.


(*) Martin Feldstein, profesor de economía en Harvard, fue director del Consejo de Asesores Económicos del presidente Ronald Reagan y presidente de la Oficina Nacional de Investigación Económica.