Estados Unidos

En el “Día de Acción de Gracias”...

Hambre en Nueva York

Por Idoya Noain
Corresponsal en EEUU
El Periódico, 28/11/09

Como cada año llegó el ritual: la Acción de Gracias tal y como la instauró en 1863 Abraham Lincoln. La reunión con familia y amigos; el pavo, la salsa de arándanos y el pastel de calabaza… Llegó también, como cada último jueves de noviembre, uno de los días en que se hacen más horas de voluntariado en comedores de beneficencia. Este año parece haber más trabajo que antes.

El hambre en EEUU ha alcanzado unas cotas calificadas como «perturbadoras» por el presidente, Barack Obama. Según el Departamento de Agricultura, 17 millones de hogares –o 49 millones de estadounidenses, el 15% de la población– tuvieron dificultades en el 2008 para poner comida en sus mesas. En la cifra, se incluyen 17 millones de niños, o uno de cada cuatro. Es una situación no solo peor que la del año pasado: es la peor de los últimos 14 años.

Nueva York no es diferente al resto del país. Millón y medio de neoyorquinos (o el 19% de los habitantes de la urbe) viven bajo el nivel de pobreza, con ingresos de poco más de 11.000 euros al año para una familia de tres miembros. De esos, más de un millón –incluyendo 350.000 niños y 140.000 personas de la tercera edad– confían para alimentarse en comida de emergencia facilitada por las llamadas soup kitchens o food pantries. Y su situación se hace más incómoda aún si se piensa que los 56 neoyorquinos más ricos acumulan 27 veces el dinero que sumarían juntos ese millón y medio de pobres. 56 individuos. 27 veces más que un millón y medio de personas.

Datos demoledores

Los datos del New York Food Bank, una de las principales organizaciones que luchan contra el hambre en Nueva York, son demoledores. En una ciudad en la que en cinco años el coste de la comida ha subido un 22%, más de un tercio de quienes acuden a organizaciones y bancos de alimentos caritativos tienen que elegir entre pagar la comida o el alquiler. Anda también por encima del 20% el porcentaje de quienes eligen entre comprar comida o pagar por medicinas o atención médica.

Hay este año algún destello de esperanza. En los últimos meses, soup kitchens y food pantries han aliviado un poco sus propios apuros económicos gracias al paquete federal de estímulo, que en la ciudad de Nueva York se ha traducido en unos 30 millones de euros más para alimentación de emergencia. Pero se trata de una solución con fecha de caducidad, pues la inyección de fondos ha sido una cuestión puntual. Mientras, el número de gente que acude a ellos muestra un problema sistémico: la demanda en estos comedores, a los que acuden mayoritariamente personas que no reciben beneficios públicos o inmigrantes sin papeles, ha crecido casi un 21% en un año.

Ayer, entre quienes acudieron a ayudar al Ejército de Salvación a repartir 10.000 comidas (9.200 más que el año anterior) había 300 empleados de Goldman Sachs. Quizá intentaban exorcizar el demonio de primas y bonos de Wall Street que encarna su banco. Fuera como fuera, hacían falta sus manos. Y quizá era la mejor forma de darse cuenta de lo que el senador estatal Charles Schumer ha dicho de una forma simplista pero cargada de verdad: «El hambre es una cosa horrible».