Premio Oscar 2010

The Hurt Locker (En tierra hostil), ganadora del Oscar 2010

Un elemento más de una tendencia lamentable

Por Joanne Laurier
WSWSite, 10/08/09
Rebelión, 11/03/10
Traducido por Ricardo García Pérez

En tierra hostil arranca con una cita del antiguo corresponsal de guerra Christopher Hedges: «el fragor de la batalla es una adicción poderosa y a menudo letal, pues la guerra es una droga».

Así se presenta uno de los motivos centrales de la nueva película de Kathryn Bigelow, directora de obras tan turbias y cargadas de violencia como Acero azul (Blue Steel, 1989), Le llaman Bodhi (Point Break, 1991) o Días extraños (Strange Days, 1995). Con En tierra hostil insiste en su convicción de que «si se maneja de un determinado modo, en el contexto cinematográfico la violencia puede ser muy seductora».

La película, ambientada en Iraq en el año 2004, se ordena en torno a los 38 días de servicio que le quedan a una brigada de desactivación de explosivos del Ejército de Estados Unidos. Tras la muerte en una explosión del anterior jefe del comando (Guy Pearce), llega para sustituirle en Camp Victory, antes conocido como Camp Liberty, el sargento segundo William James (Jeremy Renner). (Nos asalta a duda de si el personaje, un soldado hecho a medida para la campaña de guerra estadounidense, se llama así por uno de los fundadores del pragmatismo estadounidense.)

De ese mismo equipo forman parte también el sargento J. T. Sanborn (Anthony Mackie), un superviviente lúcido, y el irritable especialista Owen Eldridge (Brian Geraghty), que no quiere más que marcharse de Iraq («Si estás en Iraq, estás bastante muerto»).

La vida cotidiana del trío consiste en detectar y desactivar artefactos explosivos caseros. James es un personaje temerario que suele llevar a cabo el trabajo poniendo en peligro a todos los demás. Sanborn, que se toma muy en serio la seguridad de sus hombres, califica a James desde el principio de «montón de basura sureña blanca reaccionaria». Eldridge tiene que someterse a tratamiento psicológico para afrontar el miedo a que le maten. Los dos últimos cuentan los días que les faltan para que los desmovilicen. Por otra parte, aunque James tiene esposa y un hijo, vive para el chute de adrenalina que le suministra la guerra.

La población iraquí ejerce de mero paisaje humano de la situación de tensión en que actúan los artificieros. Es el enemigo, ese «Otro» barbudo para unos soldados estadounidenses bien afeitados. En la película se presenta a la población local como si no tuviera rostro, como simples terroristas vestidos de negro o mediante arquetipos fáciles de identificar, como el comerciante del barrio... que además es terrorista.

Tal como están, los personajes iraquíes actúan principalmente como elementos de atrezo. La presencia de unos insurgentes da pie a los cineastas a analizar en una secuencia larga y desagradable la psicología de los soldados cuando están a punto de matar a alguien. A esto se le hace pasar por «realismo».

La línea argumental es bastante precaria. La película se dedica a exhibir unos cuantos días repletos de acción en la vida de un especialista en desactivación de explosivos. James es la máquina de combate perfecta. Contrasta con los personajes de Sanborn y Eldridge, cuyas vacilaciones se presentan como un defecto comprensible. Sin embargo, para la tarea que se avecina, a Bigelow le parece razonable apuntar que no están suficientemente entregados a «ser todo lo que pueden ser».

Entre medias, las escenas tensas y, en ocasiones, violentas del equipo patrullando en las calles y edificios devastados de Iraq son el interludio convencional para mostrar cómo se establecen los lazos emocionales masculinos en los barracones a través de juegos violentos, ebrios y machistas.

Escasean los momentos con cierta sensibilidad, y están apuntados con torpeza. En una secuencia artificiosa, el psiquiatra del campamento, el coronel John Cambridge (Christian Camargo) aprende por las malas que las palabras valen poco cuando se trata de combatir.

Cuando James regresa por fin a casa con su familia, los realizadores acumulan de forma rudimentaria los obstáculos para su adaptación a la vida doméstica. Las implicaciones del desenlace, de las que seguramente no es plenamente consciente Bigelow, son muy desagradables. Parece estar homenajeando a una casta militar intrépida y entregada a su trabajo, de guardia permanentemente. ¿Ha pensado en las consecuencias de las actividades de estas tropas en el siglo XX?

El guión de En tierra hostil es de Mark Boal, un periodista destinado en Iraq en 2004 por la revista Playboy. Según Bigelow, él fue la principal fuerza impulsora de la producción de la película. En las entrevistas también atribuye la fuente de inspiración de la película al libro de Hedges War is a Force That Gives Us Meaning. Quizá los realizadores escogieran a Hedges por una fama antibelicista que procedía de ciertas disputas con las clases dominantes.

En mayo de 2003, dos semanas después del infame discurso de «misión cumplida» del presidente Bush, Hedges pronunció un discurso en una ceremonia de graduación de Rockford College, en Illinois, en el que dijo: «Si la historia sirve de orientación, nos estamos embarcando en una ocupación que será tan perjudicial para nuestras almas como para nuestro prestigio, poder y seguridad». Algunos estudiantes lo abuchearon y tuvo que ser escoltado para salir del campus por motivos de seguridad. The Wall Street Journal le denunció y The New York Times, el periódico para el que trabajaba, le impuso dejar de hablar de la guerra de Iraq. En consecuencia, abandonó el periódico para acabar nombrado periodista veterano o Senior Fellow de The Nation Institute, una institución periodística no lucrativa de izquierda liberal.

Como En tierra hostil empieza con unos comentarios de Hedges, vale la pena citar por extenso el fragmento del libro donde aparece: «El persistente atractivo de la guerra reside en lo siguiente: Aun con la destrucción y la matanza que siembra, nos proporciona lo que todos anhelamos en la vida. Nos da un propósito, un sentido, una razón para vivir. Solo cuando estamos en medio del conflicto queda de manifiesto que nuestra vida es superficial e insulsa. Nuestras conversaciones y, cada vez más, nuestros informativos, están presididos por trivialidades. Y la guerra es un elixir apetecible...

»El fragor de la batalla es una adición poderosa y, a menudo, letal, pues la guerra es una droga; una droga que he consumido muchos años. Nos la suministran los forjadores de mitos, los historiadores, los corresponsales de guerra, los directores de cine, los novelistas y el Estado, todos los cuales la dotan de cualidades que a menudo posee: emoción, exotismo, poder, oportunidades de elevarnos sobre nuestras pequeños ciclos vitales, y un universo singular y fantástico que presenta una belleza grotesca y sombría.»

Nos vemos obligados a replicar «¡Habla por ti!». Pero, al parecer, Hedges también habla por los realizadores, y sus ideas han contribuido a crear el personaje de James como combatiente perfecto. No lo aquejan las dudas, los miedos ni los vínculos personales; tal como lo presenta Bigelow, es «el soldado del siglo XXI». Si la guerra, «el escenario definitivo» (o, para ser más preciso, la agresión global del imperialismo estadounidense), va a ser un rasgo permanente de la existencia, entonces debe haber un código genético para afrontar las nuevas exigencias. Por desgracia, los realizadores de la película quieren aportar su grano de arena a la causa. En las notas de producción de la película, Bigelow afirma que «el miedo tiene mala fama, pero creo que no la merece. El miedo es clarificador. Te obliga a anteponer las cosas importantes y desechar las banalidades».

La directora aseguraría con certeza que, como James es un técnico en desactivación de explosivos, salva vidas; incluso vidas iraquíes. Para subrayar este aspecto le hace trabar amistad con un niño iraquí por quien está dispuesto a caminar entre las balas y arriesgar la vida por un terrorista suicida arrepentido. Casi todos estos intentos de mostrar la cara «positiva» de un soldado estadounidense en un país ocupado resultan poco convincentes.

La mayor falacia de la película es que sus realizadores parecen creer que se puede esbozar un retrato fiel de la situación psicológica y moral de las tropas estadounidenses sin abordar la naturaleza de la empresa iraquí en su conjunto, como si esta última no afectara la forma de pensar y actuar de los soldados.

En tierra hostil adolece de problemas artísticos graves. ¿Cómo podría ser de otro modo? La premisa en que se basa la película es profundamente falsa y, para ser francos, estúpida; sin ir más lejos, que se puede tratar el conflicto iraquí con «neutralidad», sin pronunciarse sobre sus razones o sinrazones, como un ejemplo de guerra «en abstracto».

Resulta tedioso contemplar el heroísmo de los estadounidenses. Es bastante más que tedioso escuchar las cavilaciones de unos soldados que se muestran esencialmente ajenos a los iraquíes y no reaccionan de ningún modo ante el pueblo que masacran y cuyo territorio ocupan. (La película se rodó en Jordania, y es una triste ironía que los iraquíes de la película fueran iraquíes realmente desplazados por la guerra. Bigelow afirma que «la familia real [jordana] apoyó mucho la producción».)

La invasión y ocupación de Iraq es uno de los grandes delitos de nuestros tiempos. La operación encabezada por Estados Unidos, emprendida sobre los cimientos de mentiras lanzadas contra un país casi indefenso, fue y es una guerra de agresión, ilegal desde la óptica de la legislación internacional. De hecho, durante los juicios celebrados después de la Segunda Guerra Mundial contra los dirigentes nazis, la guerra de agresión se definió como «el delito internacional supremo, que se diferencia de los demás crímenes de guerra en que contiene en su seno el mal acumulado por el conjunto».

Las estimaciones cifran los muertos iraquíes en más de un millón; varios millones más han sido desplazados; ciudades enteras han quedado arrasadas; el país se ha dividido en facciones enfrentadas... todo lo cual podría desembocar en algún momento una nueva guerra civil fratricida. Para la inmensa mayoría de la población mundial, y sin duda para los sectores musulmanes y originarios de Oriente Próximo, la ocupación estadounidense de Iraq está asociada a Abu Ghraib, Haditha, Faluya... torturas y abusos, atrocidades, destrucción masiva. Nada de esto parece preocupar a Bigelow ni a Boal, ni a la intelligentsia de la complaciente clase media estadounidense en general. Es escandaloso que no se escandalicen.

Muchos militares estadounidenses han regresado de Iraq con la vida hecha pedazos. En primer lugar, a la mayoría no les espera una existencia tranquila y económicamente estable, como le sucede a James. Además, las atrocidades que están cometiendo las tropas de combate estadounidenses en Iraq y Afganistán, resultado inevitable de una guerra neocolonialista, están transformando a una parte de los veteranos en un estrato social gravemente afectado e incluso psicópata.

Un artículo reciente publicado en este mismo World Socialist Web Site aludía a unos reportajes sobre una compañía del Ejército de Estados Unidos con sede en Fort Carson, cerca de Colorado Springs, en Colorado. (Véase What imperialist war produces: Iraq veterans charged with murder and other crimes). Los miembros de la compañía, que presenciaron combates intensos y prolongados en Iraq, han cometido al regresar a su país docenas de delitos, incluídos asesinatos, tentativas de asesinato, violaciones y robos. Algunos de ellos están en prisión cumpliendo condenas muy largas por unos hechos brutales.

En entrevistas concedidas a periódicos locales, varios soldados daban detalles del tipo de atrocidades en las que habían participado o de las que fueron testigos en Iraq: matanza de civiles, tortura a detenidos, descuartizamiento de cuerpos. Un periódico de Colorado señalaba: «Más de la mitad de los soldados acusados o condenados afirmaron haber visto durante sus misiones crímenes de guerra, entre los que había asesinatos de civiles».

¿Es a esto a lo que se refiere Hedges cuando habla de «el persistente atractivo de la guerra»? Debería explicárnoslo.

Una serie de críticos afirman que En tierra hostil se inscribe en la tradición de películas antibelicistas como Platoon (Platoon, 1986), de Oliver Stone o La chaqueta metálica (Full–Metal Jacket, 1987), de Stanley Kubrik. Es absurdo. Por muchos puntos débiles o extravagancias que contengan, ambas películas mostraban hostilidad sin ambages hacia la Guerra de Vietnam y el impacto deshumanizador del ejército sobre los jóvenes. Las comparaciones de En tierra hostil con la demoledora Apocalypse Now (Apocalypse Now, 1979), de Francis Ford Coppola, son aún más rocambolescas.

El trato favorable casi universal que ha recibido la película de Bigelow por parte de la crítica es un fenómeno en sí mismo. Muchos de los analistas, tras declarar que En tierra hostil y las interpretaciones que contiene son «material para un Oscar», comentan que la principal ventaja de la película con respecto a otras anteriores sobre Iraq es la perspectiva «apolítica» que ofrece. ¿A quién se quiere engañar?

Hay un proceso social en curso. Toda una capa de la clase media liberal se está adaptando cómodamente al neocolonialismo estadounidense, y justifica su actitud aludiendo a la nueva administración «progresista» de Washington, que está llevando a cabo un tipo de intervención distinta, con objetivos diferentes. Nadie puede explicar muy bien en qué se diferencia. Los cadáveres continúan amontonándose.

Bajo el discurso de que se trata de una película que elude «la retórica partidista y la adopción de poses» y «aparta de la guerra a la política» subyace un punto de vista político firme. Quizá lo que mejor lo describa (en la revista The New Yorker) sean las palabras del periodista George Packer, uno de los primeros defensores de la guerra contra Iraq: «Sobre todo, [En tierra hostil] es una película de Iraq con un programa modesto y sin opiniones políticas obvias. Ahí, más que en ningún otro sitio, reside el manantial de su fuerza [...] Tal vez, con la marcha de la administración Bush, la retirada de las unidades de combate estadounidenses de las ciudades iraquíes y la atención que el nuevo presidente ha pasado a prestar a Afganistán, Pakistán e Irán, la de Iraq pueda empezar a convertirse en una guerra real, no en un símbolo de un mal devorador; en objeto de películas que intentan ser buenas películas, y no hacer grandes declaraciones».

¡Viva el poder estadounidense en Iraq! ¡Viva Obama! Todo va bien en el mundo.


Sobre “The Hurt Locker” (En tierra hostil)

Palabras para un Imperio

Por Salvador López Arnal
Para Socialismo o Barbarie, marzo 2010

No he visto En tierra hostil. Para ser sincero: no ardo en deseos de verla. Para ser más sincero aún: el espacio de mis inquietudes que la señalan es biyectable con el conjunto vacío.

Sara Brito se ha preguntado en Público [1] por las razones que pueden explicar el amplio arco de reconocimiento transitado por la película de la señora Bigelow: de la indiferencia o indignación tras su presentación en la Mostra de Venecia de 2008 (el jurado estaba presidido por Win Wenders) hasta los seis Oscars de la noche de 7 de marzo de 2010, pasando por los aproximadamente setenta premios conseguidos durante estos dos años. ¿Es casual, pregunta Sara Brito, que ésta sea la primera película sobre el conflicto iraquí que ha arrasado entre la crítica, aunque no entre el público americano? Su respuesta: no es marginal que sea la película con “menor carga ideológica” realizada hasta el momento “la que haya puesto de acuerdo a los medios y a la Academia”.

No es evidente que esta explicación carezca de alguna arista débil. Marcos Salgado [2], por ejemplo, ha señalado argumentadamente hacia una vértices muy alejados: “[…] Más allá de sus cualidades técnicas y narrativas, cuestión que no compete abordar aquí, “The Hurt Locker” es, esencialmente, propaganda de guerra. De una guerra de ocupación que ya lleva siete años, y donde murieron, según cálculos muy conservadores, al menos 100.000 civiles, otros, indican que esa cifra supera el millón de personas. El detalle de las bajas estadounidenses es más puntilloso: 4.698, hasta ayer. Sin embargo, en la gran ganadora de los Oscar nuestros héroes jamás disparan sus fusiles si no están seguros de que el civil que tienen enfrente representa una amenaza. Se ponen nerviosos, sí. Hasta tienen miedo, pero no disparan. ¿Quién mató entonces a tantos civiles en Irak? Nuestros héroes, seguro que no”.

Joanne Laurier [3] por su parte, ha señalado en la misma dirección: “La mayor falacia de la película es que sus realizadores parecen creer que se puede esbozar un retrato fiel de la situación psicológica y moral de las tropas estadounidenses sin abordar la naturaleza de la empresa iraquí en su conjunto, como si esta última no afectara la forma de pensar y actuar de los soldados. En tierra hostil adolece de problemas artísticos graves. ¿Cómo podría ser de otro modo? La premisa en que se basa la película es profundamente falsa y, para ser francos, estúpida; sin ir más lejos, que se puede tratar el conflicto iraquí con «neutralidad», sin pronunciarse sobre sus razones o sinrazones, como un ejemplo de guerra «en abstracto».

El gran analista político Pepe Escobar [4] lo ha resumido del modo siguiente: “En tierra hostil es un mero e imprevisto subproducto (y en última instancia rentable) de una invasión y ocupación que han destruido a una nación y han matado, directa e indirectamente, a cientos de miles de iraquíes que, a diferencia de “nuestros hombres y mujeres de uniforme”, ni siquiera se merecieron una mención de Bigelow en su mayor momento de gloria. El hecho de que En tierra hostil ganara sobre Avatar –la película más elaborada, antibelicista y de mayor recaudación en taquilla de todos los tiempos– dice mucho de los artefactos explosivos improvisados de la supuesta elite “cultural” estadounidense”.

Para redondear el círculo, siguiendo la indicación de Escobar, es conveniente recordar las palabras que la premiada directora, una informada ciudadana usamericana de 58 años, pronunció la noche del 7 de marzo cuando le fue entregado el Oscar a la mejor dirección, el primero que se entrega a una mujer en los 82 años de historia de los premios: “Dedico este premio a los hombres y mujeres que sirven en Irak, Afganistán y en todo el mundo. Que regresen sanos y salvos a casa”. Aplausos, más aplausos.

¿Palabras improvisadas? No hay nada improvisado en la “ceremonia de la entrega”. Buscadas y medidas palabras, una detrás de otra, una al lado de la otra. Soldados y oficiales que sirven en Irak, Afganistán y en todo el mundo. Claro aunque no distinto.

¿Recuerdan alguna declaración reciente que roce ni siquiera la zafiedad de este servilismo cómplice? ¿Puede haber alguna duda sobre las intersecciones no vacías entre el Pentágono, la Casa Blanca y el grupo dominante de la industria de Hollywood? ¿Película sin apenas carga ideológica? Todo parece apuntar en dirección opuesta. ¿Simples palabras de agradecimiento? No lo parecen. ¿Jalear oídos de los poderosos? ¿Agradecer la mano que mece una cuna y un hábitat de privilegiados? No parecen hipótesis muy rebuscadas.

¿Una izquierda trasnochada que ve cine como quien lee un ensayo o un panfleto político–ideológico? Será eso.. aunque no lo parece.

PS: Me olvidaba. Barbara Streisand hizo entrega de la estatuilla a la patriota directora usamericana. Mejor imposible, acierto pleno en la elección.


Notas:

[1] Sara Brito, “El filme sobre la guerra con el que EEUU puede tragar” Público, 9 de marzo de 2010, p. 37.

[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=101905

[3] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=102004

[4] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=102027