Estado Unidos

Estados Unidos, asaltado por los moralizadores

Por Paul Krugman (*)
The New York Times, 31/10/10
La Nación, 06/10/11

Nueva York.– "¿Cuántos de ustedes quieren pagar por la hipoteca de su vecino, que tiene un baño extra y no puede pagar las cuentas?", es la pregunta que hizo Rick Santelli de CNBC en 2009, lo cual se considera que dio nacimiento al movimiento del Tea Party.

Es un sentimiento que resuena no sólo en EE.UU., sino en gran parte del mundo. El tono difiere de un lugar a otro. Escuchando a un funcionario alemán denunciar los déficits, mi esposa susurró: "Nos entregarán látigos para que nos flagelemos". Pero el mensaje es el mismo: la deuda es mala, los deudores deben pagar por sus pecados y desde ahora todos debemos vivir de acuerdo con nuestros miedos. Y ese tipo de moralización es el motivo por el que estamos empantanados en una caída aparentemente sin fin.

Los años que llevaron a la crisis de 2008 estuvieron marcadas por un endeudamiento insostenible, lo que fue mucho más allá de las hipotecas subprime . Hubo una desaforada especulación inmobiliaria en Florida y Nevada, pero también en España, Irlanda y Letonia. Y todo se pagó con dinero prestado.

Este endeudamiento no hizo al mundo más rico ni más pobre: la deuda de una persona es el activo de otra. Pero hizo vulnerable al mundo. Cuando los prestamistas de pronto observaron que habían prestado demasiado, los deudores se vieron obligados a reducir drásticamente su gasto. Esto llevó al mundo a la recesión más profunda desde la década de 1930. Y la recuperación resultó débil e incierta, dada la deuda aún existente.

La clave por tener en cuenta es que, para el mundo en su conjunto, el gasto es igual al ingreso. Si un grupo de personas –las que tienen deudas excesivas– se ve forzado a reducir gasto para pagar deudas, debe suceder una de dos cosas: otro debe gastar más o el ingreso mundial cae.

Pero las partes del sector privado que no están cargadas con altos niveles de deuda ven pocos motivos para aumentar su gasto. Las corporaciones tienen mucho efectivo, pero ¿por qué expandirse, si tanto de la capacidad que ya tienen está ociosa? Los consumidores que no se endeudaron excesivamente consiguen préstamos a tasas bajas, pero ese incentivo a gastar es más que contrapesado por la preocupación por la debilidad de la demanda laboral. Nadie del sector privado está dispuesto a llenar la brecha creada por la deuda que se arrastra.

Los gobiernos debieran estar gastando mientras no lo haga el sector privado, de modo que los deudores puedan pagar sus deudas sin perpetuar una baja global. Los gobiernos debieran estar promoviendo medidas para aliviar la carga de deuda: reducir las obligaciones a niveles que los deudores puedan manejar es la manera más rápida de eliminar el arrastre de deuda.

Pero los moralizadores no quieren saber nada de eso. Denuncian el gasto deficitario, declarando que no se pueden resolver los problemas de deuda con más deuda. Denuncian el rescate de los deudores, diciendo que es un premio para quien no lo merece.

Si uno les señala que sus argumentos no cierran, estallan de ira. Trate de explicar que cuando los deudores gastan menos, la economía se deprime a menos que alguien gaste más: le dirán "socialista". Trate de explicar por qué la ayuda a los deudores hipotecarios es mejor para EE.UU. que la apropiación de casas que deben venderse con inmensas pérdidas y se ponen a perorar como Santelli. Los moralizadores están llenos de intensidad apasionada. Y quienes debieran tener mejor criterio no tienen convicción.

John Boehner, líder de la minoría de la Cámara baja, fue motivo de burla el año pasado, cuando declaró: "Es hora de que el gobierno se ajuste el cinto".

Dada la depresión del gasto privado, el gobierno debiera gastar más, no menos. Pero desde entonces el presidente Obama repetidamente usó la misma metáfora y prometió equiparar el ajuste privado con el ajuste público. ¿No tiene coraje para enfrentar las concepciones equivocadas del pueblo o se trata tan sólo de fatiga intelectual? Como sea, si el presidente no defiende la lógica de sus propias políticas, ¿quién lo hará?

Mientras tanto, el programa de modificación de hipotecas de la administración –programa que inspiró a Santelli – al fin de cuentas no ha logrado casi nada. Parte del motivo es que los funcionarios estaban tan preocupados de que se los pudiera acusar de ayudar a quienes no lo merecían que terminaron no ayudando a casi nadie.

Por lo que los moralizadores están ganando. Cada vez más votantes, aquí y en Europa, están convencidos de que lo que necesitamos no es más estímulo, sino más castigo. Los gobiernos deben ajustarse el cinturón; los deudores deben pagar lo que deben. Lo paradójico es que, con su decisión de castigar a quienes no merecen ayuda, los votantes se castigan a sí mismos: al rechazar el estímulo fiscal y la reducción de deudas, están perpetuando el alto desempleo. En los hechos, están reduciendo su propio empleo para perjudicar a sus vecinos. Pero no lo saben, y por eso la caída continuará.


(*) Premio Nóbel de economía.