EEUU: se evitó el default pero se
agravó la crisis

EEUU queda como claro perdedor de una crisis que no beneficia a nadie

Y el ganador es... ninguno

Por Antonio Caño
Corresponsal en Washington
El País, 01/08/11

Con un acuerdo en el horizonte para evitar la suspensión de pagos, llega la hora de decidir quiénes son los ganadores de esta crisis. Aunque las principales exigencias de los republicanos han sido aceptadas y Barack Obama y los demócratas son quienes más han cedido en la búsqueda de una solución, eso puede no traducirse automáticamente en una posición ventajosa de los primeros con vistas a próximas citas electorales. Esta es una crisis compleja que los ciudadanos pueden juzgar desde diferentes ángulos y con imprevisibles resultados.

Obama ha cedido claramente en el principio de aceptar recortes de gastos sociales sin una compensación de aumento de impuestos a los ricos. Es de esperar en los próximos días una ola de furia de parte de la izquierda por esa razón. Pero el Partido Republicano ha transmitido una imagen de radicalismo e irresponsabilidad que genera dudas sobre su capacidad para gobernar y puede alejarle de los votantes independientes. Atrapado en las redes del Tea Party, la unidad del partido se ha visto amenazada y sus principales líderes, particularmente el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, se han debilitado.

El perdedor indiscutible, por el momento, es el propio Estados Unidos, que ha vivido una especie de Vietnam político en el que ha quemado prestigio como país, credibilidad como gran potencia y solvencia como patrón económico de referencia. El mundo tiene hoy todo el derecho a preguntarse: si la clase política norteamericana se comporta así en un asunto de vital trascendencia para sus propios intereses, ¿se puede dejar en sus manos otras decisiones cruciales para la estabilidad internacional?

Las naciones no alcanzan la categoría de potencias dominantes solo por poseer grandes economías o poderosos ejércitos. Es preciso también que actúen acorde con los intereses genéricos del resto de los países, a favor de la prosperidad y de la paz mundial. Esta crisis ha desatado dudas razonables de que, en su actual situación política, EE UU sea capaz de hacerlo, por lo que las consecuencias más graves de lo ocurrido aquí en las últimas semanas pueden sentirse en los años venideros.

Lo que probablemente quedará de esta crisis no serán los cruces de acusaciones y amenazas entre un lado y otro del arco parlamentario. Lo que quedará, aunque se evite en última instancia la tragedia de la suspensión de pagos, es la impresión de una clase política incapaz de responder a intereses globales. Para los enemigos de EE UU, esta será una fecha que anotarán en el calendario como uno de los hitos que marcó el declive de este país.

No se siente aún así en EE UU. La precipitación por responder a las presiones inmediatas obliga por el momento a ambos partidos a limitar los daños propios y agravar los del contrario. La campaña electoral empieza dentro de seis meses y va a ser muy importante la interpretación que los electores hagan de lo que ha ocurrido en Washington en estos días. Sobre el papel, es un éxito indiscutible de los republicanos. El simple hecho de que Obama haya tenido que aceptar condiciones para la elevación del techo de deuda, un procedimiento que se ha hecho 77 veces en los últimos 50 años sin que nadie reparara siquiera en su existencia, es una gran victoria de los conservadores.

Pero, además, esas condiciones, por lo que se conoce del acuerdo, recogen esencialmente la filosofía republicana y contradicen las promesas del presidente. Hace exactamente una semana, cuando Obama se dirigió a la nación por televisión, todavía defendió la necesidad de "pedir a los norteamericanos más ricos y a las corporaciones más grandes renunciar a algunas de sus ventajas fiscales y deducciones especiales". Por el momento, no hay ninguna de esas renuncias en el pacto hecho con los republicanos. Esto va a confirmar, ante los ojos de la izquierda, que Barack Obama es un presidente blando y excesivamente conciliador. "Siempre empieza las negociaciones situándose a mitad de camino, y a medida que el otro se corre a la derecha, él le sigue en esa dirección", se quejaba ayer el economista Paul Krugman.

La esperanza de la Casa Blanca es que esa condición, que la izquierda ve como un defecto, sea considerada virtud por el público en general. La opinión pública quería un acuerdo. Así lo decían explícitamente las encuestas. Si ese acuerdo es mérito de la flexibilidad de Obama o de la firmeza de los republicanos, queda para un juicio posterior.


El estúpido imperio se impone, la nación pierde

Por Saul Landau (*)
Progreso Weekly, 27/07/11

“La razón por la que tenemos un Departamento de Defensa es para romper cosas y matar a gente. El problema que tenemos ahora es que gran parte del dinero no va a manos de los que rompen cosas y matan a gente”. (Declaraciones del general retirado del Cuerpo de Infantería de Marina Arnold L. Punaro, miembro de la Junta de Negocios de la Defensa, a The Washington Post, 21/07/11)

A medida que las mentes estratégicas de Washington averiguan cómo construir una nación en Afganistán mientras socavan la destruida infraestructura de este país, la cultura política norteamericana se dedica a debatir acerca del matrimonio gay y el tope de la deuda.

En su programa de radio, Rush Limbaugh aún subraya el segundo nombre del presidente: “Huuu—ssssein.” Millones ahogan una risita indignada por la “sutileza” de Rush y, por supuesto, siguen creyendo que el musulmán radical Obama nació en Kenia. Para Rush, Obama representa a la izquierda, una amenaza a nuestro derecho a escoger a nuestros propios médicos y quedarnos con todo nuestro dinero. Los círculos progresistas de izquierda han rebautizado a Obama: el Presidente Desilusión.

Al juzgar al presidente, ambos campos tienden a pasar por alto o confundir la fuerza de las instituciones imperiales en la formación de las políticas. Mientras que la disfunción se apodera de la gobernancia y las prioridades razonables, gran parte de la retórica anti-Obama que se escribe sigue siendo personal. “A él le fascinan los mejores y más brillantes individuos blancos”, escribió Frank Rich en la revista New York (3 de julio), como si en vez de eso Obama pudiera haber confrontado y cambiado a los blancos que son los pilares de las instituciones atrincheradas y de la cultura arraigada.

Obama heredó un legado imperial, el cual le ofrece opciones limitadas. Las reglas del Siglo Norteamericano de Henry Luce aún prevalecen en los supuestos de política y encuentran una voz pública en los editoriales de los principales periódicos. Dios, la Historia y el Destino escogieron a Estados Unidos para patrullar el mundo y definir el orden estratégico y económico, no importa cuán destruida esté la economía. Europa Occidental aún no se ha enfrentado a esos supuestos.

Mientras tomaba posesión del cargo en 2009, el legado cayó invisible pero pesadamente sobre los hombros de Obama: la permanente y enorme institución militar (casi $1 billón de dólares al año, contando la inteligencia, armas  nucleares y las guerras no presupuestadas) recibiría un apoyo sin cuestionamientos de parte de la mayoría congresional y los más importantes medios de prensa. Después de solo una década, Eisenhower observó y temió a este complejo militar-industrial y científico. Sesenta años después, casi todos los distritos congresionales tienen un proyecto “relacionado con la defensa”.

La retórica de campaña de Obama, un presidente en busca del “cambio”, no incluía enfrentarse al Establishment de unos 400 000 miembros de las fuerzas armadas en casi 800 bases a través del mundo (40 países), además de dos guerras simultáneas en curso. Adicionalmente, esta industria de “defensa” y sus derivados –las bases que mantienen a pueblos y pequeñas ciudades– está relacionada con millones de empleos.

¿Imaginó Obama que las crisis financieras de alguna forma provocarían que el Establishment al que le deben fidelidad abandonaría las reglas y los costos del imperio para que los pobres y la clase media del país sufran menos? Solo un hechicero cínico hubiera previsto que los republicanos decidirían impedir la reelección de Obama a cualquier precio. Escogieron el tope de la deuda como su tema principal para forzar una crisis, y así minimizar el desempleo, ejecuciones hipotecarias, personas sin vivienda y la pobreza en aumento que ha atacado a la población y obligado a estados y ciudades a cerrar escuelas, clínicas y bibliotecas –y permitir que se erosione la infraestructura.

Los miembros del propio partido de Obama en el Congreso se sumaron al lunático desfile republicano de horrores que es la mentira del tope de la deuda, la cual trasciende con mucho las necesidades básicas de la gente; por tanto, el Congreso debe reducir drásticamente o incluso eliminar programas sociales básicos.

A fines de la década de 1940, los liberales norteamericanos se convirtieron en importantes socios de lo que se convirtió en la economía permanente de guerra. En 2011, este monstruo ha crecido y devorado enormes porciones del tesoro nacional. El  no cuestionado presupuesto imperial –no olviden los acuerdos de libre comercio– se combina con el constante deseo corporativo de reducir el socialmente necesario costo de la fuerza de trabajo. La verborrea acerca del tope de la deuda y el derroche del gobierno le cubre las espaldas a las corporaciones.

Nadie oye a los directores generales quejarse de los costos del imperio, porque el imperio protege las inversiones y defiende medidas económicamente ventajosas. Sin embargo, el público recibe este mensaje en eufemismos que comienzan con palabras como “libre”, “seguridad”, “defensa” y “guerra al terrorismo”.

El Congreso no pregunta cómo recortar cientos de miles de millones dólares de las dudosas aventuras imperiales y con eso reconstruir la infraestructura. En su lugar, los republicanos (y algunos demócratas) llegan a un consenso para recortar los programas de Seguridad Social, Medicare y Medicaid que costó a los trabajadores norteamericanos esfuerzo y sangre para que se establecieran. Solo queda a debate la cantidad a reducir.

A medida que el consenso se fortalecía en contra de gravar con impuestos a los asquerosamente ricos EEUU, según el World Factbook de la CIA, cayó al lugar 46 en mortalidad infantil, superado por Cuba.[1]

Una encuesta de la revista médica Lancet acerca de la mortalidad maternal, descubrió que Albania se encontraba en el lugar 22, con 8,1 por 100 000 nacimientos vivos, mientras EEUU se situaba en el puesto 39 con 16,7.[2]

Estas tasas en picada y el constante alto desempleo (más de 9%) debieran señalarle al presidente el camino hacia un plan lógico. En su lugar, Obama ha ignorado la invisible erosión de las normas norteamericanas y ha dedicado su retórica y su atención, como prometió en su campaña, en ganarse “corazones y mentes” –olvídense de la guerra– en Afganistán, el cual permanece en el lugar 181 (último) en la lista de indicadores básicos,  después de una década de buenas obras (ocupación), exactamente el mismo lugar que ocupaba cuando gobernaba el Talibán.

El imperio recibe su aumento anual de financiamiento para multiplicar la destrucción y la muerte –mientras que de manera simultánea multiplica los enemigos de EEUU en nombre de la lucha contra el terrorismo. El debate acerca de este tema es mínimo, mientras que fuego y azufre emergen para decidir cuánto más se reducirán los fondos que sostienen la infraestructura de la nación.

“Me recuerda a la Antigua Roma”, me dijo un amigo.  “Bachman y Palin pudieran gobernar en vez de Nerón y Calígula”. Cómo alertó el ex rector de Harvard Derek Bok: “Si ustedes creen que la educación es cara, prueben con la ignorancia”.


* El nuevo filme de Saul Landau, “Por favor, que el verdadero terrorista se ponga de pie”, está disponible en DVD por medio de cinemalibrestudio.com. Landau es miembro del Instituto para Estudios de Política.

Notas:

1.- En: http://en.wikipedia.org/wiki/List_of_countries_by_infant_mortality_rate).

2.- EN: www.guardian.co.uk/news/datablog/2010/apr/12/maternal-mortality-rates-millennium-development-goals