Haití

Los habitantes del distrito privilegiado de Puerto Príncipe escapan del terremoto
sin un rasguño – El mercado negro no conoce la escasez

En Pétion Ville, el barrio acomodado,
los ricos salen casi indemnes

Por Francisco Peregil
Enviado especial
El País, 19/01/10

Puerto Príncipe.– Conforme se asciende por la colina de Montagne Noire, en el distrito de Pétion Ville, van quedando atrás el polvo, la miseria y la muerte que asedian Puerto Príncipe. Por el camino se ve alguna tubería rota y la gente aprovecha para asearse. Pero a los más ricos de la capital de Haití el terremoto apenas les afectó.

En lo alto de Montagne Noire se encuentra el hotel Ibo Lelé. Su directora, Elsa Baussan, es también vecina del barrio. "En esta zona no hay casi ningún edificio afectado. Y en nuestro hotel, ningún daño", relata. "El almacén lo teníamos lleno y no hemos notado escasez de ningún producto hasta ahora. Pero no sé si empezaremos a notarlo más adelante, porque no estamos recibiendo abastecimiento".

El esposo de Baussan, Noel Godulons, se muestra muy crítico con la ayuda de los estadounidenses: "Lo quieren acaparar todo. Se han adueñado del aeropuerto y sólo dejan aterrizar a sus aviones. Por lo visto, un avión ruso ha tenido que irse sin aterrizar porque ellos no lo han dejado".

Elsa Baussan lamenta que hasta ahora no haya ni Gobierno nacional ni ayuda extranjera en la calle. "Se ven pasar los camiones de la Cruz Roja, pero no se ve a ninguno dando ni siquiera agua. Y los cadáveres, cada uno los entierra como puede. En casa de mi madre, en otro barrio, han muerto siete personas y a cuatro de ellos los hemos tenido que enterrar en el jardín", se lamentaba.

–¿Qué está haciendo la clase alta de Haití por sus compatriotas afectados?

–Muchas cosas. ¿Usted sabe cuántos funerales de mis empleados he pagado yo? Eso es una ayuda, pero no se ve.

–¿Cuántos funerales ha pagado?

–Ni lo sé. Tengo 70 empleados, pero ahora mismo ni lo sé. Ya me lo dirá mi contable cuando pase esto. Primero hay que hacer la tortilla y después contar los huevos. Hacemos lo que podemos, aunque también estamos afectados. Mi sobrino ha perdido tres de sus almacenes. Y mi cuñado, que es el dueño de la Pepsi–Cola en Haití, está regalando los refrescos. Le he pedido para el hotel y me ha dicho: "Si te doy algo lo vas a vender y todo lo que tengo ahora mismo es para regalar".

Los niños de los ricos, igual que los pobres, tampoco tienen escuela en Puerto Príncipe. "Aunque ellos estén ilesos y los colegios privados sin daños, no se puede dar clase con la miseria que hay por ahí fuera", reconoce Baussan.

Las gasolineras se encuentran atestadas de motoristas y conductores de vehículos. Hay que esperar más de dos horas para llenar el depósito. Pero los ricos pueden salvar el escollo pagando algo más en los puestos callejeros del mercado negro para abastecerse de combustible.

En el barrio aledaño de Morne Calvaire, el director de Haiti Business, la única revista de negocios del país, Claude Cadiot, comenta que él tuvo la inmensa suerte de que le sorprendiera el terremoto en París.

"Pero ahora estoy llamando a los más de 200 clientes que se anuncian en mi publicación para ver quién se ha muerto y quién no se ha muerto. Por lo que voy viendo, la mayoría ha tenido suerte", explica.

Hay pequeñas molestias que alterarán durante algún tiempo la vida de los ricos. La famosa galería de arte Nader, que aparece en todas las guías de viaje como centro de la mejor pintura haitiana, ha cerrado sus puertas estos días.

El campo de golf Pétion Ville Club se encuentra tomado desde el sábado por 300 marinesde Estados Unidos. Y tienen intención de seguir un buen tiempo instalados por allí.

El Instituto de Danza Lynn Williams Rouzier también ha paralizado sus actividades, aunque el edificio permanece intacto. Pero la vida continúa en lo alto de las colinas más altas de Pétion Ville, donde sólo tiene sentido vivir si uno posee un buen coche. Los tiros y los disturbios callejeros que se desatan por el hambre nunca llegan hasta allí.


La destrucción acentúa la miseria de las zonas marginales de la capital

El seísmo machaca a los pobres

Por Antonio Jiménez Barca
Enviado especial
El País, 19/01/10

Puerto Príncipe.– Después del terremoto, los habitantes de Cité Soleil cargaron sus muertos hasta una avenida de otra zona menos miserable del ya de por sí miserable Puerto Príncipe porque sabían que nadie entraría jamás a su barrio a llevárselos.

Los efectos de un terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter en una ciudad de chabolas son los esperados: muchas casuchas se han hundido, pero otras muchas se han mantenido sorprendentemente en pie, de modo que la calle principal (es un decir) de Cité Soleil mantiene algo su perfil de siempre: tiendas diminutas y cerradas, talleres sombríos de todo y nada, viviendas de tres metros cuadrados, cientos de personas tumbadas sin hacer nada, un riachuelo inmundo que corre a los márgenes y niños desnudos jugando con media botella de plástico a la que propulsan como si fuera un coche de carreras...

Pero las chabolas se han agrietado tanto que los que malviven ahí prefieren dormir al raso, al lado de un montón informe de basura y del río citado, que dentro de la que hasta el martes pasado fue su casa. Por otra parte, a muchas de las construcciones, enteras por fuera, se les ha hundido el tejado de cartón o de uralita expulsando a sus antiguos habitantes de allí. Además, la brutal sacudida económica y social que ha sufrido la ciudad entera se ceba con los últimos de la cola.

Bazile Pludic es uno de estos últimos de la cola: trabajaba, cuando podía, acarreando fardos en una fábrica de madera que ha cerrado definitivamente después de la hecatombe del martes. Pludic confesó ayer a las dos de la tarde que no sabía qué comerían él y su mujer en todo el día y que tenía hambre.

–¡Tengo hambre!, repitió, de pronto, en voz alta, como para que le creyeran de verdad.

En el ventanuco de una chabola cercana apareció el rostro de una mujer mayor, desdentada, sucia, que añadió: "Todo el mundo aquí tiene hambre, tío".

¿Vendrá algún tipo de ayuda humanitaria hoy?

Alguien responde que en la plaza principal (es un decir) de este poblado, todas las mañanas llega un camión con comida. ¿Será francés? ¿Ruso? ¿Será español? ¿De Naciones Unidas? ¿Será de los marines norteamericanos?

La plaza está lejos. Se llega después de caminar entre miseria, casas torcidas, tiendas de nombres raros como "Es mi opinión", y gentes que a pesar de todo sonríen al paso del extranjero antes de pedirle agua, dinero o algo para comer. La plaza es una vieja pista de baloncesto tomada por los más miserables de la ya miserable Cité Soleil: gentes de este barrio que se han quedado sin casa, que no cuentan con familia en otra parte y que viven, literalmente, debajo de una sábana pinchada en un palo para que no les dé el sol.

De pronto se adivina a lo lejos el famoso camión de la mañana, el de la comida. Es viejo y pequeño. Por descontado, no es de los marines. No parece francés, ni español, ni siquiera ruso. Es una camioneta verde con 20 años encima, un hombre pequeño y sudoroso al volante y tres jóvenes en la trasera. Pintadas en la puerta hay unas letras: "Misión de caridad La Koulade". El del volante es el padre Cyril y los de atrás, tres muchachotes del barrio que ayudan a descargar.

"Son los de siempre. Ellos siempre nos ayudan, desde hace mucho tiempo, desde antes del terremoto. De los extranjeros no ha venido nadie todavía", dice una mujer.

El padre Cyril explica las reglas: sólo un vaso de trigo por cabeza.

–No hay suficiente. Ya lo sé. Usted que es periodista y extranjero, ¿no puede hacer algo? Ya le digo que esto no es suficiente.

Un chico trepa a una suerte de escenario derruido con el saco y comienza a repartir las diminutas cantidades de comida a las decenas de personas que hacen cola con su vaso en la mano. Un helicóptero impone silencio entonces al pasar petardeando muy cerca. Viene del aeropuerto, donde se supone que a estas alturas están ya desembarcando los esperados marines, a los que toda la ciudad aguarda como reparadores de todo: delante de un edificio cercano hundido por el terremoto alguien ha colocado un cartel en inglés: "Bienvenidos, soldados americanos. Necesitamos ayuda: en este edificio hay cadáveres dentro".

Pero mientras llegan o no, en Cité Soleil el padre Cyril termina en la plaza y monta en la camioneta para acudir a otra esquina con otro saco de trigo insuficiente para hambrientos con vasos vacíos.

En dirección contraria, dos personas llevan en una carretilla a una chica con la pierna rota que se protege del sol con una sombrilla de colores. Poco después aparecen cuatro personas llevando dentro de un edredón mugriento a una niña. Vienen del hospital, donde no les atendió nadie por falta de médicos. A Cité Soleil no llega nadie: ni los recogedores de cadáveres, ni las ambulancias ni los camiones de comida extranjera.

En una calle, hay un esqueleto de escuela de dos plantas. Las paredes se han hundido. Pero los pupitres y la pizarra se mantienen en pie, tal y como se encontraban el día del terremoto. En la pizarra hay una fecha y una frase milagrosamente intactas: "Martes 13 de enero. Los dioses castigan a los mentirosos".