Haití

Basta de ocupación militar - Salida de las todas las tropas (norteamericanas y
del Minustah)

El terremoto del 12 de enero y
su construcción socio-histórica

Por Franck Séguy (*)
La Breche, 12/02/10
Correspondencia de Prensa, 26/02/10
Traducción de Ernesto Herrera

Para el haitiano que soy, en mi exilio voluntario, convertido en exilio forzado desde el trágico 12 de enero 2010 (tenía previsto la vuelta a mi tierra natal el 16 de enero), cualquier actividad sobre Haití es una cuestión existencial. Informarme sobre lo que ocurre allí se convierte en un tipo de suplicio. Una obligación de soportar el racismo latente que mi pueblo siempre ha sufrido. Una manera de morir a fuego lento. En esta muerte lenta, escribir se impone como una tentativa de despertarme. Reanudar la vida. Engañar el vacío. Esquivar la impotencia… Siempre he preferido escribir para que la vida florezca en vez de hacerlo para la muerte… Las notas que presento hoy, no responden a ninguna de mis preferencias, sino que han sido impuestas por la fuerza de unas circunstancias dramáticas.

Para quienes se interesan por las cifras, hablemos claro: cerca de 250.000 muertos contabilizados oficialmente en Puerto Príncipe. Aunque los diferentes recuentos no tienen en cuenta ni los millares de muertos aún bajo los escombros, ni los que han sido enterrados por sus propias familias.

Lo que revelan las declaraciones de Bellerive

No se sabe si llorar leyendo las opiniones del jefe del Gobierno haitiano o si rebelarse delante de las imágenes televisivas: “El Gobierno constituido, no puede presentar resultados (satisfactorios) ante esta situación.” Constatación: un Gobierno incapaz de ejercer las funciones del Estado es, claramente, un Estado que no existe.

Es exactamente de este modo que conviene interpretar las quejas de Jean-Max Bellerive relativas a los problemas de infraestructuras en el aeropuerto internacional de Puerto Príncipe, cuando afirma que “impidieron la llegada de los aviones de ayuda”. La dificultad es más humana que infraestructural, pues los militares yanquis reabrieron el aeropuerto de Puerto Príncipe para aviones comerciales desde el 19 de febrero. Sin embargo, ellos permitieron solamente el aterrizaje de los aviones de su compañía, la American Airlines. Es que el gobierno de Bellerive, a pesar de necesitar las tasas de impuestos, no tiene ningún control sobre dicho aeropuerto: tanto Ballerive como el propio Presidente, René Préval, entregaron rápidamente el aeropuerto a los militares estadounidenses, cuyo representante - el general P. Ken Keen, segundo comandante del SouthCom (Comando del Sur) - estaba desde antes del 12 de enero en Puerto-Príncipe, “para coordinar las operaciones de ayuda previsibles”.

El terremoto del 12 de enero afectó a Puerto Príncipe y otras ciudades del mismo departamento del Oeste, también a una parte del Sureste donde más que vidas humanas destruyó construcciones. No sólo las fuerzas armadas estadounidenses se apoderaron del aeropuerto de Puerto Príncipe, sino que tomaron rápidamente el control de todo el país, especialmente de los puertos y aeropuertos. En algunos lugares, sustituyeron incluso´la bandera haitiana por la suya. Y ocupan ostentosamente el malecón St-Nicolas (Noreste), región que da una vista sobre Cuba, similar a aquélla que ofrece sobre el mar una casa de vacaciones. Nuestra información es demasiado limitada sobre las cuestiones geológicas para poder proporcionar cualquier explicación precisa. No obstante, la hipótesis de que uno de los elementos de la rapidez de los Estados Unidos para intervenir sería la existencia de reservas de petróleo y minerales (en la medida en que Haití está en la intersección de dos placas tectónicas), asume veracidad. Es decir, la nueva oofensiva imperialista económica que, desde hace tiempo se viene orquestando, aprovecha una catástrofe natural para ocupar a Haití reforzando así su condición de país neo-colonizado.

En las declaraciones del jefe del Gobierno haitiano al Parlamento, dos elementos particulares merecen la atención.

Primero: Bellerive define como problema que impide la distribución de la ayuda el hecho de que “las personas sin hogar por el seísmo estén mezcladas con las otras personas pobres que vivían en la precariedad mucho antes de la catástrofe”. En su razonamiento, eso “dificulta la distribución de la ayuda y crea tensiones”.

Segundo: el principal problema es que la ayuda pasa por las ONGs en lugar del Gobierno. Y la mayoría “de estas entidades no estaban preparadas” para asumir tal responsabilidad. Como para ridiculizar al Primer Ministro haitiano, la agencia de noticias brasileña que informa sobre las declaraciones, publicó, inmediatamente después, un número de cuenta bancaria de la ONG brasileña "Viva Río", una de estas entidades que están enriqueciendo a costa de las víctimas en Haití. Una observación sobre "Viva Río": su proyecto en Haití desde 2005 emplea a 130 trabajadores haitianos por un salario mensual de 135 dólares. Uno de sus dirigentes, Valmir Fachini, justifica este salario de hambre con el siguiente argumento: “Si pagamos un céntimo de más a estos trabajadores, estos últimos tendrían un nivel de vida superior que causaría una inflación y rompería la economía del país.”

Volveremos de nuevo sobre la participación de las ONGs en la construcción socio-histórica del seísmo de Puerto-Príncipe y sus consecuencias, ahora pongamos atención nuevamente en el señor Bellerive. ¿Cuáles son las revelaciones contenidas en las observaciones del Primer Ministro con respecto a las personas sin hogar? Son múltiples. Indicaremos dos.

La primera: la presencia continua de personas sin hogar en las calles de Puerto-Príncipe antes del 12 de enero, nunca constituyó un problema a los ojos de los dirigentes haitianos. Muchos pobres vivían en la precariedad mucho antes la última catástrofe, pero eso era tan ordinario que no era un hecho a destacar. Eso se consideraba como “natural”. La presencia de estas personas sin hogar habituales se convierte en un problema solamente a partir del 13 de enero de 2010. En efecto, ellos también quieren recibir ayuda, una botella de agua o una caja de sardinas. Estas personas eternamente sin hogar dificultan, según Bellerive, la distribución de la ayuda a las nuevas personas sin hogar de hoy - que pasaran a ser mañana las nuevas personas sin hogar. “Naturalmente”. Representan una clase de indigentes que impide el despliegue de la bandera “de la solidaridad de espectáculo”, para retomar una expresión preferida a Jn Anil Louis-Juste, militante perseguido por los militares brasileños durante 2009 y, finalmente, cobardemente asesinado dos horas antes del seísmo.

Segunda revelación del señor Bellerive: la “solidaridad de espectáculo” que se despliega en Puerto-Príncipe no se propone en ningún caso combatir el problema estructural de la vivienda en el país, mucho más devastador que el propio seísmo. El Primer Ministro deja las cosas en claro en sus sobrentendidos: ya había personas sin hogar en Puerto-Príncipe y era natural. ¿Por qué entonces la presencia de algunos millares más de sin techo podrían ser un problema? Incluso si llegan a un millón. Como lo observó la intelectual brasileña Marilena Chaui, citando a Karl Marx: “el modo de producción capitalista es el único en ser histórico de ponta a ponta, en el cual no subsiste nada que sea natural. Por esta razón en este modo de producción, la ideología tiene una fuerza inmensa, ya que su función consiste en hacer entrar lo natural en la historia, naturalizarse en lo que es histórico.” (Chaui, 2007, p. 146).

Esta realidad nos pone en la obligación, a riesgo de ser repetitivo, de demostrar el carácter socio-histórico del drama de Puerto-Príncipe. Una manera de recordar que es el producto de la acción humana, orquestada en circunstancias conocidas. Lo que pondrá en evidencia que este drama era evitable y que hay como evitar su repetición en el futuro, puesto que no responde a ninguna necesidad vital, natural, universal, inmutable o racional, si no que responde a las necesidades de reproducción del modo de producción que lo generó: el del Capital. No basta que la tierra tiemble (el seísmo fue de magnitud 7 sobre la escala de Ritcher), para que una catástrofe de este tipo se desate. Otras condiciones sociales deben reunirse que, en el caso de Haití, han sido forjadas históricamente por las potencias dominantes del mundo.

Sexto siglo de venas abiertas

No insistiré en que Haití sufrió dos colonizaciones al principio de la era de la modernidad: una colonización española (1492-1697) y una francesa (1697-1803). Recordaré, no obstante, de forma resumida, que la administración colonial francesa por sí sola destruyó sistemáticamente un 45% del medio ambiente haitiano durante estos algo más de 100. ¿Quién no escuchó hablar de esas obras maestras de los edificios en Francia con la inscripción: “madera de Haití”? No es una imaginación literaria prolífica que concedió a Haití el título de “Perla de las Antillas”. Estos laureles, el país los había ganado en reconocimiento del volumen fuera de lo común de riquezas que Francia de alli extraía. Tengo un reconocimiento particular por la simplicidad con la cual Benoit Joachim resume las primeras consecuencias de esta vena abierta de Haití:

“Si la explotación de la tierra y de los hombres en la colonia de Santo Domingo [actual República de Haití] contribuyó enérgicamente a enriquecer a la burguesía francesa y aceleró el desarrollo del capitalismo en la metrópoli, por el contrario, el trabajo esclavo del pueblo que había permitido esta acumulación del capital en la metrópoli, sólo heredó de suelos usados gran parte de superficies calcinadas, de ruinas sin  fin.” (Joachim, 1979, p. 87)

Cuando la burguesía establece su explotación abierta, desvergonzada, directa, brutal en un espacio, el resultado no podría ser diferente.

Si la independencia (declarada el 1 de enero de 1804) hubiera cerrado esta vena abierta, esta sangría, el medio ambiente haitiano se habría curado ciertamente. Pero Haití debió firmar y pagar a Francia una “deuda” que nunca contrató de 150 millones de francos-oro. La ley de la selva capitalista sigue prevaleciendo aún, al punto que ningún Gobierno francés asumió la decencia de devolver este dinero, injustamente saqueado. El señor Nicolas Sarkozy, primer presidente francés en visitar a Haití, el 17 de febrero pasado, reconoció el crimen cuando dijo: “Nuestra presencia aquí no dejó buenos recuerdos… Las heridas de la colonización, y, quizá peor aún, las condiciones de la separación dejaron rastros. […] Aunque mi mandato no comenzó en el momento de Carlos X, soy a pesar de todo responsable en nombre de Francia “. Recordemos: Carlos X es el nombre del rey francés que saqueó los 150 millones de francos-oro.

El pago de esta suma - evaluada en más de 21.000 millones de dólares en 2003 - tuvo sobre el medio ambiente haitiano un efecto comparable al de la colonización de los siglos pasados. Ya que las clases dominantes haitianas, que no pagaron un céntimo hasta 1920, chuparon todo este dinero de la explotación de los campesinos y las campesinas, principalmente de su producción cafetal, forzándolos así, para garantizar su subsistencia, a establecer en las superficies en pendiente cultivos erosivos como el maíz, el boniato o la judía. Mientras tanto, estas mismas clases dominantes, aliadas a sus primas europeas y norteamericanas, hundieron la reserva forestal del país. Demos una vez más la palabra a Benoit Joachim:

“Todos los testigos destacaron el desarrollo sin precedentes de las explotaciones forestales en Haití en el siglo XIX. Las maderas de tinte, ebanistería, construcción… se impusieron por su volumen creciente a la exportación. Todos los navíos que levan anclas de los puertos haitianos se llevaban del campeche (la madera roja). La variedad `de madera de salina', cuyas cualidades tintóreas se ponían en valor por su larga inmersión de tres semanas a dos meses antes de llegar al puerto de embarque, iba principalmente a Le Havre, mientras que la `madera de ciudad', de segundo orden, se empleaba en Inglaterra, Alemania, los Estados Unidos.” (Ibid, pp. 202-203)

Si el proceso se hubiera cerrado allí, Haití muy ciertamente no habría sido lo que es hoy. Pero no. La situación no es tan simple. Francia esclavista ella misma, considerándose perdedora, pero siendo muy fuerte, había reclamado una rescate de 150 millones de francos-oro como “compensación” a cambio de que firmó el reconocimiento de la independencia de Haití en 1825, aliviando así algunos términos del embargo. Pero los Estados Unidos esperaron hasta la década 1860 para realizar este simple gesto. Ya que en el orden moderno, no se preveía lugar para una República dirigida por negros antes esclavizados.

Así pues, en el momento en que los dominadores abren el Siglo XX con una primera gran guerra (llamada erróneamente Primera Guerra Mundial), los Estados-Unidos aplican la doctrina de Monroe - “América a los Americanos” -, es decir, para las élites capitalistas de los Estados Unidos , Establecen entonces su primera ocupación militar oficial de Haití (1915-1934). El primer acto de esta invasión comienza por un hold-up sobre el Banco Central haitiano. Toda la reserva de oro del Banco de la República de Haití fue robada y llevada a Washington. El acto dos consistió en expulsar a los campesinos de sus tierras - estos mismos campesinos cuyo duro trabajo pagó el saqueo francés, mal nombrado “deuda de la Independencia”. “Se embarcó” a estos campesinos, como en la época de los negreros, hacia las plantaciones de caña de azúcar estadounidenses en Cuba y la República Dominicana. Ya que, argumentaron los yankis: “La mano de obra negra es más rentable y menos costosa.” Las tierras robadas a los campesinos se entregaron a compañías norteamericanas que no tardaron en transformarlas en desierto, a la imagen de Savann Dezole (Gonaïves), allí donde fallecieron la mayoría de las víctimas de la tormenta tropical Jeanne en 2004.

Si Francia y los Estados Unidos están a la cabeza en la lista de los saqueadores de recursos haitianos, se puede observar que son bastante bien acompañados en la cumbre del cuadro. Países como Inglaterra o Alemania nunca pensaron dos veces, durante todo el Siglo XIX, antes de sitiar las cajas de la República de Haití con sus navíos de guerra, exactamente como un ladrón de calle clava su revólver sobre la sien de su víctima. El “Asunto Luders” – un alemán condenado por haber infringido nuestras leyes en 1897, y que sirvió de pretexto para que el Gobierno alemán enviara dos navíos de guerra a Puerto Príncipe  y de exigir un rescate de 20.000 dólares – se lo conoce todo alumno haitiano.

Pero la estocada debía venir del gran vecino del norte. Hasta el final de la década 70 del siglo XX Haití fue autosuficiente en su alimentación, sobre todo en producción de arroz, que es la base de la alimentación. Pero con la necesidad de aumentar su mercado, los Estados Unidos definieron el mercado haitiano como uno de sus patios ideales. Gozando de la complicidad de la burguesía grandonárquica [1] haitiana y sus gobernantes, procedieron a la matanza sistemática de todos los puercos haitianos. El pretexto había sido que los puercos haitianos estaban enfermos de peste africana. Para entender el alto alcance criminal de este acto, basta recordar que, en Haití, en la época, se llamaba al puerco: “kanè bank peyizan" (cuenta bancario del campesino). Ya que, junto a la agricultura de subsistencia, la cría de puerco se había revelado la principal fuente de sobrevivencia en el medio rural haitiano. Numerosos pequeños campesinos van a encontrarse drásticamente empobrecidos. Es entonces, una vez cortado el ganado porcino, que el Estado haitiano firmó con el Estado dominicano un acuerdo en virtud del cual aquél se compromete a proporcionar a éste “el excedente de brazos”, para ser empleado como mano de obra semi-esclava en la caña de azúcar, en las plantaciones de caña de la región fronteriza haitiano-dominicana.

Cómo hicieron pagar la lucha por la abolición de la esclavitud

Escritores muy a favor de Haití, como el teólogo de la liberación Frei Betto, constatan que “para el Occidente `civilizado y cristiano', Haití siempre ha sido un negro inerte en un escaparate, abandonado a su propia miseria” [2].

Por compasiva que sea esta afirmación, sólo indica un aspecto del problema. Haití nunca fue abandonado. Fue rapiñado sistemáticamente por el Occidente “civilizado y cristiano” moderno/colonial. Su saqueo no es producto de la casualidad: desde Hegel y la publicación "La razón en la historia", el Occidente se encuentra en la obligación de probarse a sí mismo que los negros no son humanos; no forman parte de la civilización; que están al límite máximo de la historia, pero no pueden entrar en la historia sin la intervención del colonizador esclavista europeo; que por lo tanto, la abolición brutal de la esclavitud es un grave error. Es cierto que “la esclavitud es una injusticia en sí y para sí, ya que la esencia humana es la libertad. Pero, para llegar a la libertad, el hombre debe en primer lugar adquirir la madurez necesaria. Por lo tanto, la eliminación gradual de la esclavitud es más conveniente y justa que su abolición brutal.” (Hegel, 2006, p. 260)

Claramente, para Hegel como para el Occidente moderno/colonial, el pueblo haitiano cometió un error gravísimo suprimiendo violentamente la esclavitud en vez de esperar su eliminación gradual. Es este error que paga el pueblo haitiano, el error de ponerse de pie solo y suprimir violentamente la esclavitud. Ya que, afirma el pensador de la modernidad, “la esclavitud contribuye a suscitar un mayor sentimiento de humanidad en los negros. [...] es un momento de progreso [...], un momento de educación, una especie de participación en una vida ética y cultural superior” (Ibid, pp. 259-260).

Pero los negros haitianos llevados por Boukman, Jean-Jacques Dessalines y demás, han rechazado sencillamente este momento de paso a un grado superior. Sus descendientes deben pagar las consecuencias. Desde que Hegel escribió: “El negro representa al hombre natural en toda su crueldad y carece de disciplina. [...] No se puede encontrar nada en su carácter que corresponde al humano” (Ibid. p. 250-251), el Occidente se encontró en la obligación de fabricar en todas partes la tesis de que el negro es incapaz de auto-gobernarse. De ahí, el discurso malicioso que salió del imaginario occidental para justificar en 2004, la tercera invasión militar oficial de Haití, esta vez por tropas latinoamericanas.

La lectora o el lector habrá observado que no me detuve en la descripción de los actos de saqueo imperialistas sobre la economía haitiana. Considerado que no es difícil deducir como estos saqueos participaron activamente en la construcción del seísmo del 12 de enero y sus efectos trágicos. Otra observación se impone, a pesar de todo. Puerto Príncipe, la capital de Haití, es una ciudad construida inicialmente para albergar a 250.000 habitantes. Según el Censo general de la población y la vivienda realizado en 2003, la población de la región metropolitana de Puerto Príncipe se acercaba a casi los 3 millones. No es necesario ser urbanista, arquitecto o ingeniero, para imaginar en qué condiciones los seres humanos expulsados del medio rural son tirados en las ciudades. Se comprende, fácilmente, el por qué todo fenómeno “natural” que afecta a Haití gene una hecatombe.

Las ONGs: nuevas administradoras coloniales en Haití

La industria de la deshumanización de la vida del pueblo negro haitiano no cuenta solamente con los saqueos económicos y las invasiones militares. Como lo había señalado Talleyrand, no se construye una soberanía solamente con bayonetas. Es necesario generar la idea que algún pueblo no forma parte de la historia, que no son seres humanos. Es decir la lógica de la colonialidad no se limita (no podría satisfacerse) a apropiarse de la tierra, a explotar la mano de obra y a establecer su control político. Le es necesario controlar todo el ser social, hasta la sexualidad de la gente. Más importante aún, debe controlar la propia subjetividad de la gente a través de sus conocimientos y creencias. Lo que se constató en Haití, es que todo el peso de la Iglesia Católica no consiguió impedir el desencadenamiento de la revolución de 1791 (iniciada con Boukman) que triunfó el 1 de enero de 1804 (con Jean-Jacques Dessalines). Los saqueos y otros asaltos de las potencias imperialistas occidentales durante todo el Siglo XIX no consiguieron modificar la capacidad de resistencia de las clases populares haitianas, especialmente del campesinado, que nunca dejó de reclamar el derecho a la tierra.

La invasión de lHaití por la mayor potencia imperialista (EEUU) al principio del Siglo XX debió enfrentarse a una resistencia popular. Los nombres de Charlemagne Péralte y Benoit Batravaille son el símbolo. Por ello, junto a las Iglesias llamadas evangélicas que pululan en aceleración de la miseria de las masas, a partir de la segunda mitad del Siglo XX, la misión de administrar la neocolonialidad en Haití se ha confiado a las famosas organizaciones mal llamadas "no gubernamentales", que actúan como los gobiernos coloniales del nuevo milenio. Su trabajo consiste en impedir que la matriz colonial que estructura las relaciones capitalistas salgan a la luz. O si salen, hacer creer que se pueden corregir con la "ayuda al desarrollo", de la "democracia" o de una economía más fuerte (Mignolo, 2007).

Desde hace algunas décadas, desde 1948 para ser preciso, Haití experimenta programas de desarrollo. En la región de Cochon-Gras (Marbial, sureste), una región campesina, obviamente. Ya que en Haití, un país mayoritariamente rural y esencialmente agrícola, se identificó a los campesinos como el primer sector que debía ser controlado. El papel del desarrollo comunitario, introducido en el medio rural, consistió en la difusión de nuevas técnicas agrícolas destinadas a convencer a los campesinos de que el fracaso de rendimiento de las tierras resultaba de su ignorancia de las técnicas culturales y no de la confiscación de las tierras fértiles por los grandons-bourgeois.

Haití iba a conocer un verdadera invasión de las ONGs a partir de la década 1970 por dos razones. En primer lugar, con la reestructuración productiva del capital y la imposición de la economía dicha de mercado, a nivel internacional; y, a nivel local, con la exterminación de los militantes comunistas haitianos, luego que el agente de la CIA, Frank Eyssalem, los hubiera inflitrado. Desde entonces, la dicha APD (Ayuda Pública al Desarrollo) se privatizó en manos de las famosas ONGs. De ahí toda la veracidad de los reproches dirigidos por el Primer Ministro Bellerive a los proveedores de fondos: “Son ellos quienes permiten a las organizaciones no gubernamentales hacer lo que quieren. Y son ellos quienes no exigen de estas ONG que den cuentas al Gobierno.”

La primera ley por la cual se regula el funcionamiento y la implantación de las ONG se remonta a 1982. Estas “Organizaciones no gubernamentales de ayuda al desarrollo”, para retomar el nombre que se les dio, tenían por obligación, en conexión con los Consejos de acción comunitaria jean-claudistes (Conajec - Jean-Claude Duvalier), “de proponer programas y proyectos susceptibles de mejorar las condiciones de vida de las comunidades rurales o urbanas”. En 1987, un año después del final oficial del Gobierno dictatorial, la Unidad de coordinación de las actividades de ONGs (UCAONG) ya había contabilizado a más de 950 ONGs que ejercían legalmente en el territorio haitiano. Antes del seísmo, eran más de 4000, en particular, en las regiones más desamparadas.

Del 13 de enero a hoy, su número ya se habría duplicado, según observadores en Haití. Es con muchas charangas que los grandes medios de comunicación anuncian cada vez las promesas de ayuda a Haití. Las conferencias de prensa de la embajada estadounidenses en Haití - tres por semana - son misas a las cuales asisten religiosamente los periodistas haitianos que luego repiten el discurso. Pero la verdad es que ni un céntimo de estas colosales sumas para la "ayuda" va al Gobierno haitiano. Cada país distribuye su ayuda a sus ONGs activas en el territorio haitiano. Pero, nunca se dice una palabra sobre los esfuerzos titánicos de los 400 médicos cubanos que prodigan sus cuidados a los heridos. En 2004, habían estado durante mucho tiempo solos para ocuparse de los heridos del huracán en Gonaïves. Nunca una palabra sobre Sudáfrica, que envió todo un contingente sanitario. Nunca una palabra sobre la República Democrática del Congo, que envió una subvención de 2,5 millones de dólares. O sobre la contribución de 1 millón de dólares de Gabón; de 1 millón de dólares de Senegal; de Marruecos que envió dos aviones de medicamentos, y de otros países africanos cuya ayuda llega directamente al Gobierno haitiano.

Para saber como se utiliza el dinero llegado en Haití en el nombre del pueblo haitiano, es necesario escuchar al señor Michel Chancy, actual ministro de Agricultura que dirigió una ONG durante 10 años. La llamada "cooperación internacional" se dispersa en centenares de pequeños proyectos que, muy a menudo, no son coherentes.  “Esta forma de cooperación despilfarra los recursos. "En el Ministerio de Agricultura [por ejemplo], no se pueden coordinar estos proyectos porque allí hay demasiados. Si tomo la vacunación de los animales. Tengo quizá siete o ocho proyectos de vacunación. Podría tener un programa global de vacunación, pero como cada agencia internacional tiene sus fondos, se separa nuestro programa nacional de vacunación en cinco, seis o siete proyectos. Cada proyecto tiene sus procedimientos diferentes, cada proyecto tiene su cuenta en banco, su administrador. Con el resultado que nuestro tiempo es gastado por la administración. Les digo todo eso para decirles que hay todo un conjunto de problemas que hacen que la capacidad de gestión de los propios haitianos sea muy afectada.”

Los grandes medios de comunicación hacen un concierto de la ayuda de urgencia a los haitianos. Y muestran muertos de hambre que se pelean por una bolsita de agua. Pero no hay una palabra sobre la (re) construcción de hospitales, escuelas o universidades públicas. Hay muchos discursos sobre las tiendas para refugios provisionales, pero no hay una palabra sobre la construcción de alojamientos sociales duraderos. Muchas promesas de grandes sumas, cuyo pago estará a cargo de la población del país, ya que se contabilizan como préstamos (a reembolsar) con el fin de mantenernos aún en la dependencia. No hay una palabra en favor de la anulación de toda deuda. Muchos soldados para reforzar la violencia y la ocupación, ¿pero a cuánto médicos, enfermeras, ingenieros permanecen?

En 2009, la clase obrera haitiana experimentó de una manera muy particular el significado de la presencia de las tropas militares latinoamericanas). Después de seis años de negación de sus obligaciones legales, el Parlamento finalmente había reajustado el salario mínimo, haciéndolo pasar de 70 a 200 gourdes (1 euro = 60 gourdes). Los estudiantes de la Universidad de Estado de Haití lucharon durante cuatro meses (de junio a septiembre) para forzar la promulgación de la ley por el jefe del Estado. La Minustah (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití, comandada por el ejército brasileño) reprimió a sangre y fuego. Incluso el Hospital de la Universidad de Estado de Haití – el hospital de los pobres – se regó de gas lacrimógeno. En distintas ocasiones, la Minustah había intentado invadir la Universidad, en busca de militantes, especialmente del profesor Jean Anil Louis-Juste, indicado como el principal responsable de las reivindicaciones. Luego asesinado, alrededor de dos horas antes del seísmo.

Los 250.000 muertos del seísmo del 12 de enero son víctimas sobre todo de la injusticia agraria cometida y no reparada desde hace 204 años. En 1987, el impulso popular había llevado a los constituyentes a crear en la Constitución un Instituto Nacional de la Reforma Agraria (Inara). Pero era, precisamente, para dejar sin tocar la cuestión de la propiedad de la tierra. Ya que toda reforma agraria pasará, indefectiblemente, por la (re)apropiación de las tierras robadas y llamadas hoy “propiedad privada”. Una redistribución de la tierra implica que los beneficiarios sean sus verdaderos propietarios: los campesinos. Sin necesariamente confundir distribución de tierra y reforma agraria. Eso incluirá las tierras fértiles de Ouanaminthe, transformadas en "zonas francas", las tierras fértiles robadas por las empresas brasileñas y establecidas actualmente en Jatropha, etc.

En efecto, se comprende que mientras el orden socio-metabólico del capital siga reinando en Haití, no habrá medio de evitar calamidades del tipo del 12 de enero de 2010 o 21 de septiembre de 2004. Por esta razón es necesario comenzar inmediatamente por levantar nuevamente nuestras demandas y reivindicaciones:

• Anulación inmediata y total de la deuda (multilateral y bilateral) de Haití, y esto, sin ninguna condición.

• ¡Pago de las reparaciones! Restitución inmediata por el Gobierno francés de los 900 millones de euros de la fortuna Duvalier; dinero robado por el dictador al pueblo haitiano (así como el dinero de Duvalier tenido por los bancos suizos).

• Reembolso de los 150 millones de francos-oro (21 mil millones de euros) pagados después de su independencia por los haitianos “para compensar” a los esclavistas francés.

• Que el dinero pagado y otros recursos estén bajo control de los trabajadores haitianos y de sus organizaciones.

• Basta de ocupación militar: salida de las todas las tropas (norteamericanas y del Minustah).


(*) Franck Seguy es sociólogo y miembro de la organización revolucionaria ASID (Asociación Universitaria Dessaliniana). Cursó una maestría en servicio social en la Universidad Federal de Pernambuco, Brasil.

Notas:

[1] El concepto de grandonarcho-burguesía o burguesía grandonárquica designa las prácticas patrimonialistas de los que llamamos en Haití los grandons-bourgeois (literalmente burgueses latifundistas). Este último concepto es de nuestro camarada Jn Anil Louis-Juste (brutalmente asesinado dos horas antes del terremoto), para llamar la atención sobre la especificidad de la burguesía haitiana. Es una burguesía de grandes latifundistas (grandon, en lengua haitiana) pero que no invierten en la producción. Sus tierras, que no se insertan en la producción directamente capitalista, se confían a campesinos que las hacen fructificar a continuación para pagar el grandon en renda – operación a la cual el grandon se lleva la parte del león mientras que lo que recibe el campesino ni siquiera cubre los gastos que había realizado para la producción. Este mismo grandon, como burgués, invierte principalmente en las actividades comerciales de importaciones/exportaciones. Componen en Haití una clase de grandonarquia, es decir, una familia (un poder) muy de poca gente que controla la parte fundamental de la economía nacional.

[2] Frei Betto, "O Haiti existe?". Alainet, 29 de enero 2010.

Bibliografía:

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JOACHIM, Benoit. Les racines du sous-développement en Haïti, Port-au-Prince: Prix Deschamps, 1979.

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MINGOLO, Walter D. La Idea de América Latina, La herida colonial y la opción decolonial. Barcelona: gedisa, 2007.

PIERRE-CHARLES, Gérard. Radiographie d’une dictature. Montréal: Presse de L’imprimerie Ggé Ltée, 1973.

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