Historia
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Luis Franco, un bosque de poesía

Por José Luis Menéndez
Los Andes, Mendoza, Argentina, 31/05/08

A los 20 años del fallecimiento del gran poeta y escritor argentino Luis Franco, este artículo de José Luis Menéndez lo recuerda y advierte que “es probable que si Luis Franco hubiese regulado su inconformismo a la manera de los intelectuales sin historia, o si hubiera sido más condescendiente con los círculos de la cultura oficial, su nombre tendría hoy otra resonancia”. Efectivamente, su identificación política con el marxismo revolucionario (en su caso, con la corriente trotskista de Nahuel Moreno) le enajenó los favores no sólo de la “cultura oficial” sino también de otros aparatos “culturales” de la época, el del stalinismo, en primer lugar, y luego de otras corrientes de “izquierda” en boga en los 60 y 70 . Pero, a través de todas las censuras, su obra perdura. (SoB)

Mañana se cumplirán 20 años del fallecimiento de este poeta portentoso, a quien, en su momento, Roberto Arlt comparó con Walt Whitman. Nacido en Catamarca en una modesta familia de agricultores llegó a convertirse en una de las principales voces poéticas de la Argentina.

Hace veinte años, el primero de junio de 1988, moría en Buenos Aires, Luis Leopoldo Franco, uno de los grandes poetas de América, y también, por azar geográfico, casi un hombre de nuestro vecindario. Había nacido en Belén, Catamarca, a una jornada de auto de Mendoza. Allí estuvimos, cumpliendo un demorado deseo, en la pasada primavera. Reconocimos árboles, oficios, lugares, que ya estaban para nosotros desde momentos estelares de su pluma honda y vigorosa. Y caminamos, en la plaza del pueblo, bajo una densidad que apenas nos dejaba contemplar el verdor y las calles. Era la "lluvia de tierra" de Belén, que como una especie de Zonda detenido, manso, atomizado, esparcía sobre los cuerpos una razón de pertenencia.

Hasta el aire era parte de un terreno concreto. Tal vez allí, en aquel sitio abarcador y poderoso, el poeta haya pulido, alguna vez, la piedra basal de sus creaciones: "El hombre, oscuro pocero, cavando en sí mismo, hasta alumbrarse el alma".

En 1920, contando veintidós años, Franco publica su primer obra, "La flauta de caña", y poco después, el "Libro del Gay Vivir", que recibiera, entre muchas críticas elogiosas, la de Leopoldo Lugones, vertida en una extensa nota. "Este poeta Luis Franco –decía en "La Nación", en 1923– nació con la facilidad, que es un don del ala. Canta como el pájaro, por llamamiento de la naturaleza. (. ) He aquí, pues, un poeta pagano que ama la vida y la canta porque la siente bella en la delicia de su amor."

La obra prosigue con títulos como "Coplas del pueblo", "Los trabajos y los días", "Nocturnos", y "Suma", de 1938, saludada fervorosamente por Roberto Arlt, con palabras que preanuncian el extraño destino marginal de un poeta magno.

Decía Arlt: "Un silencio fervoroso ha saludado la aparición de la monstruosa obra de este poeta que, como Walt Whitman, podría decir de sí mismo: 'Yo no soy un hombre, soy una batalla'.

Escribo estas líneas después de haber sopesado el enorme libro, de haberme sumergido en él con el cauto terror que al comienzo nos producen el océano o la selva. Leyendo a Franco he recordado la talla de los hombres que hombrean el Renacimiento, y almacenan en sus cuerpos una fuerza cósmica lo suficientemente vasta para transformar un bloque de piedra en multitud de dioses y gigantes." El artículo es de 1941, por eso termina diciendo: "¡Tres años de silencio en torno a un bosque de poesía!... Es maravillosa la justicia de los descoloridos labios apretados."

En 1947 publica "Pan", en 1959, "Constelación", y luego siguen trabajos poéticos más breves, como carpetas con dibujos de Ricardo Carpani o litografías de Demetrio Urruchúa. Pero trabaja intensamente en ensayos e interpretaciones históricas. Produce así una obra vasta, de una treintena de libros notables, y plena de originalidad, luciendo una prosa brillante, que al acierto conceptual le agrega su innata maestría poética; entre tantos títulos: "El general Paz y los dos caudillajes", "Biografías animales", "Hudson a caballo", "Biografía patria", "Pequeño diccionario de la desobediencia", "Revisión de los griegos", "Espartaco en Cuba", y el monumental, "La hembra humana", un maravilloso tratado sobre el amor, que hubiera bastado, por sí solo, para otorgarle un lugar cumbre en nuestras letras. Pero todavía no.

En verdad, no es frecuente observar casos como el de Luis Franco, en el que la calidad de una poética se muestre tan lejana de la difusión y el reconocimiento que merece. Ello, sin embargo, no es absolutamente casual ni es resultado de una "mala fortuna" crítica. En buena medida es el costo de una concordancia sin la cual el poema –como cualquier obra de arte– carece de destino. La que existe entre la forma de hacer o de decir, y la manera que cada uno tiene de habitar la vida.

Es probable que si Luis Franco hubiese regulado su inconformismo a la manera de los intelectuales sin historia, o si hubiera sido más condescendiente con los círculos de la cultura oficial, su nombre tendría hoy otra resonancia. Aunque entonces sus poemas serían otros, aunque hablasen de lo mismo. Y no presentarían esa vitalidad, ese fuego que aún oculto y callado les permite remontar el tiempo.

Quien observa que "la fruta da a la rama la gracia de la curva", es al mismo tiempo el poeta sembrador, la mano cadenciosa del riego, el hombre que sólo extrae del árbol su postura de temblor sagrado, y se dispone a compartir, desde la edad de la promesa, el derrame de sus flores maduras. Igual es uno solo quien pregunta y responde porqué habríamos de ser tristes su "fuimos engendrados en un rayo de gozo". O el amador pagano para quien la resurrección de una violeta no es menos portentosa que la de Jesús. O el podador de viñas o regador de surcos que no busca olvidarse y no se olvida que "nosotros pisamos las uvas, pero el vino lo beben los que nos pisan a nosotros". Y así lo deja dicho, en una extensa y vívida literatura que puede recorrer el arco de la genialidad y llegar a veces al descuido, pero que nunca se pierde de su patria esencial, la exacta luz del hueso y el misterio.

Luis Sala Molins, profesor de la Sorbona, al presentar en París la versión francesa del "Pequeño diccionario de la desobediencia", define a Franco como "ese argentino opuesto a las ortodoxias, ese mago del verbo que transforma en esperanzas de albas transparentes el tenebroso galope de las pesadillas". ¡Acierto luminoso! Los versos de Luis Franco, en medio del desconocimiento y la incomprensión de una sociedad mediatizada por los mercaderes del "exitismo" y de la complacencia baldía, viven, como es lógico, el pecado de su virtud: el silencio de un momento impropio, que preserva, sin embargo, su pureza intacta. Y se preparan para ser torrente, cepaje, muchedumbre, desde la más vieja soledad.