Historias
Darwin y Marx

Darwin, Marx y las dedicatorias de “El Capital”

Por Salvador López Arnal
Kaos en la Red, 23/11/09

Para Jaume Josa


“Aquel que entienda al babuino contribuirá a la metafísica más que John Locke.”
(Charles Darwin, cuaderno D, agosto de 1838)

Maestro, periodista, compañero y amigo de Marx, miembro del comité de correspondencia comunista de Bruselas entre 1846 y 1847 y de la oficina central de la Liga de los Comunistas, redactor de la Nueva Gaceta Renana entre 1848 y 1849, emigrado a Suiza en 1849 y a Inglaterra en 1851, Wilhelm Friedrich Wolf falleció en 1864. Tres años más tarde, su amigo le dedicaba el libro I de El Capital, la única parte que llegó a publicar en vida, con las siguientes palabras [1]:

“Dedicado a mi inolvidable amigo, valiente, fiel, noble luchador adelantado del proletariado, Wilhelm Wolff. Nacido en Tarnau el 21 de junio de 1809. Muerto en el exilio en Manchester el 9 de mayo de 1864.”

El sentido texto de Marx nos conduce a una historia paralela sobre las dedicatorias de su gran clásico, historia en la que el autor de El origen de las especies, cuyo doble aniversario celebramos este año [2], está muy presente. Vale la pena recordarla brevemente.

Norte de Londres, 17 de marzo. Marx había fallecido tres días antes. Su amigo, camarada y colaborador Friedrich Engels le despedía con un emotivo discurso en el cementerio de Highgate. Entre los asistentes, dos científicos naturales [3], el químico Schorlemmer, profesor en Manchester, un antiguo compañero político de Marx y Engels que había combatido en Baden en el levantamiento de la revolución de 1848, y el biólogo darwinista E. Ray Lankester [4]. El autor de La situación de clase obrera en Inglaterra, como en su día apuntara el gran marxista italiano Valentino Gerratana, unía probablemente por vez primera los nombres del amigo desaparecido y del científico británico:

“De la misma forma que Darwin ha descubierto las leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto las leyes del desarrollo de la historia humana.”

El paralelismo establecido [5] se convirtió tiempo después en un lugar común en la literatura marxista. Con incomprensiones que no deberían desdeñarse: Marx, se dijo y repitió, en paralelo al trabajo de Darwin en el ámbito de la biología y las ciencias naturales, es el creador del continente Historia. Sus “leyes”, categorías y conjeturas son equiparables a las de teoría de la evolución, y la corroboración exitosa del materialismo histórico, así como sus aristas gnoseológicas, son similares.

El autor de El Capital no desconoció la gran obra de Darwin. Marx escribió a Engels, quien había sido uno de los mil ciudadanos privilegiados que había adquirido un ejemplar de la primera edición de El origen de las especies en 1859, sobre este gran clásico en más de una ocasión. La siguiente carta está fechada el 18 de junio de 1862 y Marx habla en ella de relecturas de la obra:

“(...) En cuanto a Darwin, al que he releído otra vez, me divierte cuando pretende aplicar igualmente a la flora y a la fauna, la teoría de ‘Malthus’, como si la astucia del señor Malthus no residiera precisamente en el hecho de que no se aplica a las plantas y a los animales, sino sólo a los hombres –con la progresión geométrica– en oposición a lo que sucede con las plantas y los animales. Es curioso ver cómo Darwin descubre en las bestias y en los vegetales su sociedad inglesa, con la división del trabajo, la concurrencia, la apertura de nuevos mercados, las ‘invenciones’ y la ‘lucha por la vida’ de Malthus. Es el bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra todos] de Hobbes, y esto hace pensar en la Fenomenología de Hegel, en la que la sociedad burguesa figura bajo el nombre de ‘reino animal intelectual’ mientras que en Darwin es el reino animal el que presenta a la sociedad burguesa...” [6]

Precisamente a esta carta de Marx se refiere Janet Browne [7] en los términos siguientes:

“...‘Resulta notable cómo Darwin redescubre entre las bestias y las plantas la esencia de la sociedad de Inglaterra, con su división del trabajo, la competición, la apertura de nuevos mercados, los inventos y la lucha maltusiana por la existencia’, comenta Karl Marx en una carta a Engels de 1862. Marx leyó El origen de las especies poco después de su publicación y advirtió su ‘torpe estilo inglés’. El comprendió con más claridad que la mayoría la amenazada del Origen a los estándares tradicionales victorianos. ‘Aunque está desarrollado al tosco modo inglés, este es el libro que, en el campo de la historia natural, proporciona las bases para nuestros puntos de vista’, continuó dirigiéndose a Engels. Le repitió el mismo comentario exacto a Ferdinand Lassalle. ‘La obra de Darwin es de una gran importancia y sirve a mi propósito en cuanto que proporciona una base para la lucha histórica de clases en las ciencias naturales’. Marx se reía del temor de los británicos hacia los simios. ‘Desde que Darwin demostró que todos descendemos de los simios, apenas queda shock alguno que pueda perturbar el orgullo de nuestros ancestros’.”

En el primer libro de El Capital, Marx se refiere a Darwin en dos ocasiones cuanto menos, si bien de forma lateral en ambos casos.

La primera vez aparece en el capítulo XII de la sección IV. En una nota a pie de página (n. 31: OME 40, p. 368), a propósito del período manufacturero, que, apunta Marx, “simplifica, perfecciona y multiplica los instrumentos de trabajo mediante la adaptación de éstos a las funciones especiales exclusivas de los trabajadores parciales”, señala:

“En su obra que hace época, El origen de las especies, Darwin observa lo siguiente respecto de los órganos naturales de las plantas y de los animales: ‘Mientras un mismo órgano tiene que ejecutar trabajos diferentes, es tal vez posible descubrir un motivo de su alterabilidad en el hecho de que la selección natural mantiene o suprime cualquier pequeña desviación de la forma menos cuidadosamente de lo que lo haría si ese mismo órgano estuviera destinado a un solo fin particular. Así, por ejemplo, los cuchillos, que están destinados a cortar cosas de todo tipo, pueden ser de formas que en conjuntos sean más o menos una, mientras que un instrumento destinado a un solo uso necesita también otra forma si ha de satisfacer otro uso’...”

La segunda referencia aparece en el capítulo XIII, en el apartado dedicado a la “Maquinaria y gran industria”. Refiriéndose a John Wyatt y su máquina de hilar, y la revolución industrial del siglo XVIII, Marx señala que Wyatt no aludió al hecho de que “la hacía funcionar un asno, no un hombre, pese a lo cual la función correspondió a un asno. Su programa hablaba de una máquina ‘para hilar sin dedos’, y en nota a pie (nota 89, OME 41, pp. 2-3), apunta:

“Ya antes de él se habían utilizado máquinas para prehilar, aunque muy imperfectas, probablemente en Italia por vez primera. Una historia crítica de la tecnología documentaría en general lo escasamente que ninguna invención del siglo XVIII es cosa de un solo individuo. Por el momento no existe una historia así. Darwin ha orientado el interés a la historia de la tecnología natural, esto es, a la formación de los órganos vegetales y animales en cuanto instrumentos de producción para la vida de las plantas y de los animales. ¿No merece igual atención la historia de la constitución de los órganos productivos del ser humano social, base material de cada particular organización de la sociedad? ¿Y no sería, además, más fácil de conseguir, puesto que, como dice Vico, la historia humana se diferencia de la historia natural en que nosotros hemos hecho la una y no la otra?…”

Preguntado en el coloquio de una conferencia de 1978 sobre “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” [8] por el conocimiento de Marx de la ciencia no social de su tiempo, Manuel Sacristán señaló que, como era natural, el filósofo y revolucionario comunista había seguido las ciencias cosmológicas con cierto retraso y con menor intensidad que las disciplinas sociales. Los conocimientos naturales que Marx atendió principalmente fueron los que le parecían imprescindibles para su propio trabajo de científico social con pies y mirada en tierra: agrotecnia, agroquímica, principalmente, y por prolongación, biología y química. En eso, apuntaba Sacristán, había estado empujado por algunas manías suyas.

“La pasión por la ciencia alemana […] le hace leerse a [Justus von] Liebig de arriba a abajo por ejemplo, porque le parece que no sólo es un gran agrónomo, sino además un representante típico de ciencia alemana, integrada y global.”

En el caso de la biología, proseguía el prologuista a la edición catalana de El Capital, estaba la pasión por Darwin. Marx veía en Darwin un apoyo teórico para sus propias teorías. En su opinión, erróneamente, pero Marx lo había creído así y había cultivado con insistencia la lectura de Darwin.

La gran estudiosa de Darwin e historiadora de la ciencia Janet Browne [9] ha ratificado la afirmación de Sacristán:

“Y es célebre la intriga despertada en Karl Marx por las tesis de Darwin, quien señaló en diversas ocasiones que en los trabajos de Darwin veía el sistema capitalista de la competencia y el liberalismo.”

No hay duda, pues, de la admiración inicial de Marx por la obra de Darwin, amortiguada eso sí con el paso de los años. Está contrastado históricamente que Marx leyó y releyó El origen de las especies en los años iniciales de la década de los sesenta del siglo XIX [10], movido seguramente por el deseo de encontrar bases científico-naturales consistentes con su concepción de la Historia y acaso no fuera incoherente para él el paralelismo entre el concepto de lucha de clases y sus derivadas conceptuales y la apelación darwiniana a la lucha por la supervivencia como motor de la evolución.

De este modo, es comprensible que Marx, que cuando residió en Londres con su familia vivió en algún momento a apenas unos treinta kilómetros del domicilio de Darwin, le hiciera llegar a lo largo de 1873, en fecha no determinada, la segunda edición [11] de El Capital en alemán con una breve dedicatoria: “A Mr. Charles Darwin, de parte de su sincero admirador, Karl Marx” [12].

El gran científico inglés, su admirado naturalista, que no ignoraba evidentemente que Marx era el coautor del Manifiesto Comunista, le contestó el 1º de octubre de 1873 agradeciéndole el detalle y con proximidad ilustrada:

“Muy distinguido señor:

“Le doy gracias por el honor que me hace al enviarme su gran obra sobre El Capital; pienso sinceramente que merecería en mayor medida su obsequio si yo entendiera algo más de ese profundo e importante tema de economía política. Aunque nuestros estudios sean tan distintos, creo que ambos deseamos ardientemente la difusión del saber y que a la larga eso servirá, con toda seguridad, para aumentar la felicidad del género humano.

“Queda, muy distinguido señor, suyo, afectísimo

“Charles Darwin”

Según Janet Browne [13], editora de la correspondencia de Darwin, éste no llegó a leer, ni siquiera a abrir, el ejemplar que Marx le enviara. Permanece impoluto en la conservada y cuidada biblioteca de Darwin.

Pero durante mucho tiempo se creyó que no fue ésta la única carta que el naturalista inglés escribió a Marx, que no fue éste el único intercambio epistolar entre ambos.

Años después, en 1880, el creador de la teoría evolucionista, respondía a una carta previa desconocida, no localizada hasta entonces, en la que se le solicitada permiso para una dedicatoria y para realizar observaciones sobre su obra.

“Muy distinguido señor.

“Le estoy muy agradecido por su cortés carta y por el contenido de la misma. La publicación, en la forma que sea, de sus observaciones sobre mis escritos no precisa en realidad de consentimiento alguno por mi parte, así es que no sería serio que yo diera un consentimiento del que no tiene ninguna necesidad. Prefería que no se me dedicara el tomo o el volumen (aunque le doy las gracias por el honor que quiere hacerme), puesto que eso implicaría en cierto modo mi aprobación de toda la publicación, sobre la cual no sé nada. Además, aunque soy un decidido defensor de la libertad de pensamiento en todos los campos, me parece –con razón o equivocadamente– que las argumentaciones en forma directa contra el cristianismo y el teísmo difícilmente producen algún efecto en el público. Pienso que la libertad de pensamiento se promueve mejor a través de la gradual iluminación de las mentes que se deriva del progreso de la ciencia. Puede que, sin embargo, yo me haya visto influido excesivamente por el disgusto que habrían sentido algunos miembros de mi familia si hubiera apoyado de algún modo ataque dirigidos contra la religión.

“Me disgusta rechazar su ofrecimiento, pero soy viejo, tengo muy pocas fuerzas y leer pruebas de imprenta –como sé por experiencia reciente– me cansa mucho

“Queda, muy distinguido señor, suyo, afectísimo,

“Ch Darwin” [La cursiva es mía]

No cabe pasar por alto la penetrante intuición argumentativa y psicológica de Darwin sobre los efectos persuasivos de las argumentaciones directas contra las creencias religiosas.

No es, en todo caso, el tema que nos ocupa. Cabe enfatizar aquí el breve paso en que Darwin parece apuntar –o, más bien, apunta claramente– al contenido de la obra enviada:

“[…] las argumentaciones en forma directa contra el cristianismo y el teísmo difícilmente producen algún efecto en el público […]”

Argumentaciones contra el cristianismo, contra el teísmo… No parece que la afirmación darwiniana señale de ningún modo a los contenidos centrales de El Capital. Sin embargo…

En 1931, la revista soviética Bajo el estandarte del marxismo publicó esta segunda carta de Darwin de octubre de 1880. La redacción de la revista soviética conjeturó, con riesgo especulativo, pero no de forma implausible, que el desconocido destinatario de la carta era Marx, Karl Marx.

Isaiah Berlin, en su aproximación a Marx de 1939 [14], señaló, basándose en esta carta, que el autor de El Capital quería dedicar a Darwin la edición alemana original.

Francis Wheen [15] ha comentado, en tono crítico, el descuido de Berlin, quien, en su opinión “(...) pasó por alto completamente el hecho de que El Capital –con su dedicatoria a Wilhelm Wolff– apareció en 1867, nada más y nada menos que trece años antes de que supuestamente Marx le ofreciese ‘el honor’ a Darwin.”

No es el caso: Berlin dedujo que Marx quería dedicar a Darwin el segundo volumen de El Capital, no el primer libro editado ciertamente en 1867.

Después de la segunda guerra mundial, casi todos los autores que se aproximaron al asunto aceptaron, con matices y alguna vacilación, el rechazo por Darwin de la dedicatoria propuesta, difiriendo en el volumen que Marx pretendía dedicarle.

McLellan [16], por ejemplo, con mucha más atención, señaló que Marx, en realidad, como ya había apuntado Berlin, deseaba dedicar a Darwin el segundo libro de El Capital.

Gerratana [17], en su clásico estudio sobre “Marxismo y darwinismo” sostenía una posición similar si bien advertía, prudentemente, que “no se ha podido encontrar la carta de Marx, por lo que faltan algunos datos esenciales para aclarar por completo el significado de ese interesante episodio”, señalando una posible interpretación:

“Muy probablemente el sondeo realizado por Marx tenía un objeto menos contingente: la posibilidad de establecer en el campo científico las relaciones entre darwinismo y socialismo, en el caso de que hubiera sido aceptada por Darwin, habría liquidado definitivamente la polémica bizantina que se estaba desarrollando durante aquellos años y que iba a continuar desarrollándose durante algunas décadas con igual superficialidad por parte de naturalistas y de socialistas.”

Finalmente, Sholomo Avineri [18] sugirió que los recelos marxianos sobre la aplicación política del darwinismo hacían impensable una oferta sincera. La dedicatoria de El Capital a Darwin había sido, con seguridad, una mera broma.

Basándose en las investigaciones de la estudiosa de la obra de Darwin, Margaret A. Fay [19], de Ralph Colp, Jr. [20], quien ya habló en los setenta del mito de la creencia de que Marx deseaba dedicar alguna parte de El Capital a Darwin, y de Lewis S. Feuer [21], Wheen ha apuntado una explicación diferente. La siguiente:

La segunda carta de Darwin no fue enviada a Marx sino a Edward B. Aveling, el compañero de Eleanor Marx, hija de Marx y Jenny von Westphalen. Aveling había publicado en 1881 The Student’s Darwin. Fay descubrió entre los papeles de Darwin una carta de Aveling de 12 de octubre de 1880, unida a unos capítulos de muestra de su obra, en la que después de solicitar el apoyo o el consentimiento de Darwin a su trabajo, añadía:

“Me propongo, dependiendo de nuevo de su aprobación, honrar a mi obra y a mí mismo dedicándosela a usted.”

¿Por qué entonces la carta de Darwin a Aveling había terminado en el archivo de Karl Marx dando pie a la confusión sobre la dedicatoria de El Capital? Porque Eleanor Marx y el propio Aveling, después del fallecimiento de Engels, habían sido los depositarios del legado marxiano, mezclándose por error los documentos de uno y otros.

Así, pues, la atribución de la citada carta a Karl Marx es falsa con toda probabilidad, pero la hipótesis sobre su autoría fue una razonable conjetura extendida y aceptada en tradiciones y publicaciones marxistas (y no marxistas), con algún descuido o falta de documentación en algún caso. Ni que decir tiene que la admiración de Marx por la obra de Darwin está confirmada y que la no lectura de Darwin del regalo enviado por Marx no apunta a ningún menosprecio por la obra de éste ni tan siquiera a cosmovisiones muy alejadas en uno y otro caso. El autor de El origen de las especies vio que ambos aspiraban, desde sus respectos ámbitos, a la difusión del saber contrastado y al avance de la felicidad humana.

Janet Browne [22] ha explicado esta curiosa historia de la dedicatoria de El Capital en los términos siguientes:

“[…] En una ocasión se creyó que Marx quiso dedicar El Capital a Darwin, pero aquella impresión se basaba en un malentendido. En efecto, Marx mencionó El origen de las especies en su texto y envió a Darwin un ejemplar de presentación de la tercera edición de El Capital en señal de aprecio. Todavía forma parte de la colección de libros de Darwin con una nota de Marx en su interior. La confusión nacía de un error de identificación de una carta dirigida a Darwin. La carta procedía en realidad de Edward Aveling, el filósofo político y yerno de Marx, que adoptó con entusiasmo los planteamientos seculares de Darwin. Aveling le preguntó a Darwin si le importaría que le dedicara uno de sus libros. Como no deseaba que la asociaran públicamente con el ateísmo de Aveling, Darwin denegó la petición.”

La actitud prudente de Darwin en este punto no fue obstáculo, por lo demás, para que recibiera a Aveling apenas un año después, en septiembre de 1881, cuando el compañero de la hija de Marx estaba asistiendo al Congreso Internacional de los Librepensadores. Janet Browne [23] cuenta así el encuentro:

“Los dos filósofos sociales radicales [Aveling y Ludwig Buchner] se encontraban asistiendo al congreso de la Federación Internacional de Librepensadores en Londres. Buchner tenía una amplia reputación de ser el materialista más feroz de Europa; Aveling era un ateo declarado. Tan sólo unos pocos meses antes, Darwin había escrito para rechazar la petición de Aveling de que deseaba dedicarle The Student’s Darwin [24] diciendo que los fragmentos ateos llevaba sus opiniones ‘mucho más allá de lo que me parece a mí seguro’ (Feuer 1975).

“Asimismo, el almuerzo que se celebró difícilmente pudo haber estado más fuera de lugar. Los Darwin habían invitado además de John Brodie Innes, su antiguo vicario, para tener apoyo moral. Sin embargo, la ocasión resultó agradable. Después de comer, los hombres [25] se retiraron al estudio de Darwin, y allí, ‘entre el humo de los cigarrillos, con sus libros que nos observan por encima de nuestras cabezas y sus plantas para los experimentos por allí cerca, nos dedicamos a charlar’ (Aveling 1883). Aveling le pregunto enseguida a Darwin si era ateo. Él prefería la palabra ‘agnóstico’, respondió. ‘Agnóstico no es más que ateo con énfasis en la respetabilidad –respondió Aveling–, y ateo no es más que agnóstico con énfasis en la agresividad’. Los invitados presionaron a Darwin para que valorase su papel en la difusión del pensamiento libre: todo librepensador debería proclamar la verdad ‘¡a todas partes desde los tejados!’. Hacia el final todos se decidieron de un modo cordial por la insuficiencia del cristianismo ‘Yo no abandoné el cristianismo hasta los cuarenta años de edad –afirmó Darwin–. No tiene el respaldo de las pruebas.’...”

Señala Browne que, muy impresionado por la evidente sinceridad de Darwin, Edward Aveling publicó “una descripción nerviosa” de la entrevista dos años más tarde, en 1883, tras la muerte de Darwin. La tituló The Religious Views of Charles Darwin (“Las opiniones religiosas de Charles Darwin”).

Como era de esperar, el artículo del materialista radical Aveling no gustó a los miembros de la familia Darwin. No era ésa su lectura del legado filosófico ni de las consideraciones religiosas del autor de El origen de las especies.

Addendum: En un artículo reciente, Gonzalo Pontón [26], hacía referencia al profesor Jerry A. Coyne, quien acaba de publicar un libro titulado Why Evolution is True, en el que explica con pulcritud un argumento contra la, seamos gnoseológicamente generosos, teoría del diseño inteligente: “La imperfección es la marca de la evolución, no la del diseño consciente”. La evolución produce criaturas imperfectas, inacabadas: los mecanismos evolutivos han dotado al kiwi de unas alas sin función; la mayoría de las ballenas conservan vestigios de pelvis y huesos de las patas como recuerdo de su pasado de cuadrúpedos terrestres; los humanos contamos con músculos para accionar una cola ya desaparecida, erizar plumas de las que no disponemos (la “carne de gallina”) o mover cómicamente las orejas, recordaba Pontón. A veces la evolución puede producir resultados útiles para un individuo, pero perjudiciales para la especie en su conjunto. Pontón recordaba en su artículo un ejemplo fastuoso aportado por Forges:

“[…] en el dibujo aparece un obispo o cardenal (¿Rouco? ¿Camino?) de gesto avinagrado que Darwin observa entre perplejo y azorado. ¿Por qué razón? Porque ve, como Forges y como yo, que aquí la selección natural no ha jugado en favor de la especie. Si la selección natural ‘apaga’ los genes más perjudiciales y activa los más favorables, ¿por qué existen los eclesiásticos?”

Los interrogantes del admirable editor de Crítica proseguían: ¿por qué sobreviven seres inmorales capaces de engañar a sabiendas a los más débiles y desvalidos de los humanos diciéndoles que los preservativos pueden aumentar el riesgo de contraer el sida? Desde Darwin, sugiere Pontón, puede explicarse la existencia de tales criaturas: deben de ser vestigios de nuestros antepasados los reptiles.

Se me perdonará entonces que, aprovechando que el Ebro pasa por Zaragoza y el Duero por Pisuerga, añada otras preguntas de las que no soy capaz de conjeturar hipótesis explicativas: ¿Cómo es posible, como encaja en la evolución de las especies y las sociedades humanas, que un gobierno de izquierdas tripartito lleve una ley al Parlament catalán, con el beneplácito de CiU y el apoyo sustantivo del PP menos en asuntos lingüísticos, agitatorios electoralmente, que amén de privatizaciones y apoyo a negocios privados “concertados”, permita que instituciones educativas en manos de clérigos fanáticos (y afines) que segregan a jóvenes estudiantes en función del sexo, y no sabemos si también con otros criterios, reciban ayuda pública para sus propósitos antievolucionistas? ¿Se explica en esas instituciones educativas el darwinismo o se hace en “justo” paralelo con la “teoría” el diseño inteligente? Una hipótesis apenas entrevista, que acaso sea razonable: la evolución de las sociedades humanas exige para su transformación, además de los mecanismos naturales señalados, coraje ciudadano, el luciferino non serviam, y el gobierno catalán (¡ay!), hasta estos momentos, parece no andar sobrado de estos condimentos cívicos rebeldes.

PS: Óscar Carpintero me señaló amablemente el artículo referenciado de S. Jay Gould, que yo desconocía hasta entonces. Manuel Talens ha revisado el artículo con cuidado, me ha señalado erratas y algún error, le ha dado forma y lo ha tratado con el mimo al que nos tiene acostumbrados. Gracias, muchas gracias a ambos.


Notas:

[1] Uso la traducción del primer libro de El Capital de Manuel Sacristán: OME (Obras de Marx y Engels) 40, 1976, Ediciones Grijalbo. Los siguientes volúmenes aparecieron en Crítica, la editorial que fundó en aquellos años un amigo y colaborador de Sacristán en Ediciones Ariel, Gonzalo Pontón.

[2] El 12 de febrero se cumplieron 200 años del nacimiento de Charles Darwin y el 24 de noviembre de 2009 se celebrará el 150 aniversario de la publicación de El origen de las especies. La teoría de Darwin ha sufrido en sí misma una evolución con el surgimiento del neodarwinismo, que sostiene a un tiempo el rigor de la idea primigenia de Darwin a la vez que se nutre de los estudios sobre herencia de Gregor Mendel. Han existido y existen, desde luego, “hijos de Darwin” que manipulando sus ideas defendieron y defienden la “ingeniería social”. Así, el “darwinismo social” basado en la eugenesia, propuesta por Francis Galton, primo de Darwin, y la posterior aportación de Spencer. No es impensable, como es sabido, que algunas de estas “teorías” influyeran en la cosmovisión del nazismo (y concepciones del mundo afines).

[3] Valentino Gerratana, “Marxismo y darwinismo”, en Investigaciones sobre la historia del marxismo I. Hipótesis-Grijalbo, Barcelona, 1975, p. 99, traducción de Francisco Fernández Buey (esta colección inolvidable, en la que fueron publicados 17 ensayos, fue dirigida conjuntamente por Manuel Sacristán y por el propio Francisco Fernández Buey). Stephen Jay Gould, “El caballero darwinista en el funeral de Marx: resolviendo la pareja más extraña de la evolución”, en Acabo de llegar. El final de un principio en historia natural, Barcelona, Drakantos bolsillo, 2009 (pp. 153-174) –trabajo del que he tenido noticia gracias a Óscar Carpintero– señala como asistentes al entierro de Marx: Jenny, su mujer; una hija de Marx; sus dos yernos, Charles Longuet, Paul Lafargue; Wilhelm Liebknecht, Friedrich Lessner, G. Lochner y los dos científicos citados. S. Jay Gould olvida que la mujer de Marx había fallecido en 1881. Gould, por otra parte, señala igualmente que Engels se dio cuenta de la “anomalía” que representaba la presencia de los dos científicos naturales. En su informe oficial del funeral (publicado en Der Sozialdemokrat de Zurich, 22 de marzo de 1883), apuntaba: “Las ciencias naturales estuvieron representadas por dos celebridades de primer rango, el profesor de Zoología Ray Lankester y el profesor de química Schorlemmer, ambos miembros de la Royal Society de Londres”.

[4] S. Jay Gould lo presenta en los siguientes términos: “[…] E. Ray Lankester (1847-1929), joven biólogo evolutivo inglés y principal discípulo de Darwin que ya entonces era famoso, pero más tarde se convertirá (en tanto que Profesor sir E Ray Lankester, K.C.B. [Caballero de la Orden del Baño], M.A. [el grado “obtenido” en Oxford o Cambridge]. D.Sc. [un grado honorífico posterior como doctor en ciencias], FRS [miembro de la Royal Society, la principal academia honoraria de la ciencia británica]), en prácticamente el más celebre, y el más chapado a la antigua,. De los científicos ingleses convencionales y socialmente prominentes” (ed. cit., pp. 156-157).

[5] Un brevísimo paso de un discurso de despedida y recuerdo, en absoluto un pensado y documentado texto de reflexión político-filosófica.

[6] Gould señala en su artículo que “Marx siguió siendo un evolucionista convencido, desde luego, pero su interés por Darwin menguó claramente con el paso de los años” (p. 168). Margaret Fay manifiesta la siguiente opinión a este respecto (Ibidem, pp. 168-169): “Marx… aunque inicialmente se sintió excitado por la publicación de El Origen… de Darwin, desarrolló una postura mucho más crítica hacia el darwinismo, y en su correspondencia de la década de 1860 se burlaba de manera suave de los prejuicios ideológicos de Darwin. Los apuntes etnológicos de Marx, compilados hacia 1879-1881, en los que sólo se cita una vez a Darwin, no proporcionan ninguna prueba de que retornara a su entusiasmo inicial”.

[7] Janet Browne, Charles Darwin. El poder del lugar, Valencia, PUV, 2009, p. 246 (traducción de Julio Hermoso).

[8] Véase: Manuel Sacristán, Sobre Dialéctica. El Viejo Topo, Barcelona, 2009, pp. 147-164.

[9] Janet Browne, La historia de El origen de las especies de Charles Darwin. Debate, Madrid, 2007, p. 111.

[10] Ralph Colp, Jr.: “The myth of the Darwin-Marx letter”. History of Political Economy 14:4, 1982, p. 461.

[11] Janet Browne habla de la tercera edición (op. cit., p.112). Creo que es una errata.

[12] Según Janet Browne, op. cit., p. 112, todavía “forma parte de la colección de libros de Darwin con una nota de Marx en su interior”.

[13] Véase Janet Browne, Charles Darwin. El poder del lugar, ed. cit., p. 517

[14] I. Berlin, Karl Marx. Su vida y su entorno. Alianza editorial, Madrid, 2000.

[15] Francis Wheen, Karl Marx. Editorial Debate, Madrid 2000, p. 336.

[16] David McLellan, Karl Marx. Su vida y sus ideas, ed. cit., p. 488

[17] Valentino Gerratana, Investigaciones sobre la historia del marxismo, ed. cit., p. 123

[18] Sholomo Avineri, “The Marx-Darwin Question: Implications for the Critical Aspects of Marx's Social... Warren International Sociology. 1987; 2: 251-269.

[19] Margaret Fay, “Did Marx offer to dedicate Capital to Darwin?: A Reassessment of the Evidence”. Journal of the History of Ideas, Vol. 39, No. 1 Jan-Mar, 1978, pp. 133-146.

[20] Ralph Colp, Jr.: “The contacts between Charles Darwin and Karl Marx”. Journal of the History of Ideas 35 (April-June 1974).

[21] Lewis S. Feuer, “Is the “Darwin-Marx correspondence” authentic?”, Annals of Science, 32: 1-12. Gould señala en su artículo que Feuer y Fay trabajaban de forma independiente y simultánea.

[22] Janet Browne, La historia de El origen de las especies de Charles Darwin, ed. cit., pp. 111-112. Browne se muestra más comedida en su gran biografía de Darwin (ed. cit., pp. 517-518): “Hay escasas pruebas de la historia que afirma que Marx le pidió permiso a Darwin para dedicarle una futura edición de El Capital en reconocimiento de la comprensión de la lucha en la naturaleza por parte del británico. Al contrario, es mucho más probable que fuese Edward Eveling quien le preguntarse a Darwin si podía dedicarle uno de sus libros, y que tal solicitud fuese rechazada”. Browne apunta, en conjetura parcialmente arriesgada, que la confusión irrumpió sólo tras la muerte de Darwin (y acaso, habría que añadir la de Marx), ya fuese a través del deseo de Aveling de relacionar el darwinismo con su ateísmo revolucionario, o porque los documentos de Marx y Aveling se mezclasen azarosamente tiempo después.

[23] Janet Browne, Charles Darwin. El poder del lugar, ed. cit., p. 623.

[24] El Darwin para el estudiante de Aveling el segundo volumen de la Biblioteca Internacional de Ciencias y Librepensamiento.

[25] “Hombres” refiere en este caso, efectivamente, a hombres.

[26] Gonzalo Pontón, “La perplejidad de Darwin”. El País, 29 de marzo de 2009.

Una versión anterior de este artículo apareció en El Viejo Topo, julio-agosto de 2009.

Salvador López Arnal es colaborador de Rebelión, El Viejo Topo, Papeles ecosociales y Sin permiso, y autor de La destrucción de una esperanza. Manuel Sacristán y la primavera de Praga, Akal, Madrid (En prensa).