Haciendo memoria

Los niños perdidos del franquismo

Por Vicenç Navarro (*)
El País, 24/12/08

La Acción Social de la Falange y la Iglesia desempeñaron un papel muy importante en una poco conocida “depuración de la raza” por la que se robaron miles de niños, hijos de padres asesinados y madres “rojas”

Una de las sorpresas que me encontré a la vuelta de un largo exilio fue el ver que mis estudiantes (gente joven, despierta y curiosa intelectualmente, horrorizados por las barbaridades realizadas por las dictaduras chilenas y argentinas -tales como el robo de niños de padres asesinados por aquellas dictaduras-) desconocían que todos aquellos horrores habían ocurrido también en España durante la dictadura franquista, incluyendo el robo de niños de madres republicanas asesinadas por el Ejército golpista.

Recordaré siempre su respuesta al excelente documental de la televisión catalana “Els nens perduts del franquisme”, de Montse Armengou y Ricard Belis, que documentaba tales robos durante la dictadura. Al entrar en el aula al día siguiente de haberse proyectado tal documental, noté un silencio ensordecedor. Los estudiantes estaban sorprendidos, avergonzados e indignados de que se les hubiera ocultado parte de la historia de su país. Sabían lo que había ocurrido en Argentina y Chile, pero desconocían lo que había ocurrido en España.

Fue así como pude explicarles que no sólo lo que había ocurrido en aquellos países, sino incluso muchas de las cosas que habían ocurrido en la Alemania nazi, se habían dado también en España. En realidad, parte de los experimentos realizados por la Gestapo en los campos de concentración nazis se habían iniciado en España bajo la supervisión de la misma Gestapo. (Ver Michael Edwards “A time of silence. Civil War and the Culture of Repression in Franco's Spain”, 1936-1945, Cambridge University Press, 1998). No se lo podían creer. ¿Cómo es que nadie se lo había contado? Y así se lo expliqué.

En contra de lo que se ha dicho y escrito, el régimen militar liderado por el general Franco era racista. Los militares golpistas se consideraban parte de una raza hispánica superior (el día nacional se llamaba el día de la Raza), superioridad que le otorgaba el derecho de conquista y sometimiento sobre otras razas inferiores, entre las cuales incluían la raza de los republicanos rojos (término utilizado por la dictadura hacia aquellas poblaciones que se opusieron al golpe militar y a la dictadura).

El ideólogo de tal doctrina era el militar psiquiatra Vallejo Nájera, que dirigía los Servicios Psiquiátricos del Ejército. Parte de su formación había tenido lugar en Alemania, habiendo estudiado las teorías racistas nazis de las cuales era un ferviente admirador. Su interpretación de la raza, sin embargo, contenía un fuerte componente político-cultural y psicológico más que étnico, aunque incluía elementos antisemíticos en su definición.

Fue nombrado por el dictador director del Gabinete de Investigaciones Psicológicas con el objetivo de estudiar la raza española y su superioridad, con la intención de purificarla eliminando cualquier forma de contaminación que diluyera su pureza. Sus teorías quedaban reflejadas en sus libros, incluyendo Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza, en el que definía raza como espíritu.

"La raza es espíritu. España es espíritu. La Hispanidad es espíritu... Por eso hemos de impregnarnos de Hispanidad... para comprender nuestras esencias raciales y diferenciar nuestra raza de las extrañas". Este espíritu lo definía como "militarismo social, que quiere decir orden, disciplina, sacrificio personal, puntualidad en el servicio, porque la redoma militar encierra esencias puras de virtudes sociales, fortaleza corporal y espiritual". Y para mejorar la raza era necesaria "la militarización de la escuela, de la Universidad, del taller, del café, del teatro, de todos los ámbitos sociales".

Su purificación de la raza incluía el resurgimiento de la Santa Inquisición en contra de las personas que consideraba antipatrióticas, anticatólicas y antimilitares que corrompían la raza española. Afirmó que parte del problema racial de España era que había demasiados Sanchos Panzas (físico redondeado, ventrudo, sensual y arribista), y pocos Don Quijotes (casto, austero, sobrio e idealista), personajes imbuidos en un militarismo, identificando la cultura militar como la máxima expresión de raza superior. (Para expansión de este análisis, ver el excelente libro de Enrique González Duro Los Psiquiatras de Franco. Los rojos no estaban locos. Península, 2008).

Vallejo Nájera tenía un gran desprecio para las personas corrientes y creía que la sociedad moderna necesitaba de una "minoría selecta... con espíritu aristocrático... imbuido en una misión especial de salvar al país y a la raza". Era también profundamente anti-mujer, considerando que "las hembras no estaban facultadas para la lectura de libros". Desaconsejaba a las niñas que leyeran libros excepto los de carácter religioso, y alertaba que la debilidad mental de las mujeres las hacía especialmente vulnerables al marxismo, el máximo exponente del deterioro de la sociedad. Hablaba del marxismo como de una peste transmitida a partir de los centros urbanos, los centros industriales de la costa de España.

Vallejo Nájera estableció un campo de experimentación en Málaga, "Málaga que ha importado toda clase de ideas", ciudad costera que él consideraba proclive a tal enfermedad. En aquel campo hizo todo tipo de experimentos, asesorado por agentes de la Gestapo, incluyendo un estudio de 40 malagueñas, milicianas republicanas, consideradas todas ellas como "casos de anormalidad psíquica, exaltadas por sentimientos pasionales... que se sumaron al saqueo para satisfacer impunemente rencores y venganzas personales".

Dentro del campo de concentración agrupaba a los rojos en varias categorías, siendo una de ellas (considerada de las más degeneradas) las mujeres marxistas y catalanas. Fue en estos campos de concentración donde se realizaron tales estudios que generaron la información de la que Vallejo- Nágera concluía que el marxismo era la máxima forma de patología mental, siendo "el marxismo español una mezcla judeo-masónica que la distingue del marxista extranjero, semita puro".

Tal señor no era una figura menor en el edificio ideológico del Ejército franquista y del régimen militar que estableció. Sus teorías se transformaron en la ideología del régimen. Eran profundamente racistas, contraponiendo la raza española (que se caracterizaba por su masculinismo, canto a la fuerza física, nacionalismo extremo y un profundo catolicismo) a la raza roja inferior, compuesta de subdesarrollados mentales, psicópatas y degenerados, contaminados por un marxismo, judaísmo y masonismo al cual eran vulnerables las clases populares por su subdesarrollo mental.

Tal inferioridad de raza podía corregirse, sin embargo, a la temprana edad de la infancia. De ahí que se requiriese que a las madres rojas se les quitaran los infantes para evitar su contaminación y degeneración. La Acción Social de La Falange y la Iglesia jugaron un papel muy importante en esta depuración de la raza "salvando" a los infantes de tal patología que podía transmitirse de madres a hijos. Tales robos eran frecuentemente hechos para el beneficio de parejas afines al régimen que deseaban tener niños. Miles de niños fueron sustraídos de sus madres rojas.

Esta política de robos era, tal como escribe Enrique González Duro, política del Estado. El Ministerio de Justicia tenía como responsabilidad robar (el término que se utilizaba erarecoger) a todos los hijos de los asesinados, encarcelados o desaparecidos, a fin de "liberarles de la miseria material y moral que suponía su distanciamiento del nuevo Estado español". En 1943 los hijos de presos bajo tutela del Estado eran 12.043.

Estos hechos se han ocultado al pueblo español. El documental “Els nens perduts del franquisme”, ampliamente galardonado internacionalmente, ha sido mostrado en la televisión sólo en Cataluña, en el País Vasco y en Andalucía (a la 1 de la madrugada). Recientemente se hizo una presentación de una versión abreviada en TV2. Por lo demás no se ha presentado en ninguna otra televisión, sea pública o privada, contribuyendo al olvido de los horrores de aquella dictadura cuyo conocimiento es muy escaso en nuestro país, y que el auto del juez Garzón hubiera podido ayudar a remediar. Su retiro del caso ha aumentado las posibilidades de que aquel horror continúe desconociéndose.


(*) Vicenç Navarro es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra (Catalunya).


Reportaje: los niños robados por el franquismo relatan su historia

"¡No me la quiten! ¡No quiero dejar a mi hija
con estos verdugos!"

Por Natalia Junquera
El País, 23/11/08

Madrid.- "Oí gritos desgarradores: '¡No me la quiten! ¡Me la quiero llevar al otro mundo!'. Otra exclamaba: '¡No quiero dejar a mi hija con estos verdugos. Matadla conmigo!'. (...) Se había entablado una lucha feroz: los guardias que intentaban arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus madres y las pobres madres que defendían sus tesoros a brazo partido. Jamás pensé que hubiese tenido que presenciar escena semejante en un país civilizado". Esto lo escribió el fraile Gumersindo de Estella en sus memorias. Como capellán de la prisión de Torrero (Zaragoza) presenció en sus múltiples formas, el encarnizamiento de los vencedores con los vencidos, sus mujeres y sus hijos. El robo de niños es quizá la fórmula más atroz y menos conocida de la represión franquista. "Durante más de 60 años no ha sido objeto de la más mínima investigación", denunció esta semana el juez Baltasar Garzón en el auto en el que se inhibe de la causa abierta contra Franco.

De lo que pasaba después con aquellos niños da cuenta otro capellán con inquietudes bien distintas en una carta que escribió desde la Casa Cuna de Sevilla a los futuros padres de una de aquellas criaturas: "Mis queridos amigos: la madre de la niña se presentó en la Diputación (...) al ver esto y prever que les podían hacer pasar a ustedes un mal rato, decidí no hablar ni tocar el asunto en la Diputación hasta que no estuviera alejada la idea de esta mujer y cuando ustedes fueran ni se acordaran que tal mujer había ido a reclamar nada".

El régimen robó niños a las madres presas, los repatrió sin permiso de sus padres ni de los países a los que la República los había evacuado durante la guerra y desde 1941, permitió por ley que les cambiaran los apellidos, impidiendo para siempre que su familia los encontrara. No se sabe cuántos fueron. Muchos de esos niños habrán muerto ancianos sin saber cuál era su verdadero nombre. Estas son algunas historias de las madres que no olvidaron, los que tuvieron la suerte de reencontrarse y los que siguen buscando.

Antonia Radas: "Me llamaba Pasionaria"

Tuvieron sólo un año y medio para conocerse, "para hacernos preguntas", aclara Antonia. "Yo tenía 54 años cuando conocí a mi madre. Ella, 87". Carmen y Antonia se encontraron gracias a un programa de televisión, Quién sabe dónde. "La reconocí enseguida. ¡Era idéntica a mí, pero con 30 años más! Mi madre me gustó mucho. Era auténtica, tenía un poco de genio, igual que tengo yo". El año y medio que vivió Carmen desde aquel encuentro se esfumó en presentar a hermanos y nietos, en llorar por el tiempo perdido y en aclarar una mentira.

"Yo siempre pensé que mi madre me había abandonado. Fue lo que me dijeron mis padres adoptivos. Y cuando en mi primera comunión se presentó un chico diciendo que era mi hermano y que me fuera con él porque mi madre me estaba esperando, yo le grité '¡es mentira!'. Pero era verdad".

-“Déjanos a la niña, que nosotros te la cuidaremos”-, le dijeron a su madre.- “¡Antes de eso, yo la ahogo!”, les contestó.

"Mi madre me contó que había oído que robaban a los niños en la cárcel, por eso reaccionó así. Pero viendo que tarde o temprano me iban a apartar de ella, decidió darme a otra presa que ya salía en libertad para que cuidara de mí los seis meses que le quedaban a ella de condena. Pero la amiga me vendió o me regaló a mi familia adoptiva. Por no querer perderme, al final casi me pierde para siempre", recuerda Antonia, que a los 54 años descubrió que se llamaba Pasionaria.

"A ella la habían hecho presa para coger a mi padre, que estaba en el monte. Él se entregó y lo fusilaron y a mi madre no la soltaron. Me puso Pasionaria para fastidiar a los que habían matado a mi padre. Pero en cuanto mis padres adoptivos me bautizaron, me lo cambiaron por Antonia".

Antonio Prada Girón: Aún busca a su hermano

Aunque nunca supo si seguía vivo o con qué nombre había muerto, Emilia Girón nunca olvidó a su segundo hijo. Quería llamarle Jesús y se lo quitaron en el hospital de Salamanca, adonde la habían desterrado por ser hermana de uno de los guerrilleros más famosos de España, Manuel Girón, El león del Bierzo.

Emilia Girón con dos de sus hijos

Antes de dar a luz a Jesús, Emilia había sido torturada decenas de veces para que confesara el paradero de su hermano. "Iban a buscarla a casa casi cada día. Una hora después de parirme a mí fueron a por ella y se la llevaron todavía sangrando al puesto de la Guardia Civil para que identificara a un guerrillero que habían matado, para ver si era mi tío. La molieron a palos", explica Antonio Prada Girón, otro de sus hijos, que ha oído muchas veces aquel relato.

"Yo sé que lo parí. Se lo llevaron para bautizarlo, pero no me lo devolvieron. No lo volví a ver más. Supongo que un matrimonio que no tuviera hijos se lo quedó, pero a mí no me pidieron permiso", relató Emilia Girón ante la cámara de Montserrat Armengou, autora del documental Los niños perdidos del franquismo. Ahora es su hijo Antonio quien le sigue buscando. "Mi madre murió el año pasado, a los 96 años, con la pena de no haberle encontrado. No dejó de pensar en él ni un solo día. Porque mi madre lo parió, y de eso no pudo olvidarse", explica Antonio. "Le tenía siempre en el pensamiento. Nos repitió muchas veces que teníamos otro hermano y que se lo habían robado. Le quería tanto como a nosotros cinco".

María José Huelga: Cinco pruebas de ADN

Antes de morir, a los 84 años, Marina Álvarez Gutiérrez se hizo cinco pruebas de ADN con cinco mujeres que vivían en Francia, Bélgica, La Rioja, Murcia y Zamora para averiguar si alguna de ellas era su hermana María Luisa. No tuvo suerte. "La primera se la hizo muy ilusionada porque estaba convencida de que iba a ser su hermana. No se imaginaba que hubiera más casos como el suyo, y que habían robado a tantos niños", explica su hija María José Huelga. Marina no tuvo suerte. Ninguna de aquellas cinco mujeres era la niña que recordaba haber llevado de la mano hasta el carguero inglés en el que fueron evacuados a Burdeos.

Intentando poner a sus seis hijos a salvo, su padre pidió para ellos un pasaporte de guerra. "Le dijeron que no les iba a pasar nada, y mira lo que pasó. Mi madre tenía entonces tres años y medio y mi tía, poco más de un año. Iban a Burdeos pero al final los separaron a todos. María Luisa, la más pequeña, nunca volvió".

Mientras el miedo a Franco le impidió preguntar por ella a la Guardia Civil, Marina acudió con frecuencia a un echador de cartas para saber cómo estaba su hermana. "Le decían que estaba viva y mi madre se quedaba contenta. Siempre estaba pensando en ella, imaginando cómo sería ahora su hermana. A veces decía: 'Siento que no está muerta. A lo mejor es monja...'. Toda la vida tuvo la angustia de haberla perdido", recuerda María José. "Por eso ahora, si consigo encontrar a mi tía, por una parte va a ser una alegría, pero por otra va a ser una pena tremenda, porque mi madre se ha muerto sin verla. Aún así me encantaría encontrarla y decirle que no la abandonaron. Poder contarle lo que pasó y quién es. Nadie se merece menos que eso. Pero es tan difícil... si nosotras encontramos cinco mujeres con casos parecidos y ninguna era mi tía, ¿cuántos niños habrán podido robar los franquistas?".

María Calvo: Cuatro nombres distintos

María ha tenido, en 76 años, cuatro nombres distintos: fue María del Carmen Calvo García al nacer. María Expósita en Francia. María Pérez Gómez de vuelta a España. Y para que pudiera casarse, le pusieron María López García, los apellidos de sus padres adoptivos.

La familia Calvo, antes de separarse

El suyo, el que le habían puesto sus padres, lo descubrió hace muy poco. "Te llamas Carmen Calvo García", le tuvo que decir Florencia, su hermana, que también la encontró gracias a Paco Lobatón, casi 70 años después de que un bombardeo alemán las separara en Francia cuando María aún era muy pequeña para recordar aquella imagen.

"Mi madre no sabía cómo se llamaba. Tuvo que ir a la televisión para saber quién era. Y a un forense para que le dijera mirándole la dentadura cuántos años tenía. ¿Puede haber algo más penoso?", se pregunta su hija Encarnación, que pide hablar en nombre de su madre para que ella no sufra recordando la vida que perdió.

Como tantos otros niños, María y Florencia llegaron a Francia huyendo de una guerra y tropezaron con otra. Fueron a parar a distintas familias en Francia. Hasta que Franco reclamó la repatriación de los 34.037 niños que el Gobierno rojo había expatriado durante la guerra obedeciendo "a consignas emanadas del Kremlin con objeto de obtener valiosos instrumentos para sus planes ulteriores", según un informe de Falange sobre las repatriaciones, de noviembre de 1949. Las hermanas fueron separadas y tuvieron vidas muy distintas.

"Mi madre recuerda perfectamente el día en que su madre adoptiva la recogió en el colegio al que la habían llevado en Madrid. Pusieron a todas las niñas en el patio y mi abuela dijo: 'Esa es la que quiero'. Le dijo 'soy tu madre' y se la llevaron a Jumilla (Murcia)", explica Encarnación. "Florencia tuvo una vida muy distinta. La pobre sufrió mucho...".

Entró en un asilo a los 10 años y no salió de él hasta los 18. "Me quedé hasta ciega de tanto llorar. Recién llegada de Francia, me oriné más de una vez en la cama y las monjas me ponían las sábanas por la cabeza. Me hacían pasar por el comedor de los niños con la sábana mojada para que me diera más vergüenza...", relata Florencia en el documental Los niños perdidos del franquismo justo antes de ahogarse en su propia voz. Falleció hace años, poco tiempo después de que el ADN confirmara que la mujer a la que había encontrado en Quién sabe dónde era su hermana.

María nunca se había atrevido a preguntar a sus padres adoptivos si era verdad lo que le habían dicho otras niñas: "Tú no eres tú". Cuando se estaba muriendo, su madre adoptiva le confesó que había "un secreto", pero le dijo que se lo llevaría a la tumba. Y así fue. Con la ayuda de su hija, María comenzó a buscar su identidad. Hasta que vio a su hermana en Quién sabe dónde. "No te conozco pero yo te quiero mucho", le dijo ella. Florencia nunca se había creído lo que le habían dicho en el asilo: "María está muerta. La tiraron por la ventanilla del tren".

La regeneración de la raza según Vallejo Nájera

El régimen no intentó buscar a los padres de los niños que habían sido evacuados, o directamente se los robó a sus madres en las cárceles, en el intento de "recatolizarlos a la fuerza", explica el historiador Julián Casanova, autor de La Iglesia de Franco. "La Iglesia fue la principal responsable del robo de estos niños, quería purificar a aquellas criaturas, de familias rojas y descarriadas. Por eso estaban mucho más interesadas en las niñas que en los niños. Y a ese intento de purificación obedece también el aceite de ricino que les hacían beber a las mujeres cuando las torturaban", añade.

Para construir aquel sistema cruel que borraba la identidad de los niños, el régimen se empeñó en conseguir que odiaran a sus padres, los rojos. Hizo falta un psiquiatra, el comandante Antonio Vallejo Nájera, y una teoría disparatada sobre la Eugenesia de la hispanidad y la regeneración de la raza.

En un intento de cuajar aquellas teorías con su fe católica, Vallejo Nájera ideó una suerte de "eugenesia positiva" con el fin de "multiplicar a los selectos y dejar que perezcan los débiles", entendiendo como débiles a los rojos, y como recuperables, a sus hijos, a los hijos robados del franquismo.


El Foro por la Memoria presenta en Madrid un documental sobre las mujeres represaliadas por el franquismo

Humilladas, torturadas, asesinadas

Por Natalia Junquera
El País, 11/03/10

Madrid.- Por ser esposas, madres o hermanas de republicanos, fueron humilladas por el bando ganador de la Guerra Civil, que les rapaba la cabeza y las obligaba a beber aceite de ricino, desnudas. Por defender al bando perdedor, fueron asesinadas, violadas y torturadas en prisión, donde muchas vieron morir a sus hijos, cuando el régimen no se los arrebató para entregarlos en adopción a otras familias. "Es la parte menos conocida de la represión franquista", explica José María Pedreño, presidente del Foro por la Memoria, que hoy presenta en los Cines Golem de Madrid el documental Sombra, Niebla y tiempo, sobre "las mujeres y niños como víctimas ignoradas pero doblemente reprimidas por el franquismo".

El proyecto, que ha costado 20.000 euros y ha contado con una subvención del Ministerio de la Presidencia, recoge los testimonios de mujeres encarceladas y torturadas por el franquismo, de huérfanos, hijos de republicanos muertos en la Guerra Civil, que fueron a parar a colegios de "reeducación" y de familias que dedicaron toda su vida a buscar a los niños a los que el régimen cambió la identidad para entregar en adopción a otros padres.

Así, por ejemplo, se narra la vida de Concha Carretero, de 92 años, ex miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas y superviviente de la ejecución de las que a partir de entonces se conocería como Las 13 rosas, de las que era compañera y amiga en la cárcel de Ventas. A ella llegaron a llevarla, desnuda, a la tapia del cementerio. "¿Ves esos bultos? Son los cuerpos de tus compañeros. Ahí va el tuyo", recuerda que le dijeron. Finalmente, no la mataron, pero de regreso a la cárcel, le pegaron tal paliza que estuvo 24 horas inconsciente.

El documental, de 55 minutos y dirigido por Juan Caunedo, recoge también el testimonio de Trinidad Gallego, comadrona de la cárcel de Ventas y testigo del robo de niños a las madres presas. O de Julia Manzanal, que vio morir a su hija de pocos meses en prisión mientras ella cumplía una condena de cinco años.

José María Pedreño, presidente del Foro por la Memoria, ha explicado que el elenco de actores que interpreta a los protagonistas en su juventud ha trabajado "prácticamente gratis, cobrando unos 70 euros a la semana" para poder sacar adelante este documental.

Precisamente, el pasado ocho de marzo, día de la mujer trabajadora, la consejera de justicia de la Junta de Andalucía, Begoña Álvarez, anunció que indemnizará con 1.800 euros a las mujeres vejadas por el franquismo. El historiador José María García Márquez ha confeccionado una lista de 400 mujeres asesinadas sólo en la provincia de Sevilla.