El imperialismo

en el siglo XXI

 

El imperialismo hoy

 

Segunda parte

 

El imperialismo de las superpotencias, 1945-1990

 

1. Un mundo políticamente bipolar, pero económicamente multipolar. La competencia interimperialista sufrió un cambio fundamental después de la derrota de Alemania y Japón en 1945. El sistema europeo de Estados dejó de ser el eje de la política mundial, tal como lo había sido hasta entonces. En vez de esto el continente europeo fue repartido e integrado en dos alianzas militares globales, cada una de ellas dominada por una de las superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Este estado de cosas había sido preanunciado durante la época de las dos guerras mundiales. La inestabilidad del sistema europeos de Estados que dio origen a la "Guerra de los Treinta Años" de 1914-1945, reflejó la incapacidad de contener el impacto de la ascensión de Alemania al status de potencia mundial. El dominio sin precedente de Gran Bretaña en la política europea durante los preparativos de la Segunda Guerra Mundial, representó el intento de la hasta entonces principal potencia imperialista de dominar un sistema de Estados totalmente debilitado, un papel que Gran Bretaña, cuyo relativo declive económico fue expuesto brutalmente por la guerra, sólo pudo cumplir mientras las dos potencias continentales, EEUU y la URSS, quedasen como señaló Paul Kennedy, "fuera de escena".[26]

En 1945, lo que un historiador llamó la "última guerra europea" tuvo su final cuando ambos Estados se movieron para el centro del escenario. EEUU sustituyó definitivamente a Gran Bretaña como potencia dominante a nivel mundial, traduciendo su amplia fuerza económica en un aplastante poderío militar. Al mismo tiempo los gobernantes de EEUU usaron su predominio en la alianza contra Hitler para sentar las bases de una economía mundial de posguerra abierta a las inversiones y exportaciones norteamericanas, en un intento por impedir una repetición de la catástrofe que soportó su economía a causa de las guerras comerciales de los años 30. El principal obstáculo para alcanzar ese objetivo era la clase dominante soviética: la fusión del poder económico y político alcanzado por las transformaciones capitalistas de Estado ocurridas en los años 30, significaba que la integración en un mercado mundial dominado por EEUU amenazaría el dominio de la burocracia estalinista. De esta forma, estaba pronta la base para la división de Europa después de la guerra en dos bloques militares rivales.[27]

La Guerra Fría que emergió del conflicto entre los triunfadores de 1945 implicó una nueva modalidad de conflicto interimperialista. En primer lugar, las rivalidades territoriales y militares entre los Estados fueron encuadradas en un molde bipolar. Anteriormente la competencia entre Estados había ocurrido entre una pluralidad de grandes potencias que, mientras podían formar alianzas temporarias, mantenían sus opciones abiertas en las interminables maniobras entre las cancillerías de Europa, las cuales fueron el núcleo de la política internacional desde el siglo XV hasta mediados del siglo XX.

El axioma básico de esta política fue resumido por uno de sus máximos practicantes, Parlmerston, cuando dijo: "Inglaterra no tiene amigos ni enemigos eternos, solamente intereses eternos". De esta forma, Alemania y Rusia emprendieron dos terribles guerras en el siglo XX, a despecho de la antigua amistad entre las casas de los Hohenstaufen y de los Romanov durante el siglo anterior; Gran Bretaña y Francia, casi continuamente en guerra entre 1689 y 1815, se aliaron contra Alemania en las dos guerras mundiales; los preparativos de guerra británicos llevaron a Trotsky a pronosticar algo que parecía plausible a comienzos de la década del 20: un conflicto entre Gran Bretaña y Estados Unidos.[28] La política internacional perdió su fluidez después de 1945. Los Estados europeos quedaron enclaustrados dentro de los dos bloques de superpotencias, un estado de cosas que reflejaba en varios grados una convergencia de intereses entre las clases dominantes aliadas y la ausencia de cualquier otra elección.

Las relaciones políticas entre los Estados eran más inestables en las márgenes del sistema: en el Tercer Mundo. Egipto en el período de posguerra, por ejemplo, representa quizá la más dramática sucesión de status: semicolonia británica, Estado neutral balanceado entre las dos superpotencias, el más importante aliado de la URSS en el Tercer Mundo, el segundo mayor receptor de ayuda militar de EEUU en el planeta.[29] Además, el efectivo reparto del globo entre los dos superbloques impuso rigurosos límites al campo de maniobra de los Estados. Cuando Egipto, fuertemente armado por la URSS -a pesar de la expulsión de los asesores militares soviéticos en julio de 1972 por el presidente Anuar Sadat- lanzó el ataque militar de mayor éxito de los Estados árabes contra Israel en octubre de 1973, Estados Unidos respondió con un gran puente aéreo de municiones para el ejercito israelí y, a cierta altura, puso incluso hasta sus propias fuerzas nucleares en alerta.[30] La Guerra Fría actuó como una especie de camisa de fuerza, obligando a los Estados individuales a poner en línea sus acciones con los intereses de uno de los dos bloques de superpotencias.

En segundo lugar, la competencia interimperialista después de 1945 no llevó a ninguna guerra general entre las grandes potencias. Guerras, claro está, siguieron ocurriendo en la periferia del sistema, tal como habían ocurrido durante la conquista europea de Africa y de Asia en el siglo XIX: entre 15 y 30 millones de personas murieron en aproximadamente 80 guerras desde 1945, pero el núcleo del sistema permaneció en situación de paz.[31] La razón más obvia de esto fue con toda probabilidad el hecho de que las superpotencias poseyeran armas nucleares. Aunque esto no hacía imposible una guerra total, sin duda impuso un comportamiento más cauteloso tanto de Washington como de Moscú. De cualquier forma, esta fue una interrupción notable del estado de guerra casi continua en que se había hallado Europa desde el surgimiento de las monarquías absolutistas. De hecho, también un supuestamente pacífico siglo XIX había presenciado una explosión de guerras entre las grandes potencias entre 1855 y 1871, cuyo resultado fue la unificación de Italia y de Alemania, y el desalojo, por esta última, de Francia como la principal potencia del continente. La ausencia de una guerra total después de 1945 aumentó la rigidez de la política mundial, ya que privó al capital del principal mecanismo a través del cual el sistema de Estados había sido ordenado, con la distribución -en permanente cambio- del poder económico global. Al mismo tiempo, sin embargo, los preparativos de guerra se volvieron endémicos.

La carrera armamentista entre Gran Bretaña y Alemania antes de 1914 fue ínfima en comparación con la que se inició a partir del final de los años 40 entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Niveles de gastos armamentistas sin precedentes en tiempos de paz fueron sustentados particularmente por EEUU y la URSS, a través de toda la generación posterior a 1945. En su auge, entre los años 50 y el principio de los años 60, esa economía armamentista permanente tuvo la consecuencia no intencional, de contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancias, dando estímulo así al más poderoso y largo boom en la historia del capitalismo. Entre 1948 y 1973 la renta mundial se triplicó.[32]

El largo boom está estrechamente relacionado a una tercer peculiaridad de la competencia interimperialista después de la Segunda Guerra Mundial. El reparto del mundo entre las dos superpotencias fue altamente desigual, ya que la alianza occidental incluía no solamente a EEUU (por lejos la mayor economía del mundo), sino también a Europa Occidental, Japón y Canadá. Eso no sólo puso a la URSS en una fuerte desventaja, sino que también dio lugar a una contradicción cada vez más importante en el campo occidental. La inclusión de todas las economías avanzadas en un único bloque político, al interior del cual EEUU era la potencia militar dominante, creó un espacio económico muy grande en el cual la competencia entre capitales no dio lugar al tipo de conflictos militares endémicos antes de 1945. En este punto el modelo analizado por Bujarin dejó de aplicarse, ya que las rivalidades interimperialistas se desarrollaron al interior del bloque capitalista occidental sin que existiera una tendencia a su resolución a través de los que Shakespeare llamó "el sangriento arbitraje de la guerra". La competencia económica entre capitales fue, de esta forma, disociada de los conflictos militares entre los Estados.

Este desarrollo tuvo además consecuencias a largo plazo que se mostraron desestabilizadoras. La primera, yo apenas la voy a mencionar aquí (pero la retomaré más adelante): el orden económico global erigido sobre el liderazgo de EEUU al final de la Segunda Guerra Mundial, creó un marco institucional (el acuerdo de Bretton Woods, etc.) que promovió una considerable internacionalización del capital. En segundo lugar, como fue señalado anteriormente, este marco tenía por fin proveer a EEUU con mercados y áreas de inversión. Sin embargo, la recuperación durante el largo boom de las economías europea y japonesa de la devastación de la guerra (un proceso promovido por EEUU para convertir a estos países en trincheras contra la revolución y las presiones militares rusas) llevó al surgimiento de capitales cada vez más capaces de minar el propio dominio norteamericano en el mercado mundial.

Los altos niveles de gastos en armamentos, los cuales fueron una condición de la hegemonía político-militar norteamericana, desviaron capital de las inversiones productivas; al mismo tiempo, los gastos militares relativamente bajos de Alemania Occidental y de Japón hicieron posibles tasas muy altas de acumulación de capital y, consecuentemente, la progresiva erosión de la competitividad de la industria manufacturera norteamericana. Para los años 60 el declive económico relativo de EEUU era evidente. La consecuente intensificación de la competencia al interior del bloque capitalista occidental fracturó el sistema financiero internacional y provocó una reducción en los gastos militares norteamericanos. Una economía armamentista debilitada ya no podía impedir la caída de la tasa mundial de ganancias, preparando el escenario para las grandes recesiones de 1973-74 y 1979-82.[33] Así, una profunda contradicción se había manifestado entre un orden que permanecía políticamente bipolar, pero que era económicamente multipolar. La distribución global del poder político-militar no correspondía más a la distribución del poder económico.[34]

2. El Tercer Mundo: "negligencia" malvada e industrialización parcial. El más dramático cambio después de 1945, ocurrido fuera del núcleo capitalista occidental del sistema, fue el desmantelamiento de los imperios coloniales europeos. En cierto grado este cambio fue ocasionado por el declive de las potencias europeas y de su dependencia de un EEUU ávido por tener acceso a los mercados coloniales cerrados a él durante el período de entre guerras. Las heroicas luchas de liberación nacional en China, Vietnam, Argelia y en las colonias portuguesas, también cumplieron su parte. Pero la descolonización como proceso político correspondía también a la disminución de importancia del Tercer Mundo para los países capitalistas avanzados. El cuadro descrito por Lenin de un sistema imperialista basado en la exportación de capital a las colonias -una verdad parcial incluso en su época, como vimos- estaba completamente desenfocado de la realidad del capitalismo internacional después de 1945. Resumiendo la experiencia inmediata del período posterior a la Segunda Guerra Mundial, Michael Kidron escribió en 1962: "El capital no fluye de países capitalistas maduros a países capitalistas en desarrollo, por el contrario, las inversiones en el extranjero son crecientemente realizadas entre los propios países capitalistas desarrollados".[35] Como demuestra la Tabla 2, esa afirmación siguió siendo verdadera para la economía mundial entre 1965 y 1983. El Banco Mundial expresaba en 1985:

"...desde 1965, aproximadamente tres cuartos de las inversiones extranjeras directas fueron a países industrializados. El restante estuvo concentrado en su mayor parte en unos pocos países en desarrollo, predominantemente en aquellos de mayor renta de Asia y América Latina. En particular Brasil y México recibieron grandes volúmenes de inversión directa. En Asia, Hong Kong, Malasia, Filipinas y Singapur han sido los mayores receptores de inversión extranjera directa en Asia en los recientes años."[36]

Estos datos contradicen directamente los análisis del sistema mundial hechos por los teóricos de la dependencia como André Gunder Frank y por los teóricos del intercambio desigual como Samir Amin.[37] La prosperidad de los capitalistas (y de los trabajadores) de los países capitalistas avanzados no depende de la pobreza del Tercer Mundo, puesto que los principales flujos de capital y mercancías pasan bien lejos de los países pobres (la mayor parcela del comercio mundial ocurre entre las economías desarrolladas). Y, claro está, la principal concentración de riquezas se mantiene en las economías occidentales. La explicación es bastante simple. Como vimos, la importancia clave de las colonias en el período del imperialismo clásico, estaba en las materias primas que ellas proporcionaban para las economías industriales crecientemente especializadas de la metrópolis imperialistas. Pero el giro en dirección a la autarquía durante la "Guerra de los Treinta Años" de 1914-1945 implicó esfuerzos permanentes y consecuentes por parte de las economías avanzadas para reducir su dependencia de materias primas importadas: así, los sustitutos sintéticos fueron desarrollados en gran escala, las materias primas fueron utilizadas más eficientemente, y la producción agrícola de los países industrializados creció bastante.[38] Además, gracias a la economía armamentista permanente, los propios países desarrollados conocieron un boom. Nigel Harris explicó la consecuencia de estas transformaciones:

"Ingresos reales crecientes en los países capitalistas avanzados, proporcionaron mercados en expansión para una producción cada vez más sofisticada y costosa. Esto aseguró tasas de ganancias sobre nuevas inversiones que succionaban continuamente una porción cada vez mayor de los nuevos ahorros mundiales. Tanto el trabajo como el capital fueron retirados de los países atrasados para servir a las economías de los países avanzados. El comercio entre países capitalistas avanzados proporcionó el dínamo para una expansión sin precedentes del comercio y de la producción mundial en el período después de 1948, y para una concentración de capital todavía mayor que antes en manos de los países ricos. Aquello que los imperialistas consideraban como la división internacional del trabajo -entre países manufactureros avanzados y países atrasados exportadores de materias primas- fue superado por una división entre enclaves avanzados relativamente autosuficientes y una masa de dependientes pobres."[39]

 

 

TABLA 2  Inversiones Extranjeras Directas en grupos selectos de países, 1965-83

 

FLUJO MEDIO ANUAL
(billones de U$S)

PORCENTAJE
DE LAS INVERSIONES

Años

65-69

70-74

75-79

80-83

65-69

70-74

75-79

80-83

Países industrializados

5.2

11.0

18.4

31.3

79.0

86.0

72.0

63.0

Países en desarrollo

1.2

2.8

6.6

13.4

18.0

22.0

26.0

27.0

América Latina y el Caribe

0.8

1.4

3.4

6.7

12.0

11.0

13.0

14.0

Africa

0.2

0.6

1.0

1.4

3.0

5.0

4.0

3.0

Asia (inc. Medio Oriente)

0.2

0.8

2.2

5.2

3.0

6.0

9.0

11.0

Otros países y flujos

0.2

-1.0

0.6

4.8

3.0

-8.0

2.0

10.0

Total

6.6

12.8

25.6

49.4

100.0

100.0

100.0

100.0

(Fuente: Banco Mundial, Registro de desarrollo mundial 1985)

 

 

Cuando Kidron y Harris, analizaron por primera vez en los años 60 estos cambios en las relaciones entre las economías avanzadas y las economías en desarrollo, ambos notaron una excepción muy importante a este patrón de dependencia occidental cada vez menor de materias primas: el petróleo.[40] De hecho, junto con la ascensión de los NICs del sudeste asiático, esta es la principal explicación para el crecimiento de la inversión extranjera directa en el Tercer Mundo después de 1975 (ver Tabla 2, que muestra a Asia, incluyendo al Medio Oriente, aumentando su parcela de inversiones extranjeras directas del 3% en 1965-69 al 11% en 1980-83). Sin embargo, el petróleo es precisamente una excepción. La norma en el Tercer Mundo no fue la explotación intensiva por parte de las multinacionales occidentales, sino la exclusión efectiva de la mayoría de los países pobres del comercio mundial y de las inversiones. Los trabajadores y campesinos de Africa, Asia y América Latina vivían en situación de miseria, no tanto porque los frutos de su explotación fueran fuente principal de los beneficios imperialistas, sino más bien debido al hecho de que su trabajo era irrelevante para los principales centros del capital en Norteamérica, Europa Occidental y Japón, a menos que estos siguiesen a este capital hasta sus lugares de origen.

Además de esto no se podía concluir -como Frank y Amin lo hicieron- que todo el Tercer Mundo estuviera condenado a un estancamiento permanente. Por el contrario, algunos países poco desarrollados fueron capaces de alcanzar altos niveles de crecimiento industrial. La ascensión durante los años 70 y 80 de los NICs del sudeste asiático y América Latina, marcó un cambio significativo en la división internacional del trabajo. Fases anteriores de industrialización fuera del centro imperialista habían implicado típicamente la producción de bienes de consumo anteriormente importados. Las dos guerras mundiales permitieron a muchas colonias y semicolonias (por ejemplo a India, Egipto y Sudáfrica) sacar ventaja del desvío de las industrias manufactureras de las metrópolis hacia la producción militar, impulsando a los capitalistas locales a que produjeran para sus propios mercados internos.

Después de 1945 muchos Estados del Tercer Mundo buscaron mantener una industrialización basada en la sustitución de importaciones. Los más ambiciosos -la China de Mao, la India de Nehru, el Egipto de Nasser- copiaron los métodos de mando y control burocrático de la Rusia estalinista, con la esperanza de construir su propia industria pesada.

Estos ensayos de capitalismos estatales autárquicos fueron generalmente incapaces de movilizar recursos internos suficientes, para lograr las amplias inversiones sobre los cuales se apoyaban las industrias pesadas de los países capitalistas avanzados. Por esto, los esfuerzos de Nasser de finales de los años 50 y de los años 60 por construir una industria pesada estatal fueron posibles solo gracias a las grandes reservas de moneda extranjera acumuladas durante el boom del principal producto de exportación de Egipto -el algodón- durante la guerra de Corea. Estas reservas financiaron las importaciones de maquinarias, insumos y otros recursos necesarios para construir la base industrial egipcia. Pero cuando las reservas se acabaron, las nuevas importaciones solo podían ser financiadas por exportaciones hacia mercados donde la industria egipcia no podía competir, o por préstamos rusos, los cuales eran pagados con las exportaciones de algodón y arroz embarcados a Rusia. El fracaso de la política capitalista estatal de Nasser está por detrás de la política de Sadat de buscar la apertura de Egipto a la economía mundial.[41]

Los NICs del sudeste asiático y América Latina constituyeron una divergencia significativa a esta norma. Mientras Mao, Nehru y Nasser habían intentado copiar a Stalin, buscando una autarquía capitalista estatal, países como Corea y Brasil se orientaron al mercado mundial. Ellos producían bienes manufacturados no necesariamente para el mercado interno, sino para exportar. Y en general fueron capaces de penetrar en el comercio mundial de bienes manufacturados usando métodos propios del capitalismo de Estado. El Estado surcoreano, por ejemplo, ejerció un direccionamiento centralizado de las inversiones privadas, no para intentar reproducir el tipo de economía industrial diversificada, característica de los países más avanzados, sino para identificar los mercados mundiales donde sus empresarios podrían penetrar, en caso de concentrar sus recursos en un número limitado de industrias. El Estado intervencionista, operando frecuentemente contra los axiomas de la escuela neoclásica del libre mercado, funcionó como un ariete para ingresar al mercado mundial, y no como un medio para escapar de él.[42]

El surgimiento de los NICs confirma la afirmación de Warren de que "estamos en una era de imperialismo decadente y capitalismo avanzado". Indudablemente la industrialización parcial del Tercer Mundo es un evento de importancia considerable, porque representa la cristalización de nuevos centros, relativamente independientes, de acumulación de capital -un desarrollo cuyo significado político discuto más adelante, como causa de la considerable expansión de la clase trabajadora a escala mundial, de la cual fue responsable. Es esencial poner énfasis, entretanto, en el hecho de que la ascensión de los NICs marcó solamente una transformación parcial del Tercer Mundo. Esto quedó muy claro con el comienzo de la crisis de la deuda en los años 80. En la década del 70 los bancos occidentales respondieron a la internacionalización de los mercados financieros, a la escasez de oportunidades para invertir en las economías avanzadas en depresión, y a la superoferta de capital (fondos occidentales ociosos aumentados por un influjo importante de beneficios provenientes del petróleo del Golfo), aumentando masivamente los préstamos al Tercer Mundo. El comienzo de una segunda recesión mundial importante en 1979, le hizo imposible a las economías deudoras la generación mediante exportaciones de las ganancias necesarias para pagar estos préstamos: el resultado fue la crisis que explotó cuando México no pagó sus obligaciones en agosto de 1982.

Los países menos desarrollados se encontraron incapaces de conseguir nuevos préstamos. Estos estaban bajo la enorme presión de sus acreedores occidentales para pagar una deuda externa cuyo monto era de U$S 1.089,2 billones en 1987, un 49,5 % del Producto Bruto Interno de los países en desarrollo importadores de capital.[43] El resultado fue la obscenidad de que durante gran parte de los años 80, estos países en realidad terminaran transfiriendo más recursos financieros a las economías avanzadas de los que ellos recibieron en nuevos préstamos, en inversiones y en comercio externo (ver Tabla 3). El resultado para gran parte del Tercer Mundo, fue el estancamiento. Las Naciones Unidas informaban a finales de los años 80:

"Durante los años 70 la producción per cápita en todos los países en desarrollo crecía más rápidamente que en las economías de mercado avanzadas, y el abismo se incrementaba. En los años 80 la situación ha sido más compleja. Un importante grupo de países asiáticos, grandes y pequeños, han crecido más rápidamente, tanto en términos globales como en términos per cápita, que las economías de mercado desarrolladas. Otros, principalmente en Africa y América Latina, han mostrado un crecimiento lento y sus conexiones internacionales han sido más negativas que positivas."[44]

Dicho de un modo más directo, los Estados deudores no solamente tuvieron que transferir recursos a sus acreedores occidentales, sino que también debieron someterse a "programas de ajuste estructural" dictados por el FMI, los cuales exigían típicamente medidas de austeridad para restringir el consumo interno y estimular las exportaciones necesarias para proveer los fondos que permitieran pagar las deudas. La peor víctima fue el Africa subsahariana. A finales de 1989 el Banco Mundial informaba: "Globalmente los africanos son tan pobres hoy como treinta años atrás".[45] Partes del continente han incluso retrocedido, como es el caso del "Cuerno de Africa", Angola y Mozambique, donde la guerra provocó cientos de miles y hasta millones de muertes. Los pocos vínculos todavía existentes con la economía mundial eran generalmente del tipo más primitivo. La Lonrho (multinacional británica cuyas inversiones están principalmente en Africa) contrató un ejercito particular para vigilar sus plantaciones en Mozambique. Incluso las economías relativamente industrializadas de América Latina pasaron por una terrible experiencia de estancamiento, hiperinflación y pauperización. Los dinámicos NICs del sudeste asiático -los "Cuatro Tigres" (Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong), ahora acompañados por otros como Malasia, Tailandia y Filipinas- parecían ser una excepción a ser explicada en gran parte por el creciente flujo de capital a la región y por las exportaciones traídas de la más competitiva de las economías avanzadas, Japón.

 

 

TABLA 3
La crisis de la deuda: transferencia de recursos financieros de los países en desarrollo importadores de capital, 1980-1988

 

1980

1981

1982

1983

1984

1985

1986

1987

Transf. líquida
por inversiones directas

-4.5

0.8

-2.0

-2.8

-2.4

-1.0

-1.3

0.4

Transf. líquida
por créditos privados

17.2

7.5

-18.7

-26.5

-33.0

-40.9

-32.1

-34.7

Transf. líquida
por canales oficiales

29.0

34.3

32.0

28.6

25.8

16.3

12.7

8.7

Transf. líquida 

41.7

42.6

11.3

-0.7

-9.6

-25.6

-26.7

-25.6

(Fuente: Naciones Unidas, World Economic Survey 1989)

 

 

Sería un error ver la crisis de la deuda simplemente como resultado de la imposición de una forma de "dependencia" sobre el Tercer Mundo. James Petras y Michael Morley han señalado la importancia del fenómeno de la fuga de capitales de América Latina —la transferencia de capitales locales hacia las economías avanzadas, calculando un monto aproximado de U$S 100.000 millones, siendo la deuda externa latinoamericana de U$S 368.000 millones en 1985:

"Inversiones y depósitos bancarios realizados a gran escala por latinoamericanos, fundamentalmente en Estados Unidos y en Europa -la "fuga de capital"- registraron el surgimiento de un nuevo estrato de clase en América Latina: los capitalistas trasnacionales... Capitalistas locales están transfiriendo sus ahorros a bancos multinacionales que, a su vez, prestan capital a los Estados latinoamericanos. Estos, por su parte, prestan dinero a capitalistas privados. Esa actitud permite a los capitalistas privados proteger sus ahorros, mientras aumentan una deuda externa que es garantizada por el Estado local. Préstamos externos e inversiones en el extranjero se han hecho un lucrativo modo de vida para un estrato pequeño pero poderoso de capitalistas. Cuando las condiciones locales son desfavorables, las ganancias pueden ser maximizadas a través de los circuitos financieros internacionales; la actividad productiva nacional se vuelve secundaria, casi un pretexto para crecientes flujos de préstamos e inversiones. Cuando las condiciones se hacen más favorables, el capital puede retornar de los circuitos internacionales para invertir en el país de origen."[46]

La crisis de la deuda implica por esto, no tanto un conflicto entre distintos Estados-nación, países ricos versus países pobres, sino una lucha de clases, en la cual la burguesía latinoamericana, cada vez más integrada a los circuitos financieros internacionales, se acomoda con bancos y corporaciones multinacionales occidentales, exigiendo soluciones que promuevan la apertura de sus economías al mercado mundial. Como hacen notar Petras y Morley "la austeridad tiene un significado diferente para aquellos que son capaces de mover sus fondos hacia afuera de su ambiente doméstico, que para aquellos cuyos fondos o medios de vida no tienen movilidad y están siendo directamente afectados por el pago de la deuda y por los programas de austeridad del FMI".[47]

3. La internacionalización del capital. La evolución del Tercer Mundo revela, de esta forma, el mismo proceso evidente en el centro del sistema mundial: la creciente integración internacional del capital. Se puede decir de las dos principales tendencias, en cuyos términos Bujarin definió al imperialismo, que, si bien la primera de ellas -aquella que iba rumbo al capitalismo de Estado- predominó durante el período de 1875-1945, fue la segunda -en dirección a la internacionalización del capital- la que resultó crecientemente importante después de 1945.[48]

Desarrollándose durante el largo boom, pero siguiendo o hasta acelerándose en los años de crisis prolongada que siguieron, esta tendencia en dirección a la integración global del capital tuvo tres dimensiones principales. Primero, la internacionalización de la producción a través de lo que Nigel Harris llamó "un sistema manufacturero global", organizado fundamentalmente por las grandes corporaciones multinacionales. En segundo lugar, el peso creciente del comercio internacional, que se hizo posible por la unidad política del capitalismo occidental y por la formación y expansión de la Comunidad Europea, pero envolviendo en grado significativo transacciones al interior de las compañías multinacionales y sus proveedores de insumos. En tercer lugar, el desarrollo de circuitos financieros internacionales en gran medida fuera del control de los Estados-nación, un proceso promovido por la creciente incapacidad de EEUU para ejercer su papel de eje fundamental del sistema monetario internacional después de la Segunda Guerra Mundial, y acelerado por las tendencias compulsivas a la desregulación y especulación financiera típicas de la era Reagan-Thatcher.

El más importante de estos cambios fue la reducción drástica de la capacidad del Estado-nación para manejar las actividades económicas dentro de sus fronteras. Lo que Nigel Harris llama "el fin del capitalismo en un solo país" fue un factor importante en las grandes recesiones de mediados y finales de los años 70. Las técnicas keynesianas de gerenciamiento comprobaron ser instrumentos de control económico débiles en cuanto la rentabilidad se hundió y el dinero podía cruzar el mundo en microsegundos. La integración global del sistema se hizo sentir de varios modos, desde el colapso del intento del gobierno Mitterrand en 1981-83 de recomponer la economía francesa en un momento de recesión mundial, hasta el retroceso de la autarquía de regímenes del Tercer Mundo hasta entonces duramente hostiles al laissez-faire, tales como China bajo Deng Xiaoping y Sudáfrica bajo P. W. Botha.

Sin embargo, al final, fueron las economías donde era mayor la tendencia en dirección al capitalismo nacionalmente organizado, las que terminaron sufriendo más con la internacionalización del capital. Las revoluciones del Este europeo y la crisis paralela en la URSS marcaron el punto en el cual finalmente los regímenes estalinistas -cada vez más incapaces por su economía de mando y control burocrático de recoger los beneficios de la división internacional del trabajo- quebraron bajo la presión, abriéndose para permitir la incorporación de estos Estados al mercado mundial. Resultó obvio para todos (excepto para el excéntrico Dr. Fukuyama, quien soñaba con el fin de la historia) que había empezado una nueva época de la historia.[49]

 

El imperialismo después de la Guerra Fría

 

1. De vuelta a un mundo tanto política como económicamente multipolar. Las revoluciones del Este europeo marcaron el fin de la Guerra Fría, en el sentido del reparto del mundo entre dos bloques imperialistas rivales. La sustitución de los regímenes estalinistas del Este europeo por gobiernos (ya sea de perspectivas políticas liberales, autoritarias o neoestalinistas) comprometidos con políticas dirigidas a empujar sus economías más profundamente al mercado mundial y la desintegración del Pacto de Varsovia en cuanto alianza militar efectiva, equivalió al colapso de todo Bloque oriental unificado. Una gran porción de Europa Central y Oriental súbitamente se volvió a la esfera de influencia occidental. Al mismo tiempo, una variedad de factores -las negociaciones sobre armas entre las superpotencias, la crisis económica en la URSS, las presiones aislacionistas internas en Estados Unidos, la unificación de Alemania, la Segunda Guerra del Golfo (1991)- se combinaron para posibilitar que las grandes concentraciones de tropas y armas en la frontera central de Europa fuesen retiradas muy rápidamente. Al mismo tiempo, fuera de Europa una URSS debilitada fue efectivamente forzada a hacer masivas concesiones a los intereses occidentales en varias regiones, quizás más notablemente en Indochina y en Sudáfrica. Regímenes y movimientos del Tercer Mundo que antes se apoyaban en la ayuda rusa se vieron aislados.

Una interpretación popular de estos cambios es que ellos permitieron a EEUU asumir una posición de predominio global, incluso mayor a la que disfrutó después de la Segunda Guerra Mundial. Particularmente, con el comienzo del ataque occidental contra Irak en 1991, se hizo popular considerar a EEUU como "la única superpotencia". El diario Independent on Sunday preguntaba:

"¿Dónde están los alemanes y japoneses ahora? A ellos no se los puede encontrar en el Golfo, a no ser como hombres de negocios. Que inteligente, dirán algunos, seguir fabricando diligentemente automóviles y computadoras, mientras Estados Unidos y Gran Bretaña se sacrifican en nombre de Occidente. ¿Pero cuál es la finalidad del sacrificio? En el caso de EEUU podría ser una apoteosis de su poderío militar y económico. El mundo debe percibir que ningún otro país podría diseñar y producir tantas maravillas de la tecnología, después transportarlas en tal escala a través de la mitad del mundo y usarlas con un resultado tan claro. A ningún país le gustaría hacer esto; ciertamente no a la URSS, preocupada en mantenerse entera. Ahí está la cuestión de ser una superpotencia. Es una cuestión de capacidad y de voluntad. Solamente EEUU posee las dos cosas."[50]

Argumentos de este tipo no son totalmente inválidos. El impacto inmediato de las revoluciones del Este europeo fue aumentar el peso político y militar de EEUU. Pero las proclamaciones sobre "un mundo con una única superpotencia" interpretan de modo totalmente equivocado la verdadera tendencia de los eventos. El colapso del estalinismo fue un episodio de importancia histórica mundial, precisamente porque rompió la rígida división bipolar del mundo, característica de la era de posguerra. Con eso permitió un regreso a una era de competencia interimperialista mucho más fluida, en la cual una pluralidad de grandes potencias dominan el escenario, en vez de dos superpotencias. Las precondiciones económicas de esta transformación política fueron decididas en la era de la Guerra Fría: el descenso económico relativo tanto de EEUU como de la URSS, la creciente dominación del comercio mundial por otras grandes potencias capitalistas, notablemente Japón y Alemania, y la emergencia de los NICs, representaron cambios significativos en la correlación de fuerzas globales que habían desestabilizado cada vez más el sistema en las dos décadas posteriores a 1968. Pero fue solamente después de la desintegración del Bloque oriental que quedaron claros los contornos políticos de esta nueva fase de competencia interimperialista.

Alemania, ya el mayor exportador mundial y la fuerza dominante en la Comunidad Europea, había resurgido como una potencia mundial gracias a su unificación y a la retirada de la influencia rusa de Europa Central y Oriental. La dinámica exportadora de la economía japonesa, le posibilitó un enorme aumento de las inversiones extranjeras en los años 80, incluyendo gran parte de los préstamos necesarios para subsidiar la deuda externa norteamericana. El reducido papel mundial de la URSS ayudó a hacer más visibles las crecientes tensiones entre EEUU y las otras grandes potencias occidentales, especialmente la Comunidad Europea encabezada por Alemania. La clase dominante alemana, teniendo su confianza política reforzada por la absorción trágicamente rápida de Alemania Oriental, parecía querer cada vez más librarse de las riendas de Washington: así, el canciller Helmut Kohl resolvió la cuestión de la participación de la Alemania unificada en la OTAN a través de negociaciones bilaterales con Mijail Gorbachov en julio de 1990, sin preocuparse en consultar a la administración Bush -una amenaza mayor al status quo fue el hecho de que Bonn fue fundamental para el sustento de la línea dura adoptada por la Comunidad Europea, lo que causó el colapso de las negociaciones comerciales del GATT en diciembre de 1990, conjurando temores de una guerra aduanera comparable a la de los años 30. Finalmente, la resistencia de Alemania y Japón para sumarse plenamente a la política de EEUU en el Golfo en 1991 amenazó transformar su "deslealtad" a la alianza occidental en una cuestión importante de la política interna norteamericana.

Los crecientes conflictos entre las potencias capitalistas occidentales hicieron evidente la posición contradictoria de EEUU. La administración Reagan de 1981-89 había buscado revertir el relativo descenso económico norteamericano. En realidad, su política económica práctica -aumento del gasto público y privado, financiado por préstamos a largo plazo- sirvieron, por el contrario, para reducir todavía más la competitividad de EEUU y crear los "deficits dobles" -de los gastos del Estado y de la balanza de pagos- que transformaron a EEUU en el mayor deudor mundial.

En los años 80, EEUU se volvió dependiente de la transferencia líquida de recursos financieros del resto del mundo, tanto de los países ricos como de los pobres (ver la Tabla 4). Las tendencias económicas internas más notables fueron una amplia inversión especulativa en bienes inmobiliarios y en la Bolsa de Valores, que motivó el boom de los "junk bonds" (títulos con un elevado retorno pero de alto riesgo) a mediados de los años 80, pero que resultó en la poderosa resaca de la crisis de los Savings and Loans (bancos hipotecarios de EEUU). Esta crisis envolvió hasta 1990 unos U$S 500.000 millones de "deudas malas" (o sea, incobrables) y una reorientación de la industria manufacturera a la producción militar, un cambio que reflejaba el enorme aumento en el gasto en armas iniciado por la administración Carter al final de los años 70 y seguido por Reagan.[51] Este mismo "keynesianismo militar" terminó por exacerbar los problemas de largo plazo del capitalismo norteamericano, al desviar recursos de inversiones productivas que podrían haber mejorado la competitividad de sus industrias. De hecho, se hizo más evidente la creciente dependencia de importaciones por parte de la economía norteamericana. Conforme a un estudio hecho por el Congreso norteamericano, más del 80% de los semiconductores usados en los sistemas bélicos de alta tecnología -tan estimados como señal de la proeza tecnológica norteamericana- fueron de hecho, producidos en Asia y principalmente en Japón.[52]

 

TABLA 4
Dependencia financiera de EEUU: transferencia líquida de recursos a EEUU por regiones, 1980-1988 (*) (en billones de U$S)

 

1980

1981

1982

1983

1984

1985

1986

1987

Canadá

-0.3

0.8

8.3

9.4

12.7

13.4

10.6

9.8

Japón

9.8

14.9

15.9

23.2

36.2

42.8

54.5

56.2

Europa Occidental

-16.6

-9.0

-2.9

5.8

23.3

32.5

36.3

35.5

Alemania Occidental

1.8

2.4

4.8

7.8

12.8

15.4

18.9

20.2

A. Latina y Caribe

-0.9

-4.4

6.3

20.0

22.8

18.7

15.2

16.9

México

-2.4

-5.1

4.5

10.4

8.3

7.9

7.9

8.8

Africa y Asia

36.1

26.6

7.6

2.7

6.2

4.0

2.5

7.6

Otros países en desarrollo

-2.5

0.7

2.2

11.0

21.3

22.4

32.7

41.4

Europa Oriental

-2.5

-2.8

-2.7

-1.5

-2.0

-1.1

0.2

0.0

Otros países

-0.1

-4.7

-3.4

-5.9

-3.7

-2.9

-1.9

-3.2

Total

23.0

22.1

31.3

64.7

116.9

129.8

150.1

164.3

(*) o sea, la balanza de pagos sobre bonos, transferencias privadas y servicios, excluyendo la renta de inversiones como señal de lo invertido. (Fuente: ONU, World Economic Survey 1989)

 

Además, la expansión y reconstrucción del aparato militar norteamericano en los años 80, dio a la clase dominante los medios para perseguir estrategias destinadas a compensar el descenso económico a través de la reafirmación de su liderazgo político y militar en el bloque capitalista occidental.[53] Estas estrategias fueron seguidas en varias dimensiones. Primero, Reagan trató de aprovechar el período de confrontación intensificada con la URSS después de la invasión de Afganistán en 1979, para obligar a Japón y Europa Occidental a seguir la misma política que EEUU; por ejemplo, los intentos de sabotear las negociaciones sobre oleoductos de la URSS, y de imponer sanciones a Polonia después del golpe de 1981. Segundo, y con más éxito que los fracasos anteriormente descriptos, Washington promovió el desarrollo de movimientos guerrilleros de derecha -los Contras en Nicaragua y la UNITA en Angola- cuyo objetivo era, junto con las presiones económicas, subvertir regímenes hostiles en el Tercer Mundo.[54] Tercero, fueron hechos innumerables intentos para superar el "Síndrome de Vietnam" -oposición de la población norteamericana a la intervención militar directa en otros países- con creciente éxito: Líbano (1982-83), Granada (1983), Libia (1986), Primera Guerra del Golfo (1987-88), Panamá (1989-90).

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Notas:

26. Ver Paul Kennedy, The Rise and Fall of the Great Powers, Londres 1989, cap. 4 e 5.

27. Ver G. Kolko, The Politics of War, Nueva York 1970.

28. Trotsky, Europe and America , Nueva York 1971.

29. Ver J. Waterbury, The Egypt of Nasser and Sadat, Princeton 1983.

30. Sunday Times, Insight on the Middle East, Londres 1974, sección IV.

31. P. Brogan, World Conflicts, Londres 1992, p. vii; comparar con V. G. Kierman, The European Empires from Conquest to Collapse, 1815-1960, Londres 1982.

32. Ver M. Kidron, A Permanent Arms Economy, reedición realizada en Londres en 1989, y C. Harman, Explaining the Crisis, cap.3.

33. C. Harman, Explaining the Crisis, cap.3.

34. Ciertamente este es el principal tema del libro de P. Kennedy: ver especialmente Rise and Fall, pp 509-64.

35. M. Kidron, Capitalism, p.132.

36. World Bank, World Development Report 1985, Nueva York 1985, p. 126.

37. Ver, por ex., A. G. Frank, Capitalism and Underdevelopment in Latin America, Harmondsworth 1971, e S.Amin, Unequal Development, Hassocks 1976, y, entre los críticos de la teoría del intercambo desigual, M.Kidron, Capitalism and Theory, cap.5, y Nigel Harris, Theories of Unequal Exchange, ISJ 2:33, 1986.

38. M. Kidron, Capitalism, pp 134-7.

39. N. Harris, India-China: Underdevelopment and Revolution, Nueva Delhi, 1974, p.171.

40. M. Kidron, Capitalism, p.162, y Harris, India-China, pp 173-4.

41. Ver P. Clawson, The development of capitalism in Egypt, Khamsin 9¸ 1981, y .J. Waterbury, Egypt.

42. Ver N. Harris, The End of the Third World, Londres 1986, y A. H. Amsden, "Third World Industrialisation", New Left Review, 182, 1990.

43. United Nations Department of International Economic and Social Affairs, World Economic Survey 1989, Nueva York, Tabla 4, p.64.

44. Idem, p.25.

45. Financial Times, 15 Nov.1989.

46. J. Petras e M. Morley, US Hegemony under Siege, Londres 1990, pp 197, 198.

47. Idem, p. 201.

48. Ver particularmente N. Harris, Of Bread and Guns, Hardmonsworth 1983, P. Green, Nation States and the World Economy, ISJ 2:19, 1983, Callinicos, Imperialism, Harman, The storm breaks, ISJ 2:46, 1990, y Harman, The state and capitalism today, ISJ 2:51, 1991.

49. Un análisis definitivo del colapso del estalinismo fue realizado por Chris Harman, The storm breaks; ver também Callinicos, The Revenge of History, Cambridge 1991,

50. Independent on Sunday, 20 de Enero de 1991.

51. Ver P.Green, Contradictions of the American Boom, ISJ 2:26, 1985, y M. Davies, Prisioners of the American Dream, Londres 1986.

52. J. Petras y M. Morley, US Hegemony, p.78.

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