El imperialismo

en el siglo XXI

 

El imperialismo hoy

 

Cuarta parte (final)

 

Perspectivas del imperialismo

 

Este análisis del imperialismo en la era posterior a la Guerra Fría, deja planteada la cuestión de las perspectivas de desarrollo del imperialismo en el futuro. Aunque sea arriesgado presentar una previsión muy precisa, hay dos aspectos que vale la pena explorar.

El primero hace referencia a la naturaleza de la competencia interimperialista. ¿Cuál es, por ejemplo, el futuro probable del capitalismo norteamericano? Vimos que su relativo descenso económico tuvo un papel decisivo para el regreso a un mundo económica y políticamente multipolar. Sería un error, sin embargo, exagerar la debilidad de EEUU. A finales de la década de los 80, la afirmación hecha por Paul Kennedy en su libro Ascensión y Caída de las Grandes Potencias, de que EEUU estaría ahora en declive, tal como Inglaterra antes de él, provocó un debate en los círculos políticos y académicos norteamericanos. Los críticos del "declinismo" hicieron algunos cuestionamientos perspicaces. Robert Nye, por ejemplo, argumentó que los pronósticos del declive norteamericano se basaban en analogías históricas engañosas y en una imagen exagerada de la "hegemonía" norteamericana después de 1945. Evaluando el poder a partir de cuatro dimensiones -recursos básicos (población y territorio), recursos económicos, recursos tecnológicos y recursos militares, Nye concluyó que:

"...al final de los años 80, EEUU sigue dominante en los "recursos de poder" tradicionales... solamente un país está por encima de los otros en las cuatro dimensiones: EEUU. Japón y Europa no están en la cima en términos de recursos básicos ni militares; China no está en auge en recursos económicos y tecnológicos; y la Unión Soviética es un oponente dudoso en recursos tecnológicos."[81]

Otros se concentraron sobre la tesis del declive económico norteamericano. Michael Boskin, presidente del Consejo de Asesores económicos del presidente George Bush (padre), dejó el cargo en 1993 con críticas ácidas a los "declinistas", cuyos alegatos no pasaban de meros "absurdos":

"EEUU sigue siendo la mayor, la más rica y productiva economía del mundo. Con menos del 5% de la población mundial, produce cerca de un cuarto de la producción total de bienes y servicios del mundo. El nivel de vida promedio -medido por el valor de la producción per capita- supera al de cualquier otro país industrializado, siendo 20-30% más elevado que en Alemania y Japón. La productividad también es más elevada, así como los salarios medios en el sector privado, en comparación con dichos países. La suerte de algunas industrias particulares ha sufrido flujos y reflujos, pero América no se está desindustrializando, ni está perdiendo su competitividad. EEUU es el mayor exportador del mundo y, aunque muchas de sus industrias enfrenten una competencia azuzada en mercados con alto volumen de negocios y de bajo margen de ganancia, hemos mantenido la ventaja tecnológica en áreas como microprocesadores, telecomunicación avanzada, biotecnología, la industria aeroespacial, química y farmacéutica."[82]

Naturalmente es necesario tragar con una pizca de sal argumentos que vienen de alguien asociado con la debacle económica de los años de Bush (padre). Entretanto, los "recuperacionistas" (como Kennedy llamó a los críticos del estilo de Nye)[83] ofrecen un correctivo necesario a algunas visiones muy exageradas del declive norteamericano. La superioridad de EEUU como potencia imperialista puede ser verificada en varias dimensiones. En primer lugar, las presiones competitivas que el capitalismo norteamericano experimentó durante la década del 80 forzaron a una reestructuración significativa de muchos sectores. Así el Financial Times comentaba a finales de 1992: "mientras IBM está batallando, el sector de alta tecnología de EEUU en general está prosperando silenciosamente, y muchos sectores están reconquistando el mercado de sus rivales internacionales". Firmas como Intel, por ejemplo, tomaron el liderazgo mundial en el mercado clave de los semiconductores, suplantando a sus rivales japoneses, en lo que un ejecutivo de Intel llamó de "la venganza de los dinosaurios".[84] Hecho todavía más significativo, fue que 1993 vio a los tres grandes fabricantes de automóviles de EEUU -General Motors, Ford y Chrysler- sacar ventaja del alza del yen y de la recesión en Japón, para arrancar una parcela mayor del mercado interno norteamericano a sus rivales japoneses, que hasta entonces parecían imbatibles. La reorganización exigida para alcanzar estas ganancias se reflejó en un aumento general en la productividad manufacturera norteamericana, un aumento de casi 55% entre 1980 y 1991, comparado a aumentos de menos de 40% en Japón y Alemania.[85]

A esta evidencia de recuperación económica debe ser sumada la innegable fuerza político-militar del imperialismo norteamericano. El colapso de la URSS dejó a EEUU sin rivales en su capacidad de proyectar el poder militar a escala global. No solo su principal rival implosionó, sino que sus competidores económicos más importantes, Japón y Alemania, están mucho más retrasados en términos militares. Además de esto, el final de la Guerra Fría amplió el campo de maniobra política de Washington. La trasformación de la segunda superpotencia en una peticionaria en las reuniones del G7 rompió la situación de impasse que por mucho tiempo había hecho del Consejo se Seguridad de la ONU en un palco de debates. En vez de esto, el Consejo se volvió un sello para las iniciativas norteamericanas. La dependencia de Rusia y de China respecto a la cooperación económica occidental permitió que EEUU, Francia y Gran Bretaña -los llamados "tres permanentes" del Consejo de Seguridad- asumiesen una posición de virtual control. Las intervenciones militares en el Golfo Pérsico, Somalia y en los Balcanes fueron legitimadas por la ONU.

La recesión del comienzo de la década del 90 aumentó en algunos aspectos el poder de EEUU. La crisis afectó duramente a sus dos principales rivales económicos. La euforia con que la clase dominante alemana había saludado a la reunificación se disipó tan pronto quedó claro que los costos de la absorción de la economía alemana oriental estaban ayudando a producir la mayor crisis social y política del país desde la década del 30. La Segunda Guerra del Golfo (1991) evidenció el peso político disfrutado todavía en muchos aspectos por Gran Bretaña y Francia, capitalismos más débiles que Alemania o Japón, pero que mantuvieron un poderío militar relativamente grande para preservar los vestigios de su papel imperial global. El tratado de Maastricht, cuya firma en diciembre de 1991 reflejó las ambiciones alemanas y francesas de crear una Comunidad Europea más integrada económica y políticamente, luego se vio en harapos. Las tensiones económicas causadas por la crisis alemana hicieron casi naufragar el Sistema Monetario Europeo, y en ese proceso pareció quebrarse el eje franco-alemán sobre el cual la Comunidad Europea fue construida. Y la cooperación política europea cayó en descrédito por la incapacidad de la Comunidad Europea en impedir que en los Balcanes estallase una guerra.

Pero si la Guerra de los Balcanes subrayó las debilidades de la Comunidad Europea como candidata a superpotencia, también expuso los límites del poder norteamericano. La resistencia de los mismos generales que habían dirigido la destrucción de Irak en enviar tropas de tierra a Bosnia, reflejó un temor perfectamente racional de quedar encerrados, sin objetivos claros, en una guerra de contrainsurgencia potencialmente interminable y sin oportunidades de victoria. Por detrás estaban dificultades más profundas a las que se enfrentaba EEUU. En cierta medida, estas dificultades eran técnicas, reflejando la falta de habilidad de las tropas de tierra de EEUU, aunque apoyadas por los "multiplicadores de fuerza" de la fuerzas aéreas y navales, para custodiar las amplias extensiones euroasiáticas tan vitales a los intereses norteamericanos.[86]

Más importante, sin embargo, fue el hecho de que el final de la Guerra Fría impulsó la emergencia de un mundo más inestable en el cual, por ejemplo, el colapso del poder ruso llevó a sucesivas guerras en muchas de las ex repúblicas soviéticas. Un mundo sumergido en tal escala en turbulencias que EEUU, aunque dispusiera de recursos mayores a aquellos pretendidos por los "declinistas", se vería imposibilitado de custodiar.

Además de esto, Washington tendría que confrontar esos desafíos bajo la presión de una intensa competencia económica. Cualquiera que sea el grado de reestructuración alcanzado por las industrias norteamericanas, la competencia por parte de las otras grandes economías, y de nuevas potencias industriales como China y Corea del Sur, será implacable. Los gobernantes de Japón han reaccionado a las exigencias del gobierno de Clinton -para que adopten metas numéricas específicas para importaciones en sectores claves- con un tono políticamente más duro y afirmativo. A pesar de los percances de Maastricht, tanto Alemania como Francia probablemente continuarán sus esfuerzos por una mayor integración europea. En otras palabras, los desafíos al liderazgo económico y político norteamericano continuarán.

Esto pone sobre la mesa una segunda y crucial cuestión. El imperialismo de posguerra se caracterizaba, como vimos, por una disociación parcial entre la competencia económica y militar: las disputas de mercado entre las empresas norteamericanas, japonesas y alemanas no llevaron a guerras entre sus respectivos Estados. ¿Será que el colapso de los bloques de superpotencias tenderá a una reintegración de la competencia militar y económica, con Japón y Alemania volviéndose superpotencias, no sólo económicas, sino también militares? Esta pregunta es especialmente difícil de responder en un momento en que la situación mundial está cambiando de manera volátil y permanente. La única cosa que podemos afirmar con seguridad es que se visualizan indicios que parecen sugerir un "sí" como respuesta.

Japón ya tiene el tercer presupuesto militar del mundo. No tenemos que aceptar la previsión alarmante implícita en el título de un libro reciente de George Friedman y Meredith Le Band, The Coming War with Japan (La Próxima Guerra con Japón), para aceptar el núcleo de su análisis -de que el final de la Guerra Fría presenciará probablemente la reafirmación de conflictos de intereses duraderos entre EEUU y Japón, conflictos que hacen referencia no solo al comercio, sino también al control de la región del Pacífico occidental, cuyas rutas son esenciales para ofrecer materias primas a Japón.[87]

La Guerra de los Balcanes fue notable por la agresiva defensa alemana de su propia política. Bonn incentivó a los regímenes croata y esloveno a sabotear los esfuerzos de Washington por mantener una Yugoslavia unificada, instándolos a declarar sus independencias. Pero el colapso de la Yugoslavia unificada, también evidenció la distancia que Alemania todavía tiene que recorrer para cumplir el papel de una gran potencia: sus gobernantes invocaron restricciones constitucionales y recuerdos de la Segunda Guerra Mundial para evitar el envío de tropas a los Balcanes. Es probable que Alemania busque un poder militar mayor bajo la protección de la Unión Europea, puesto que esto le proporcionará acceso a las fuerzas armadas relativamente formidables de Francia y Gran Bretaña (los planes para la formación de corporaciones militares franco-alemanas están bien avanzados).

El hecho de que 1993 presentó el primer empleo real de fuerzas militares japonesas y alemanas desde 1945 -como parte de las operaciones de la ONU en Camboya y Somalia respectivamente- es tanto señal de una tendencia de las clases dominantes de estos países a traducir su fuerza económica en poder político-militar, como también de que esta tendencia todavía está en su etapa inicial. Es probable que el desarrollo de esta tendencia sea lento y desigual. De última, los éxitos de Japón y de Alemania en la captura de mercados han sido en gran parte una consecuencia de sus bajas tasas de gastos militares, una ventaja que una expansión militar terminaría por minar.

Cualquiera sea el paso al que la competencia interimperialista se desarrolle, y la forma que vaya a asumir, la implosión de Rusia no debe llevarnos a descartarla como gran potencia. En última instancia, Rusia es todavía la segunda potencia militar del mundo. Su dimensión geográfica, población, recursos naturales y potencial económico son formidables. Un régimen fuerte que emerja en Moscú es probable que vaya a defender los intereses rusos en formas que llevarán a conflictos con las potencias occidentales. El final de 1993 mostró al gobierno de Yeltsin, bajo la presión de los militares y otros sectores más a la derecha, rechazando la participación del Este europeo en la OTAN. Nadie puede dar por cierto que el eclipse de Rusia será permanente.

Finalmente, un aspecto del mundo post Guerra Fría es bastante evidente. La desintegración de los bloques de superpotencias vuelve más probable que antes a las grandes guerras. Los frenos que la Guerra Fría imponían a los Estados individuales ya no existen. La Segunda Guerra del Golfo (1991) difícilmente hubiera ocurrido una década antes de su estallido, cuando las tensiones entre las superpotencias eran agudas. Moscú, que en aquella época consideraba a Irak uno de sus aliados más próximos en Medio Oriente, probablemente hubiera impedido a Saddam Hussein ocupar Kuwait, y Washington hubiera sido más cauteloso en su respuesta a la invasión (en caso que hubiese ocurrido), por temor de precipitar una nueva confrontación con la URSS -que hubiera sido tan directa y peligrosa como la crisis de los misiles en Cuba durante octubre de 1962.

En el mundo más dinámico que está emergiendo, es muy probable que las potencias regionales se arriesguen. Esto a su vez puede provocar una reacción más brutal que antes por parte de EEUU, ya que no tiene el obstáculo de la presencia soviética en Europa Oriental y el Tercer Mundo. Aunque -a diferencia de la Segunda Guerra del Golfo (1991)- el imperialismo occidental no se implique directamente en todos los conflictos que ocurran, dejando que los países subimperialistas o que aspiran a serlo se maten entre ellos, los presagios para la humanidad son sombríos. Si bien el fantasma de una guerra total entre las superpotencias haya descendido un poco, la proliferación de armas nucleares en el Tercer Mundo (Israel, Sudáfrica, India y Pakistán son algunos de los Estados que poseen dichas armas) significa que una guerra nuclear regional no tarde en ocurrir. Además de esto, el colapso de la URSS produjo tres nuevas potencias nucleares -Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán- en una región donde hierven a cada instante los descontentos nacionales y las guerras locales. No bien siga existiendo un sistema mundial que se basa en la competencia económica entre capitales que, a su vez, están integrados a distintos Estados-nación rivales, la guerra seguirá siendo el árbitro final de los conflictos.

 

Conclusión

 

Al principio del siglo XX, Lenin, Luxemburg, Bujarin, Hilferding y otros desarrollaron un análisis del imperialismo, que lo presentaba como la etapa del desarrollo capitalista en la cual la concentración y centralización del capital llevaron a un mundo dominado por rivalidades, entre una pequeña porción de grandes potencias militares y económicas. A pesar de las transformaciones que el sistema mundial ha enfrentado en los últimos cien años, esta teoría todavía identifica una de las principales características del capitalismo contemporáneo. De hecho, estamos entrando ahora en un período de competencia interimperialista más salvaje e inestable.

La importancia de estos hechos no es, de modo alguno, principalmente teórica. A pesar de las deficiencias de la versión de Lenin de la teoría del imperialismo, sigue siendo el teórico por excelencia de este fenómeno, al menos por dos razones. Primero, comprendió mejor que nadie que el imperialismo no es una simple política, sino una etapa -de hecho, la etapa superior- del desarrollo capitalista. Así, atacó a Kautsky porque éste argumentaba que "el imperialismo no es el capitalismo actual; es apenas una forma del capitalismo actual".[88] El argumento de Kautsky, implicaba que la confrontación militar y la guerra podían ser socavados dentro de los marcos del capitalismo. La respuesta de Lenin fue que solamente la revolución socialista podría terminar con el imperialismo y sus tendencias destructivas. La comprensión política de Lenin sobre el imperialismo es precisamente su segunda contribución principal. Comprendió que la jerarquía económica y política que el imperialismo imponía al mundo, haría surgir luchas que se desarrollarían no bajo la bandera del socialismo revolucionario, sino del nacionalismo revolucionario. Dichas luchas, por lo tanto, desafiarían al imperialismo a fin de realizar las aspiraciones de Estados capitalistas independientes.

Lenin comprendió que, a pesar de la distancia política entre estos movimientos y el socialismo internacionalista, ellos podrían llevar a guerras y revoluciones que debilitarían al imperialismo y, por lo tanto, también a la dominación de las clases gobernantes mundiales. La más clara expresión de este análisis de Lenin es su defensa de la revuelta de Dublín en la Pascua de 1916, frente a los bolcheviques que la rechazaban por considerarla un "putsch" pequeñoburgués:

"Imaginar que la revolución social es concebible sin revueltas realizadas por pequeñas naciones de las colonias y de Europa, sin irrupciones revolucionarias de un sector de la pequeña burguesía con todos sus preconceptos, sin el movimiento de las masas proletarias y semiproletarias faltas de conciencia política, contra la opresión de los señores de la tierra, de la Iglesia, de la monarquía, contra la opresión nacional, etc. -imaginar todo esto es renunciar a la revolución social."[89]

De este modo, no se trata solamente de que el imperialismo solo puede ser eliminado derribando al capitalismo, sino que el imperialismo provoca movimientos que, a pesar de sus intereses e ideología burguesas, según palabras del propio Lenin, "objetivamente... atacan el capital":

La dialéctica de la historia es tal que las pequeñas naciones, impotentes en cuanto factor independiente en la lucha contra el imperialismo, tienen el papel de ser uno de los fermentos, uno de los bacilos, que ayudan a la verdadera fuerza antiimperialista -el proletariado socialista- a entrar en escena... Seríamos revolucionarios muy malos si, en la gran guerra de liberación por el socialismo llevada a cabo por el proletariado, no supiéramos utilizar, para intensificar y extender las crisis, todos los movimientos populares contra todos y cada uno de los desastres causados por el imperialismo.[90]

La experiencia de los últimos 25 años ha confirmado ampliamente el análisis de Lenin. La Guerra de Vietnam, aunque haya sido para establecer un régimen capitalista de Estado independiente, infligió una seria derrota al imperialismo norteamericano, y estimuló el crecimiento de movimientos auténticamente anticapitalistas en todo el mundo occidental. Desde entonces, fuerzas extrañas al estalinismo vietnamita se han convertido en el foco de confrontación con el imperialismo -los mullahs fundamentalistas de Irán y del Líbano, y hasta el mismo régimen de Sadam Hussein en Irak, a pesar de su deplorable historia de colaboración con EEUU. En tales confrontaciones, los socialistas revolucionarios luchan por la derrota de la potencia imperialista. Dicha posición no implica en modo alguno dar apoyo político al régimen que lucha contra el imperialismo. Trotsky enfatizó esto en su respuesta a la invasión japonesa de China en 1937:

"En una guerra entre dos países imperialistas, no es cuestión de democracia ni de independencia nacional, sino de opresión de pueblos atrasados no imperialistas. En tal guerra los dos países se encuentran en el mismo plano histórico. Los revolucionarios de ambos lados son derrotistas. Pero Japón y China no están en el mismo plano histórico. La victoria de Japón significaría la esclavitud de China, el fin del desarrollo económico y social chino, y el terrible fortalecimiento del imperialismo japonés. La victoria de China significaría, por el contrario, la revolución social en Japón, y el desarrollo libre -es decir, libre de obstáculos debido a la opresión externa- de la lucha de clases en China.

"¿Pero puede Chiang Kai Shek asegurar la victoria? Yo creo que no. Pero fue quien empezó la guerra, y quien hoy la dirige. Para sustituirlo es necesario conquistar influencia decisiva en el proletariado y en el ejército, y para esto es necesario no quedar suspendido en el aire, sino ponernos en medio de la lucha. Debemos conquistar influencia y prestigio en la lucha militar contra la invasión extranjera y en la lucha política contra las debilidades, las deficiencias y las traiciones internas. En un determinado momento, el cual no podemos establecer de antemano, esta oposición política puede y debe transformarse en conflicto armado, ya que la guerra civil, como cualquier guerra, es apenas la continuación de la lucha política... la clase trabajadora, al mismo tiempo en que permanece en la vanguardia de la lucha militar, prepara la caída política de la burguesía."[91]

En una confrontación como la Segunda Guerra del Golfo (1991) era necesario, por lo tanto, defender la derrota de las potencias imperialistas, sin dejar de luchar políticamente contra el régimen burgués que dirige la lucha antiimperialista. Esta posición está basada en la teoría de la revolución permanente de Trotsky. En su forma más general, esta teoría afirma que ninguna clase capitalista puede luchar consistentemente contra el imperialismo. Aún el movimiento nacionalista más combativo aspira esencialmente a tener su propio Estado capitalista independiente. Por lo tanto, no intenta destruir el sistema imperialista mundial, sino conseguir una porción mayor de beneficios dentro del sistema para sí mismo. Si se ve forzado a luchar contra el imperialismo para alcanzar ese objetivo, esta lucha puede debilitar a todo el sistema. Pero al final el movimiento nacionalista aceptará la existencia del imperialismo, como hizo el Sinn Fein (en Irlanda) después de la Guerra de Independencia, el Partido Comunista de Vietnam después de las dos guerras en Indochina, la República Islámica de Irán después de su derrota en la Primera Guerra del Golfo (1988). Por lo tanto, el objetivo principal de los revolucionarios es, en palabras de Lenin, "utilizar" la crisis generada por la confrontación entre los imperialistas y sus oponentes nacionalistas para "ayudar a la verdadera fuerza antiimperialista -el proletariado socialista- a entrar en escena". Pero la clase trabajadora sólo puede ajustar cuentas con el imperialismo derrotando, no solo a las clases dominantes de los países capitalistas avanzados, sino también a aquellos regímenes burgueses que pueden desafiar temporalmente la dominación occidental.

La importancia de ese análisis es tal que nunca es suficiente repasarlo una vez tras otra. Una de las características notables de la Segunda Guerra del Golfo (1991) fue el fenómeno de los "intelectuales B-52" -intelectuales con un pasado radical que apoyaron a las "fuerzas aliadas" del imperialismo contra Irak: por ejemplo, Hans Magnus Enzensberger, Wolf Bierman, Neil Ascherson y Michael Ignatieff. Fueron, sin embargo, Fred Halliday y Norman Geras, ex miembros del consejo editorial de la revista New Left Review, quienes intentaron dar a esta posición un barniz "marxista". Notoriamente, al final de la guerra, Halliday declaró: "si tengo que elegir entre imperialismo y fascismo, elijo al imperialismo".[92] Pero recientemente vinculó explícitamente esta posición a la crítica de Bill Warren "de la visión marxista del imperialismo", ensalzándolo por haber preguntado: "¿Todo lo que el imperialismo hace es negativo?", y atacando la "posición moralista post leninista que ha predominado en los últimos 20 o 30 años", según la cual "porque es el imperialismo el que está haciendo (o sea, atacando Irak), entonces debe ser malo".[93]

De eso se puede suponer que el imperialismo puede, en ciertas circunstancias, cumplir un papel progresivo. Así Halliday y Geras denunciaron a uno de sus críticos, Alexander Cockburn:

"...si Cockburn escuchase lo que las personas en el Tercer Mundo plantean, sabría que en muchos casos, ellas piden otra política por parte de EEUU, igualmente activa. Esto es lo que han deseado los eritreos, la OLP, el CNA, los activistas de los derechos humanos en China. La alternativa a la intervención imperialista no es la no intervención, sino en vez de esto, la acción en apoyo al cambio democrático."[94]

Este argumento se basa en la falsa suposición de que las potencias imperialistas tienen un interés general en promover "cambios democráticos" en el Tercer Mundo. Rechazar tal idea no significa aceptar el tipo de antiimperialismo vulgar que ve un complot de la CIA por detrás de todo lo que ocurre en el Tercer Mundo. Este ensayo intentó demostrar, con alguna profundidad, que el imperialismo del siglo XX no impidió un considerable desarrollo capitalista fuera de las metrópolis del sistema. Y que la estrategia esbozada por Trotsky considera a la lucha contra los regímenes nacionalistas "antiimperialistas" como parte inseparable de la lucha contra el propio imperialismo. La razón fundamental de esta estrategia deriva de los lazos que unen a todos los regímenes burgueses del Tercer Mundo al imperialismo.

El final de la Segunda Guerra del Golfo (1991) muestra esto muy claramente. Halliday hizo coro a las quejas de innumerables políticos de derecha, dirigidas a EEUU por no haber "liquidado a Saddam Hussein" cuado en marzo de 1991 el régimen ba'athista estaba tambaleante bajo el impacto de la derrota militar, conjugada con la insurrección popular en el sur y el avance de las fuerzas kurdas en el norte.[95] El hecho de que Washington no haya hecho esto no refleja un error intelectual o falta de fuerza de voluntad, sino un cálculo -también compartido por sus principales aliados árabes en El Cairo, Riad y Damasco: sus intereses estarían mejor cuidados con la supervivencia del régimen ba'athista, que con su sustitución por un gobierno islámico radical o hasta incluso con la desintegración de Irak (lo que dejaría a Irán en el papel de principal potencia regional). De este modo, los que derrotaron a Saddam Hussein se convirtieron en sus salvadores. En vez de estar en un conflicto fundamental uno con el otro, como inocentemente creyeron Halliday y Geras, imperialismo y "fascismo" estaban atados por lazos de interés común.

Las consecuencias desastrosas de creer que el imperialismo puede cumplir un papel progresivo puede ser visto en el colapso de muchos sectores de la izquierda (incluyendo muchos que se opusieron a la Segunda Guerra del Golfo de 1991) que terminaron por apoyar la intervención de la ONU en los Balcanes.[96] Este colapso ocurrió a pesar de la lección ofrecida por la intervención de la ONU en Somalia, donde la operación degeneró rápidamente en una guerra entre un ejército de ocupación y la población local. En un mundo dominado por una pequeña porción de grandes potencias es una fantasía peligrosa creer que las mismas pueden llegar a proteger los intereses de la mayoría explotada. La humanidad no conocerá la paz hasta que esa mayoría tome el control del mundo, lo que sólo podrá realizarse derrotando a los Estados imperialistas que intentarán impedirlo con uñas y dientes. El marxismo clásico contiene, en los escritos de Lenin y Trotsky, un análisis del imperialismo y una estrategia revolucionaria que son indispensables para el éxito de esa lucha.


Notas:

81. R.S. Nye Jr, Bound to Lead, Nueva York 1991, pp 108, 110.

82. M.J. Boskin, "Myth of America's Decline", Financial Times, 15 de Marzo de 1993.

83. La respuesta más detallada de Kennedy a estos críticos está en Preparing for the Twenty-First Century, Nueva York 1993, cap. 13.

84. Financial Times, 21 de Diciembre de 1992.

85. Idem, 8 de Feb 1993. De acuerdo con un estudio hecho por consultores de la administración de McKinsey, la productividad global de EEUU es 17% más elevada que la de Japon. La elevada productividad japonesa en setores como el automotriz, el metalúrgico y el electrónico es balanceada por una productividad extremamente baja en otros sectores industriales: la producción por trabajador en la industria de alimentos corresponde a un terçio de la de EEUU. La productividad alemana gneralmente es menor en relación con EEUU y Japon. Financial Times, 22 de Oct 1993.

86. Hay una discusión interesante al respecto de los problemas de la estrategia militar global norteamericana en G.Friedman y M. LeBard, The Coming War with Japan, Nueva York 1991, cap. 9.

87. Idem, especialmente partes III e IV.

88. Lenin, Collected Works, p. 270. Incluso Bujarin tendió a tratar al imperialismo como una política: ver, por ej., Imperialismo e Economia Mundial, cap.IX.

89. Idem, p. 355.

90. Idem, pp. 356, 357.

91. Leon Trotsky on China, Nueva York 1976, pp 569-70.

92. F. Halliday, "The Left and the War", New Statesman and Society, 8 de Marzo de 1991, p. 16. Este aartículo generó una enorme controversia que se prolongó en los números siguientes. Para una visión general del debate sobre la Guerra del Golfo, ver Callinicos, "Choosing Imperialism", Socialist Review, Mayo de 1991.

93. F.Halliday, "Imperialism, Peace and War, and the Left", entrevista en New Times, 7 de Agosto de 1993.

94. Carta en New Statesman and Society, 12 de Abril de 1991, p. 38, respondeindo entre otros a, A. Cockburn, "The War Goes On", idem, 5 de Abril de 1991.

95. Halliday, Imperialism.

96. A. Callinicos, "Intervention: Disease or Cure?", Socialist Review, Junio de 1993