Medio Oriente

Una nueva lucha comienza en Iraq

Cisma chií

Por Patrick Cockburn (*)
CounterPunch, 19/04/08
Rebelión, 23/04/08
Traducido por Germán Leyens

La antigua guerra era primordialmente entre la comunidad suní – que combatía contra la ocupación estadounidense – y un gobierno iraquí dominado por los chiíes en alianza con los kurdos. Ese conflicto no ha terminado. Pero es probable que las batallas más importantes que serán libradas en Iraq este año tengan lugar en la comunidad chií. Enfrentan al gobierno iraquí respaldado por EE.UU. a los partidarios del clérigo radical Múqtada al–Sáder, quien representa a las masas chiíes empobrecidas de Iraq. “Los chiíes forman la mayoría en Iraq y los saderistas son la mayoría de esa mayoría,” me dijo un antiguo ministro chií. “Componen hasta entre un 30 y un 40 por ciento de la población total de Iraq.” La población de Iraq es de 27 millones: y basándose en el cálculo de ese ex ministro, hasta diez millones de ellos apoyan a Múqtada.

El resultado de la subestimación del poder de combate y del apoyo popular de los saderistas fue demostrado a fines de marzo en la batalla por Basora, que fue inesperadamente lanzada por Nouri al–Maliki con su repentino anuncio de que iba a terminar con el control de la milicia en la ciudad, la segunda por su tamaño de Iraq. Abandonó la Zona Verde en Bagdad para tomar el comando, provocando referencias burlescas entre los políticos iraquíes al ‘general Maliki’. Exigió que los milicianos entregaran sus armas en tres días y que prometieran que rechazarían la violencia para siempre; amenazó con aplastarlos si no lo hacían. George Bush habló de ‘un momento definidor’ para el nuevo Iraq.

Por una vez, Bush puede tener razón; aunque, como cuando se paró bajo la triunfal consigna “Misión Cumplida” en 2003, puede ser que no comprenda la seriedad de la lucha en la que se está metiendo. La comunidad chií se está dividiendo después de cinco años de solidaridad. Es una división no sólo entre el gobierno y las milicias, sino entre ricos y pobres. Los principales partidarios de Maliki – su propio partido Dawa tiene una base pequeña – son el Consejo Supremo Islámico de Iraq (CSII) y su milicia Badr. El CSII tiene su apoyo sobre todo en el clero chií establecido, los comerciantes y la clase media chií. Pero desde que el CSII fue fundado en Irán en 1982 en una temprana etapa de la guerra Iraq–Irán, el partido siempre ha carecido de apoyo popular. Logró una desagradable reputación por interrogar y torturar a prisioneros iraquíes: lo que no impidió que se convirtiera en un firme aliado de la ocupación de EE.UU. después de la caída de Sadam Husein.

Múqtada ha tratado hace tiempo de evitar una confrontación militar generalizada con sus rivales chiíes mientras sigan teniendo el apoyo de EE.UU. El 7 de abril llegó a decir que disolvería el Ejército del Mahdi si el ayatolá Ali al–Sistani y otros destacados clérigos chiíes en Irán le pedían que lo hiciera. Esta promesa significa menos de lo que parece. Es bastante fácil que las milicias iraquíes se desbanden, tomen con ellas sus armas, y vuelvan a reunirse a la mañana siguiente.

El nuevo conflicto tiene otro aspecto: también es una lucha por encargo entre EE.UU. e Irán. Esto ha estado sucediendo desde el día mismo de la invasión estadounidense. Pero, a pesar de todos los intentos de Washington de probar lo contrario, la insurgencia suní fue apoyada primordialmente por los Estados árabes suníes al oeste de Iraq. Los saderistas se han mostrado tradicionalmente muy sospechosos de los iraníes. Desde el comienzo, Múqtada fue el único líder chií que siempre se opuso a la ocupación de EE.UU. Sus milicianos libraron dos feroces batallas con marines de EE.UU. por la ciudad santa chií de Nayaf en abril y agosto de 2004. Sufrieron fuertes bajas, pero sobrevivieron; y Múqtada se hizo políticamente más fuerte. Dijo en público que estaba pasando de la resistencia militar a la política. Pero, al enfrentar a EE.UU., se ve obligado a considerar el apoyo político y limitar iraní. “Los iraníes no se pueden permitir que Múqtada sea eliminado o seriamente debilitado,” dice Ghassan Attiyah, politólogo iraquí. En la batalla de Irán con EE.UU. por la influencia sobre los chiíes iraquíes, Múqtada juega un papel demasiado importante como para que Irán contemple como es aplastado.

Desde el punto de vista político es más fácil vender en EE.UU. la confrontación, o incluso la guerra con Irán, que el apoyo a la continua guerra dentro de Iraq. El Partido Demócrata podrá querer el retiro de las tropas de Iraq, pero sus líderes tratan de sobrepasarse los unos a los otros en la condena de Irán. El general David Petraeus, comandante de EE.UU. en Iraq, ha estado culpando a Irán como la mano oculta tras los

últimos combates en Bagdad y Basora. Hizo lo mismo cuando apareció ante el Congreso el 8 de abril para dar evidencia sobre por qué, durante los últimos meses, Iraq se ha hecho más y no menos violento. Tuvo mucho que explicar. Mientras la televisión de EE.UU. muestra a hombres armados en las calles, vehículos carbonizados y humo sobre Bagdad y Basora, sus afirmaciones sobre el éxito de la ‘oleada’ parecieron mucho menos convincentes que a fines del año pasado. Petraeus dice que la cantidad de soldados estadounidenses en Iraq no debiera ser reducida bajo el nivel que tenía antes del comienzo de la oleada – lo que hace que sus afirmaciones de éxito militar parezcan dudosas. Los 3,2 millones de iraquíes, uno de cada nueve de la población, que huyeron a Siria, Jordania y a otros sitios dentro de Iraq, no han estado volviendo a casa porque piensan que hacerlo es demasiado peligroso para ellos; tienen razón.

Conduje por el centro de Bagdad justo antes de la última vuelta de combates entre los estadounidenses y el ejército iraquí contra el Ejército del Mahdi. Fue un viaje un poco más fácil que un año antes. En el distrito mixto Yarmuk de la ciudad, en la ribera oeste del río Tigris, el hospital solía ser controlado por el Ejército del Mahdi; los suníes sentían terror de ir al lugar. Ahora los milicianos se han ido y los suníes vuelven a ir al hospital. En una intersección a media milla de distancia solía haber un punto de control controlado por suníes: a cualquier chií que detectaban lo mataban en el acto y sus cuerpos yacían al lado de la calle. Ahora los puntos de control han desaparecido. Visité al–Kindi Street, llena de oficinas de doctores y de cafés: ahora, de nuevo, hay gente en la calle.

Pero el renacimiento de la vida ciudadana nunca es necesariamente duradero: las cosas, pensé, pueden cambiar en cosa de horas. Recordé Beirut durante las guerras civiles libanesas en los años setenta y ochenta: había momentos de calma en los combates durante semanas o meses sin fin y Hamra Street en el centro de Ras Beirut se volvía a llenar de bulliciosos compradores y las playas se repletaban. Los libaneses decían tristemente que nada había sido solucionado y que los combates comenzarían tarde o temprano: siempre tenían razón. En el caso de Bagdad en marzo de este año, la calma terminó antes de lo esperado. Yo había lanzado una mirada a los negocios de lujo en el distrito al–Mansur – muchos estaban abiertos – pero unos pocos días después un amigo iba caminando por allí cuando aparecieron varios todo terreno con ventanas oscurecidas. Supuso que llevaban a altos funcionarios del gobierno – pero bajaron los cristales y milicianos del Ejército del Mahdi abrieron fuego y mataron a un policía e hirieron a otros dos.

Pasé una noche en al–Khadamiyah, un antiguo distrito chií centrado en un santuario chií rodeado de negocios que venden joyería de oro y de restaurantes baratos para peregrinos. Algunos amigos chiíes sugirieron que fuera con ellos al santuario; por si alguien preguntara quién era, me aconsejaron que dijera que era turco. Parecía una idea peligrosa: renunciamos a ella cuando nos acercamos al santuario y vimos la estricta seguridad. Fuimos a ver al ayatolá Husein al–Sáder, pariente de Múqtada, de puntos de vista moderados, quien iba dando sus bendiciones a dignatarios chiíes, y pasamos la noche en un hotel que es, en efecto, su casa de huéspedes. Había numerosos soldados y policías por las calles, pero yo no me habría quedado si no hubiese estado bajo la protección del ayatolá. De nuevo, la apariencia de calma fue engañosa. Dos semanas después, helicópteros estadounidenses bombardearon posiciones del Ejército del Mahdi en al–Khadamiyah.

Los combates entre el CSII y los saderistas han estado aumentando durante el último año, pero las luchas territoriales locales nunca se habían extendido a todo el Iraq chií. Cuando el ejército iraquí comenzó a avanzar en Basora a fines de marzo quedó en claro que la ofensiva de Maliki apuntaba exclusivamente al Ejército del Mahdi. No tocó a las otras dos principales milicias en Basora, la Organización Badr y Fadhila, un grupo escindido de los saderistas, poderoso en los campos de petróleo. Los iraquíes no fueron persuadidos por el argumento de Maliki de que su objetivo era eliminar a bandas criminales en Basora. El bandidaje es obviamente común: un hombre de negocios amigo me dijo que, para trasladar un contenedor del puerto Umm Qasr cerca de Basora a Arbil en el norte de Iraq, había pagado recientemente 500 dólares en gastos de transporte y 3.000 dólares en sobornos. Ya que los funcionarios gubernamentales rara vez hacen algo sin una coima, la afirmación de Maliki de que terminaría con la criminalidad en Basora no podía convencer a nadie.

Ese aire de fantasía rodeaba todas las exigencias de Maliki. El gobierno tenía cerca de 15.000 soldados y la misma cantidad de policías en Basora, pero nunca iban a penetrar las estrechas callejuelas en los esparcidos barrios bajos en el norte y el oeste de la ciudad. En la mayoría de los casos ni siquiera lo intentaron. Las fuerzas de Múqtada reaccionaron, como lo han hecho en el pasado cuando enfrentan un solo ataque, extendiendo la batalla a Bagdad y a cada otra ciudad y localidad chií donde sus fuerzas son fuertes. Saderistas locales pronto dijeron a la policía y a los soldados iraquíes en los puntos de control dentro y alrededor de Sáder City – a la que a menudo se refieren como un distrito de Bagdad aunque en realidad es una ciudad adyacente con una población de dos millones – que se fueran y volvieran a casa. En lugar de que los milicianos entregaran sus armas a las fuerzas de seguridad iraquíes, los iraquíes descubrieron que estaban viendo escenas en la televisión en la que policías iraquíes entregaban sus armas – y recibían una ramita de olivo y un Corán a cambio de clérigos que apoyan a Múqtada.

Hubo otras humillaciones para el gobierno. Durante meses el principal portavoz iraquí para la oleada – su nombre oficial es Plan de Seguridad de Bagdad – ha sido Tahsin al–Shaikhly. Se presentó regularmente en la televisión para afirmar que la seguridad estaba mejorando, que los suministros de electricidad se hacían más abundantes y que la vida en Bagdad en general era más fácil. Dos días después del comienzo de la ofensiva de Maliki, al–Shaikhly fue secuestrado. Según testigos presenciales, los secuestradores – el propio al–Shaikhly cuenta una historia ligeramente diferente – fueron comandos uniformados de la policía conduciendo una docena de Land Cruisers Toyota. Mataron a tiros a tres guardaespaldas de al–Shaikhly, incendiaron su casa y lo llevaron a un piso franco desde el que se le permitió que se comunicara con una estación de televisión a fin de apelar a Maliki para que no atacara al Ejército del Mahdi.

¿Por qué fracasó el ejército iraquí? El entrenamiento de un nuevo ejército ha estado al centro de la política británica y estadounidense durante los últimos cuatro años. Estos días, en puntos de control en Bagdad, los soldados iraquíes se ven mejor armados, utilizan equipos modernos de comunicación y usan chalecos a prueba de balas. Hace unos pocos años, soldados iraquíes conducían por Bagdad en viejas camionetas blancas que antes habían sido utilizadas para transportar repollos y coliflores al mercado; ahora tienen Humvees estadounidenses de segunda mano. Bien pagado según estándares iraquíes, y respaldado por el poder aéreo de EE.UU. se esperaba que el ejército iraquí rindiera más. Sin embargo, en batallas a tiros en ciudades y localidades en todo el sur de Iraq, el ejército no se batió o fue rechazado por los milicianos. Después de cuatro días de la ofensiva de Maliki, el Ejército del Mahdi controlaba tres cuartos de Basora y la mitad de Bagdad. Para impedir una derrota total, helicópteros y aviones de ataque estadounidenses comenzaron a participar cada vez más en los enfrentamientos. Los aislados soldados británicos en el aeropuerto de Basora – había 4.100 estacionados allí – dispararon su artillería en apoyo a las unidades asediadas del ejército iraquí. Un toque de queda en Bagdad causó resentimiento porque la gente fue tomada por sorpresa por el estallido y no había, como lo hace usualmente cuando ve que viene una crisis, almacenado alimentos y suministros.

Cuando el ejército iraquí comenzó a fracasar, los estadounidenses actuaron rápidamente para apuntalarlo. Controladores aéreos para dirigir ataques aéreos fueron enviados a unidades del ejército iraquí. Un equipo de altos asesores estadounidenses fue enviado a Basora. Esto puede explicar el motivo por el cual Múqtada aceptó un cese al fuego. El Ejército del Mahdi ya había mostrado que podía rechazar al ejército y a la policía iraquíes, pero los estadounidenses podían ser algo diferente. A pesar de eso, la breve guerra entre Múqtada y el gobierno fue reveladora en cuanto a quien realmente tiene poder en Iraq. Una delegación de dirigentes chiíes fue a Irán. Hablaron con Múqtada en la ciudad santa de Qum, y con el general Qassem Sulaymani, jefe de la Brigada Quds de la Guardia Revolucionaria Iraní, quien supervisa la participación iraní en Iraq. Ha sido detestado desde hace tiempo por los estadounidenses y el año pasado las fuerzas especiales de EE.UU. trataron de secuestrarlo durante una visita oficial al presidente kurdo. Maliki parece haber sido informado sobre el acuerdo recién después de que fue logrado, pero sus términos fueron que el Ejército del Mahdi no renunciaría a sus armas, que la ofensiva del gobierno se detendría y que los miembros de la milicia ya no serán arrestados sin autorización legal. Los estadounidenses, que normalmente reaccionan con furia ante cualquier señal de interferencia iraní en Iraq, no dijeron nada sobre el hecho de que los Guardias Revolucionarios Iraníes estuvieran negociando términos de paz entre el gobierno y sus enemigos.

Los estadounidenses no dijeron nada porque el abortado ataque contra Basora fue, para ellos, una pesadilla. La afirmación de que la oleada fue el primer paso para restaurar la paz en Iraq fue desenmascarada como un mito. Las bajas militares estadounidenses podrán haber disminuido – pero unos dos mil iraquíes fueron muertos en marzo. Los políticos estadounidenses se pusieron a cubierto. Mientras yo estaba en Bagdad en marzo, llegó de visita el senador John McCain, al mismo tiempo que el vicepresidente Dick Cheney. Ambos expresaron confianza en que la seguridad estaba mejorando. McCain dijo alegremente a CNN que la influencia de Múqtada ‘ha estado en decadencia desde hace tiempo.’ Tres semanas después, McCain negó que jamás hubiese dicho algo semejante, lo que había dicho, insistió, fue que ‘todavía era un actor importante y su influencia tendría que ser reducida y gradualmente eliminada.’ Considerando que Múqtada es el más poderoso líder chií, y que sus milicianos acababan de demostrar que podían derrotar al ejército iraquí, eso significaría que McCain, si fuera elegido presidente, libraría una guerra contra los 17 millones de chiíes de Iraq.

En aquel entonces, los generales y políticos estadounidenses decían que no habían sabido nada sobre la desastrosa ofensiva de Maliki hasta el último minuto – olvidando convenientemente que los estadounidenses habían estado instando desde 2004 a los primeros ministros iraquíes a que atacaran al Ejército del Mahdi. Lo que volvió a los estadounidenses contra Ibrahim al–Jaafari, el anterior primer ministro iraquí, fue que no inició un tal ataque. Hace cuatro años, Paul Bremer, el virrey de EE.UU. en Iraq, exigía que los ministros iraquíes se refirieran al Ejército del Mahdi como “la milicia de Múqtada’. Bremer lo llamó un Hitler iraquí en gestación e hizo un desastroso intento de eliminarlo en abril de 2004, un intento que fue similar de muchas maneras a la ofensiva de Maliki contra Basora del mes pasado. Bremer subestimó demasiado groseramente a Múqtada: los partidarios de este último tomaron las riendas de la mayor parte del sur de Iraq en unos pocos días.

El gobierno iraquí, CSII, los kurdos y los estadounidenses se sentían todos amenazados por los hombres de Múqtada. La Zona Verde era atacada a diario desde Sáder City. CSII, en particular, quiere derrotar a los saderistas antes de las elecciones provinciales en octubre, en las que se espera que le vaya mal y a los saderistas bien. El gobierno despidió a soldados que se habían negado a combatir en la campaña de marzo y se informa que reclutó a 25.000 conscriptos tribales. Los estadounidenses han estado esperando desde hace tiempo que puedan repetir su triunfo en la provincia Anbar en 2007, cuando líderes tribales suníes se aliaron con EE.UU. contra al Qaeda en Iraq. Los asesores de Maliki pensaron que si los iraníes no hubieran interferido el ejército podría haber salido mejor parado. Pero desde el punto de vista saderista la humillación del gobierno fue casi demasiado completa. Los saderistas admitieron que se estaban aislando. ‘Se ha tomado una decisión,’ dijo Maliki a principios de abril. Los saderistas ‘ya no tendrán derecho a participar en el proceso político, o a participar en la próxima elección, a menos que acaben con el Ejército del Mahdi.’

La declaración fue hipócrita: los peshmerga kurdos y la Organización Badr del CSII son ambas milicias que han sido efectivamente incorporadas al ejército y a la policía iraquíes. Pero los saderistas estaban en una posición difícil. La solidaridad chií se estaba rompiendo. Múqtada siempre ha sido un buen táctico. Llamó a una manifestación de un millón de personas para el 9 de abril, el quinto aniversario de la caída de Sadam Husein, para exigir un fin de la ocupación. ‘Tiene que,’ dijo un observador iraquí, ‘mostrar que la popularidad de su movimiento sigue siendo tan grande como su poder militar.’


(*) Patrick Cockburn es autor de "Muqtada: Muqtada Al–Sadr, the Shia Revival, and the Struggle for Iraq."