Medio Oriente

Se agrava la crisis de los refugiados iraquíes
mientras Occidente les vuelve la espalda

Por Kim Sengupta
The Independent, 15/06/08
Rebelión, 17/06/08
Traducido por Sinfo Fernández

Ante los millones de desplazados, los gobiernos extranjeros adoptan cada vez más posiciones de dureza

La desesperada situación de los refugiados iraquíes es en estos momentos peor que nunca, con millones de seres luchando por sobrevivir en condiciones desesperadas y con muy pocas esperanzas de encontrar asilo.

Mientras la crisis continúa, la comunidad mundial, especialmente los países occidentales, no sólo no ha ayudado sino que está levantando cada vez más obstáculos para impedir que los desposeídos hombres, mujeres y niños alcancen sus costas, según nos relata un nuevo informe de Amnistía Internacional.

Muchos gobiernos han intentado justificar sus duras posiciones alegando supuestas mejoras en la situación de la seguridad en Iraq. Pero después de un notable descenso, el nivel de la violencia está aumentando de nuevo. La cifra mensual de asesinados descendió de 1.800 en agosto de 2007 a 541 en enero de 2008. Sin embargo, sólo en marzo y abril, más de 2.000 personas, en su mayoría civiles, murieron durante los enfrentamientos entre fuerzas del gobierno iraquí y estadounidenses y la milicia chií del Ejército del Mahdi.

La diáspora iraquí es ahora una de las mayores registradas en tiempos modernos, con más de dos millones de personas que han tenido que huir al extranjero. Pero la ferocidad de la contienda y el derrumbamiento de la ley y el orden han obligado a otra oleada de alrededor de 2,7 millones de seres a escapar de sus hogares aunque no han podido huir del país. Muchos de ellos se han trasladado a Bagdad, forzando aún más una infraestructura destrozada y añadiendo tensiones sectarias a la ciudad. La situación en términos de cifras y condiciones para las personas desplazadas se ha deteriorado dramáticamente en los últimos dos años, declara Amnistía.

“La crisis de los refugiados iraquíes y de los internamente desplazados es de proporciones trágicas”, dice el informe. “A pesar de ello, los gobiernos del mundo no han hecho nada, o muy poco, para ayudar, incumpliendo su deber moral y obligación legal de compartir responsabilidades por las personas desplazadas dondequiera que estén. La apatía hacia la crisis ha sido la abrumadora respuesta”.

Los estados vecinos de Iraq son los que están acogiendo a la inmensa mayoría de refugiados tras la invasión de las fuerzas estadounidenses y británicas de 2003, de los que sólo un puñado –menos del 1%– ha podido llegar hasta Europa y Norteamérica. Pero estos continentes, que enfrentan sus propias dificultades económicas, han impuesto barreras cada vez más duras, a la vez que el opulento Occidente ha empezado a deportar a Iraq a quienes buscan asilo porque quieren dar a entender que allí se está llegando ahora a una cierta estabilidad.

Ha habido uno o dos muy publicitados retornos de refugiados de Siria el pasado otoño, que no reflejan la situación sobre el terreno. La realidad es que en Iraq hay cantidades inmensas de personas tratando de escapar del país por los medios que puedan, legales o ilegales.

El gobierno iraquí, en un intento de mostrar que se estaba consiguiendo mejorar la situación de la seguridad, y para parar la huida de cerebros del país, ha estado presionando a los países de la región para que pongan restricciones a la entrada. Por ejemplo, Siria, que es el país que tiene la mayor proporción de refugiados, puso fin a la entrada libre a través de la frontera a finales del pasado año a petición del Primer Ministro iraquí, Nuri al–Maliki. Jordania, que también recibió grandes cantidades de huidos, impuso el pasado mes nuevas exigencias para los visados.

Gran Bretaña, cuyas fuerzas en Basora no se aventuran a salir de su base en el aeropuerto, se ha puesto a la cabeza en la propuesta de hacer regresar a la gente porque ya había “seguridad”. El 27 de marzo, hizo regresar a Iraq a 60 personas, además de otras 120 que han sido deportadas en los últimos tres años. Suecia, que hasta ahora había seguido un política liberal hacia los refugiados iraquíes, ha remitido 1.776 casos a la policía para que los hagan regresar a la fuerza y, en un juicio de ensayo para determinar la interpretación de la ley, la junta de inmigración adoptó la decisión de no conceder asilo a un solicitante que había llegado desde Bagdad, sobre la base de que no se ha confirmado que haya en Iraq “conflicto armado”.

La mayor parte de los refugiados en los países que bordean Iraq no tienen derecho a trabajar. Muchos están sobreviviendo de magras limosnas y de los cada vez más escasos ahorros. Los que terminan trabajando en la economía sumergida a menudo se ven estafados, y ha habido un gran aumento de casos de niños trabajando y de mujeres obligadas a entrar en la prostitución.

The Independent on Sunday habló con Rashid, de 14 años, que mantiene a su padre minusválido, a su madre y a cuatro hermanos y hermanas haciendo trabajos manuales en Damasco. “Acepto cualquier trabajo. Necesitamos el dinero”, dijo. “A veces empiezo a trabajar a las seis de la mañana y no vuelvo a casa hasta las ocho o las nueve de la noche. He trabajado de peón, vendiendo té, limpiando zapatos. Llegamos desde Ramada y allí iba al colegio. Me gustaría continuar mi educación, pero no creo que sea posible. También me gustaría regresar a Iraq, aunque no tengamos nada allí”.

Casi no se informa nada sobre los movimientos migratorios por el interior de Iraq, con familias desarraigadas de los hogares que habían habitado durante generaciones. The Independent on Sunday habló con dos familias, una chií, otra sunní, sobre las causas de su huida. En ambos casos, los horrores que soportaron han convertido en odio sectario la tolerancia y amistad que siempre existió entre las diferentes religiones.

Um Samir al–Rawi, sunní, vive con sus dos hijas, Saba, de 33 años, y Hiba, de 28, en una oscura y sucia casa en Jadra, una zona sunní donde se han refugiado tras ser expulsados de su hogar en el anteriormente mixto distrito de Yihad. El marido de la Sra. Al–Rawi murió en 2004, y su hijo, Samir, está exiliado en Siria tras ser buscado por el Ejército del Mahdi, que le había acusado pertenecer a la resistencia.

La familia al–Amiry, chií, huyó de su casa en Ghazaliyah tras sufrir el ataque de pistoleros sunníes. “Empezaron a matar chiíes porque decían que éramos impuros y que se iban a deshacer de nosotros”, dijo el Sr. al–Amiry. “El gobierno no hizo nada para protegernos. Y una mañana mi hija encontró un sobre en los escalones de la entrada con una bala AK47 y una nota diciéndonos que teníamos 48 horas para marcharnos”.