Pakistán - Afganistán

La conflagración de Bush se amplía peligrosamente

La guerra de EEUU se mueve a Pakistán

Por Tariq Ali
Tom Dispatch, 16/09/08
Rebelión, 20/09/08
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La decisión de hacer pública una orden presidencial del pasado mes de julio por la que Estados Unidos autorizaba los ataques contra territorio pakistaní sin contar con la aprobación del gobierno de ese país, pone fin a un amplio debate dirimido tanto dentro como fuera de la administración Bush. El Senador Barack Obama, consciente de la actual polémica durante su propia y larga batalla con Hillary Clinton, intentó sobrepasarla apoyando una política de ataques estadounidenses en el interior de Pakistán. El Senador John McCain y la candidata a la Vicepresidencia Sarah Palin se han hecho eco de esa posición, que se ha convertido así, por consenso, en la política oficial de EEUU.

Sus efectos sobre Pakistán podrían ser catastróficos, creando una grave crisis en el interior del ejército y en el país en general. La abrumadora mayoría de los pakistaníes se oponen a la presencia estadounidense en la región y la consideran como la más seria amenaza para la paz.

¿Por qué, entonces, EEUU ha decidido ponerse a desestabilizar a un aliado fundamental? Desde Pakistán, algunos analistas sostienen que este es un movimiento cuidadosamente coordinado para debilitar aún más al Estado pakistaní creando una crisis que se extienda más allá de los áridos territorios fronterizos con Afganistán. Su objetivo último, afirman, sería arrancarle a Pakistán los colmillos nucleares de que dispone su ejército. Si este fuera el caso, eso supondría que Washington esté en efecto resuelto a deshacer el estado pakistaní porque, sencillamente, el país no podría sobrevivir a un desastre de tal alcance.

En mi opinión, sin embargo, la expansión de la guerra tiene más que ver con la desastrosa ocupación de Afganistán llevada a cabo por la administración Bush. No es un secreto para nadie que el régimen del Presidente Hamid Karzai está más aislado cada día que pasa y que las guerrillas de los talibanes están cada vez más cerca de Kabul.

En caso de duda, la escalada en la guerra no es sino un viejo lema imperial. Los ataques contra Pakistán representan –al igual que las decisiones en su día del Presidente Richard Nixon y de su Asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinguer, de bombardear y después invadir Camboya (unas actuaciones que acabaron llevando al poder a Pol Pot y a sus monstruos)– un intento desesperado por salvar una guerra que nunca fue bien, pero que ahora va cada vez peor.

Es verdad que quienes resisten la ocupación de la OTAN cruzan la frontera afgano–pakistaní con facilidad. Sin embargo, EEUU se ha embarcado a menudo en negociaciones tranquilas con ellos. En Pakistán, se ha sondeado en varias ocasiones a los talibanes y los expertos de los servicios de inteligencia estadounidense se han registrado con regularidad en el Hotel Serena, en Swat, para discutir acontecimientos con el Mullah Fazlullah, un dirigente local pro–talibán. Lo mismo ocurre dentro de Afganistán.

Después de la invasión de Afganistán en 2001, un estrato del liderazgo talibán de nivel medio cruzó la frontera hacia Pakistán para reagruparse y planear cómo seguir adelante. En 2003, sus facciones guerrilleras estaban empezando ya a hostigar a las fuerzas ocupantes en Afganistán y, durante 2004, empezaron a unírseles una nueva generación de reclutas locales, que en modo alguno eran yihadistas sino personas que se habían ido radicalizando como consecuencia de la invasión.

Aunque en el mundo de los medios de comunicación occidentales se refleja siempre a los talibanes como completamente involucrados con Al Qaida, en realidad, la mayoría de sus seguidores se sienten motivados por preocupaciones locales. Si la OTAN y EEUU se van de Afganistán, su evolución política podría ser paralela a la de los domesticados islamistas de Pakistán.

Los neo–talibanes controlan ahora al menos veinte distritos afganos en las provincias de Kandahar, Helmand y Uruzgan. Apenas es un secreto que muchos de los funcionarios en esas zonas son calladamente partidarios de los combatientes de la guerrilla. A pesar de aparecer con frecuencia como revueltas campesinas, han conseguido importantes apoyos en las ciudades del sur e incluso dirigieron una ofensiva estilo Tet en Kandahar en 2006. Además, los mullah que inicialmente habían apoyado a los aliados del Presidente Karzai están ahora totalmente en contra de los extranjeros y del gobierno de Kabul. Por primera vez, los llamamientos a la yihad contra la ocupación están escuchándose hasta en las provincias fronterizas del noreste de Tajar y Badajshan, donde no hay pastunes.

Los neo–talibanes han dicho que no se unirán a gobierno alguno hasta que “los extranjeros” hayan salido del país, lo que plantea la cuestión de los objetivos estratégicos de Estados Unidos, ¿es por eso que el Secretario General de la OTAN Jaap de Hoop Scheffer sugirió a una audiencia en la Institución Brookings, a principios de año, que la guerra en Afganistán tiene poco que ver con la extensión del buen gobierno en Afganistán y ni siquiera con la destrucción de los efectivos que queden de Al Qaida? ¿Es parte de un plan maestro, como perfiló un estratega en la Revista de la OTAN en el número de invierno de 2005, para ampliar el centro de la OTAN desde la zona euro–atlántica porque “en el siglo XXI la OTAN debe convertirse en una alianza diseñada para proyectar estabilidad sistémica más allá de sus fronteras”?

Y ese estratega continuaba escribiendo:

“ El centro de gravedad del poder en este planeta se mueve inexorablemente hacia el este. De la misma manera, la naturaleza del poder mismo está cambiando. La región de Asia–Pacífico aporta muchos elementos dinámicos y positivos a este mundo, pero allí todavía esos rápidos cambios no son estables ni están incardinados en instituciones estables. Hasta que eso se consiga, ir por delante es la responsabilidad estratégica de europeos y norteamericanos, así como de las instituciones que han erigido. La eficacia de la seguridad en un mundo tal es imposible sin legitimidad ni capacidad”.

Ese tipo de estrategia implica una presencia militar permanente en las fronteras tanto de China como de Irán. Considerando que eso es inaceptable para la mayoría de los pakistaníes y afganos, sólo servirá para crear un estado de caos permanente en la región, produciendo más violencia y más terror, así como el aumento del apoyo al extremismo yihadista, lo que, a su vez, no hará sino forzar más aún un imperio demasiado expandido ya.

Los partidarios de la globalización se expresan a menudo como si la hegemonía estadounidense y la difusión del capitalismo fueran la misma cosa. Así ocurrió realmente durante la Guerra Fría, pero los dos objetivos de antaño están ahora algo más cerca de una relación inversa. De cierta forma, es la gran expansión del capitalismo la que está gradualmente erosionando la hegemonía estadounidense en el mundo. El triunfo del Primer Ministro ruso Vladimir Putin en Georgia fue una señal espectacular de ese hecho. El empuje estadounidense por el Gran Oriente Medio de años recientes, diseñado para mostrar la supremacía de Washington sobre las potencias euroasiáticas, ha declinado hasta sumergirse en un caos total, necesitando del apoyo de los propios poderes a los que parecía estar poniendo sobre aviso.

El nuevo Presidente de Pakistán, Asif Zardari, elegido de forma indirecta, marido de la asesinada Benazir Bhutto y “ padrino ” pakistaní de primer orden, manifestó su apoyo a la estrategia estadounidense al invitar a Hamid Karzai de Afganistán a asistir a su toma de posesión, el único dirigente extranjero que estuvo presente. Al hermanarse él mismo con el sátrapa desacreditado de Kabul puede que haya logrado impresionar a algunos en Washington pero, en su propio país, el viudo de Bhutto sólo ha conseguido que disminuyan aún más los apoyos con que contaba.

La clave en Pakistán, como siempre, es el ejército. Si los incrementados ataques estadounidenses dentro del país siguen en marcha, la muy aclamada unidad del Alto Mando del Ejército pudiera verse sometida a auténticas presiones. En una reunión de comandantes de cuerpo en Rawalpindi el 12 de septiembre, el Jefe del Estado Mayor pakistaní, el General Ashfaq Kayani, recibió un apoyo unánime por su relativamente suave denuncia en público de los recientes ataques estadounidenses en el interior de Pakistán, en la que dijo que se iban a defender, “a toda costa”, las fronteras y la soberanía del país.

Sin embargo, decir que el ejército salvaguardará la soberanía del país es muy diferente de hacerlo en la práctica. Ese es el meollo de la contradicción. Quizá los ataques cesen el 4 de noviembre. Quizá los cerdos vuelen (con o sin pintalabios). Lo que realmente se necesita en la región es una estrategia de salida de la OTAN/EEUU de Afganistán, que supondría una solución regional que afectaría a Pakistán, Irán, India y Rusia. Estos cuatro Estados podrían garantizar un gobierno nacional y una reconstrucción social masiva en ese país. Ocurra lo que ocurra, la OTAN y los estadounidenses han fracasado absolutamente.

Tariq Ali es escritor, periodista y cineasta. Colabora habitualmente con una amplia gama de publicaciones, incluido el Guardian, The Nation, y el London Review of Books. Su libro más reciente, que acaba de publicarse, es “ The Duel: Pakistan on the Flight Path of American Power ” (Scribner, 2008). En un vídeo en dos partes, publicado por Tomdispatch.com, ofrece una serie de comentarios críticos sobre los planes de Barack Obama para Afganistán y Pakistán, así como sobre la complicada relación estadounidense–pakistaní.