Afganistán

Todos los caminos llevan fuera de Afganistán

Por M. K. Bhadrakumar (*)
Asia Times, 20/12/08
Rebelión, 24/12/08
Traducido por Germán Leyens

La medida del éxito de la nueva “estrategia afgana” del presidente electo Barack Obama, será directamente proporcional a su capacidad de desvincular la guerra de su agenda geopolítica heredada del gobierno de George W Bush.

Es obvio que la cooperación de Rusia y de Irán no es menos crítica para el éxito de la guerra que lo que EE.UU. arranca concienzudamente de los generales paquistaníes. Apenas cabe duda de que Obama estará en una posición incluso más fuerte para negociar frente a los duros generales en Rawalpindi si Moscú y Teherán comparten su estrategia afgana.

Pero por otro lado, Moscú e Irán esperarán que Obama se muestre dispuesto a deshacerse de la estrategia de contención de EE.UU. en su contra. Las señales no son buenas. No sólo por el aspecto del equipo de seguridad nacional de Obama y por la prolongación de Robert Gates como Secretario de Defensa.

Al contrario, en las semanas postreras del gobierno de Bush, EE.UU. presiona fuertemente por una mayor presencia militar en el patio trasero ruso (y chino) en Asia Central sobre la base de que las exigencias de un esfuerzo bélico reforzado en Afganistán necesitan precisamente una semejante presencia militar expandida de EE.UU.

De nuevo, la insistencia del gobierno de Bush en introducir a Arabia Saudí al problema afgano con el capcioso argumento de que un socio wahabí será útil para amansar a los talibanes no convence a Irán. El Supremo Líder de Irán, Ali Jamenei, subrayó intencionalmente el miércoles la necesidad de mantenerse vigilante frente a “las conspiraciones de la arrogancia mundial para crear desunión” entre suníes y chiíes.

Proximidad ruso–iraní

Parece casi inevitable que Moscú y Teherán aúnen sus esfuerzos. Muy probablemente, ya han comenzado a hacerlo. Los países centroasiáticos y China e India también observarán cuidadosamente la dinámica de esta sombría lucha por el poder. Son partes interesadas en la medida en que pueden tener que sufrir los daños colaterales de este gran juego en Afganistán. La “guerra contra el terror” de EE.UU. en Afganistán ya ha desestabilizado a Pakistán. Los despojos también amenazan con caer en India.

Sin duda alguna, el ataque terrorista en Mumbai del pasado mes no puede ser visto en aislamiento de la militancia irradiada por la guerra afgana. Mientras el Grupo de Trabajo Ruso–Indio de alto nivel sobre terrorismo se reunía en Delhi el martes y miércoles, otro alto diplomático relacionado con el problema afgano llegó a la capital india para consultas – el Ministro de Exteriores Adjunto iraní, Mohammad Mahdi Akhounjadeh.

Hablando el martes en Moscú, el jefe del Estado Mayor General de las fuerzas armadas rusas, general Nikolai Makarov, casi descorrió el velo sobre la geopolítica de la guerra afgana para hacer saber al mundo que el gobierno de Bush se estaba echando una última cana al aire en el gran juego en Asia Central. Makarov no puede haber hablado sin aprobación del Kremlin. Moscú parece estar señalando su frustración al campo de Obama. Makarov reveló que Moscú tiene información de que EE.UU. presiona para obtener nuevas bases militares en Kazajstán y Uzbekistán.

Por coincidencia o no, una oleada de informes ha comenzado a aparecer en el sentido de que Rusia está a punto de transferir el sistema de defensa de misiles S–300 a Irán. S–300 es uno de los sistemas más avanzados de tierra–aire, capaz de interceptar 100 misiles balísticos o aviones al mismo tiempo, a alturas bajas y altas dentro de un alcance de más de 150 kilómetros. Como lo describiera el antiguo asesor del Pentágono, Dan Gourse: “Si Teherán obtuviera el S–300, cambiaría las reglas del juego militar para afrontar a Irán. Es un sistema que amedrenta a toda fuerza aérea occidental.”

Es difícil decir exactamente lo que sucede, pero Rusia e Irán parecen estarse preparando para una reacción contraria en caso de que un gobierno de Obama siga adelante con la actual política de aislarlos y excluirlos de sus “cercanos en el extranjero.”

La revista Aviation Week citó recientemente a funcionarios de EE.UU. que afirmaban que Moscú está utilizando a Belarus como un conducto para vender sistemas de misiles SA–20 a Irán. “Los iraníes tienen un contrato para el SA–20,” dijo uno de los funcionarios estadounidenses. “Enfrentamos un inmenso conjunto de desafíos en el futuro que nunca hemos tenido [antes]. Hemos sido adormecidos por un falso sentido de seguridad porque nuestras operaciones durante los últimos 20 años incluyeron el dominio aéreo total y hemos podido operar libremente en todos los terrenos.”

El funcionario estadounidense dijo que el despliegue de SA–20 alrededor de instalaciones nucleares iraníes constituiría una amenaza directa para la flota israelí de F15I – y F–16I avanzados, pero “no furtivos”. El periódico Ha'aretz informó el martes que el jefe de actividad político–militar en el Ministerio de Defensa israelí, general Amos Gilad, viaja a Moscú con una diligencia para que Rusia no transfiera los S–300 a Irán.

Evidentemente, Moscú mantiene un aire de “ambigüedad constructiva” en cuanto a lo que sucede en realidad. El Ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, comentó en octubre que Moscú no vendería los S–300 a países en “regiones volátiles.”

Pero, el miércoles, la agencia noticiosa rusa Novosti, citó a fuentes anónimas en el Kremlin diciendo que Moscú “está actualmente implementando un contrato para entregas sistemas S–300.” De nuevo, el miércoles, el jefe adjunto del Servicio Federal de Cooperación Militar–Técnica de Rusia, Alexander Fomin, defendió públicamente la cooperación militar ruso–iraní por tener una “influencia positiva en la estabilidad en la región.” Fomin comentó específicamente que sistemas como el S–300 benefician a toda la región al “impedir nuevos conflictos militares.”

El empuje de EE.UU. hacia el patio trasero ruso en el Cáucaso y Asia Central tendrá ciertamente influencia sobre el tango ruso–iraní respecto a S–300. Moscú y Teherán se mantendrán alerta ante la posibilidad de que a pesar del punto muerto en que se encuentran en la guerra afgana y las crecientes dificultades que enfrentan las fuerzas de la OTAN, los partidarios de la guerra fría en Washington continúen su gran juego en el Hindu Kush.

La política de las rutas de tránsito

Esto se hace manifiesto si consideramos la saga de las rutas de suministro a Afganistán de EE.UU. Los recientes eventos han mostrado que los combatientes son capaces de presionar a la OTAN interrumpiendo las rutas de suministro a Afganistán a través del puerto de Karachi. Lógicamente, EE.UU. debería buscar rutas alternativas de suministro.

Aparte de la ruta de Karachi, hay tres rutas alternativas para suministrar a las tropas en Afganistán: una, vía el puerto de Shanghai directo a través de China a Tayikistán y a Afganistán; la segunda, por las rutas por tierra Rusia–Kazajstán–Uzbekistán/Turkmenistán hasta la frontera afgana en el Amu Daria; la tercera, la más corta y más práctica a través de Irán.

Rusia tiene vínculos por carretera y ferrocarril con la frontera afgana. China, por otra parte, tiene actualmente sólo una conexión ferroviaria con Asia Central – la línea de Urumqi en la Provincia Autónoma Xinjiang que termina en la frontera kazaja. Pero China trabaja actualmente en dos lazos adicionales – uno desde Korgas en la frontera kazaja a Almaty y la segunda de Kashi a Kirguizistán. Estos dos lazos conectan China con la red ferroviaria centroasiática de la era soviética que lleva a la ciudad portuaria uzbeca del sur de Tennez en el Amu Daria, que es una puerta tradicional hacia Afganistán.

Pero sorprendentemente, Washington se niega a considerar ninguna de estas rutas alternativas. Es comprensible que Irán sea un área prohibida (a pesar de que, en la invasión de Afganistán en 2001 el gobierno de Bush solicitó y obtuvo apoyo logístico de Irán). Pero EE.UU. también se muestra cauteloso ante la posibilidad de involucrar a Rusia y China en el esfuerzo bélico. Teme que mañana esos países podrían exigir la participación en las decisiones sobre la estrategia de la guerra, que ha sido hasta ahora terreno exclusivo de EE.UU. Luego, hay otras implicaciones.

La estrategia de contención hacia Rusia y China no puede ser sustentada si existe una dependencia crítica de esos países para los esfuerzos bélicos de EE.UU. en Afganistán. De nuevo, su participación congelará efectivamente todo plan de expansión de la OTAN hacia Asia Central – para no hablar del radio de acción para el establecimiento de nuevas bases militares de EE.UU. en la región. Con todo, al involucrar a Rusia y China en las rutas de aprovisionamiento para las tropas de EE.UU. en Afganistán, EE.UU. se vería obligado a archivar toda su estrategia de “Gran Asia Central”, que apunta a hacer retroceder la influencia rusa y china en la región.

Por lo tanto, ¿qué hace EE.UU.? Se ha decidido por un enfoque a tres bandas. Primero, EE.UU. motivará a los recalcitrantes generales paquistaníes para que no creen problemas para convoyes de la OTAN que pasan por Pakistán. Por lo tanto, el senador estadounidense John Kerry, que visitó India camino a Pakistán la semana pasada en una misión de mediación, prometió, entre otras cosas, que EE.UU. actuará urgentemente ante el pedido de los máximos jefazos militares de Pakistán para que se actualice su flota de F–16 capaz de portar armas nuclear5es, aparte de acelerar un nuevo paquete multimillonario de ayuda para Pakistán.

Segundo, EE.UU. ha comenzado a trabajar en una ruta de aprovisionamiento enteramente nueva hacia Afganistán que evita Teherán, Moscú y Beijing y que, lo que es más importante, no sólo encaja con sino incluye la perspectiva de aumentar e incluso fortalecer la estrategia de contención de EE.UU. hacia Rusia e Irán.

El empuje caucásico de EE.UU.

Por lo tanto, EE.UU. ha comenzado a desarrollar una ruta terrestre completamente nueva, que no existe actualmente, a través del sur del Cáucaso hacia Afganistán. EE.UU. desarrolla la idea de embarcar carga para Afganistán a través del Mar Negro hacia el puerto de Poti en Georgia y luego despacharla por los territorios de Georgia, Azerbaiyán, Kazajstán y Uzbekistán. Un ramal de ferrocarril podría ir también de Georgia a través de Azerbaiyán a la frontera turkmena–afgana.

El proyecto, si se materializa, será un golpe geopolítico – el mayor que Washington pueda haber lanzado alguna vez en Asia Central y el Cáucaso post–soviéticos. Con un solo golpe, EE.UU. se aseguraría la cooperación militar a nivel bilateral con Azerbaiyán, Kazajstán, Uzbekistán y Turkmenistán.

Además, EE.UU. atraerá efectivamente a esos países a acercarse a los programas de cooperación con la OTAN. Georgia, en particular, obtiene un estatus privilegiado como el país de tránsito crucial, que contrarrestará la actual oposición europea a su introducción como país miembro de la OTAN. Además, EE.UU. habrá dado un golpe virtual a la Organización del Tratado de Seguridad (CSTO) dirigido por Rusia y a la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO). EE.UU. no sólo habrá tenido éxito al impedir a la CSTO y a la SCO metan sus narices en el caldero afgano, también habrá hecho que esas organizaciones sean relativamente irrelevantes para la seguridad regional si Kazajstán y Uzbekistán, los dos protagonistas cruciales en Asia Central, simplemente se salen del ámbito de esas organizaciones y tratan directamente con EE.UU. y la OTAN.

Tercero, el periódico ruso Kommersant informó el 12 de diciembre que EE.UU. también está estableciendo al mismo tiempo su presencia en Almaty. Dijo: “Las conversaciones que funcionarios del gobierno de EE.UU. mantienen en Asia Central confirman el punto de vista de que existe un nuevo proyecto. La semana pasada, el parlamento de Kazajstán ratificó memorandos de apoyo para la Operación Libertad Duradera en Afganistán. Permitirán a EE.UU. el uso de la sección militar del aeropuerto de Almaty para aterrizajes de emergencia de aviones militares.”

Por ello, EE.UU. estará haciendo un esfuerzo determinado por incapacitar a la diplomacia rusa respecto a Afganistán. Es interesante, que el mismo tiempo EE.UU. haya permitido a la OTAN que negocie con Rusia sobre condiciones para rutas de tránsito, que Moscú tendrá dificultades para rehusar. La semana pasada, el enviado de la OTAN para Asia Central, Robert Simmons, visitó Moscú. Si Moscú había calculado que su ayuda a la ruta de suministro de la OTAN la capacitaría para obtener influencia sobre otros temas de las relaciones Rusia–Occidente o respecto a Afganistán, eso no tendrá lugar ya que EE.UU. no aceptaría una dependencia de Rusia como tal y no sentiría la necesidad de reciprocar.

Es obvio que Washington ha pensado de modo inteligente. Está consiguiendo lo mejor de ambos mundos – la OTAN obtiene ayuda de Rusia y al mismo tiempo EE.UU. penetra a través de la CSTO y menoscaba los intereses rusos en el Cáucaso y en Asia Central.

Lo que más afecta los intereses rusos es que si se materializa la ruta caucásica, EE.UU. habrá consolidado a largo plazo su presencia militar en el sur del Cáucaso. Desde el conflicto en el Cáucaso en agosto, EE.UU. ha mantenido una continua presencia naval en el Mar Negro, con visitas regulares a los puertos en Georgia. Parece que EE.UU. planifica también una presencia terrestre cuidadosamente calibrada en Georgia. Las conversaciones para un Acuerdo de Seguridad y Militar entre EE.UU. y Georgia están en sus últimas etapas. El Vicesecretario Adjunto de Estado de EE.UU., Matt Bryza, visitó Tiflis el martes para consultas al respecto.

Existen informes de que Washington está completando un documento que incluye la ayuda a Georgia para cumplir con los criterios para la participación como miembro en la OTAN y que promueve “la cooperación en la seguridad y la asociación estratégica”. Como lo resumiera un experto estadounidense: “La opción del Sur del Cáucaso es más costosa pero incomparablemente más segura. También es inmune a la manipulación política rusa… un mayor flujo de suministros por tierra y aire presupondría una discreta presencia militar y logística de EE.UU. en el terreno. También requeriría un control fiable del espacio aéreo georgiano y azerbaijani.”

Otra dramática consecuencia es que la ruta por tierra propuesta que cubre Georgia, Azerbaiyán, Kazajstán y Turkmenistán también puede ser convertida fácilmente en un corredor energético y convertirse en un corredor para petróleo y gas caspios dejando a un lado a Rusia. Un tal corredor ha sido un sueño apreciado desde hace mucho tiempo por Washington. Además, los países europeos sentirán el imperativo de aprobar la demanda de EE.UU. de que los países de tránsito del corredor energético obtengan de una u otra manera la protección de la OTAN. Eso, por su parte, conduce a la expansión de la OTAN hacia el Cáucaso y Asia Central.

Es seguro que la renovada amenaza talibán en Afganistán y la escalada de los combates están suministrando un fantástico telón de fondo. Por primera vez, EE.UU. establecería una presencia militar en el Cáucaso y aparece la clara posibilidad de un corredor energético caspio conducente al mercado europeo. Tanto Rusia como Irán se sentirán directamente amenazados por la presencia militar de EE.UU. virtualmente en sus regiones fronterizas, y los dos se sentirían aventajados por Washington en las apuestas por la energía del Caspio.

Esas maniobras por las rutas de suministro sacan a la luz toda la gama de la lucha geopolítica librada implacablemente en el Hindu Bush, que en su mayor parte está oculta a la opinión mundial que sigue concentrada en la suerte de al–Qaeda y los talibanes. El hecho es que, siete años después de la invasión de Afganistán en 2001, a EE.UU. le ha ido especialmente bien en términos geopolíticos, incluso si la guerra como tal ha andado bastante mal tanto para los afganos y los paquistaníes como para los soldados europeos que sirven en Afganistán.

Los triunfos están en manos estadounidenses

EE.UU. ha logrado establecer su presencia militar a largo plazo en Afganistán. Irónicamente, con el deterioro de la guerra, se está creando ahora una justificación para establecer nuevas bases militares de EE.UU. en Asia Central. Aunque la estrecha cooperación de EE.UU. con los militares paquistaníes sigue intacta, la busca de nuevas rutas de aprovisionamiento se convierte en el telón de fondo perfecto para la expansión de su influencia en los patios traseros rusos y chinos (e iraníes) en Asia Central.

La velada amenaza de reabrir el “archivo de Cachemira,” que evidentemente apunta a mantener a India acorralada, también sirve un propósito útil. Explícitamente, EE.UU. enfrenta un verdadero desafío geopolítico en Afganistán si se conforma una coalición de potencias regionales que piensen como Rusia, China, Irán e India, y esas potencias comienzan seriamente a intercambiar notas sobre cuál ha sido el motivo de la guerra afgana hasta ahora y hacia dónde se orienta, y cuáles son los objetivos de la estrategia de EE.UU. Hasta ahora, EE.UU. ha tenido éxito en el retardo de ese proceso, separando individualmente a esos poderes regionales. Por cierto, Washington ha sido el beneficiario neto de las contradicciones en las relaciones mutuas de esas potencias regionales.

En general, EE.UU. tiene varios triunfos, considerando las contradicciones en las relaciones chino–indias, las relaciones chino–rusas, la situación respecto a Irán, las relaciones entre India y Pakistán y entre Irán y Pakistán y, por supuesto, entre Rusia y Pakistán. El desafío diplomático número uno para EE.UU. en esta coyuntura será prevenir y dispersar toda especie de incipiente coordinación que pueda tener lugar entre las potencias regionales que rodean Afganistán en la naturaleza de un proceso de paz iniciado en la región. EE.UU. ha hecho todo lo posible por asegurar que no se materialice la propuesta de la SCO para que se realice una conferencia internacional sobre Afganistán.

Pero, como lo demuestran las consultas ruso–indias e iraníes–indias de esta semana en Delhi, las potencias regionales pueden estar despertando lentamente y comprendiendo mejor la geoestrategia de EE.UU. en Afganistán. Puede que no esté lejos el momento en que comiencen a sentir que la “guerra contra el terror” provee una rúbrica conveniente bajo la cual EE.UU. se asegura cada vez más un sitio permanente en las tierras altas del Hindu Kush y de la Pamirs, las estepas centroasiáticas y el Cáucaso que forman el centro estratégico que domina Rusia, China, India e Irán.

La pregunta del millón de dólares es la sinceridad de Obama. Si quiere auténticamente terminar con el derramamiento de sangre y los sufrimientos en Afganistán, afrontar efectiva y perdurablemente el terrorismo, así como estabilizar Afganistán y asegurar el Sur de Asia como región estable, tiene que tomar una decisión definitiva. Todo lo que tiene que hacer es sentir disgusto ante el “daño colateral” que el gran juego causa a la condición humana, y buscar un arreglo afgano inclusivo en términos de los imperativos de la seguridad y la estabilidad regionales.

Una ruptura semejante será consistente con lo que afirma que es su sentido de los valores. La decisión existencial es si romperá con el pasado por principio.

Sin duda, Obama enfrenta una decisión difícil, ya que es un “extraño” por antonomasia en Washington y chocará con los intereses creados del establishment de la seguridad de EE.UU., el complejo militar–industrial, el Gran Petróleo y el cuerpo influyendo de partidarios de la guerra fría que quieren seguir adelante. La guerra en el Hindu Kush entra a una fase decisiva para el proyecto del Nuevo Siglo Estadounidense.


(*) El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera en el Foreign Service indio. Sus misiones incluyeron a la Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.