Afganistán

Lecciones de la historia

Afganistán no perdona invasores

Por Raúl Fain Binda
BBC World, 20/02/09

Cada vez que el gobierno de la potencia de turno, por la razón que fuere, considera la posibilidad de una intervención militar en Afganistán, los expertos en diplomacia e historia militar suspiran resignados y dicen: "No otra vez".

Es que "en Afganistán nadie gana", según un dicho que se ha hecho popular. ¿Hasta qué punto y por qué es cierto este lugar común?

En primer lugar, se trata de una lección de la historia: Afganistán, en la frase del historiador británico Arnold Toynbee, fue "la rotonda de la Antigüedad", el nexo entre Oriente y Occidente, una escala en la célebre Ruta de la Seda. Su control fue considerado como algo vital por muchos hombres fuertes de diferentes épocas.

Múltiples invasores

Por allí han pasado, entre otros, los medos, los persas, los griegos de Alejandro Magno, los árabes, los mongoles, los británicos, los rusos y ahora fuerzas de la OTAN de varias nacionalidades, encabezadas por tropas de Estados Unidos.

Algunos invasores se retiraron por agotamiento (como los griegos), otros fueron derrotados militar o políticamente (los rusos y los británicos) o terminaron asimilados por la cultura local, que fue el caso de los mongoles.

Los más afortunados debieron su éxito a algo más que la fuerza militar: aportaron una religión, ya sea paganismo, zoroastrismo, budismo o islamismo, éste último vigente desde la ocupación árabe.

Todas estas peripecias han marcado profundamente la cultura, las características étnicas y la política de la población afgana, que dista mucho de ser homogénea.

Las numerosas tribus difieren en muchas cosas y coinciden en muy pocas: de éstas, las más importantes son la fe musulmana (que adoptaron de los árabes) y la desconfianza ante el mundo exterior, que siempre ha sido hostil.

Rusos y británicos

En el mundo moderno, Afganistán fue una prenda en el enfrentamiento entre los imperios ruso y británico, desde comienzos del siglo XIX.

Está muy fresco el recuerdo de los reveses militares que sufrieron los soviéticos entre 1979 y 1989, en un vano esfuerzo para sostener el régimen comunista local.

Los británicos también experimentaron en Afganistán la derrota más terrible en los anales de su historia militar. En 1842, un ejército de 4.500 hombres y alrededor de 10.000 civiles, que se retiraban del país, fueron perseguidos, emboscados y masacrados. Sólo pudo escapar un hombre, el médico William Brydon.

Si los afganos no valoraran tanto su independencia, el territorio formaría parte de provincias de otros países y poco se hablaría de ellos, salvo como víctimas de las eventuales guerras entre esos países vecinos. De modo que su integridad nacional se debe a diversos factores, de los cuales el carácter indomable de la población es el más importante.

Otras razones

Existen otras numerosas razones, entre las que se destaca la dificultad en reforzar y abastecer a las fuerzas invasoras. Un ejército de ocupación necesita líneas de abastecimiento muy extensas, a través de un territorio muy accidentado y países vecinos muchas veces hostiles.

Las operaciones en el territorio afgano también son muy dificultosas para tropas que no están habituadas a combatir en suelo montañoso árido. Las características del terreno favorecen las emboscadas típicas de la guerra de guerrilla, en la que los afganos son maestros.

Como suele ocurrir con los pueblos de montaña, el código ético de muchas tribus privilegia al guerrero, al hombre que defiende al clan. La sobriedad, una virtud tradicional, les permite combatir sin los recursos que necesitan las fuerzas regulares en zonas accidentadas y muy áridas.

Además, la organización social no facilita las cosas: en otros lugares, el invasor controla la bolsa de comercio, los bancos y otras instituciones clave y ya controla casi todo el país. Eso no cuenta para muchas tribus afganas, que valoran su autonomía.

Talibanes y gobierno

Los talibanes son más temidos que amados por la población, debido a su crueldad de fanáticos, pero muchos afganos, en particular de las zonas rurales, los prefieren antes que los extranjeros, porque comparten con ellos la nacionalidad y la fe religiosa.

En las zonas urbanas, el gobierno no es tan popular como debería serlo para garantizar el abrigo político al esfuerzo militar de su ejército y de las tropas de la OTAN: sus grandes defectos son la ineficacia y la corrupción. O sea, los mismos vicios que en la década de los '80 socavaron el esfuerzo militar soviético.

Tal vez no sea imposible ganar en Afganistán, pero no cabe duda de que es muy difícil.