Se inició Af-Pak,
la guerra de Obama

EEUU en Afganistán

¿La historia que regresa?

Por Marcelo Cantelmi
Wikio, 09/05/09

El avance talibán en territorio afgano y en Pakistán es también la consecuencia de los errores cometidos por distintas administraciones norteamericanas en esa región.

No existe una red Al Qaeda. Ni hay un cuartel central de esa organización al mando del extravagante villano Osama Bin Laden. El líder terrorista posiblemente esté muerto desde hace años. Conviene advertir eso para comprender que lo que sucede en Afganistán y Pakistán (el AfPak, según la nomenclatura de EE. UU.) es un desafío geopolítico tan serio como distante de la lucha contra aquellos espectros que enarboló George Bush para justificar su fallida guerra antiterrorista.

Lo que experimenta la región es el crecimiento del fenómeno Talibán, una estructura de poder ultraislámica que por primera vez puede alcanzar el botón nuclear. Esta "amenaza global y existencial", como la calificó la canciller de EE.UU. Hillary Clinton, es de tal gravedad que está mutando las prioridades estratégicas en relación a la crisis de Oriente Medio e Irán. La decisión de Barack Obama de enviar hasta 68.000 efectivos a Afganistán y abandonar Irak, muestra el alcance de esta preocupación. Pero la vía militar puede agravar la crisis. Para el escritor y politólogo paquistaní Tariq Ali, es "una enorme tontería". Y sostiene lo obvio: el único modo de acabar con el extremismo es modificando las condiciones económicas y sociales que lo hacen posible. También ayudaría conocer el origen de este desafío.

El talibán nació como organización política luego de la guerra lanzada en Afganistán contra la ocupación soviética en los '80. Occidente colaboró con esa insurrección que le creó su propio Vietnam a Moscú. La milicia ultraislámica de Al Qaeda, "la base", apareció entonces como una expresión de la resistencia antisoviética y derivó luego en una marca de la rebelión fundamentalista.

Al desaparecer la URSS, ese país asiático miserable, cuyo mayor ingreso proviene aún hoy del tráfico de opio, quedó encerrado en una caldera de luchas internas. Fue en medio de esas batallas que nacen los talibán o "estudiantes del Corán". Eran clérigos que habían sido educados en las madrasas más fanáticas de Pakistán. El dato es clave porque la mayoría de los terroristas que atacaron en EE.UU., España o Gran Bretaña pasaron por esas escuelas coránicas. La confusión, a veces intencionada, respecto a que existe una red Al Qaeda, deviene de esa coincidencia.

Las madrazas se multiplicaron durante la Guerra Fría auspiciadas por las autocracias de la región y las potencias occidentales, empeñados ambos en evitar que los árabes cayeran dentro de la órbita soviética. La instauración del islam por encima del Estado en su versión más extremista, anula cualquier camino de debate político, sindical o de libertades individuales. Ni hablar de variantes de poder seculares o ateas. Los poderosos no suelen ser estúpidos. Es un dato formidable el que consigna Tim Weiner en su imperdible Legado de Cenizas cuando describe al presidente Dwight Eisenhower proponiendo en los años 50 estimular "una Jihad islámica en el mundo árabe contra el comunismo ateo".

Los Talibán tomaron el poder en Afganistán en 1996 e instauraron uno de los regímenes más extremistas que recuerda la historia, escupiendo tanto a los países occidentales como a la teocracia shiita iraní. Ese modelo fascista que admite una versión durísima de la sharía, la ley islámica, acepta la lapidación, no deja que las mujeres anden solas o estudien y prohíbe deportes, tevé, y hasta fotografías, es el que pretenden para esas naciones.

La historia suele ser un paciente boomerang que más temprano que tarde regresa con un racimo de facturas. Si aquella estrategia de la Guerra Fría era trágica y no calculó las consecuencias, no fue menos terrible lo que siguió en la región, en especial de la mano de Bush. Tras los atentados del 11–S, EE.UU. invadió Afganistán, donde se refugiaba Bin Laden a quien Washington culpó de esos ataques. El golpe militar fue breve: expulsó a los talibán y a su líder, el Mullah Omar quien, dijo la CIA, huyó en motoneta a Pakistán, donde hoy es uno de los principales jefes rebeldes.

El siguiente capítulo bélico en Irak quitó el foco sobre los talibán, que volvieron a fortalecerse en Afganistán y diluyeron la frontera con Pakistán extendiendo su influencia hasta un par de horas de auto de Islamabad, la capital de la potencia nuclear asiática. Pero ese no es el único desafío que enfrenta el gobierno paquistaní: parte de su ejército es solidario con el pensamiento talibán. Y tiene antipatía con EE.UU. al que considera aliado de sus archirrivales de la India, la otra base nuclear de la región.

El control del arma atómica es relativo si se tiene en cuenta que el padre de la bomba paquistaní, el ultraislámico Abdul Qader Khan, traficó material sensible con Libia, Irán y Corea del Norte aún en las épocas en que el país, manejado por el dictador Pervez Musharraf, se convirtió en un aliado absoluto de Bush y sus guerreros neocon. Y, en fin, el actual presidente paquistaní Asif Ali Zardari, viudo de la asesinada Benazir Bhuto, está desprestigiado y, como su colega afgano, Hamid Karzai, atravesado por denuncias de corrupción.

La cumbre de Obama con ambos en Washington esta semana buscó fortalecer estos regímenes acorralados. Pero todo tiene forma de jaque mate. Los talibán crecieron por la abrumadora crisis social y económica en la zona sumado a los horrores cometidos en la guerra de Irak y la crisis crónica en los territorios palestinos. Todo alimentó un descomunal sentimiento antinorteamericano.

El aumento de la tropa de marines difícilmente modifique esa percepción. En cambio parece confirmar la miopía de la potencia para comprender de qué se trata todo esto. El presente es casi paradójico. La Casa Blanca no logra respaldo legislativo para obtener US$ 3.000 millones de ayuda social que pretende distribuir en Pakistán ¡a lo largo de 5 años! La cifra parece de juguete al lado de los casi US$ 800 mil millones del último salvataje financiero para los bancos. Es verdad, son cuestiones diferentes. Aunque habría que ver hasta qué punto lo son, ahora que se ha soltado el monstruo.