Yemen

La guerra del Pentágono en la Península Arábiga

Yemen: ¿hacia otro Afganistán?

Por Rick Rozoff (*)
Global Research, 15/12/09
Tlaxcala, 18/12/09
Traducido por Germán Leyens

Tal vez sea imposible determinar el momento exacto en el cual un sediciente guerrero santo apoyado por EE.UU. –entrenado para perpetrar actos de terrorismo urbano y derribar aviones comerciales– deja de ser un combatiente por la libertad y se convierte en terrorista. Pero una suposición segura es que eso ocurre cuando ya no es útil para Washington. Un terrorista que sirve los intereses de EE.UU. es un combatiente por la libertad; un combatiente por la libertad que no los sirve es un terrorista.

Los yemeníes son los últimos en aprender la ley de la selva del Pentágono y la Casa Blanca. Junto con Irán y Afganistán, que el especialista en contrainsurgencia Stanley McChrystal utilizó para perfeccionar sus técnicas, Yemen se une a las filas de otras naciones en las que el Pentágono está involucrado en ese tipo de guerra, llena de masacres de civiles y otras formas del llamado daño colateral: Colombia, Mali, Pakistán, Las Filipinas, Somalia y Uganda.

BBC News informó el 14 de diciembre de que 70 civiles murieron cuando aviones bombardearon un mercado en la aldea Bani Maan en el norte de Yemen.

Las fuerzas armadas de la nación reivindicaron la responsabilidad del mortífero ataque, pero un sitio en Internet de los rebeldes huzíes contra quienes iba dirigido ostensiblemente el ataque declaró que “aviones saudíes cometieron una masacre contra los residentes inocentes de Bani Maan.” [1]

El régimen saudí entró al conflicto armado entre los (epónimos) huzíes y el gobierno yemení por cuenta de este último a finales de noviembre y desde entonces ha sido acusado de lanzar ataques dentro de Yemen con tanques y aviones. Incluso antes del último bombardeo numerosos yemeníes han muerto y miles han sido desplazados por los combates. Arabia Saudí también ha sido acusada de utilizar bombas de fósforo.

Además, el grupo rebelde conocido como Jóvenes Creyentes, basado en la comunidad musulmán chií de Yemen que representa un 30% de la población del país de 23 millones, afirmó el 14 de diciembre que “aviones caza jet de EE.UU. han atacado la provincia Sa’ada de Yemen” y que “aviones caza jet de EE.UU. han lanzado 28 ataques contra la provincia noroccidental de Sa’ada.” [2]

La edición del día anterior del Daily Telegraph informó sobre discusiones con funcionarios militares de EE.UU. que declararon que “por temor a que Yemen se esté convirtiendo en un Estado fallido, EE.UU. ha enviado ahora una pequeña cantidad de equipos de fuerzas especiales para mejorar el entrenamiento del ejército de Yemen como reacción ante la amenaza.”

Cita a un funcionario anónimo del Pentágono, diciendo: “Yemen se está convirtiendo en una base de reserva para las actividades de al-Qaeda en Pakistán y Afganistán.” [3]

La invocación del espectro de al Qaeda es, sin embargo, un señuelo. Los rebeldes en el norte de la nación son chiíes y no suníes, mucho menos todavía suníes wahabíes del tipo saudí, y como tales no están vinculados a ningún grupo o grupos que puedan clasificarse de al Qaeda, sino que es más probable que constituyan un objetivo de estos últimos.

Al servicio de los propósitos estadounidenses en la región, la prensa británica y estadounidense se ha estado refiriendo últimamente a Yemen como la “patria ancestral” de Osama bin Laden. Bin Laden procede de una destacada familia multimillonaria árabe saudí, pero como su padre nació en lo que es ahora la República de Yemen hace más de un siglo, los medios occidentales están explotando un insignificante accidente histórico para sugerir un papel activo de Osama bin Laden en esa nación y para establecer un tenue vínculo entre la guerra surasiática en Afganistán y Pakistán y la intervención armada saudí y estadounidense en un conflicto civil en Yemen.

En 2002, el Pentágono despachó unos 100 soldados, según algunas informaciones fuerzas especiales de Boinas Verdes, a Yemen para entrenar a los militares del país. En ese caso, por haber sucedido dos años después del atentado suicida contra el destructor de la Armada USS Cole en el puerto meridional yemení de Adén, atribuido a al Qaeda, y acompañado por ataques de drones contra sus dirigentes, Washington justificó sus acciones como represalias por ese incidente, así como por los ataques en la ciudad de Nueva York y en Washington, D.C. el año anterior.

El contexto actual es diferente y una guerra de contrainsurgencia respaldada por EE.UU. en Yemen no tendrá nada que ver con el combate contra supuestas amenazas de al Qaeda, sino formará de hecho parte integral de la estrategia de expandir la guerra afgana a círculos concéntricos cada vez más amplios incluyendo a Asia del Sur y Central, el Cáucaso y el Golfo Pérsico, el Sudeste Asiático y el Golfo de Adén, el Cuerno de África y Arabia. La ansiosamente esperada partida del presidente George W. Bush podrá haber llevado al fin de la guerra global oficial contra el terror, a la que se refieren ahora como operaciones de contingencias en ultramar, pero nada ha cambiado excepto el nombre.

El 13 de diciembre el máximo comandante del Comando Central del Pentágono a cargo de las guerras en Afganistán, Iraq y Pakistán, el general David Petraeus, dijo a la red de televisión Al Arabya que “EE.UU. apoya la seguridad de Yemen en el contexto de la cooperación militar suministrada por EE.UU. a sus aliados en la región” y “subrayó que barcos estadounidenses en las aguas territoriales de Yemen [están allí] no sólo para controlar sino para impedir las filtraciones de armas a los rebeldes houthi.” [4]

Habrá que recordarlo la próxima vez que se utilice el embuste al Qaeda/bin Laden para justificar la expansión de la participación militar de EE.UU. en Arabia.

El Yemen Post del 13 de diciembre escribió que la oficina houthi de medios “acusó a EE.UU. de participación en la guerra contra los huzíes” y publicó fotografías de lo que fue identificado como aviones estadounidenses “involucrados en operaciones de bombardeo en la provincia Sa’ada en el norte de Yemen.”

La fuente estimó que ha habido veinte bombardeos estadounidenses coordinados con vigilancia satelital. [5]

La prensa occidental nuevamente encabeza la vinculación de los huzíes, cuyos antecedentes religiosos de chiismo zaidí son bastante diferentes de la versión iraní, con siniestras maquinaciones imputadas a Teherán. Ni siquiera funcionarios del gobierno de EE.UU. han pretendido hasta hoy que haya evidencia de que Irán apoye, y muchos menos de que arme, a los rebeldes yemeníes. Eso cambiará si el guión se desarrolla según los precedentes, como lo indica el comentario de Petraeus antes mencionado, y Washington se hace eco de la afirmación del gobierno yemení de que Irán está armando a sus hermanos chiíes en Yemen, tal como lo acusan de hacerlo en el Líbano.

Yemen se convertirá en el campo de batalla para una guerra por encargo entre EE.UU. y Arabia Saudí – cuyas relaciones de Estado a Estado son de las más fuertes y más durables de toda la era posterior a la Segunda Guerra Mundial – por una parte e Irán por la otra.

En un editorial de hace cinco días Tehran Times acusó de imprudencia a todas las partes en el conflicto yemení –el gobierno, los rebeldes y Arabia Saudí– y emitió una advertencia: “La historia proporciona un buen ejemplo. Arabia Saudí financió grupos extremistas en Afganistán y todavía, veinte años después de la retirada del ejército soviético del país, las llamas de la guerra en Afganistán están agobiando a los aliados de Arabia Saudí. Y un escenario semejante está emergiendo en Yemen.” [6]

La comparación entre Yemen y Afganistán aludía en particular a Riad, en el segundo caso de trabajo en equipo con EE.UU., en la exportación de wahabismo basado en Arabia Saudí para expandir su influencia política.

Arabia Saudí intenta impulsar su propia versión de extremismo en Yemen como lo hizo anteriormente en Afganistán y Pakistán y lo hace actualmente en Iraq. Lejos de que EE.UU. y sus aliados occidentales expresen alguna objeción, los saudíes y las otras monarquías del Golfo Pérsico estarán a la vanguardia en lo que se calcula como compras de armas de Occidente por 100.000 millones de dólares durante los próximos cinco años. “El núcleo de esta orgía de compras de armas será indudablemente el paquete de sistemas de armas estadounidenses por 20.000 millones de dólares durante 10 años por los seis Estados del Consejo de Cooperación del Golfo – Arabia Saudí, los E.A.U., Kuwait, Omán, Qatar y Bahrain.” [7] Arabia Saudí también está armada con aviones de guerra británicos y franceses de última tecnología así como con sistemas de defensa de misiles de EE.UU.

Lo que el comentario iraní arriba mencionado advirtió respecto a las “llamas de la guerra” en Afganistán es perfectamente confirmado por la Evaluación Inicial del Comandante del 30 de agosto de 2009 emitida por el máximo comandante militar estadounidense y de la OTAN en Afganistán, general Stanley McChrystal, y publicada con las modificaciones exigidas por el Pentágono en el Washington Post del 21 de septiembre. El documento de 66 páginas sirvió de base al anuncio del presidente Barack Obama del 1 de diciembre de que enviará 33.000 soldados estadounidenses más a Afganistán.

En su informe, McChrystal declaró: “Los principales grupos insurgentes en orden de su amenaza para la misión son: Quetta Shura Taliban (05T), la Red Haqqani (HQN), y Hezb-e Islami Gulbuddin (HiG)."

Los dos últimos llevan el nombre de sus fundadores y actuales dirigentes, Jalaluddin Haqqanni y Gulbuddin Hekmatyar, los muyahidines preferidos de la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. en los años ochenta, cuando el director adjunto de la Agencia (de 1986 a 1989) era Robert Gates, actual secretario de defensa de EE.UU. a cargo de proseguir la guerra en Afganistán. Y en Yemen.

En su libro de 1996 From the Shadows, alardeó de que “la CIA tuvo importantes éxitos en la acción clandestina. Tal vez el más importante de todos fue Afganistán, donde la CIA, con su administración, canalizó miles de millones de dólares en suministros y armas a los muyahidines…” [8]

El New York Times divulgó en 2008 los siguientes detalles:

“En los años ochenta, Jalaluddin Haqqani fue desarrollado como un recurso ‘unilateral’ de la CIA y recibió decenas de miles de dólares en efectivo por su trabajo en la lucha contra el Ejército Soviético en Afganistán, según un informe en 'The Bin Ladens,' un libro reciente de Steve Coll. En esos días, Haqqani ayudó y protegió a Osama bin Laden, quien estaba formando su propia milicia para combatir a las fuerzas soviéticas, escribió Coll.” [9] Coll es también el autor del libro de 2001 Ghost Wars: The Secret History of the CIA, Afghanistan, and Bin Laden, from the Soviet Invasion to September 10, 2001.

El colega de Haqqani, Hekmatyar, “recibió millones de dólares de la CIA a través de la ISI (Inteligencia Inter-Servicios de Pakistán). Hezb-e-Islami Gulbuddin recibió parte del mayor apoyo de Pakistán y Arabia Saudí, y trabajó con miles de muyahidines extranjeros que fueron a Afganistán.” [10]

En mayo pasado el (en grado sumo) proestadounidense presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, dijo a la cadena estadounidense NBC news que los talibanes forman “parte de nuestro pasado y de vuestro pasado, y la ISI y la CIA los crearon juntas… (Los talibanes) son (un) monstruo creado por todos nosotros…” [11]

El 11 de septiembre de 2001 había sólo tres naciones en el mundo que reconocían el régimen talibán en Afganistán: Pakistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. El presidente de EE.UU., George W. Bush, inmediatamente individualizó para posibles represalias a siete Estados que supuestamente apoyaban el terrorismo: Cuba, Irán, Iraq, Libia, Corea del Norte, Sudán y Siria. Sólo Sudán, que expulsó a Osama bin Laden en 1996, tenía alguna conexión concebible con al Qaeda. De los diecinueve acusados del secuestro de los aviones del 11 de septiembre, quince procedían de Arabia Saudí, dos de los Emiratos Árabes Unidos, uno de Egipto y uno de Líbano.

Pakistán y Arabia Saudí siguen siendo aliados políticos y militares altamente valorados de EE.UU. y los Emiratos Árabes Unidos tienen tropas sirviendo bajo comando de la OTAN en Afganistán.

Tal vez sea imposible determinar el momento exacto en el cual un sedicente guerrero santo apoyado por EE.UU. –entrenado para perpetrar actos de terrorismo urbano y derribar aviones comerciales– deja de ser un combatiente por la libertad y se convierte en terrorista. Pero una suposición segura es que ocurre cuando ya no es útil para Washington. Un terrorista que sirve los intereses de EE.UU. es un combatiente por la libertad; un combatiente por la libertad que no los sirve es un terrorista.

Durante decenios el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela y la Organización para la Liberación de Palestina estuvieron en cabeza de la lista de grupos terroristas del Departamento de Estado de EE.UU. Apenas terminó la Guerra Fría Mandela y Arafat (y Gerry Adams de Sinn Fein) fueron invitados a la Casa Blanca. El primero compartió el Premio Nobel de la Paz en 1993 y el segundo en 1994.

Si un hipotético sedicente yihadista partió de Arabia Saudí o Egipto en los años ochenta hacia Pakistán para luchar contra el gobierno afgano y su aliado soviético, era un combatiente por la libertad a los ojos de EE.UU. Si luego iba a Líbano era terrorista. A comienzos de los años noventa, si llegaba a Bosnia volvía a ser un combatiente por la libertad, pero si se presentaba en la Franja de Gaza o en Cisjordania era terrorista. En el Norte del Cáucaso ruso era un combatiente por la libertad vuelto a nacer, pero si volvió a Afganistán después de 2001 era terrorista.

Según cómo sopla el viento en Washington, un separatista baluchi armado en Pakistán o un cachemirí en India es un combatiente por la libertad o un terrorista.

Al contrario, en 1998 el enviado especial de EE.UU. a los Balcanes, Robert Gelbard, describió al Ejército por la Liberación de Kosovo (ELK) que luchaba contra el gobierno de Yugoslavia como organización terrorista: “Conozco a un terrorista cuando lo veo y estos hombres son terroristas.” [12]

En el siguiente mes de febrero la secretaria de Estado de EE.UU., Madeleine Albright, llevó a cinco miembros del ELK, incluido su jefe Hashim Thaci, a Rambouillet, Francia para presentar un ultimátum a Yugoslavia a sabiendas de que sería rechazado y llevaría a la guerra. Al año siguiente acompañó a Thaci a un tour personal del edificio de Naciones Unidas y al Departamento de Estado y lo invitó a la convención presidencial del Partido Demócrata en Los Ángeles.

Este 1 de noviembre, Thaci, ahora primer ministro de un pseudo-Estado reconocido por sólo 63 de las 192 naciones del mundo, recibió al ex presidente Bill Clinton de EE.UU. para la ceremonia inaugural de una estatua en honor de los crímenes de este último. Y de su vanidad.

Washington apoyó a separatistas armados en Eritrea desde mediados de los años setenta hasta 1991 en su guerra contra el gobierno etíope.

Actualmente EE.UU. arma a Somalia y Djibouti para la guerra contra Eritrea independiente. El Pentágono tiene su primera base militar permanente en África en Djibouti, donde estaciona a 2.000 soldados y desde donde realiza vigilancia con drones sobre Somalia. Y Yemen.

En palabras del personaje de Balzac, Vautrin: “«No hay principios, sólo hay eventos; no hay leyes, sólo circunstancias.»


(*) Periodista residente en Chicago. Director de Stop NATO International.

Notas:

1) BBC News, December 14, 2009

2) Press TV, December 14, 2009

3) Daily Telegraph, December 13, 2009

4) Yemen Post, December 13, 2009

5) Ibid.

6) Tehran Times, December 10, 2009

7) United Press International, August 25, 2009

8) BBC News, December 1, 2008

9) New York Times, September 9, 2008

10) Wikipedia.

11) Press Trust of India, May 11, 2009

12) BBC News, June 28, 1998.