Afganistán

Mariam Rawi, activista afgana, denuncia que la ocupación militar de su país no ha
liberado a las mujeres

“Ahora están incluso peor”

Entrevista de El Diario Montañés,
Santander (Estado español)
Rawa, abril 2010

Mariam Rawi, fotografiada de espaldas en
el edificio del Rectorado de la Universidad
de La Rioja (Estado español)

Mariam Rawi no se llama Mariam Rawi. Nació en Kabul (Afganistán) en 1976 y su propia biografía resume la atormentada historia de un país que ha vivido un infierno tras otro.

Su padre fue asesinado al comienzo de la ocupación soviética y su madre, viéndose sola, decidió emigrar con sus cinco hijas al campo de refugiados de Quetta, en la vecina Pakistán.

Allá, la mujer que se hace llamar Mariam Rawi pudo al menos ir a la escuela, gracias al colegio que Rawa, la Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán, mantiene en aquellas inhóspitas tierras fronterizas. No consiguió entrar en la universidad pakistaní, vedada para los refugiados, pero la mujer que se hace llamar Mariam Rawi no se amilanó: ingresó en Rawa y comenzó a trabajar para la organización. Desde entonces viaja de incógnito por Afganistán y sale de su país cada cierto tiempo para llevar a las naciones de Occidente el verdadero latido de su pueblo.

Un latido muy débil, casi mortecino, que suele quedar enterrado por una avalancha informativa que sólo entiende de soldados, víctimas y atentados y que banaliza gruesas palabras como democracia, elecciones o parlamento. La mujer que se hace llamar Mariam Rawi lucha contra los talibanes, contra el gobierno de Karzai, contra los señores de la guerra y contra las tropas extranjeras de ocupación. Demasiados enemigos.

Rawa, una asociación
«por la paz y la democracia»

El Diario Montañés, 13/04/10

Cuando Rawa, la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, se formó en Kabul, nadie sospechaba lo que se les venía encima. Era 1977. Dos años después, los soviéticos invadían el país y Rawa decidió pasar a la acción. Lo mismo hicieron los fundamentalistas islámicos, que recibieron generosas donaciones de dinero y de armamento por parte de Estados Unidos, pero Rawa nunca transigió con su modo ultrarreligioso de ver la política. «Siempre hemos defendido un gobierno laico», asegura Mariam Rawi. La organización se asentó en Quetta y trabajó por los refugiados afganos: erigió escuelas y hospitales e impartió cursos de alfabetización y de enfermería para niños y mujeres refugiadas.

El grupo fundador de Rawa fue un conjunto de mujeres intelectualmente inquietas, bajo el liderazgo de Meena. La popular activista fue asesinada en Quetta, en 1987, por agentes afganos de la KGB. Pero su llama no se extinguió. Otras mujeres, como Mariam Rawi, cogieron su testigo y plantaron cara a los talibanes, que ocuparon el país e instalaron un régimen oprobioso de terror que sólo despertó el escándalo internacional tras el atentado contra las Torres Gemelas. Sin embargo, la invasión dirigida por Estados Unidos «derrocó el régimen talibán, pero no el fundamentalismo religioso, causa de todas nuestras desgracias». Rawa denuncia que los viejos caudillos han vuelto a repartirse Afganistán y pide la retirada de las tropas extranjeras: «No se puede donar la democracia; una nación debe luchar por ella».

Por eso utiliza un nombre falso y no permite que los fotógrafos capten algo más que su silueta o sus manos, pero quita relevancia a su sacrificio personal: «Mi trabajo no es muy difícil –sonríe–. Como mujer y como madre, no me importa entregar mi vida para conseguir un mundo mejor para mis hijos».

La liberación de las mujeres fue uno de los argumentos principales para justificar la ocupación militar de Afganistán, el 7 de octubre de 2001, tras los atentados contra las Torres Gemelas. En 2004, Mariam Rawi firmó un demoledor artículo en el diario británico 'The Guardian': «Durante la era talibán –explicaba entonces–, si una mujer iba a un mercado y mostraba una sola pulgada de carne, era azotada; ahora, sería violada.

Las mujeres no pueden tomar un taxi o caminar si no están acompañada por un pariente cercano. Muchas mujeres no tienen acceso a la educación y muy pocas trabajan». Cinco años después, casi nada ha cambiado: «Yo creo que ha ido a peor –confiesa Rawi–, porque los fundamentalistas son ahora incluso más fuertes. No tenemos libertad de expresión y los billones de dólares que llegan como ayuda internacional acaban en manos de un Gobierno corrupto».

Los medios occidentales suelen quedarse con la imagen del burka, esa cárcel móvil, como símbolo de la dominación machista en Afganistán. «Sí, pero el burka no es ni mucho menos el principal obstáculo para las mujeres. Hace 30 años, utilizarlo o utilizar el pañuelo era parte de la tradición; sólo bajo los talibanes se hizo obligatorio. Pero ahora es casi una medida de seguridad. Yo, cuando viajo por mi país, a veces lo empleo para evitar problemas. Y yo odio el burka», advierte Rawi.

«Este asunto –concluye– se solucionaría rápidamente si hubiera cambios en otros sectores. Pero si las mujeres son tratadas como animales, si no tienen derecho a la educación o a la sanidad... ¿Cómo puede preocuparnos tanto el burka?».

«El pueblo, contra la ocupación»

Afganistán lleva 30 años en guerra. Luchó contra los soviéticos, cayó bajo el yugo talibán y ahora se ha convertido en teatro principal de una confusa batalla entre las tropas de la OTAN, los guerrilleros islamistas y los narcoterroristas. «El pueblo no está de acuerdo con la ocupación –avisa Rawi–. Los soldados de Estados Unidos, de Gran Bretaña o de España no luchan por defender la democracia o los derechos de las mujeres, sino para asegurar sus intereses económicos».

Y el Ejecutivo de Hamid Karzai o el flamante Parlamento afgano no son más que instrumentos decorativos que tranquilizan la conciencia occidental: «El Gobierno no representa a la gente. Human Rights Watch asegura que el 80 por ciento de los miembros del Parlamento son criminales de guerra que deberían comparecer ante un tribunal internacional. Y, por desgracia, también el ejército y la policía afganos están muy penetrados por los fundamentalistas. ¿Cómo vamos a confiar en ellos?.»

Mariam Rawi también critica cómo los medios de comunicación disfrutan presentando imágenes de un supuesto cambio social: mujeres que van a clase en Kabul o que trabajan. «Pero luego vas allí y te das cuenta de que son muy pocas y de que se están jugando la vida para ir a clase o para trabajar. Y lo hacen porque no tienen otro remedio. Muchas mujeres son secuestradas o son obligadas a casarse casi niñas y las leyes no pueden protegerlas. El número de suicidios femeninos se ha incrementado dramáticamente en los últimos ocho años», ataja Rawi.

La activista desgrana los tormentos cotidianos de su país con voz dulce, suave, sin aspavientos ni énfasis. Recoge su melena negra en una coleta, toma notas en una libretilla, apenas gesticula y habla con serenidad oriental. No mira el reloj. Ayer impartió una charla en la Universidad de La Rioja y posteriormente visitará otras ciudades españolas, en una gira que le permitirá traer la voz de las mujeres afganas, tan difícil de escuchar. Luego regresará a su país, cogerá su burka y, hasta la próxima ocasión, dejará de ser Mariam Rawi.


Entrevista a Mariam Rawi, activista afgana de la Asociación Revolucionaria de
las Mujeres de Afganistán (RAWA)

“EEUU quiere evitar que los criminales de guerra
vayan al Tribunal Penal Internacional”

Por Pedro Larré, periódico Diagonal
Rawa, abril 2010

La retirada de las tropas ocupantes es el primer punto para alcanzar una salida al conflicto afgano, en opinión de la activista Mariam Rawi. Hablamos con ella en una de las escalas de su viaje por el Estado español.

Diagonal: ¿Crees que tras las elecciones y la llegada de Obama ha mejorado la situación en tu país?

Mariam Rawi: EE UU mantiene la misma política que en las últimas décadas. En todo caso, los cambios han sido negativos: ha enviado más tropas, ha accedido a que el Gobierno de Afganistán comparta el poder con los talibanes y el número de víctimas civiles ha aumentado.

Las elecciones fueron un show, el resultado estaba ya decidido, con el fin de repartir el poder entre los señores de la guerra y los talibanes. De fondo, había un acuerdo de no sacar a la luz la corrupción ni ningún otro aspecto débil del sistema político. EE UU quiere imponer una falsa democracia para evitar que los criminales de guerra vayan al Tribunal Penal Internacional. Por tanto, el discurso a favor de los derechos humanos y el desarrollo es mera propaganda.

Por otra parte, hasta la población civil se cuestiona cómo es posible que miles y miles de soldados, con tanto armamento, no sólo no puedan acabar con la insurgencia, sino que los talibanes y los señores de la guerra estén cada vez más empoderados. Ni siquiera se les arresta. De hecho, hay informes que conectan al Pentágono con la financiación militar y venta de armamento a los integristas que ahora están en el poder y a los talibanes: se calcula que el 10% del gasto que se destina a la reconstrucción acaba en sus manos. Las tropas nacionales, las de Estados Unidos y las de la Unión Europa, y no olvidéis a España, están matando a civiles y haciendo todo lo contrario a una misión de paz.

D.: ¿Cuáles son los mayores intereses económicos en Afganistán?

M.R.: La situación geoestratégica y el paso de oleoductos probablemente sea muy importante en un futuro cercano, pero actualmente el interés prioritario para EE UU es aumentar la producción de los cultivos de opio, que se ha reducido en la última década. Además, Afganistán es un país rico en recursos naturales y tiene muchas minas repartidas por toda la geografía. Están relativamente intactos, son recursos todavía por explotar.

Por ejemplo, recientemente han salido a la luz artículos y declaraciones en los que se explica que en unas colinas de la provincia de Helmand, zona bajo control británico, y donde se han producido muchos enfrentamientos entre las fuerzas ocupantes y los talibanes, existe gran riqueza de uranio.

D.: ¿Qué papel desempeñan las ONG extranjeras?

M.R.: El Gobierno de Afganistán está considerado como el segundo más corrupto del mundo. Esta corrupción es consecuencia de la invasión extranjera, y puede verse en todos los aspectos: en la economía, en la política, en la financiación de los grupos políticos, en los gobiernos y también en las ONG. Por una parte, es cierto que estas organizaciones externas tienen un gran problema a la hora de acceder a las zonas más remotas del país, que es donde se encuentra la población más necesitada. Pero por otro lado el personal que trabaja para estas ONG, tanto el extranjero como el local, cobra unos salarios mucho más elevados que los comunes en el país, de modo que manejan grandes cantidades de dinero para pagar a este personal y a estas organizaciones, mientras que a la población no le llega la ayuda.

D.: ¿Los talibanes están ganando apoyo entre la población civil?

M.R.: No puedo utilizar la palabra ’apoyo’, pero sí es cierto que en el panorama actual los talibanes se están haciendo fuertes. La población no está levantándose ni protestando contra ellos. Veo dos motivos principales para esto: por un lado los bombardeos por parte de los ocupantes, de EE UU. Se informa que son contra milicias talibanes y en realidad se bombardea a la población civil.

Un profesor universitario estadounidense, Marc Herold, ha hecho una investigación al respecto y asegura que las víctimas civiles, incluidas niñas y niños, mujeres y hombres, alcanzan las 8.000 personas. Muchas veces estos bombardeos se producen en zonas rurales en donde es muy difícil que lleguen los periodistas. Nosotras recibimos informes locales de estas zonas en los cuales se nos explica que los bombardeos se han hecho sobre pueblos de tan sólo cien personas, y donde ni siquiera ha habido nunca una sola milicia talibán.

Por otro lado, favorece a los talibanes la creciente corrupción en el Gobierno de Karzai. Corrupción y represión de todo tipo contra la población: abusos contra los derechos humanos y contra las mujeres, incluyendo violaciones y secuestros. En cualquier caso, tanto los talibanes como el gobierno de Karzai, y también las tropas ocupantes, son considerados, los tres, enemigos por parte de la población afgana.

D.: ¿Cómo se podría alcanzar una solución global para todo el conflicto?

M.R.: El primer paso sería la retirada incondicional de todas las tropas ocupantes en Afganistán. Lo cual incluye a las tropas de la OTAN, a la presencia de EE UU y también a la presencia de España.

Al mismo tiempo, y paralelamente, la segunda medida sería obligar a los Estados colindantes, como Irán y Pakistán, a que dejen de apoyar a los grupos políticos y militares integristas. Sólo desde una independencia real se podrá solucionar el conflicto.

En tercer lugar, es imprescindible llevar a los mayores criminales, que hoy ocupan las cúpulas políticas del Estado, al Tribunal Penal Internacional de La Haya, para que respondan por todos los crímenes que han cometido.

Mi organización y yo, al mismo tiempo que criticamos las políticas de los integristas y de las potencias extranjeras, apelamos a la población civil de los países occidentales a que seáis más críticos con las políticas de vuestros Gobiernos, a que cuestionéis la invasión de Afganistán y a que os volváis más activos a la hora de apoyar a la población civil afgana y reivindicar sus legítimos derechos.

Los derechos de la mujer como pretexto de la invasión

D.: ¿Ha mejorado la situación de las mujeres?

M.R.: Las mujeres afganas sufren la violencia de los tres poderes (talibanes, partidarios de Karzai y tropas de ocupación), y, además, cuando mueren sus maridos, se quedan solas.

Estas mujeres, que viven en una situación de sumisión muy grande, y que en casi todos los casos carecen de formación, no tienen trabajos y no están acostumbradas a ‘salir de casa’, se ven obligadas por su situación a desplazarse dentro del país, e incluso a exiliarse o se autoinmolan.

La sociedad afgana es una sociedad muy cerrada, y las mujeres son víctimas de represión debido a los factores culturales, políticos y religiosos, y también debido a las tradiciones.

Todos los gobiernos integristas de las últimas décadas, tanto de talibanes como de muyahidines, han utilizado los aspectos más negativos de la cultura y la tradición para oprimir aún más a las mujeres. Pero esta represión de la mujer en Afganistán tiene lugar desde hace tres décadas y me pregunto por qué desde entonces ni EEUU ni las potencias occidentales tomaron medidas para resolver estos problemas.

Al contrario, el objetivo consistía en invadir el país debido a sus propios intereses, y ya que necesitaban una justificación ante la opinión pública internacional, han utilizado siempre la cuestión de los derechos humanos, y especialmente los de la mujer, como excusa para la ocupación.