Afganistán

¿Se quedan o se van?

Por Leyla Carrillo Ramírez y
Nelson Roque Suástegui (*)
Boletin Entorno, Año 8 Nº 64, 12/08/10

El ser humano contiende desde tiempos inmemoriales, con motivaciones diferentes, según sus intereses clasistas u objetivos de conquista: dominar territorios, sojuzgar a otras etnias, religiones y culturas; controlar las riquezas naturales, el tránsito marítimo y ocupar lugares estimados geoestratégicos. La declaración de guerra fue considerada un procedimiento ético antes de emprender cualquier batalla.

En el siglo XXI los amos de la guerra violentan los cánones militares y no agotan todos los esfuerzos para preservar la coexistencia pacífica, que ha sido convertida en una leyenda del pasado. Hoy imperan la guerra relámpago –estrenada por el fascismo en 1939–, las guerras preventivas y punitivas. Los cálculos de la Administración de George W. Bush al “castigar” a Afganistán no previeron la guerra prolongada, interminable ni postergada que enfrentan la Administración de Barack Obama y sus aliados de la OTAN.

La invasión a Afganistán, denominada "Libertad Duradera" se desarrolló en el año 2001 por las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos (EE.UU.). En diciembre del mismo año, la ONU convocó una Conferencia en Bonn, Alemania, para constituir un gobierno provisional integrado por las diversas facciones afganas, exceptuando el Talibán. Se crearon también las Fuerzas Internacionales de Asistencia a la Seguridad1 (ISAF) “para asistir a la autoridad de transición afgana, propiciar un entorno seguro y apoyar la reconstrucción del país, primero en Kabul y después en el resto del territorio”. Cuando en agosto de 2003 la OTAN asumió el mando de la ISAF, la Alianza disponía de unos 5000 efectivos, desplegados fundamentalmente en Kabul, que ahora son unos 120 000, distribuidos en todo el territorio, procedentes de 46 países, incluidos sus 28 aliados.

La operación “rápida” se ha prolongado en el tiempo, debido a la resistencia talibán. El presidente de los EE.UU., Barack Obama, anunció como estrategia de su mandato, que se concentraría en Afganistán para alcanzar la victoria definitiva en un plazo breve y para ello envió un refuerzo inicial de unos 20 000 hombres, presionó a sus aliados de la OTAN para que aportaran entre todos 5 000 efectivos más, inicialmente para garantizar la seguridad de las elecciones de agosto de 2009… y allí se quedaron. La reticencia de los electores europeos resulta insuficiente ante la decisión de los respectivos gobiernos de incrementar sus tropas.

Los mayores contribuyentes de la ISAF son: EE.UU., con 62 415 soldados, seguido del Reino Unido (9 500), Alemania (4 665), Francia (4 000), Italia (3 300), Holanda (1 950), Polonia (2 515), Turquía (1 795), España (1 270) y Rumania (1 010).2 Les siguen: Georgia (925), Dinamarca (750), Bélgica (590), Bulgaria (525), Noruega (470), República Checa (460) y Hungría (335). Participan en menor cuantía: Croacia (280), Albania (250), Macedonia (215), Estonia (155), Lituania (145), Letonia (115), Portugal (105), Eslovenia (75), Grecia (70), Armenia (40), Montenegro (30), Ucrania (10), Luxemburgo (9), Irlanda (7) e Islandia (4).3 No es ocioso destacar que tres socios de la OTAN (no miembros plenos), mantienen su compromiso: Suecia, con 500 hombres; Finlandia con 100 y Austria, con 3. Se añaden los 120 000 mercenarios alistados bajo la eufemística denominación de “contratistas” y sotto voce : ingleses, franceses, españoles, alemanes e italianos4, cuyo monto aún es indescifrable.

Hasta el 2 de agosto de 2010 el total de soldados muertos en Afganistán en los 9 años de ocupación asciende a 1982 hombres. EE.UU. ha perdido 1216, el Reino Unido (RU), 327 y el resto de las fuerzas de ocupación, 439. Entre los europeos, los países que más bajas han sufrido, después de EE.UU. y el RU son los siguientes: Francia 45; Alemania 42; Dinamarca 34; España 28; Italia 27; Holanda 24; Polonia 19 y Rumania 15.

Desde finales de 2009, el envío de 30 000 hombres adicionales a Afganistán fue estimado “vital para los intereses estadounidenses” con el pretexto de frenar el impulso talibán. Se trata, con tropas propias y de la ISAF5 de aumentar la capacidad afgana mediante el entrenamiento de sus fuerzas de seguridad y su asociación con las tropas ocupantes, para transferirles gradualmente las responsabilidades y el control del país. En esa fecha se abrió paso la “teoría” de negociación con los talibanes “moderados”. También en teoría, esto permitiría iniciar el proceso de retirada de las fuerzas estadounidenses a partir de julio de 2011, concepción basada en las propuestas del general Stanley McChrystal, destituido en fecha reciente, al asumir el mando de las tropas en 2009.

El “Consejo Nacional para la Paz, la Reconciliación y la Reintegración”, también creado en 2009, disponía de un fondo de 140 millones de dólares, aportados fundamentalmente por EE.UU. y Reino Unido. La reconciliación, realmente, consiste en ofrecer dinero a los talibanes susceptibles a que dejen de combatir y deserten (al estilo de Irak). Mientras el movimiento talibán reitera que no dejará la lucha hasta que los ocupantes se hayan retirado totalmente de su país.

Varios dirigentes europeos se habían anticipado al planteamiento del Presidente estadounidense sobre la urgencia de establecer un cronograma para la retirada de Afganistán y entregar gradualmente a los afganos el control de su país. Tanto la Canciller federal alemana, Angela Merkel, como la ministra de Defensa española, Carme Chacón, coincidieron en que la fecha tope para la retirada total podría ser el 2014. Canadá, tercer perdedor de soldados, dejó claro que se retiraría en 2011; Polonia lo haría en 2012 y Países Bajos –compelida por su crisis gubernamental–, durante el verano actual. El pasado primero de agosto comenzó a hacer efectiva la retirada.

El resultado más fehaciente de los yerros sobre Afganistán fue “la verdad revelada por el Presidente alemán, Horst Köhler” (le costó el cargo) sobre los “intereses comerciales de su país en la contienda”. Sobran palabras. En tanto, los checos han enviado 110 soldados para su unidad de helicópteros; los daneses rumoran su retirada inmediata (y añaden 140 millones de coronas para la pacificación). En tanto, Estonia, Letonia, Lituania y Georgia, no se han pronunciado aún sobre su retirada. Georgia, con 925 efectivos demuestra su agradecimiento a Estados Unidos y a la Unión Europea (UE) por su apoyo durante y después de la guerra de agosto de 2008.

Resulta incuestionable que la prolongación del conflicto y la cantidad creciente de bajas han propiciado que los aliados busquen la manera de retirarse lo antes posible, incluido el nuevo gobierno británico, que hasta ahora había flanqueado incondicionalmente todas las decisiones de Washington. Ni las perspectivas de aprovechar el creciente negocio del opio (que en ocasiones es desviado por algunos militares) ni las reservas de minerales descubiertos recientemente, valorados en más de 2,45 miles de millones de dólares los incitan a quedarse.

El pasado 20 de julio de 2010 la conferencia internacional de Kabul, convocada por el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, contó con representantes políticos y militares de 70 países (entre ellos la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon y de los invitados, el Ministro de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa). Lo más notorio de la conferencia fue definir que no se elaborará ningún cronograma de retirada y así, comprometer más a los países aliados, que permanecerían en Afganistán durante el tiempo que sea necesario.

El profuso comunicado final precisó lineamientos, que establecen un programa de prioridades nacionales de los países donantes para el empleo del 80% de los recursos destinados a la recuperación de Afganistán en el próximo bienio. En este contexto se abunda sobre las tradicionales acepciones de gobernanza, Estado de derecho y derechos humanos; la creación de un tribunal anticorrupción –que obvia el destino del tráfico de opio–; el derecho de género e infancia (bajo las bombas); la paz, la reconciliación e integración; la cooperación regional…

El Comunicado de Kabul en síntesis expresó:

El énfasis sobre la ubicación de Afganistán en el corazón de Asia (interés geoestratégico)

Implementar –en línea con la Conferencia de Londres– el fuerte apoyo para canalizar al menos el 50% del aporte al desarrollo del país a través del gobierno afgano. Algunos cálculos señalan que desde 2002 se han gastado más de 40 000 millones de dólares, la mitad de ellos para entrenar y equipar a los afganos.

La importancia del potencial económico de los recursos naturales afganos para la estabilidad de la región y la prosperidad de sus pueblos

Un compromiso permanente de todos con Afganistán.

Ejecutar la transición del mando de las tropas de la ISAF a las afganas, a concluir en 2014, en dependencia de las condiciones que existan en el país y no a partir de un calendario.

Trabajar para incorporar a todos los afganos pertenecientes a la oposición armada, no vinculados al terrorismo internacional, a partir de su renuncia a la violencia, para que acepten la unión pacífica con el resto del pueblo y el respeto a la constitución de los “talibanes moderados”.

El Secretario General de la OTAN precisó que las fuerzas internacionales no se irán del país, sino que, cuando el proceso de transición sea irreversible, se mantendrán como apoyo y mantenimiento de la paz.

Cuentas aparte –la guerra en Afganistán es un negocio lucrativo: pocos hablan del coste humano. El Derecho Internacional Humanitario es más vapuleado que nunca. Así lo ilustran los “daños colaterales” en Kunduz del pasado año, debido al ataque del ejército alemán contra civiles (que la OTAN recién calificó de error militar) y el escándalo ante la revelación de documentos secretos en varios medios de prensa estadounidenses y europeos, donde figuran la eliminación selectiva de talibanes –al estilo israelita contra palestinos–; frecuentes asesinatos de civiles y cifras ocultas de soldados fallecidos.

El complejo militar industrial estadounidense –y sus principales aliados de la OTAN– no tienen la percepción de que una retirada a tiempo podría ser menos humillante que una salida forzosa, tal vez más pronto de lo que parece. Es imposible someter a un pueblo que ha decidido utilizar todas las fuerzas para defender su territorio de la mejor manera posible, aplica métodos para el desgaste permanente de los ocupantes como parte de la guerra irregular. Los tanques pensantes y estrategas de Washington ya habían esbozado “estudios” para readaptarse a este nuevo arte de guerra –tan antiguo en el mundo como la defensa de los invadidos contra los invasores–. ¿Se van o se quedan? En esta guerra interminable, pospuesta e indefinida, sería incierto un vaticinio.


(*) Leyla Carrillo Ramírez y Nelson Roque Suástegui pertenecen al Centro de Estudios Europeos, Cuba.