Medio Oriente,
se extienden
las protestas

Egipto después de la caída de Mubarak

El proceso revolucionario no ha terminado; por el contrario, recién se inicia:
tiene el desafío de transformarse en una verdadera revolución social

Entre la rebelión y la revolución

Por José Luis Rojo (con la colaboracion de Claudio Testa y Oscar Alba)
Socialismo o Barbarie, revista Nº 25, marzo 2011

1.- “Bienvenidos a la revolución egipcia”

La llamada revolución del 25 de enero ha triunfado. Egipto hierve, Mubarak ya no está en el poder. Una verdadera marea humana, creciendo día a día, hora a hora, minuto a minuto, lo terminó echando. Millones en las calles le dieron a la rebelión un alcance nacional.  El Egipto obrero, campesino, estudiantil y popular festeja: se sacó de encima un dictador corrupto que los hambreó, reprimió y asesinó a lo largo de 30 largos años, llevando de paso las llamas de la rebelión a todo el mundo árabe.

Se ha cerrado una etapa pero se abre otra. El proceso revolucionario no ha terminado: por el contrario, recién se inicia.

Tiene el desafío de transformarse en revolución social lisa y llana llevando el cuestionamiento hasta los cimientos mismos del régimen social capitalista egipcio y de la región como un todo.

En lo inmediato, el poder ha quedado en manos del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Éste ha disuelto el Congreso, anunciado reformas constitucionales, un plebiscito en dos meses y elecciones generales en seis.

Pero también está exigiendo –so pena de represión– la suspensión “inmediata” de las huelgas obreras que escalaron aún más con la caída del dictador.

En este contexto, la primera tarea hoy es llamar a no tener ninguna confianza en el régimen militar, ni en sus “cantos de sirena” democráticos, imponerle la derogación del estado de emergencia vigente desde 1981 y salir a apoyar incondicionalmente las luchas obreras en curso.

Desde Túnez: el grito de Mohamed Bouazizi

Cuando el joven tunecino de 27 años, Mohamed Bouazizi, se suicidó a lo bonzo el 17 de diciembre pasado, su impacto en el mundo árabe fue como relámpago en cielo estrellado.

Mohamed expresó una contradicción que recorre a muchas de las sociedades del Oriente Medio. En las últimas décadas se han modernizado, se han vuelto más urbanas, aumentó su composición obrera y emergió una nueva clase media “moderna”. Sin embargo, las lacras del capitalismo neoliberal marcan dramáticamente a sus clases sociales, estamentos y regiones.

Mohamed Bouazizi poseía un titulo universitario: una promesa de ascenso social. Pero esta promesa no se cumplió: estaba desempleado, vivía de vender frutas y verduras con un destartalado carro de madera. Tuvo la desgracia que su carro fuera confiscado por las autoridades al no estar “habilitado”. Lo que siguió fue un desesperado grito de rebeldía: un suicidio “político”.

Su suicidio es el que encendió la mecha de la rebelión en todo el mundo árabe con sus 350 millones de almas.

Las causas de su desesperada acción concentran todos los elementos de la rebelión. Primero, la penuria económica. Ésta impacta de lleno en las capas más jóvenes de la población. En Egipto, el 50% de sus habitantes tiene menos de 20 años. La mayoría vive en condiciones de precariedad extrema con menos de dos dólares por día: un pasaporte al trabajo eventual, el desempleo en masa y los salarios miserables; la economía informal atañe al 60% de la fuerza laboral. A esto hay que agregarle la carestía de la vida. La crisis económica mundial llevó el precio de los productos básicos a las nubes.

Pero las causas de la rebelión no se han circunscripto a las demandas económico-sociales. De manera inextricable con ellas ha estado el rechazo a la arbitrariedad y el carácter escandalosamente represivo de los regímenes políticos regionales, verdaderas dictaduras militares.

A Mohamed no solamente le confiscaron su medio de vida: ante su previsible protesta, una funcionaria a cargo le dio una sonora bofetada, señal de humillación, manoseo y arbitrariedad del poder en Medio Oriente.

Pasando de Túnez a Egipto, uno de los símbolos de la rebelión contra Mubarak fue el joven “bloguero” de la ciudad de Alejandría, Khalid Saeed. A mitad del 2010 fue sacado del cyber en el que trabajaba y literalmente linchado a la vista de todos los transeúntes.

Por todos esos motivos, como señala Saba Mahmood: “No hay dudas de que el levantamiento tunecino sirvió como catalizador que inspiró a los egipcios a tomar las calles. El gobierno tunecino, como todo el mundo sabe en el mundo árabe, era más represivo que el de Egipto: si los tunecinos pudieron derribar su dictadura brutal, ¿por qué no podrían hacerlo los egipcios?

“Sin embargo, incluso si Túnez encendió la mecha, hay un número de transformaciones críticas en el terreno social y político de Egipto que dieron base a este masivo levantamiento que impactó en el corazón del Medio Oriente. En los años recientes, los egipcios han apelado de manera creciente al recurso de las demostraciones y la ‘política de la calle’ para hacer visibles sus demandas e impactar en el cultivado sopor de sus dominadores.

“Desde 2004, Egipto ha sido testigo de un creciente número de huelgas y sentadas (ver en esta misma edición Huelgas, ocupaciones y marchas en la rebelión egipcia). ¿Sus demandas? Mejores salarios y condiciones de trabajo sobre el trasfondo de una pobreza vergonzosa mientras los ricos se hacían más ricos”.[1]

Juventud 2.0, clase obrera y la delimitacion social que se viene

“La revolución juvenil del Facebook 2.0 debe estar terminando ahora. Pero para muchos egipcios, la segunda fase de su revolución está recién comenzando.”[2]

Todas las clases sociales participaron del levantamiento. La Plaza Tahrir encontró hijos e hijas de la élite egipcia, junto con trabajadores, ciudadanos de las clases medias, y pobres urbanos.

Estuvieron presentes todas las generaciones más allá que su vanguardia haya estado en manos de la juventud. Mubarak se las arregló para colocar en la oposición incluso a sectores de la burguesía.

Los antecedentes de la rebelión han sido las luchas económicas crecientes que se venían acumulando en el seno de la clase obrera y la radicalización política de la población joven. Muchos analistas señalan que un rasgo realmente característico de la rebelión egipcia ha sido el “entrelazamiento” entre la rebelión popular y las luchas del movimiento obrero. Más específicamente: entre la movilización de la juventud y la de los trabajadores.

Al respecto, es destacable que uno de los movimientos juveniles con más presencia en la Plaza Tahrir, el Movimiento 6 de abril, que agrupa a decenas de miles de jóvenes, haya sido fundado en 2008, precisamente luego de la huelga general convocada desde Mahalla, epicentro de las luchas obreras de la última década, y sede de la fábrica más importante de todo Medio Oriente: la Mahalla Textil Company que tiene bajo un mismo techo a 24.000 obreros.

No todos los días se escucha acerca de la fundación de un movimiento juvenil con peso masivo por directa inspiración de una lucha del movimiento obrero.

Entre la juventud, hay otros movimientos independientes de peso. Anteriormente al 6 de abril, se había conformado el movimiento Kifaya! (Basta!), el que emergió en 2004 en apoyo a la lucha palestina llegando a realizar grandes movilizaciones. Sin embargo, fue muy reprimido por Mubarak, que encarceló a sus principales líderes llevándolo al borde de la desarticulación.

Entre los estratos más de clase media, entre los que se pregona la idea de que la caída de Mubarak se debió al “poder del mundo cyber” y no a la movilización de masas, la rebelión juvenil tuvo uno de sus “referentes” en Wael Ghonin, jefe de marketing de Google en la región, encarcelado por el régimen durante 10 días, y que cuando fue liberado habló –con un discurso muy despolitizado– desde la Plaza Tahrir en directo para la TV causando gran impacto popular. Al parecer, el “momento Ghonin” no dejó de ser, sin embargo, uno de los puntos de quiebre del proceso de la rebelión.

Sin embargo, el hecho es que a partir de ahora se irá produciendo, necesariamente, una delimitación social. Al parecer, los activistas de las clases medias han venido urgiendo a los egipcios a “suspender” las protestas y “volver al trabajo” en nombre del “patriotismo”, afirmando cosas como “vamos a construir un nuevo Egipto” o “trabajemos más duro que nunca antes”. Esto coincidió con las exigencias del régimen militar de que “cesen” todas las huelgas de manera inmediata.

El propio Wael Ghonin ya se ha reunido con representantes del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas con los cuales paso acuerdos de "normalizacion" politica.

Por el contrario, los movimientos de lucha juveniles más combativos deberán estrechar sus fuerzas aún más concientemente con los emergentes de la clase obrera.

Esto nos lleva a un rasgo específico de la rebelión egipcia: muchos analistas coinciden que fue el ingreso directo a la rebelión de las luchas obreras lo que terminó inclinando la balanza para la caída de Mubarak.

El hecho es que uno de los rasgos característicos de la rebelión egipcia –el más estratégico– es que un importante ascenso en las luchas obreras viene desarrollándose en el país desde hace varios años.[3] Este ascenso en las luchas ha sido caracterizado por analistas conocedores de Egipto como Joel Beinin, profesor de la Stanford University, como “histórico”: el mayor ascenso de las luchas sociales desde 1946 (cuando ocurrieron unas jornadas de huelgas obreras muy importantes contra el colonialismo inglés).

Incluso si esta definición tiene algún elemento de “exageración”, en todo caso no deja de ser significativo del impacto que las luchas obreras están produciendo en los observadores de la realidad egipcia.

Este proceso de las luchas obreras ha tenido varias características: desde el desafío al enchalecamiento del oficialismo burocrático agrupado en la mubarakista EFTU (Egyptian Federation of Trade Unions) que ha dado lugar a la incipiente formación de sindicatos independientes, hasta el hecho que sus luchas han revestido, muchas veces, las característica de luchas económico-políticas al colocar entre sus reivindicaciones principales las banderas de la lucha contra la dictadura.

Un buen ejemplo son los puntos planteados en el “Manifiesto de los trabajadores del metal y el acero de Helwan”, convocando a la gran marcha del 11 de febrero que termino en la caida de Mubarak, y que transcribimos a continuación:

“1.- La inmediata salida del poder de Mubarak y de todos los elementos del régimen y sus símbolos.

“2.- La confiscación de la fortuna y las propiedades de todos los miembros del régimen, y de todos aquellos que se demuestre que han sido corruptos, en nombre de los intereses de las masas.

“3.- La renuncia inmediata de todos los trabajadores de los sindicatos controlados por, o afiliados, al régimen, así como la creación de sindicatos independientes y la preparación de sus conferencias generales para elegir y formar sus organizaciones.

“4.- La recuperación de empresas del sector público que hayan sido vendidas o cerradas y su nacionalización en provecho del pueblo, así como la formación de una nueva administración para dirigirlas, con la participación de trabajadores y técnicos.

“5.- La formación de comités para asesorar a los trabajadores en todos los lugares de trabajo y supervisar la producción y la distribución de precios y salarios.

“6.- El llamamiento a una Asamblea Constituyente de todas las clases populares y tendencias para la aprobación de una nueva Constitución y la elección de consejos populares sin esperar a las negociaciones con el régimen actual.”[4]

Por lo demás, no deja de ser muy significativo en la conciencia de la clase obrera, el debilitamiento de los rasgos “nacionalistas” que provenían del impacto del “Estado benefactor” nasserista hoy inexistente.

El número de las luchas durante las jornadas de la rebelión es impactante. Costó arrancar, porque durante los primeros días de la crisis, la generalidad de los trabajadores fue “licenciado” hasta nuevo aviso. Pero con el intento del régimen de mostrar “normalizada” la situación, fueron nuevamente convocados a trabajar a partir del 6 de febrero: ahí comenzó una escalada de luchas, paros, cortes de ruta e incluso de ocupaciones de fábrica de carácter nacional que no solo no "amaino" con la caida de Mubarak, sino que pego un salto a partir de ese momento.

Es imposible hacer una reseña exhaustiva: textiles de la empresa Abu el-Subaa, de la farmacéutica Sigma, de limpieza y embellecimiento del espacio público en El Cairo, de la textil Suez Trust, de la fábrica de cemento Lafarge, técnicos del ferrocarril en la localidad de Bani Suweif, obreros de las fábricas militares en Welwyn, petroleros, siderúrgicos de Suez, fertilizantes de la misma ciudad, la fábrica de ropa Mansoura-España en la región del Delta del Nilo, del transporte, y hasta del sindicato de actores!  Su epicentro fue la ciudad de Suez, la más industrial del país, y aparentemente, la segunda en cantidad de muertos en la pelea antidictatorial.

El hecho es que varios informes indican que lo que terminó decidiendo al ejército a exigirle la renuncia a Mubarak, fue la paralización por parte de los trabajadores del estratégico Canal de Suez: 600 trabajadores se cruzaron de brazos el día 8 de febrero por mejores salarios y la caída de Mubarak, quien duró solo tres días más.

En todo caso, la participación proporcionalmente mayor –en cantidad y calidad– de la clase obrera en la rebelión popular y el entrelazamiento en sus luchas con las de la juventud, no deja de ser un dato estratégico de enorme importancia para la segunda etapa que se abre, donde lo que está planteado es encaminar el proceso al cuestionamiento al régimen social.

2.- Una revolución en el centro geopolítico del imperialismo yanqui y sus socios menores europeos

Los procesos de Túnez y sobre todo el de Egipto, y ahora el reguero de rebeliones y protestas que se registran desde el Magreb a Irán, tienen una importancia mundial incalculable. Pegan en el centro mismo de dominio del imperialismo yanqui y sus socios menores de Europa.

No es casual que esa vasta región que la geopolítica imperialista ha bautizado como el “Gran Medio Oriente” –que abarca todo el mundo árabe más Irán, Afganistán y Pakistán– sea el centro de interés... y de las intervenciones militares, políticas y diplomáticas el imperialismo yanqui desde que el fin de la Unión Soviética, en 1989/91 lo dejó como la única “superpotencia” mundial. En medio de esa región está el enclave colonial de Israel, que se ha ido transformando de hecho en el Estado Nº 51 de EEUU. Pero ahora en medio de ella está la inmensa rebelión de Egipto y su efectos de contagio en Libia, Yemen, Bahrein y otos países. Como hemos venido señalando en Socialismo o Barbarie:

“El dominio de la región mal llamada ‘Gran Medio Oriente’, que abarca desde las costas orientales del Mediterráneo hasta las fronteras de Pakistán con India y China, y desde la frontera sur de Rusia hasta el Mar Arábigo... no es un capricho de tal o cual presidente ni de una corriente política en especial (como los neoconservadores), sino una política de Estado del imperialismo yanqui, basada en profundos motivos geopolíticos y económicos.

“La importancia de esta región para el imperialismo yanqui venía de antes. Esa fue la base de la ‘relación especial’ anudada con el Estado de Israel a mediados de los 60. Una relación que ha convertido de hecho a Israel en el estado Nº 51 de la Unión y al lobby israelí en uno de los principales factores de poder internos en EE.UU...

“Pero la trascendencia geopolítica de esta región para EEUU dio un salto cualitativo luego de que el desmoronamiento del bloque soviético y después de la misma URSS cambiara radicalmente la configuración del sistema mundial de estados.

“No es casual, por eso, que, con la Guerra del Golfo contra Iraq (1991) las operaciones coloniales directas de EE.UU. en esa región se iniciaran simultáneamente con el derrumbe del dominio soviético...

El control de esa región... es considerado por el establishment del imperialismo yanqui como un elemento clave de su dominio mundial... Si a eso le agregamos que, simultáneamente, esa región concentra gran parte de las reservas energéticas del planeta, su dominación por parte de EE.UU. es cuestión de Estado, cualquiera sea el presidente, Bush (padre), Clinton, Bush (hijo) u Obama.” [5]

Sin cambiar nada de fondo, Obama trató de “dorar la píldora” de ese dominio colonial. Pero, como en todos los terrenos, sus “cambios” fueron de muy cortos alcances. No pasó mayormente de los discursos. Por ejemplo, la retórica “islamofóbica” de Bush, que hablaba lisa y llanamente de “cruzada” antiislámica, cedió el paso a los sermones a favor de la “democracia”.

Así, el 4 de junio de 2009, Obama, nada menos que desde El Cairo, dio un solemne y publicitado discurso dirigido a los pueblos de la región. Pero su retórica no tuvo ningún efecto práctico más allá de dar una mejor justificación a la “guerra contra el terrorismo”, que se extendió a Afganistán y a Yemen.

Las lágrimas de cocodrilo de Obama no produjeron ninguna mejora ni en la atroz situación del pueblo palestino ni en los regímenes brutales de las monarquías y repúblicas vasallas de Medio Oriente.

La gran sorpresa de enero

Las rebeliones de enero tomaron por sorpresa tanto a EEUU como a sus socios menores de la Unión Europea. La retórica “democrática” de Obama no fue obstáculo para que el reflejo inmediato del Departamento de Estado y las cancillerías fuese en Egipto tratar de garantizar la continuidad no sólo del régimen dictatorial sino también del mismo Mubarak... nada menos que como conductor de una “transición a la democracia”.

Obama y sus socios imperialistas, según reveló el New York Times, exigeron una “transición gradual”,[6] cuyo primer punto fue que Mubarak por ahora siguiese en su puesto. Y si dejase la presidencia, fuese reemplazado por el flamante “vicepresidente”... nombrado “a dedo” por el mismo Mubarak. Como sintetizó bien un diario español, “le dan respiración artificial al régimen de Hosni Mubarak”.[7]

Es decir, desde el primer momento, la política del imperialismo yanqui y sus secuaces europeos fue defender la continuidad esencial del régimen dictatorial y sus instituciones, aunque con algunas reformas de menor cuantía... cooptación de algunos opositores, elecciones amañadas, que el sucesor de Mubarak no sea su hijo, etc., etc.

Una nota particularmente escandalosa –pero que sintetiza con la mayor exactitud la política de EEUU y la UE– fue el envío por Obama de Frank G. Wisner a El Cairo como “mediador”. Resultó que Wisner, un ex embajador, trabaja simultáneamente para una gran firma de abogados de Nueva York y Washington que tiene como uno de sus principales clientes al gobierno del dictador egipcio. O sea, la Casa Blanca envió a “mediar” en Egipto a un empleado... de Mubarak.

Por eso, no extrañó a nadie que, al llegar a El Cairo, las primeras palabras de este singular “mediador” fuesen para decir que “la continuidad de Mubarak en el liderazgo político de Egipto es fundamental”.[8] ¡O sea, la “transición a la democracia” había que cocinarla –según el representante del Departamento de Estado– con Mubarak como chef principal!

Este enroque que hasta último momento Obama y sus acólitos de la Unión europea intentaron hacer alrededor de Mubarak, puede parecer estúpido... y en gran medida lo fue. Pero tenía sin embargo profundas razones. Y esas razones siguen vigentes.

El fracaso de esto les obligó a dar algunos pasos atrás. Hoy la política de EEUU y la UE obviamente ya no incluye por ejemplo la pretensión de que el dictador en persona dirija la “transición a la democracia”.

Pero estos pasos atrás fueron puramente tácticos. La línea general sigue siendo la misma: salvar todo lo posible del régimen de Mubarak y sus instituciones. ¡En primer lugar, la institución Nº 1: las fuerzas armadas!

Es que la caída de Mubarak por la vía de una rebelión y no una “jubilación” pactada a mediano plazo –como pretendía EEUU– es un triunfo inmenso por las masas egipcias y de todo el mundo árabe, hartas de miseria, y de reyes y dictadores títeres de EEUU, la UE e Israel, y que han comenzado a rebelarse también en Yemen, Libia, Bahrein y otros países. ¡Para millones, es el gran ejemplo de lo que se puede hacer ya!

Este enorme triunfo –como sucede siempre– alienta a las masas a ir más allá: a multiplicar sus demandas de pan, trabajo y libertades, que ni los capitalistas egipcios ni sus amos de EEUU, la UE e Israel pueden satisfacer.

Es por todos esos motivos que los imperialismos occidentales e Israel no quieren permitir que el fin del gobierno de Mubarak signifique simultáneamente el final del régimen autoritario, ni menos que esto se logre por una vía revolucionaria que signifique el descalabro del régimen y el estado egipcio.

Teniendo cuidado, por ahora, de ir a un choque frontal, el imperialismo apoya en Egipto una “transición a la democracia” que sea lo menos democrática posible, incluso medida en parámetros democrático-burgueses. Occidente bendice, por ejemplo, que sigan al frente del gobierno los generales que tienen las manos tintas en sangre por haber sido los ejecutores de las represiones dictatoriales. Esos militares son, simultáneamente, la cabeza de las pandillas de corruptos que asociados a los capitales imperialistas y egipcios impusieron el neoliberalismo salvaje, privatizaron todo, y generalizaron el hambre y el desempleo.

La “transición a la democracia” que apoyan EEUU-Israel y la UE habla de reformar la Constitución pero, hasta ahora, ni se habla de una Asamblea Constituyente, ni siquiera amañada desde arriba.

Pero el punto nodal de la continuidad del régimen –como ya dijimos– es mantener el poder de las fuerzas armadas, como centro las instituciones del estado.

A partir de allí, por supuesto el Departamento de Estado auspicia las negociaciones y la cooptación de opositores, desde la moderada Hermandad Musulmana hasta los cibernautas laicos... Son y serán imprescindibles para dar una pintura más democrática al Estado egipcio y su régimen. Pero, de lo que se trata es que, por debajo de esa pintura, el “núcleo duro” del estado siga tal cual.

3.- Egipto: los problemas estratégicos

“El levantamiento de Egipto es un evento de proporciones histórico-mundiales. Ha puesto al más grande e importante país del mundo árabe a un paso de una revolución” [9]

La rebelión egipcia ha puesto sobre la mesa un conjunto de problemas estratégicos. El primero de ellos es el de su impacto internacional. Siendo el país decisivo de Medio Oriente con sus 80 millones de habitantes, deja inciertas perspectivas para el imperialismo en una región de importancia global convulsionada por una irrupción de masas sin precedentes. Porque en los hechos lo que se ha abierto es un proceso regional que coloca a la orden del día el problema de la revolución en todo el mundo árabe.

El segundo, las perspectivas de la propia “revolución” egipcia: sus alcances, límites y desafíos para transformarse de rebelión “democrática” en revolución social llevando al poder a las masas populares encabezadas por la clase obrera. Es a este segundo aspecto al que nos dedicaremos aquí.

El rol bonapartista del ejército

Una de las “postales” más características de la rebelión egipcia ha sido el “entremezclamiento” de los tanques con la población movilizada. Fotos así no se veían, quizás, desde la Revolución Portuguesa de 1975, que acabó con la dictadura de Salazar.

Se puede decir que, en Egipto, las FFAA tienen un rol “especial” que viene desde hace 50 años con el golpe antimonárquico de Gamal Abdul Nasser. En los años 1940, un movimiento nacionalista de masas fue creciendo en Egipto. En julio de 1952 una rebelión de la oficialidad joven (el Grupo de los Oficiales Libres) tira abajo a la monarquía, echa del país a Inglaterra –que era quien la apañaba– y establece una República. Los tres presidentes que se sucedieron desde entonces fueron oficiales provenientes de las Fuerzas Armadas: Nasser, Sadat y Mubarak.

El ejército conserva, al parecer, un importante prestigio por su rol anticolonial y por las guerras llevadas adelante contra Israel más allá del resultado desfavorable de las mismas. En todas estas décadas, ese prestigio lo ha utilizado para ser el garante del capitalismo egipcio: lo más lejos que llegó fue a los rasgos antiimperialistas en el apogeo de Nasser, pero eso quedó allá lejos y hace tiempo.

Las FFAA se han erigido así por “encima” de la Nación, sus instituciones y clases sociales. Este rol es llamado en el marxismo, bonapartismo. Este papel bonapartista puede ser ejercido de dos maneras: como bonapartismo de “izquierda” (con más o menos roces y hasta enfrentamientos con el imperialismo y los sectores burgueses locales ligados a él), o como bonapartismo de derecha (en estrecha alianza con el imperialismo y sus socios locales).[10] Cuando se ejerce como bonapartismo de izquierda, va acompañado de medidas populistas, de cierta apertura al movimiento de masas, incluso llegando a facilitar la organización controlada del movimiento obrero. La base material de apoyo politico: más o menos amplias concesiones económico- sociales al movimiento de masas.[11]

Pero este rol de “arbitraje” también se puede cumplir hacia la derecha, reprimiendo duramente al movimiento de masas, obrero y la izquierda. No hay que olvidar que el bonapartismo burgués siempre termina siendo, repetimos, el garante del capitalismo. Esto se vivió en Egipto con el antecesor de Mubarak, Anwar el-Sadat, con su política económica neoliberal de “puertas abiertas” y su capitulación a EEUU e Israel con los acuerdos de Camp David. Mubarak llegó luego del asesinato de Sadat, en 1981, sólo para seguir esta misma senda: tirar al cesto de la basura el ideario nacionalista burgués y alinearse sin rubor a los EEUU e Israel, colaborando incluso en el aislamiento de la población palestina de Gaza.

No por casualidad, Joe Biden, vicepresidente de Obama, dijo lo siguiente: “Mubarak ha sido nuestro aliado en numerosas cuestiones. Y ha sido muy responsable respecto de nuestros intereses geopolíticos en la región, los esfuerzos de paz en Medio Oriente, las acciones que ha tomado para normalizar sus relaciones con Israel. No me referiré a él como un dictador”.[12]

Este rol bonapartista de las FFAA fue claramente preservado y ejercido en la crisis. Hoy son las Fuerzas Armadas las que han asumido directamente el poder. Durante los días de la rebelión ensayaron un movimiento a “izquierda” negándose a reprimir so pena de dividirse y estallar en mil pedazos. Hubo ejemplos muy concretos de confraternización de la tropa con la movilización popular. Esto contrastó con la odiada policía del régimen, la que se vio desbordada y fue obligada a dejar las calles.

Sin embargo, la realidad dista de ser “rosa”. Aunque el ejército hubiera querido disparar sus cañones sobre la multitud, la represión hubiera terminado en tal baño de sangre que sus perspectivas no hubieron sido menos que inciertas: habrían provocando, eventualmente, el salto de la rebelión en verdadera revolución configurando un salto al vacío.

El mayor peligro inmediato era que las mismas fuerzas armadas se dividieran y el intento de represión se transformase en un enfrentamiento armado entre sectores militares.

Fue más “económico”, entonces, obligar a renunciar a Mubarak. En todo caso, hay algo de nefasto en el rol ensayado por el ejército durante los días de la rebelión: al ser el garante en última instancia del capitalismo en Egipto, es un enemigo mortal del movimiento de masas, a pesar de sus oropeles “antiimperialistas”.

En esas condiciones, habría que llevar adelante un trabajo político en su seno apuntando a la división del sector plebeyo con la oficialidad y los altos mandos. Esta es la orientación clásica del marxismo revolucionario hacia el ejército. Sobre todo, cuando se trata de un ejército de este tipo donde su reclutamiento sigue basándose en la conscripción.

El llamado de diversas fuerzas políticas a “confiar” en las Fuerzas Armadas es uno de los más graves peligros: el más dramático en estos momentos donde la primera tarea planteada es, justamente, pregonar la desconfianza al mismo tiempo que apoyar las luchas obreras en curso. El mismo Obama, cuando hizo declaraciones tras la caída de Mubarak, salió a destacar “el sentido de responsabilidad del gran ejército egipcio”… Ya días antes su vocero Gibbs había remarcado que no existía “ninguna iniciativa en el sentido de retirar la ayuda” que por 1500 millones de dólares reciben anualmente las FFAA de parte de los EEUU.

A lo anterior se suma la estrecha relación de los altos mandos de las FFAA con la burguesía egipcia. Estos vínculos provienen de las nacionalizaciones de los años 50, seguidas de las reprivatizaciones a partir de mediados de la década del 70. Prácticamente toda la propiedad extranjera fue estatizada a mitad de siglo. Pero luego, una parte de ella, fue reprivatizada, dejando vínculos estrechísimos entre los hombres de armas y los de negocios.

¿Berlín 1989? ¿Irán 1979?

Respecto de los acontecimientos en Egipto se han echado a rodar una serie de analogías en los medios escritos. Pocos las han planteado a los efectos de hacer una honesta caracterización de los alcances de los acontecimientos y sus posibles tendencias.

Sectores “progresistas” estadounidenses tratan de asimilarlos a la caída del Muro de Berlín en 1989. La caída del estalinismo se inició como un movimiento popular desde abajo. Sin embargo, esta analogía no deja de ser interesada. Es que a nadie se puede escapar que, finalmente, el proceso fue canalizado hacia la derecha, dando lugar a la vuelta al capitalismo. Fue un desenlace reaccionario, que hundió de conjunto el nivel de vida de las masas en vez de dar una salida emancipadora.

En el caso egipcio, el signo de los acontecimientos es inequívocamente revolucionario. Los acontecimientos de 1989 sólo pueden valer como analogía formal de lo que se está viviendo en Egipto: una emergencia popular desde abajo. Pero por su contenido y dinámica no tienen nada que ver: de ninguna manera está planteado que vaya a una regresión reaccionaria del tipo de la ocurrida en los países detrás de la llamada “cortina de hierro”.

Por el contrario, lo que se está abriendo paso realmente es el proceso de la revolución de los explotados y oprimidos del mundo árabe. En todo caso, de la profundización del proceso en curso, de la maduración de las fuerzas sociales puestas en escena, del progreso en la emergencia independiente de la clase obrera, y de la apertura del espacio para el marxismo revolucionario, dependerá la progresión anticapitalista del mismo: que se quede en el terreno de la democracia burguesa –o tenga nuevos zarpazos reaccionarios– o que avance hacia una perspectiva socialista.

Respecto de las tendencias políticas probables de la revolución egipcia, viene otra analogía: la que pretende asimilar los acontecimientos con la Revolución Iraní de 1979. Brevemente, en Irán los acontecimientos fueron la emergencia de una verdadera revolución con un enorme peso inicial estudiantil y obrero independiente, con una amplia influencia del PC iraní (y en parte también del maoísmo entre la juventud de los mujaidines), y la construcción de todo tipo de organismos independientes obreros, estudiantiles y populares, amén de la destrucción del ejército del Sha.

Sin embargo, había una fuerza burguesa militante, con un fuerte aparato político-clerical –el aparato del clero shiita– y con gran peso en los sectores de masas ligados a las estructuras más arcaicas de la sociedad iraní. Esto llevó al triunfo al reaccionario movimiento islámico del Ayatollah Jomeini. De ahí que lecturas interesadas –salidas de las usinas del imperialismo yanqui– estén agitando el “cuco” que ahora, en Egipto, vendrían los islámicos “radicales” de la Hermandad Musulmana a capitalizar el proceso…

La religión en el proceso revolucionario: laicidad, Hermandad Musulmana y emergencia del marxismo

Por el contrario, si algo se ha destacado, tanto en Egipto como en otras rebeliones como la de Túnez, ha sido el carácter laico de estos procesos. Éste no es un tema menor: Medio Oriente venía siendo un “agujero negro”, donde la lucha de clases en las últimas décadas, después de la bancarrota política y hasta moral del nacionalsmo laico, ha estado frecuentemente revestida de banderas, contenidos y delimitaciones religiosas.

Un corresponsal en la Plaza Tahrir recogió el siguiente comentario: “Todas las personas aquí son del 25 de enero, todos son del 6 de abril, todos son un solo puño”.[13] Es que todos los informes señalan que musulmanes, cristianos coptos y ateos, mujeres con velo y sin él, combatieron hombro con hombro en la rebelión. Incluso las propias iglesias y mezquitas sirvieron de factores de organización donde se entremezclaban las personas sin que a nadie se le preguntara su religión.

El renonbrado economista egipcio Samir Amin destaca que en la rebelión emergió un rasgo característico del movimiento de masas egipcio que parecía “adormecido”: su politización. Es que se trata de un país con una enorme tradición de lucha, tradición que arraiga desde los comienzos mismos del siglo pasado si bien estuvo marcada mayormente por el nacionalismo burgués. En ese contexto, el rol de la Hermandad Musulmana estuvo claramente diluido.

La existencia de la Hermandad Musulmana es agitada como un “cuco” por el propio imperialismo para ser utilizado contra la rebelión. Por eso hay que destacar que, por el contrario, tuvo un rol prácticamente nulo a lo largo de la rebelión… Comenzó a participar más de una semana después de iniciarse las movilizaciones. Y su principal acción fue correr a reunirse y negociar con el régimen días antes de la caída de Mubarak.

Desde hace tiempo, la Hermanandad y Mubarak mantenían estrechas relaciones. Samir Amin hace un aguda semblanza de sus compromisos con el régimen dictatorial y el capitalismo egipcio:

“¿Podría decirse que Mubarak ha subcontratado la sociedad egipcia a los Hermanos Musulmanes. ¡Absolutamente! Les ha confiado tres instituciones fundamentales: la justicia, la educación y la televisión...

“Pero el régimen militar quiere conservar para sí mismo la dirección, reivindicada asimismo por los Hermanos Musulmanes (…) Lo esencial es que todos aceptan el capitalismo tal cual es. Los Hermanos Musulmanes jamás han pensado seriamente en cambiar las cosas. Por lo demás, durante las grandes huelgas obreras de 2007-2008, sus parlamentarios votaron con el gobierno contra los huelguistas. Frente a las luchas de los campesinos expulsados de sus tierras por los grandes propietarios rentistas, los Hermanos Musulmanes toman partido contra el movimiento campesino. Para ellos, la propiedad privada, la libre empresa y el beneficio son cosas sagrados.”[14]

El desteñido rol de la Hermandad durante la rebelión, el carácter profundamente laico de la misma, la emergencia de las luchas juveniles y, sobre todo, de la clase obrera, ha dejado planteada una posibilidad de incalculables consecuencias: reabrir después de décadas y décadas, el terreno para la emergencia del marxismo revolucionario en la región. Esta es una tarea que debería ser encarada colectivamente por las fuerzas más sanas del trotskismo mundial.

El hecho es que más allá del carácter más o menos religioso de amplias porciones de la población (musulmanes y cristianos coptos), el proceso como tal fue absolutamente laico. O, en todo caso, “interreligioso”, mostrando la emergencia de un “campo” ideológico y político más “despejado” para las corrientes laicas e incluso de la izquierda revolucionaria. La realidad es que en Egipto no parece haber terreno para un brutal giro ideológico conservador como el acontecido en Irán treinta años atrás.

En todo caso, visto el proceso de maduración de conjunto de la lucha de clases a nivel internacional, nos parece que la experiencia egipcia expresa una suma –y no sólo una mera “suma”, sino un salto en calidad– en la acumulación de experiencias que van desde las rebeliones populares latinoamericanas, hasta la rebelión en Grecia, pasando por el incipiente proceso de luchas obreras en Europa, y la emergencia de la clase obrera china todavía por reivindicaciones mayormente económicas o de sindicalización.

En resumen: el proceso revolucionario en Egipto, y la mecha de revolución que significa para todo el Medio Oriente, ha teñido de rojo una importantísima región del mundo: la situación mundial en su conjunto ha quedado más a la izquierda que antes del 25 de enero.

De la rebelión a la revolución, o cómo definir los acontecimientos

Para comenzar a responder a este interrogante, reproduzcamos lo que dice una agudo analista de los acontecimientos: “La cuestión que continúa ocupando a muchos observadores de las políticas del Medio Oriente es: ¿cómo pudo una población reducida a la apatía política lograr semejante sísmica y organizada movilización? ¿Cómo un país que sólo un mes atrás estaba siendo puesto cabeza abajo por una escalada de enfrentamientos sectarios interreligiosos, pudo unirse para crear uno de los más grandes terremotos de nuestro tiempo en el mundo árabe? Alejandría, donde sólo un mes atrás un muy bien preparado coche-bomba mató 23 cristianos, ha sido la anfitriona de demostraciones en las cuales coptos[15] y musulmanes rezaron conjuntamente, y las iglesias, junto con las mezquitas, sirvieron como centros de congregación de los manifestantes. Con millones en las calles, ninguna iglesia fue atacada, ni un incidente sectario reportado. Todo esto a pesar de que el Papa copto, Shenouda III, anunció su inequívoco apoyo a Mubarak el primer día de la movilización”.[16]

En fin, no deja de ser de enorme interés el problema de la caracterización del proceso de la lucha contra Mubarak. El hecho cierto es que no hay actor u observador en el terreno mismo del El Cairo, la Plaza Tahrir, Suez o Alejandría que no llame –hasta cierto punto con todo derecho– como “revolución” al levantamiento de las últimas semanas. Esto no puede dejar de tener que ver con las características del acontecimiento mismo.

Tomemos el ejemplo de Latinoamérica. En la última década hemos vivido un ciclo de rebeliones populares marcado por jornadas revolucionarias. Sin embargo, no recordamos que sus protagonistas llegaran a definirlas como “revolución”. Está claro que se trató de acontecimientos históricos como el “Octubre boliviano”, el “Argentinazo” o las jornadas antigolpistas de abril de 2002 y la lucha contra el parosabotaje de diciembre 2002- enero 2003 en Venezuela. Pero salvo por razones meramente propagandísticas, sólo una minoría llegó a llamar a estos acontecimientos “revoluciones”.

En Egipto quizás haya una explicación de importancia para esta diferencia: el contraste. ¿A qué nos queremos referir con esto? Al hecho que en Latinoamérica las rebeliones explotaron contra regímenes neoliberales pero de democracia burguesa, cualitativamente menos represivos. En Argentina, sobre una población de 40 millones, hubieron “solamente” 30 compañeros asesinados; en Egipto, con una población del doble, sus muertos fueron al menos cinco veces mayores!

Pero el hecho es que en Egipto lo que las masas salieron a enfrentar, fue una dictadura feroz, sanguinaria, capaz –como relatamos más arriba– de sacar un joven bloguero de un cybercafé y matarlo a golpes a plena luz del día. Una dictadura que hasta pocas semanas atrás parecía incólume, aunque ya se habían encendido ciertas voces de alerta.[17]

Ese contraste brutal entre el día antes y el día después del desencadenamiento de la inmensa movilización popular, es el que puede haber puesto en la boca de todos sus actores la palabra “revolución”, expresando uno de los rasgos más característicos de toda autentica revolución: la entrada en la escena de las amplias masas que toman en sus manos sus propios destinos. Este es el inequívoco signo revolucionario de los acontecimientos en curso en Egipto.

Hay más. Los enfrentamientos entre las masas movilizadas y las fuerzas represivas fueron más duros que los vividos en Latinoamérica (a excepción hecha, quizás, del caso Bolivia, donde el propio ejército entró a El Alto en octubre del 2003 y fue enfrentado con barricadas. Allí los muertos fueron 80 para una población que no llega a los diez millones).

En la Plaza Tahrir hubo enfrentamientos campales más enconados que los verificados en la Plaza de Mayo el 19 y 20 de diciembre del 2001. Los choques fueron con la policía y las bandas armadas por el régimen aunque no con el ejército, que se mantuvo astutamente al margen.

La misma Plaza Tahrir –definida por algunos como “la comuna anarquista de Tahrir”– expresó elementos de organización independiente: sus ocupantes llegaron a hablar de ella como de un “gobierno paralelo” a cargo de coordinar el movimiento día y noche: “nosotros creamos un ‘gobierno paralelo’, tenemos ‘consejeros’, ‘ministros’, hasta nuestra ‘policía’”.[18]

En los barrios populares, de la misma manera que vivimos en las rebeliones latinoamericanas, se armaron rondas de seguridad por parte de los vecinos ante la virtual desaparición de la odiada policía. Sin embargo, que sepamos, no se ha dado lugar –al menos no todavía– a la conformación de organismos sistemáticos de autodefensa.

Emergieron también toda una serie de movimientos independientes: los más conocidos son los de la juventud, como el “Movimiento 6 de abril” y que cumplió un papel de primer orden en la Plaza.

Pero sobre todo, hay un rasgo distintivo que apunta a caracterizar al proceso en Egipto por encima del inicio del ciclo latinoamericano: el ingreso a escena de la clase obrera. Este es un rasgo de enorme importancia: el proceso revolucionario inicia con un peso cualitativamente mayor de una clase obrera que viene en ascenso desde el año 2004. Muchos analistas opinan que lo que terminó inclinando la balanza fue justamente la huelga de brazos caídos de los trabajadores del Canal de Suez que dejaron de operarlo a partir del 8 de febrero.

Todos los elementos anteriores inclinarían la balanza para el lado de la caracterización del proceso como “revolución”, y uno no menor es la simultaneidad y alcance regional del proceso. Sin embargo, hay un elemento de mucho peso que si es desconsiderado puede desarmar frente a las tareas estratégicas que tiene planteado el levantamiento popular en Egipto: el problema de las Fuerzas Armadas.

¿Por qué? Por el hecho que el Estado burgués, a través del ejército, conservó, incólume, el monopolio de la fuerza.

No se trata que se le deba dar connotación de “revolución” solamente a aquéllas que cuestionen abiertamente el sistema: eso sería completamente sectario. En 1979 el sistema capitalista no fue abiertamente cuestionado en Nicaragua pero se trató de una revolución con todas las letras porque llevó a la quiebra y destrucción del ejército de Somoza.

Otras revoluciones tuvieron la misma consecuencia, insistimos, independientemente que no llegaran a expropiar a la burguesía. Por sólo nombrar algunas en la segunda mitad del siglo XX, podemos hablar de la boliviana en 1952 y la misma de Irán en 1979. En ambas, la quiebra del ejército fue el elemento inequívoco de estas revoluciones.

Otro elemento inequívoco es la construcción de organismos de doble poder. Fue también el caso de las dos revoluciones anteriormente nombradas (aunque no de la nicaragüense). En Bolivia, a sólo días de triunfar la revolución que desarticuló el ejército (al que hicieron desfilar en calzoncillos), se funda la Central Obrera Boliviana, que en su apogeo fue mucho más que un mero “sindicato”: hizo las veces de organismo de poder. En Irán, el peso tan inmenso de la intervención de la clase obrera, dio lugar al surgimiento de los shoras, verdaderos consejos obreros que llegaron a organizar no solamente los lugares de trabajo, sino el abastecimiento de las localidades.

Sin embargo, el problema que persiste, es que hasta el momento, que sepamos, en Egipto, experiencias como éstas no han logrado todavía “cristalizar” organizativamente, y mucho menos centralizarse de manera consecuente.

En definitiva, y más allá de que este último aspecto tampoco debe ser tomado como norma absoluta, hay un hecho muy preocupante: el ejército egipcio no sólo no ha sido desbandado, sino que ni siquiera ha quedado en un rol de segundo orden.

Por el contrario sigue siendo –y más que nunca, si se quiere– la principal institución del régimen político. Esto es un peligro mortal para el proceso revolucionario. La posición en que salen las fuerzas armadas pone incluso entre signos de interrogación en qué medida podría emerger siquiera una democracia burguesa “consecuente” en estas condiciones.

En todo caso, un atributo clásico de una revolución sigue siendo la quiebra del estado burgués, y esta es una tarea que sigue estando por delante para el proceso revolucionario egipcio.

La revolución debe golpear dos veces

Precisar los alcances y límites del levantamiento popular egipcio no tiene porqué dar lugar a lecturas sectarias de los acontecimientos. El extraordinario proceso revolucionario que se está viviendo en ese país es un acontecimiento de magnitud histórica, llamado a tener las más amplias consecuencias en la región y el mundo también.

Pero como señalara Lenin, las revoluciones sociales están llamadas a golpear dos veces. La caída de Mubarak debe servir cual toque de rebato para preparar la segunda revolución: la que derribe al régimen capitalista egipcio, abriendo las puertas a una salida socialista, obrera, campesina y popular no sólo en ese país sino en todo el Medio Oriente.


[1] Saba Mahmood, Los arquitectos del levantamiento egipcio y los desafios por delante. En www.jadaliyya.com, 14 de febrero 2011..

[2] Frederick Bowie, Revolucion 2.0, fase dos. En Le Monde Diplomatique, 15 de febrero 2011.

[3] Éste es un factor distintivo de la rebelión egipcia como lo fue también en Túnez donde existe una federación sindical semi-independiente llamada UGTT (Unión General de Trabajadores de Túnez) y en el cual tres años atrás se desarrolló una experiencia con rasgos de Comuna en la cuenca minera Redeyef, Gafsa.

[4] http://encuentrosindical.org/?p=3003

[5] Roberto Ramírez, “Obama, ¿el Roosevelt que no fue?”, Socialismo o Barbarie, revista, Nº 23/24, diciembre 2009, pág. 73 y ss.

[6] Kareem Fahim, Mark Landler and Anthony Shadid, “West Backs Gradual Egyptian Transition”, New York Times, February 5, 2011.

[7] Oscar Abou–Kassem, “EEUU da respiración asistida al régimen de Hosni Mubarak – El enviado de Obama para mediar en la crisis dice que el dictador debe seguir en el cargo para hacer posible la transición”, Público.es, Madrid, 06/02/11.

[8] Robert Fisk, “El enviado de Obama dice que ‘la continuidad de Mubarak en el liderazgo político de Egipto es fundamental’”, The Independent, 07/02/11 y Kareem Fahim, Mark Landler and Anthony Shadid, “West Backs Gradual Egyptian Transition”, New York Times, February 5, 2011.

[9] Callinicos, Socialist Worker Nº 2237.

[10] Estas ubicaciones no son “estáticas”. Tanto en Medio Oriente como en el resto de la periferia, estos regímenes han pasado generalmente de uno a otro polo. El caso de Egipto es un ejemplo clásico de ese ciclo. Asimismo, que en mayor o menor medida tengan roces con el imperialismo, tampoco implica automáticamente que hagan grandes concesiones a la clase obrera ni que adopten políticas democráticas progresivas. El régimen de Nasser, que se proclamaba además “socialista”, fue salvajemente represivo hacia toda expresión independiente de la izquierda y la clase trabajadora. El actual régimen teocrático de Irán, que también tiene roces con el imperialismo, es aun peor que el de Nasser: a la represión contra la izquierda y el movimiento obrero le añade el escandaloso status de la mujer, sujeta a normas bárbaras de desigualdad y opresión.

[11] Atención, porque también puede reprimir, y duramente, las luchas obreras para impedir su independencia: ahí está el caso del ahorcamiento de dirigentes de obreros en huelga por el propio Nasser al comienzo mismo de su “revolución”.

[12] Citado por Alex Callinicos en Socialist Worker Nº 2237.

[13] Informe de Luís Gustavo Porfirio, corresponsal del PSTU, 11 de febrero del 2011.

[14] Entrevista a Samir Amin, en www.sinpermiso.info.

[15] Cristiano de Egipto. En su mayoría son eutiquianos, seguidores de Eutiques, heresiarca del siglo V, que no admitía en Jesucristo sino una sola naturaleza, pero hay también católicos con su rito especial.

[16] Saba Mahmood, Los arquitectos del levantamiento egipcio y los desafíos por delante. En www.jadaliyya.com, 14 de febrero de 2011.

[17] Ahmed Shawki, de origen egipcio y dirigente de la International Socialist Organization de los EEUU (el grupo trotskista hoy más grande en ese país), señaló, muy honestamente, que incluso habiendo estado en Egipto en enero pasado, los acontecimientos desencadenados apenas días después de su retorno a Estados Unidos lo “sorprendieron”.

[18] Esto lo informa Luis Gustavo Porfirio, corresponsal enviado por el PSTU de Brasil.