Medio Oriente,
la rebelión no cesa

Bahréin, la pesadilla máxima de la Casa de Saud

El terror de los gobiernos del Golfo a la democracia

Por Pepe Escobar (*)
Asia Times, 25/02/11
Tlaxcala, 27/02/11
Traducido por Germán Leyens

Un fantasma recorre el Golfo Pérsico: la democracia

Este martes, por lo menos el 20% de la población de Bahréin se congregó en la rotonda Lulu (Perla) en Manama en la mayor manifestación contra la monarquía feudal íntimamente relacionada con la gran revuelta árabe de 2011. Toda una muestra representativa de la sociedad bahreiní –maestros, abogados, ingenieros, sus esposas e hijos– se desplegó en una amplia columna ininterrumpida de rojo y blanco, los colores de la bandera nacional.

Este miércoles, hubo motivos para creer que la revuelta llegaba finalmente al santo grial, es decir la Casa de Saud, cuando 100 jóvenes aparecieron en las calles de Hafar al–Batin, en el noreste de Arabia Saudí, pidiendo el fin de la monarquía feudal empapada en petróleo. Lo extraordinario es que haya sucedido mientras el “custodio de las dos mezquitas sagradas” el rey saudí Abdullah, de 85 años, volvía a casa tres meses después de su operación en EE.UU. y su convalecencia en Marruecos –en medio de masiva propaganda del régimen, completada con toques orientalistas mientras hombres en túnicas blancas realizaban tradicionales danzas beduinas de la espada sobre alfombras especiales.

Para la Casa de Saud, la revuelta es la pesadilla máxima: como ya sabe todo el mundo, el ínfimo Bahréin de mayoría chií limita con las partes productoras de petróleo de Arabia Saudí, de gran mayoría chií. Por lo tanto no sorprende que el rey Abdullah apenas ha puesto el pie sobre sus alfombras ha realizdo una acción preventiva para aplastar toda posible actividad ansiosa de democracia mediante un programa de 35.000 millones de dólares que incluye un año de prestaciones de desempleo para jóvenes desocupados, agregados a un fondo de desarrollo nacional que ayuda a la gente a comprar casas, establecer negocios y casarse.

En teoría Arabia Saudí ha prometido por lo menos 400.000 millones de dólares hasta finales 2014 para mejorar la educación, la atención sanitaria y la infraestructura. El economista jefe del Banq Saudi Fransi, John Sfakianakis, lo describió con el eufemismo: “el rey trata de crear un mejor efecto de filtración de la riqueza en la forma de prestaciones sociales”.

Invariablemente los eufemismos terminan en la política; no hay ninguna señal de que el rey vaya a invertir en las aspiraciones políticas de sus súbditos –como los partidos políticos y sindicatos– y las protestas todavía están totalmente prohibidas. Y no hay evidencia de que se muestre inclinado a encarar los inmensos problemas sociales –desde la represión gubernamental a la intolerancia religiosa– que lo han obligado a anunciar esta multimillonaria estratagema del “filtrado”.

¿Y quién estuvo presente para saludar al rey Abdullah y discutir el código de la “crisis” para la Gran Revuelta Árabe de 2011? Correcto –su vecino el monarca feudal suní, el rey Hamad al–Khalifa de Bahréin.

Matándolos suavemente con nuestra canción

La narrativa urdida en el Disneyworld occidental de que el rey Hamad “favorece la reforma”, que se interesa por “el progreso de la democracia” y por “la preservación de la estabilidad”, fue totalmente desbaratada cuando su ejército mercenario disparó munición de guerra con cañones antiaéreos desde transportes de blindados de tropas contra manifestantes que llevaban flores, o helicópteros Bell estadounidenses que perseguían a la gente y le disparaban.

Un mensaje en Twitter de la periodista Bahréiní Amira al–Husseini lo resumió todo: “Amo Bahréin. Soy Bahréiní. Mi sangre es Bahréiní, y hoy vi cómo mi país moría en los ojos de sus hijos”.

La rebelión chií contra la dinastía al–Khalifa de más de 200 años, invasores procedentes del continente, por cierto, se ha estado desarrollando durante décadas, e incluye cientos de prisioneros políticos torturados en cuatro prisiones dentro y alrededor de Manama por “consejeros” jordanos y un régimen cuyo ejército está compuesto en su mayoría por soldados punjabíes y baluchis paquistaníes.

Tardó bastante, pero por fin un llamado telefónico estratégico desde Washington garantizó que los al–Khalifa por lo menos hicieran que la matanza fuera realizada con un poco más de sentido común.

El historial de cómo se ha adaptado la política exterior de EE.UU. ágilmente a la gran revuelta árabe de 2011 deja algunas lecciones. El presidente depuesto de Egipto Hosni Mubarak y el rey Hamad de Bahréin son “moderados” y ciertamente no “malévolos”; después de todo fueron y son, respectivamente, pilares de “estabilidad” en MENA (Medio Oriente–Norte de África).

Por otra parte Muamar Gadafi de Libia y Bashar al–Assad de Siria son verdaderamente malos, porque no se someten a los dictados de Washington. La escala moral que condiciona la reacción de EE.UU. está directamente determinada por el grado en el cual el dictador/monarca feudal en cuestión es un sátrapa estadounidense.

Esto explica la inmediata revulsión estadounidense (del Departamento de Estado, y recién este miércoles del propio presidente Barack Obama) ante el bombardeo de su propio pueblo por Gadafi, mientras los medios corporativos y numerosos analistas de los think tanks se apresuran a ver quién encuentra los adjetivos más estudiados para crucificar a este último. No hay nada mejor que denunciar a un dictador que no se ajusta al modelo de lacayo de Washington.

Mientras tanto, al otro lado de MENA, apenas hubo una mirada cuando el aparato represor de Hamad –importado en parte de Arabia Saudí– mató a sus propios ciudadanos en la rotonda Perla. Bueno, el terrorista rehabilitado Gadafi ha sido siempre un lunático, mientras a Bahréin se le aplica otro mantra: Bahréin es un “estrecho aliado” de EE.UU., “una nación pequeña pero valiosa desde el punto de vista estratégico”, base de la Quinta Flota, esencial para asegurar el flujo de petróleo por el Estrecho de Ormuz, un bastión contra Irán, etc.

En todo caso, incluso después de la masacre, Jeque Ali Salman, líder del mayor partido opositor chií al–Wefaq, así como Ebrahim Sharif, líder del partido secular Wa'ad, y Mohammed Mahfood de la Sociedad de Acción Islámica, han acordado reunirse con el príncipe heredero Salman bin Hamad al–Khalifa para un diálogo propuesto por la monarquía.

Husain Abdullah, director de Estadounidenses por la Democracia y los Derechos Humanos en Bahréin, no está convencido: “No estoy seguro de que la propia familia gobernante sea seria con respecto a algún diálogo serio porque cuando se mira la televisión de Bahréin, no se ve otra cosa que ataques sectarios contra los que permanecen en la plaza–rotonda Lulu”.

Según Abdullah, lo que sucede en realidad es que “cada vez más gente llama abiertamente a que se derribe el régimen, mediante medios pacíficos, y que Bahréin sea gobernado por el pueblo. Además, hay un llamado serio a la desobediencia civil total (no parcial, como es actualmente) en el país para obligar a la familia gobernante a abandonar el país tal como ocurrió en Túnez y Egipto”. No es sorprendente que la Casa de Saud esté asustada.

El levantamiento del 70% chií de Bahréin, más bastantes suníes –el mantra de la protesta es “ni chiíes, ni suníes, sólo Bahréiníes”– comenzó como un movimiento por los derechos civiles. Pero más vale que el príncipe heredero cumpla rápidamente, de otra manera se convertirá en una revolución hecha y derecha. Por el momento hay mucha retórica sobre “estabilidad”, “seguridad”, “cohesión nacional” y nada sobre una reforma electoral y constitucional seria.

Hay motivos para creer que Salman –siguiendo los consejos saudíes– pueda estar tratando de actuar como Mubarak y hacer promesas vagas para un futuro distante. Todos sabemos cómo terminó en la Plaza Tahrir.

Los manifestantes comenzaron a pedir un primer ministro elegido, una monarquía constitucional, y un fin a la discriminación contra los chiíes. Ahora Matar Ibrahim, uno de los 18 miembros chiíes el parlamento, dice que la brecha entre los manifestantes en la rotonda Perla y la oposición política oficial que habla con el príncipe heredero se ha convertido en un abismo. El máximo grito unificador en la rotonda Perla es “¡Abajo, abajo Khalifa!”

Miles de trabajadores en la inmensa planta de aluminio Alba ya se han asegurado de que un movimiento industrial y sindical muy poderoso respalde a los manifestantes de mayoría chií. El jefe del sindicato de Alba, Ali Bin Ali –suní– ya ha advertido de que podrían declararse en huelga en cualquier momento.

Queremos nuestros derechos sociales

Si tuviera lugar un cambio de régimen pacífico, democrático, en Bahréin, los mega–perdedores serían Arabia Saudí y EE.UU.

Bahréin es un caso clásico del imperio de bases de EE.UU. en colusión con una repugnante monarquía/dictadura feudal. Naturalmente el Estado Mayor Conjunto de EE.UU. prefiere el “orden y estabilidad” dictados por una dictadura, así como la antigua potencia colonial Gran Bretaña: las masacres de civiles en Bahréin –y Libia– han sido perepetradas por la academia militar Sandhurst y sistemas de British Aerospace.

El rey Hamad se graduó de la Escuela de Comando y Personal General del Ejército de EE.UU. en Fort Leavenworth, Kansas, y “tiene un papel dirigente en la dirección de la política de seguridad de Bahréin”, según un cable filtrado por WikiLeaks. Fue ministro de Defensa de 1971 a 1988 y es un gran entusiasta del armamento pesado estadounidense.

Por su parte el príncipe heredero “muy occidental en su actitud”, es graduado de una escuela del Departamento de Defensa en Bahréin y en la Universidad estadounidense de Washington. Traducción: dos vasallos con mentalidad del Pentágono están a cargo de hacer reformas democráticas en Bahréin.

El centro bancario internacional de Bahréin –con un producto interno bruto per cápita de un poco menos de 20.000 dólares– también está muy arriba, junto con Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, en la escala de oligarquías acaudaladas basadas en el trabajo esclavo, el proverbial gran pool de trabajadores migrantes que suministra mano de obra barata”. Ha gastado una fortuna promocionándose como “Bahréin, amigo de los negocios”. La semana pasada sonó más bien como “Bahréin, amigo de las balas”.

La gran revuelta árabe de 2011, con razones específicas en cada país, definitivamente no tiene que ver con religión (como han afirmado Mubarak, Gadafi y Hamad), sino esencialmente con la inquietud de la clase trabajadora provocada por la crisis global del capitalismo.

El choque de civilizaciones, el fin de la historia, la islamofobia y otros conceptos están muertos y enterrados. La gente quiere sus derechos sociales y navegar por las aguas de la democracia política y la democracia social. En este sentido la calle árabe es ahora la vanguardia de todo el mundo. Si los al–Khalifa no lo comprenden, van a caer.


(*) Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Su último libro es “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.


"Ni chiítas ni sunnitas, sólo bahreinitas"

Lo de Bahréin

Por Juan Gelman
Bitácora, 25/02/11

Pasa algo desapercibida en los medios la situación imperante en este reino de 33 islas, 1,2 millón de habitantes y menos de 700 kilómetros cuadrados. No para la Casa Blanca: Bahréin tiene petróleo y está ubicado en un punto estratégico del superestratégico Golfo Pérsico. En el 2002 fue designado "un aliado no miembro de la OTAN muy importante", en marzo del 2008 se convirtió en el primer país árabe que comandó maniobras navales conjuntas con EE.UU., en diciembre del 2008 envió a Afganistán una compañía de sus fuerzas especiales de seguridad y es calificado "líder del Consejo Coordinador del Golfo", según cables de la embajada estadounidense en Manama filtrados por Wikileaks (www.washingtonpost.com, 22–2–11). Tiene buenas notas en las libretas del Pentágono.

Hace 40 años que el primer ministro Khalifa bin Salman al Khalifa, con las bendiciones de su tío, el rey, ejerce un poder despótico sobre el país. La familia Al Khalifa es otra de las autocracias que cuentan con el apoyo de EE.UU. en la región. El lunes 14 de febrero fue el "Día de la Furia" local contra un régimen que practica la marginalización, el sectarismo y la represión indiscriminada. La manifestación era pacífica, pero la policía disparó con fuego real. Hubo muertos y heridos, y miles ocuparon la plaza central de Manama. En la madrugada del jueves, mientras dormían, fueron atacados con bastones, gas lacrimógeno y pistolas: cinco muertos y más de 2000 heridos (www.asiatimes.com, 20–2–11). No todos pudieron acudir al Hospital Salmaniya: la policía impidió el paso de las ambulancias, sacó a los paramédicos de los vehículos y los golpeó brutalmente.

Es un ejercicio conocido en Bahréin. El año pasado fueron detenidos 450 líderes religiosos, figuras de la oposición y activistas de los derechos humanos que demandaban el fin de las torturas infligidas a los presos políticos: la mitad fue acusada de intentar un golpe de Estado y 25 personas, de "relacionarse con organizaciones extranjeras y proporcionarles información falsa sobre el reino". Denunciaron que los torturaron antes de someterlos a juicio y los examinaron médicos del gobierno que concluyeron que las heridas, cortes, quemaduras y huellas de fuertes golpes en los cuerpos de los detenidos no eran el resultado de la tortura. Bahréin tiene un sistema médico avanzado, pero ni un solo médico que reconozca esas trazas.

Sólo unos 530.000 habitantes son nacionales y un 70 por ciento de éstos, chiítas, pero la dinastía reinante desde hace dos siglos es sunnita. Esto da pie a una discriminación espesa: los primeros constituyen el 80 por ciento de la fuerza de trabajo, pero ninguno de ellos labora en la administración pública. Más de dos tercios de los mil agentes del aparato de seguridad nacional son de origen jordano, egipcio, paquistaní y el resto, sobre todo sunnitas. Es jordano el "maestro" en materia de torturas. En el informe mundial de Human Rights Watch presentado este año se reitera que continúan los tormentos infligidos a opositores políticos y la violación de niños en cárceles y puestos policiales (www.hrw.org, 24111). Pero el Pentágono instaló dos baterías antimisiles en Bahréin, un radar costero, aviones de combate en la base Isa y 2500 marines en Manana. No es cuestión de despreciar: Irán está cerca.

La Casa Blanca sigue con preocupación y en particular la situación en Bahréin. Con los ejemplos de Túnez y Egipto a la vista, el presidente Obama, la secretaria de Estado, Hillary Clinton; el jefe del Pentágono, Robert Gates; y el asesor de seguridad nacional Thomas Donildon llamaron incesantemente al rey y a otros miembros de la familia real –también a dirigentes de los países del Golfo– para instarlos a no reprimir y a negociar con la oposición algunas reformas políticas (www.washingtonpost.com, 19–2–11). Washington teme que el peso numérico de los tan excluidos chiítas dé cobijo a aventuras de al Qaida y al parecer no comprende algo muy sencillo: la mejor vacuna contra el terrorismo no es la intervención militar, sino la democratización de estos países.

Algo hay que reconocerle, sin embargo: su largo sostén a dictadores árabes de todo pelaje ha contribuido a sembrar las semillas de protestas populares espontáneas, no organizadas por partido alguno y laicas, que demandan trabajo, un alto a la pobreza, mejoras sociales y democracia. La familia real construyó una farsa en este campo: los diputados surgen de elecciones –controladas–, pero el Consejo Shura o Senado puede rechazar cualquier ley aprobada por la Cámara baja. Y no hay sorpresas: el rey elige a los miembros del Shura.

Los manifestantes cantaban en la plaza "Ni chiítas ni sunnitas, sólo Bahréinitas". Esta suerte de nuevo panarabismo rechaza las guerras de religión entre connacionales.