Libia

Occidente ha apoyado a cada uno de los dictadores árabes derrocados

La complicidad de Occidente

Por Roger Cohen
New York Times, March 7, 2011

La Nación. 09/03/11
Traducción de Mirta Rosenberg

Londres.– Hay un video de la doctora Alia Brahimi, de la London School of Economics (LSE), en la que se la ve recibiendo al coronel Muammar Khadafy en esa escuela hace tres meses, llamándolo "hermano líder" y obsequiándole una gorra de la institución –una tradición que, según ella misma aclara, se inició con la entrega de una de esas gorras a Nelson Mandela–.

Podría ser posible hundirse aún más profundo, pero en este momento no se me ocurre cómo.

Sir Howard Davies, el director de la LSE, tuvo la dignidad de renunciar debido a los vínculos financieros de la escuela con Khadafy y a sus propios errores de juicio. Ojalá lo de la LSE fuera un caso aislado? La "primavera árabe" es también un "invierno occidental".

Me alegra que Estados Unidos y Europa hayan respaldado el despertar que ha ido desde Bahrein hasta Libia. Pero escuché hasta ahora suficiente cantidad de autocríticas.

En el Congreso norteamericano y en todas las legislaturas occidentales deberían celebrarse sesiones dedicadas a estas preguntas: ¿cómo apoyamos, usamos y estimulamos la brutalidad de los dictadores árabes durante tantos años? ¿En qué medida ese cínico patrocinio de los déspotas fomentó la furia yihadista que las sociedades occidentales han procurado refrenar?

Occidente sabe desde hace mucho tiempo lo que gente como Khadafy y Hosni Mubarak, de Egipto, es capaz de hacer. Hisham Matar, el aclamado novelista libio, tiene una nueva novela titulada “Anatomía de una desaparición”.

Su padre, Jaballa Matar, desapareció en 1990, secuestrado de su departamento de El Cairo por agentes de seguridad egipcios que lo entregaron a Libia.

Durante más de una década, no ha habido rastros de este hombre culto, un ex diplomático que fue visto por última vez en la infame prisión Abu Salim, en Trípoli. Su crimen fue creer en la democracia y la libertad.

Ahí tienen el eje Trípoli–El Cairo. Eran útiles Mubarak y Khadafy para conseguir información de inteligencia y entregar a sospechosos de “terrorismo”. Para lograr una fría paz con Israel, en el caso de los egipcios; para conseguir petróleo y gas, en el caso de Libia. También eran asesinos.

Desaparecer es un verbo transitivo para los dictadores. Eso es lo que les hacen a los enemigos, los desaparecen de noche para un interrogatorio sin nombre que se torna eterno.

Ninguna ley rige el destino de estos cautivos. Se “desvanecen” y los arrojan en fosas comunes. En junio de 1996, Khadafy masacró a más de 1000 prisioneros políticos en Abu Salim. ¿Estaba entre ellos Jaballa Matar?

Es importante tener nombres. Los cráneos enterrados en la arena fueron alguna vez seres sensibles que gritaron para pedir justicia.

Todo el mundo occidental ha sido cómplice en el dolor de Hisham Matar, cuya primera novela, “En el país de los hombres” (“In the Country of Men”), fue finalista del premio Man Booker. Occidente ha apoyado a cada uno de los dictadores árabes derrocados por la gente a la que despojaron de derechos y hasta de la vida misma.

Matar dijo a The New Yorker que éste era "un momento apropiado para que los norteamericanos reflexionaran y se preguntaran por qué durante tres décadas permitieron que sus dirigentes electos apoyaran una dictadura tan despiadada como la de Mubarak". Para preguntarse, por ejemplo, cuáles son las razones que instaron al actual vicepresidente de Estados Unidos a decir, en una fecha tan reciente como el 27 de enero, que Mubarak "no es un dictador".

Hay muchas razones por las que me opongo a una intervención en Libia: la amarga experiencia que tuvimos en Irak; la importancia que reviste el hecho de que estos movimientos árabes de liberación sean autóctonos; la facilidad con que se desembarca en otro país y la dificultad con la que se sale de él; las acusaciones de que la explotación occidental del petróleo envenena el territorio; el hecho de que dos guerras occidentales en países musulmanes deberían ser más que suficientes.

Pero la razón más profunda es la bancarrota moral de Occidente con respecto al mundo árabe.

Los árabes no necesitan soldados norteamericanos ni europeos para buscar la libertad que Estados Unidos y la Unión Europea les negaron. Khadafy puede ser derrotado sin una intervención militar de Occidente. No puede ganar: algún funcionario acabará por dejarlo muy en claro.

Timothy Garton Ash, en su libro “Los hechos son subversivos”, cita al poeta polaco Czeslaw Milosz, que escribió: "No te sientas a salvo. El poeta recuerda. Si lo matas, otro nacerá. Las acciones y las palabras quedarán registradas".

Sí, el poeta recuerda, y las acciones de Khadafy quedarán registradas. Algún día sabremos qué le ocurrió a Jaballa Matar.

Acabo de ver el potente film de Al–Daradji, “Hijo de Babilonia”, en el que una mujer kurda iraquí busca en vano a su hijo, desaparecido por Saddam Hussein, en 1991. En un momento, la mujer dice: "Lo busqué en las cárceles y ahora lo busco en las tumbas".

Demos un nombre a los muertos, pongamos una fecha a los crímenes, y especifiquemos los detalles de nuestra complicidad. Sé que el mundo es injusto: nadie hizo mucho alboroto por las palabras pronunciadas por la doctora Brahimi tres meses atrás. Mayor razón para ser rigurosos cuando llega el momento de evaluar qué lecciones aprendimos.

El régimen libio que conoce la respuesta debe caer para que se sepa la verdad. Ha llegado la hora de cierre.