La inesperada rebelión en el mundo árabe
tomó a todos por sorpresa. Las satrapías del Magreb y
Oriente Medio quedaron tan pasmadas como sus amos imperiales
por la eclosión que se originó en un incidente
relativamete marginal, más allá de lo terrible y doloroso
que fue en el plano individual: la auto inmolación en la
ciudad de Sidi Bouzid, Túnez, de Muhammad Al Bouazizi, un
graduado universitario de veintiseis años que no encontraba
trabajo y que decidió entregarse a las llamas porque la
policía le impedía vender frutas y verduras en la calle.
Su familia requería de su ayuda y Al
Bouazizi, un joven pobre, no quiso convertirse en uno más
en la larga fila de jóvenes desempleados de su patria, o
emigrar por cualquier medio a Europa. El terrible sacrificio
de su protesta fue la chispa que incendió la reseca pradera
de una región conocida por la opulencia de sus oligarquías
gobernantes y la secular miseria de las masas. O, para
decirlo con las palabras siempre bellas de Eduardo Galeano,
lo que encendió “la hermosa llamarada de libertad” que
prendió fuego al mundo árabe y que tiene al imperialismo
sobre ascuas, para seguir con metáforas ígneas tan
apropiadas para los tiempos que corren.(1)
La
rebelión de los pueblos árabes tambien dejó en desairada
posición a los expertos, los analistas y los periodistas
especializados. Desnudó impiadosamente su charlatanería, y
su papel de manipuladores de la opinión pública al
servicio del capital. Una revista de tanta experiencia como The
Economist, por ejemplo, fue incapaz de anticipar, en su
último número del año pasado dedicado a presentar las
previsiones y lo que se venía para el 2011, los
acontecimientos que pocas semanas más tarde conmoverían al
mundo árabe -y, por extensión, al equilibrio geopolítico
mundial- hasta sus cimientos. Este fracaso reitera por enésima
vez la incapacidad del saber convencional para predecir los
grandes acontecimientos de nuestro tiempo. La ciencia política
quedó boquiaberta ante la caída del Muro de Berlín y, más
recientemente, la mismísima reina de Inglaterra le preguntó
a un selecto núcleo de economistas británicos cómo fue
posible que nadie hubiera sido capaz de pronosticar la
actual crisis general del capitalismo.Sumidos en el estupor
ante tan inesperada pregunta, formulada en lo que se suponía
sería una serena velada meramente protocolar, los
interpelados se limitaron a solicitar, atónitos ante el
reproche, un plazo de seis meses para revisar su
instrumental analítico e informarle a Su Majestad las
razones por de tan deplorable desempeño profesional.(2)
El impacto sobre América Latina
No
es casual, entonces, que los acontecimientos del mundo árabe
hayan sumido en la confusión a buena parte de la izquierda
latinoamericana. Daniel Ortega apoyó sin calificaciones a
Kadafi; el presidente de la República Bolivariana de
Venezuela, Hugo Chávez, a su vez, se declaró amigo del
gobernante aunque por cierto que aclarando que tal cosa no
significa –en sus propias palabras- “que estoy a favor o
aplaudo cualquier decisión que tome un amigo mío en
cualquier parte del mundo.” Además, prosiguió,
“apoyamos al gobierno de Libia, a la independencia de
Libia.” (3) Con sus declaraciones Chávez tomaba nota de
la precoz advertencia formulada por Fidel ni bien estalló
la crisis libia: ésta podría ser utilizada para legitimar
una “intervención humanitaria” de EEUU y sus aliados
europeos, bajo el paraguas de la OTAN, para apoderarse del
petróleo y el gas libios. Pero de ninguna manera esta sabia
advertencia del líder de la revolución cubana podría
traducirse en un endoso sin reservas al régimen de Kadafi.
No lo hizo Chávez, pero sí lo hizo Ortega. Como era de
esperar, la descarada manipulación mediática con la que el
imperialismo ataca a los gobiernos de izquierda de nuestra
región torció el sentido de las palabras de Chávez y de
Fidel haciéndolos aparecer como cómplices de un gobierno
que estaba descargando metralla sobre su propio pueblo.(4)
En
una esclarecedora nota publicada pocos días atrás en Rebelión
Santiago Alba Rico y Alma Allende argumentaron
persuasivamente que un erróneo posicionamiento de la
izquierda latinoamericana –y muy especialmente de los
gobiernos de Venezuela y Cuba- en la actual coyuntura del
mundo árabe “puede producir al menos tres efectos
terribles: romper los lazos con los movimientos populares árabes,
dar legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y
‘represtigiar’ el muy dañado discurso democrático
imperialista. Todo un triunfo, sin duda, para los intereses
imperialistas en la región.” (5) De ahí la gravedad de
la situación actual, que exige transitar un estrechísimo
sendero flanqueado por dos tremendos abismos: uno, el de
hacerle el juego al imperialismo norteamericano y sus socios
europeos y facilitar sus indisimulados planes de arrebatarle
a los libios su petróleo; el otro, salir a respaldar un régimen
que habiendo sido anticolonialista y de izquierda en sus orígenes
-como lo fue, por ejemplo, el APRA en el Perú- en las dos
últimas décadas se subordinó sin escrúpulos al capital
imperialista y abrazó y puso en práctica, sin reparos, las
fatídicas políticas del Consenso de Washington y los
preceptos de la “lucha contra el terrorismo” instituída
por George W. Bush.
El mundo árabe: ¿revuelta, revolución, conspiración?
No
creemos sea necesario detenernos a explicar las razones por
las que hay que oponerse sin atenuantes ante la opción
intervencionista de los Estados Unidos y sus partenaires
europeos. Veamos, en cambio, cuáles serían los argumentos
para evitar que esa correcta y no-negociable postura
desemboque infelizmente en un respaldo a un régimen contra
el cual se ha levantado en armas la mayoría de la población.
Hay quienes argumentan que lo que está ocurriendo en Libia
es apenas el “efecto contagio” de lo ocurrido en Túnez
y Egipto y que no hay razones de fondo que justifiquen esta
insurrección popular.
De
partida conviene recordar dos cosas: que las revoluciones
son procesos dialécticos y no acontecimientos metafísicos
o rayos que se descargan en un día sereno. En la génesis
de la revolución francesa está un tumulto originado en una
panadería en las inmediaciones de la Bastilla. Sabemos lo
que ocurrió después. Segundo, que inevitablemente, los
procesos revolucionarios son contagiosos. Eso es lo que enseña
la historia. Recuérdese si no lo ocurrido con las
revoluciones de la Independencia en América Latina, dos
siglos atrás; o las de 1848 y las que tuvieron lugar, también
en Europa, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial
y con el estallido de la Revolución Rusa en Febrero de
1917. Pero si en algunos sitios esos procesos prendieron y
en otro no fue porque el contagio no opera en un vacío
socio-económico y político sino que depende
fundamentalmente de las condiciones internas de cada país.
(6)
Si
la revolución de 1848 triunfó en Francia pero no en el
Reino Unido fue porque en la primera el desarrollo de las
luchas de clases creó las condiciones internas como para
poner abrupto final a la restauración monárquica del
orleanismo, mientras que nada de eso ocurría cruzando el
Canal de la Mancha que, en esa misma encrucijada histórica,
podía acoger sin ningún sobresalto a dos refugiados políticos
como Karl Marx y Friedrich Engels. Y si después de la
Primera Guerra Mundial la revolución triunfó en Rusia pero
no en Alemania fue porque la propagación del fervor
revolucionario, que impactó con mucha fuerza en la última,
era condición necesaria pero no suficiente para garantizar
el triunfo de la revolución, cosa que fue expresamente
reconocida por Rosa Luxemburg en una de sus brillantes
intervenciones poco meses antes de su vil asesinato.
En
otras palabras, la insurgencia que tiene por escenario a
Libia fue indudablemente estimulada por las grandes
victorias populares en Túnez y Egipto, pero nada hubiera
ocurrido de no haber mediado los estragos que dos décadas
de neoliberalismo produjeron en un país muy rico pero en el
cual las clases populares apenas reciben unas pocas migajas
de la colosal renta petrolera, los jóvenes carecen de
perspectivas laborales y la crisis general del capitalismo
clausuró la salida emigratoria que hasta hace pocos años
quitaba presión al sistema al paso que elevaba
extraodinariamente los precios de los alimentos. Por último,
la tasa de mortalidad infantil –para hablar de un
indicador muy sensible para medir el nivel de bienestar de
una población- fluctúa según las diversas fuentes
consultadas entre el 20 y el 25 por mil; es decir, unas
cuatro o cinco veces superiores a la que se registra en Cuba
y aproximadamente el doble de la de Brasil.
Lo
mismo cabe decir acerca de la posibilidad de que lo que está
ocurriendo en Libia sea obra de agentes del imperialismo.
Pero ¿cómo olvidar que hasta el estallido de la revolución
en Túnez Kadafi era elogiado por los jefes de estado de las
“democracias capitalistas” como un gobernante, que se
había despojado de sus viejas obsesiones, reconciliado con
la globalización neoliberal y hecho las paces con sus
antiguos enemigos, desde la Casa Blanca hasta el régimen
racista israelí? No obstante, cuando éstos se percataron
de que su trono estaba tambaleante y percibieron que Kadafi
podía correr la misma suerte que sus homólogos en Túnez y
Egipto los imperialistas modificaron velozmente su postura,
se acordaron que Libia no era una democracia y que en ese país
no se respetaban los derechos humanos –cosa que jamás les
había preocupado en lo más mínimo- y haciendo gala de un
inigualado cinismo se colocaron ruidosamente “del lado del
pueblo” y en contra del hasta ayer razonable gobernante súbitamente
reconvertido en inadmisible tirano.
Pero,
otra vez, la labor de esos agentes del imperialismo jamás
podría haber desencadenado una insurrección tan
impresionante como la de Libia –o las de Túnez y Egipto-
si no hubieran existido las condiciones de fondo requeridas
para que, desafiando la represión, las masas salieran a la
calle dispuestas a derrocar al gobierno. Es decir, tal como
lo anotara Lenin en varios de sus escritos, si los de abajo
ya no querían y los de arriba ya no podían seguir viviendo
como antes. Por otra parte, si los agentes del imperialismo
tienen en sus manos la capacidad de hacer y deshacer
revoluciones tendríamos que reconocer que nuestra lucha está
de antemano condenada al fracaso. Afortunadamente no es así.
Tampoco tiene mayor sentido aducir que fueron las “redes
sociales” (Facebook y Twitter) las que provocaron la
rebelión, arteramente orquestada por la CIA y los agentes
del imperialismo.
Para
descartar esta hipótesis basta una sóla cifra: según las
últimas estadísticas de las Naciones Unidas los usuarios
de internet en Libia son apenas el 5.1 porciento de la
población total. Eso mal puede explicar el multitudinario
carácter de la rebelión del mundo árabe porque en Egipto
y Túnez tanto como en Libia los internautas son una ínfima
minoría de la población. Esas “redes sociales” pueden
servir para facilitar la comunicación entre los activistas,
pero no pueden desencadenar la insurgencia de las masas que,
en su gran mayoría, jamás tuvo a su alcance un ordenador.
Kadafi
y el neoliberalismo, de ayer a hoy
Llegados
a este punto conviene preguntarse quién es Kadafi y qué
representa. Vicenc Navarro ilustra con claridad el contraste
entre el Kadafi “nasserista” de sus primeros años y lo
que es hoy: “un dictador corrupto y enormemente
represivo.”(7)
Según
Navarro, en 1969 y con apenas 27 años de edad el Coronel
Kadafi lideró un golpe de estado, inspirado en la
experiencia de Nasser en Egipto, y derrocó a la monarquía
impuesta por el imperio británico después de la Segunda
Guerra Mundial. Durante esos primeros años Kadafi puso en
marcha una reforma agraria, nacionalizó el petróleo y algo
más de doscientas empresas ( que se reorganizaron con una
importante participación de los trabajadores en su gestión)
al paso que introdujo algunas mejoras en la calidad y la
cobertura de la salud y la educación. Un fuerte
intervencionismo estatal y la nacionalización del crédito
fueron otros rasgos de las políticas de aquellos años.
“Kadafi
presentó aquella experiencia” –anota Navarro- “como
la tercera vía entre capitalismo y el socialismo, asociado
entonces a la Unión Soviética.” (8) Ahora bien: ese es
el Kadafi que persiste en el imaginario de importantes
sectores de la izquierda latinoamericana. El problema es que
se trata de una imagen completamente desactualizada, porque
a partir de los años noventas el régimen líbico inicia un
viraje que, pocos años después, situaría a ese país en
las antípodas de donde encontraba en los años setentas. La
tercera vía degeneró en un “capitalismo popular”
–tardía reproducción de la consigna elaborada en los
ochentas por Margaret Thatcher en el Reino Unido- y las
nacionalizaciones comenzaron a ser revertidas mediante un
corrupto festival de privatizaciones y aperturas al capital
extranjero que afectó a la industria petrolera y a las más
importantes ramas de la economía.
No
hay que equivocarse: Kadafi no es Nasser sino Mubarak. Un
agudo observador de la escena magrebí, Ayman El-Kayman,
describió con precisos trazos el itinerario de esta
involución: “(H)ace casi diez años, Gadafi dejó de ser
para el Occidente democrático un individuo poco
recomendable: para que le sacaran de la lista estadounidense
de Estados terroristas reconoció la responsabilidad en el
atentado de Lockerbie; para normalizar sus relaciones con el
Reino Unido, dio los nombres de todos los republicanos
irlandeses que se habían entrenado en Libia; para
normalizarlas con Estados Unidos, dio toda la información
que tenía sobre los libios sospechosos de participar en la yihad
junto a Bin Laden y renunció a sus ‘armas de destrucción
masiva’, además de pedir a Siria que hiciese lo mismo;
para normalizar las relaciones con la Unión Europea, se
transformó en guardián de los campos de concentración,
donde están internos miles de africanos que se dirigían a
Europa; para normalizar sus relaciones con su siniestro
vecino Ben Alí, le entregó a opositores refugiados en
Libia”.(9)
Y
cuando los pueblos de Túnez y Egipto se rebelaron, Kadafi
se alineó con sus verdugos, coincidiendo en esta postura
con las primeras reacciones de los líderes de las
“democracias occidentales”, con Obama, Sarkozy, Cameron,
Berlusconi, Zapatero y el régimen genocida de Netanyahu.
Pero
éstos, viendo que las sublevaciones populares se
encaminaban hacia una victoria histórica, en pocas semanas
pasaron de hacer cautelosas exhortaciones a sus matones
regionales en apremios para que concedieran unas pocas
reformas cosméticas a exigir imperiosamente que abandonasen
el poder. Cuando el incendio llegó a Libia la burguesía
imperial y sus representantes políticos vieron la
oportunidad de sacar partido del previsible derrumbe de
Kadafi impidiendo que sean las masas libias las que tomen el
futuro en sus manos, sea mediante una “intervención
humanitaria” que les permita apoderarse de Libia con el
pretexto de detener el baño de sangre que el dictador
promete a los sublevados o, en su defecto, alentar su
partición, o desmembramiento, tal como lo hicieran en la ex
Yugoslavia y como, sin éxito, lo intentaran en Bolivia en
el 2008. Tal como Lenin, Gramsci y Fidel señalaron en
repetidas ocasiones la derecha y las clases dominantes, por
su larguísima experiencia de gobierno, aprenden muy rápido
y reaccionan con fulminante rapidez ante una coyuntura como
la que hoy caracteriza a Libia. Y si ayer apoyaban sin
miramientos a Kadafi ahora tratan de sacárselo de encima
cuanto antes y facilitar una “transición ordenada”,
Hillary Clinton dixit , que organice la traición a
las expectativas de las masas e instaure un simulacro democrático
que permita que los imperialistas continúen desangrando a
Libia y al mundo árabe en general.
En
su presurosa conversión al neoliberalismo Kadafi abrió la
economía a las grandes transnacionales, principalmente
europeas. En una detallada nota Modesto Emilio Guerrero señala
que a partir de 1999 los países occidentales comenzaron a
dispensarle un trato muy especial, por tres razones que
suenan como música celestial en los bolsillos de la burguesía
(10): (a) es un muy buen cliente; (b) es un buen socio de
sus empresas; (c) además es un estratégico proveedor de
petróleo y gas. Buen cliente porque cuando se levantó el
embargo de armas que pesaba sobre Libia (en Octubre de 1999)
por su participación con -o complicidad en- acciones
terroristas en diversos países, España, Italia, Inglaterra
y Alemania se convirtieron en sus principales proveedores de
las armas que luego Kadafi utilizaría contra su propio
pueblo.
Poco
después unas 150 empresas británicas vinculadas a los
negocios petroleros -entre ellas la British Petroleum,
responsable principalísima de la destrucción del
ecosistema marino en el golfo de México- se instalaron en
Libia junto con Repsol, la francesa Total, la empresa
italiana ENI y la austríaca OM para explotar el negocio de
los hidrocarburos.
Otras
empresas, de estos mismos países y de Estados Unidos,
participaron activamente en obras de infraestructura aparte
de la ya mencionada venta de armas. Buen socio, además,
porque a través de los 65.000 millones de dólares de que
dispone la Libyan Investment Authority la familia
Kadafi realizó importantes inversiones en la FIAT, en la
petrolera italiana ENI y es accionista del Unicredit, el
banco más grande de Italia. (11) También tiene acciones en
el grupo económico Pearsons, editor del periódico
ultra-neoliberal Financial Times.
Varias
grandes empresas alemanas y francesas cuentan también con
la participación de capitales libios. Proveedor seguro, por
último, porque,tal como lo expresara Silvio Berlusconi, el
control del flujo migratorio “ilegal” procedente del
Magreb y, más generalmente, de toda África, y el confiable
suministro del petróleo líbico son servicios de
extraordinaria importancia que los líderes de las
democracias capitalistas no podían sino apreciar en toda su
valía. El Presidente del gobierno español, José M. Aznar,
su sucesor, Rodríguez Zapatero y el propio rey Juan Carlos
de España rivalizaron con “il cavaliere”
italiano y el premier británico y figura señera del “new
labor” en cultivar la amistad del líder líbio, casi
siempre con ribetes escandalosos.(12)
En
consonancia con estos cambios la relación con Washington
experimentó un giro de 180 grados: en 2006 el Departamento
de Estado quitó a Libia de la lista de países que apoyaban
al terrorismo. Atemorizado por la Guerra del Golfo de
Febrero de 1991 y aterrorizado al contemplar lo ocurrido en
Irak desde 2003 y el destino corrido por Saddam Hussein,
Kadafi sobreactuó su arrepentimiento hasta extremos que
sobrepasaban lo ridículo al declarar una y otra vez su
voluntad de ajustar la conducta de Libia a las reglas del
juego impuestas por el imperialismo.
Fue
a causa de esto que en 2008 la ex secretaria de Estado
Condoleezza Rice pudo declarar que “Libia y Estados Unidos
comparten intereses permanentes: la cooperación en la lucha
contra el terrorismo, el comercio, la proliferación
nuclear, África, los derechos humanos y la democracia.”
(13) ¿Ante todo esto cabe entonces preguntarse: ¿Es esto
el socialismo pan-árabe, preconizado en el Libro Verde
del autoproclamado “líder y guía de la revolución”?
¿Es esta la política que debe hacer la Jamahiriya
un “estado de las masas”, como Kadafi definió a su
organización política? ¿Es Kadafi la contraparte magrebí
de Chávez y Fidel? ¿Qué tiene que ver este régimen con
los procesos emancipatorios en curso en América Latina,
para no hablar de la revolución cubana?
¿Qué hacer?
¿Qué
debe entonces hacer la izquierda latinoamericana? En primer
lugar, manifestar sin ambages su absoluto repudio a la
salvaje represión que Kadafi está perpetrando contra su
propio pueblo. Solidarizarse, bajo cualquier circunstancia,
con quien incurre en semejante crimen dañaría
irreparablemente la integridad moral y la credibilidad de la
izquierda de Nuestra América. El reconocimiento de la
justicia y la legitimidad de las protestas populares, tal
como se hizo sin vacilación alguna en los casos de Túnez y
Egipto, tiene un único posible corolario: el alineamiento
de nuestros pueblos con el proceso revolucionario en curso
en el mundo árabe.
Por
supuesto, la forma en que esto se manifieste no podrá ser
igual en el caso de las fuerzas políticas y movimientos
sociales y, por otra parte, los gobiernos de izquierda de América
Latina, que necesariamente tienen que contemplar aspectos y
compromisos de diverso tipo que no existen en aquellas. Pero
la consideración de las siempre complejas y a menudo
traicioneras “razones de estado” y las contradicciones
propias de la “real politik” no pueden llevar a
los segundos tan lejos como para respaldar a un dictador
acosado por la movilización y la lucha de su propio pueblo,
reprimido y ultrajado mientras el entorno familiar de Kadafi
y el estrecho círculo de sus incondicionales se enriquecen
hasta límites inimaginables. ¿Cómo explicar a las masas
árabes, que por décadas buscaron las claves de su
emancipación en las luchas de nuestros pueblos y que
reconocen en el Che, Fidel y Chávez la personificación de
sus ideales libertarios y democráticos, la indecisión de
los gobiernos más avanzados de América Latina mientras que
toda la canalla imperialista, desde Obama para abajo, se
alinea –aunque sea hipócritamente- a su lado?
Segundo,
será preciso denunciar y repudiar los planes del
imperialismo norteamericano y sus sirvientes europeos. Y
además organizar la solidaridad con los nuevos gobiernos
que surjan de la insurgencia árabe. Los propios rebeldes
libios emitieron declaraciones clarísimas al respecto: si
hay invasión de los Estados Unidos, con o sin la (poco
probable) cobertura de la OTAN, los insurrectos volverán
sus fusiles contra los invasores y luego ajustarán cuentas
con Kadafi, responsable principal de la sumisión de Libia a
los dictados de las potencias imperialistas. América Latina
tiene que apoyar con todas sus fuerzas la resistencia a la
eventual invasión imperialista, conciente de que lo que hoy
se está jugando en el Norte de África y en Oriente Medio
no es un problema local sino una batalla decisiva en la
larga guerra contra la dominación imperialista a escala
mundial. El triunfo de la insurrección popular en Libia
tendrá como correlato el fortalecimiento de las rebeliones
en curso en Yemen, Marruecos, Jordania, Argelia , Barheim y
la que hace tiempo se viene incubando en Arabia Saudita, amén
de fortalecer la resistencia de los sindicatos y los
movimientos sociales en Wisconsin, Estados Unidos, y en
diversos países europeos, hoy víctimas preferenciales del
FMI. Barheim es la sede de la Quinta Flota de Estados
Unidos, con la misión de monitorear todo lo que ocurra en
el Golfo Pérsico y sus inmediaciones; y Arabia Saudita un régimen
totalmente sometido a la voluntad de la Casa Blanca y el
gran regulador del precio internacional del petróleo y su
adecuado abastecimiento al mundo desarrollado.
Si
el mapa sociopolítico del mundo árabe llegara a cambiarse,
como esperamos que así sea, la geopolítica internacional
vería modificada la correlación de fuerzas a favor de los
pueblos y naciones oprimidas. Y América Latina, que desde
finales del siglo veinte se colocó a la vanguardia de las
luchas anti-imperialistas, habría por fin encontrado los
aliados que necesita en otras regiones del sur global para
seguir avanzando en sus luchas por la autodeterminación
nacional, la justicia social y la democracia.
Por
eso, nuestra región no puede ni tiene el derecho a
equivocarse ante un proceso cuyas proyecciones pueden ser aún
mayores que las que en su momento tuvo el derrumbe de la Unión
Soviética, y de un signo distinto, y cuyo desenlace
revolucionario fortalecerá los procesos emancipatorios en
curso en nuestra región. Abandonar a nuestros hermanos árabes
en esta batalla decisiva sería un error imperdonable, tanto
desde el punto de vista ético como desde el más específicamente
político. Sería traicionar el internacionalismo del Che y
de Fidel y archivar, tal vez definitivamente, los ideales
bolivarianos. No podemos perder esta oportunidad.
(*)
Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a
Distancia en Ciencias Sociales.
Notas:
1.-
“Veo hipócrita el llamado a la paz cuando proviene de países
que hacen la guerra”, en Cubadebate, 4 de Marzo del
2011.
2.- Este episodio fue narrado en una
entrevista que el autor de estas líneas le hiciera a David
Harvey, en Septiembre del 2010. La entrevista será subida a
la web y estará disponible, en una semana aproximadamente,
en www.atilioboron.com
3.- Cable de ANSA, 25 febrero 2011.
4.- Sobre este tema ver. Raúl Bracho,
“¿Y si todo es mentira?”, en Kaos en la red,
3 de Marzo de 2011.Y tambén Russia Today, “ Ejército
ruso afirma que ataques aéreos contra manifestantes en
Libia nunca ocurrieron”, en Kaos en la red,
4 de Marzo de 2011. El monitoreo satelital de las fuerzas
armadas rusas no encontró evidencia de bombardeos aéreos
sobre los manifestantes de Benghazi y Trípoli el 22 de
Febrero. Pero, días después, sí los hubo en las cercanías
de las instalaciones petroleras y militares del este del país,
tal como lo reconociera Saif Al-Islam Kadafi a la cadena
noticiosa de Al Jazeera. Según el hijo del líder libio, se
bombardearon terrenos en donde no había población civil ni
manifestantes. Enla citada entrevista admitió que las
fuerzas de seguridad libias habían reprimido con armas de
guerra a los insurgentes.
5.- Santiago Alba Rico y Alma Allende,
“¿Qué pasa con Libia? Del mundo árabe a América
Latina”, en Rebelión, 24 Febrero 2011.
6.- La literatura sobre la génesis
estructural de la revolución en curso en el mundo árabe
crece exponencialmente día a día. Ver, entre otros, James
Petras “Las raíces de la revuelta árabe y las
celebraciones prematuras”, en Rebelión, 6
de Marzo de 2011 e Ignacio Ramonet, “Cinco causas de la
revolución árabe”, en http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial/0000856412872168186811102294251000/
editorial/?articulo=8ca803e0-5eba-4c95-908f-64a36ee042fd
7.- Vicenc Navarro, “Gadafi,
neoliberalismo, el FMI y los gobiernos supuestamente
defensores de los derechos humanos” , en Rebelión,
2 de Marzo de 2011.
8.-
Ibid.
9.- Alba Rico y Allende, op.cit.
10.- Modesto Guerrero, “De las
rebeliones árabes al indefendible Gadafi”, en Rebelión,
1 de Marzo de 2011.
11.- Ver
http://vocearancio.ingdirect.it/?p=18768
12.-
Sobre Tony Blair, ver “Day the LSE sold its soul to Libya”,
en Daily Mail (Londres), 5 de Marzo de 2011,
pp. 6-7
13.- Reproducido en Alba Rico y Alma Allende,
op. Cit.