Libia

Contra la nueva “carga del hombre blanco”

Por John Brown / Johanes Maurus
iohannesmaurus.blogspot.com, 04/03/11

"Die Rose ist ohne warum; sie blühet, weil sie blühet..."
(La rosa no tiene porqué, florece porque florece)
[Angelus Silesius]

1. El gran cantor del colonialismo que fue Rudyard Kipling escribió allá por el año 99 del siglo XIX una auténtica oda a la intervención del hombre blanco en los países "atrasados"; su título se ha convertido en un auténtico lema de la desverguenza colonial: "La carga del hombre blanco". En él se ensalza el "sacrificio" que tienen que hacer los pueblos de "raza" europea para civilizar a las razas inferiores, "medio demonios y medio niños". La ocasión que mereció este poema fue, por otra parte, una circunstancia histórica precisa: la conquista y colonización de las Filipinas por los norteamericanos. Esa conquista se produjo en muy particulares circunstancias. Cuando las tropas independentistas del Katipunan tenían casi enteramente liberado el territorio de lo que estaba dejando de ser la colonia española, los Estados Unidos les propusieron su ayuda para conquistar Manila, que aún estaba en manos de los españoles. Manila fue tomada por los norteamericanos, pero estos no traspasaron el poder a los independentistas, sino que les declararon la guerra, exterminando a centenares de miles (se habla de más de un millón) de miembros del ejército de liberación y de campesinos que les prestaban apoyo. Acto seguido, los norteamericanos establecieron un dominio colonial sobre las Islas que duraría formalmente hasta 1946. Los Estados Unidos pasaron así de una retórica de lucha contra el colonialismo a un lenguaje y una práctica abiertamente coloniales. Un guión parecido es el que siguieron en Cuba por esas mismas fechas, con el resultado de que la primera independencia del país se vió frustrada y sólo conquistó la Isla una independencia real con la Revolución de 1958 y la creación de la Cuba socialista.

Algo semejante a estas viejas intervenciones del hombre blanco en los asuntos del tercer mundo es lo que están tramando los Estados Unidos con Libia. Contrariamente a lo que han sugerido diversos responsables de gobiernos de izquierda latinoamericanos, la rebelión libia contra Gadafi no es en absoluto el resultado de una conspiración de los europeos y los norteamericanos. Gaddafi se había convertido desde hacía años en una pieza clave del dispositivo de dominación neocolonial del Norte de África y mantenía estrechas relaciones con gentes tan poco sospechosas de antiimperialismo como el expresidente Ben Ali de Túnez, Silvio Berlusconi, Joseé María Aznar o Nicolas Sarkozy. Además, se había convertio en el principal y el menos escrupuloso colaborador norteafricano de las brutales políticas antiinmigración de los Estados europeos. La Unión Europea estaba a punto, hace a penas unas semanas de conceder a Libia un estatuto de socio privilegiado como el que tiene nada menos que Israel.

2. La revuelta libia es con toda probabilidad endógena. Existían, efectivamente una serie de factores que la hacína improbable: 1) la cleptocracia gadafista tenía comprada a una parte de la población mediante ciertas prebendas propias de un gobierno semimafioso. 2) por otra parte, existía en la Yamahiriya libia –como apunta con acierto Fidel Castro en su última reflexión– un nivel de riqueza material, de salud y de instrucción superior al de sus vecinos árabes o africanos. Repárese, sin embargo, en que también Túnez se contaba entre los países africanos más adelantados conforme a esos criterios, lo cual no impidió que fuera el primer país en derribar una tiranía en el mundo árabe en las últimas décadas. Los motivos de descontento ante un régimen como el libio no faltaban: en primer lugar el imponente descontento de una juventud educada ante el caos cleptocrático y el despilfarro de los recursos del país en favor de unos pocos y, en particular del clan de Gadafi. La falta de libertad y el agobio que producía un régimen ilegalista y arbitrario que exterminó sistemáticamente a todos sus enemigos, empezando por los comunistas y los naseristas y estableció un ferreo control sobre las prédicas de las mezquitas vino a añadirse a esa indignación. Gadafi se había convertido en un émulo de los emperadores romanos decadentes o en una encarnación del Ubu Rey de Alfred Jarry, el gobernante cruel y rapaz sólo interesado por su propio beneficio y patológicamente endiosado. En una de sus últimas intervenciones llegó a adaptar a Libia una frase del personaje de Ubu Rey de Jarry al afirmar que "mi única riqueza es el pueblo libio", haciéndose eco del "¡Viva Polonia! Porque si no hubiera Polonia tampoco habría polacos"...de Ubu. Lo único que faltaba para que los jóvenes libios estallasen era una chispa, y se encontraron con un auténtico incendio en Túnez y en Egipto, que sigue avanzando en el resto del mundo árabe.

3. Como recuerda Santiago Alba, es imposible desde una posición antiimperialista y democrática –no hablemos de una posición comunista– defender a Gadafi. No basta que ahora pretenda el imperialismo euro–americano derribarlo, intentando así frustrar el triunfo de una nueva revolución según el modelo filipino o cubano, para que el tirano se cubra de virtudes antiimperialistas y los rebeldes se conviertan en marionetas de la CIA. Esto sería lo mismo que considerar que, como Cuba y Filipinas fueron dominadas por los Estados Unidos tras privar de la victoria a sus movimientos independentistas, José Martí o Rizal eran agentes del imperio americano. En este momento europeos y norteamericanos intentan poner en pie una estrategia de intervención humanitaria mediante la cual intentarían controlar el desarrollo de la situación en este país estratégicamente situado entre Túnez y Egipto. Los pretextos de la operación son los mismos: una vieja cantilena que venimos oyendo desde Ginés de Sepúlveda, a Obama, pasando por Leopoldo II en el Congo o el inefable Kipling. El objetivo de la ofensiva humanitaria es, de nuevo, despolitizar un movimiento de despertar político y de reencuentro con la pasión ciudadana de las multitudes norteafricanas y árabes que tiene peligrosos ecos hasta en el interior de los Estados Unidos en las movilizaciones de Wisconsin. Se trata de acabar con el impulso democrático en Libia en nombre de una concepción "pasiva" de la democracia, en la que se trata más de proteger la vida que de permitir un despliegue político de la libertad que puede pasar por la guerra civil y la muerte. Defender hoy la libertad en Libia es dejar a los libios hacer la guerra y derrotar a Gadafi en paz, no instaurar un protectorado que pudra el conflicto interno indefinidamente como el que existe hoy en Kosovo, Bosnia Hercegovina, Macedonia, Afganistán o Iraq.

4. Tanto la derecha que propugna una "intervención humanitaria", como la izquierda que no tiene escrúpulos en apoyar a un tirano para evitar un supuesto nuevo avance del Imperio están asumiendo la "carga del hombre blanco", considerando a los libios como "niños o demonios", y no como adultos responsables de su destino. Esta involuntaria complicidad muestra uno de los primeros efectos de desconcierto producidos por la última revolución árabe. Una revolución surge siempre donde no se la espera y cuando no se la espera; se hace siempre contra todas las previsiones. Gramsci decía –erróneamente– que la revolución usa se hizo contra el Capital, no entendiendo en qué medida el Capital, Crítica de la Economía Política, es la mejor cura contra cualquier determinismo "económico". Los árabes nos dan hoy la misma sorpresa que dieron los rusos al mundo entero en 1917. La revolución árabe ha empezado en los países más prósperos y relativamente más instruidos, pero se extiende hoy por doquier. Ni el determinismo económico de algunos marxistas que se han negado a leer a Marx de cerca, ni el determinismo racial y cultural de un Bernard Lewis o un Huntington han podido preverla. Como la rosa de Angelus Silesius, la revolución: aunque tiene muchas razones, no tiene un porqué, una razón suficiente ("Sie ist ohne Warum", es "sin porqué"), "florece porque florece" ("Sie blühet weil sie blühet").