Medio Oriente

Trabajadores extranjeros y “biopolítica” en el Golfo

Las rebeliones olvidadas del mundo árabe

Por Ahmed Kanna (*)
SAMAR (South Asian Magazine for
Action and Reflection), 31/05/11
Tlaxcala, 13/06/11
Traducido por Loles Oliván

El mundo árabe está experimentando una transformación de dimensiones potencialmente históricas e internacionales. Muhammad Bouazizi, el vendedor ambulante de Túnez que se auto inmoló por los malos tratos de las autoridades estatales a finales de 2010, provocó un diluvio de ira y activismo popular que ha derrocado a los regímenes de Ben Ali y Mubarak en Túnez y Egipto respectivamente, para continuar seguidamente con manifestaciones callejeras y batallas en toda la región.

En el momento de escribir estas líneas, los rebeldes libios, en alianza con una coalición de la OTAN, luchan contra Gadafi y sus partidarios. Bahreiníes, omaníes, yemeníes y, más recientemente, sirios, han salido a las calles en masa y han sido alcanzados por balas y matones de seguridad —y en el caso de Bahréin, por las tropas de Arabia Saudí— al servicio de regímenes que tratan desesperadamente de mantenerse adheridos al poder de unos atrincherados Estados–familia.

Se ha sugerido la analogía entre estos acontecimientos y la Primavera de Praga de 1968, ambos con sus esperanzas de retar popularmente al poder ilegítimo del Estado, y sus advertencias sobre la malicia y la brutalidad de ese poder organizado contra los movimientos populares.

Sin embargo, antes de estas rebeliones otras tuvieron lugar, podría decirse que más modestas en sus objetivos y sin lugar a dudas con menos eco en los medios de comunicación internacionales. Durante años, los trabajadores principalmente del sur de Asia se han lanzado a las calles en Emiratos Árabes Unidos. ¿De qué iban esas protestas y por qué se han ignorado? ¿Qué podrían aportar a la formación futura del Golfo?

Los Estados de la región del Golfo arábigo han permanecido extraordinariamente envueltos en la bruma del mito y la ideología incluso en relación con otros Estados de la región. Para los observadores ocasionales, se trata de los Estados “populares” del mundo árabe. Muchos creen que las familias que los gobiernan no han tenido dificultad en ganarse a sus pueblos con el regalo del bienestar financiado con petrodólares y exitosas campañas de construcción de una hegemonía de persuasión cultural (como puede verse, por ejemplo, en los alardes desplegados sobre que su arabidad es la auténtica). Y en cualquier caso, (según reza el mito) estas familias gobernantes fueron las únicas capaces de llevar la modernidad a sus “tribales” y “atrasados” pueblos.

De hecho, como muestran los ejemplos en toda la región, el ascenso del Estado–familia en el Golfo nunca ha sido impugnado. La historia del gran juego de poder británico con los títeres hachemíes del Hiyaz y los de al–Saud en Nayd es bien conocida. Como también lo son las líneas generales de la alianza entre las empresas petroleras de Estados Unidos y los al–Saud poco después de que se fundara Arabia Saudí. Pero las historias acerca de las revueltas locales contra la familia al–Saud y otras similares contra las dinastías de los al–Sabah de Kuwait, los al–Maktum de Dubai, y los al–Bu Said, de Omán se desconocen casi absolutamente.

Es importante señalar que esas revueltas, aunque a menudo estuvieron dirigidas por comerciantes, tecnócratas, o estudiantes, implicaron también con frecuencia, de manera instrumental, la participación de los trabajadores. Los trabajadores saudíes, por ejemplo, se sublevaron contra las políticas de ARAMCO al estilo Jim Crow durante la década de 1940 y 1950. En los últimos meses, según informes de Pepe Escobar, los trabajadores omaníes de Salalah, Sohar y Sur se rebelaron masivamente contra el estancamiento de los salarios, la inflación galopante, y la exclusión de trabajos, acusando al régimen de Qabus bin Sultán de repartirlos a muscatíes [de la capital, Muscat] favorecidos y a extranjeros. El régimen, debe decirse (ya que ha sido ignorado tanto por los observadores inclinados a creerse los mitos acerca del supuesto respeto del Estado de Omán por los derechos humanos) hizo frente a tales protestas con balas y gases lacrimógenos, matando a un muchacho de quince años de edad. Huelga mencionar los recientes acontecimientos en Bahréin, cuando la fuerza de las armas de Arabia Saudí dio alas a los al–Jalifa para ejercer una siniestra campaña de eliminación de cualquier supuesta amenaza a su hegemonía.

Las recientes manifestaciones en Omán y Bahréin, sin embargo, arrojan luz sobre lo escasas que han sido las agitaciones de los pueblos oriundos del Golfo en las últimas décadas. De 1930 a 1970 fueron años de frecuentes y activos movimientos de oposición en el Golfo: desde los movimientos reformistas majlis dirigidos por los comerciantes en Kuwait y Dubái, en la década de 1930, a los movimientos contra las corporaciones del petróleo en Arabia Saudí, Bahréin; del Frente Nacional de Dubai, en los años 1940 y 1950, a los frentes de Liberación Nacionalista Árabe y Frente Marxista de Bahréin y Omán en los años 1960 y 1970. Desde la década de 1970, por el contrario, Qatar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos (EAU), así como en cierta medida, Arabia Saudí, han conseguido evitar levantamientos de masas y aplastar totalmente a las organizaciones populares, en gran parte debido a la demografía y al petróleo (la excepción aquí es Bahréin, relativamente pobre en crudo, donde se han producido frecuentes levantamientos durante este período de tiempo). Una vez que se descubrió el petróleo, los Estados del Golfo pudieron crear nuevas clases dependientes de ciudadanos que fueron sobornados con dádivas relativamente generosas. En algunas partes del Golfo, la hegemonía del Estado–familia cimentado en la seguridad y abastecido por el petróleo no era del todo completa, como en Bahréin, con su sectarismo institucionalizado y una mayoría chií marginada, y en Omán, con su historia particularmente tensa de resistencia nacionalista árabe y marxista a la autocracia real. En general, sin embargo, con el petróleo, los trabajos más desagradables de los que cualquier sociedad depende —desde la construcción a las labores de vigilancia para el mantenimiento de las infraestructuras urbanas— los llevaban a cabo, cada vez más, los extranjeros.

Los trabajadores extranjeros en el Golfo, aunque sin duda marginados y explotados, están lejos de ser los silenciosos, pasivos y asalariados esclavos del imaginario popular. En el periodo en que llevé a cabo mi propia investigación en Dubái, estallaron al menos nueve protestas de trabajadores en un solo mes, de septiembre a octubre de 2005. Esas protestas oscilaron en su tamaño desde cerca de diez trabajadores a casi 1.000. La protesta de Dubái de1.500 “trabajadores asiáticos con salarios precarios” de la que informó en marzo de 2008 la Agencia France Presse, estaba lejos de ser atípica por su amplitud. En el mismo año, Epoch Times on line informó de una huelga de 3.000 trabajadores en el emirato de Ras al–Jaimah, directamente al este de Dubái.

No obstante, de vez en cuando, las huelgas son mucho más importantes. Por ejemplo, a finales de 2007 (según informaba el diario de Emiratos Árabes Al–Watan) aproximadamente 30.000 trabajadores se declararon en huelga durante 10 días contra Arabtec, la gran empresa de construcción de Dubái.

EAU constituye, de hecho, un caso útil para el estudio porque de todos los Estados del Golfo, es al que se le considera como más estable, un estereotipo que parece haber salido reforzado sólo por la relativa falta de dramas recientes dentro de sus fronteras. En realidad, sin embargo, el malestar de los trabajadores en EÁU es rutinario, y devela una imagen más compleja sobre la llamada estabilidad de los Emiratos. Consideremos tan sólo un mes (una vez más, no atípico para EÁU): el pasado diciembre y enero, el mismo período de tiempo de las revoluciones de Túnez y Egipto. En diciembre, escribe el periodista Stephen Smith en Epoch Times, casi un millar de trabajadores bloquearon una rotonda populosa en una zona industrial de Dubái (Smith no informa acerca de contra qué se organizó la huelga ni en qué zona específica de Dubái se desarrolló).

La web de Risk and Forecast (una firma de consultoría que analiza los riesgos políticos para la inversión global que está lejos de ser radical políticamente) informó de otra huelga contra Arabtec a mediados de enero: cerca de 5.000 trabajadores en su mayoría surasiáticos, estuvieron en huelga casi dos semanas para pedir un aumento de sueldo de 200 a 250 dólares al mes. La web describe la respuesta del gobierno de EAU —la deportación de 50 trabajadores— como “alarmante” y añade que “socava las iniciativas que el país estaba pergeñando para modernizar su legislación laboral. Ésta ha sido definida por organizaciones internacionales de derechos humanos como una forma moderna de esclavitud”. Esas huelgas no fueron tampoco meros acontecimientos fugaces. Fue la respuesta común de trabajadores hartos de que se les expropie el bienestar material y la dignidad de manera sistemática y tácitamente autorizada. Según lo detallado por Human Rights Watch en un mordaz informe de 2006 sobre el sector de la construcción en EAU, las quejas de los trabajadores extranjeros no sólo tienen que ver con los salarios, sino que son el resultado de la intersección de la vulnerabilidad estructural de los trabajadores en la economía política global y local, de las prácticas sobre el terreno de actores tanto de EAU como de los países de origen de los trabajadores. Se trata de una situación que suma a la falta de pago de los salarios, prácticas tales como la contratación engañosa por parte de los empresarios, la modificación de contratos por los patronos, campos de trabajo inhabitables y remotos, y la confiscación de pasaportes.

Quizá, como cabía esperar, los medios de comunicación, ya sea en EÁU o en el exterior, han ignorado a los trabajadores tanto surasiáticos como árabes (estos últimos integran asimismo una parte importante de la fuerza laboral de EÁU). Aunque la prensa en lengua inglesa de EAU tiende a dar más cobertura a los trabajadores migrantes que la prensa en lengua árabe, en ambos casos, las perspectivas que ofrecen de los trabajadores son en la mayoría genéricas y siempre muy breves. La mayoría de la copiosa prensa que leí en papel y en internet desde 2003 hasta 2007 (el período de mi investigación en Dubái), de hecho, nunca se molestó en hablar con los trabajadores vinculados con las huelgas. Esos periodistas, inevitablemente, eligieron en cambio a responsables del Estado o municipales —por ejemplo, al jefe de la división de “derechos humanos” del Departamento de Policía, a un académico “experto”, o a un funcionario del Ministerio de Trabajo— a quienes de alguna manera se había designado para hablar por los trabajadores. A excepción de la labor de Human Rights Watch y de unos pocos bloggers dispersos, a los trabajadores se les representa siempre como una masa homogénea y casi siempre como una amenaza o una molestia pública.

¿Por qué existe este aparente consenso de que los trabajadores no pueden o no deben hablar por sí mismos? ¿Por qué el recurso aparentemente inevitable de homogeneizarlos en las representaciones periodísticas? En mis reflexiones finales, sugiero a la vez una explicación y una vía para que en el futuro se tome a los trabajadores del Golfo —vengan de donde vengan— y a sus perspectivas en serio.

Es cierto: mientras que la acción popular en Egipto, Túnez, y en los demás países de la Primavera árabe es una protesta política, las acciones en EAU son las huelgas. No debemos confundir ambas: lo que está en juego en cada tipo de manifestación es diferente. Los trabajadores extranjeros de EAU son ciudadanos de otro país que eventualmente regresarán a sus países de origen. Sin embargo, aunque los extranjeros en EAU—sean trabajadores o de clase media— no se imaginan que forman parte de la comunidad, sus protestas, sin embargo, resuenan en algunos aspectos importantes en las de la Primavera árabe (mucho más con las de los árabes autóctonos del Golfo, cuyas propias voces y protestas han sido brutalmente reprimidas por los Estados–familia del CCG en respuesta a las revueltas árabes). Tanto la Primavera árabe como las acciones de los trabajadores del Golfo tienen que ver, en general, con la dignidad y la justicia; ambas retan al status quo de Estados–familia basados en la seguridad que no rinden cuentas, y ambos se encuentran con la feroz respuesta de tales Estados. Sin embargo, las acciones de los trabajadores del Golfo se ignoran, ¿por qué?

En el mundo que vivimos —donde los Estados–nación son los creadores “naturales” y los garantes de los derechos individuales— la norma es la relación entre el ciudadano y el Estado–nación. Las reivindicaciones de los que no son ciudadanos de los Estados–nación no existen como tales: aunque realmente exista gente que hace reclamaciones al Estado–nación sin ser ciudadanos de ese Estado, el proceso sigue siendo a menudo una proposición complicada, incierta, tensa. No hay duda, al menos, de que en cualquier Estado los derechos jurídicos de los que no son sus ciudadanos son siempre más limitados que los que sí lo son, otro signo de la normalización de la ciudadanía a través de la nacionalidad en el mundo moderno. Aunque ciertamente no le reste nada a la oleada democrática de los países árabes, hay que reconocer que esta lógica del Estado–nación tiene mucho que explicar acerca de por qué se celebran las protestas árabes en los países árabes mientras que se ignoran las de los surasiáticos en esos mismos países.

Por otra parte, el caso de los trabajadores extranjeros en EÁU arroja luz sobre los actuales procesos de gobernabilidad, tanto en el Golfo como en otros lugares. Además de atribuir a los inmigrantes un carácter poco fiable y de potencial amenaza para la sociedad —como se puede apreciar en los discursos hegemónicos de Emiratos sobre la inmigración ilegal, similares a los de Estados Unidos y Europa— se da por supuesto que los extranjeros suponen una amenaza para la cultura y la pureza local (en sentido literal y figurado). Como Anh Nga Longva y yo mismo descubrimos en nuestras respectivas investigaciones de Kuwait y Dubái, el servicio doméstico extranjero, por ejemplo, es especialmente vulnerable a acusaciones de inmoralidad sexual y prostitución. Desde este punto de vista, se realiza una conexión entre la supuesta pérdida de la moral sexual del extranjero y la infiltración de influencias culturalmente corrosivas a través del espacio doméstico de la familia. Lo que me sorprendió durante mi investigación, por otra parte, fue la forma en que los discursos de la amenaza extranjera se vinculaban con lo que el filósofo Giorgio Agamben podría denominar (en la reciente adaptación de Hal Foster) “la administración de la vida humana como cuestión vital”, o “la gestión absoluta de la vida biológica”. Por ejemplo, las descripciones de la inmigración ilegal en los medios de comunicación de EAU durante mi periodo de investigación evocaban una movilidad casi ingobernable, una frontera caótica contra la cual el Estado luchaba para imponer el orden y contra las enfermedades potenciales que podían invadir al país si el gobierno quebrara. Los extranjeros de la clase trabajadora eran representados como si expusieran a EAU a cualquier cosa, desde el sida a la tuberculosis, a la hepatitis B y a la lepra. El éxito de la gobernabilidad, como lo expresaba un responsable político, consiste en “mantener limpio el país de inmigrantes ilegales”.

Por lo tanto, la relación entre los trabajadores extranjeros y los actores locales de EÁU tiene que ver con algo más que con derechos. Supera o desborda nuestro encuadre habitual en el que los problemas surgen simplemente porque los no–ciudadanos exigen derechos que los ciudadanos consideran que pertenecen únicamente a los miembros del Estado–nación (o etnocracia, como Longva ha denominado a los Estados del Golfo). Se sitúa al trabajador extranjero en una relación biopolítica entre el Estado y los ciudadanos.

Según Agamben, la soberanía biopolítica se establece sobre una exclusión fundamental, la del homo sacer u “hombre sagrado”. El atributo de ser “sagrado” no está traído aquí en su sentido contemporáneo, sino en un sentido más familiar el mundo romano (la fuente de la genealogía de Agamben del concepto de homo sacer): la de ser “maldito”. De acuerdo con una reciente lectura de Hal Foster, homo sacer era “lo más bajo de lo bajo... se le podía matar pero no sacrificar”. El orden social romano se definía en sus límites por el soberano y por el homo sacer, figuras complementarias que constituyen el orden estatal y social. El soberano exigía un derecho excepcional para hacer de cualquiera de sus súbditos un homo sacer, mientras que todos los súbditos del soberano podían comportarse como soberanos en relación con los homines sacri en las escalas más bajas del orden social. Agamben sostiene además que la condición de homo sacer y su “vida desnuda” —su animalidad como condición de ser— se están convirtiendo en norma en un mundo de campos de detención y de Estados que suspenden las leyes “en nombre de preservar la ley” (Foster). Agamben toma la experiencia de judíos durante el Holocausto nazi como emblemática de la vida desnuda, pero Foster trae a la mente ejemplos más prosaicos, como el del “musulmán terrorista” o el prisionero encapuchado de Abu Ghraib. Se podría añadir otro ejemplo, quizá incluso más prosaico, el del maldito trabajador extranjero en los Estados árabes contemporáneos del Golfo.

En cierto modo, la teoría de Agamben se aplica literalmente a los trabajadores extranjeros en los EÁU. En Dubái, por ejemplo, viven, ya sea en un vasto sistema de campos de trabajo en la periferia de la ciudad o dentro de la esfera doméstica de la casa, en perpetuo estado de informalidad y temporalidad y sujetos a las privaciones ya mencionadas de no ser ciudadanos–nacionales o no tener derechos económicos, actos arbitrarios que les privan de la plena humanidad y que les resitúan durante su estancia en el Golfo como seres despojados de vida. Es significativo que los trabajadores domésticos sean la única categoría de extranjeros a los que se les permite el acceso a los espacios privados de las casas del Golfo (dormitorios, baños, lugares de la vida privada más que de la pública): como seres despojados de vida, se les considera carentes de una moral subjetiva que pudiera poner en peligro la privacidad de la esfera doméstica. Ya sea en los espacios íntimos de la familia o en los márgenes lejanos de la ciudad, estos trabajadores se convierten, en efecto, en invisibles.

Tanto desde el punto de vista cognoscitivo como espacial, parece que el trabajador extranjero en la sociedades contemporáneas del Golfo constituye el límite de la soberanía, la figura en relación con la cual los ciudadanos y, en algunos casos, los extranjeros más privilegiados, asumen el papel del soberano. De ese modo, resulta también interesante que haya dos maneras de que los trabajadores extranjeros se hagan visibles: los debates sobre las amenazas a la cultura nacional (ya mencionados) y los incidentes en los que se exhorta a las autoridades para que reafirmen la soberanía del Estado. Un ejemplo de esto último son los “escándalos” periódicos que revela la prensa local en los que se descubre que una empresa abusa de los trabajadores. Las autoridades del Estado intervienen y prometen castigar a las empresas infractoras. Pocas veces, en todo caso, se autoriza a los trabajadores a hablar sobre sus experiencias. El incidente rápidamente se desvanece en el debate público. Tales incidentes permiten que las autoridades estatales muestren periódicamente su legitimidad y equidad, y por ende, que hagan valer el derecho del Estado a constituir a cualquier individuo que le plazca como homo sacer.

Un ejemplo más claro de este aclamado derecho a la arbitrariedad, por supuesto, es la forma en que todos los Estados del CCG han reaccionado ante los acontecimientos de la Primavera árabe. Desde Arabia Saudí a Bahréin, Omán y EAU, las dinastías gobernantes del Golfo han intensificado su represión contra los activistas oriundos y contra cualquier otro sospechoso de no estar conforme con la hegemonía del Estado–familia que corresponda en cada caso. La Primavera árabe ha resultado un frío invierno para los ciudadanos del Golfo. Dada la conexión entre las muestras de soberanía y la represión de los trabajadores extranjeros —que he estudiado en mi monografía sobre Dubái— junto con la crisis económica mundial en curso, podemos esperar igualmente un tratamiento similar y quizás más sumario contra los trabajadores extranjeros en un futuro próximo.

Es importante tener en cuenta que la biopolítica que he esbozado aquí no se da exclusivamente en el Golfo contemporáneo. De hecho, las sociedades del Golfo se asemejan mucho a otras etnocracias, como Israel, y comparten mucho también con los Estados del norte global en su construcción biopolítica de ciudadanos y no ciudadanos. La biopolítica, después de todo, es la clave esencial para la incertidumbre: el soberano utiliza la incertidumbre —la amenaza de ataques terroristas o las amenazas culturales que supuestamente plantean los inconformistas o los individuos totalmente excluidos— como pretexto para hacer afirmaciones más dogmáticas que les eximen del cumplimiento de la ley, y que, a su vez, subjetivan a una población conformista.

Esta parece ser la situación común tanto en el norte como en el sur. Lo que hace falta es trasladar esta comprensión al Golfo para que podamos analizar de un modo más teóricamente informado los procesos y los vectores de subjetivación en el que los trabajadores extranjeros se encuentran atrapados cuando sortean la intersección contemporánea entre economía política globalizada, guerra global contra el terrorismo, y la etnocracia del Golfo. Aunque las rebeliones de la Primavera árabe y las huelgas del Golfo sean muy diferentes en muchas cosas, en última instancia ambas rechazan la auto–exención del poder soberano de las obligaciones de la ley.

Tanto en los levantamientos árabes como en las huelgas de los surasiáticos lo que ha destacado es la afirmación de que el individuo no es el mero sujeto del poder soberano, una mera existencia sin vida. Ambas formas de acción de masas deben situarse en la evolución del Estado–familia basado en la seguridad del mundo árabe moderno y poscolonial, como fenómenos distintos que, no obstante aspiran, cada uno a su manera, a ampliar los derechos de los ciudadanos y de los trabajadores de la región.


(*) Ahmed Kanna enseña antropología en la University of the Pacific, San Francisco, California. Es autor de “Dubai, The City as Corporation” (2011, University of Minnesota Press) y editor, con Xiangming Chen, de “Rethinking Global Cities” (Forthcoming, Routledge).

Nota: Estoy en deuda con Beena Ahmad, Fahad Bishara, y Nélida Fuccaro por su lectura crítica de este ensayo. Mis referencias a Agamben se han extraído del ensayo de Hal Foster: “I am the Decider”, London Review of Books, 17 de marzo de 2011.