Palestina

El Israel postsionista I

Las reglas han cambiado

Por Assaf Adiv
Challenge Nº 106, nov/dic 2007
CEPRID, 15/02/08
Traducción de Pablo Carbajosa

Durante los últimos treinta años, y especialmente en la última década, Israel ha sufrido un cambio económico primordial. La propiedad de la economía se ha desplazado del Estado y el Histadrut (la Federación General del Trabajo) a manos privadas.

Hasta los años 80, el sector del Estado -dirigido durante décadas por el Partido Laborista- controlaba todos los detalles de la economía. Desde 2007,  ha sido reemplazado en ese papel por dieciocho familias de enorme riqueza e influencia. Este cambio coincide con un proceso más amplio, en el que el país ha sido succionado por la globalización capitalista. Ese carácter nacional, en otro tiempo razón de ser del país, se ha desvanecido en muchos aspectos.

El cambio económico ha afectado profundamente a la sociedad, a su política e incluso a sus fuerzas armadas. Se han abierto enormes brechas que socavan la solidaridad judía (condición necesaria del Sionismo). La pobreza no es ya sólo problema de los desempleados. Muchos de quienes tienen trabajo no llegan a fin de mes. El Histadrut se ha visto impotente y el sindicalismo organizado, erosionado.

El Kadima, partido gobernante, resume el Israel postsionista. Su líder, el primer ministro, Ehud Olmert, es un hombre sin una idea rectora, un gestor que adapta su país a las cambiantes necesidades del mercado mundial. Debe enfrentarse, sin embargo, al tirón hacia atrás de la vieja guardia. Mientras intenta vincularse a Occidente, Israel continúa su atávica ocupación de Cisjordania y Gaza. Se encuentra desgarrado entre un ayer colonialista y el impulso del capital de maximizar el crecimiento. Está desgarrado, en otras palabras, entre los campos de refugiados de Nablús y los cafés de Tel Aviv. Sin un liderazgo que resuelva estas oposiciones y cierre la brecha social, el Israel de hoy se encuentra sencillamente atascado.

La izquierda del país espera que Norteamérica negocie la paz, pese a sus repetidos fracasos a la hora de llegar a ello en el último cuarto de siglo. Por contraposición, Hizbolá y Hamás ven los problemas de Israel a modo de señales de un derrumbe inminente. Su visión es miope. Israel es parte integral de un capitalismo global, al que se ve ligado "en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud". Las enfermedades son de nuevo signo. Nuestra estrategia ha de ser también nueva, si nos negamos a aceptar el sufrimiento de los pobres que trabajan, en Palestina o Israel, como hecho consumado.

1. Privatización y reducción del papel del Estado

Desde 1948, cuando se estableció Israel sobre las ruinas del hogar palestino, su régimen había tenido un carácter centralizado. El gobierno y el  Histadrut gobernaban a través del partido Mapai (posteriormente denominado Laborista). En su libro, The Global PoliticalEconomy of Israel (Londres, Pluto Press, 2002, que puede leerse en la red en pdf), Jonathan Nitzan y Shimshon Bichler interpretan la centralidad de las instituciones sionistas en la economía protosionista, especialmente la Agencia Judía y el Histadrut, como compensación de la debilidad del capital en esa época. Esta debilidad quedaba en evidencia en un mercado subdesarrollado, en la falta de crédito y un sector privado limitado.

"El acuerdo entre ambos era bien sencillo", escriben Nitzan y Bichler. "El Histadrut conseguía el derecho exclusivo a importar, organizar y disciplinar a la fuerza de trabajo, mientras que la Agencia Judía se hacía responsable de atraer el capital extranjero necesario para empezar a funcionar. "Buena parte de la publicitada retórica israelí sobre 'estatismo', 'socialismo' y 'nacionalismo' proviene de esos años. Sin embargo, tras la confusión ideológica, existía otro proceso mucho más importante: "la formación de la clase dominante israelí" (pág. 18).

Posteriormente (pág. 96) los autores se extienden sobre este último punto:"El gobierno del Mapai controlaba el proceso de formación del capital, asignaba crédito, determinaba precios, establecía tasas de cambio, regulaba el comercio exterior y dirigía el desarrollo industrial. Sin embargo, este mismo proceso también ponía en movimiento su propia negación, por así decir, al plantar las semillas de las que iba a surgir con posterioridad el capital dominante. En este sentido, el Estado actuaba como capullo de la acumulación diferencial. Los conglomerados empresariales en embrión eran empleados inicialmente como "agentes nacionales" para varios proyectos sionistas. Con el tiempo, sin embargo, su creciente autonomía les ayudó no sólo a despojarse de su cáscara sino también a cambiar la naturaleza misma del Estado a partir del cual habían evolucionado".

El centro de gravedad de la economía israelí se desplazó del sector público al privado, en consonancia con el giro internacional hacia la globalización. El poder de la clase dominante del país dependía, históricamente, de su capacidad de interpretar el mapa global, aliándose con los poderes en ascenso. Esta era una del as razones por las que el orden social se modeló en un principio en torno al Estado del Bienestar, modo dominante entre las naciones occidentales tras la Segunda Guerra Mundial.

A principios de los años 80, sin embargo, una vez que el auge de postguerra completó su curso en las naciones desarrolladas y aparecieran los males endémicos del capitalismo, el presidente norteamericano,  Ronald Reagan, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, se lanzaron a desmantelar el Estado del Bienestar, orientándose a la privatización. Israel, país en el que los costes de la Guerra del Líbano y los asentamientos habían disparado una inflación de tres cifras, fue de los primeros en bailar al nuevo son. El Plan de Estabilización de 1985 consiguió algo más que controlar los precios. Suprimió todas las restricciones al tráfico financiero. Facilitó las condiciones para la inversión exterior y abrió el camino para que los capitalistas israelíes invirtieran en el extranjero.

"Se redujeron las barreras proteccionistas. El primer y más importante cambio consistió en exponer al país a los vaivenes de la economía mundial. Las tarifas de importación, que se cifraban en una media del 13% en 1970, descendieron al 1% en los años 90, mientras que la penetración de las importaciones, como parte del PIB, subió de un 37% a más de un 50% en el mismo período. Los productores locales, enfrentados a crecientes presiones, se vieron obligados a adaptarse o abandonar" (Bichler y Nitzan, pág. 274). La mayoría de las industrias tradicionales de Israel sufrieron perjuicios de importancia. Así sucedió especialmente en el caso de la industria textil. Se calcula que 25.000 trabajadores del sector (la mitad del total) perdió su empleo a principios de la década de los 90.

La fusión con el mercado global también condujo a recortes en el sector público. "Privatización" se convirtió en los años 90 en la palabra clave del futuro. Puede verse un ejemplo sobresaliente en los kibbutzim, que solían ser modelos de solidaridad e igualdad, y que servían en la propaganda israelí de símbolo de la nueva sociedad, secular "luz de las naciones". Muchos están hoy privatizados. Otros han sufrido un proceso de diferenciación salarial. La idea del kibbutz ya es historia (véase Uri Ram, The Globalization ofIsrael: McWorld in Tel Aviv, Jihad in Jerusalem, Routledge, 2007.)

El Plan de Estabilización de 1985 abrió el camino para el desarrollo del mercado financiero de Israel. Se amplió la Bolsa de Tel Aviv. Las empresas israelíes comenzaron a movilizar capital en Wall Street, donde su valor se acrecentó a pasos agigantados. En 1992, el valor de las 38 empresas israelíes en la Bolsa norteamericana aumentó hasta 6.000 millones. En tres años, su numero se había incrementado hasta llegar 60, valoradas entre 10 y 15.000 millones de dólares (Gershon Shafir y Yoav Peled, Being Israeli: The Dynamics of Multiple Citizenship, Cambridge University Press, 2002).

El Plan también aportó una reducción de impuestos para empresas y patronos.

Su aportación al presupuesto cayó drásticamente. La tasa empresarial media descendió del 61% en 1986 al 36% en el 2000. La participación de los empresarios en la financiación del Seguro nacional de los trabajadores pasó del 15,6 % de los salarios al 4,93% en el año 2000. La tasa paralela pagada por los empresarios para contribuir a financiar el seguro de salud de los empleados se canceló totalmente en 1997; en lugar de eso, se incluyó un pago extra destinado a las consultas de salud (Shafir y Peled, págs.341-56).

Las dieciocho familias dominantes

 La privatización ha sido, como dijimos, un factor primordial en el entrelazamiento de Israel con la economía global. En los últimos veinte años, el control se ha concentrado en unas pocas familias. La medida se justificó como forma de ahorrarle a la economía el despilfarro y la corrupción, lo que arruinaría las oportunidades de Israel en el escenario económico global. La privatización, nos dijeron, haría de Israel un país más atractivo para los inversores extranjeros. Gracia a ello se crearía empleo y los servicios públicos se harían más eficientes. Lo que sucedió, en realidad, es que el capital pasó de manos públicas a manos privadas, mientras el hombre de la calle se quedaba fuera.

Business Data Israel (BDI), un grupo de análisis de datos ha investigado el fenómeno. Recoge la lista de las dieciocho familias dominantes, los Oler, Arison y demás. Su renta total llegó al 77% del presupuesto nacional de 2006. BDI estima que este total es la mitad del producto industrial nacional. A finales de 2005, estas dieciocho familias se embolsaban el 32% de los beneficios de las 500 empresas más grandes del país. Sus ingresos alcanzaban los 198.000 millones de shekels (cerca de 50.000 millones de dólares). El informe concluye: "Los procesos de privatización de años recientes, incluyendo la privatización de los bancos, de Bezek [comunicaciones], El Al [líneas aéreas] y Zim [empresa naviera], no sólo no consiguieron reducir la centralización de la economía, sino que incluso la incrementaron" (Ynet, 13 de febrero de 2006 [en hebreo]). Véase también Nitzan y Bichler, pág. 87). La situación es similar en el caso de los bancos. Los tres mayores -Hapoalim, Leumi y Discount- dominan más del 80% del mercado bancario y se embolsan el 70 % de sus beneficios. Hapoalim está controlado por los Arison, Discount, por los Bronfman, y Leumi es candidato a ser privatizado el año próximo.

La paz como puente a la economía global

Los Acuerdos de Oslo, que Israel firmó con Yasir Arafat en 1993, y el Acuerdo de Arava, firmado con Jordania en 1994, fueron considerados por muchos como síntoma de una transformación. De acuerdo con este punto de vista, la clase dominante de Israel había optado por intercambiar guerra y ocupación por paz y cooperación económica. En lo que se refiere a la paz, este pronóstico no se ha verificado, pero esta claro que se ha producido un auge económico.

Los acuerdos de Oslo y Arava coincidieron en principio con un enorme esfuerzo israelí por estrechar lazos económicos con los estados del Golfo y el Magreb, principalmente a través de cumbres económicas (1994-1996). El gran avance tuvo lugar, sin embargo, fuera de la esfera árabe. Nitzan y Bichler (pág. 337) describen de qué modo las multinacionales descubrieron el mercado israelí en la época que siguió a Oslo y comenzaron, una a una, a abrir filiales y buscar socios. Entre ellas se contaban Kimberly Clark, Nestlé, Unilever, Procter & Gamble, McDonald's, Burger King, British Gas, Volkswagen y Generali. Los bancos mundiales también abrieron sucursales, entre ellos Citigroup, Lehman Brothers, HSBC, Bank of America y Chase Manhattan. Los gigantes planetarios de la comunicación fueron los siguientes.

¿Por qué eligieron estas empresas invertir en Israel? Una de las razones es que la ordalía de la privatización les ofrecía tratos muy tentadores a precios de saldo. El optimismo sobre el potencial israelí se puede comparar con el apetito que mostraron hacia los mercados de Europa Oriental tras el derrumbe del sistema soviético. El gobierno israelí, considerándose demasiado centralizado, quería deshacerse de activos con la esperanza de ganarse un lugar en la economía global. Para los inversores extranjeros se trataba de una oportunidad de las que se dan una vez en la vida de adquirir esos activos por calderilla. Las empresas israelíes y su gobierno mostraron gran flexibilidad, desestimando la vinculación nacional, así como la necesidad de crear empleo.

Fusión con el orden global

Stef Wertheimer y su hijo Eitan son un ejemplo de libro. Durante tres décadas,  Stef fue considerado un pionero de la industria israelí. Estableció la zona industrial de Tefen, al norte de Israel, como parte de un plan denominado "judeización de Galilea". En mayo de 2006, no obstante, los Wertheimer vendieron el 80 % de su empresa, ISCAR Metalworking, a Berkshire Hathaway por 4.000 millones de dólares, interés financiero dirigido por Warren Buffett. Durante la firma del acuerdo, Buffett prometió no perjudicar a la producción israelí. Con todo, la venta supone un golpe mortal al concepto de economía nacional. El núcleo del control de los principales intereses industriales israelíes ha pasado de propietarios que antaño mantenían un intenso compromiso con el proyecto sionista a un hombre de negocios que nada tiene en común con ello, y cuyo imperio financiero -el segundo más grande del mundo- se rige sin atender a los sentimientos o la ideología. Nada de esto detuvo a los Wertheimer.

Otro ejemplo del cambio sufrido por las empresas israelíes se encuentra en la venta de Tnuva, una cooperativa agrícola, a Apax Partners Worldwide LLP, empresa de capital británico (Jerusalem Post, 21 de noviembre de 2006). Fundada en la década de 1930, Tnuva figuraba en la lista de cooperativas más importantes de la economía protosionista. Dominaba las industrias ovolácteas, de pollo y verduras y constituyo un instrumento capital para destruir la agricultura y el trabajo árabes. Recientemente, el 51 % de Tnuva se vendió a Apax por 1.025 millones de dólares. La empresa abrió a continuación una empresa de productos lácteos en Rumania y dirige su ávida mirada hacia Rusia.

La cooperación con las multinacionales resulta evidente, sobre todo en alta tecnología. Durante la década de 1990, se fundaron en Israel muchas empresas de nuevo cuño. Se trata de pequeños grupos de ingenieros y programadores informáticos que desarrollan una u otra tecnología novedosa, siguiendo una dirección que atraiga a los inversores. La idea estriba en encontrar un gran comprador norteamericano. En el casino de las nuevas tecnologías en venta, ha habido varios despampananteséxitos israelíes: la adquisición de Nicecom por parte de 3COM por 53 millones de dólares, de Scorpio por parte de U.S. Robotics por 80 millones de dólares, y de Orbotech por Applied Materials por 285 millones de dólares (Haaretz, 28 de noviembre, 1997). AOL compró Mirabilis por 407 millones de dólares, Intel compró DSPC por 1.600 millones de dólares y Lucent compró Chromatis por 4.500 millones (Nitzan and Bichler, pp. 343-44). En noviembre de este año, Yediot Aharonot celebró "10 años de éxitos", queriendo resumir las adquisiciones norteamericanas de empresas norteamericanas durante la última década. La cantidad pagada por empresas norteamericanas se cifraba en un total de 42.000 millones ("Lo consiguieron", Yediot Aharonot, 13 de noviembre de 2007).

Estos acuerdos llenaron los bolsillos de unos cuantos jóvenes israelíes (licenciados de la sección informática del Ejército o inmigrantes soviéticos), pero no impulsaron al resto de la economía. Comverse, Amdocs y Check Point, las tres mayores empresas de alta tecnología de Israel, daban empleo a 13.000 personas a finales de los años 90. Su valor en el NASDAQ llegaba a los 50.000 millones de dólares (el 77 % del valor total de todas las empresas representadas en la Bolsa de Tel Aviv). Pero estas compañías están inscritas y ubicadas en Nueva York y la mayoría de sus accionistas no son israelíes. En resumen, podemos colocar una gran interrogación sobre el carácter "israelí" de estas empresas (Nitzan and Bichler, págs. 344-45).

El capital israelí se marcha afuera

Mientras que Israel se ha abierto al capital extranjero, el suyo propio ha accedido al exterior. Además de las empresas de alta tecnología mencionadas más arriba, se han invertido miles de millones en otros lugares en inmobiliarias, construcción, energía, limpieza de aguas, tecnología agrícola y demás. Estas inversiones se concentran en Turquía, Europa Oriental, los Estados Unidos y el Lejano Oriente. En muchos casos, las empresas israelíes crean sociedades conjuntas con empresas locales o multinacionales.

La empresa israelí, Strauss, es buen ejemplo de ello. Comenzó como granja familiar de productos lácteos en 1936. En 1995 pudo hacerse con Achla, que elabora ensaladas. Dos años más tarde, Strauss compró la mitad de los activos de lácteos Yotvata. En 2004, se fusionó con Elite, que produce café y dulces. El conjunto de la compañía está valorado en cerca de 1.000 millones de dólares. De acuerdo con un informe de Dunn y Bradstreet, Strauss se ha hecho presente en docenas de países en la última década, y dispone de centros de producción en once de ellos. Tiene acuerdos de asociación con gigantes como el francés Danone, el holandés Unilever y la norteamericana Pepsi Cola.

Sus actividades en el exterior aportan el 40% de sus ingresos. Es un agente importante en el sector del café en Europa Central y Oriental. Domina la segunda empresa cafetera de Brasil. También ha adquirido Sabra, que produce ensaladas para el mercado norteamericano y controla Max Brenner, empresa chocolatera. Strauss ha recorrido un largo camino, convirtiéndose en una empresa global entreverada en las multinacionales, y como tal sirve de modelo a otras empresas israelíes.