Palestina

El despertar de los palestinos de Israel

Por Michel Bôle Richard
Le Monde, 16/05/08
Tlaxcala, 24/05/08
Traducido por Caty R. (*)

Todos los años, el 30 de marzo, los llamados árabes israelíes o palestinos de Israel, salen a las calles para conmemorar «el día de la tierra». Lo hacen desde hace 32 años, desde que en 1976 seis de ellos fueron asesinados en una protesta por la confiscación de sus tierras por el Estado judío. Esta cita, a lo largo de los últimos años, ha tomado un giro cada vez más reivindicativo y más multitudinario.

Este año se decidió hacer en Jaffa, la vieja ciudad árabe que linda con Tel Aviv, el punto de encuentro de los manifestantes: 500 familias del barrio de Ajami están amenazadas de expulsión por cuestiones de insalubridad y construcciones ilegales. «Hace sesenta años expulsaron a los árabes en masa de Jaffa y eso no volverá a ocurrir», asegura Jamal Zahalka, líder y diputado del partido árabe Balad.

Los palestinos de Israel, musulmanes y también cristianos, levantan la cabeza. Han decidido actuar, reivindicar sus derechos y luchar para obtenerlos. Han tomado conciencia de su fuerza y cada vez están mejor organizados. Actualmente son 1,5 millones de personas, lo que supone el 20% de la población de Israel donde son, teóricamente, ciudadanos de pleno derecho desde la creación del Estado en 1948. En aquella época sólo eran 160.000, porque 770.000 compatriotas fueron expulsados, habían huido a los países limítrofes o permanecían en los territorios ocupados con la esperanza de regresar a sus ciudades y pueblos, atesorando, casi todos, las llaves de sus casas. Pero los israelíes arrasaron los pueblos, ocuparon las casas y se apropiaron de los campos.

«Los judíos confiscaron un 60% de nuestras tierras a partir de 1948, sistema que han seguido hasta la actualidad y hoy apenas somos propietarios de un 3,5% del territorio israelí. Ya no pueden quitarnos más, entonces quieren apropiarse de los pastos de los beduinos del Negev», explica en la ciudad de Um El–Fahm, Youssef Jabareen, profesor de la Universidad de Haifa y fundador del Arab Center for Law and Policy. «También hay que señalar que 300.000 son refugiados internos, personas desplazadas de los pueblos destruidos o a quienes no se les permite volver a sus casas. En inglés se les denomina 'present absentees' (ausentes presentes)»

Por ejemplo, en octubre de 1948 expulsaron a los habitantes de Biram, un pueblo de un millar de agricultores cristianos situado en Alta Galilea. Los Israelíes les prometieron que podrían volver después de la guerra. No fue así. Se presentaron recursos ante la justicia, que dio la razón a los agricultores. Pero los militares se opusieron al retorno y en septiembre de 1953 bombardearon el pueblo, que todavía hoy sigue en ruinas. Hasta 1966 se incluyó a la población árabe bajo un régimen militar, con todas las restricciones que eso impone. «Era imposible circular de un pueblo a otro. Vegetamos durante dieciocho años» protesta Youssef Jabareen. «Y seguimos esperando las compensaciones por lo que sufrimos».

Um El–Fahm, junto con Nazaret, es la ciudad árabe israelí más importante. Se convirtió en la punta de lanza de las protestas desde que sus habitantes restablecieron los lazos de solidaridad con sus hermanos palestinos de Cisjordania. Inició la segunda Intifada tras la construcción del muro, que en este sector ha usurpado largamente el futuro Estado palestino, y después de la ley de 2003 que prohibe el acercamiento entre las familias palestinas de Israel y las de Cisjordania con el fin de evitar que la población árabe crezca demasiado en el Estado judío. La impunidad absoluta concedida a los policías responsables de la muerte de trece personas en octubre de 2000 dio lugar a manifestaciones pacíficas de apoyo a las víctimas de la Intifada que han servido de catalizador al despertar de los palestinos de Israel.

Considerada como una denegación de justicia, esa decisión acrecentó una toma de conciencia. «Los árabes de Israel son ciudadanos de segunda fila», ha declarado Mamdouh Agbariya, presidente del Sindicato de estudiantes árabes. «Desde aquellas manifestaciones han asesinado a otros 29 palestinos de Israel y no se ha dictado ni una condena. Eso ilustra perfectamente de qué manera nos considera el Estado»

«La época de los árabes sumisos y obedientes toca a su fin», dice un estudiante de Haifa que reside a Um El–Fahm. «Nuestros padres no se atrevieron a levantar la voz. Los viejos líderes se callaron ante la ocupación. Todo esto se acabó. Queremos poner fin a la segregación, la opresión, el apartheid. Queremos la igualdad de derechos y las mismas oportunidades. Queremos formar una nueva generación que tenga confianza en sí misma. Estamos contra el Estado de Israel como Estado judío, ya que judío y democrático es contradictorio. La democracia es para todos». Los estudiantes que están a su alrededor, en el campus soleado que domina la bahía, asienten. Algunos califican la confiscación de las tierras como «la mayor violación de la historia». Ahmed se indigna por las discriminaciones dentro de la universidad y por los privilegios concedidos a los no árabes.

Para Asad Ghanem, profesor de Ciencias Políticas, los estudiantes ya no soportan lo que denomina un «régimen etnocrático», es decir «el control por una sola etnia, que se considera superior a la otra». «La humillación y la destrucción de los demás forma parte del sistema de vida sionista», opina el profesor. «Esta situación no puede continuar, porque hace nuestra vida miserable y la de ellos todavía más. Siempre tienen miedo. Es la consecuencia de lo que les hacen a los palestinos. Todo esto es peligroso y autodestructivo. Es necesario eliminar el sionismo y el colonialismo del país en beneficio de todo el mundo». Asad Ghanem hizo una llamada para boicotear las últimas elecciones porque considera que el hecho de que los árabes puedan votar permite a Israel hablar de democracia mientras que sólo se trata de «una artimaña».

Desde hace algunos meses hay algunos lanzamientos de piedras sobre las carreteras de Galilea y en el llano costero. La inquietud se apoderó de los servicios de seguridad. Ya hace un año, el Shin Bet (seguridad interna) alertó contra «una radicalización creciente de los árabes israelíes», que podría constituir a medio plazo «una amenaza estratégica», parafraseando al popular diario Maariv. ¿Está germinando una Intifada interna? Los estudiantes de Haifa, de los que todos ellos predican métodos de acción pacíficos, minimizan la importancia de esos lanzamientos. «Somos demócratas. No somos terroristas», protesta Mamdouh Agbariya. «No queremos arrojar a los judíos al mar. Queremos vivir juntos y decidir nuestro futuro juntos, en igualdad de condiciones»

Una multitud de organizaciones nacidas durante los últimos diez años defiende los derechos de los palestinos de Israel y reclama el fin de la discriminación. Estos movimientos cada vez son más influyentes. Piden el final de las medidas segregacionistas que prohíben a los árabes, entre otras cosas, comprar tierras judías, el acceso a la función pública –prácticamente prohibido–, la distribución igualitaria de los fondos públicos y subvenciones y que los que hacen su servicio militar no tengan más privilegios sólo por esta razón.

Se ha puesto en marcha una política clara de discriminación positiva. Pero los frutos tardan en llegar y la zanja no deja de profundizarse. Los árabes «No tienen ningún presupuesto, ninguna infraestructura, ninguna ventaja fiscal. Los dejaron a un lado después de haberlos sometido a un régimen militar», reconoce Jacques Bendelac, doctor en Economía. Un 54,8% de los palestinos israelíes vive por debajo del umbral de pobreza (eran el 48,3% en 2003), frente a un 20,3% de los judíos. Su tasa de desempleo es cuatro puntos más alta. Son los olvidados del crecimiento que, durante tres años, fue superior al 5%.

«Está claro que Israel no quiere que este país sea igualitario para todo el mundo. Para preservar el carácter judío, las leyes segregacionistas serán cada vez más numerosas. El diálogo se va haciendo más difícil. Siempre que presentamos propuestas, nos acusan de ser una quinta columna, de querer minar los fundamentos del Estado», señala a Ahmad Hijazi, palestino de Israel y director de desarrollo de una comunidad de 55 familias (250 personas), mitad árabe y mitad judía, llamada «Oasis de paz». Ubicado junto a Latrun, este pueblo es el único ejemplo de vida conjunta de las dos comunidades. Para Ahmad Hijazi, es «un ejemplo, un modelo, la prueba de que es posible vivir juntos, y además una forma de protesta contra una política segregacionista». La única solución, opina, es un Estado binacional donde cada uno conservaría su propia identidad.

Pero realmente todavía no ha llegado la hora de los abrazos. Un 64% de los judíos nunca se aventura en el sector árabe; el 75% es favorable a una transferencia de las zonas árabes a Cisjordania. En la Knesset (Parlamento), los enfrentamientos entre diputados árabes y parlamentarios de la derecha cada vez son más frecuentes. Effie Etam, un diputado nacionalista religioso, lanzó: «Algún día los expulsaremos de este edificio y de la tierra del pueblo judío».

Avigdor Lieberman, otro parlamentario nacionalista, trata a su homólogo árabe Ahmed Tibi de «terrorista». Este último le responde calificándolo de «emigrante fascista en una tierra que no le pertenece». Para Lieberman, definitivamente, los árabes «abusan de la democracia».


(*) Caty R. es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.