Palestina

Palestina e Israel

La estrategia imperialista de los Estados Unidos

Por Salah Jaber
Europe Solidaire Sans Frontières, 01/02/09
Viento Sur, 01/03/10
Traducción de Alberto Nadal

[Contribución en el seminario internacional desarrollado en el Instituto Internacional
de Investigación y Formación (IIIF, Ámsterdam) sobre Palestina].

Puesto que el objetivo de este seminario es concentrase sobre las cuestiones israelo-árabe e israelo-palestina, lo mejor es abordar el tema de la estrategia de los Estados Unidos bajo este ángulo en particular. Porque, de un lado, no tenemos suficiente tiempo como para una exposición general sobre todo lo que hacen los Estados Unidos en la región, y, por otro, porque ello no tendría en buena parte más que una relación indirecta con el tema central de estas jornadas. Pero estas cuestiones se entremezclan, como vais a ver.

El punto de partida, si se quiere discutir sobre la estrategia de los Estados Unidos en esta parte del mundo es definir, y por tanto reconocer, sus móviles. ¿Qué anima a los Estados Unidos en su intervención en la región?

El móvil principal de la intervención de los Estados Unidos en esta región del mundo, y esto remonta en líneas generales al período posterior a la Primera Guerra mundial, es por supuesto la cuestión del petróleo. El interés de los Estados Unidos por esta parte del mundo está en relación con su extraordinaria riqueza en recursos petroleros. No voy a extenderme sobre ello, ya conocéis las cifras. Querría simplemente subrayar que la cuestión del petróleo no se reduce a una cuestión económica: no se trata aquí de un “economicismo vulgar”.

La cuestión del petróleo comprende ciertamente una dimensión económica, dimensión que algunos tienen tendencia a subestimar por rechazo del “economicismo vulgar”. De hecho, la dimensión económica es muy importante, basta con ver el lugar de las grandes compañías petroleras americanas en la lista de las grandes firmas americanas en general. Han figurado regularmente a la cabeza de la lista en los últimos decenios, y a lo largo de todo el siglo XX , y están bien ancladas en ella con la evolución de los precios del petróleo.

Hay pues un peso considerable de los intereses petroleros en la determinación de la política de los Estados Unidos. Dicho de otra forma, el “lobby petrolero”, las compañías petroleras, tienen un peso considerable en la política exterior de los Estados Unidos, y esto tampoco es nuevo. Cualquiera que estudie la política exterior de los Estados Unidos puede constatarlo. Personajes como David Rockefeller, cuya familia está fundada en la fortuna petrolera, han jugado un papel central en la determinación de la política exterior de los Estados Unidos. Instituciones tan importantes en esta política como el Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations, que produce la revista Foreign Affairs) vienen de ahí. Y a través de la historia, a través de las presidencias americanas desde los años 1920, se ve como una buena parte de la determinación de la política exterior, en cualquier caso en lo que se refiere a las regiones del mundo en relación con el petróleo, ha sido debida a las compañías petroleras y a su intervención ante el ejecutivo en Washington.

Pero, y era ese mi punto de partida, la cuestión no se reduce solo a este interés económico, que no representa más que una parte, ciertamente central, del big bussines americano. Más allá, y a causa de la naturaleza del petróleo, hay un interés estratégico que concierne al conjunto del capital americano y por tanto al conjunto del imperialismo americano en tanto que mecanismo que determina una política.

La cuestión del petróleo es estratégica entre todas: sabéis todos hasta qué punto se ha convertido en un producto estratégico primordial (y de forma creciente a partir de la Primera Guerra Mundial que aceleró el paso del carbón al petróleo). Esto ha empujado a los Estados Unidos a conceder al Medio Oriente una importancia estratégica de primer orden en su política mundial. El valor estratégico del petróleo hace del control del acceso al petróleo una baza estratégica mayor. La cuestión del acceso de los Estados Unidos mismos al petróleo se ha ido haciendo cada vez más importante a medida que se agotan las reservas petroleras americanas, y consiguientemente a medida de la dependencia creciente de los Estados Unidos respecto a importaciones de petróleo. El umbral del 50% ha sido superado y los Estados Unidos están en una lógica de dependencia creciente respecto al petróleo exterior.

Pero el acceso de los Estados Unidos mismos no es más que una dimensión del problema, y la otra dimensión, tan importante como esa, es el control del acceso de los demás. De una parte el control del acceso al petróleo de sus aliados, es decir de las potencias “vasallas”, de los imperialismos que están en relación de vasallaje respecto a los Estados Unidos. Este control permite a los Estados Unidos aumentar la dependencia de estas potencias para con ellos. De otra parte el control del acceso de los enemigos potenciales, y esta cuestión ha ganado cada vez más importancia en el último período histórico con el ascenso de China. Anteriormente, en el tiempo de la bipolaridad, el contrapeso mundial a los Estados Unidos era la Unión Soviética, que ella misma era exportadora de petróleo y no tenía, por tanto, problema de aprovisionamiento. Por el contrario, estos últimos 20 años han visto el ascenso de China, que depende enormemente de sus importaciones de energía: China tiene poco petróleo, sobre todo vistas sus necesidades crecientes debido a su crecimiento económico, y esta dependencia no hace sino aumentar el valor estratégico de la cuestión petrolera.

A todo esto se pueden añadir otras consideraciones, siempre ligadas al petróleo: por ejemplo en el plano económico. Cuando los Estados Unidos se imponen como potencia soberana en la región, se imponen respecto a sus aliados (Japón, extremadamente dependiente de las importaciones petroleras, más aún que China, o la Europa occidental). Pero también de sus “protegidos locales": las monarquías petroleras de la región. La más importante de ellas es el reino saudita que, él solo, tiene la cuarta parte de las reservas mundiales de petróleo y, por tanto, juega un papel completamente determinante en el mercado petrolero. La tutela de los Estados Unidos sobre el reino saudita es una dimensión mayor de la cuestión, y se traduce también en otro aspecto de importancia mayor para los Estados Unidos desde hace más de 30 años: esos aliados, esas monarquías petroleras reexportan los petrodólares en mayor parte hacia los Estados Unidos, contribuyendo así al financiamiento por el resto del mundo del imperialismo estadounidense. El financiamiento del presupuesto federal americano tiene diferentes mecanismos, siendo el más importante de entre ellos la compra de bonos del tesoro.

Es lo anterior lo que constituye desde un punto de vista marxista, e incluso sencillamente realista, la única explicación que se mantiene en pie en cuanto a la motivación de lo que hacen los Estados Unidos, de su interés por esta parte del mundo. Y es ahí donde interviene el debate sobre la cuestión de Israel.

Como sabéis probablemente, hay esquemáticamente dos puntos de vista sobre la relación entre los Estados Unidos e Israel. Un punto de vista que es el tradicional de la izquierda y del movimiento antiimperialista, incluso el movimiento antiimperialista árabe, de forma bastante clara –me refiero por ejemplo a Nasser que a propósito de esto era claro. Este punto de vista es considerar a Israel como un “perro de guardia” –por utilizar una fórmula lapidaria y muy corriente– de los intereses del imperialismo americano en la región. O incluso de los intereses del imperialismo en general, puesto que en el momento en que este tipo de visión de Israel fue desarrollado, los intereses que Israel servía no eran aún de forma evidente los de los Estados Unidos. (Volveré sobre el tema). Perro de guardia, pues, como lo que el propio fundador del sionismo estatal, Theodore Herzl, había planteado: “un puesto avanzado” de lo que él llamaba “la civilización” en el corazón de “la barbarie”, en el lenguaje del colonialismo. Y de hecho esta visión de Israel como “puesto avanzado” del imperialismo mundial es la visión tradicional del movimiento antiimperialista, del nacionalismo antiimperialista de izquierdas, incluso más allá. Así, en el momento de la guerra de 2006, el secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, explicaba en un discurso que para él las cosas estaban claras: Israel trabajaba a cuenta de los Estados Unidos. En este tema, hay un amplio abanico de tendencias que comparten este tipo de análisis.

Y luego hay otro análisis, siguiendo en la región: el que tiende a presentar a Israel manipulando a los Estados Unidos. Entonces bien evidentemente, si Israel manipula a los Estados Unidos, es preciso una correa de transmisión: son los “judíos”. Es una visión que coloca a Israel en el centro y le imputa la política regional de los Estados Unidos, con relentes de antisemitismo bastante evidentes. Con este tipo de posición, están el conjunto de los regímenes reaccionarios, monarquías u otros, de la región, y en particular lo que dependen más de los Estados Unidos, así como las ideologías de tipo integrista, los panislamismos de tipo integrista obnubilados por una visión antisemita del mundo. El objetivo central, en el caso de los regímenes reaccionarios, es explicar que si los Estados Unidos apoyan a Israel no es porque sean una potencia imperialista, sino a causa del peso y del papel de los judíos, y de la posibilidad de Israel de utilizar el “lobby judío” como lo llaman. Con, como consecuencia política, la idea de que los árabes deben contrarrestar esto cortejando a Washington para intentar cambiar la política de los Estados Unidos, para hacer de ella una política más favorable a los intereses árabes. La función política de este tipo de visión es bastante evidente.

Hemos visto un debate similar desarrollarse en Occidente, incluso dentro de los estados Unidos. Con el mismo tipo de diferenciación: tradicionalmente la izquierda, los antiimperialistas, en los Estados Unidos ven a Israel, primero y ante todo, como un instrumento de su propio imperialismo, instrumento utilizado por la élite del poder americano, el “big bussines”, para servir a sus intereses. Podríamos extendernos y explicar hasta qué punto este instrumento es extremadamente productivo para los Estados Unidos. Se sabe que Israel es el primer receptor de la ayuda americana exterior, pero los tres mil millones de dólares que los Estados Unidos dan a Israel anualmente son una gota de agua en el océano en relación al presupuesto militar americano, cuando el rendimiento de esta financiación es incomparablemente más importante que el rendimiento marginal de tres mil millones suplementarios añadidos a ese presupuesto. Más o menos tres mil millones no cambian nada en absoluto en las prestaciones militares de los Estados Unidos; por el contrario, el papel que Israel juega en tanto que fuerza militar aliada es absolutamente fundamental.

Hemos visto recientemente desarrollarse un debate sobre la cuestión del “lobby israelí”. Esta vez, los dos profesores que han lanzado este debate no son en absoluto antisemitas. Hay claramente un lobby proisraelí, y eso no es un fantasma antisemita. Hay una existencia muy oficial –en un país caracterizado por el sistema de lobbys– y no es exclusivamente judío: hemos visto incluso estos últimos años el ascenso del “sionismo cristiano”, es decir, extremistas cristianos protestantes que por razones ideológicas extravagantes son partidarios encarnecidos de Israel y del extremismo israelí (hay incluso un predicador evangélico que ha dicho que el coma de Sharon era un castigo de dios por haber ordenado la retirada de Gaza…). Según la tesis de Mearsheimer y Walt, el lobby proisraelí tendría un peso demasiado elevado, demasiado importante en la política de los Estados Unidos: ahí estaría el problema, y ello explicaría porqué los Estados Unidos harían cosas que no son de su interés nacional. Por supuesto, esta noción de “interés nacional” es propia a un tipo de visión política “realista”, y es una noción que no compartimos. Los dos profesores en cuestión, que forman parte del establishment americano y pertenecen a la corriente de los “realistas”, habían construido su argumentario en el momento en que el atascamiento de los Estados Unidos en Irak se había hecho patente, explicando que era culpa de Israel si los Estados Unidos habían invadido Irak, cuando hacerlo no era algo de su interés.

Esto ha sido ampliamente puesto en tela de juicio, incluso de forma factual : se sabe bien ahora que Israel abogó, antes de la invasión de Irak, a favor de que los Estados Unidos atacaran más bien a Irán, argumentando que el enemigo principal es Irán, mientras que Irak no era capaz de dañar (salvo para quienes podían creer en serio en el mito de las armas de destrucción masiva, pero Israel no era de ellos). Por el contrario, Irán es considerado como el enemigo mayor de Israel, y sigue siendo la prioridad desde el punto de vista israelí. Y ahí se ven los límites de la coincidencia, de la concordancia entre los intereses de los Estados Unidos para quien Irak es un objetivo mayor por las razones que he explicado, y los de Israel que tiene sus propias consideraciones estratégicas. Tras la visión del peso excesivo del “lobby israelí” hay una visión de la política de los Estados Unidos: la democracia americana sería el resultado de una concurrencia de múltiples lobbies, una especie de mercado libre. Hay ahí todo un mito de la política americana y de la democracia americana, en la que se inserta esta visión, mientras que la visión de la izquierda está centrada en la élite del poder, la clase poseyente y el peso del “big bussines” en la política exterior de los Estados Unidos.

Si se observa la evolución histórica, es bastante evidente que la historia ilustra una tesis y contradice la otra. Consideremos la intervención de los Estados Unidos en la región. Mucho antes del nacimiento de Israel el reino saudí se había convertido en su principal aliado regional: esta importancia concedida al reino saudita se tradujo en el encuentro en 1944 entre Roosevelt, de camino a Yalta, y el rey saudí, y por la construcción, en plena región petrolífera saudita (por supuesto), de una base militar americana, que era una de las principales bases militares de los Estados Unidos en el exterior de su territorio tras la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos, como la Unión soviética y como el conjunto de las potencias mundiales, han apoyado la creación del estado de Israel en 1947, pero con el apoyo real y concreto al movimiento sionista, la Unión soviética jugó un papel bastante mayor que los Estados Unidos, en lo que se refiere a las entregas de armas en particular. Hablo de los Estados Unidos en tanto que gobierno, no de las organizaciones sionistas americanas que apoyaron financieramente. Desde la guerra de 1948, los Estados Unidos decretaron, durante varios años, un embargo sobre las entregas de armas a los beligerantes. Es así como el armamento sofisticado de Israel era proporcionado por Francia (aviación, etc.). Se sabe por otra parte que el acceso a lo nuclear por parte de Israel se hizo gracias a Francia. Era pues el imperialismo francés el que tenía las relaciones más estrechas con Israel. Las del imperialismo británico lo eran menos, visto el pasivo entre Londres y el movimiento sionista. Y cuando en 1956 tuvo lugar la agresión tripartita franco-británica-israelí contra Egipto, tras la nacionalización del canal de Suez, Israel intervino al lado de esos dos imperialismos, mientras que los Estados Unidos, al contrario, condenaban la agresión y dirigían incluso un ultimátum a los tres países para que detuvieran los combates y retiraran sus tropas.

Vemos pues que la idea de un Israel que manipularía a los Estados Unidos no cuadra pues con los hechos. A partir del comienzo de los años 1960 se va a llevar a cabo un cambio importante en la región: el ascenso del nacionalismo árabe, y el “divorcio” casi definitivo, a partir de los años 1950, entre ese nacionalismo y los Estados Unidos tras un período de dudas. En los primeros años de la subida de Nasser al poder, los Estados Unidos podían aún ser percibidos como una potencia no colonial, como un país respetuoso de la independencia de las naciones, pero esta percepción fue rápidamente superada. El ascenso del nacionalismo árabe forzó a los Estados Unidos a retirarse de su base saudí en 1962. Al mismo tiempo, el ascenso de la influencia soviética en la región a partir de 1955, con el comienzo de las entregas de armas y la alianza bastante estrecha que el Egipto nasseriano tejió con Moscú, va a reforzar considerablemente el valor de Israel como aliado de los Estados Unidos en la región. Es pues a partir de los años 1960 cuando Israel se convierte desde la óptica americana en una baza estratégica mayor. A partir de 1966, los Estados Unidos comienzan las entregas de armamento sofisticado a Israel, y la guerra de 1967 (hay un trabajo muy exhaustivo de Tom Segev, aparecido recientemente, que lo muestra a las claras) es la primera guerra en la que Israel sirve directamente los intereses de los Estados Unidos al mismo tiempo que sus propios intereses. Y con el éxito que conocemos. Lo que hace que tras 1967, Israel se haya convertido en un aliado altamente apreciado en los Estados Unidos. Se sabe que esta guerra de 1967 condujo, bastante rápidamente, a un cambio radical en la región: la marginación de la influencia soviética, la salida de Egipto fuera de la esfera soviética a favor de los Estados Unidos bajo Sadat, etc. Sin embargo, los Estados Unidos seguían acantonados en el exterior de la región. En 1979, la revolución iraní va a aparecer como una amenaza sin precedentes sobre la zona petrolera, y para los Estados Unidos, en pleno “síndrome de Vietnam” desde la retirada del Vietnam en 1973, la importancia de Israel no ha hecho sino aumentar. Es que para obtener luz verde del congreso para intervenir militarmente, el ejecutivo americano tiene necesidad a menudo de mucho tiempo, mientras que Israel es un puesto avanzado, capaz de intervenir en cualquier momento.

Esta situación prosigue hasta 1990, el año de la invasión de Kuwait por Irak, año de vuelta –y de una vuelta bastante más fuerte que antes de la partida– de los Estados Unidos a la región, particularmente al territorio saudí. Con esta vuelta, el valor estratégico de Israel para los Estados Unidos disminuye. Y se ve inmediatamente, desde 1990-91 con la orden dada a Israel de no responder al disparo de misiles Scud irakís sobre su territorio, porque ello incomodaría a los Estados Unidos, y hasta el pulso entre Washington y el gobierno de Shamir para forzar a este último a participar en la conferencia de Madrid en el otoño de 1991 y al comienzo del “proceso de paz”.

Habiendo los Estados Unidos adquirido una hegemonía sin precedentes en la región, se plantean a partir de ahí como objetivo su estabilización; lo que pasa forzosamente por un arreglo del contencioso israelo-árabe. Se conoce la continuación: ello va a producir Oslo, luego un atascamiento del proceso con al mismo tiempo un ascenso de Irán. Con el fin de la guerra Irak-Irán y el embargo impuesto sobre Irak tras 1991, el hecho de que la neutralización mutua entre Irak e Irán cesara, dado el estado en el que se encuentra Irak, dejaba una completa libertad de acción a Irán. Esto realza el interés de Israel como aliado, tanto más cuanto que con el ascenso de Al Qaeda a partir de los años 1990, la presión sobre el régimen saudí para que obtenga de nuevo la retirada de las tropas americanas de su territorio –a causa de la contradicción flagrante con la ideología wahhabita que crea la presencia de tropas no musulmanas en el país de los lugares santos del Islám– se hace cada vez más fuerte.

Todo esto restablece la importancia de Israel, que va aún a aumentar tras el 11 de septiembre de 2001 y el comienzo de la intervención militar de los Estados Unidos a escala regional en 2003. El esfuerzo que esto representa para los Estados Unidos sobre todo desde el punto de vista de los efectivos, luego su atascamiento en Irak añadiéndose al Afganistán, les hacen aparecer como incapaces de actuar en caso de apertura de un tercer frente. En resumen, hay una fluctuación del valor de Israel, no en sentido estratégico –estratégicamente Israel sigue siendo una baza esencial– sino en el sentido en que, por momentos, es el aliado indispensable al que se mima, mientras que en otros momentos, los Estados Unidos están en una posición en la que pueden ejercer una presión sobre Israel, como en 1991.

La cuestión que se plantea hoy es la siguiente : ¿estamos de nuevo, tras la luz verde dada por la administración Bush a Israel estos últimos años, en un período en el que se va a ver un resurgimiento de las tensiones entre los Estados Unidos e Israel bajo la nueva administración Obama?

Es posible. No digo que sea probable, sino solo que es posible. Tanto más cuanto que hay una especie de "gran distanciamiento" que se está instalando entre una administración que da fe sin embargo de una vuelta del péndulo, por limitada que sea, en relación a la administración Bush –pero eso es fácil visto que la administración Bush era la más reaccionaria de la historia americana– y, al mismo tiempo, el deslizamiento a la derecha que continúa en Israel, y que produce un paisaje político aún más a la derecha. Esto ha comenzado progresivamente hace 30 años, y va de mal en peor, cuando se ven gentes abiertamente a favor de una “limpieza étnica” del país conseguir el puesto que tienen, y pasar incluso por delante de los fundadores históricos del estado de Israel, la dirección histórica del sionismo, es decir el partido llamado “laborista”. Hay pues una “gran distancia”, a la que se añaden las declaraciones de la nueva administración americana deseosa de retomar el diálogo con Irán, consciente del daño terrible producido a los intereses del imperialismo americano por la administración Bush y la forma desastrosa en que ha gestionado todo esto, y deseosa de enderezar la situación. Esto podrá causar tensiones entre el gobierno israelí y los Estados Unidos. Pero lo que seguirá siendo determinante, es la posición militar de los Estados Unidos en la región: mientras permanezcan atascados en Irak y Afganistán, su margen de presión sobre Israel será mínimo.

Sin embargo, y acabo con esto, creo que no tengo necesidad de explicar aquí que cualesquiera que sean las tensiones que pueden surgir, incluso si fueran comparables a las tensiones relativamente fuertes de 1990-91, no estamos en presencia de unos Estados Unidos que quisieran imponer a Israel una “solución” aceptable desde el lado árabe. Hay sencillamente la voluntad de obtener más moderación, de cooperación por parte de Israel, pero siempre con el objetivo de facilitar la tarea esencial de los Estados Unidos en la región, es decir el control de la región, que pasa por la distinción entre los aliados de los Estados Unidos que hay que reforzar –de ahí el problema con Israel que les debilita: basta con pensar en Mahmoud Abbas, extremadamente debilitado por la actitud israelí– y los enemigos de los Estados Unidos, que se trata de aplastar –o comprar. Podrá pues haber tensiones, pero los enemigos seguirán siendo los enemigos y el apoyo de los Estados Unidos a Israel en este combate no cambiará. Por el contrario, se podrán ver presiones en el sentido de una actitud más conciliadora de Israel frente al concierto de los regímenes árabes, y se ve por otra parte en estos momentos una ofensiva saudita en regla en los medios, para demandar a la nueva administración que cambie de dirección.