Palestina

¿Inexplicable?

Por Juan Gelman
Bitácora, 06/06/10

Circulan hipótesis varias sobre la razón del operativo militar israelí que causó la muerte de 9 a 16 pasajeros del buque de bandera turca Mavi Marmara, decenas de heridos, el secuestro de la flotilla que transportaba 10 toneladas de ayuda humanitaria para Gaza –bloqueada desde 2007 e invadida en 2008– y la detención de casi 700 personas, puestas en libertad después de sufrir vejámenes de todo tipo.

Las explicaciones oficiales de Tel Aviv son inquilinas del ridículo: los agredidos son agresores y los agresores, agredidos; los llevados a Israel a la fuerza son inmigrantes ilegales, quienes socorren a palestinos hambreados son cómplices de Hamas primero, terroristas de Hamas después, etc. Es vieja, muy vieja, la técnica del victimario victimizado.

El primer ministro Netanhayu justificó el ataque porque hay que impedir que Hamas reciba armas “por aire, mar y tierra” –obviando el hecho de que las recibe por túneles convenientemente excavados– y afirmó que ninguna protesta lo llevará a levantar el sitio de Gaza. Es la cuestión de fondo: Tel Aviv no ha renunciado al sueño del Gran Israel y el cerco impuesto a Gaza perjudica, más que a Hamas, a sus habitantes, que ya sufrieron la Operación Plomo Fundido, que segó la vida de 1300 civiles palestinos. Esto, en buen castellano, se llama limpieza étnica y también su historia es vieja.

El ideólogo del sionismo revisionista, Zeev Jabotinsky, declaró hace 87 años que la única manera de imponer el Estado judío era aplastar a los árabes. No extraña que Ron Torossian, el organizador de la manifestación Estamos con Israel frente a la misión de Turquía ante la ONU, propinara esta opinión: “Creo que debemos matar a cien árabes o a mil árabes por cada judío que ellos matan” (//gravker.com, 1610). ¿Por qué no cien mil, un millón? ¿Acaso Ariel Sharon no fue responsable, en 1982, por interpósita milicia, de la matanza de casi 500 civiles palestinos inermes en los campos de refugiados de Sabra y Shatila? Si esto es ideología, habrá que cambiar la definición de la palabra ideología.

La dirigencia israelí parece guiada por otro concepto central de Jabotinsky: “Sostenemos que el sionismo es moral y justo. Y dado que es moral y justo, hay que hacer justicia aunque José o Simón o Iván o Ajmed no estén de acuerdo”, sostuvo en un ensayo que publicó la revista rusa Raavyet en noviembre de 1923. Carlo Strenger, profesor de la Universidad de Tel Aviv, llamó “mentalidad de bunker” a la imperante en el país: Israel “no escucha la crítica, sea interior o exterior. Esa incompetencia es reforzada por la soberbia: Israel está enamorado de la idea de que tiene razón y que todos los demás se equivocan; por lo tanto, es incapaz de admitir que la política que aplica a los palestinos ha sido desastrosa” (www.haaretz.com, 2610). Strenger cita al filósofo francés Bernard-Henri Lévy, un ferviente defensor de Israel, quien tildó de “autismo político” este pensamiento que atribuye a los dirigentes israelíes: “El mundo no nos entiende y nos condena si hacemos y nos condena si no hacemos, así que hacemos lo que queremos”. Jabotinsky redivivo.

EE.UU. siempre ha brindado el espacio internacional necesario para que esa voluntad se cumpla pese a todo. “La única democracia en la región”, según la Casa Blanca, no vacila en espiar al gobierno estadounidense en ese hacer lo que quiere. La reacción de Obama ante el ataque a la nave turca y el “baño de sangre” consiguiente fue débil. No lo condenó siquiera, sólo pidió una aclaración de los hechos y aceptó que Tel Aviv rechazara el establecimiento de una comisión investigadora internacional. El mandatario norteamericano se convierte así en cómplice de la no investigación que habrá.

Fue el vicepresidente Joe Biden quien brindó una suerte de posición oficial sobre el tema: defendió el bloqueo de Gaza y manifestó que Israel “tenía el derecho a saber” qué carga llevaba el navío. Recuérdese que Netanyahu le dio una bofetada política a Biden cuando éste lo visitó en marzo pasado: el vice venía a alentar el proceso de paz palestino-israelí y el primer ministro anunció la construcción de 1600 edificios nuevos en territorio palestino ocupado. Se ve que Biden es un hombre perdonador. Es improbable que se produzcan cambios en la estrecha, muy íntima, relación EE.UU./Israel.

Cabe reconocer que, a diferencia de Tel Aviv, Washington no tiene problema en abandonar a sus ciudadanos en apuros. Alrededor de diez estadounidenses viajaban en el convoy de ayuda humanitaria a Gaza, entre ellos Joe Meadors, señalero de la fragata USS Liberty cuando la bombardearon aviones y lanchas lanzatorpedos de Israel en 1967; Ann Wright, coronela (R) del ejército de EE.UU.; Edward L. Peck, ex subdirector del grupo de tareas antiterrorista del gabinete de Reagan. Todos terroristas, naturalmente.


El lamento de Hillary

Por Atilio A. Boron
Página 12, 02/06/10

No sorprende a nadie, a esta altura de la historia, el nuevo crimen cometido por el gobierno israelí. Hace rato que los valores fundantes del pueblo judío fueron arrojados por la borda por sus gobernantes, que presiden sobre un Estado que, hacia adentro y para la población judía, funciona como una democracia muy imperfecta y limitada (a años luz de la idílica imagen que difunden los grandes medios y la Casa Blanca) y hacia fuera como un régimen fascista, cuya política hacia los palestinos y, en general, el mundo árabe, se basa en el terror y la fuerza bruta.

Lo interesante del caso es, una vez más, la reacción del Departamento de Estado. En un comunicado oficial emitido el 31 de mayo y dado a conocer por Philip J. Crowley, secretario adjunto de la Oficina de Asuntos Públicos, se dice que los Estados Unidos “lamentan profundamente” la pérdida de vidas humanas y los daños producidos a quienes se vieron “involucrados en el incidente” producido en los barcos que se dirigían hacia Gaza.

La declaración habla de un “incidente”, eufemismo para referirse a un brutal ataque realizado en aguas internacionales por un comando israelí sobre una flotilla desarmada e indefensa; lo más grave, está fraseado de tal manera que se evita toda condena o repudio del hecho. Sólo se lamenta, pero no se condena. No sólo en esa declaración: tampoco la Casa Blanca se apartó de esa línea: un comunicado oficial se limitó a decir que el presidente Obama “lamentó las muertes” –hasta ahora nueve, pero hay numerosos heridos graves– ocurridas durante el “incidente”.

La declaración del Departamento de Estado aviesamente plantea que la asistencia humanitaria a Gaza está siendo entorpecida por la interferencia de Hamas, y su utilización de la violencia como método político, todo lo cual induce a pensar que los comandos israelíes se limitaron a reaccionar, quizá de modo desproporcionado, a las provocaciones de Hamas, o las ONG humanitarias, o cualquier otro actor involucrado en el “incidente”. Por supuesto, la declaración termina asegurando al público que “se está trabajando para determinar los hechos, y que se espera que el gobierno israelí realizará una investigación completa y creíble sobre lo ocurrido”. (http://www.state.gov/r/pa/prs/ps/2010/05/142386.htm)

En pocas palabras, Estados Unidos continúa avalando la conducta de su matón en Medio Oriente, tergiversando toda la información, ocultando el hecho de que en Gaza hay casi dos millones de personas que viven en una especie de campo de concentración a cielo abierto, que las autoridades de la democracia israelí impiden la libre movilidad de las personas y el ingreso de alimentos, medicamentos e insumos esenciales para la vida. Que lo que está ocurriendo en Gaza es un lento genocidio, implacable, metódico, cruel: aparte del encierro, emblematizado además por la construcción de un muro de la infamia que recorre toda Palestina, la población es sometida a periódicos bombardeos y toda clase de vejámenes. Y que la flotilla atacada tenía por objeto llevar un cierto alivio a las víctimas de tanto odio.

Uno podría preguntarse: ¿quién gobierna Israel? Respuesta: un grupo de fundamentalistas, de la misma progenie de quien, previa bendición de un rabino, asesinó a Yitzhak Rabin por considerarlo demasiado blando con los palestinos. O los que impidieron la entrada de Noam Chomsky a Israel hace apenas un par de semanas. O los que secuestraron al científico israelí Mordejai Vanunu porque confirmó que Israel poseía armas nucleares, para luego ser juzgado en secreto y sentenciado a 18 años de cárcel.

Esa es la clase de gente que hoy gobierna Israel. Así, mientras Estados Unidos se obsesiona con el fundamentalismo islámico y percibe en Ahmadinejad –que no tiene armas atómicas– un peligro para la paz mundial, tolera con un hipócrita y leve gesto de disgusto los crímenes de su aliado que sí dispone, gracias a Estados Unidos, de un poderoso arsenal nuclear y que, en su fanatismo, ha dado muestras de estar dispuesto a utilizarlo.

Amparado por Washington, Israel no se detiene ante nada ni nadie, hace caso omiso de la legalidad internacional, las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, la opinión pública mundial e, inclusive, las voces críticas que se levantan dentro del propio Israel. El peligro se encuentra en Tel Aviv y no en Teherán, pero los numerosos lobbies judíos que tienen comprados, o alquilados, a los miembros del Congreso de Estados Unidos y a altísimos funcionarios del gobierno impiden siquiera abrir una discusión sobre estos temas. Por eso Israel sigue los pasos de su protector y aplica en aguas del Mediterráneo y contra una flotilla indefensa la táctica del “bombardeo humanitario” que Washington empleara sobre Serbia y Kosovo y, más recientemente, sobre Irak, Ecuador (de la mano de su estado cliente sudamericano, Colombia) y Afganistán.

Y los grandes medios de comunicación, campeones de la “libertad de prensa”, se limitan a formular unos comentarios anodinos ante una situación que clama al cielo. ¡Imagínense lo que estos medios y el gobierno norteamericano habrían dicho y hecho si el ejército bolivariano hubiese atacado una flotilla humanitaria en el Caribe! Las denuncias habrían sido atronadoras y apabullantes, y la campaña mundial de prensa con feroces críticas a Chávez exigiendo su inmediata destitución llegaría a los cuatro rincones del globo. Ahora, en cambio, reina la circunspección, apostando al olvido que, ciertamente, facilitará el mundial de fútbol.


(*) Politólogo.