A propósito del Día Internacional de la Mujer

Mujeres piqueteras

Las jornadas de diciembre sacaron a luz procesos subterráneos, mostraron la fuerza de la movilización independiente de los explotados y oprimidos. Uno de sus símbolos, no por casualidad, fue la cacerola. Es que las mujeres vienen jugando un rol cada vez más importante en las luchas sociales. Ahí esta la experiencia de las trabajadoras textiles de Brukman que pusieron a funcionar la fábrica bajo su control o las miles de maestras de Río Negro que llevan 56 días de lucha en defensa de la educación y su salario. En esta oportunidad le pedimos esta nota a Patricia, una compañera del movimiento de desocupados de la zona sur del Gran Buenos Aires.

Escena típica: un grupo de chicas y sus mamás están sentadas mirando videos musicales, canciones de amor. "¡Qué fuerte que estás, papito!, ¡Ay, Chayanne, Ay, Cristian!". Discuten a los gritos por ver si Enrique es el más lindo y Ricky es trolo, o al revés. Una empieza a leer en voz alta las dedicatorias que traen los videos: "Mi amor, te dedico esta canción para darte las gracias por ese maravilloso día en que me hiciste mujer"... Y las chicas, en vez de poner los ojos para atrás entre suspiros y desmayos, largan la carcajada: "¿Te das cuenta? No nació mujer, la infeliz; la hizo el chabón, vino un día y la hizo. Ma’andaaaaa...".

Recién llegamos de esa inmensidad que fue el acto de repudio al golpe del 76. Todavía estamos temblando. Los cantos no se apagan así nomás: seguimos a la vuelta en el tren, seguimos en el colectivo; mañana todavía vamos a estar tarareando: lavamos la ropa y somos los desocupados, los oprimidos, los miserables... Y el repudio tampoco se apaga cuando volvemos del acto y prendemos la tele: los ojos negros de Chayanne no nos impiden constatar cuánta boluda queda en este mundo.

Y así con todo. Esto no es el sindicato o el partido, donde la gente va a hacer una actividad para después volver a casa, a la vida de todos los días, que está en otra parte. Ya habrán notado que para los desocupados la lucha gremial y la lucha política son lo mismo. Para las desocupadas, esa lucha única es también lo mismo que la vida, porque no podemos hacerlo de otra forma: una mujer no puede entrar en esta pelea, no puede autoorganizarse realmente, sólo con la cabeza. Tiene que poner una bomba en los zapatos de cemento que le pusieron cuando nació, que se terminaron de endurecer sin que se diera cuenta mientras suspiraba por el novio perfecto, mientras laburaba como negra para mantener a los hijos que el novio perfecto le dejó antes de huir, mientras dejaba de estudiar porque "no me da la cabeza, mejor trabajo para que estudien los chicos". Y al final resultó que ni vos podés trabajar ni los chicos pueden estudiar, y ahí vino el quiebre. Y aquí estamos.

Estamos en este cuerpo que no sabemos de qué especie es, mitad grupo de desocupados, mitad asamblea barrial, mitad corriente política, mitad mutual para comer y vestirse, y que no termina nunca de agregarse mitades: una biblioteca en un costado, por el otro una "terapia educacional" para divorciados machistas, por allá un grupo de estudio de las mujeres que decidieron entrar a tallar también en la vida cultural de este mundo.

Mis ojos, mis oídos, mis palabras

"A mí me habían dicho que los dirigentes piqueteros cobran un sueldo y nosotros íbamos a poner el cuerpo para que ellos cobren. Así que cuando hay reuniones de los dirigentes de la organización, yo voy con ellos a ver qué pasa ahí". Y no pasa ni una de esas reuniones sin que "los dirigentes" (por llamarlos de alguna forma) vayan con tres o cuatro al lado. Nos vamos rotando, pero casi siempre son mujeres las que van a controlar, a aprender a dirigir, discutir y contestar. Será que entre machos se tienen confianza, será que una no lo deja al marido puteando en casa con los chicos para que la venga a manejar otro.

De ahí nació la urgencia de estudiar, otra vez a la escuela con unos maestros flacos, ojerosos y casi desocupados, con el cansancio de la lucha en la cara, que se han propuesto demostrarnos que somos menos idiotas de lo que creemos.

También de allí debe venir la costumbre de leer cada uno de los volantes que tiran los setecientos cincuenta partidos de izquierda que caminan con nosotros o rondan por ahí. Cuando hablamos de política, empieza una: "Yo nunca estuve en esto, pero pienso...", y siguen unas ideas interrumpidas a cada rato por excusas: "Yo no sé nada de esto, no sé cómo expresarme bien, digo yo, me olvidé, tengo una laguna". Es un parto, pero el pensamiento propio se va abriendo camino. Puje, señora, puje, que ya vamos a inventar el parto sin dolor.

Porque quiero

A una de nosotras le encargaron que escriba una nota sobre las mujeres piqueteras (esta nota, casualmente). Para ayudarla, después de la asamblea nos ponemos a conversar sobre por qué estamos en este movimiento. De las quince mujeres que estamos conversando en la mesa, sólo dos tienen alguna experiencia militante. Ninguna leyó un pito sobre feminismo. Todas somos más pobres que los ratones. Pero, oh sorpresa: ni una sola dice "estoy luchando para darles de comer a mis hijos". Por supuesto que queremos darles de comer; ésa era la única idea que teníamos cuando empezamos a organizarnos, hace mucho, mucho tiempo, hace como cuatro meses, toda una vida:

-Aquí me di cuenta de la situación en que está el país, que esto no se arregla con un Plan Trabajar. También vi que hay mucha gente que tiene los mismos problemas que yo, y antes creía que era la única. Siempre nos quedamos en casa con los chicos pensando que eso era lo mejor para ellos, y ahora nos damos cuenta cuánto mejor estarían ellos si hubiéramos salido a luchar antes.

-Yo la veo a ella que llega de las marchas con una alegría... y me dan muchas ganas de ir. A veces se me hace difícil por los chicos, porque la familia en vez de apoyarte te tira bombas de todos lados.

-Que esta mujer esté aquí es un triunfo. El marido de ella es un hijo de p..., y lo digo aunque sea mi hermano. El tiene derecho de ir a atorreantear cuando se le antoja, pero ella no puede poner un pie afuera de la casa.

-Antes de empezar con ustedes me la pasaba llorando en mi casa, no tenía ganas ni de bañar a los chicos. Mi marido me decía qué te pasa, dejá de llorar y levantáte de la cama, y yo me moría de bronca porque él no me entendía. El primer día que vine a una asamblea me quedé charlando con los compañeros hasta las cinco de la mañana, y no me fui más. Y tengo más organizada mi casa ahora que estoy dos horas por día que antes cuando estaba las 24.

-Para las mujeres es bueno juntarse y hablar entre ellas. Nos tenemos que apoyar, porque tenemos todo en contra. "¿Ahora que tenés hijos se te da por estudiar?", te dicen todos. Pero eso se acabó. Una mujer puede hacer lo que quiera, lo acepten los hombres o no. Ya no dependemos de ellos. El hombre es más lento. Si no nos movemos nosotras, los chicos no comen. Pero si estás sola no te animás. Sin esta experiencia que hicimos aquí, ni loca me animaba a ponerme a estudiar de nuevo.

-Yo conocí un partido, pero lo único que hacían era reunirse para comer y chupar. Si estoy convencida de esta lucha es porque en el fondo siempre la quise hacer, pero no encontraba con quién.

En el fondo siempre quise. No se trata sólo de lo que tenemos que construir, también de lo que tenemos que destruir, las piedras que nos han puesto encima, la niebla que oculta el fondo donde está lo que siempre quisimos. Y en el fondo no está el Plan Trabajar, ni los bolsones de mercadería, ni siquiera el no pago de la deuda externa: todo eso son luces en el camino. Lo que llega desde el fondo es el repudio a todo lo que no nos reconoce y nos condena al silencio, todo al mismo tiempo y de una vez, desde los milicos del 76 hasta la teleboludez, desde REPSOL hasta el golpeador: allí, en ese fondo humano encerrado y oculto, todo eso es lo mismo sin escalas. Cuando nos morimos de odio al ver cómo basurean a la gente en otros grupos piqueteros, eso llega desde el fondo. Si logramos que ninguna mujer de nuestro grupo, cuando las discusiones se ponen duras, diga "voy a hacer tortas fritas" y huya a la cocina, eso va a llegar desde el fondo. Las ganas de traer a la lucha a tanta gente del barrio cuya única ocupacion en la vida es sufrir y ponerse en pedo, esas ganas vienen desde el fondo, porque no es por traer más gente a las marchas, lo que pasa es que no podemos ver cómo se les va la vida en la autodestrucción.

Nuestra guerra con los punteros peronistas también excede la "política": el único poder que han tenido en esta vida es el de meter las estupideces más increíbles en la cabeza de los vecinos, y ver cómo ellos hacen de cuenta que se las creen a cambio de una leche y cuatro huevos. Y nos amenazan, nos apedrean el local, no sólo porque el PJ los manda, no son policías que matan porque les ordenan; tampoco están perdiendo fortunas (son más muertos de hambre que nosotros) sino ese miserable poder de corromper, de prostituir a otros, y eso los pone locos como si les sacaran una droga. En la sala de primeros auxilios trabaja una enfermera muy querida por todo el barrio, porque hace veinte años que se mata por conseguir los remedios, la leche y la atención que la gente necesita. Esta santa mujer le negó los anticonceptivos a una compañera: "Si estás con los piqueteros, que las pastillas te las den ellos".

Entre los piqueteros del bloque, todos hablamos del famoso cambio social. Para algunos, eso significa que el país rompa con el FMI. Otros quieren una revolución que eche a los patrones. Otros no quieren patrones ni capataces. Otros agregan a los burócratas sindicales y partidarios. A las mujeres del movimiento (las más excluidas entre los excluidos) nos toca llevar este proceso a una revolución que acabe con toda forma de opresión, violencia y prostitución, venga de un gobierno o de nuestra propia gente. Revolución hasta el fondo.

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