China

Tensiones entre el régimen y los obreros

Por Roland Lew *

* Roland Lew, es profesor en la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica, y especialista en China. Ha publicado, entre otros libros: 1949: Mao prend le pouvoir, PUF, París, 1999, L’intellectuel, l’État et la révolution — essais sur le communisme chinois et le socialisme réel, L’Harmattan, París, 1997 y, con Gérard Duménil, Où va la Chine?, Actuel Marx n° 22, PUF, París, 1997.

Este artículo, publicado en Inprecor (revista del Secretariado Unificado de la IV Internacional), informa sobre uno de los temas más importantes para el porvenir de la lucha por el socialismo: ¿qué está pasando con la clase obrera más numerosa del mundo, la de la República Popular China?

La República Popular China (RPC) entró en la Organización Mundial de Comercio (OMC) con dificultades y después de quince años de encarnizados esfuerzos de parte del gobierno que se califica de postmaoísta pero que es en realidad antimaoísta en su lógica social y económica. El próximo congreso del Partido Comunista Chino (PCC) se desarrollará este otoño. Deberá hacer el balance de los años de Deng Xiaoping, organizar la sucesión (o la apariencia de sucesión) de los herederos directos de Deng alrededor de Jiang Zemin.

El congreso tendrá también que pronunciarse (mejor dicho, acordar en la cúpula) sobre la evolución económica del país, cada vez más abierta a la economía de mercado internacional, y también sobre la amplitud de las privatizaciones en el interior del país, que modifican las condiciones, incluso las establecidas por Deng en los años 90. Y todo esto en un contexto de crisis social persistente que, después de haber alcanzado grandes sectores del campesinado, ahora afecta al mundo obrero, en particular a la economía estatal, un poco por todos lados en general, pero en especial en los antiguos bastiones de la industria pesada del norte del país y en los campos petrolíferos de Daqing. En Liaoyang, capital de Liaoning, y en Daqing hubo una importante agitación obrera como consecuencia de un período de despidos masivos. La revuelta fue reprimida; los dirigentes de estas acciones —que escapaban de la autoridad del partido y del control de los sindicatos oficiales— fueron arrestados, lo que desvió la agitación.[1]

La crisis social y la entrada en la OMC

En diciembre de 2001 la RPC entró oficialmente en la OMC. Para el régimen es una victoria, resultado de una batalla de largo aliento. Para la llamada "comunidad internacional", y sobre todo para el capitalismo mundial, es una buena noticia, la esperanza de una China más sólidamente enganchada al mercado y a las leyes constrictivas del capitalismo, bajo la férula de la OMC. Para la corriente llamada reformista del PCC, que puso en juego toda su influencia para hacer aceptar las condiciones —a veces muy estrictas— de entrada del país en la OMC, se trata de sacar los beneficios prometidos de esta oficialización de la apertura económica. Este nuevo curso comenzó modestamente a fines de los 70 y desde entonces cambió absolutamente la economía y la naturaleza social del poder "comunista" instaurado en 1949 por Mao.

¿Y para el pueblo? Le han hecho infinidad de promesas. Le han repetido hasta el hartazgo que podrá beneficiarse con el excedente de un nuevo crecimiento comercial del país, incluida la cuestión del empleo. Y que los consumidores tendrán un acceso más amplio y menos caro (de resultas de la baja de las tasas aduaneras) a los bienes de consumo de los países industrializados, considerados de mejor calidad y muy prestigiosos para los que tienen los medios para adquirirlos.

Mientras se esperan esos días de maravilla, la crisis social continúa y se agrava. La agitación social se torna explosiva en ciertas regiones del norte del país. Lo previo a esta integración más acentuada de China en la economía mundial es una gigantesca reestructuración de la economía que afecta ante todo, desde mediados de los 90, el sector estatal. Este constituía hasta ese momento el pilar del régimen del "socialismo real" —un socialismo profundamente irreal pero bastante favorable a la condición obrera— y formaba la mayor parte del sector industrial. La reestructuración llevó a nueva extensión del sector privado, o semiprivado, y a una desocupación masiva, efectiva o disfrazada, de los obreros del sector estatal.

En este sector se encontraba la industria pesada, en buena parte concentrada en las provincias del nordeste, las tres provincias de la antigua Manchuria, ocupada por Japón desde el principio de los años 30. Fueron las autoridades japonesas las que transformaron esas regiones en zonas de industria pesada para responder a sus necesidades bélicas. En 1949 los comunistas chinos heredaron ese potencial, de hecho la única industria pesada que tenían entonces a su disposición. El nuevo poder maoísta instalaría fábricas de industria pesada en otras regiones (por ejemplo en Shangai, dominada antes de 1949 por la industria ligera). Sin embargo, el nordeste quedará como el gran centro de la industria pesada china, sobre todo la provincia de Liaoning y su capital, Liaoyang. Liaoning será por decenas de años la única provincia del país no mayoritariamente agrícola.

Fue en esta zona que los chinos descubrieron su primer campo petrolífero importante, en Daqing, en la provincia de Heilongjiang, que durante mucho tiempo les proporcionaría la autosuficiencia en el campo estratégico del petróleo. El campo petrolero de Daqing, abierto de manera muy voluntarista por el poder en el inicio de los años 60, fue uno de los grandes proyectos maoístas. Debería ilustrar los preceptos del Gran Timonel, la vía china al socialismo a partir de la nada. Fue un poco como la ciudad del acero. Magnitogorsk, en la URSS, construida en medio de la nada a comienzos de los años 30 y convertida en la encarnación de la "ciudad socialista" de industria pesada de tipo stalinista. Daqing debía demostrar capacidad de autosuficiencia, convalidar el lema maoísta de "contar con nuestras propias fuerzas". Se trataba entonces de extraer lo más rápidamente posible el petróleo, que debía asegurar la autosuficiencia de un país replegado profundamente sobre sí mismo para vivir con sus propios recursos (incluida la necesidad de asegurar sus recursos alimenticios). Doscientas mil personas trabajaron en Daqing. Fue uno de los grandes orgullos del maoísmo, el orgullo de un país, un verdadero recurso que en pocos años liberó a la "China socialista" de la obsesión de depender de un mundo exterior hostil para su aprovisionamiento energético.

Que Daqing fuera tan autosuficiente como proclamaba el régimen aun debe demostrarse. Otras experiencias en el país, tan celebradas como ésta por haber practicado la autosuficiencia maoísta, se revelaron mucho más ilusorias que reales.

Sea como fuere, el sector petrolero, y Daqing en particular, fueron uno de los niños mimados del régimen y un sector muy protegido. Incluso años después de la muerte de Mao (1976) el lobby petrolero estaba fuertemente representado en la cúpula del partido y del gobierno; era una potencia a la que había que tener en cuenta. Pero la lógica del mercado y del capitalismo (privado y del Estado) modificó la situación y trastornó la correlación de fuerzas.

Explosiones obreras en Liaoyang y en Daqing

Es en esas dos provincias que se han producido las explosiones obreras más serias de los últimos años. Allí se hicieron sentir con mayor gravedad los efectos de la reestructuración de sector estatal, en vista de preparar a la China "new look" para el paraíso de la economía de mercado, capaz de afrontar la competencia internacional, según los criterios de la OMC. Efectivamente, y en lo esencial, el acuerdo fue primero ásperamente negociado bilateralmente entre las autoridades chinas y las norteamericanas.

El nordeste se transformó en el "rust-belt" chino, una zona de industrias pesadas con pérdidas totales, cubierta de fábricas obsoletas, no rentables en la lógica económica actual, sobre todo de cara a la competencia internacional e incluso nacional. Insistimos: en la lógica económica actual, y como consecuencia de la desidia del poder, que no preparó la reconversión de las industrias que sabía condenadas. Se trata de un resultado previsible, ineluctable, de la política económica "reformista" en su fase radical, que apunta resueltamente en dirección al mercado y al capitalismo mundial. Esta política fue puesta en marcha en los años 90, luego de más de diez años de tanteos y experimentos, de dudas, y en general de una estrategia de eludir obstáculos, que dejaba en manos estatales a los grandes sectores industriales que venían de la época del "socialismo de Estado".

Liaoyang, con 1,8 millones de habitantes, es la capital de la provincia de Liaoning, que dos o tres décadas atrás tenía el nivel de vida más elevado de todas las provincias chinas (sin tener en cuenta las tres grandes ciudades, Shangai, Beijing y Tianjin, que tienen status de provincia) y la más alta tasa de urbanización. Esta ciudad está actualmente asolada por la desocupación, que afecta entre el 60 y el 80% de los obreros estatales. Un desastre. Y un desastre tanto más grave puesto que nada, o casi nada, se hace para enfrentar este derrumbe. Ni tampoco para construir otro tejido industrial, ni para responder al problema de la protección social de los obreros brutalmente despedidos.

Al contrario, todas las canalladas y las malversaciones características del nuevo curso (el del capitalismo salvaje, piloteado o librado a su suerte por los dueños del poder) se abaten sobre un mundo obrero que hasta ayer estaba relativamente protegido y valorado, y que hoy es abandonado, y dejado en la miseria y el desprecio. De ahí surgió entonces la explosión de la revuelta, que fue en gran medida producto de la desesperación. Así y todo, pueden ser los comienzos de un verdadero movimiento obrero independiente, que motorice acciones por afuera de las estructuras oficiales de encuadramiento, por fuera de un sindicato oficial que de hecho, y también estatutariamente, es la correa de transmisión de las instrucciones del régimen o, peor aun, de los patrones, ya sean "camaradas jefes" o patrones privados.

No es raro, en China, que el patrón, incluso un capitalista privado, sea al mismo tiempo uno de los jefes del sindicato. Patrón y sindicalista obrero: maravillosa dialéctica... Sin embargo, más frecuentemente, los roles están separados: los sindicalistas se contentan con estar estrechamente sometidos a las necesidades del patrón.

En el mejor de los casos, el sindicato, bajo la presión de las autoridades locales, regionales y nacionales, hace beneficencia organizando tómbolas y otras actividades de caridad, para aliviar la nueva miseria.

Las razones de una explosión

¿Cómo escapar a la desesperación? ¿Cómo evitar que la cólera explote? Digámoslo claramente: no sorprende constatar que hay decenas de miles de actos de oposición obrera de todo tipo a escala nacional (fuentes oficiales hablan de más de un cuarto de millón "de incidentes" laborales en 2001, Y en aumento constante de año en año). Lo que sorprende es que la revuelta obrera no sea más firme, incluso más brutal. Hay, en efecto, muchos motivos de frustración, de rechazo.

La peor frustración obrera proviene de la rápida desvalorización de su status simbólico y real. China no ha sido nunca un "Estado obrero", el Estado de los obreros, pero irrefutablemente la condición de obrero estatal en las ciudades era deseable, en comparación con el pasado e incluso comparándola con la de la gran mayoría del campesinado.

Era un stauts protegido, envidiado por la gran mayoría de los campesinos, y cada vez más deseable, al ritmo del progreso económico del país, incluso si el salario era modesto y la dependencia respecto de las autoridades de la empresa era total (ellas mismas sometidas al poder "comunista"). Todo esto dentro de una lógica económica muy a menudo menos descentralizada de lo que el discurso maoísta dejaba creer.

Hoy los obreros estatales son despedidos en masa y brutalmente, a veces sin preaviso: oficialmente fueron echados 25 millones desde 1998. El obrero, llamado "dueño del país" en la época maoísta, hoy es objeto del desprecio de las antiguas élites reconvertidas, y más aun de las nuevas élites sociales cada vez más abiertamente (e incluso agresivamente) capitalistas.

A menudo al obrero lo despiden de un día para el otro. No siempre recibe las compensaciones por despido que le deben. Antes de esto, frecuentemente no había cobrado regularmente su sueldo (los retrasos en los pagos pueden ser muy largos). Y transformado en desocupado, no es forzosamente indemnizado (una indemnización que es a menudo muy modesta) o debe esperar muchos meses para cobrar, con el riesgo de recibirla en cuotas. O de no recibir nada.

Peor todavía, la seguridad social (jubilación, desempleo, cuidados de salud, vivienda...) depende todavía en gran medida de las empresas, como desde el comienzo de la Rep{ublica Popular China. La voluntad, proclamada por el poder central, de establecer un sistema de seguridad social nacional, o por lo menos regional, no llegó todavía a resultados significativos. Pero las empresas no tienen medios para asegurar esa seguridad social, y a menudo no quieren hacerlo. De todas maneras, empresas enteras cesan sus actividades o son fusionadas y no reconocen sus anteriores obligaciones.

Y todo esto ocurre casi siempre en medio de una enorme ilegalidad. La depredación de los bienes, el acaparamiento de los activos públicos por los cuadros locales, asociados con empresarios privados, se hace a la vista y paciencia de todos. Ningún chino ignora que la corrupción es generalizada. La desigualdad social crece a una velocidad considerable. Los nuevos privilegiados, a menudo antiguos cuadros y jefes de empresas, muestran con tremenda insolencia sus riquezas.

En Liaoyang, donde la miseria está instalada por todos lados, hay (como en toda la China urbana) una increíble cantidad de automóviles de lujo, negocios rutilantes, bares para ricos. Hay una suerte de voluntad revanchista de los nuevos ricos de enrrostrar su prosperidad y su mal gusto, de humillar al pobre.

¡Esta es la nueva China, la del Partido Comunista, que exalta ahora oficialmente a los empresarios como a la nueva fuerza motriz de la China "socialista"! No sorprende entonces que el cinismo se haya instalado en los puestos de mando. La corrupción, las complicidades mafiosas, se encuentran en todos los niveles de la jerarquía de la ciudad. El jefe del partido de la ciudad de Liaoyang es abiertamente odiado por la población.

Indudablemente, a poco que se reflexione sobre cómo son tratados decenas de millones de obreros, se comprende la amplitud de las tensiones sociales y uno se sorprende de que esto no desate una revuelta generalizada. Recordemos que, por el momento, los sectores populares, tanto en las ciudades como en el campo, están a menudo, y con justa razón, descontenton (por decirlo suavemente). Pero conservan de su pasado lejano, e incluso de los años de atomización social inducida por el maoísmo, una gran capacidad de endurecimiento, de adaptación, de encontrar soluciones para sobrevivir con estoicismo y mucho de decencia. Pero también a veces por la vía del bandidismo, la delincuencia o dejándose arrastrar a la desesperación.

En China hoy la agitación está extendida. Pero como ocurrió también en el pasado, esa agitación tiende sobre todo a recordar a los amos del momento sus antiguas obligaciones, más que a poner en cuestión su legitimidad. Esta es una gran dificultad para la constitución de fuerzas organizadas de oposición, y en particular para un combate de clase del mundo obrero capaz de una verdadera independencia de las reivindicaciones y la acción.

Es cierto que esa experiencia independiente falta en China. Un poco esto se dio a mediados de los años 20 alrededor de la influencia del joven PCC, pero en menor medida de lo que siempre se creyó. También, en Shangai, hacia 1946-47 hubo ciertos desarrollos independientes, por fuera de los partidos comunista y nacionalista. Pero muy poco fue conquistado en el período maoísta y postmaoísta, y muchas veces contra el poder, que reprime duramente toda veleidad de independencia obrera, y atomiza al mundo obrero.

De Daqing a Liaoyang: las formas de la protesta obrera

Lo que predominó en Daqing y Liaoyang, en la primavera [del Hemisferio Norte] de este año, fue la voluntad de pelear, pero con la espalda contra la pared y sostenida acaso por la bronca y la desesperación.

En Daqing la protesta comenzó el 1° de marzo. Decenas de miles de obreros salieron a la calle para defender sus empleos amenazados o para exigir el pago de las primas por despidos, que no aparecían, pero también para defender su seguridad social, asimismo amenazada por la dirección y cuyas ventajas (especialmente en lo que hace a la salud) son cada vez más reducidas, mientras las sumas exigidas para asegurar la futura y más que incierta jubilación son brutalmente aumentadas.

El gobierno hizo todo lo posible para aislar el movimiento y que nada apareciese en los medios de comunicación nacionales. Fueron 50.000 en las calles. Hubo enfrentamientos con la policía paramilitar que produjeron heridos. Las autoridades locales dijeron que el movimiento estaba infiltrado por miembros de la "secta" prohibida y perseguida de Fanlun Gong, una forma de atemorizar a los obreros, descalificar sus acciones y preparar una severa represión. La acción de los manifestantes fue independiente de las estructuras oficiales: los obreros eligieron sus propios delegados.

El movimiento de Daqing influyó en las acciones de Liaoyang, situada a casi 600 km de Beijing. Podría decirse que allí se relanzó el movimiento, porque en esta ciudad, que está convirtiéndose en un desierto industrial, ya había conocido una cierta agitación en el 2000.

El 11 de marzo, 5.000 trabajadores, principalmente obreros despedidos de las empresas estatales, salieron a la calle y se dirigieron, como se suele hacer en los períodos de agitación, hacia la sede del gobierno municipal. Demandaban el pago de las subsidios de desempleo no abonados, algunos desde hacía dos años, y atacaban la corrupción, el desvío de dinero, ya que es ese dinero robado el que se les debe. Eligieron también delegados.

El movimiento se extendió hasta el 18 de marzo, en que 30.000 obreros salidos de veinte fábricas de la ciudad ganaron la calle para exigir la libertad de su líder Yao Fuxin, un obrero de 53 años de la metalúrgica estatal que había sido arrestado la víspera en plena calle por policías de civil.

El 19 eran todavía de 10.000 a 20.000 los que manifestaban con pancartas, banderas y retratos de Mao. En las pancartas podían leerse consignas como: "Robar el dinero de las jubilaciones es un crimen".

El retrato de Mao y ese tipo de consignas, así como el hecho de peticionar ante a la autoridad municipal, son característicos de las actuales demandas obreras. Son un recordatorio de las obligaciones, conquistadas o prometidas en los tiempos de Mao, así como las que están en el contrato implícito entre el régimen y los obreros: es decir la protección social y la garantía de por vida del trabajo a cambio de la sumisión de los trabajadores, de su juramento de fidelidad. Ese era el contrato no escrito pero vigente entre las dos partes, que definía las relaciones entre el régimen y su clase obrera y que aseguraba la estabilidad (relativa) del régimen.

El 20 de marzo un importante despliegue policial, ayudado por los militares, procedió a arrestar a otros tres líderes del movimiento. Estos arrestos siguieron a una manifestación de 10.000 personas que gritaban, entre otras cosas: "El pueblo tiene hambre y quiere trabajo". Las autoridades de la ciudad rehusaron dialogar con los manifestantes e hicieron desalojar por la fuerza los edificios administrativos ocupados por un millares de ellos.

En los días siguientes, centenares de trabajadores exigieron incansablemente la liberación de los dirigentes obreros detenidos. El 28 de marzo, de 500 a 600 obreros volvieron una vez más al edificio de la municipalidad y suplicaron de rodillas a las autoridades que liberaran a sus delegados. En total, hubo 5 delegados detenidos hasta fines de mayo. Se llevó adelante una acción internacional para conseguir su liberación.[2]

La tenacidad de los manifestantes, su voluntad, como en Daqing, de elegir libremente a sus delegados y de protegerlos frente a la represión muestran una nueva madurez de la acción obrera, una orientación en dirección a una "estructura" (es demasiado pronto para hablar de sindicato) obrera autónoma.

Pero también muchos aspectos de la acción obrera revelan rasgos viejos, de respeto, de fidelidad o en todo caso de temor frente a las autoridades, a los representantes del régimen. El obrero, desde ese punto de vista, no se comporta en forma diferente —o enteramente diferente— del chino tradicional o del campesino de hoy.

Si bien el gobierno no es popular, e incluso es menospreciado, en particular por su corrupción y su desprecio del pueblo, aun la encarnación del amo, frente al cual hay que cuidarse.

Incluso si se piensa que son ladrones y explotadores, se trata ante todo, según la larga tradición campesina, de recordarle los deberes recíprocos más que de prepara una batalla para rechazar el poder ilegítimo.

Es posible también que los expresiones de fidelidad oculten una real simulación, volver contra el régimen sus propias reglas y slogans, una manera de hacerlo entrar en contradicción con los principios que proclama. Pero esa prudencia revela una debilidad frente al poder, que aun falta una organización y una concepción independientes del discurso hueco del régimen, el "socialismo chino" en el que ya nadie cree.

El enfrentamiento de clases más que consciente y querido, es implícito, se da de hecho. Pero se van haciendo progresos sensibles hacia una mayor autonomía obrera. ¿Hasta dónde? ¿Con qué velocidad? ¿Estos progresos alcanzan las regiones y los sectores del actual desarrollo económico, ahí donde se construye el nuevo mundo obrero de China? Es ésa una de las mayores apuestas del período actual.

Notas:

1.- Quisiera agradecer a Marie Holzman por haber compartido generosamente sus documentación y reflexiones sobre las huelgas analizadas en el texto. Se podrá leer de su pluma un estudio más detallado que aparecerá en la revista Politique International (París), otoño 2002.

2.- Consultamos La Lettre d’information, bimensual de la Comisión Internacional de encuesta del movimiento obrero y democrático contra la represión en China [25, rue Ledion, 75014 Paris, France], que trabaja en contacto estrecho con el China Labour Bulletin de Hong Kong.

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