Ante el Congreso de la Central de trabajadores Argentinos

Crítica al documento de la CTA

Por Marcelo Yunes

El texto principal de discusión para el próximo congreso de la Central de Trabajadores Argentinos ofrece la ventaja de condensar el pensamiento de esa organización sobre una serie de puntos vitales para todos los que intervenimos en el proceso político argentino. Dicho congreso será muy importante no sólo para la CTA sino para todos los luchadores y activistas de los movimientos sociales y partidos políticos de izquierda, por cuanto será la primera vez que la CTA se proponga explícitamente iniciar la construcción de una herramienta política. Que no se trata de un momento más en la vida de la CTA se explica no sólo por este paso político sino por el hecho de que se da en el marco del proceso del argentinazo.

Es una necesidad de los trabajadores y los sectores populares conocer y debatir las propuestas políticas de las diferentes organizaciones, y en particular si se trata de una de las de mayor inserción sindical y territorial como la CTA. Creemos que el debate serio y argumentado de las posiciones debe ser una tarea permanente de elaboración y confrontación teórico-política con el objeto de aportar a la lucha de los trabajadores una perspectiva y una estrategia en la que enmarcar esa pelea.

El actual momento histórico

En verdad, tenemos una coincidencia general con el texto de la CTA cuando plantea que la crisis argentina es una crisis capitalista global y estructural. Esta crisis es, se insiste, integral o sistémica: "está particularmente cuestionado el formato económico, social, político y cultural impuesto en la Argentina a partir de 1976", y 2001 representa "el fin de la Argentina de la dictadura". Y se resalta que, precisamente por el carácter global de la crisis, que abarca "el conjunto de las instituciones sociales, sindicales, partidarias, empresariales y culturales que han definido a la Argentina desde la dictadura militar", sólo puede ser enfrentada a partir de una "estrategia integral", que no se remita meramente al plano político o al económico.

Para la CTA, se trata a la vez de una crisis de dominación, un quiebre de la "hegemonía" de los sectores dominantes, cruzada por dos elementos esenciales: el fin de la unidad al interior de los diferentes sectores capitalistas (nacionales y extranjeros, financieros y productivos) y, sobre todo, la irrupción de organizaciones sociales por fuera de las estructuras políticas tradicionales. Esto marca un escenario en el que "no hay oferta legítima del sistema tradicional" mientras que se desarrollan, en cambio, "organizaciones y niveles de organización que tienen autonomía respecto de los factores de poder político y económico tradicional".

Más allá de alguna reserva que podamos tener en cuanto al lenguaje (innecesariamente académico y pesado, sin ganar por eso en profundidad o precisión conceptual), no podemos sino suscribir estas definiciones. Los problemas comienzan cuando examinamos más en detalle la dinámica y las relaciones internas entre las distintas esferas del todo complejo que es la crisis argentina.

Imperialismo y modelo económico

En particular, resulta unilateral y superficial el tratamiento del "modelo económico" impuesto a partir de 1976.

En primer lugar, se lo caracteriza como de "acumulación financiera" basado en la fuerte transferencia de ingresos al exterior (donde el mecanismo de la deuda externa, se dice, fue sólo "una y no la única vía de salida de recursos"). Los pilares de ese orden económico eran el endeudamiento externo y el papel del sector público, que "sostuvo y promovió ese endeudamiento".

Estas definiciones pasan por alto toda una serie de cuestiones. Por empezar, la palabra "imperialismo", o algo que se le parezca a una consideración de las relaciones desiguales entre Argentina y los países capitalistas más poderosos, casi no existe como problema. Cualquiera diría, leyendo el texto de la CTA, que el "modelo" fue una decisión autónoma y autóctona de la clase dirigente argentina. Todo el perfil extremadamente dependiente, casi al nivel de una colonia, del país, y el acrecentamiento de los lazos de sujeción al imperialismo en todos los órdenes desde 1976, y en particular desde 1990, están absolutamente ausentes.

Esta minusvaloración de los problemas de la relación entre Argentina y los países imperialistas, empezando por EE.UU., ha sido antes y sigue siendo ahora una marca de fábrica de todas las elaboraciones de la CTA. Lo propio puede decirse de la cuestión candente de la deuda externa, o pública, a la que recién ahora, y con mucha reticencia, la CTA se digna a prestar cierta atención. Como resumen de esto, baste decir que el Fondo Monetario Internacional aparece mencionado una sola vez en todo el documento: en la última página y dentro del listado de consignas. Lo cual, además de no colaborar mucho a superar el "consignismo" que la CTA suele criticarle a las fuerzas de izquierda, muestra hasta qué punto la visión de la CTA comete un pecado de lo más irónico en ellos: el de irrealismo político.

No obstante, hay más. Aunque el documento habla de que la deuda es "sólo una vía" de transferencia de ingresos, se cuida de cuantificar qué proporción de los 320 mil millones de dólares que salieron de Argentina corresponde a ese rubro. Y, lo que es más sorprendente, no menciona en absoluto un aspecto decisivo de la estructura económica argentina de la última década que ayuda bastante a explicar el origen del resto de esas transferencias: el proceso de extranjerización de la economía.

Al contrario: al hablar de "régimen de acumulación financiera", el texto pierde de vista que entre los principales beneficiarios del modelo impuesto a partir de 1976 no había sólo banqueros o especuladores, sino también grandes grupos industriales, agrícolas o mineros, al principio muchos de ellos nacionales pero luego, cada vez más, en manos extranjeras. Por lo tanto, el régimen de acumulación capitalista vigente en el último cuarto de siglo no era "financiero" a secas, sino un modelo de concentración, extranjerización y explotación imperialista, con beneficiarios bien jerarquizados: en primer lugar, los acreedores e inversores externos (¿los autores del texto no recuerdan las fabulosas ganancias de las compañías privatizadas?), y luego los grupos y socios locales, que por otra parte fueron perdiendo peso a medida que se desarrollaba la apertura indiscriminada y la globalización capitalista. En este contexto, la diferencia entre sectores "financieros" y "no financieros" pierde relevancia frente a otra dicotomía más poderosa: los sectores capaces de insertarse en la nueva división mundial del trabajo creada por la globalización y los que no. De allí que sectores locales tradicionalmente muy fuertes en el sector bancario y financiero tuvieran que abandonar sus posiciones del mismo modo en que lo hicieron sus pares industriales: el ocaso de la banca privada nacional no fue menor al de los industriales vernáculos.

El retroceso de la producción industrial no tuvo que ver sólo, ni esencialmente, con un "modelo financiero", sino con la crisis de la inserción de Argentina en el mercado mundial ante las nuevas condiciones impuestas por el capitalismo global, que sumadas al régimen de convertibilidad hicieron ruinosa la competitividad de los productos industriales en beneficio de las materias primas agrícolas o mineras (petróleo), y derivados agroindustriales de bajo valor agregado. Si las inversiones productivas cayeron dramáticamente, es porque el grueso de la inversión fue a parar a los sectores mejor adaptados a las exigencias del mercado mundial (exportadores) o a los beneficiados con un mercado interno cautivo con seguro de cambio gratuito (las empresas privatizadas de servicios). El resto de la IED (inversión extranjera directa) pasó por la compra de empresas con buena posición en el mercado interno, que en la época de la convertibilidad redituaba tanto como la exportación (el caso de los bancos, empresas alimenticias y otras).

Por supuesto, esto no significa ignorar el peso de la forma financiera en la configuración actual del capitalismo global, hecho que ha sido señalado entre otros por F. Chesnais. Pero el documento de la CTA extrapola abusivamente este concepto, de modo tal que lejos de explicar quién se llevó la parte del león en el saqueo del país, la fábula del "modelo de acumulación financiera" sólo parece cumplir la función de señalar un ogro excluyente (los banqueros y especuladores, pero NO justamente el imperialismo) y preparar el terreno para justificar una alianza con los sectores "productivos" o "perdedores" de la clase capitalista argentina. Algunos de ellos ya se han sumado al Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo); falta ver qué postura adoptan frente al "Movimiento Político-Social", que es la propuesta nodal del documento de la CTA.

Pero volvamos a la economía. El texto identifica dos causas del "colapso" del régimen: primero, "los cambios en el sistema financiero internacional determinan que hay menos fondos para países como el nuestro", y segundo, "el grado de endeudamiento del Estado y de la economía argentino es tan alto que le impide seguir siendo sujeto de crédito".

La "explicación" de que el endeudamiento ha alcanzado su límite no explica, justamente, porqué ocurre eso. Otra vez, hay una ausencia total de cualquier mención a la expoliación imperialista, por un lado, y a la crisis de inserción en el mercado mundial, por el otro. Tampoco se aborda la especificidad del mecanismo de la convertibilidad como fuente de contradicciones estructurales que eran pateadas para adelante mediante nuevo endeudamiento. Con lo que se hubiera revelado que ese endeudamiento no es, como dice el documento, un "pilar" del modelo, sino la expresión y el resultado financiero de un modo de funcionar del capitalismo argentino que era y es insostenible, dado que estaba (y sigue estando) adaptado a un objetivo central: el expolio por parte del imperialismo y de sus socios locales, más honestos o más corruptos.

Al barrer bajo la alfombra la cuestión de la dependencia argentina respecto del imperialismo, el texto de la CTA pierde una llave maestra para la explicación del proceso económico y político de los últimos años. Y, lo que es más grave, desdibuja una de las tareas centrales que tienen planteadas los trabajadores argentinos: la ruptura de los lazos de sumisión y explotación que nos subordinan a Estados Unidos. Ya volveremos sobre esto.

El marco internacional

Además del escaso desarrollo que tiene esta cuestión en el documento, lo notable es que no se intenta sacar ninguna conclusión política práctica de las afirmaciones que aquí se vierten. Se habla de una "fase global del capitalismo" que, una vez más, se asimila a una "financiarización", sin considerar otros aspectos del fenómeno de la globalización. Opera a nivel planetario una lógica análoga a la del nivel local: el capitalismo adquiere características "financieras", y eée parece ser su rasgo decisivo.

Más allá de algunos elementos descriptivos bien conocidos (el aumento de la exclusión y la pobreza, el desmantelamiento progresivo del estado de bienestar, etc.) se registra como parte de "una nueva situación internacional" el fin de la abundancia de fondos en los años 90 con destino a los mercados emergentes. Se habla, temerariamente, de "recesión mundial", nada menos que como consecuencia de "la baja de la tasa de ganancia". El uso de esta categoría de El capital no debe hacer suponer que otras herramientas teóricas del arsenal marxista serán utilizadas. Parece más bien un homenaje de los autores a su propio pasado ideológico.

El texto da cuenta del surgimiento de la resistencia social al capitalismo global y la mundialización, que posibilita "mejores condiciones ideológicas y políticas para las fuerzas populares", pero alerta contra el "guerrerismo" y la desaparición de la democracia dentro del discurso de EE.UU., y señala que la estrategia estadounidense para la región es el ALCA y la obstrucción de todo desarrollo autónomo de nuestros países.

Todo esto es plausible, pero en el conjunto del documento queda como un mero análisis sin consecuencias políticas ni tareas antiimperialistas. Se habla de los intentos de bloquear el acceso al poder de Lula y el PT, pero no se hace mención alguna a la tremenda presión que ejercen las instituciones de poder imperialista sobre los gobiernos electos de cualquier signo, y a las que éstos ceden, como lo demuestra el ejemplo del propio Lula. Tampoco merece ninguna reflexión seria el carácter mismo de las "democracias" en América Latina; todo lo que se dice es que la política "del imperio" (término usado al pasar y sin conceptualizar) apunta a restringirla cada vez más y a reforzar los canales autoritarios.

La tendencia general del análisis va en el sentido de reforzar la idea de la "defensa de la democracia" como todo horizonte político, que más adelante se encarnará en la "utopía democrática". Las relaciones de fuerza a nivel internacional y la ubicación del país en el sistema global de estados jamás son problematizadas; no son un marco global a partir del cual ubicar el accionar local, sino una especie de complemento exterior de una lógica política que comienza y termina en el plano nacional.

Por otra parte, aunque se menciona la "incapacidad del propio sistema para presentarse como avanzada de la civilización", es decir, el desarrollo de los aspectos de barbarie del capitalismo, jamás se plantea, siquiera como problema, qué características deberá tener aquello que aspire a reemplazarlo. Porque, por supuesto, la "democracia" asexuada que defiende la CTA es en el fondo un régimen político, no un orden social; de allí que su planteo "redistribucionista", que veremos luego, deja intacto el modo de producción social de la riqueza que hoy conocemos, basado en la propiedad privada. Aquí es donde la retórica y las frases fuertes sobre el "capitalismo", el "sistema", el "imperio" y cosas por el estilo se deshacen en el aire y, cuando buscamos la alternativa social que propone la CTA, no encontramos otra cosa que el capitalismo mismo, sólo que "democrático" y "redistribuidor".

Las tareas políticas y el Movimiento Político-Social

El documento habla del 19 y 20 de diciembre como de una "bisagra de la historia", como un movimiento popular que "fue capaz de ilegitimar al conjunto de la dirigencia política tradicional desnudando al extremo la crisis de representación". Aquí hay problemas en lo que se afirma, pero sobre todo en lo que se omite.

Por ejemplo, se dice que el 2001 fue un punto de inflexión en el desarrollo del movimiento popular, pero no se explica de dónde salió ese proceso, qué antecedentes tiene y cómo se relaciona con la crisis global del país, que ciertamente no comenzó en el 2001. ¿Acaso la "crisis de legitimidad" y de "hegemonía" nacieron de un repollo? Aunque el documento menciona la crisis social en un apartado, pareciera que el proceso abierto el año pasado apuntara sólo a los problemas de legitimidad del régimen político. Punto de vista que calza perfecto con la obsesión de la CTA por la democracia como alfa y omega de todos los problemas, pero que tiene el inconveniente de dejar de lado que los mayores procesos de "organización y movilización autónoma" surgieron a partir de las reivindicaciones sociales, no de las políticas.

Por otra parte, se omite cuidadosamente dar cuenta del papel de la propia CTA y sus conceptualizaciones en el período reciente. Choca a cualquier lector independiente la pasmosa falta de autocrítica de una organización que habla con la mayor soltura de "crisis de la dirigencia tradicional" después de haber llamado a sus afiliados a votar y confiar en gente como Fernández Meijide, Chacho Alvarez... y De la Rúa. O que pone los ojos en blanco en relación a las jornadas históricas del 19 y 20 de diciembre, siendo que es muy conocida la total y absoluta ausencia de cualquier dirigente importante de la CTA en esos días.

En realidad, toda la preocupación de la CTA pasaba por entonces por capitalizar políticamente la Consulta Popular de la semana anterior, sin percibir el profundo proceso social que asomó con los saqueos primeros y con la rebelión popular del 19 y 20 después. Un conspicuo defensor de la estrategia de la CTA, el periodista de Página 12 Horacio Verbitsky, resumió esto al decir que los plebiscitos de la CTA eran la "alternativa racional" frente a la "barbarie" de los saqueos.

También asombra que se insista hasta el hartazgo en todo el documento en que la estrategia popular no puede ser de resistencia sectorial sino global. Lo cual es muy correcto pero va a contramano del discurso y, sobre todo, de la práctica de dirigentes y organizaciones que, contra la izquierda, solían argumentar que no estaban dadas las condiciones para otra cosa que para la resistencia. Incluso la más reciente construcción política de la CTA, el Frenapo, se reconoce ahora como insuficiente para los desafíos de la etapa. Lo que no se dice es que el Frenapo es la máxima expresión de esa estrategia "sectorial y no global" que animaba la acción política de la CTA hasta la publicación misma del documento que comentamos.

Aquí reside lo más novedoso de toda la propuesta: el hecho de que la CTA parece haberse decidido a una construcción política por fuera de su habitual prescindencia en ese terreno (prescindencia que por supuesto no era tal, ya que significaba en los hechos ir a la rastra del Frepaso, la Alianza o cosas parecidas). Esa nueva herramienta política es el Movimiento Político-Social (en adelante, MPS), que debe ser capaz de una intervención integral, superando la mera participación electoral y el "reivindicacionismo social".

Luego veremos qué perfil político y programático debe tener, según la CTA, el MPS. Ahora nos interesa conocer cómo puede nacer ese MPS. Según el documento, debe ser el resultado de "un proceso de construcción que no puede sortearse en base a atajo alguno", lo que significa que no surgirá "por vía de decreto alguno" ni mucho menos "mediante acuerdos de ghettos u orgas [sic] cerradas que consideren estar en capacidad de convocar a toda la sociedad en torno a su verdad revelada".

"La unidad política del movimiento popular", se nos alecciona, no puede "construirse exclusivamente a partir de las cúpulas organizativas de los actores ya constituidos en el arco progresista". Todo este complicado lenguaje, en criollo, quiere decir que la CTA no tiene ninguna intención de construir el MPS con los partidos de izquierda actuales. Por dos razones: porque sería "un espacio político autorreferencial carente de contenido social" y porque esta unidad de cúpulas, de "espíritu fuertemente autoritario", generaría interminables luchas por candidaturas y espacios de poder entre los dirigentes y organizaciones. Como solemnemente dice el documento, "no sirven las construcciones en base a cúpulas, sin base social y sin democratización de las decisiones políticas", ya que sólo conducirían a "una reedición de las viejas fantasías voluntaristas de las vanguardias iluminadas".

De allí que "la única unidad conveniente (!) será la que se construya desde una experiencia surgida de la práctica social legitimada ante las mayorías populares". Esto de la "legitimación" viene a cuento de la consulta popular de diciembre pasado: las "construcciones" de la CTA y el Frenapo son "legítimas" porque fueron votadas; en cambio, las organizaciones de izquierda, y acaso los movimientos de desocupados no encuadrados en la CTA, serían juntaderos de vanguardistas iluminados sin base social ni legitimados ante las "mayorías populares".

Uno puede sospechar que este MPS pone condiciones demasiado cómodas para la CTA y sus actuales aliados, y que esta "unidad del campo popular" se hará con los que estén de acuerdo con ellos y en lo posible no organizados con nadie más. Pero no hay que ser injustos: dentro de las fuerzas con las que se puede "acordar un mínimo de coincidencias" y que acreditan una "práctica común", el documento menciona a la Corriente Clasista y Combativa y a un misterioso agrupamiento llamado "Autonomía y Libertad", que suponemos debe ser Autodeterminación y Libertad, liderado por Luis Zamora.

¿Cómo se constituiría entonces el MPS? Simple: a partir de consultas populares y "asambleas del movimiento popular". Pero a no engañarse: el peso de la CTA en el MPS y su constitución será decisivo desde el vamos, porque se nos dice que "no habrá MPS sin profundizar y consolidar el desarrollo mismo de la Central, ni Central sin promover la construcción concreta de un nuevo MPS". El sentido está muy claro: el MPS no es una verdadera búsqueda de síntesis político social con sectores de diverso origen, sino no mucho más que una táctica de construcción propia soldada a la CTA y con una ideología ya montada para justificar la exclusión de cualquier actor político "indeseable" o cuyo control no esté garantizado (que viene a ser lo mismo).

Una vez definido esto, la CTA pasa a puntualizar algunos ejes de su desarrollo como organización, que evidencian su voluntad de ampliar el espectro de su acción política. Por ejemplo, se habla de privilegiar el desarrollo territorial en tanto "espacio privilegiado en el que se define hoy la unidad política de los trabajadores y su articulación con el conjunto de la comunidad (...) no sólo de los desocupados", dado que "la ofensiva del capital ha transformado a la empresa en un espacio hostil para la organización del trabajo". En este sentido, se plantea el problema del lugar de los "movimientos de carácter transversal como mujeres, jubilados, jóvenes, migrantes, aborígenes, etc.".

Lo que en realidad está en discusión aquí es cuál va a ser el carácter de clase de la CTA y del MPS. Porque más allá de los saludos retóricos a la clase trabajadora, la historia política de la CTA y sus pasos prácticos del último período la muestran caminando en el sentido opuesto a la afirmación de la independencia política de los trabajadores. El apoyo al Frepaso y a la Alianza; la conformación del Frenapo con el empresariado "patriótico", las PyMEs, la Federación Agraria Argentina y los banqueros "nacionales y progresistas" como Heller, y la integración de Luis D’Elía (segunda o tercera figura pública de la CTA a nivel nacional) al Polo Social de Luis Farinello, por citar los casos más groseros, no abonan precisamente la idea de "una clase trabajadora decidida a construir su propio destino".

La misma cautela nos sugiere el llamado a "promover un nuevo modelo sindical que resitúa al conjunto de los trabajadores (incluyendo a los desocupados y precarizados) por vía de la afiliación directa". Sin duda que hay mucho para renovar en los viejos modelos y prácticas sindicales, acompañando el surgimiento de una nueva clase trabajadora en la Argentina y en el mundo como producto de las transformaciones del capitalismo. Pero, una vez más, la historia reciente de las luchas de trabajadores nos muestra que la orientación de la CTA viene siendo opuesta a lo que pregona. Y si se trata de un verdadero cambio de concepción y una autocrítica, entonces hay que hacerlo explícito. Porque ¿cómo se concilia ese "nuevo modelo sindical", que incluye a precarizados y desocupados vía la afiliación directa, con lo actuado por el SUTEBA durante la gran huelga docente de agosto del año pasado, o con lo dicho y hecho por la UTPBA en el proceso de nuevos delegados en el diario Clarín, o con el entierro de la III Asamblea Nacional Piquetera por parte de la FTV y la CCC, que partió en dos al movimiento de desocupados? En todos los casos, la actitud de algunos de los más importantes dirigentes de la CTA (Maffei, del SUTEBA; Das Neves, de la UTPBA y D’ Elía de la FTV) fue privilegiar los intereses y el control del aparato sindical por encima y en contra de las necesidades del conjunto de los trabajadores que buscaban organizarse, justamente, en base a la participación directa y las asambleas de trabajadores, estén o no afiliados. La acción consciente de los dirigentes de la CTA, en cambio, buscó en todo momento encuadrar la lucha en el marco de los "cuerpos orgánicos", al mejor estilo de la vieja burocracia sindical peronista. Y el resultado fue, por supuesto, negativo para la lucha.

¿Se trata, entonces, de una sincera autocrítica y un cambio de rumbo de la CTA (y en ese caso debieran decirlo así), o estamos ante una mera reedición del viejo juego de amagar por izquierda en las palabras y orientarse a la derecha en los hechos? La respuesta se verá en las luchas mismas. Pero el cúmulo de prevenciones e ideologías a las que recurre el documento para dejar fuera del MPS a quienes también pueden buscar un reagrupamiento político de los trabajadores, aunque con una perspectiva distinta a la de la CTA, es todo un síntoma.

Cuestiones programáticas de una salida desde los trabajadores

Aquí es donde, probablemente, se concentren las diferencias más visibles entre la perspectiva revolucionaria y de independencia de clase que defendemos y la salida reformista y policlasista que sostiene la CTA.

Aunque, como hemos señalado, el documento tiene todo el tiempo a los trabajadores como referencia –se dice, por ejemplo, que "aspiramos a una sociedad democrática, que es la que construyen los trabajadores interpelando al resto de la sociedad"-, el contenido social de esa construcción no puede ser más nebuloso. El objetivo es la "utopía democrática, siempre inacabada y solidaria con una concepción emancipatoria"; la "democracia como utopía de construcción permanente que otorga materialidad concreta a una estrategia de no-dominación".

¿Qué quiere decir esto? Nadie lo sabe. Las relaciones con el imperialismo, el papel de la clase trabajadora en relación al poder, el lugar de los capitalistas grandes y pequeños, el carácter de las instituciones que deben regir la vida económica, política y social... todo queda cubierto bajo el blanco manto de la "utopía democrática", fórmula algebraica donde todo son incógnitas y cada cual interpreta su sentido como le parece.

Es tarea del MPS, según el documento, "construir las nuevas instituciones políticas, económicas, sociales y culturales que hacen, definen y garantizan la posibilidad de una nueva regulación social". Pero que nadie crea que se trata de una renovación total, sino de la "creación de una nueva institucionalidad que permita asociar (...) la recuperación de las viejas instituciones con la construcción de un nuevo Estado y, por lo tanto, de una nueva sociedad" (resaltado nuestro).

Aquí el documento está jugando a las escondidas, pero ¿contra quién? ¿Está queriendo aludir, de manera prudente y sigilosa, a una profunda transformación revolucionaria de la sociedad, reemplazando al actual orden social, el capitalismo, por otro, el socialismo o una transición hacia él? Nada de eso. Todo este rimbombante tronar retórico oculta objetivos mucho más modestos, que requieren de toda esa pompa para sonar atractivos.

En primer lugar, no hay nada que se parezca a un llamado a los trabajadores a luchar audazmente por imponer un orden social propio ante la defección total del sistema capitalista, su régimen político y sus partidos. Al revés: toda invocación a la acción está hecha bajo el signo del temor y de la defensa ante una amenaza terrible. Se trata de "organizar a la sociedad para garantizar la defensa de la vida y la libertad"; "si la política es emancipación frente a la dominación, es fácil percibir que la misma no tiene punto final", etc. Esta visión permanentemente defensiva de la práctica política como tal tiene, por supuesto, su correlato coyuntural, cuando se define como primera tarea de la CTA en lo inmediato la de "organizar la resistencia frente al Autoritarismo, el ajuste y la represión".

En el fondo, esta estrategia de la resistencia permanente no es más que el sucedáneo, el reemplazo de una estrategia positiva de ordenamiento social que está totalmente ausente. Por supuesto: si no se sacan los pies del plato del capitalismo, y se aspira únicamente a defender una democracia que vive amenazada por éste, el resultado es que sólo podemos aspirar a resistir los embates de un orden que siempre nos agrede pero que jamás es cuestionado ni puede ser derrotado o reemplazado.

El núcleo reformista de la estrategia de la CTA se resume en adoptar la distribución como "eje vertebrador del discurso", que "no debe asociarse con transferir recursos hacia los desocupados y los pobres. Debe entenderse como aquel conjunto de reglas que definen la organización del proceso económico y de la propia sociedad".

Aquí, la CTA le está pidiendo al olmo no sólo peras, sino también sandías, tomates, pizzas y bifes de chorizo. Es un disparate absoluto suponer que las reglas de distribución puedan ser "reglas que definan la organización del proceso económico y de la sociedad". Es un principio elemental de la economía, de la sociología y de las ciencias sociales en general, formulado por Marx y Engels en 1845 en La ideología alemana y mil veces comprobado, que esas "reglas" que dan forma a la organización social y económica sólo pueden ser reglas, en primer lugar, de la producción de los bienes materiales y simbólicos. Existe una relación dialéctica entre producción y distribución, en la que cada una de ellas influye a y es influida por la otra, pero es absurdo suponer que las reglas de distribución de los bienes de una sociedad puedan operar independientemente y por encima de las reglas de producción de esos mismos bienes. Aquí, como en muchos otros terrenos, la CTA no inventa nada, sino que se remite a repetir casi al pie de la letra los mismos venerables y vetustos argumentos del padre del reformismo: el socialdemócrata alemán Eduard Bernstein, refutados hace más de un siglo por Rosa Luxemburgo (ver un resumen de su texto Reforma o revolución en revista SoB Nº11).

El primer mito al que adscribe esta visión "distribucionista" es el de concebir al Estado como un ente neutral, que hoy está en manos de las personas equivocadas pero que, reorientándolo desde el MPS, podemos hacer que actúe como motor de la "defensa de la democracia" y de la reforma social. Lógicamente, cuando se pierde todo punto de vista de clase (por más fraseología que se haga sobre "la clase trabajadora decidida a construir su propio destino" y la "sociedad democrática que construyen los trabajadores"), la democracia pierde su connotación de capitalista, lo mismo que el Estado. El documento habla a cada rato del capitalismo pero nunca del Estado capitalista como tal. La "construcción de un nuevo Estado", al no hacer ninguna referencia de clase, queda como una mera reforma política que deja intactas las relaciones de producción y de propiedad vigentes.

Que la "utopía democrática" da para cualquier cosa se evidencia en que la "democratización de la sociedad", así en general y sin ningún contenido social específico, es vista como la base del planteo redistributivo. De la resistencia que harán los factores de poder, los capitalistas y sus políticos, el imperialismo, etc., incluso a un planteo tan timorato y lavado como el de la CTA (como lo demuestran los ejemplos de Lula o Chávez, citados por el documento), y de cómo derrotarla, no se dice una palabra.

El horizonte estrechamente nacionalista de este enfoque irreal queda claro en la nula importancia que, también en el terreno programático y de las tareas políticas, se le da al problema de enfrentar al imperialismo. Increíblemente, en un país donde a cada rato nos visitan delegaciones imperiales, todo lo que se dice al respecto es exactamente esto: "replantear la distribución en la sociedad exige afirmar la autonomía (soberanía) nacional". Punto. Y por supuesto, incluso esto se supedita a la "democratización", que funciona como un tónico mágico para todos los problemas.

El resumen del programa propuesto es una lista de "consignas-símbolo":

a) "Shock redistributivo y reindustrialización". Nos preguntamos: ¿qué rol tendrán en esa "reindustrialización" los trabajadores? ¿Abdicar sus derechos laborales para que crezca la producción, como pide el empresariado PyME y la UIA? ¿O hacerse cargo del control de las palancas de la distribución y de la producción? La pregunta se contesta sola cuando recordamos que, para la CTA, de la producción y de la propiedad no se habla.

b) "Presupuesto participativo". Esto va en consonancia con la idea de "democratizar". Que la mera "participación" no resuelve nada si la decisión efectiva sigue en manos de la clase capitalista y sus representantes políticos, lo demuestra la experiencia de Porto Alegre y Río Grande do Sul, "modelo" que hizo poner los ojos en blanco a todos los reformistas del sistema que en el mundo habitan. Incluso con las mejores intenciones (que no ha sido el caso de los dirigentes del PT), sin atacar las bases del poder real la "participación" se vuelve estéril y frustrante, lo que quizá explique las sendas derrotas que tuvo el PT en las últimas elecciones en el nivel municipal y estadual en el sur de Brasil.

c y d) "Caducidad de todos los mandatos ejecutivos y legislativos; remoción de la Corte Suprema de Justicia". Aquí, la cuestión crucial es el cómo, y es justamente eso lo que el documento deja otra vez en la nebulosa, "para el debate y la confluencia programática". Porque una cosa es apostar a la real movilización popular para imponer estos objetivos (algo que ni De Gennaro ni el efímero Espacio Ciudadano hicieron nunca) y otra muy distinta es hacer confiar al pueblo en los "mecanismos institucionales". El bochornoso espectáculo del juicio político a la Corte en el Parlamento muestra lo que cabe esperar de tales mecanismos.

e) "Replanteo de la relación con el mundo". Como a esta "consigna-símbolo" no se le agrega nada más, queda como uno de los tantos misterios a que nos condena el documento, aunque uno supone que debe referirse a ser menos complaciente con Estados Unidos.

f) "Rechazo de los condicionamientos del FMI". El verdadero sentido de esto es otro enigma insoluble, dado que una idea tan general la puede sostener desde un socialista revolucionario hasta el actual ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien exhibe bastante más cintura al respecto que algunos de sus antecesores.

g) "No al ALCA, sí al Mercosur". Esta falsa disyuntiva coloca a la CTA en el terreno de una agónica "unidad" entre estados capitalistas para aguantar el chubasco de la mundialización y la ofensiva recolonizadora de EE.UU. Para una visión más detallada del problema, véase el artículo de I. Cruz Bernal en revista SoB Nº 9.

h) "Suspensión de los pagos de la deuda externa". Esta "consigna-símbolo" sufre de la misma ambigüedad que las otras. Pero nos quedaremos con la intriga, porque "la definición respecto a si la suspensión de los pagos de la deuda debe ser transitoria o permanente" -es decir, si se trata realmente de un paso hacia la emancipación de la tutela imperialista o de una farsa payasesca como el default de Rodríguez Saá-, también quedará "para el debate y la confluencia programática". Así, cualquiera.

Conclusión

Hemos considerado los que creemos son los ejes teóricos, políticos y programáticos del documento. Y el resultado no puede dejar de ser decepcionante para cualquier luchador honesto que está a la búsqueda de una salida y una alternativa a la catástrofe a la que nos ha llevado el capitalismo argentino. Más allá de algunos elementos generales de análisis que compartimos –y que representan una revisión no explicitada de muchos análisis anteriores de la CTA-, la propuesta general del MPS presenta serios problemas.

En primer lugar, se la circunscribe a algunos "socios" más o menos previsibles, con explícita exclusión de casi todas las organizaciones que son parte de la vida política de los trabajadores y los sectores populares. Esto ya deja en claro una voluntad de mantener el MPS desde su nacimiento bajo firme control de la actual CTA, lo que se da de patadas con la alegada necesidad de apuntar a una construcción superior.

En segundo lugar, su perfil social y los intereses que defenderá quedan velados bajo la invocación de una vaporosa "utopía democrática" donde se juega a las escondidas con las clases sociales y sus respectivos roles. De paso, sirve de coartada a una estrategia de eterna resistencia donde la afirmación de un rumbo propio de los trabajadores queda para las calendas griegas.

Además, toda la construcción se plantea bajo un signo completamente doméstico, donde uno de los problemas y tareas cruciales de la clase trabajadora, como es su combate de dimensión internacional contra el capitalismo globalizado en general y muy en particular el imperialismo yanqui, queda totalmente desdibujado y casi ausente.

Y finalmente, el centro programático de la construcción del MPS, el planteo de redistribución, deja en evidencia que el horizonte de "capitalismo reformado" de la CTA le impide abordar con seriedad ni uno solo de los problemas decisivos del proceso político abierto en la Argentina: desde la relación con Estados Unidos hasta el carácter del "nuevo Estado y nueva sociedad"; desde el cuestionamiento a las relaciones de producción y propiedad hasta la necesidad de una nueva institucionalidad construida desde la clase trabajadora; desde la lucha cotidiana por los reclamos más elementales hasta la tarea de reconstruir sobre nuevas bases el movimiento obrero argentino.

La clase trabajadora argentina tiene planteado el desafío de proponerse y proponer al conjunto de la sociedad un camino independiente, sin compromisos con las instituciones podridas del régimen, anticapitalista y antiimperialista. El proyecto político de la CTA es un nuevo obstáculo en ese camino.

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