Una mirada sobre La cuestión judía (1843)

 

Renovar la lectura de Marx

por Marcelo Yunes

 

            Como parte del esfuerzo por aportar al relanzamiento de la perspectiva socialista, es la intención de quienes hacemos Socialismo o Barbarie contribuir a la formación teórica y al estudio de las obras fundamentales que dieron base a la crítica del sistema capitalista y a la conformación de un proyecto de sociedad más justa y más humana.

            En este sentido, creemos de importancia capital, y así se lo proponemos a nuestros lectores, retomar -y en algún caso comenzar- el estudio de la obra de Marx, recuperando también varios de sus textos menos transitados pero que tienen mucho para decirnos a la luz de las características de la sociedad capitalista actual.

            Y es que no consideramos el estudio y la formación como tareas separadas de la actividad cotidiana de lucha y organización de los oprimidos, sino, por el contrario, como uno de los aspectos esenciales que son parte integral de esa actividad. Porque ninguna acción puede resultar completa si no va acompañada de una reflexión sobre sus condiciones más generales, así como la acumulación de conocimiento requiere de una necesaria contrapartida en la confrontación permanente con la experiencia real.

            Pretendemos, entonces, iniciar desde estas páginas un camino de búsqueda y de diálogo con las fuentes más vitales del pensamiento marxista revolucionario. Y nada mejor, creemos, que comenzar haciendo un recorrido de las obras de Marx, el más grande pensador del socialismo.

            Es imposible, por supuesto, intentar resumir o siquiera hacer justicia a textos de enorme profundidad, complejidad y extensión en este reducido espacio. No pretendemos más que contribuir a la difusión de esas obras (aprovechando la edición de una selección de textos hecha por nuestra revista); el objeto de estas notas es que sirvan para aportar una guía básica a quienes quieran adentrarse en este camino, no para ahorrarles el recorrido.

            En esta oportunidad, comentaremos el primero de los dos capítulos de La cuestión judía, uno de los primeros trabajos del joven Marx, redactado en 1843, y en el que ya se perfila claramente la crítica radical al Estado y a la sociedad capitalistas.

 

 

Breve contexto histórico

 

            En la época en que Marx redactó estos escritos, Alemania no existía como tal: el mundo de la cultura y la lengua alemanas abarcaba el reino de Prusia y unas 400 regiones, ducados, electorados y principados semifeudales, con diversos grados de autonomía en relación a Prusia y con un importante atraso industrial y político en relación a Francia (sobre todo) e Inglaterra. Renania, la región donde nació Marx, era y es limítrofe con Francia y fue donde más se sintió la influencia de la revolución francesa de 1789. La situación en Europa era de reacción, de dominio de la Santa Alianza que se había propuesto detener la difusión del ideario revolucionario tras la derrota de Napoleón en 1815, aunque el desarrollo del fenómeno del pauperismo (la pobreza extrema y generalizada) teñía todo el panorama social y fermentaba la eclosión europea que sobrevendría en 1848.

            La alemana era una burguesía muy poco desarrollada y timorata, incapaz de encabezar ningún movimiento revolucionario contra la monarquía y los nobles y por la unificación nacional de Alemania. El impulso revolucionario lo aportaron primero los estudiantes (en los años ‘10); a instancias de la represión, pasó luego a los artistas, y escritores como Heine, lo que motivó una fuerte censura y un progresivo desplazamiento de las ideas de izquierda a los filósofos. La filosofía y la crítica a la religión se convirtieron así en el principal refugio de la oposición al estado de cosas en Alemania.

            La filosofía estaba casi totalmente bajo el influjo de Hegel, a quien el régimen había convertido en el “filósofo oficial” de Prusia. Por eso había dentro de quienes reivindicaban a Hegel  diversas alas, de derecha y de izquierda. Luego de que David Strauss publicara Vida de Jesús en la década del ‘30, demostrando que la religión no era una revelación divina sino una expresión de la vida de los pueblos, el cuestionamiento a la religión y a la Iglesia oficial (protestante) se hizo habitual entre los filósofos críticos. Este aspecto fue profundizado por Ludwig Feuerbach entre 1838 y 1841, desde un ángulo mucho más crítico con la filosofía de Hegel. Feuerbach fue una poderosa influencia en los jóvenes Marx y Engels, y está muy presente en particular en este texto.

 

 

¿Emancipación política o emancipación humana?

 

            Bruno Bauer, el más brillante de los hermanos Bauer, era el más prestigioso de los “jóvenes hegelianos”, como se llamaba a los hegelianos de izquierda. El disparador de La cuestión judía en Marx es la crítica a Bauer, quien no concibe otra forma de emancipación más que la política, lo que le impide ir más allá de la crítica liberal a la monarquía reaccionaria de Prusia.

            El horizonte crítico de Bauer se limita a la influencia de la religión en los asuntos públicos. Proponer que el Estado se libere de la tutela religiosa era, por supuesto, progresivo en las condiciones de Prusia, pero Marx explica que de esa manera sólo se cuestiona al Estado religioso, mientras que el Estado como tal queda libre de objeción. La emancipación política libera al Estado de la religión, pero no libera a los hombres ni de la religión ni del propio Estado. Explicar esta contradicción es poner a la vista los límites de la emancipación política y del Estado como tal. De lo que se trata, entonces, es de definir el carácter de ese Estado y someterlo a crítica.

 

 

El Estado político como mediación

 

            Primero cabe aclarar porqué se habla de Estado político. Hoy hablamos de Estado a secas, pero en esa época estaban muy presentes las formas de representación estamental -típicamente feudales o semifeudales- que también recibían el nombre de Estados o estamentos. El Estado político es, entonces, una institución que, al decir de Hegel, encarna la máxima racionalidad en la organización colectiva de los asuntos sociales, elevándose por encima de la sociedad civil (o sociedad burguesa), que es el ámbito del mero interés privado individual. Es esta filosofía del Estado la que ha trascendido hasta nuestros días: la que considera al Estado como el portador del interés general. Es también aquí donde está parado Bauer, ya que en último análisis su solución de la cuestión judía es tan simple como esto: que el judío deje de atender a su interés particular, como judío, y se someta a los designios del Estado en tanto ciudadano laico, lo que lo igualará a los demás ciudadanos de cualquier religión.

            Marx va a poner en cuestión todo esto. El hombre debe necesariamente liberarse de la religión, que es una forma de autoenajenación, de alienación, que impide al hombre reconocerse como sujeto al transferir las características humanas a un ser sobrenatural. Pero, en la medida en que la liberación de la religión sólo se hace a través del Estado político, se establece una nueva mediación a las relaciones humanas. De este modo, dice Marx, la espontaneidad de los vínculos sociales entre hombres libres queda nuevamente postergada y depositada en las manos de un nuevo Dios laico: el Estado.

            Así, el Estado representa un nuevo obstáculo a la emancipación humana, una nueva forma de separación, de enajenación, ya que pone la libertad y la igualdad en un terreno formal -como dice Marx, “en el cielo de la política”-, dejando intactas la opresión y la desigualdad reales. La religión cristiana propone la liberación humana en un más allá de este mundo, en el reino de los cielos; el Estado, por su parte, sólo elimina esta mediación  para postular otra: la liberación “meramente política”, la libertad del ciudadano abstracto, no del hombre real. Lo que nos conduce al siguiente tema.

 

 

La separación entre Estado y sociedad civil

 

            Nuevamente, despejemos primero la cuestión de los términos. “Sociedad civil” es una expresión que ha adquirido en la actualidad muchos significados. Para Hegel -y en este sentido lo utiliza Marx-, la sociedad civil (sinónimo de sociedad burguesa en el texto) es una forma “espontánea” de organización humana, superior al estadio de la vida familiar, caracterizada por el interés individual, el egoísmo, la bellum omnium contra omnes (guerra de todos contra todos). Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII, justificaba el régimen monárquico como una barrera contra esta situación en la que “el hombre es lobo del hombre”; la solución de Hegel es, precisamente, oponer a esta esfera del egoísta interés privado la esfera de la racionalidad pública: el Estado.

            Para Marx, el ser genérico del hombre, lo que lo define como especie, es su ser comunitario. No obstante, con la consolidación del Estado político se establece una brecha, una escisión, entre la vida comunitaria -que, insistimos, no es real sino meramente política, donde el hombre sólo cuenta como ciudadano abstracto- y la vida privada, el ámbito del interés individual, que es donde tiene lugar la cotidianeidad, las relaciones y las prácticas sociales reales. Marx lo llama la “doble vida”: por un lado, la vida a nivel de la especie, que se limita al terreno político; por el otro, la vida del hombre individual, que abarca todos los demás aspectos y por supuesto determina la vida política, como luego veremos.

            La separación entre Estado y sociedad civil, entonces, es la base de una paradoja: en la medida en que el hombre se comporta comunitariamente (la política), no es real, sino abstracto, y en la medida en que tiene una vida real (la de la sociedad civil), esa vida no es comunitaria, sino egoísta, aislada del semejante. La vida humana se ha partido en dos, pero ninguna de ellas es completa y auténticamente humana.

 

 

La doctrina de los derechos humanos expresa la escisión entre política y vida

 

            Un tema tan interesante como poco transitado entre nosotros es la crítica de Marx a la primera versión de una doctrina que hoy está muy en boga, incluso -o especialmente- entre grupos radicalizados y de izquierda. Marx parte de la separación ya señalada entre Estado y sociedad civil, entre ser comunitario y ser individual, entre política y vida cotidiana, y explica que esta misma dualidad se manifiesta en el terreno jurídico, bajo la forma de los llamados derechos humanos. Estos se dividen en derechos políticos -que afectan al hombre en tanto ser comunitario político, encarnado en el ciudadano- y derechos del hombre en general, también llamados derechos “naturales”. Precisamente, estos derechos “naturales” corresponden al hombre privado, individualista, al hombre de la sociedad civil, separado de la comunidad. Lo que está en discusión aquí son dos concepciones antropológicas (dos visiones del hombre como tal) diametralmente opuestas.            Así, la doctrina de los derechos humanos concibe al ser del género humano no como comunitario, sino, por el contrario, como individual y egoísta, aislado. Toda determinación social -es decir, toda relación social que involucre al hombre en tanto ser comunitario, que es el verdadero ser de la especie para Marx- es vista por esta doctrina como algo externo, como una limitación a la libertad individual. Mientras que Marx sostiene que el hombre sólo puede realizar su humanidad en la relación con los otros, la doctrina de los derechos humanos ve a esta relación como un permanente peligro, lo cual demuestra que considera al hombre de la sociedad civil (egoísta y separado de sus semejantes) como el estado “natural”, verdadero, de la especie. Si a pesar de ese egoísmo esencial el hombre entra en relación con sus semejantes, no se debe a ninguna determinación de su ser genérico -que es de donde parte Marx- sino a la mera necesidad natural, a la mera intersección del interés propio con el del otro. Ese individualismo es consustancial al hombre real para esta doctrina, que debe, por tanto, considerar al hombre político, al hombre que ejerce su actividad comunitaria, como abstracto y artificial.

            De ahí que el liberalismo -que abreva en esta fuente desde el punto de vista filosófico- siempre considere los derechos humanos naturales como derechos del individuo contra el Estado, al que critican por razones opuestas a las de Marx: no en cuanto mediador que impide los vínculos sociales directos entre los hombres, sino en cuanto instancia colectiva abstracta que impide el reino absoluto del interés privado al mantener, pese a todo, una comunidad (política). Para Marx, en cambio, el Estado no permite la verdadera comunitarización del hombre real, ya que la circunscribe al ámbito de lo político; es decir, no es lo suficientemente comunitario ni puede serlo, porque su función última es garantizar el libre desenvolvimiento del hombre de la sociedad civil.

 

 

Lo privado subordina a lo público: el Estado al servicio de la propiedad privada

 

            Luego de exponer el pensamiento de los principales actores de las revoluciones burguesas, Marx establece que el ámbito en el que el hombre se desempeña como ser comunitario (la vida política, el Estado), no es más que un medio para mejor desarrollar el ámbito de lo privado y lo particular, es decir, la sociedad civil. De esta manera, la emancipación política, esto es, la disolución de los antiguos estamentos feudales y sus privilegios, representa a la vez la emancipación de la sociedad civil de la política.

            En efecto; bajo el régimen feudal, la propiedad privada estaba sometida al arbitrio y las regulaciones de nobles, monarcas y clérigos; tras la revolución burguesa, el Estado se pone al servicio de la sociedad civil y del interés privado, que se convierte así en el fundamento del Estado, su razón última. Por eso dice Marx que el sustrato del Estado político es el hombre apolítico, el hombre “natural”, el individuo separado de la comunidad.

            La emancipación (puramente) política sanciona la separación entre el ciudadano y el hombre egoísta, con dos consecuencias: por un lado, se privilegia como interés del Estado el desarrollo del interés privado; por el otro, se limita la actividad comunitaria a la actividad política, dejando por fuera lo real y cotidiano. Por eso Marx postula la emancipación humana como la reabsorción de la actividad humana a nivel de la especie a todos los ámbitos de la vida, sin que se establezca -o, mejor dicho, aboliendo- la separación entre lo público y lo privado, entre lo social y lo político. Y el resultado de ese libre desarrollo de vínculos sociales entre las personas, sin mediaciones, sin el rodeo de la religión ni del estado, es la disolución tanto del Estado como de la sociedad civil (en tanto esferas separadas y específicas).

            Esta emancipación humana aún no tiene una denominación; no pasarán muchos meses hasta que Marx le dé el nombre de un movimiento social surgido de las entrañas del orden existente: el comunismo.

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