Deuda pública

La Deuda que Cavallo nos legó

Luis Becerra

 

Las cifras que nos brinda el autor hablan por sí solas. En Argentina, la inmensa deuda pública sigue siendo uno de los canales que más nos atan a la dominación  imperialista.

En este año 2000 se pagarán 9500 millones de dólares de intereses de la deuda externa, el 16,5% de los ingresos presupuestarios.

Los otros canales de sumisión son el envío de remesas al exterior, la fuga de capitales, la desindustrialización creciente, el intercambio desigual y el escaso acceso al mercado internacional. A estas calamidades se agrega que en la actual fase de la globalización - mundialización de la economía, el imperialismo, sobre todo el norteamericano, somete y domina a los Estados nacionales de manera global y totalmente inédita.

Hay que recordarlo: cada medida que impone imperialismo significa una nueva carga a las sufridas espaldas del pueblo, mayor desempleo, marginación social  y miseria de las mayorías. Así, el mensaje de las cifras es contundente.

No nos liberaremos de la explotación capitalista si no encontramos los medios y las vías para terminar con aquél. En este camino se debe romper con el sometimiento al Fondo Monetario Internacional (FMI), al Banco mundial (BM) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) y dejar de pagar la deuda externa y publica.

 

 

 “Dado que se prevé que la deuda bruta pública externa se estabilice en valores nominales en torno a los 46.000 millones de dólares, para comenzar a reducirse hacia 1997, hacia el año 2000 es posible proyectar una relación deuda bruta/PBI del orden del 15,4%. Neta de reservas y de garantías compradas con motivo del Plan Brady, la deuda pública será insignificante hacia fin de siglo.” Esto escribía Cavallo en una revista de la Universidad de Luján a fines de 1993.

 

En el cuadro siguiente se puede observar la evolución de la deuda punta a punta en la década del noventa.

 


 

 

 


A fines del 89 la deuda pública total ascendía a USD 66.300 millones de los cuales sólo USD 3.000 millones eran deuda interna. Para el año 1999, la deuda pública era de USD 121.400 millones. En diez años se duplicó.

 Básicamente la deuda pública de los inicios del menemismo tenía tres fuentes principales:

 

·         los préstamos obtenidos por la dictadura para alimentar su carrera armamentista y obras de infraestructura cuyos generosos vueltos incrementaban las fortunas individuales de todos sus personeros y sicarios.

 

·         el traspaso de deudas de los capitalistas nacionales merced a la implementación del régimen de seguros de cambio en un marco de devaluación sostenida (Cavallo fue uno de los líderes de la “estatización de la deuda” en los ochenta, durante su corta pero provechosa estancia como presidente del Banco Central)

 

·         la colocación interna compulsiva (compartida por militares y radicales) de títulos en moneda local indexados para saldar cuentas con proveedores y bancos que aceleraban la espiral inflacionaria, pero que gracias a ello fueron licuados con la hiperinflación alfonsinista, por lo que la deuda interna en 1989 era de sólo USD 3000 millones. Eso constituyó el famoso “festival de bonos”.

 

La deuda de fines de los 80 devengaba una tasa cercana a “libor” (costo internacional razonable). Ello no impidió que se incurriera en grandes atrasos en los pagos, sobre todo con los bancos. Estos presionaron a través de los organismos internacionales (FMI y Banco Mundial) y del Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Nicholas Brady, que se reestructurara la deuda para poder cobrarla. Fue así que el Estado comenzó un proceso de “regularización” que culminó con la instrumentación del Plan Brady en 1993.

A partir de entonces, la Argentina comenzó a recibir nuevo financiamiento a través de los bancos (proveniente de capitalistas internacionales) pero con tasas de interés superiores a las que devengaba la deuda vieja.

El modelo vigente (impuesto durante el menemismo y continuado por la Alianza gobernante) asume que el pago de los intereses de la deuda pública se efectúe con recursos provenientes del presupuesto (impuestos). Las amortizaciones de capital se refinancian --y tienen por tanto un efecto neutro en los stocks­-- mientras que por los déficits se asumen nuevas deudas.

Desde el Brady, la deuda del Estado fue creciendo hasta los valores actuales, y por ende también creció el “servicio de la deuda pública”, que es lo que constituye la verdadera carga para el pueblo.

Así, los intereses efectivos pagados comenzaron a crecer sin parar desde 1993 pasando de 2.900 millones (6% de los ingresos corrientes) a 9.500 millones proyectados para el corriente año (16,5% de los ingresos corrientes).

El crecimiento del endeudamiento y la política del Estado argentino en ese sentido puede explicarse también a través de dos procesos de singular profundidad: la enajenación de bienes públicos, pasando a manos privadas (generalmente extranjeras) la casi totalidad de las empresas del Estado y el establecimiento de un régimen compulsivo de fondos de jubilaciones privadas concentrado actualmente en unas pocas AFJP.

El proceso de privatizaciones comenzó en el año 1990 con las ventas parciales de ENTel y Aerolíneas Argentinas, y podría decirse que hacia el año 1995 se había completado el grueso de las ventas. Ningún “emerging country” tuvo un programa tan audaz. Inclusive se privatizó el Correo, caso inédito en el mundo.

Ese proceso le generó ingresos al Estado equivalentes a USD 30.700 millones, 15.300 millones en efectivo y 15.400 millones en títulos de la deuda pública, pero a valores de mercado la cifra fue de tan sólo USD 20.000 millones.

Aunque es ridículo pensar que todas las empresas vendidas por el Estado valieran sólo lo que se pagó por ellas, se podría convenir que las mismas constituían un activo preexistente del Estado y así compararlo con el pasivo anterior al inicio del proceso. En este sentido podríamos calcular el incremento neto del endeudamiento en “términos patrimoniales”.

Si consideramos como activos iniciales las empresas vendidas al valor recibido en efectivo más títulos, agregándole tanto al inicio como al final USD 700 millones de los bienes que resta privatizar (no tenemos en cuenta los bienes que no se han privatizado pues contarían en los dos momentos con un efecto neto neutral), tenemos el siguiente cuadro:


 

 

 


Téngase presente que el PBI nominal creció en la década a una tasa anual promedio de sólo 4,2%, por lo que el “pasivo neto” creció 3 veces más.

Pasando al tema del régimen de jubilaciones y pensiones privadas, éste se instauró en la Argentina bajo la forma de AFJP a mediados de 1994. La publicidad de la prensa, el gobierno y los economistas del establishment aconsejaban "pasarse" del régimen de reparto público al de "capitalización", aduciendo principalmente el control propio de los fondos y una buena tasa de rendimiento que los más pesimistas ubicaban en el 5% anual real. Así nuestros hijos y nietos estarían contentos ya que no tendrían que mantenernos como ocurre ahora con los actuales abuelos.

Cavallo decía que el déficit previsional que se generaría por la caída de aportes al sistema público, sería superado por el aumento de la recaudación impositiva dado el gran incremento de la producción que se proyectaba por entonces. La lógica era: aumenta la producción, aumentan las ganancias, se pagan más impuestos, se cubre el desfasaje.

El plan ideado parecía cerrar de modo perfecto y la economía de mercado nos demostraría sus virtudes rápidamente. El Estado tendría superávit fiscal como hasta entonces (por las privatizaciones) y la deuda externa se encaminaba a ser un “problema menor” como sostenía Cavallo. Asimismo se inducía a un desarrollo espectacular de la acumulación del capital financiero por el aporte a los fondos de pensión, sin la obligación por parte de ellos de mantener a ningún jubilado por aproximadamente 30 años (Esa tarea quedaba a cargo de las arcas públicas).

Pero los cálculos fallaron y meses más tarde, el propio Cavallo nos alertó que el año 94 cerraría con un "pequeño" déficit fiscal y que se harían esfuerzos para reducir gastos del Estado. Así se decidió reducir el presupuesto de gastos para 1995 y promover una ley que supeditara el pago de las jubilaciones y pensiones en manos del Estado a la recaudación efectivamente realizada. Es decir, si los aportes seguían bajando, ya sea por aumento de la evasión, por menor crecimiento o por mayor desempleo, la masa de pagos se reduciría y con ella los haberes promedio. (Por supuesto los pagos de la deuda se cumplirían puntualmente).

Luego llegó la crisis mexicana de fines de diciembre (fuerte devaluación del peso y peligro de cesación de pagos) que desató una fuerte salida de capitales estimada en USD 35.000 millones para toda la región, principalmente de México y Argentina. Después vinieron las crisis de Asia, Rusia y Brasil que complicaron más el panorama.

El déficit fiscal neto (después de privatizaciones) se incrementó de $1.400 millones en 1995 a un promedio de $4.600 millones por año para el período 1996/99.

Además, las AFJP que tienen invertido una parte importante del ahorro obligatorio de los trabajadores en títulos y acciones sufrieron los vaivenes del mercado, y en vez de dar ganancias continuas arrojaron pérdidas temporales y hoy sus estados de cuenta muestran sin orgullo que casi ningún aportante tiene individualmente más pesos que los que puso.

Teniendo en cuenta que el déficit de caja acumulado desde la instauración del régimen ha sido de $19.800 millones y que los fondos aportados a las AFJP en ese lapso suman $17.600 millones uno puede argumentar sin temor a equivocarse que la imposición del régimen de AFJP se transformó en la principal fuente del déficit público.

El desvío de aportes, que antes financiaban al Tesoro a costo cero y se redistribuían entre los beneficiarios del sistema, generó un endeudamiento adicional que le cuesta al Estado, a las tasas de interés actuales, alrededor de $1.900 millones anuales, parte de los cuales se van del sistema de capitalización pues remuneran exclusivamente a las comisiones de los bancos y grupos dueños de las AFJP.

Un aditamento interesante es la fragilidad del, a esta altura, “plan de convertibilidad y endeudamiento sostenido”. La Argentina, como país, tiene el triste honor de ser el principal emisor del mundo en moneda extranjera, mientras que la mayoría de los países se fondean en moneda propia. En ese marco, la ausencia de financiamiento internacional por problemas de “iliquidez” o por aumento del riesgo de la Argentina llevaría a una situación de estrangulamiento en las cuentas públicas, cuyo límite sería la emisión monetaria para saldar deudas o salarios. Esa sería la muerte súbita de la convertibilidad. Los especialistas estiman que la vida de la convertibilidad aguanta sólo tres meses sin financiamiento.

Lejos de la predicción de Cavallo que citábamos al inicio, la deuda pública es un problema fenomenal que implica obligaciones anuales de gran envergadura en el presupuesto del Estado Nacional, y que para poder cumplirlas normalmente debe someterse sin miramientos a las políticas de ajuste impuestas por la burguesía financiera internacional (principalmente norteamericana) a través de sus representantes, el FMI y el Banco Mundial, con la consabida carga sobre las espaldas del pueblo.

 

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