Hace falta una reconstruccion global

Encuesta a los obreros de Peugeot de Sochaux

Por François Chesnais

 

Con los artículos que estamos presentando queremos comenzar una reflexión sobre cuáles son hoy las tareas que se le plantean a la clase trabajadora para lograr recomponer su conciencia de clase y sus instituciones, en la perspectiva de volver a proponerse como sujeto capaz de liderar la transformación social.

Es preciso partir de reconocer los cambios estructurales que ha sufrido. Se trata de una "nueva clase trabajadora", caracterizada -esencialmente- por una nueva relación laboral (marcada por la desocupación y la exclusión). Como también las pérdidas subjetivas, la autocompresión como clase, y la falta de toda perspectiva que vaya más allá del orden capitalista existente.

Del primero queremos señalar, que lo hemos tomado gentilmente de la revista marxista revolucionaria francesa  Carrè Rouge, en el que François Chesnais escribió una reseña del libro Retour sur la condition ouvrière*, sobre los cambios en las vidas de los obreros –y sus familias– que trabajan en Peugeot y las fábricas subtratantes, en la región de Sochaux-Monbéliard, Francia, durante los últimos 15 años. El siguiente es un extracto de esa reseña.

 

 

El método de investigación y sus implicancias

 

Entrevistas individuales llevadas a cabo de manera continua durante un período largo, cuatro años como mínimo, o mucho más largo –en ciertos casos de más de quince– con los obreros de Peugeot es el método de investigación aplicado por los autores. Y se los volvió a entrevistar en diferentes ocasiones de su vida y su actividad: como militantes (en los locales sindicales, en las reuniones de los comités de huelga durante el conflicto de 1989), o como ciudadano en las fiestas de la FCPC de la escuela o del colegio de sus hijos e incluso en su vida familiar.

Estas entrevistas, que se extendieron más tarde a los hijos de algunas de estas familias (y por su intermedio a otros estudiantes, miembros de familias obreras), fueron obtenidas gracias a los vínculos de gran confianza que se establecieron con numerosos obreros de Peugeot. El punto de partida fue la amistad existente entre Michel Pialoux y Christian Collonge, OS [obrero semiespecializado] y militante de la CGT en la fábrica.

El objetivo de este método es conducir al investigador a que se vea progresivamente implicado personalmente con la gente que aprenderá a conocer y con “la vida del grupo obrero” en sí. La investigación no se hace sobre una suma de individuos aislados, atomizados, sino sobre sus relaciones con la patronal y sus representantes, entre ellos, con sus organizaciones sindicales y políticas, y entre ellos y sus hijos. Los autores pueden decir que han llevado adelante un estudio sobre la evolución y el devenir “de un ‘grupo social’ el grupo obrero (de Sochaux-Monbéliard), la desconstrucción-reconstrucción de identidades colectivas e individuales de los miembros del grupo” (pág. 437).

Pero es necesario precisar, que dentro de estos límites, el aporte es en realidad sobre la clase obrera, al especificar la relación que es decisiva para ella de “clase en sí” y “clase para sí”. Volveremos sobre este punto más adelante.

Los dos autores escriben que la investigación fue llevada a cabo con la intención explícita de contrarrestar el proceso de “rehabilitación de la empresa” que comenzó a ponerse en acción luego del inicio de los años 80, lo que estrechamente coincidió con “El adiós al proletariado” de numerosos intelectuales “marxistas”, que hicieron aparecer a los obreros como obstáculos a la modernización de la industria, como herederos de un pasado revolucionario, que llevaba necesariamente a combates de retaguardia” (págs. 15 y 16).

 

Factores constitutivos de una “ruptura dentro de la historia de las relaciones de clase”

 

En el curso de los últimos quince años, se vivió a costa de un segmento de la clase obrera “una ruptura importante en la historia de las relaciones de clase”, según los autores. Durante este período, los diques construidos durante el tiempo por el movimiento obrero para oponerse a la explotación, dar al grupo una conciencia de clase y resistir mejor a la dominación simbólica (ideológica y política) cedieron de manera clara con el resultado de que la altanería, la arrogancia y diversas formas de errores se transformaron en “dominantes”, se liberaron y quedaron expuestos sin complejos (pág. 16). Fue el resultado conjunto de factores objetivos y subjetivos.

Para los obreros de Peugeot y los de las firmas subtratantes de la fábrica, la ruptura en las relaciones de fuerza con el adversario de clase, se manifestó primero en el agravamiento de las condiciones cotidianas de trabajo. El conjunto de los mecanismos económicos y sociales que resultaron de la introducción y adaptación por parte de los grupos industriales franceses de los métodos llamados “toyotistas”, tuvieron su efecto.

El libro nos presenta las etapas de la reorganización del proceso del trabajo en un contexto que se hizo a la vez de cambio de técnicas radicales, pero también de liberalización, de desregulación y de mundialización del capital y por lo tanto de aumento del desempleo. Uno sigue a través de las entrevistas aquello que significa en lo cotidiano “la mundialización feliz” celebrada por Alain Minc y Eric Izraelewicz para los obreros, que los portavoces de la industria y las finanzas se empeñan en presentar como a los “privilegiados” porque tuvieron durante un largo tiempo contratos de trabajo más o menos estables.

La mundialización ha sido sinónimo para ellos de intensificación cualitativa de los ritmos de trabajo, de tensiones y de estrés en la fábrica; de la precarización rampante del empleo; de las bajas de salarios, que los OS y los que cobran el mínimo en las pequeñas y medianas empresas mantienen que subieron en relación con los salarios y las remuneraciones de otras categorías.

La ruptura dentro de la historia de la clase obrera de Sochaux-Montbéliard, también es presentada, de manera paralela, por el debilitamiento muy marcado, sino la interrupción, de los mecanismos sociales anteriores de transmisión de una generación a la otra de las ideas y de la visión del mundo que pertenecían al “grupo obrero”.

Esta ruptura ha sido mucho menos estudiada y es también menos conocida porque se mantiene en silencio, oculta. Ésta se analiza en el libro bajo dos formas. La primera es la de la llegada a la fábrica de una nueva generación de jóvenes obreros “importados” por la dirección de Peugeot en el momento en el que comienza a poner en efecto las nuevas formas de organización del trabajo, que corresponden a la llegada masiva de la electrónica. La segunda es la que se produce en el seno de muchas familias obreras.

Aquí se encuentra una de las grandes originalidades del libro, que es la de estudiar el devenir de los hijos de los obreros de Sochaux y de medir el grado de ruptura entre padres e hijos. Este no sólo se puede imputar al desempleo o al cambio de la técnica. Es también la consecuencia (¿resultado deliberado?) de políticas escolares como el desmantelamiento de la enseñanza profesional o técnica del bachillerato para el 80% de los alumnos, a través de las cuales el gobierno bajo dirección socialista y la dirección RPR que practicaron la “alternancia”, fueron los agentes conscientes después de veinte años.

Al margen de los mecanismos que se toman en consideración relativos al funcionamiento mismo del capitalismo a partir del momento en que se quitan los frenos a la competencia, a la miseria, a la puesta en práctica de estrategias patronales y gubernamentales que llevan a modificar de manera deliberada las relaciones de clase a expensas de los obreros, hay además un tercer factor, que no puede ser subestimado. Es el factor subjetivo, más exactamente político.

Beaud y Pialoux nos hacen comprender hasta qué punto la resistencia del “grupo obrero” de la fábrica Peugeot frente a “su” patronal, así como en mayor medida a la presión ejercida por la sociedad capitalista, fue debilitada, minada, estallada, por la caída de la URSS y la toma de conciencia de la magnitud del desastre del estalinismo. En el caso preciso de los militantes obreros de Peugeot, la caída de la URSS parece haber significado la desaparición de la única forma que ellos conocían de esperanza política de un cambio radical de las relaciones sociales sobre la base de un modelo de tipo socialista (pág. 364). No puede ser una simple coincidencia que la última gran huelga de Sochaux tuvo lugar en setiembre-octubre de 1989. En el curso de las entrevistas, los autores percibieron el peso de la crisis de creencia, la pérdida de confianza en los viejos modelos de resistencia, la desaparición brutal de la esperanza comunista que siguieron a la caída del muro de Berlín y los eventos posteriores, la dificultad que numerosos militantes tuvieron para continuar llevando adelante como antes la lucha dentro de la fábrica.

           

Un paréntesis sobre el lugar de la URSS en la conciencia política obrera

 

En su gran mayoría, los redactores de Carré Rouge acordamos después de la fundación de la revista sobre la característica “necesaria” y por lo tanto totalmente progresista de la caída del estalinismo (caída que no significa la desaparición de sus secuelas más profundas), pero tomamos un  largo tiempo para medir la magnitud del hecho de que no conducía hacia una revolución política obrera. La lectura atenta del libro de Beaud y Pialoux permite adivinar los efectos en Sochaux. Es que la clase obrera francesa tuvo (hasta un cierto punto y con límites importantes) elementos de clase para sí (de clase “movilizada” en la terminología de Bourdieu) que nació de su adhesión política masiva a todo lo que pudiera haber representado la revolución de octubre, a la inmensa esperanza que ella suscitó (sólo hay en Italia un equivalente a esto). Si esto fue así, es porque en Francia el surgimiento de la clase obrera industrial fue contemporáneo o posterior a la Revolución Rusa.

La formación de una clase obrera industrial concentrada ha estado siempre sometida a los ritmos propios del desarrollo de la gran industria capitalista en cada país. En el caso francés, esta fue tardía, en parte contemporánea con la Primera Guerra Mundial (ligada a su preparación y desarrollo) y en su mayor parte, posterior a la Segunda Guerra Mundial imperialista. Si se exceptúa la influencia de las corrientes socialistas del siglo xx y la experiencia de la revolución de 1848  y de la Comuna, la conciencia política de la clase obrera francesa se formó esencialmente a partir de fundamentos de los que el punto básico fue la adhesión a la revolución de octubre.

Al no desembocar en la revolución política, la desaparición de la URSS debe necesariamente haberse vivido como una derrota. No podía ser de otra manera. Nada más natural que este factor haya facilitado la tarea de la dirección de Peugeot en su voluntad de destruir “el sistema político propio de la fábrica”.

 

Por qué era necesario terminar con el sistema político propio de la fábrica

 

La huelga general de mayo de 1968 fue particularmente dura en Peugeot.

Para que ella terminara fue necesario que la gendarmería ocupara la región de Sochaux-Monbéliard, con dos muertes obreras como resultado. Luego de la represión, y a lo largo de los años 70 y el inicio de los años 80, la organización del trabajo fue profundamente marcada por las relaciones políticas entre los obreros de un lado, y la patronal y su dominio del otro, modelada por la huelga general. Sochaux fue una de las pocas fábricas donde la victoria electoral de Mitterrand y de la Unión de la izquierda en 1981 fue seguida por una huelga muy dura.

A veces triunfan los obreros, pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es tanto el éxito inmediato como la solidaridad enorme entre los trabajadores (solidaridad que pone límites a la competencia que la burguesía creó y recreó entre ellos).” A estas ideas esenciales de Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, hacen eco secciones del libro en el que las muestras de solidaridad a nivel de fábrica son analizadas, así como el rol que jugó como escudo, desgraciadamente de forma pasajera, contra la dirección, y sobre todo como freno a la competencia entre los obreros. Esto es particularmente así, en lo que Michel Pialoux llama “el sistema político propio de las fábricas”, construido alrededor de y luego de 1968. La politización obrera en las fábricas de OS, a partir de los años 70, encuentra su especificidad en una relación con la política, construida sobre la defensa del interés inmediato –el salario, el tiempo de trabajo, las primas, la promoción– y alrededor de un sistema de solidaridades prácticas constituido a través del tiempo y de las luchas. Si se miran atentamente las relaciones que se instituyen dentro de la fábrica y entre los delegados y su base, entre los delegados y los patrones, se ve cómo se construyen de conjunto resistencias individuales y resistencias colectivas [...]. Mas allá de una cultura de solidaridad, se podría hablar de un ”sistema político propio de la fábrica”, que tuvo durante mucho tiempo su coherencia, y dentro del cual el delegado tenía un lugar inmediato. La relación de estas luchas es la dignidad, más exactamente, la manera en la que uno se defiende contra las caídas –siempre posibles y presentes en los espíritus–  en la indignidad. (pág. 334).

Uno se encuentra aquí en presencia de relaciones de un tipo particular. Son relaciones compatibles con la explotación -porque dejan intacta la relación fundamental entre el capital y el trabajo y no afectan el salario como obligación de los proletarios de vender su fuerza de trabajo- y a la vez contradictorias con el pleno desarrollo de esta explotación porque como consecuencia de ellas aparecen barreras a su intensidad, se organiza la resistencia frente a la supervisión, y los obreros obtienen espacios de libertad relativa dentro de la fábrica. Esta resistencia puede perfectamente implicar, en la ocasión en que otras vías de reivindicación se encuentran cerradas, el recurso a formas organizativas de sabotaje del trabajo. Este es el tipo de relaciones políticas que la dirección de Peugeot trató de destruir apenas  las condiciones se cumplieron como para hacerlo.

A partir de los inicios de la década de 1980 cinco elementos se conjugan para permitirlo: la suba rápida del desempleo; la introducción desde el exterior (Japón, EE.UU.) de nuevas tecnologías de producción y de nuevas formas de control del trabajo; la utilización del discurso sobre la competitividad y la “restauración de la empresa” cuyos portadores fueron el Partido Socialista y una cada vez mayor parte del Partido Comunista Francés (el ala Hertzog); la caída de la URSS que acabamos de mencionar; y a partir, de que se puso fin al crecimiento de los efectivos, la ventaja que la patronal sacó del envejecimiento de los trabajadores que habían estado empleados durante veinte años y su desgaste físico y moral. El análisis de las entrevistas hace frecuentemente alusión a esto.

 

La automatización, “círculos de calidad” y empeoramiento de la explotación

 

El aumento del desempleo y el retorno a las formas de competencia entre los obreros fundado sobre el miedo a perder sus empleos, son los factores sobre los que se miden los efectos de punta a punta en este libro. Son los factores que permitieron a Peugeot llevar adelante, más fácil que nunca en otra situación, la disolución de los colectivos de trabajo en los grandes talleres de la fábrica, así como la externalización de los abastecimientos. Estos procesos condujeron a la dispersión de las concentraciones obreras y facilitaron la destrucción de las relaciones políticas creadas por los obreros y sus delegados durante los años 60 y 70.

Dos medios “técnicos” fueron puestos en obra. El primero fue la construcción de talleres nuevos, de concepción y arquitectura muy diferentes a los anteriores, con equipos automatizados y robotizados, que permitieron una organización del trabajo totalmente cambiada a la que muy pocos de los “viejos obreros” podían adaptarse. Su consecuencia fue lo que los autores llaman “una grave desvalorización del trabajo, a la vez objetiva y subjetiva”.

Trabajo desvalorizado objetivamente por la baja de los salarios relativos, especialmente aquellos de los OS, que fue la medida más segura de disminuir la posición del grupo obrero en la jerarquía social. Trabajo desvalorizado subjetivamente por diferentes razones, en el corazón de las cuales se encuentra una intensificación muy grande de los ritmos, pero también la reaparición de una muy fuerte competencia entre los obreros dentro mismo de los talleres. Eso que los viejos trabajadores llamaban “la degradación del ambiente”. La transformación de las formas de remuneración seguida de la puesta en práctica de políticas de individualización de los salarios y nuevas formas de primas. Los obreros relatan en las entrevistas el conjunto de pequeñas humillaciones sufridas por “robarnos entre nosotros”, tales como que miembros de un mismo equipo de trabajo podrían despedazarse entre ellos debido a la introducción de “las primas al mérito” o de pequeñas primas colectivas de montos ridículos (100 francos).

Beaud y Pialoux relatan que en el curso de las entrevistas, los obreros integrados en las nuevas estructuras y las nuevas relaciones, explicaron el sentimiento de estar entrampados en una competencia cada vez más despiadada, cuyas formas son muy difíciles de percibir desde el exterior.

La situación de los delegados sindicales, mucho de los cuales fueron afectados por la crisis de identidad política, por los hechos ya mencionados, se hizo cada vez más difícil. En los grandes talleres de los años 70, los delegados eran las “figuras” del taller, respetados y admirados. Su considerable poder para defender a los obreros contra la patronal en ese momento, estaba acompañado del poder moral de arbitrar entre obreros (con los antagonismos entre los compañeros y los “carneros”), así como de mantener la sociabilidad obrera dentro de las fábricas, en el momento de las pausas o de los “retrocesos”. Los testimonios muestran que en los últimos quince años se produjo, una suerte de regresión, ligada a la percepción por parte de los OS del agravamiento de sus condiciones de trabajo. El delegado se transformó cada vez más en sospechoso de beneficiarse de las “ventajas”: es él el que puede salir de la “cadena”, el que se beneficia con las horas de delegado, con derechos suplementarios, está como si dijéramos “protegido” contra los despidos, etcétera. La degradación del ambiente en las fábricas y el agravamiento de la competencia entre los obreros se pueden medir en el momento de la llegada de los recibos de sueldo. Antes, cuando arribaba la “paga”, los obreros del sector se mostraban sus recibos de sueldo y los discutían públicamente.

 

La externalización y organización de la competencia entre los sub-contratados

 

El segundo proceso, que se llevó a cabo de manera paralela con la automatización y la puesta en práctica de los “círculos de calidad”, fue la descolonización y externalización de las actividades de producción. Este proceso se vio acelerado a mediados de los años 90. Los “blasones” industriales de la fábrica desaparecieron progresivamente, especialmente una parte importante de la fábrica de mecánica (bastiones de los obreros profesionales) al transferir la producción de motores, en 1979, al norte de Francia. Así, los símbolos obreros de la vieja fábrica, como la fundición, o el taller de guarnición, no fueron modernizados y parecieron destinados a desaparecer rápidamente. La fábrica de Souchaux se redujo cada vez más a los talleres de carrocería y pintura. Se transformó progresivamente en el centro de montaje y en dador de órdenes de las PyME satélites, empresas subcontratistas que son cada vez más dependientes de Peugeot y cumplen con las condiciones nuevas de aprovisionamiento de componentes a “flujo tenso”.

Aquí, una vez más, el contexto de la puesta en práctica de la externalización es el de la desindustrialización y del incremento del desempleo. A lo largo de los últimos veinte años, seguido del cierre de las fábricas metalúrgicas y textiles, la región de Sochaux- Monbéliard se transformó en una zona casi monoindustrial totalmente dependiente de la automotriz: al lado de Peugeot- Sochaux se encuentran grandes fábricas con miles de trabajadores directamente ligados a Peugeot (ECIA, Peugeot-cycles), y también numerosos subcontratistas, los más recientemente instalados. Estos equipadores (fabricantes de guardabarros, componentes eléctricos, planchas, asientos de autos, etcétera) viven al ritmo de la gran fábrica. Las órdenes de producción se hacen a diario, los camiones alimentan con demoras muy cortas las cadenas de montaje, el menor retardo en la producción toma proporciones dramáticas, provoca demoras y rupturas en el stock. Los flujos tan rígidos y las restricciones drásticas de calidad imponen a los subcontratistas, y por lo tanto a los operarios, el ritmo de producción y una intensidad de trabajo cada vez más dura.

Así, el recurso de la competencia organizada por el capital entre los obreros ya no es más el salario, sino el empleo, dado que la preservación está ligada a la producción con cero faltas y a un costo muy bajo. El salario, en efecto, es el SMIC [salario mínimo] para todos (o para todas, dado que cada vez más en las PyME los obreros son casi exclusivamente mujeres, elegidas de preferencia entre las madres solteras, por que para ellas mantener el empleo es vital).

 

La competencia entre obreros de generaciones diferentes

 

Y llegamos a una de las cuestiones más dramáticas en el proceso de destrucción de “las relaciones políticas dentro de la fábrica” que es la reconstitución por parte de la patronal de una competencia muy fuerte entre los obreros. La reducción de los efectivos estables por medio de los “planes sociales” o de las “ayudas al retorno” para los trabajadores inmigrantes fue acompañada por el empleo creciente de trabajadores interinos de menos de 25 años, para tapar lo agujeros y como medida preparatoria para la jubilación de los viejos y el entrenamiento de los jóvenes gracias a las subvenciones generosas del Estado dentro del marco de políticas de “ayuda a la industria automotriz”.

Esta estrategia fue un medio más para agravar la competencia en el seno de las fábricas y de los equipos, competencia entre generaciones que es también la primera expresión de la ruptura dentro de la transmisión de padres a hijos de la herencia política que había existido dentro de la clase obrera hacia fines de los años 80.

Para los interinos de edades entre 23 a 25 años, que Peugeot reclutaba muy a menudo en el norte o en Bretaña, donde el desempleo era particularmente elevado, la fábrica de Sochaux les pareció como un puerto de paz luego de una sucesión de etapas de contratos jóvenes y de trabajos interinos o temporales. Ellos veían sus contratos temporales dentro de una firma prestigiosa como el fin posible de su sufrimiento, una posibilidad, por cierto única, de encontrar un empleo estable. Los responsables de recursos humanos eran plenamente conscientes y sacaron todo partido posible para conseguir destruir los viejos colectivos de trabajo, metieron en la cabeza de los jóvenes que una de las pocas ventajas serían su capacidad y su disposición de entrar en la modernidad de los nuevos talleres y de transformarse en operarios eficaces, disponibles, serios, cooperativos, etcétera.En las entrevistas los jóvenes temporarios, o recién empleados, decían que esperaban conseguir su trabajo y hacerlo vivible y aceptable “ser obrero de manera diferente, sin esas especies de atavismos, “gruñón”, “quejoso” de sus predecesores”.

Una solución que no puede ser más que temporaria y que consiste en jugar con las ambigüedades estatutarias del operario permite a los nuevos trabajadores diplomados no considerarse entera o exclusivamente obreros. Los jóvenes se preocupan por hacer uso del nuevo vocabulario de la fábrica, operador, línea, grupo y de adherir a la temática de la calidad, lo que los obreros de la generación precedente, sin hablar de los militantes, se rehusaban a hacer casi por principio, para marcar la distancia irreductible con la dirección y el patrón. Para estos obreros, los temporarios aparecen de manera inmediata y brutal, como competencia en el trabajo. Por sus actitudes (trabajar con un walckman y en remera, mutismo, rehusarse ostensiblemente a comunicarse con los otros colegas, etcétera) los viejos OS tienen la impresión de que ellos no respetan los códigos sociales establecidos desde hace tiempo dentro de la fábrica, las viejas solidaridades. No pueden verlos como verdaderamente “obreros” –en su significado de lucha, de historia común y de esperanza política–, “nunca serán militantes”.

Esta irrupción dentro de los talleres ha hecho tomar conciencia brutalmente a los viejos OS de que una distancia cultural irreversible se creó entre las generaciones obreras. Los viejos, y especialmente los viejos militantes, sienten que no pueden ya transmitir su saber o su experiencia política y descubren que el hilo que unía las generaciones obreras dentro de la fábrica ha sido roto.

 

El espejismo de los estudios largos y la ruptura interna del grupo obrero

 

Este hilo no se rompió sólo en la fábrica, sino también y de gran manera en la casa, no sólo por el desempleo sino también por los cambios dentro de la enseñanza. Después del inicio de los años 90, explica Beaud, los padres vieron que sus hijos se transformaban ante sus ojos en híbrido sociales, ni proles ni intelectuales, que encontraron grandes dificultades para instalarse profesional y socialmente. Es el resultado combinado del desempleo y del impás político sobre un fondo de reformas de la enseñanza, llevados a cabo luego de 20 años, dentro del marco de la alternancia.

La parte del libro consagrada al análisis de las entrevistas efectuadas con los alumnos del liceo y estudiantes hijos de obreros, así como con sus padres, a propósito de los estudios y la elección de los planes de estudio, descansa sobre el postulado compartido por una gran cantidad de sociólogos críticos: “lo que se juega alrededor de la escuela –diplomas, certificación de competencia, pero también la cuestión de la dominación por y dentro del pasaje por la escuela– es esencial hoy en día para comprender las nuevas formas de legitimación de la dominación.” La ausencia de toda perspectiva de porvenir obrero dentro de la fábrica, en los años 90 condujo a las familias obreras, especialmente aquellas donde los padres eran OS, a una conversión rápida al objetivo de perseguir estudios largos e indeterminados para sus hijos.

Citemos algunos títulos de la segunda parte del libro: la “desobrerización de la enseñanza profesional; sentimiento de relegación y depreciación de sí mismo; los bachilleratos que no tienen más promesas; los embajadores del LEP en la empresa; los alumnos dentro de la empresa”.

En el caso de los hijos de obreros que dieron su testimonio, la elección de una enseñanza larga en un liceo normal fue en estrecha relación con la percepción que los padres tenían de la evolución del mercado de trabajo local y de las transformaciones en las fábricas.

Las elecciones forzadas hechas por los padres bajo la presión del desempleo y el espejismo del bachillerato para el 80% de una generación como medio de salida de la condición obrera, tuvo como resultado esencial el colocar una fracción creciente de hijos de familias obreras en situaciones de incertidumbre y de desarrollo escolar. Para ellos, en una cantidad importante de casos, la prolongación indeterminada de la escolaridad terminó en un rechazo a la escuela y los aprendizajes formales del saber. Para los que estudian en el liceo, la escolaridad –y por extensión la cultura, los libros, etcétera–  no es más que una opción para tomar una restricción, una carga. Muchos dicen después que hubieran preferido trabajar más temprano y no encontrarse metidos en esta vía azarosa de estudios largos en el curso de la cual se encontraban con la impresión de que no estaban a la altura. Beaud incluso dice que: en este fondo de amargura, de actitud, ligado con su propio fracaso escolar que se manifiesta progresivamente, los estudiantes –a pesar de todos, de la propia escuela– pueden desarrollar una cierta forma de anti-intelectualismo y por extensión rehusarse a las ideas progresistas encarnadas por sus profesores.

La ruptura es aquí particularmente importante con la generación de sus padres que conocieron la imposibilidad de seguir estudiando, la obligación de interrumpir precozmente para ir a la fábrica, pero que encontraron en el sindicato, las organizaciones y partidos políticos obreros, los medios de reparar estas consecuencias de la injusticia de clase. Para estos obreros de los años 60 y 70, el militar junto con las organizaciones sindicales y los elementos de formación política dados por los partidos o los grupos de extrema izquierda, constituyeron una manera de cultivarse, de cubrir en parte, por lo menos, su retardo escolar y cultural.

Con los nuevos contextos económicos y sociales y los nuevos cursos, no va a ocurrir lo mismo. Stèphane Beaud analiza: Promovidos artificialmente por la prolongación de sus cursos escolares, los hijos de obreros de Sochaux-Monbéliard tienen la tendencia a creer que han pasado del otro lado de la herencia política de sus padres obreros, la que no les concierne verdaderamente. No es que renieguen –algunos lo ven como algo grande– sino que encuentran que no se adaptan a su situación: es una herencia que no quieren porque les parece que es de otra etapa y que no tiene nada que ver con sus propias condiciones.

 

Cómo proceder a la recomposición política del grupo obrero

 

Esta es la pregunta que se hacen los autores en la conclusión de su libro. La destrucción política del taller y la reorganización completa de la producción por la desconcentración y la externalización, pueden hacer creer durante un tiempo, en la desaparición de las manifestaciones más visibles del antagonismo entre el capital y los trabajadores dentro de la fábrica.

La historia muestra que cada gran mutación en las formas precisas de explotación capitalista (aún cuando se hable de formas de organización industrial, es de esto de lo que se trata), ha estado seguida de períodos en los que los asalariados sufrieron transitoriamente la pérdida de sus medios de defensa de día a día dentro de la empresa hasta que pudieron poco a poco reconstruirlos. La velocidad con la que esto ocurre no depende solamente de las luchas en el seno de la fábricas, sino de los elementos de perspectivas y de programa contra el sistema capitalista con los que se los puede reemplazar.

Pialoux y Beaud tienen conciencia de esto cuando en su conclusión presentan la siguiente pregunta: ¿Cuál es el futuro de una cultura obrera privada de su dimensión política? Y citan la última frase de otro libro escrito precisamente por un obrero, George Navel: Hay una tristeza obrera que no se cura con la participación política. Y los autores agregan: estas cuestiones desbordan el marco del mundo obrero, ellas interrogan la manera de recomposición de la sociedad francesa de conjunto, y no sólo del mundo obrero, que por su combatividad pasada y por las conquistas sociales que pudo arrancarle a las clases dominantes, ha jugado un rol decisivo en la constitución y la consolidación de una sociedad salarial, extendida a la mayoría de la población activa. (págs. 424-425).

Para medir lo que está en juego en este trabajo de elaboración colectiva y discusión; para determinar los nuevos elementos de perspectivas y de programa contra el sistema capitalista y por un socialismo auténtico, consideremos de dónde partimos.

A partir de los años 30, el Partido Comunista Francés cada vez más se dedicó a encerrar a la clase obrera dentro de una doble trampa política. De un lado, para servir de peón a la política extranjera de la burocracia estalinista, en tanto que ella estaba sometida a una alianza política con los partidos republicanos dentro de un marco respetuoso de los intereses de la burguesía francesa. Durante más de medio siglo el PCF se ocupó con éxito de encerrar a la clase obrera dentro de un rol, en el cual todo lo que él toleraba era el ejercicio de una presión fuerte sobre la burguesía. A condición, como en 1936 y 1946, de saber terminar las huelgas en las que el objetivo profundo, y en la mayor parte de las veces perceptible, era la forma misma de la organización de la sociedad.

La herencia es muy pesada y el libro sobre los obreros de Sochaux permite darse cuenta de esto por ejemplo en la cuestión del racismo. El hecho de bloquear la lucha de clases y de apoyar el republicanismo, engendró en muchos de los obreros que militaron en el PCF o que votaron por él, una comprensión, por lo menos incompleta, de lo que fue el colonialismo. Esto nutre hoy su rechazo, o como mínimo su gran reticencia, a hacer de la CGT una fuerza activa en la integración política de los obreros de origen magrebí.

Me siento muy sensibilizado con el anteúltimo capítulo del libro consagrado a las formas en que el racismo se manifiesta y a sus consecuencias. El relato que Michel Pialoux hace de ciertas entrevistas con los militantes de la CGT o incidentes sobre este punto con miembro del PCF, en el curso de su estadía en la región, esclarece la génesis de las formas del racismo que uno puede encontrar todavía en casas de obreros de una fábrica como Peugeot. En un pasaje del libro, que se dirige directamente a la CGT, Beaud y Pialoux escriben con respecto a esto que: la cuestión de la politización de los jóvenes inmigrados nos parece central. A fuerza de ver a los inmigrantes como una entidad aparte, uno ha terminado por olvidar que en las regiones obreras donde las empresas tienen o recurren masivamente a trabajadores extranjeros, la cuestión de la clase obrera está por razones morfológicas estrechamente ligada al futuro de los hijos de los obreros. (pág. 426).

A la luz de lo que se aprecia en Sochaux-Monbéliard, la reducción de la brecha política entre la generaciones, les parece fundamental. Siempre en las conclusiones, los autores escriben: Una de las tareas principales de un movimiento obrero que quiera permanecer fiel a su historia así como a retomar su curso, será renovar el vínculo entre las generaciones, reasegurar las relaciones entre los universos sociales próximos del mundo obrero (empleados, técnicos profesionales de la cultura) y sacar enseñanzas de otras formas de lucha que se desarrollan en los tallares.

La recomposición de una perspectiva política para los asalariados es una cuestión que no le concierne sólo al grupo obrero. Es un desafío que interpela a la sociedad francesa de conjunto, (digamos más bien a toda esta sociedad que está totalmente sometida a un régimen asalariado), en tanto que ella es deudora de la combatividad pasada de la clase obrera ya que le debe las conquistas sociales que ésta pudo arrancarle a las clases dominantes.

 

Nota:

* Stéphane Beaud y Michel Pialoux, Retour sur la condition ouvrière [Una nueva mirada sobre la condición obrera], Fayard, París, 1999.

Volver al sumario