Economía

“Honrar las deudas”

 

Los Almuerzos de Mirtha Legrand —lugar común del cholulaje— nunca habían sido el epicentro de un terremoto económico-político. Sin embargo, bastó que Raúl Alfonsín insinue tímidamente lo bueno que sería postergar los pagos de la deuda “externa” durante dos años, para que las paredes comenzaran a temblar. De la Rúa y su tropel de políticos y ministros, salieron desesperados a retar y desmentir al lenguaraz. De rodillas ante ”los mercados”,  juran y rejuran que seguirán haciendo “los deberes”; es decir, matando de hambre a la gente para “honrar” (¡así le dicen!) las obligaciones de la deuda.

Aunque no se puede dudar que tales son sus intenciones, del otro lado del mostrador, entre la usura internacional, crece la incertidumbre. Es que ésta no es una crisis económica más, sino que está cuestionado el proyecto de país que vienen  imponiendo durante más de  una década.

Los trabajadores y el pueblo tenemos que construir  una nueva perspectiva que comience rompiendo las cadenas que nos atan al imperialismo y como primer paso que dejar de pagar la deuda externa y publica.

 Para explicar este mecanismo infernal de endeudamiento y ajuste permanente,  conversamos con el economista Luis Becerra.

 

SoB: ¿Por qué tanto lío con lo de Alfonsín? Si a algo parece decidido este gobierno, es a cumplir con  el FMI y los acreedores de la deuda?

 

Luis Becerra:  Bueno, lo de Alfonsín es lógico... Si prendo un fósforo para encender un cigarrillo, normalmente nadie dice nada. Pero si lo hiciera en una casa con un escape de gas, habría pánico... Y ésa es la situación de Argentina.

Argentina está viviendo un fuerte estancamiento. El Producto Bruto Interno (PBI) de 1999 cayó 3,1%. El PBI del 2000 dicen que va a crecer un 0,8% (los pronósticos del gobierno eran del 2,5%). Pero ahora hay datos de que posiblemente sea cero. Por su parte, la población crece 1,4% por año. Así, con sólo hacer una cuenta de almacenero, se ve que el PBI per cápita (es decir, dividido por el número de habitantes) cae más aún.

La realidad es mucho peor, porque el PBI per cápita no es una medida homogénea. No se reparte igualitariamente entre la población. Al mismo tiempo, la distribución del ingreso ha empeorado. Los salarios en el sector privado en los últimos cinco años cayeron un 20%. En el sector estatal, entre el 12 y el 15%. El gasto total en salarios bajó el 10%. El desempleo viene creciendo. La  última medición oficial fue del 15,4%, y la próxima se estima será de 16 a 17%.

Hay, además, una creciente concentración y trasnacionalización de la economía. Señalar la gravedad de esto no es simple retórica nacionalista. La revista The Economist informó recientemente que Argentina fue en 1999 el país “emergente” o “subdesarrollado” que más empresas vendió al capital extranjero, con una venta neta de 18.300 millones de dólares. Y esto viene ocurriendo desde años. Así, se estima que el 70% del PBI es producido por empresas trasnacionales.

Otra característica es el creciente déficit fiscal (es decir, del presupuesto del Estado): por impuestos y otros ingresos “genuinos” le entra menos de lo que gasta. En el 98 el déficit fue de 4.000 millones de dólares. En el 99, de 4.800 millones (5.700 según la Alianza). Para este año se pronosticaron 4.700. Luego, se hizo un nuevo pronóstico por 5.300 y seguramente será de 6.000.

 

SoB: ¿Entonces, cómo hace funcionar las cosas el gobierno?

 

L.B.: Hay un ministerio que se llama de Economía pero que en realidad es un Ministerio de Finanzas. Controla los ingresos y el gasto público; y lo que no alcanza para cumplir los gastos busca financiarlo en el mercado de capitales, internacional y local, colocando bonos de deuda. El otro organismo importante es el Banco Central, que en la Argentina no hace nada, salvo garantizar que un peso valga un  dólar. Lo mismo pasaba con el antecesor de Machinea, Roque Fernández.

No hay ningún plan serio de crecimiento o desarrollo capitalista, aparte de dar algunos incentivos fiscales o el pronosticado “plan de infraestructura”, del cual todavía no existe ninguna obra concreta en evaluación. El crecimiento económico está entonces librado al “mercado”, con el agravante de que la economía está controlada por empresas transnacionales que no les importa mayormente lo que pueda pasar con este país.

En ese contexto, el déficit fiscal es un problema muy serio, porque es equivalente al incremento de la deuda pública. Como por la convertibilidad no se puede financiar con emisión monetaria (como hacían Alfonsín y los gobiernos anteriores), el déficit debe financiarse con préstamos. La deuda año a año va a variar principalmente por el importe del déficit.

Hay una norma de funcionamiento del modelo y es que las amortizaciones de deuda, es decir los vencimientos del capital, se refinancian. Eso significa que el crédito total que Argentina requiere cada año sea igual al déficit más las amortizaciones de capital.

Dicho de otro modo: Argentina no paga el capital de la deuda (que se llama el “principal”), sino que lo refinancia. Lo que paga son los intereses. Estos intereses son cada vez más altos y se pagan con los recursos del presupuesto.

Así Argentina depende absolutamente del financiamiento de los bancos nacionales y extranjeros. Es el tendón de Aquiles del plan, porque Argentina no tiene soberanía monetaria. Si dejara de existir el financiamiento para pagar las deudas y el déficit del Estado, a la larga tendrá que salir a emitir dinero. Y en el contexto de este modelo, si lo hace, rompe la convertibilidad y se generaría un caos. El gobierno está entonces obligado a arrodillarse ante la “comunidad financiera internacional”.

Es que Argentina está atada a la dictadura de los operadores financieros: si no tiene financiamiento el modelo estalla. Y este es un momento en que esos “operadores” ven que las cosas van mal...

 

SoB: ¿Cuál es la lógica de esos operadores?

 

L.B.: Para que la Argentina sea un país “confiable” tiene que cumplir a rajatabla los compromisos con el FMI, las pautas de reducción del déficit, etc. Si Argentina cumple, le siguen prestando a una tasa razonable, si no cumple le incrementan la tasa o no le prestan.

Y ahí se produce una paradoja porque la Argentina es un país que desde los últimos diez años ha cumplido bastante fielmente lo que el FMI le ordenó. Además provee a la comunidad financiera una cantidad de información increíble sobre las cuentas públicas que ningún otro país latinoamericano, por ejemplo Brasil, les aporta. Esto último les permite seguir con exactitud y al día los vaivenes económicos y financieros. Cuando algo va mal, se enteran al instante. El “buen alumno” termina siendo castigado precisamente por ser buen alumno.

La Alianza, por su parte, en un exceso de buen alumno, firmó un acuerdo con el FMI absolutamente incumplible.

Argentina, para mantenerse dentro del modelo y que las cosas “vayan bien” (no asegurar el crecimiento, sino mantener la “confianza” de los inversores), debería no tener déficit fiscal o lograr superávit. Esto es bastante utópico

¿Qué se hace para no tener déficit? Reducir más el gasto público y/o cobrar más impuestos. Y aquí comienza la desconfianza. Hay una sensación en el imperialismo financiero de que no queda mucho más espacio para reducir el gasto y que todo lo que haga el gobierno va a terminar perjudicando a algún sector burgués.

Es que ya no queda mucho espacio social como para bajar el gasto. Ya el gobierno tuvo el lío de la reducción de salarios, que es inédita. Ningún país del mundo hizo una reducción nominal de salario de un 12% o 15% así, de un saque.

La otra forma de bajar el gasto sería darle por la cabeza a algún sector burgués, algo muy problemático. Por ejemplo, según un estudio que circulaba en el bloque parlamentario de la Alianza, hay exenciones impositivas legales por cerca de 9.000 millones, mientras el déficit es de 5.000. O sea que si no hubiera exenciones no habría déficit. Pero esas exenciones son en beneficio de grandes empresas con regímenes de promoción industrial, etcétera, que pondrían el grito en el cielo, amenazarían con irse del país, etc., etc.

Otro gran problema son las jubilaciones. Haber establecido el régimen de las AFJP en el 94 fue decisivo para generar el déficit fiscal. El monto del déficit es prácticamente igual a lo que ha dejado de recaudar para dárselo a las AFJP. El gobierno sigue pagando a los jubilados, mientras que la mayor parte de los aportes se va hoy a las AFJP y los bancos, que son sus dueños. Es un negocio fabuloso. Los bancos reciben de 800 a 900 millones anuales de comisiones por la administración de las AFJP. Por cada 100 pesos que gana de sueldo un trabajador, le descuentan 11 de jubilación y la AFJP se queda entre 3, 50 y 3,80 de comisión.

El gran problema es que en este contexto los analistas que informan a los operadores financieros tienen la sensación que el margen de maniobra es muy chico y que cualquier cosa que se haga puede terminar repercutiendo en el propio capitalismo.

 

SoB: En los últimos días, ha sido tapa de los diarios la tasa de interés que ha debido pagar el gobierno para encontrar quién le preste. ¿Por qué es tan importante eso?

 

El financiamiento, como ya te dije, es el talón de Aquiles del modelo, y en eso es muy importante la tasa de interés.

El común de la gente no ve la trascendencia de la tasa. Sin embargo para el modelo, el gobierno y el capitalismo nacional o internacional que se mueve acá, es muy importante.

El principal emisor de papeles de deuda en la Argentina y en el mundo son los Estados. El 70% de los bonos que circulan en el mundo son bonos de Estados, que alimentan el mercado de capitales. Los operadores financieros ganan plata comprando y vendiendo, esperando que suban de precio o vendiéndolos antes de que bajen, etc.

Los bonos determinan la tasa de interés que paga la economía de un país para cada plazo. Por ejemplo, 6% anual a cinco años. O 16% por ciento a un año. Esto es importante no sólo por el monto que hay que pagar, sino porque influye mucho sobre las inversiones productivas que se van a hacer en el país que emite el bono, inversiones sin las cuales no hay crecimiento en términos capitalistas.

Por ejemplo, yo tengo 10 millones de dólares y pienso cómo invertirlos. Hago entonces un cálculo: si una inversión productiva me va a permitir ganar el 20%, y con la tasa de interés de un bono gano sólo el 5%, entonces, hago esa inversión productiva, porque voy a ganar un 15% más.

Pero si la tasa del bono sube, se va por ejemplo a un 16%, entonces ni loco voy a invertir para poner o ampliar una fábrica u otra empresa. Compro el bono y me siento a esperar. Voy a ganar prácticamente lo mismo sin mayores riesgos, líos con el personal, competencia con otros capitalistas, etc.

Si Argentina paga tasas del 16% anual, como en los últimos días, significa que una inversión productiva tiene que rendir el 25 o el 30% anual, para que sea “atractiva”. La explotación del trabajo deberá ser mucho mayor para poder obtener esa tasa de ganancia o bien se producirá una contracción económica porque no se realizan inversiones.

Esto se agrava con la transnacionalización de la economía argentina. Una empresa transnacional, que a lo mejor tiene sólo el 1% de su capital mundial en la Argentina, hace una evaluación constante de los riesgos y rendimientos. Si la tasa de interés es 5% y la ganancia 20%, dicen está bien, sigamos. Pero el día que la tasa se acerque al 20%, bajan la cortina, o bajan los salarios, despiden, etc.

 

SoB: ¿Por qué han ido aumentando esas tasas?

 

Como la Argentina es una economía transnacionalizada y depende casi exclusivamente del ingreso del capital para que el modelo funcione, las tasas de interés varían con la cantidad de fondos que se piden y las evaluaciones de la posibilidad que tiene el país de pagarlos.

Es una cuestión de oferta y demanda. Mientras más plata pide Argentina, más tasa le cobran. Por ejemplo en el 93 Argentina pidió del exterior 2.100 millones de dólares y pagó una tasa del 8%; en el 97 pidió 10.200 millones y pagó 9,6% y para este año va a pedir unos 13.400, y está pagando un promedio del 12%, que en estos días tiende a aumentar.

Con el actual modelo, se ha borrado además la diferencia entre deuda “externa” o “interna”. Toda es deuda pública y en su mayor parte está en bonos. Ese bono, por ejemplo, un Bocón, lo puede tener un burgués argentino, un inversionista japonés, un cartel de narcotraficantes, un fondo de inversión norteamericano, etc. El gobierno se endeuda además, en dólares, euros, yenes, etc., pero no en pesos argentinos.

La deuda no sólo condiciona el presupuesto sino que a su vez ayuda a generar déficit fiscal. Lo que se paga de interés es plata que se deja de usar para salud, educación, planes de vivienda, desarrollo, etc. Los intereses en el 93 eran 2.900 millones y significaban el 6% del ingreso fiscal. En el 97 eran 5.800, el 11% del ingreso fiscal. Este año son 9.500 millones, el 18% del ingreso fiscal. Y el año que viene, en el presupuesto que todavía no aprobaron, están pronosticados 11.200 millones. Es decir el 22% el ingreso fiscal.

O sea que el peso de la deuda creció del 6 al 22% en el presupuesto. ¡Se triplicó en 8 años!

El aumento de los intereses en el presupuesto nacional implica reducir las otras partidas. Por ejemplo, en el proyecto de presupuesto del 2001, la partida de sueldos de toda la administración central (en la cual están hospitales, docentes, universidades, administración, justicia, etc.) va a bajar de 7.367 millones a 6.672 millones, es decir un 10%. Va a continuar el recorte salarial. La seguridad social caerá un 0,2%. Pero la partida de intereses de la deuda aumentará de 9.500 a 11.100. ¡Un 14%!

Otro factor en el crecimiento del total de la deuda y de las necesidades financieras es la conversión de deuda vieja en deuda nueva. Por ejemplo, vencen supongamos 20.000 millones al año. No se paga el principal, según te expliqué, sino que se lo refinancia, pero la deuda vieja fue tomada al 6% y te hacen el gran favor de renovarla… al 16%. Vas a tener que pagar mucho más, aunque la deuda nominal sea la misma.

En el 2000, Argentina tuvo una necesidad financiera bruta de 18.600 millones (5.300 por déficit fiscal, 12.000 millones de amortizaciones y 1.300 millones de “otros”). Se cubrieron con 1.500 millones de organismos internacionales, 200 de privatizaciones (¡ya no queda nada para vender!) y del mercado local e internacional se levantó 15.900 millones. Para el año que viene aumenta la necesidad a 19.500 millones y el dato relevante es que del mercado financiero se va a necesitar 17.900. ¡O sea, 2.000 millones más!

La pregunta es, entonces, ¿hasta cuándo esto puede sostenerse?

 

SoB: ¿Quiénes son las almas caritativas que aportan financiamiento a la Argentina?

 

Para explicar esto hay que tener en cuenta primero la operación que hicieron en la época de Menem-Cavallo. La antigua deuda era en su mayor parte “sindicada”. Es decir que el Estado le debía tantos millones, por ejemplo, a la banca Morgan, otros tantos al City, o tal grupo de bancos, etc.

Como Argentina prácticamente dejó de pagar en los 80, los bancos se encontraron con que tenían un clavo más grande que el Obelisco. Pero, gracias a su ingenio, a la intervención del gobierno yanqui y a la colaboración de Menem-Cavallo, convirtieron ese desastre en un negocio fabuloso.

La deuda fue “titularizada”. Es decir, convertida en su mayor parte en bonos, que se cotizan en el mercado de capitales. Buena parte de esos bonos se usaron para comprar por moneditas las empresas y bienes del Estado privatizados (teléfonos, etc.). Una pérdida multimillonaria la transformaron así en una ganancia colosal.

Ahora, la mayor parte de la deuda está en bonos, así que no se puede saber con seguridad quiénes los tienen, porque además pueden cambiar de manos diariamente en las bolsas. Pueden tenerlos jeques árabes, narcos, fondos de pensión y/ fondos de inversión legales, burgueses argentinos, un jubilado que conserve Bocones, una AFJP argentina, etc.

¿Qué papel juegan los bancos en esto? No ponen un mango. Actúan de intermediarios para colocar los bonos. Hay seis bancos, encabezados por el J. P. Morgan que hacen el 50% de los negocios de nuestra deuda. ¿Qué se hace, entonces? Desde aquí los llaman y les dicen: “queremos colocar un bono por 500 millones”. Después de colgar, el operador del Morgan telefonea a una lista, en principio secreta, de inversores y les pregunta: “Argentina saca un bono por 500 millones y ofrece tal tasa. ¿Ustedes con cuánto se ponen? ¿Qué tasa quieren?”. Después de completar el monto, llama a Argentina y le informa: “tengo los 500 millones, pero piden 12%¿O. K.?” Si Argentina dice sí, de acuerdo, el banco se lleva la comisión de compra-venta. El riesgo no lo asume el banco sino un inversor, y el gasto de emisión lo pagamos nosotros.

Como los bonos se cotizan en los mercados financieros, están a merced de toda suerte de oscilaciones. Una baja de los bonos aumenta las tasas de las futuras emisiones. Un derrumbe de sus cotizaciones llevaría a la imposibilidad de seguir con “bicicleta”, porque nadie querría ya tomar nuevas emisiones para amortizar los vencimientos. Por eso, una tropa de “analistas” está al acecho de lo que pasa. Deben dar la señal de retirarse a tiempo, para que a los tenedores de bonos nos los agarre una baja o un derrumbe, como pasó con los bonos rusos.

Cuando hay un clima de “desconfianza”, estas oscilaciones pueden dispararse por cualquier cosa, por ejemplo, los comentarios de Alfonsín. Es que, de repente, un chico de 30 años que trabaja en un banco de inversión de Nueva York como analista senior, lee por Internet que Alfonsín, presidente del partido de gobierno, dice que no hay que pagar durante dos años, y se entera también que Argentina no va a cumplir las metas del FMI. Entonces, dice: “estos no van a pagar; ¡vendan!”.

También pueden venirse abajo por otros factores, que nada tienen que ver con el país. Por ejemplo, si hubiera un estallido de las burbujas financieras de Wall Street y demás bolsas se produciría una corrida a valores seguros (por ejemplo, Bonos del Tesoro de EE.UU.). Esto implicaría una liquidación general de los bonos argentinos.

En resumen: ésta es la consecuencia de un modelo financiero-dependiente, con una burguesía parasitaria atada al Estado.

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