¿A dónde va la Argentina?

 

UNA NUEVA SITUACIÓN POLÍTICA

Por Roberto Sáenz

 

“¿Qué les espera a las futuras generaciones? El 43% cree que sus hijos vivirán peor que ellos. Este duro presente y la falta de horizontes constituye el problema central de la Argentina” (encuesta del Banco Mundial sobre Argentina y América Latina).

Ingresando al siglo XXI, el país se encuentra sumido en una grave crisis. Dirigido desde siempre por sus clases pudientes e “instruidas”, la crisis histórica de la Argentina no se ha superado, ni muchos menos. Más concretamente, el ciclo de transformaciones antiobreras y antipopulares comenzado a aplicar –a sangre y fuego- a partir de 1975, se encuentra en un momento de incertidumbres. La Argentina ha sufrido un proceso de profundos cambios “modernizadores” y la recreación de esta grave crisis, ha comenzado a cambiar el panorama político de una manera global.

Bajo Menem, estas transformaciones dieron un importante salto adelante. Eran los tiempos del “estamos mal pero vamos bien”… aunque ya desde 1995/6 se empezó a ver que algo no caminaba. De la hiperinflación se pasaba a la hiperdesocupación. Llegó De la Rúa, y contra las expectativas de aquellos que lo votaron, intenta seguir por el ya remanido y desgastado camino por el que se venía. Pero la realidad del país ya no es la misma: una grave crisis económica, social y política se terminó abriendo. Es que las “exitosas” transformaciones impuestas, están resultando –paradójicamente- un grave fracaso. Esto es lo que le estalló en las manos al gobierno aliancista, lo que ahora se pretende cerrar mediante el “blindaje”.

 

La crisis global que vive el pais ha motorizado procesos de fondo, que más allá de los vaivenes coyunturales que puedan darse, parecen haber llegado para quedarse: un agudo descontento de la población con el gobierno, basado en la pérdida de consenso del “modelo” económico-social todavía en curso; un debate interno en el seno de la propia clase dominante, sobre los rumbos a seguir frente a la crisis económica más de fondo; un salto en el deterioro de la relación de la población con la “democracia”; y el desarrollo de nuevas experiencias de lucha y organización, en cuyo punto más alto está hoy el inicio de una nueva experiencia de organización de sectores de trabajadores desocupados.

La combinación de estos elementos es lo que ha abierto un nuevo período político de la lucha de clases en el país. Esto, creemos, irá más allá de la actual ofensiva a partir del “blindaje”, apuntando a configurar una situación que seguramente será distinta, más rica, más dinámica que la “chata” y en cierta manera “despolitizada” realidad a la que tuvimos que acostumbrarnos en la última década.

 

Una grave crisis de “proyecto de país”

 

“La Argentina está en un problema gravísimo. El mundo crece al 5% y nosotros caemos, tenemos un problema de desocupación, de recesión de 30 meses. Las exportaciones mundiales crecieron en cantidades físicas entre el 10% y 12% este año, nosotros apenas 2 o 3%. O sea tenemos problemas de competitividad. Estoy muy preocupado. Tenemos problemas estructurales del sistema económico, no hay rentabilidad, no hay empresarios que quieran correr riesgos, hay una desazón en cualquier futuro empresario, hay una salida de capital humano, tenemos problemas de marginalidad, drogas, incremento de la pobreza, de caída de calidad de la escuela pública. Estamos en un punto de inflexión de extrema gravedad. Siempre creí que la recesión argentina era coyuntural o causada por factores externos y domésticos, pero hoy veo problemas estructurales en el sistema.” (Miguel Angel Broda, Clarín, 24/12/00).

Todo un diagnóstico. Tal cual describe Broda, uno de los principales economistas del “establishment” del país, se trata de algo más que un problema coyuntural: se trata de una crisis de fondo, global, donde sobre la base de problemas profundos en la acumulacion del capital, el conjunto del país y sobre todo los sectores populares se encuentra sumido en un grave deterioro –de carácter histórico- en todos los órdenes.

Esto sucede en un país que había alcanzado en las décadas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial un cierto nivel de desarrollo económico, social y cultural, que se expresó en sus clases sociales: en la formación de una poderosa clase obrera industrial, de una amplia capa de “clase media”, en el desarrollo de una cierta industrialización, etcétera. Y esto mismo es lo que hace que el choque de la crisis sea más brutal. Ya se puede hacer un balance claro: a 25 años del golpe militar y 10 de la consolidación del “nuevo modelo” bajo Menem, el mismo está resultando en un rotundo desastre se mire desde donde se lo mire. Esto tanto desde el punto de vista (puramente burgués) de una acumulación del capital mínimamente “sustentable”; y, más aún, desde el ángulo del deterioro que ha significado para el desarrollo de conjunto del país, y, en particular, para los explotados y oprimidos.

¿Qué quiere decir una crisis de la acumulación del capital? Vivimos en un sistema y una economía capitalista a nivel mundial, que en el caso de nuestro país, se trata de una economía y sistema capitalista semicolonial, esto es, subordinada a los centros de poder imperialistas. Así, pesa sobre los trabajadores y la juventud en general una doble cadena: la cadena de la permanente transferencia de riquezas del país al exterior (bajo la forma de deuda externa y otras...) producto del lugar subordinado que ocupa la Argentina en el contexto de los Estados a nivel internacional y que se ha reforzado en la actual etapa globalizadora. En segundo lugar, esta transferencia de riquezas opera sobre la base de la segunda cadena (la que en realidad es la más esencial y de fondo): el núcleo económico y social del sistema es la explotación de los trabajadores, a los que no se les paga la totalidad del trabajo rendido. Esto es, la patronal (dueña de las máquinas, las herramientas, los medios de transporte, de comunicación, etc) se apropia, se roba, la parte decisiva de la jornada laboral del trabajador. Esto ocurre en todas las ramas de la economía: sean industriales, agrícolas, de servicios, de comunicación, de comercialización, etcétera. Y esta explotación ha pegado un brusco salto en los 90.

Esta manera de explotar el trabajo ajeno (característica del capitalismo en general) ha adquirido históricamente diferentes formas: a esto es que se llama “régimen o modo de acumulación”. A lo largo del siglo XX (acompañando los cambios a nivel de la economía mundial) el país vivió tres formas diferentes de organización de la acumulación de riquezas por los capitalistas (siempre en el marco de la subordinación del país al imperialismo): hasta la década del 30, la economía estaba organizada sobre todo alrededor de la exportación agrícola-ganadera dependiente del imperialismo inglés. Cuando esto se volvió inviable debido al cambio de las condiciones internacionales, se giró hacia el mercado interno y hacia una relativa industrialización (sustituyendo con producción en el país parte de lo que anteriormente se importaba): fue la etapa del “primer peronismo”.

Finalmente, cuando este régimen hizo crisis, en consonancia con un nuevo salto en la internacionalización y mundialización del capital, se liquidó esta forma de acumulación y desde hace 25 años se viene imponiendo una a la cual no hay consenso sobre qué nombre ponerle: “de ajuste estructural permanente”, “exportador-dependiente”, “modelo rentístico-financiero”...En todo caso, se asiste a un régimen o modo de explotar el trabajo y de acumulación más gravemente integrado y dependiente de los objetivos y las necesidades de la acumulación del capital a nivel internacional, del que hace parte un fuerte proceso de desintegración económico-social del pais. Dicho de otra manera: la acumulación de las riquezas se hace desde una lógica directamente ligada a las necesidades de valorización (esto es, el aumento de ganancias sobre ganancias) de las grandes empresas y bancos en el plano internacional. Lo que a la vez permite explicar el peso del endeudamiento externo y la transnacionalización de las principales ramas económicas.

Pero, ¿por qué hay crisis si han logrado imponer la forma buscada de acumulación del capital? El secreto es que esta forma de acumulación, aún en su mismo terreno capitalista, se hace cada vez menos “sustentable”:

“Existe una inviabilidad macroeconómica fundamental, asociada al régimen de la convertibilidad, con su apertura comercial y su atraso cambiario. Si el país crece, las importaciones aumentan y se produce déficit externo; si no crece, existen menos recursos fiscales y hay déficit presupuestario. Ninguno de los déficits es compatible con la convertibilidad. Durante algunos años existió crecimiento porque llegaban cuantiosos capitales extranjeros para especular con la bolsa y las tasas de interés, al tiempo que compraban empresas y aumentaba la deuda pública y privada. Pero ningún país puede vivir eternamente de prestado, a menos que emita la moneda internacional. Así es como el hilo conductor y el reaseguro del modelo es el endeudamiento externo, que de acuerdo con cifras del Ministerio de Economía y Obras y Servicio Públicos, pasó de 7.900 millones de dólares en 1975 (...) a 155.000 millones en el 2000 (...). El estrangulamiento externo no es la única traba macroeconómica al crecimiento: está la ausencia de demanda agregada, vinculada al alto desempleo, bajos salarios y jubilaciones, los sucesivos ajustes fiscales regresivos y la baja inversión (...) Un modelo viable (no digamos justo y deseable, tan solo viable) requiere la implantación de un régimen sustentable de acumulación del capital, así como la generación de suficiente consenso social: ninguna de estas premisas puede durar sin las otras” (Alfredo y Eric Calcagno, Le Monde Diplomatique, “El Diplo”, enero, 2000).

Cabe aclarar que la ausencia de un régimen de acumulación viable y la falta de consenso social nunca podrían ser un “límite absoluto”, porque el capitalismo, en su terreno y aún a costa de desastres sobre el hombre y la naturaleza, siempre encuentra salidas si éstas no se dan por el lado de los explotados y oprimidos. Pero éstas necesariamente (dadas las características de la actual etapa del capitalismo a nivel mundial) serán más brutales, regresivas y bárbaras aún, marcadas por nuevas crisis y un retroceso mayor del país y de los trabajadores y la juventud.

A la vez, un régimen de acumulación, no significa sólo una determinada forma de acumular trabajo no pagado. También significa determinadas formas de reproducir lo que son las dos fuentes de toda riqueza en cualquier sociedad humana que se considere: la fuerza de trabajo humana y la naturaleza. Y parece bastante obvio que desde este punto de vista, el deterioro ha sido enorme, global. Porque la forma de acumular capital impuesta en las últimas décadas y en particular bajo Menem, de características marcadamente rentistas y parasitarias, ha afectado de una manera brutal las posibilidades de reproducción y desarrollo de estos dos manantiales de toda riqueza, aún en el propio terreno del capitalismo. Esto se expresa en los niveles históricos de desocupación, pobreza y exclusión, en la expoliación de los recursos naturales (en manos sobre todo de multinacionales), así como también en el grave retroceso de prácticamente todas las economías regionales.

Esta realidad es un dato no sólo económico-social sino político de la actual situación, en la medida que afecta el consenso de las medidas que ha venido impulsando el gobierno de De la Rúa. Si a principios de los 90 Menem logró convencer a franjas mayoritarias de la población que con la convertibilidad, las privatizaciones, etcétera, se dejaba atrás la crisis del país y estaba planteado “ingresar al primer mundo”, hoy De la Rúa no puede mostrar nada que se le parezca. Al insistir por el mismo remanido camino por el que se venía, pero al estar ya claro para las mayorías cuál es el balance de éste (más allá de las tenues expectativas que pueda despertar el blindaje), nadie cree que se pueda comenzar a superar el actual desastre con las mismas recetas que nos llevaron al mismo.

Así, la revelación de esta crisis de fondo, de “proyecto de país” es el primer y principal factor (no sólo económico, sino a la vez eminentemente político) que hace al desarrollo de una nueva situación política: motor económico y social de la misma, del descontento popular y de las incipientes pero crecientes discusiones en el seno de los explotadores sobre los rumbos que debe seguir el país.

 

Las divisiones en el seno del bloque dominante

 

Precisamente esta crisis de la acumulación y la pérdida del consenso del “modelo”, es lo que desarrolla las divisiones y los “debates” en el seno de los sectores dominantes, sobre qué salida de fondo permitiría superarla. Y por esto mismo es que comienza a aumentar el volumen de la discusión acerca de si la perspectiva debiera ser “fortalecer y/o refundar el Mercosur” (sumido en una situación de estancamiento y/o crisis) o “girar hacia el ALCA”. Y junto con ello, qué hacer con la convertibilidad: si devaluar (posición minoritaria entre los explotadores); ir hacia una “canasta de monedas” saliendo lentamente de la convertibilidad con el dólar (posición que aparentemente estarían sosteniendo Cavallo y las patronales exportadoras...); o lisa y llanamente “dolarizar” (como empiezan a pregonar bastante más sectores que Menem).

Estos debates y divisiones en el seno de la burguesía, son el segundo elemento nuevo, distinto a lo que caracterizó la última decada. Este es un dato no menor, en la medida que la unidad en torno a las transformaciones que se vienen imponiendo desde los milicos y sobre todo bajo Menem, significaron un punto de fortaleza y estabilidad de la clase dominante. La crisis y dudas que se han abierto en relación a la “inserción” del país en la “globalización” (acicateadas por la actual crisis de fondo), aunque todavía incipientes (y sobre todo, sin alcances precisos), probablemente alimenten contradicciones que tarden unos años en resolverse, en la medida que las diversas opciones no son simples cuestiones de detalle, sino que hacen al “modelo de país” que finalmente termine prevaleciendo.

En este marco, desde los distintos sectores de la “dirigencia sindical” se presentan matices, críticas y/o propuestas alternativas a los planes que actualmente impulsa el gobierno. Esto, que marca una diferencia con su ubicación a todo lo largo de la década pasada, no es casual que ocurra, en la medida que estos dirigentes siempre han seguido como la sombra al cuerpo los distintos alineamientos entre los sectores patronales, sin animarse jamás (dada su propia naturaleza de sector privilegiado) a presentar verdaderas propuestas independientes de todo interés burgués, como las que necesitan los trabajadores. Así, en los últimos meses, estos sectores han presentado sus “propuestas”: en el caso de Moyano, “los 20 compromisos del frente nacional”. En el caso de la CTA (enmarcada en su reciente participación en el “Foro Social Mundial”), la propuesta de “seguro de empleo y formación”. Es decir, estos sectores intentan prepararse frente a una agudización de la crisis, presentando “alternativas”, las que característicamente no plantean una perspectiva independiente para los explotados y oprimidos, ni cuestionan la democracia de ricos, la “gobernabilidad” y el sistema.

 

 “Con la democracìa se come, se educa y se cura...”

 

“¿Está de nuevo la democracia en peligro en América Latina? Una explosiva muestra de crisis económica, corrupción y descreimiento del sistema representativo, abre una serie de interrogantes sobre el futuro de la región (...) la privatización de los ciudadanos y la pérdida de fe en la democracia, llevan a un vacío institucional de peligrosas consecuencias. El continente está sentado sobre el barril de pólvora de la exclusión y la pobreza” (Mario Rapoport, Clarín, 10/12/00).

Aún sin ser tan aguda la crisis del régimen como en otros países de América Latina, la tendencia de fondo de la “democracia” argentina es la misma: así, el tercer elemento general que caracteriza esta nueva situación política, tiene que ver con el creciente deterioro en la relación de los trabajadores en general con el gobierno y el régimen político.

En relación al gobierno, sus dificultades son bastante evidentes. Sin embargo, lo que nos interesa destacar acá es un proceso más de fondo: el desprestigio que está “sufriendo” el régimen como tal, instaurado en 1983, producto en última instancia de la presión del agudo deterioro social. Es que la “democracia” como tal despertó profundas expectativas entre las masas laboriosas en el sentido de una perspectiva de mejorar la vida. En 1983, Alfonsín se benefició con esto, poniendo en el centro de su campaña electoral la conocida frase que titula este punto. Sin embargo hoy, en este terreno, también las masas en general están haciendo su balance: a 20 años de instaurada la “democracia”, la situación de la mayoría de la población va de mal en peor y no se ve por ningún lado perspectiva alguna de revertir esto: “(...) se trata de que el grueso de la gente ha quedado de hecho descolocada, se siente desprotegida y no tiene ya muy en claro ‘de qué sirve’ el régimen democrático (...) ni grandes expectativas acerca de su performance (...) desconfiada de los dirigentes políticos y crecientemente incrédula respecto de las instituciones...” (Carlos Strasser, Democracia y Desigualdad).

 Es esta realidad la que en última instancia está motorizando el creciente descontento y alejamiento de los trabajadores y el pueblo del régimen y sus instituciones. Y esto está en directa relación con las nuevas formas de lucha desarrolladas por los sectores que salen a la pelea y que cuestionan en determinados grados la institucionalidad de la democracia y el mismo Estado.

A la vez, desde el gobierno, el régimen y los sectores patronales, se buscan respuestas a este deterioro. Por ejemplo, las de “reforma política” o las propuestas de “renovación del Senado” de Chacho Álvarez. Iniciativas en busca de “reconciliar las instituciones con la sociedad”. Y esto se combina, con lo que parece ser la verdadera tendencia de fondo a nivel del régimen: el incremento de las políticas de “mano dura” y control social. Son las que se han expresado recientemente en las amenazas de Storani a los trabajadores desocupados, precedidas por la represión y asesinato de trabajadores en Corrientes, Salta, etcétera. Así, la “democracia”, adquiere características de régimen político “híbrido”: esto es, combina las formas clásicas de la democracia patronal –el engaño por intermedio del voto–, con la instrumentación creciente de formas de represión y control social por intermedio de los aparatos represivos del Estado. A la vez que de “Estado peón”: agente directo de los intereses del gran capital internacional.

Por último, cabe destacar el desarrollo de situaciones de crisis a nivel de los partidos tradicionales. Y aunque menos aguda que en otros países de América Latina (donde en muchos casos lisa y llanamente se ha derrumbado el sistema de partidos tradicionales), hay que estar abiertos a la posibilidad del desarrollo de nuevos fenómenos políticos en este contexto, a la vez que también de proyectos políticos-electorales “preventivos” como el de Farinello (habilitado por la Iglesia, la que está cumpliendo un importante papel ante estos signos de crisis y deterioro social y de las instituciones), cubriendo “por izquierda” la crisis de la Alianza y sobre todo del Frepaso.

 

Una nueva fisonomía de la lucha de clases

 

En las últimas dos décadas se ha vivido en el país un verdadero proceso de destrucción y recomposición de clases. A todos los niveles. Entre los explotadores, es evidente el proceso de concentración, centralización y de transnacionalización de capitales. Pero nos queremos detener un momento aquí en lo ocurrido entre los explotados y oprimidos: es un hecho que las características de la clase obrera industrial, que durante un período caracterizó de conjunto a la clase trabajadora argentina, han cambiado globalmente. Hoy existe en el país una nueva clase trabajadora, ampliamente diversa y extendida, caracterizada no tanto por trabajar mayoritariamente en la industria, sino por la dependencia del salario para sobrevivir: la gran mayoría que “vive” de la venta de su fuerza de trabajo, en situación de gran precariedad y heterogenidad en su contratación, condiciones de trabajo, salarios, etcétera. Y hace parte de esto también el fenómeno de la “nueva pobreza”: los grandes sectores de la antiguamente pujante “clase media”, que han sufrido un agudo proceso de empobrecimiento y “proletarización”. Junto con esto, hay una inmensa proporción de trabajadores y jóvenes que sufren una desocupación permanente, estructural: una verdadera expulsión de toda perspectiva laboral. Esto que es conocido, sin embargo requiere una mirada más de cerca: la lucha de clases del país ha terminado adquiriendo una nueva fisonomía. En la misma se combinan distintos sectores de trabajadores y métodos de lucha: con un fuerte peso de lo barrial-popular y las reivindicaciones de tipo “democráticas” contra la represión, con la irrupción de experiencias de lucha y de organización en sectores de trabajadores desocupados (lo que en la magnitud actual, también es un fenómeno nuevo de la actual situación) cuya experiencia más importante parece estar dándose en el norte de Salta. Como así también, entre sectores de trabajadores ocupados (muchos de ellos jóvenes, en nuevos sectores como los hipermercados, del transporte o las empresas privatizadas), donde “algo parece estar comenzando a pasar” en los lugares de trabajo. Finalmente, a nivel de la juventud, con el probable crecimiento y desarrollo de la movilización internacionalista.

En esta nueva fisonomía de la lucha de clases se destacan las profundas tendencias hacia la autodeterminación, las expresiones de democracia directa desarrolladas en diversos casos: las “puebladas”; las “asambleas populares”; la elección de delegados con mandatos revocables; la implementación de piquetes con control territorial; las expresiones de autoconvocatoria, desconociendo las viejas organizaciones sindicales y sus corruptos dirigentes.

En resumen: sobre la base del desarrollo de la brutal crisis del país y de estas nuevas características de los explotados y oprimidos, es una nueva clase trabajadora la que se está poniendo en movimiento. Este no es un dato menor: constituye un elemento de gran importancia de la nueva situación política en curso. Y quien busque ver las características de las luchas del pasado no las va a encontrar. El desafio es saber ver y ser parte de estas nuevas características y de esta nueva constitución de los trabajadores que se expresa en la lucha de clase actual del pais. Esto, en la perspectiva de colaborar hacia una recomposición y reorganización global de los trabajadores y la juventud explotada y oprimida.

Por otra parte, otro elemento distinto a los 90 (y muy significativo), es que las actuales luchas de resistencia se comienzan a dar en un marco político diferente, precisamente por la pérdida de legitimidad de las transformaciones. Si a lo largo de la década pasada, la mayoría de las luchas fueron “contra las consecuencias” de los planes impuestos, hoy podrían comenzar a ser más directamente políticas, empezando a elevarse a un cuestionamiento de fondo de las políticas en curso. Y esto podría crear otras condiciones para la discusión de alternativas.

Todo esto, sin embargo, no puede hacer perder de vista un desafío esencial. El desarrollo de nuevas experiencias de lucha y de organización entre los trabajadores y la juventud, los elementos de cuestionamiento no sólo al gobierno, sino al mismo “modelo”, no significa aún que se esté dando una clara radicalización política. Esto es, todavía cuesta visualizar verdaderas alternativas a la actual realidad. Lo que, sin embargo, no puede hacer perder de vista el avance en este sentido en algunas experiencia muy valiosas de vanguardia, como se expresa en el pliego reivindicativo de los desocupados salteños.

Por otra parte, se plantea por delante una dura batalla política e ideológica contra sectores como Moyano, De Gennaro, el cura Farinello, etcétera, que están empujando para el lado de “mejorar el sistema y la democracia”. Por lo tanto, se trata de colaborar en el desarrollo y maduración de estas experiencias más avanzadas, en camino a la constitución de una verdadera alternativa. Esta nueva situación política puede significar una oportunidad para que los trabajadores comencemos a cambiar la historia. Es una ardua tarea que se hace cada vez más aguda y actual. De lo contrario, siempre habrá, desde la burguesía, salidas más antiobreras y antipopulares.

 

Para qué sirve definir que hay una nueva situación política

 

Desde inicios de los 90, cuando Menem logró poner fin al período de luchas que se desarrolló bajo el gobierno radical, estabilizando una economía que había desembocado en dos crisis de hiperinflación, la relación de fuerzas entre las clases sociales se inclinó decisivamente hacia la gran burguesía.

 Hoy, la situación ha cambiado. Se mire por donde se mire, las cosas tienden a ser distintas. Esta realidad de fondo, irá seguramente más allá del “blindaje” y seguramente demandará en los próximos años una definición. La gran burguesía debe dar una solución a la crisis que se ha revelado en el régimen de acumulación, superando sus incipientes divisiones. Lo deberá hacer en condiciones de grave deterioro de la “democracia”, del desarrollo de luchas y nuevas experiencias entre los explotados y oprimidos, y de una mayor apertura a escala internacional del debate sobre las alternativas.

Estos elementos son los que configuran una nueva situación política en el país. No es que hasta ahora se haya verificado un cambio en la relación de fuerzas más general entre las clases. Esto no ha ocurrido porque siguen pesando de una manera tremenda la atomización y fragmentación impuesta entre los trabajadores y la juventud, así como la brutal crisis de alternativas y de la propia organización obrera y popular. Lo que demandará, un profundo proceso de recomposición global.

Sin embargo, es un hecho que se ha abierto un “espacio”, una posibilidad de que las contradicciones a la hora de redefinir el “modelo de país”, las incipientes pujas “en las alturas”, con el trasfondo del acicate permanente de la crisis social, de la continuidad de la ofensiva antiobrera y antipopular, y del deterioro de la “democracia”, abra otras posibilidad, otro lugar para el debate de alternativas, otro dinamismo en el desarrollo político-social del país. Esto no es algo coyuntural. Insistimos que en la medida en que se han revelado problemas estructurales, esto significa un período político más dinámico por delante. Es lo que queremos sintetizar con la definición de que se ha abierto una nueva situación política, la que crea la posiblidad del desarrollo de fenómenos políticos y sociales nuevos.

Esta realidad es la que plantea con fuerza el desafío de una recomposición de los explotados y oprimidos, y de que éstos presenten su propio proyecto de salida. Cuando entre los explotadores se discuten los rumbos a seguir (denotando una cierta crisis de orientación), es el momento, la posibilidad, de formular y presentar nosotros una alternativa realmente distinta, revolucionaria, que de una vez por todas “dé vuelta la tortilla”: un proyecto del conjunto de los de abajo.

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