Revolución Rusa

 

REIVINDICACIÓN Y CRÍTICA

Por Aldo Andrés Romero*

*Miembro del Consejo de redacción de Herramienta. Revista de crítica y debate marxista.

Militante del Movimiento Al Socialismo (MAS) de Argentina. Este artículo es parte de un trabajo más extenso realizado en colaboración: “Problemas de la revolución y el socialismo” en Construir otro Futuro, págs. 86-148, Editorial Antídoto, Bs. As. 2000.

 

En octubre pasado se han cumplido 83 años de la Revolución de Octubre. Con ella se iniciaba el impulso emancipador más grande que haya conocido la humanidad, pero también debemos reconocer en la catástrofe que terminó, lo que ha dado bases materiales a la crisis de alternativas que vive hoy el movimiento de los trabajadores. Esto exige la más profunda reflexión crítica como decía el propio Marx, quien destacó que las revoluciones proletarias "se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos."(1) Y esta crítica debe servir para colaborar en el necesario relanzamiento del combate por el socialismo.

 

La cruzada reaccionaria que llegó a proclamar “el fin de la historia” insiste en afirmar que el futuro de la sociedad humana no puede concebirse por fuera del capitalismo. Se pregona que las pretensiones de ir más allá de este horizonte no han sido y no podían ser más que pesadillas trágicas, la más trágica de las cuales habría sido la Revolución Rusa. Rechazamos esta campaña construida con mentiras, falsificaciones y generalizaciones abusivas, y nos identificamos con el impulso emancipador que gestó el poder soviético; pero esto mismo nos impone hacer un balance riguroso de la experiencia revolucionaria. No basta con justificar y defender la insurrección de Octubre: es preciso considerar el ejercicio del poder por los bolcheviques, las contradicciones, marchas, contramarchas e inclusive crasos errores cometidos por ellos; la posterior entronización de Stalin y el ciclo que va desde la conformación del “campo socialista” hasta su ignominioso final, porque es imperioso sacar todas las lecciones de estos acontecimientos históricos.

Esta actitud crítica (la única verdaderamente marxista) se opone al determinismo fatalista que sólo valora las "causas objetivas" y de ninguna manera explica todo lo que pasó.

 

Los alcances de Octubre

 

La Revolución Rusa, en su momento, sorprendió a los Gobiernos imperialistas enfrascados en la guerra de barbarie sin precedentes que había comenzado en 1914. La sorpresa dio paso de inmediato al temor y odio ante el desafío frontal de los abominables "rojos". Abominables, porque las masas desarrapadas habían conquistado el poder en Moscú y Petrogrado. Abominables, porque renegaban de la diplomacia secreta y los tratados internacionales. Abominables, porque pregonaban la confraternización revolucionaria con voces que llegaban a masas hartas de la carnicería imperialista y a los humillados pueblos coloniales. Abominables, porque se burlaban de las fronteras convocando a todos los perseguidos y proscritos del mundo a un reagrupamiento revolucionario sobre nuevas bases.

La revolución fue también un flagrante desmentido del marxismo adocenado de la Segunda Internacional, la mayoría de cuyos líderes habían reemplazado la teorización de la revolución en la época imperialista por la consideración de "casos" nacionales con criterios más cercanos al del evolucionismo positivista que al legado marxiano (en gran medida desconocido). El economicismo llevaba a postular que los países atrasados deberían pasar por una obligada etapa de desarrollo capitalista antes de que pudiera vislumbrarse una alternativa socialista y ,elevando a modelo universal las experiencias de unas pocas naciones europeas, se consideraba que la educación política de los trabajadores dependía centralmente del pasaje obligado por las "escuelas" del sindicalismo y el parlamentarismo burgués. Por el contrario, los marxistas revolucionarios de entonces se empeñaron en formular una apreciación global de la dominación capitalista-imperialista del mundo y las contradicciones explosivas que conllevaba, y valoraban la conformación de una clase obrera mundial capaz de una acción independiente de los partidos e instituciones burguesas. Asumieron la actualidad de la revolución proletaria y socialista como posibilidad abierta, y no como resultado "natural" de factores objetivos. Y comprendieron también que la lucha de las masas, el desarrollo de su conciencia y la formulación del programa requería también de la apuesta subjetiva de los revolucionarios en una labor orgánica de masas indisociable de la tensión hacia el socialismo.

En las condiciones terribles creadas por los años de guerra, tras el primer embate con el que las masas de Rusia derriban al zarismo y forman los sóviets en febrero de 1917, los partidos reaccionarios y reformistas se empeñaron en mantener el cuestionado poder de un heterogéneo gobierno burgués. Fue entonces cuando Lenin y Trotsky conjugaron renovación teórica y política revolucionaria: denunciaron que el poder burgués significaba continuación de la guerra, miseria creciente y sangrientos golpes militares y, formulando en una consigna las profundas aspiraciones populares, dijeron "¡Todo el poder a los sóviets!". La Insurrección de Octubre es presentada insistentemente como la manipulación de una minoría obsesionada por llegar al poder. Esa leyenda negra fue refutada hace ya mucho por la crónica vívida y fidedigna de Los diez días que conmovieron al mundo de John Reed, o la magnífica reconstrucción hecha por Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa. Pero no es inútil insistir, citando a Víctor Serge: "El llamado de Lenin a la iniciativa de las masas es constante. Ve en la espontaneidad de las masas la condición indispensable para el éxito de la acción organizada del partido. El 5 de noviembre firma un llamamiento a la población, invitándola a combatir el sabotaje. La mayoría del  pueblo está con nosotros, nuestra victoria es segura: '¡Camaradas, trabajadores!: Recordad que de aquí en adelante sois vosotros mismos los que administráis el Estado. Nadie os ayudará si no os unís por impulso propio y si no cogéis en vuestras manos todos los asuntos del Estado. Agrupaos en torno a vuestros sóviets, dadles solidez. Poned manos a la obra desde abajo, sin esperar que os den señal alguna. Inaugurad el orden revolucionario más severo, reprimid implacablemente los excesos anárquicos de borrachos y gente de mal vivir, de los junkers contrarrevolucionarios, de los elementos de Kornilov, etc. Estableced el más riguroso control de la producción y proceded al inventario de los productos. Detened y entregad al tribunal del pueblo revolucionario a cualquiera que se atreva a perjudicar su causa...' Se invita a los campesinos a 'tomar ellos mismos, en el acto, la plenitud del poder'. '¡Iniciativa, más iniciativa, siempre iniciativa!' Tal es el santo y seña que Lenin lanza a las masas el 5 de noviembre, a los diez días de la insurrección victoriosa." (2) 

Los bolcheviques alentaron a que los campesinos tomaran las tierras, los obreros tomaran el control de las fábricas y los sóviets de obreros, soldados y campesinos tomaran todo el poder. Con esa orientación interpretaron y condujeron a las masas en la Insurrección, que fue también la mejor convocatoria para que otros pueblos de Europa se levantaran contra la guerra imperialista. Así, contra lo previsto por viejos libros y prestigiosos exégetas como Kautsky y Plejanov, la revolución socialista pudo comenzar en la atrasada Rusia, donde los obreros pusieron un sello soviético y emancipador a las revoluciones campesinas y nacionales que se desarrollaron concomitantemente.

La dialéctica recuperada también advertía que esa revolución debía desarrollarse en el terreno internacional y culminar a escala mundial. Con teorías y formulaciones que no dejaban de tener matices diferentes, en esto coincidían tanto Lenin y Trotsky como Rosa Luxemburgo. Fue ésta quien escribió: "El destino de la revolución en Rusia dependía totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial (...) Todo lo que podía ofrecer un partido, en un momento histórico dado, en coraje, visión y coherencia revolucionarios, Lenin, Trotsky y los demás camaradas lo proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la socialdemocracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional".

 

De la crisis de la Revolución al estalinismo

 

Las revoluciones y la guerra siguen cursos sinuosos, imprevisibles, dictados por el choque de las fuerzas sociales y políticas enfrentadas. El ejemplo práctico y las ideas del bolchevismo tuvieron impacto universal, convocaron a millones de enfervorizados adherentes y la revolución sacudió el equilibrio del mundo. Pero ello no fue suficiente. El contraataque burgués imperialista, con la colaboración de los grandes partidos "social-patriotas" que conservaban relativo control sobre masas aturdidas aún por la borrachera chauvinista y la posterior catástrofe bélica, contuvo y derrotó sucesivos alzamientos proletarios, fundamentalmente en Alemania. La revolución no logró triunfos más allá de las inciertas fronteras del Estado soviético (que variaban según el curso de la guerra contra los ejércitos blancos e imperialistas) y el nuevo poder marchó a tientas, entre las exigencias de la supervivencia política y física, y el empeño en mantener el rumbo socialista. Pesó entonces el secular atraso, agravado por el pillaje de los contrarrevolucionarios y con al derrumbe de la producción se sumó el agotamiento de los trabajadores y masas soviéticas tras los años de guerra y el desastre económico. Fue lo que advirtió con notable penetración Rosa Luxemburgo cuando escribió: "Nos vemos enfrentados al primer experimento de dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las condiciones más difíciles que se pueda concebir, en medio de la conflagración mundial y la masacre imperialista, atrapado en las redes del poder militar más reaccionario de Europa, acompañado por la más completa deserción de la clase obrera internacional). Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y la comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que, bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro.”(3) Lenin y sus compañeros no fueron receptivos a las tempranas advertencias de la revolucionaria polaca. En el fragor del combate, improvisaron sobre la marcha medidas a veces contradictorias, ineficaces otras, y en muchos casos con efectos imprevistos y dañinos. El esfuerzo no fue en vano, pues la URSS sobrevivió a la guerra civil y durante esos pocos años vertiginosos la Internacional Comunista realizó cuatro congresos (entre 1919 y 1922). Pero el costo y las contradicciones acumuladas (en términos no sólo económicos, sino también humanos, políticos y teóricos) fueron inmensos. Hubo debates teóricos y confrontaciones políticas en condiciones complejas e imprevistas: en la URSS los capitalistas habían sido derrotados y expropiados, pero los obreros no lograban ejercer realmente su poder, los sóviets se habían reducido a una forma vaciada de contenido, el Estado crecía incontroladamente, se sufría la prepotencia de una ascendente burocracia, y todo ello con la anuencia del Partido que monopolizaba el poder. Queremos con esto destacar que los problemas que debemos examinar no arrancan con el Terror y los fusilamientos de los años 30, ni en 1927, ni en 1923/24 cuando muere Lenin y Trotsky es marginado. Debemos valorar las contradicciones, los vaivenes e incluso los errores del poder soviético, entre otras razones porque sólo así podremos apreciar las causas materiales, sociales y políticas, históricamente condicionadas, sobre las que se montó Stalin. Recordemos de paso que, en aquellos difíciles años que siguieron a la guerra civil, la pretensión de que todo estaba solucionado o en vías de resolverse era característica de los hombres del aparato (estatal y partidario) que reclamaban "manos libres" para administrar "su" Estado. Muy distintas eran las palabras cada vez más alarmadas y violentas de Lenin. Ya en 1920 había dicho: "Era natural que en 1917 habláramos de un Estado obrero, pero ahora es un error manifiesto decir: 'puesto que este es un Estado obrero donde no hay burguesía, ¿contra quién hay que defender a la clase obrera y para qué? Se trata de que no es un Estado completamente obrero. Lo que en realidad tenemos ante nosotros es un Estado obrero con esta particularidad: primero, lo que predomina en el país no es una población obrera sino campesina y segundo, que es un Estado obrero con deformaciones burocráticas.”(4) Dos años después llevaba la crítica mucho más allá: "denominamos nuestro a un aparato que, en los hechos, nos es fundamentalmente extraño y que representa una mezcolanza de supervivencias burguesas y zaristas; que nos fue en absoluto imposible transformarlo en cinco años, ya que no contábamos con la ayuda de otros países, y predominaban las 'ocupaciones' militares y la lucha contra el hambre."(5) Esto indica que la continuidad entre Lenin y Stalin que pretenden establecer los enemigos de la revolución de todos los tiempos es una burda falsificación. La realidad es que, por el contrario, la desaparición física del primero coincide con una brutal ruptura política. El estalinismo fue expresión y agente de un proceso contrarrevolucionario, "una reacción lenta, rastrera, envolvente" según palabras de Trotsky, que culminó con las Purgas y el Terror de los años 30. La burocracia, erigida en "única capa social privilegiada y dominante, en el sentido pleno de estas palabras, en la sociedad soviética"(6) falsificó las tradiciones de la revolución para montar el monstruoso régimen coronado por Stalin, que afirmó a sangre y fuego su poder totalitario eliminando hasta los vestigios de dominación proletaria, tanto en el terreno político-institucional como en el económico-social. La casta gobernante formuló un "programa" a su medida: en lugar de la revolución socialista mundial, "construcción del socialismo en la URSS"; en lugar de socialización y transformación permanente de las relaciones sociales, "industrialización y crecimiento de la producción" basándose en la superexplotación y el terror; en lugar de la progresiva desaparición del Estado, su hipertrofia e idealización. Las siglas que se diera el poder de los sóviets, pasaron a ser la denominación de un Estado burocrático que, lejos de expresar o conservar una dominación social del proletariado, en el interior de la URSS imponía los intereses de la burocracia y las formas sui géneris de explotación que se desarrollaban, en tanto que a escala mundial se integraba (no sin conflictos) en el sistema mundial de Estados y la economía capitalistas, aportando además la colaboración de Partidos Comunistas convertidos en correa de transmisión de las políticas del Kremlin. Pero marcar la diferencia cualitativa entre el estalinismo y la tradición bolchevique no agota la cuestión.

 

Los errores cometidos por los bolcheviques

 

Volviendo a los primeros años del proceso iniciado en 1917 y los errores entonces cometidos, no olvidamos que la revolución y el Estado soviético no reflejaron únicamente el pensamiento y la voluntad del bolchevismo (ya de por sí diverso), sino la cultura política de la vanguardia obrera fogueada en el “ensayo general” de l905 y la lucha clandestina, la irrupción de las más amplias masas de la ciudad y del campo con inevitables vaivenes. Es preciso tener presentes tanto las adquisiciones como los límites teóricos y políticos de todas las corrientes (las fracciones de la socialdemocracia, los socialistas revolucionarios, los anarquistas...). La comprensión dialéctica de las relaciones entre estas circunstancias concretas no busca negar o disimular eventuales errores en las ideas y acción del bolchevismo: es, por el contrario, colocarse en condiciones de formular una crítica consistente. Consideremos por ejemplo la extendida idea de que los bolcheviques tenían una concepción general “estatalista” y autoritaria del socialismo. Así formulada, esta afirmación simplifica, reduce y limita la crítica a la concepción de la transición al socialismo que tenían los bolcheviques.(7) En primer lugar, semejante prejuicio ignora una de las obras más notables del marxismo del siglo xx: El Estado y la Revolución. Este libro, escrito por Lenin en el momento mismo en que se encontraba preparando la revolución y el poder soviético, para los cánones socialdemócratas aparecía como semianarquista... ¡En plena revolución, el supuestamente estatista Lenin redescubrió y recuperó al Marx más antiestatista, el de la Crítica al Programa de Gotha!

Recordar El Estado y la Revolución y reivindicar su importancia en contra de la amnesia culposa de muchos, permite también advertir que el genial panfleto tenía omisiones, puntos débiles y cierta subestimación de los complejos problemas de la transición. En una aproximación muy somera pueden identificarse dos tipos de errores o limitaciones. En primer lugar, correctamente, Lenin había previsto que sería imposible –en razón de condiciones materiales y culturales– liquidar de un plumazo el trabajo asalariado, que necesariamente debía subsistir en la primera fase de la transición al socialismo en la Rusia soviética, debido a su atraso y a la tremenda presión del imperialismo. Sin embargo, el libro no aborda la cuestión en forma específica y crítica. Se advierte, recordando a Marx, que la subsistencia de desigualdades económicas haría del Estado obrero, en cierto sentido y medida, un “Estado burgués sin burguesía”. Pero se dejó de lado la consideración de las formas en que la subsistencia del trabajo asalariado guardaba relación con la subsistencia del valor como un regulador económico de la producción, la distribución y las condiciones de trabajo desigual e injusto. Se omitió considerar los efectos que la revolución debería tener a nivel del propio proceso inmediato de trabajo, cuál debía ser la política que tendiera a la liquidación de la forma de trabajo asalariada y a la reorganización de la producción sobre bases enteramente nuevas. Incluso posteriormente, en la masa de trabajos fragmentarios producidos por Lenin ya gobernante, apenas se roza la problemática persistencia del trabajo asalariado (lo toma aisladamente en la polémica sobre los sindicatos) y las posibles vías para la superación del mismo en la transición. Otras lagunas aparecen en lo referido a la relación entre la dictadura del proletariado y la cuestión nacional, la relación entre la dictadura del proletariado y el partido revolucionario, y el problema de la relación entre el poder soviético y los aparatos de Estado... Lenin trató de colmar sobre la marcha estos vacíos, cometiendo, según sus propias palabras "muchas tonterías" y ello en parte se explica por la carencia de un análisis especifico sobre los aparatos o instituciones del Estado (cómo liquidar los viejos aparatos y cómo crear los nuevos). Lenin partió de una idea simplista de las tareas que implicaba dejar la dirección y administración del nuevo Estado en manos de las masas trabajadoras, para llegar mucho después a constatar amargamente que las masas rusas no pudieron elevarse a cumplir estas tareas. La ausencia de una reflexión teórica sobre las relaciones a establecer entre el partido y el Estado obrero después de la revolución contribuyó luego a que, en la práctica del Estado soviético, estas relaciones resultaron ser muy problemáticas, y dieron paso a la justificación de que los organismos de dirección del partido se transformaran en organismos de dirección del propio Estado soviético. Por último, la cuestión de las relaciones entre la dictadura del proletariado y la cuestión nacional se reveló como un problema gigantesco cuando, finalizada la guerra civil, se pasó a la constitución de una Unión de las repúblicas soviéticas en el terreno de lo que había sido el imperio zarista Gran Ruso y con una masa de funcionarios heredados del zarismo fusionada con la nueva burocracia “roja”.

 

Una desviación que hizo de la necesidad, virtud

 

Ya dijimos que la victoria contra los ejércitos blancos e imperialistas no evitó que la guerra civil hundiera a Rusia en la más espantosa de las ruinas, aniquilara gran parte de la vanguardia obrera y popular, y redujera drásticamente el número de trabajadores. Agregamos ahora que el esfuerzo bélico tuvo consecuencias también en la teoría y las concepciones de los dirigentes bolcheviques. Como analizara Jean-Philippe Divés (8), el “voluntarismo” imprescindible en el momento álgido del combate y el posterior entusiasmo por el triunfo, generó en los dirigentes bolcheviques la nefasta idea de que los métodos empleados para el triunfo en la guerra civil servirían también para acelerar el tránsito al socialismo: la necesidad se transformó en virtud. Si para ganar la guerra civil y conservar lo conquistado fue necesario montar de la nada un ejército regular centralizado, rompiendo en este punto con las previsiones de El Estado y la Revolución, ¿porqué no extender esta experiencia para la construcción del socialismo? Una significativa ilustración de semejante extrapolación la brinda Trotsky en el libro que escribe en 1920, Terrorismo y Comunismo, donde plantea una posición autoritaria, supercentralista y en última instancia sustituista. El jefe del Ejército Rojo convierte las medidas transitorias impuestas por la guerra civil en sistema: el “Comunismo de Guerra”. Propugna, entre otras cosas, la militarización del trabajo, la dirección única de las fábricas, la sujeción de los sindicatos al poder estatal, el partido único, etc. El ABC del Comunismo, una exitosa obra de divulgación escrita por Bujarin y Preobajensky por esos mismos años, tiene la misma tónica. Es verdad que el pragmatismo de Lenin le permitió diferenciarse y combatir algunas teorizaciones justificatorias de la deriva autoritario-sustituista, pero en definitiva éste fue el nuevo rumbo impulsado por el grueso de la dirección, acallando a quienes lo cuestionaron. La idea de que, durante un período de reflujo, la participación efectiva de los trabajadores podía ser sustituida por el voluntarismo del Partido que se suponía encarnación de sus intereses históricos y, aún más, la teorización de que la dictadura del proletariado sólo podía ser realizada como dictadura del Partido, distorsionó al mismo tiempo las ideas de dictadura proletaria, de Estado soviético y de partido revolucionario. El aparato estatal se alejó de la participación directa y la supervisión de las masas, y los órganos dirigentes del partido se fusionaron con el mismo.(9) Un hecho dramático que revela la vigencia de esta concepción sustituista (¡en el plano internacional!) es la invasión a Polonia en 1920. En abril de 1920, el gobernante nacionalista polaco Pilsudski invadió Ucrania. Lenin aprovechó la ocasión para buscar un atajo que llevara la revolución hacia Europa Occidental mediante el Ejército Rojo. Éste, en efecto, venció fácilmente a los polacos en Ucrania y continuó avanzando hacia el Oeste, atravesando Polonia. Durante el Segundo Congreso de la Comintern, en julio de ese año, el progreso del Ejército Rojo era supervisado por delegados entusiasmados frente al mapa de Europa... pero el Ejército Rojo no encontró apoyo en la población polaca, que veía a los rusos como opresores, y sufrió una derrota muy seria.(10) Un año clave fue 1921. Como ya se dijo, la guerra civil había sido ganada, pero el país estaba agotado y el descontento económico y político crecía: contra las requisas de guerra, contra el trabajo forzado, contra los bajos salarios, contra los privilegios de los funcionarios y de los “especialistas”, contra el peso sofocante de esa “dictadura de un solo partido” en la que los Sóviets no pasaban de ser instituciones que convalidaban las decisiones de la dirección bolchevique. Las esperanzas en rápidas victorias de la Revolución en Europa se diluían... En lugar de abrir inmediatamente las compuertas de la democracia y empeñarse en un diálogo con las corrientes socialistas proscritas o semi-proscritas (Socialistas Revolucionarios de Izquierda, anarquistas, mencheviques internacionalistas...), la dirección bolchevique endureció su política. Las huelgas de Petrogrado fueron reprimidas, y dispersadas las asambleas y manifestaciones obreras. Estos acontecimientos aumentaron la efervescencia en la base naval de Kronstadt. Las reivindicaciones del Soviet de la base, especialmente su democratización, fueron rechazadas por las autoridades, que amenazaron a los “disidentes” asimilándolos a la contrarrevolución. El Soviet de Kronstadt replica con un llamado a la insurrección en todo el país (lo que revela la irresponsabilidad de los dirigentes anarquistas que lo encabezaban), al tiempo que los restos de los "Blancos" y las potencias occidentales se preparaban para recuperar terreno aprovechando estos acontecimientos. Frente a todo esto, el 10º Congreso del partido, reunido en aquel momento, decide el asalto y más de 100 delegados se retiran para encabezar las tropas (cabe señalar que muchos de ellos eran miembros de la Oposición Obrera y Decistas, que también estimaban que era la suerte de la revolución lo que estaba en juego). Después de la toma de Kronstadt y los fusilamientos, la represión se acentúa a lo largo del país. El abismo entre el partido y las masas se ensanchó.

Naturalmente, la crisis repercutía en el interior del Partido. En el 10º Congreso se enfrentaron siete tendencias alrededor del rol de los sindicatos en la organización y la gestión de la economía. Lenin rechaza la militarización de los sindicatos y preconiza tímidas medidas de democracia directa. Pero se equivoca gravemente imponiendo la resolución de prohibir “provisoriamente” la conformación de agrupamientos internos. Hasta ese momento, la diversidad del Partido bolchevique en cierta medida contrapesaba la falta de democracia soviética. Pero la proscripción de los agrupamientos internos se hará permanente, favoreciendo los manejos burocráticos. Stalin refuerza sus posiciones mientras Lenin es apartado de la actividad por su enfermedad, y el aparato manipula groseramente la elección de los delegados al Congreso de 1923, que convalida la hegemonía de la fracción secreta encabezada por Stalin.

También merecen revisión crítica los "principios" de rígida disciplina y organización centralista que estatuyó la Internacional Comunista, en un primer momento para afrontar las condiciones de una virtual guerra civil continental y en una segunda instancia buscando acelerar la construcción de partidos comunistas capaces de disputar más efectivamente la conducción de las masas a los partidos socialdemócratas. El mismo Lenin criticó estos "principios" en el Cuarto Congreso de la Comintern –en una de sus últimas intervenciones públicas, en noviembre de 1922– por ser "excesivamente rusos" y de imposible comprensión y aplicación en el resto del mundo: "En mi opinión, lo más importante para todos nosotros, tanto para los rusos como para los camaradas extranjeros, es que a los cinco años de la revolución rusa debemos estudiar (...) Nosotros debemos estudiar en general; ellos deben hacerlo en particular, llegar a comprender realmente la organización, estructura, método y contenido de la labor revolucionaria. Si se logra este objetivo, estoy seguro de que las perspectivas de la revolución mundial serán no sólo buenas, sino excelentes".(11) Desgraciadamente, ese objetivo nunca se logró. Peor aún, la llamada "bolchevización" de los Partidos comunistas lanzada poco después por Zinoviev, los sujetó completamente a las directivas del Kremlin.

Sobre la degeneración y contrarrevolución estalinistas no nos extenderemos acá. Recordaremos sí que en condiciones terribles de aislamiento y persecución, hubo minorías que resistieron y batallaron –entre otras cosas– por mantener la vitalidad del marxismo revolucionario y rescatar las lecciones de Octubre. En este terreno descuella la labor de Trotsky y el puñado de internacionalistas reagrupados por el fundador de la Cuarta Internacional. Pero esta reivindicación no debe ser ciega a las limitaciones y errores cometidos, incluso en la comprensión de la Revolución Rusa. Queremos al menos señalar que, en el afán de combatir la falsificación estalinista, los Bolcheviques-leninistas y luego los partidarios de la Cuarta Internacional, caímos en representar a la Revolución Rusa y a los primeros años de la Internacional Comunista como un modelo acabado, sin fisuras ni errores significativos. Se trató de una apreciación histórica equivocada, que tuvo consecuencias metodológicas y políticas dañinas.

Hoy, nos parece evidente que se debió dar mucha más importancia y desarrollo a las advertencias de otro gran dirigente de la Oposición sobre la degeneración burocrática del poder obrero. "Esta posición política (la de clase dirigente) no carece de peligros; por el contrario, los peligros son muy grandes. No me refiero ahora a las dificultades objetivas derivadas del conjunto de las condiciones históricas, del cerco capitalista en el exterior y de la presión pequeñoburguesa en el interior del país. No; se trata de las dificultades inherentes a toda nueva clase dirigente, que son consecuencia de la misma toma del poder y de su ejercicio, de la capacidad o incapacidad para servirse de él (...) Estas dificultades podrían llamarse 'los peligros profesionales del poder'," escribió Rakovsky en 1928, en un estudio donde analizaba la conformación de la burocracia soviética como un grupo social material, subjetiva y moralmente ajeno a la clase obrera. Más aún, este líder de la Oposición -el más importante y prestigiado luego de Trotsky- hacía ya entonces un balance que introducía un significativo matiz autocrítico: "Nosotros teníamos la esperanza de que la dirección del Partido crearía un nuevo aparato realmente obrero y campesino, nuevos sindicatos realmente proletarios y nuevas costumbres en la vida cotidiana. Es preciso decirlo francamente, claramente, abiertamente: el aparato del partido no cumplió esa tarea; en el doble papel de preservación y educación dio pruebas de una total incapacidad. Entró en bancarrota. Quebró." Citamos esa amarga reflexión de un protagonista de primera línea, para insistir en que la reivindicación de los principios estratégicos que inspiraron los primeros años del poder ejercido por los bolcheviques, no justifica desconocer que se cometieron errores, más graves y perniciosos cuando se los cubrió con justificaciones teóricas que –amén de ser aprovechados por el estalinismo para sus propios propósitos– pesaron negativamente en las ideas y la acción de los auténticos revolucionarios. Nuestra autocrítica es expresa. Hemos comprendido con mucho atraso que reivindicar y asimilar las enseñanzas de la Revolución implica señalar sus limitaciones y errores. Por no hacerlo así, y haber presentando a la Revolución Rusa y a la URSS "de Lenin y Trotsky" como norma o modelo del combate por el socialismo, contribuimos sin quererlo a desdibujar lo más valioso e imperecedero de la Revolución Rusa, que fue su voluntad y relativa capacidad de proyectarse como parte de un movimiento más amplio y más rico que ella misma: el proceso vivo de la revolución socialista europea e internacional, el desarrollo impetuoso de la actividad, la autonomía y la conciencia de las masas explotadas, la construcción de la teoría y las organizaciones revolucionarias a través de experiencias diversas, confluencias, divergencias y confrontaciones. Esto, lo que no llegó a desarrollarse plenamente, fue sin embargo lo más importante y es lo que conserva plena validez ahora, cuando en cierto sentido "hay que comenzar de nuevo".

 

Notas:

1. Carlos Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, Editorial Polémica, Bs. As.,1972, pág. 20.

2. Víctor Serge, “El año uno de la revolución”

3. Rosa Luxemburgo, “La revolución Rusa”, en Obras Escogidas, tomo 2, pág.171.

4. V.I. Lenin, Obras Completas, Ed. Progreso, tomo 42. pág. 213

5. V.I. Lenin, “El problema de las nacionalidades o de la autonomía” (30 de diciembre de 1922) en Contra la Burocracia, Pasado y Presente, pág.141.

6.León Trotsky, La Revolución Traicionada. Ed. Crux, pág. 219

7. Nos parece metodológicamente más correcto hablar de la concepción de la transición al socialismo que de concepción de socialismo.

8. Jean-Philippe Divés, “Redescubrir las enseñanzas de la Revolución de Octubre. Autoorganización, Parido, Burocracia”, Carre Rouge N° 6, octubre de 1997.

9. La concepción de partido único quedó establecida y se arraigó hasta el punto de que, aun después de establecido el régimen totalitario de Stalin, la Oposición continua proclamando su fidelidad a las ideas de partido único y sosteniendo que la mera idea de conformar otro partido lleva el germen de la guerra civil. ¡ El mismísimo Trotsky demoró casi quince años en reclamar el derecho a la existencia de diversos “partidos soviéticos”

10. Este desastre es generalmente ignorado cuando se hace un balance de este periodo. Trotsky comete un error similar con la invasión a Finlandia por parte de la URSS en 1939: error similar pero posiblemente más grave, ya que si el Ejercito Rojo de 1921 era un instrumento revolucionario de un Estado revolucionario, no podía decirse lo mismo del ejercito y del Estado soviéticos en 1939.

11. V.I. Lenin.

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