Un abordaje no dogmático a la obra de Marx

Por Marcelo Yunes

 

En momentos en que el orden social capitalista muestra su rostro más siniestro a miles de millones de trabajadores, desocupados, pobres, excluidos y oprimidos en todo el mundo, la alternativa socialista se encuentra, para muchos, desdibujada, opacada o directamente cuestionada. Frente a la monstruosa deformación y vulgarización del marxismo y el pensamiento socialista por parte del estalinismo y las frustrantes experiencias del mal llamado “socialismo real”, desde el MAS queremos retomar el estudio serio y no dogmático  de la obra del más grande pensador de la causa socialista y comunista: Karl Marx. Un primer paso en esa dirección ha sido el taller sobre el joven Marx que se desarrolló en  febrero pasado, con la asistencia de 50 compañeras y compañeros. A continuación, algunos de los elementos que formaron parte de las reflexiones, siempre abiertas al debate.

 

 

La dimensión, riqueza y profundidad de la obra de Marx desafían cualquier intento de simplificación y plantean problemas gigantescos a la hora de abordar su estudio: por dónde empezar, desde qué ángulo, cómo abarcar tantos textos y temas, qué hacer con la infinidad de trabajos de interpretación -con su diversidad de ópticas y de calidad- y los métodos y criterios a utilizar para la selección y el estudio mismo de los textos son sólo algunos de ellos. Por otra parte, no se lee a Marx desde la total ignorancia, desde una “tabla rasa” ideológica, sino que inevitablemente se subrayan -o no- tales o cuales aspectos que hacen al enfoque que previamente se determine. Aclaramos esto porque no tiene sentido asumir el punto de vista de una inexistente neutralidad académica o propiciar una lectura “objetiva” de Marx. Tal pretensión es ajena al propio Marx y al método  marxista, lo que no significa -y es el peligro opuesto- que se le pueda “hacer decir” a los textos lo que a uno le parezca. Trabajar la obra de Marx, o de cualquier otro autor, implica reconocer y desentrañar  nudos conceptuales que no es posible ignorar, pero esa lectura no es directa, inmediata, cristalina, sino que está mediada por la ubicación social, política e ideológica de quien la hace, con una “agenda” de problemas teóricos que se renueva en cada momento histórico particular. Este abordaje busca, entonces, tanto dar cuenta de la riqueza de un legado teórico que, en el caso de Marx, es de un rigor y una actualidad indiscutibles, como evitar la momificación y cristalización dogmática, bajo la forma de vulgarizaciones que suprimen mucho de lo más fecundo y vigente en la obra de Marx.

Considerando estos aspectos metodológicos, establecimos como una necesidad comenzar el recorrido del pensamiento de Marx desde sus mismos inicios. No por una reverencia cronológica, sino partiendo de una visión que asume una profunda unidad de matriz conceptual entre el llamado “Marx joven” (anterior a La ideología alemana de 1846) y el “Marx maduro” (suelen considerarse de este período las obras posteriores a 1857). Lo cual no significa, por supuesto, que las temáticas y el nivel de elaboración conceptual hayan sido similares a lo largo de todos esos años. Se trata de algo muy distinto: de trabajar sobre la hipótesis de que el conjunto de la obra de Marx no reconoce “hiatos” o vías muertas (1), sino que debe ser considerado como una teoría y una reflexión integrales y críticas sobre el hombre y la sociedad, teoría que en el curso de su construcción va adquiriendo cada vez más determinaciones, haciéndose cada vez más compleja y abarcadora, pero sin perder jamás esa unidad que está en la base de una crítica global del orden capitalista. De allí que la obra de Marx, que tanto ha inspirado a las ciencias sociales, haya sido a la vez objeto, por parte de los pensadores burgueses, de una parcelización, una división en áreas específicas (economía, sociología, historia, teoría política, filosofía) que separan en compartimentos estancos lo que en la obra de Marx está unido.

Por desgracia, los responsables de este desguace teórico no han sido sólo los académicos burgueses, sino también sectores del propio movimiento socialista. En particular, la tradición de la Segunda Internacional (1886-1914), sobre todo después de la muerte de Engels (1895), y la del estalinismo ya desde 1924,(2) propiciaron una versión del marxismo totalmente empobrecida y en muchos casos desfigurada, limitada a un reduccionismo económico de vuelo bajo en lo sociológico, un seco evolucionismo histórico, un materialismo “metafísico” en lo filosófico y una teoría política teñida de aceptación acrítica de la forma Estado, cuando no de una adoración de las instituciones estatales. Y, también hay que decirlo, en las filas del marxismo revolucionario, incluyendo el movimiento trotskista, si bien hubo una vigorosa crítica de las prácticas políticas más visiblemente reaccionarias de estas versiones del marxismo, no siempre hubo una crítica igualmente consciente de sus fundamentos teóricos, lo que no dejó de acarrear consecuencias (3).

 

El programa general del joven Marx: la humanidad debe recuperarse a sí misma

 

Un concepto que recorre toda la obra del joven Marx es el de alienación. Se trata de algo mucho más complejo y abarcador que un conjunto de mistificaciones ideológicas, que es el vago significado que tiene para muchos marxistas. En el fondo, lo que Marx postula es la necesidad de que el “hombre” (al que luego concretará sociológicamente en el proletariado) debe recuperar toda su potencialidad de autoconstrucción y autodeterminación, capacidades que a lo largo de la historia fue depositando en instancias externas, extrañas y superiores a él. La religión es la primera que cae bajo el fuego de la crítica de los jóvenes hegelianos, pero, a diferencia de ellos, Marx no se detiene allí sino que llega a cuestionar la forma más elevada de organización y control de los asuntos humanos: el Estado. Esta institución, dice Marx en La cuestión judía, no es sino una nueva mediación, un sucedáneo de la religión, en la que el género humano descarga la tarea de regir los lazos entre las personas. Se trata, en suma, de otra forma de restricción a la libertad humana, que como tal debe perecer en la medida que sean eliminadas las bases de un orden social basado en la desigualdad y en el que el semejante es visto como un extraño.

Marx lleva aún más allá su investigación hasta descubrir dónde está el centro de conformación de las relaciones sociales: en la producción material de la vida, en la relación de los hombres con su producto y de los hombres entre sí en la que es la actividad más propiamente humana, el trabajo. Precisamente, siendo el trabajo la manifestación de la esencia de la especie, el hecho de que ha sido transformado, para el trabajador, en una función ajena a su voluntad, extraña y hostil -más aún, en un verdadero suplicio- muestra hasta qué punto el capitalismo está alejado de una forma de sociedad verdaderamente humana. Es por eso que la propiedad privada capitalista representa la forma más universal de la alienación, superando formas históricas anteriores. Y es en este sentido que Marx considera el capitalismo como “históricamente necesario”: para que la humanidad pueda superar la alienación en todas sus variantes, debe existir previamente un orden social que sea la expresión concentrada de todas ellas. El proletariado será el abanderado de ese movimiento de reapropiación de la humanidad por sí misma, y esto en virtud de dos características. En primer lugar, como subraya Marx en su Introducción a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, porque es la encarnación viva de esa “pérdida total del hombre”, un producto de la sociedad burguesa y a la vez la negación de ésta; y posteriormente, en el Primer Manuscrito de París, Marx concluirá que “toda la servidumbre humana está encerrada en la relación del trabajador con su producción”.

 

Revolución y comunismo

 

La perspectiva en la que Marx se instala para abogar por la necesidad de una acción revolucionaria no tiene parentesco alguno con la vulgata tradicional que remite a un “inexorable curso de las leyes de la historia”, a una especie de mecanicismo económico-sociológico; en fin, a un determinismo situado más allá de la conciencia y la voluntad humanas. Con mucho menor fundamento podrá decirse que el horizonte político de Marx se limita a convencer a los trabajadores de “tomar el poder” del Estado. Dejemos que sea el propio Marx quien se encargue de refutar esta visión estrecha: “Una revolución social se sitúa en el nivel de la totalidad, puesto que (...) es una protesta del hombre contra la vida inhumana; porque ella comienza en el nivel del simple individuo real y porque la comunidad de la que el individuo rebelde se ha separado es la verdadera  naturaleza social del hombre, la naturaleza humana. Por el contrario, el alma política de una revolución consiste (...) en la tendencia a poner fin a una separación respecto del Estado y del poder. Su nivel es el del Estado, totalidad abstracta que sólo existe gracias a su divorcio de la vida real (...) Una revolución de espíritu político organiza una esfera dominante en la sociedad, a expensas de la sociedad misma (...) La revolución -el trastrocamiento del poder establecido y la disolución de las condiciones anteriores- es como tal un acto político. Sin revolución no puede realizarse el socialismo. Este acto político le es imprescindible en la medida en que necesita destruir y disolver. Pero una vez que comienza su actividad organizadora, en la que se manifiesta su objetivo inmanente, su alma, el socialismo se despoja de su envoltura política” (4).

La tarea de la revolución social es, justamente, subvertir todas aquellas formas de alienación que le impiden a los seres humanos ser lo que debe ser y lo que potencialmente son; tal objetivo no tiene nada que ver con la idolatría del Estado o el poder. El comunismo no es, por supuesto, la caricatura que han hecho los ideólogos burgueses, una arrebatiña brutal entre los trabajadores por la propiedad de los capitalistas. Eso es lo que Marx llama el “comunismo grosero e irreflexivo”, los primeros vagidos de una teoría y una práctica sociales críticas. Pero tampoco es un orden social despreocupado de un vínculo equilibrado entre los hombres y su entorno natural (su “cuerpo inorgánico”, dirá Marx) ni mucho menos subordinado al cumplimiento de “metas de producción” de “Planes Quinquenales” divorciados de la vida y la voluntad de los trabajadores libremente asociados. En el Tercer Manuscrito de París, Marx define el comunismo, en consonancia con lo que aquí venimos señalando, como la “superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente (...) es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género” (resaltado nuestro).

 

Filosofía y praxis

 

El punto de partida y de llegada de la reflexión de Marx es el hombre. No el hombre aislado individual, sino “el hombre social, es decir, humano”. El llamado más general que el joven Marx formula a su tiempo es, entonces, esa necesidad de superar las enajenaciones que transforman al hombre en un ser juguete de fuerzas extrañas e incontrolables; superación que, aunque sin duda parte de condicionamientos históricos, no puede tener lugar como resultado de ningún automatismo, sino como fruto de una acción consciente, sujeta a fines previamente interiorizados. Esto y no otra cosa es lo que quiere significar Marx cuando se refiere a la reunificación de realidad y pensamiento. El pensamiento por sí, sin el concurso de la actividad práctica, no puede modificar la realidad -tal es la crítica más general a la filosofía-, pero la historia no se orientará en el sentido de una sociedad humana crecientemente autodeterminada, ni el hombre social -cuyo abanderado es el proletariado- podrá reasumir o reabsorber su verdadera esencia, si no existe una intervención práctica y consciente a la vez, la praxis.

Todas las Tesis sobre Feuerbach tienen el sentido de una imperiosa invocación a la acción humana, un llamado al hombre a desatar todas sus capacidades hasta hoy contenidas por expresiones sociales enajenadas. El hombre, cuando es efectivamente tal y no un siervo de la religión, del Estado o del trabajo alienado, es todopoderoso, es el verdadero Supremo Hacedor, el rey de la Creación. Son las formas sociales basadas en la propiedad privada las que hacen del hombre un ser egoísta, cobarde, replegado sobre sí mismo, una hoja en la tormenta de fenómenos que no comprende y lo superan. La tarea, nos dice Marx, es subvertir todas las relaciones sociales deformadas por el capital y recuperarlas como lo que son: la auténtica vida humana social, el libre establecimiento de lazos intersubjetivos entre productores librados de la esclavitud de la necesidad, el desarrollo de todo el potencial científico, artístico y en todos los terrenos de hombres y mujeres en armonía entre sí y con la naturaleza.

¿Que suena demasiado hermoso para ser posible? La respuesta de Marx es que en las manos y mentes de los explotados y oprimidos es donde está la última palabra, no en las de los privilegiados y beneficiarios de todas las miserias y crueldades del presente. Ellos tienen muy buenas razones para que creamos que es imposible vivir una vida y un mundo diferentes. Y nosotros no debemos renunciar a las nuestras.

 

Notas

1- Como postulara, por ejemplo, la versión estructuralista, de un cientificismo emparentado con el positivismo, de un Louis Althusser, cuyo prestigio como intérprete de Marx fue muy señalado en los años 60 y 70. Para Althusser, entre el Marx “joven” (filosófico, humanista, no científico) y el Marx “maduro” (el riguroso economista redactor de El capital) hay un “quiebre epistemológico”, que descalifica al primero y exalta al segundo como “hombre de ciencia”. El filósofo francés contribuyó, antes de su muerte en 1992, a su propio descrédito, al reconocer que cuando escribió una de sus obras más conocidas, Para leer El capital, no había terminado... de leer El capital.

2- Como lo denunciaran, entre otros, Georg Lukács y Karl Korsch en la década del 20.

3- A modo de ejemplo, mencionemos la insuficiente comprensión de la crítica marxista al Estado y su relación con la teoría de los “Estados obreros” en los países regidos por el estalinismo.

4- Karl Marx, “Glosas críticas al artículo ´El rey de Prusia y la refoma social´, en Vorwärts Nº 60”, julio de 1844. En Marx-Engels Werke, tomo 1, pp. 392-409.  Hemos modificado ligeramente la traducción de M. Rubel en Karl Marx. Ensayo de biografía intelectual, Buenos Aires, Paidós, 1970, p. 88. Todos los resaltados son originales de Marx.

 

 

 

(Recuadro) El Taller sobre el joven Marx

 

Durante dos fines de semana de febrero completos, 50 compañeras y compañeros dedicaron su esfuerzo al estudio y debate de textos del joven Marx: La cuestión judía (1843); la Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843); el capítulo “El trabajo enajenado” del primero de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844; los capítulos “Propiedad privada y trabajo” y “Propiedad privada y comunismo” del Tercer Manuscrito, y las Tesis sobre Feuerbach (1845). Trabajos apasionantes, algunos de ellos casi desconocidos para muchos, de una riqueza y una profundidad que compensaban las ocasionales dificultades. Los textos se agruparon, para mayor comodidad, en un folleto editado especialmente.

Se trabajó en grupos de estudio y discusión por la mañana y plenarios de asistencia general por la tarde. Ambas instancias demostraron su necesidad y utilidad, permitiendo tanto un trabajo en detalle sobre pasajes difíciles, cuestiones de interpretación, etc., como una reflexión colectiva más general que, con todos los matices y divergencias -y por eso mismo- resultó sumamente estimulante para todos los presentes. Fue de destacar la asistencia de cuatro compañeros de la Liga Socialista Revolucionaria (LSR), que demostró la posibilidad de establecer mecanismos de elaboración y trabajo teórico entre organizaciones revolucionarias, sin prejuicios ni sectarismos.

Prácticamente la totalidad de los asistentes coincidió en hacer un balance altamente positivo de la experiencia, destacando muchos de ellos la importancia de reiniciar un estudio sistemático de la obra de Marx y de darle continuidad a este primer esfuerzo común. En cuanto a las conclusiones, naturalmente de carácter tentativo y provisional, no es posible hacer justicia en este breve espacio a la riqueza y diversidad de enfoques y matices expresados en las discusiones comunes. Sólo señalaremos algunos elementos  destacados por muchos compañeros, entre ellos la importancia de retomar una reflexión general sobre los fundamentos de la perspectiva socialista y la recuperación de la dimensión humanista del pensamiento de Marx. También se manifestó, en lo que fue para muchos un descubrimiento, la necesidad de dar cuenta de los aspectos propiamente filosóficos del marxismo. Sobre este último aspecto, podemos adelantar que se editará próximamente un folleto con distintas visiones de marxistas del siglo XX sobre el tema.

     En cuanto al consenso general sobre la necesidad de continuidad del estudio, se están evaluando los contenidos de una nueva selección de textos del Marx “maduro”, a fin de editarlas a la brevedad.

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