Nueva colonización en América Latina

Por Claudio Katz,*

*Economista, docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires.

El presente texto es parte de un trabajo más extenso.

 

Presentamos en estas páginas un trabajo que nos cediera gentilmente Claudio Katz. Creemos que el mismo aborda de una manera seria y sistemática el creciente proceso de sujeción al imperialismo que se está viviendo en nuestro continente. Esta situación, que es vista y vivida cotidianamente en nuestro país (vaciamiento de Aerolineas, "megacanje", etc), es definida como una dinámica de reducción de los márgenes de independencia política detentados por los paises latinoamericanos". Al mismo tiempo, el trabajo fundamenta porque la pelea y las renovadas revindicaciones antiimperialistas deben tener su lugar específico, y al mismo tiempo estar integradas a una perspectiva anticapitalista más general.

 

Mistificaciones neoliberales

 

Los neoliberales no presentan una explicación de las transformaciones registradas en Latinoamérica, sino una simple justificación apologética de los cambios que han instrumentado. Su doctrina ha servido para ordenar las políticas gubernamentales en función de una agenda de la clase dominante que exige reducir el costo de la fuerza de trabajo, atacar los sindicatos, restringir el gasto social y promover la desigualdad. Han encubierto esta acción con una ideología que glorifica el mercado, endiosa la soberanía del consumidor y embellece la gestión privada.

Pero estas ideas mistificadoras han sido permanentemente adaptadas a la necesidad de implementar medidas económicas muy variadas. Especialmente frente a la deuda, los neoliberales mantienen un discurso cínico. Por un lado, plantean que el problema es tan grave que cualquier moratoria conduciría a terribles represalias por parte de los acreedores. Por otra parte, argumentan que una deuda tan elevada “ya no es un problema” si se refinancian los intereses. Obviamente omiten el terrible costo que tiene este pago para la mayoría de la población.

Las privatizaciones son presentadas como grandes avances frente al “estatismo ineficiente”, pero silencian toda la madeja de subsidios indirectos que sostiene a las nuevas compañías. También ponderan la desregulación de los sistemas financieros, sin mencionar que los nuevos mecanismos crediticios no han logrado elevar la tasa de ahorro interno. Solamente han abaratado los costos de las corporaciones a costa del quebranto de las pequeñas y medianas empresas.

Para los admiradores de Hayek, Friedman y Von Mises el aumento de la pobreza obedece a causas demográficas (“hay mucha gente”), educativas (“no están capacitados para trabajar”), culturales (“procrean irresponsablemente”) o laborales (“falta cultura del trabajo”). Afirman que la “única manera” de reducir la miseria es incrementar la tasa de crecimiento. Pero aquí olvidan que este aumento no redujo la pobreza durante la intensa industrialización de 1950-70. Tampoco registran que en la última década prevaleció una clara relación inversa entre aumento del PBI y la disminución de la indigencia en Argentina y México. Ignoran que por la automática vía del crecimiento se ha estimado que en el mejor de los escenarios, la pobreza se eliminaría en un plazo de... 100 a 400 años.1 Lo mismo ocurre con el empleo. Suponer que por el espontáneo incremento del nivel de actividad disminuirá la desocupación, equivale a ignorar que el PBI regional subió al 5,5% anual entre 1950 y 1980, y el empleo sólo aumentó al 2,9%.

El neoliberalismo pondera la apertura comercial. Argumenta que su efecto modernizador de las empresas conduce a un “derrame” de mejoras del empleo y del poder adquisitivo. Pero el cumplimiento de este presagio se posterga año tras año, porque es evidente que el crecimiento espontáneo por el simple impulso de la competencia es una ilusión. No se plasma en cualquier circunstancia, ni en cualquier país.

Utilizando un disfraz contemporáneo, el neoliberalismo repite las teorías más arcaicas del atraso latinoamericano. Plantea que el subdesarrollo obedece a la “insuficiencia de capital” y propone superar esta limitación potenciando las “ventajas comparativas” de la región, mediante la intensificación del libre comercio y la atracción de inversiones extranjeras. Pero en las etapas que efectivamente existió “insuficiencia de capital” esta carencia no obedeció a una tara local, sino a la transferencia de recursos hacia los países centrales. Y en otros períodos de mayor ahorro, estabilidad fiscal y recepción de créditos e inversiones foráneas, no fue la “falta de capital” sino su utilización lo que trabó el despegue económico. Tampoco el proteccionismo brinda una explicación de este fracaso, porque Latinoamérica mantuvo –en general– un grado de apertura comercial muy superior a los países centrales.2

El neoliberalismo resulta inservible para aclarar cualquier aspecto del atraso regional. Como atribuye al capitalismo un comportamiento invariablemente virtuoso, no puede ofrecer ninguna pista de por qué sus desequilibrios son tan agudos en Latinoamérica. Imagina que la región es económicamente débil porque “desconfió del mercado” y no logra explicar por qué el giro privatizador reciente no ha elevado la competitividad internacional de la zona.

 

Adaptaciones de la CEPAL

 

Mientras que el neoliberalismo expresa el programa de la clase dominante, el pensamiento de la CEPAL refleja las contradicciones que genera su implementación. Por eso los teóricos de este organismo cuestionan los resultados de las políticas implementadas en la última década, aunque sin criticar su aplicación, ni proponer su anulación.3

Adoptando un lenguaje afín al neoliberalismo, la nueva visión neo-estructuralista de la CEPAL ha sustituido la vieja defensa del “desarrollo autónomo” y el aumento del poder adquisitivo por la reivindicación de la “competitividad internacional”. Pero este giro privatista no es adoptado con entusiasmo, sino alegando la inevitable incorporación al “nuevo paradigma mundial”. Se afirma que la globalización obliga a abandonar los viejos modelos, aunque reconociendo que Latinoamérica está resignando logros del pasado sin obtener a cambio ningún beneficio significativo. La CEPAL estima que existe igualmente un cierto margen de negociación para mejorar la situación periférica de la región.

Los principales exponentes de esta corriente también aceptan que el giro exportador ha profundizado la “industrialización trunca”. Pero a diferencia de los años 60 ya no observan la “heterogeneidad estructural” (es decir, el divorcio entre las ramas internacionalmente competitivas y el resto del sistema productivo local) como un rasgo totalmente nocivo.4 Al contrario, estiman que la modernización del sector exportador motorizará el progreso del sector doméstico, olvidando todos los cuestionamientos realizados en el pasado a la desarticulación entre ambas esferas. Las montañas de papel escrito para criticar el “crecimiento hacia afuera” han sido diplomáticamente archivadas. Lo mismo ocurre con las críticas a la apertura importadora, que por lo general ya no incluyen propuestas de defensa de la producción local frente a la devastadora competencia exterior.5

Las investigaciones de la CEPAL no ocultan el pavoroso aumento de la pobreza y exhortan a promover un “crecimiento con equidad”. Pero sus propuestas no sugieren como en los años 60, la redistribución del ingreso, la reforma agraria o la implantación de impuestos progresivos. A lo sumo, se convoca a suavizar la miseria aplicando “planes sociales” de los gobiernos. Pero incluso esta propuesta es acompañada de advertencias contra cualquier desborde del equilibrio fiscal.

En el tema de la deuda, la CEPAL repite que existe “co-responsabilidad” de los acreedores por su “imprevisión” como prestamistas ante el “descontrol” de los tomadores del crédito. Por eso reclaman perdones o reducciones del pasivo y bregan periódicamente por la constitución de “un frente de países deudores”. Pero estas propuestas han quedado tantas veces sin respuesta, que en la actualidad ya ni siquiera tienen repercusión periodística. Se ha demostrado que ningún banquero se compadece de sus deudores y que sólo tomarían en cuenta el impacto de medidas de fuerza, que los gobiernos latinoamericanos ni siquiera se atreven a insinuar.

La adaptación de la CEPAL a su viejo antagonista liberal ilustra la preponderancia de las corporaciones imperialistas frente a los grupos locales en el nuevo bloque dominante. Pero también evidencia los desequilibrios que ha creado esta primacía y la pérdida del horizonte estratégico propio que singularizó durante décadas a la burguesía industrial de la región.

 

Anti-dependentismo

 

La reacción contra el dependentismo es una de las características del pensamiento latinoamericano actual. Aunque Kay6 afirma que la problemática centro-periferia ha sido integrada al nuevo enfoque neoestructuralista, lo cierto es que ha perdido relevancia para la CEPAL y, además, ha sido abandonada por sus principales exponentes de los años 60 y 70.

El dependentismo planteó que el descontrol sobre el proceso interno de acumulación caracteriza a un país periférico y atribuyó este rasgo a la preponderancia del capital extranjero.7 Señaló que una desigualdad perdurable separa a los países avanzados y retrasados, y criticó la teoría de la convergencia entre ambas regiones.

Pero uno de sus voceros, F.H. Cardoso8 anticipó el giro antidependentista con su “teoría del desarrollo asociado”, al afirmar que la inversión extranjera “internacionaliza los mercados internos” eliminando los obstáculos para el crecimiento regional. Aquí ignoró que estas inversiones terminan ampliando la brecha que separa a Latinoamérica de los países avanzados, porque fogonean el aumento de la deuda externa a través de la remisión de utilidades, los pagos de patentes y el desbalance comercial. Cardoso señaló correctamente que el estatus periférico de la región no anula los procesos locales de acumulación, pero desconoció las contradicciones que impiden a los países subdesarrollados salir de su atraso.9

En esa misma época, otros autores10 iniciaron la crítica “endogenista” al dependentismo, cuestionando el excesivo énfasis acordado al papel de los elementos externos que obstaculizan el progreso regional, en desmedro de las causas internas de esa dificultad. Otros teóricos centraron la crítica en destacar que una situación periférica sólo implica graves desequilibrios en la balanza de pagos.11

Pero más recientemente, el dependentismo fue abandonado por sus figuras más renombradas. Dos Santos12 ya no considera al subdesarrollo como un producto de la dominación de los países centrales y por eso estima que la aplicación de políticas industrializadoras permite superar el atraso, y Marini13 afirma que este objetivo se logrará conformando bloques regionales. Gunder Frank14 ha llegado a la conclusión que la dependencia es una “quimera”, al caracterizar que no existen desarrollos autónomos nacionales. Opina que los países desconectados de la economía mundial en los períodos de crisis, se reintegran a este circuito en las fases de prosperidad. En el campo marxista, algunos críticos del dependentismo como B. Warren y N. Harris reforzaron sus objeciones, afirmando que la tasa de crecimiento es mayor en la periferia que en el centro y que el potencial expansivo del capitalismo es idéntico en ambas regiones.15

Pero toda esta oleada de críticas al dependentismo cuestiona los aciertos y no los defectos de esta concepción. Desconoce que este enfoque partió correctamente de un análisis totalizante del capitalismo como sistema mundial, estructurado en torno a regiones que son beneficiadas o perjudicadas por sistemáticas transferencias de riquezas. El dependentismo destacó que el subdesarrollo de Latinoamérica obedeció históricamente al papel subordinado de la región como abastecedora de materias primas y como mercado de manufacturas de los países centrales.

En sus vertientes de izquierda, esta escuela partió de una jerarquización de la economía internacional como principio analítico retomando a los autores marxistas que adoptaron el enfoque mundializante (Trotsky, Luxemburgo, Bujarin) frente a quienes optaron por visiones centradas en la acumulación nacional (Kautsky, Plejanov, Hilferding).16 Estas corrientes también aceptaron la tesis central de la teoría del imperialismo (el reconocimiento de una tendencia al ensanchamiento de la distancia que separa a los países avanzados y atrasados), al reformular las distintas visiones de los teóricos marxistas clásicos. Recogieron el análisis de Lenin de la gravitación del capital financiero, la interpretación de Luxemburgo del agotamiento de las regiones pre-capitalista y la tesis de Bujarin de la rivalidad por nuevos mercados de aprovisionamiento y venta de mercancías. Pero también asimilaron la percepción que tuvo Marx de la polarización del proceso mundial, cuando reemplazó su primera exploración del tema colonial (textos sobre la India, Bolívar y la guerra de Texas) por un enfoque más elaborado (análisis de Irlanda, Polonia y Rusia). En esta revisión sustituyó la reivindicación del papel civilizador del colonialismo por una crítica a su función asfixiante del desarrollo de los países atrasados.17

La aproximación dependentista a la teoría del imperialismo (actualmente abandonada) formó parte de la denuncia de los mecanismos de dominación que soporta Latinoamérica (que también han dejado de mencionarse). Y la incursión en esta temática fue el acierto de este enfoque, que ahora objetan sus antiguos seguidores. Las limitaciones del dependentismo se sitúan en otro plano. Se equivocó metodológicamente al trata de indagar “leyes del capitalismo dependiente” específicas de Latinoamérica, omitiendo que las economías de la región son particulares pero no detentan leyes originales y diferenciadas del modo de producción vigente. Por eso conviene “pensarlas” a partir de concepciones universales –como el marxismo– que no pertenecen ni al centro ni a la periferia.18

 

Simplificaciones anti-liberales

 

Numerosos enfoques críticos actuales del “modelo neoliberal” mantienen los viejos criterios analíticos de la CEPAL o del dependentismo. Se objeta, por ejemplo, el aperturismo, la desindustrialización o la vulnerabilidad financiera, utilizando teorías que explican el atraso regional por razones demográficas (abundancia de mano de obra), culturales (colonización hispánica retrógrada), políticas (constitución de estados débiles) o económicas (especialización agro-minera). Con fundamentos estructural-funcionalistas (heterogeneidad estructural, dualismo o enclave) se busca explicar la yuxtaposición de modernidad y atraso en la periferia, sin relacionar esta mixtura con el funcionamiento y las leyes generales del capitalismo. En otros casos se intenta pensar restrictivamente el subdesarrollo “desde Latinoamérica”.

Un ejemplo de estas simplificaciones es la conexión que habitualmente se establece entre el aumento de la “exclusión” y las políticas “rentistas” de los grupos dominantes. Retomando los análisis dependentistas de la “marginalidad social” y del “pillaje” se explica la regresión de la distribución del ingreso en función de la dilapidación financiera de los recursos de los región.

Pero si bien es cierto que los banqueros amasan fortunas cobrando tasas usurarias y comisiones increíbles, no hay que olvidar que su ganancia representa tan sólo una porción de la plusvalía que se distribuye también entre las corporaciones extranjeras y los capitalistas locales. Los empresarios latinoamericanos no constituyen un grupo pasivo, intermediario, ni puramente “rentista”. Esta denominación no retrata ni al conjunto de la burguesía regional, ni a sus grupos nacionales (los empresarios argentinos frente a los brasileños, o los chilenos frente a los peruanos). Ninguna interpretación genética, culturalista o religiosa ha logrado demostrar que los capitalistas latinoamericanos adopten un comportamiento diferente de los empresarios de cualquier otra latitud.

La imagen de la clase dominante regional como una capa parasitaria y tributaria del capital extranjero es afín a la caracterización de los capitalistas latinoamericanos como “satélites” manipulados por las “metrópolis”. Autores como Gunder Frank desarrollaron este enfoque al jerarquizar el estudio de los procesos comerciales o financieros y al enfatizar exclusivamente el carácter mono-exportador de las economías periféricas.19 Un razonamiento equivalente inspira el uso actual de los términos de “exclusión y rentismo” y este enfoque impide comprender el proceso de inserción productiva de Latinoamérica en la nueva división internacional del trabajo.

Otro error es la caracterización del retroceso productivo de la región como un proceso “desindustrializador”. Esta visión sólo es rigurosa cuándo retrata la destrucción del tejido industrial de ciertas zonas, como consecuencia de la competencia importadora o de la reconversión de actividades “obsoletas”. Pero en América Latina no prevalece una degradación industrial absoluta, sino un giro hacia la especialización exportadora a costa de la fabricación local integrada. Este proceso afianza el carácter fragmentario de la semiindustrialización dependiente iniciada en los años 50. Con métodos más tecnificados se expande el procesamiento de materias primas o el armado de piezas, que implican una simultánea reorganización y modernización del proceso productivo.

Otra simplificación aparece con la tesis de la “reprimarización” que sugiere un retroceso pleno de Latinoamérica a su viejo papel de exportador agro-minero. Aquí se confunde la especialización de la región en los escalones más bajos de la división internacional del trabajo, con la simple restauración del modelo de producción de materias primas. Con este enfoque se vuelve a suponer erróneamente, que el capital extranjero intenta ahogar toda industrialización de las naciones subdesarrolladas para asegurar la primacía de la industria metropolitana. Nuevamente se confunden las limitaciones del desarrollo regional con la imposibilidad de este desenvolvimiento, olvidando que las corporaciones extranjeras lejos de oponerse a toda forma de industrialización son las principales promotoras de la localización de plantas con mano de obra intensivas en la periferia.20

Las teorías del imperialismo, y del desarrollo desigual y combinado permiten superar estas simplificaciones porque no plantean la problemática latinoamericana en términos de oposiciones elementales del tipo: “capitalismo-feudalismo”, “predominio-ausencia total de la burguesía” ,”factibilidad-imposibilidad de la industrialización”. Al contrario, explican cuáles son las fuerzas que, impidiendo el estancamiento absoluto de la periferia, limitan al mismo tiempo su desenvolvimiento.

 

Nuevas categorías

 

Es indudable que en América Latina se está procesando un cambio de excepcional profundidad. El agravamiento de la deuda, la especialización exportadora, la explosión de pobreza y la nueva escala de intercambio desigual desestabilizan los regímenes políticos, erosionan los tradicionales sistemas de dominación e imponen drásticos reordenamientos de las estructuras estatales. Pero, ¿cuál es el correlato social de esta transformación?

Algunos autores opinan que la burguesía latinoamericana se ha “transnacionalizado”, como consecuencia de la desarticulación económica de la región y de su creciente integración al circuito del capital mundializado.21 Pero esta caracterización sería adecuada si el término transnacionalización sólo indicara la creciente asociación de empresarios latinoamericanos y foráneos. Pero “transnacionalización” tiene un significado distinto al de “extranjerización” o “entrelazamiento empresario internacional”. Implica que la burguesía anteriormente nacional tiende a desaparecer como grupo diferenciado con raíces en cierto territorio, para constituirse en un sector participante de la acumulación mundial, sin intereses específicos o primordiales en un país.

Esta calificación de transnacional se aplica seguramente a los grupos financieros o a los países que se han convertido en apéndices de Estados Unidos (por ejemplo, Panamá), pero no se adecua a la realidad actual de la burguesías argentina, mexicana o brasileña. La fuente de poder de estos sectores es la plusvalía extraída a los trabajadores de sus países en actividades situadas en estas zonas. El grueso de los negocios que alimenta sus beneficios se desarrolla dentro de las viejas fronteras.

Es cierto que estos límites se están modificando aceleradamente y que la diferenciación de cada burguesía en función de la localización de su propiedad tiende a replantearse. Pero corresponde precisar en qué casos y en qué medida la internacionalización del proceso productivo mundializa efectivamente las formas de propiedad. Por el momento en América Latina prevalecen modalidades de integración dependiente y subordinada a las corporaciones imperialistas. La burguesía regional no participa en la formación de un bloque hegemónico, ni siquiera como socio menor. A diferencia por ejemplo de los “países pobres” que ingresan en la Comunidad Europea, no se entrelaza con una clase dominante que disputa la primacía del mercado mundial.

Es prematuro predecir el rumbo de las burguesías latinoamericanas porque en pleno terremoto de reestructuraciones económicas coexisten tendencias de evolución muy diferentes. Hay procesos de acelerada absorción al área de dominio directo de Estados Unidos (Nafta, maquilas, ensamble de negocios en Centroamérica y ensayos de dolarización). Pero también se constituyen mercados regionales como el Mercosur, que si se dotaran de una moneda propia se mantendrían dentro del estatus tradicional de dependencia. Además, existen en Latinoamérica varios epicentros de regresión social absoluta y descalabro del Estado, cuyo afianzamiento derivaría en procesos de balcanización y crisis prolongada.

La transnacionalización es sólo una alternativa de este mosaico de opciones. La utilización indiscriminada del término presenta el mismo inconveniente que la caracterización de la burguesía regional como un sector “comprador” o “comisionista” desinteresado del desarrollo regional. La tesis de una “lumpenburguesía causante del lumpendesarrollo”, por ejemplo, deducía equivocadamente de la transferencia de recursos de la periferia al centro, la inexistencia de clases dominantes enraizadas en la región y partícipes activas del proceso de explotación.22

Para formular un diagnóstico acertado de la transformación de la clase dominante hay que observar tanto las mutaciones en las relaciones de propiedad, como los cambios registrados en la burocracia que comanda los Estados. Tal como ocurrió en el pasado, las características de la clase social dominante sólo condicionan la configuración específica de cada sociedad. Este resultado depende también del rumbo que fija el grupo que controla los resortes del Estado, a través de decisiones que moldean el capitalismo de cada país. Y en este plano es llamativo que el grado de “transnacionalización” de la alta burocracia de los Estados latinoamericanos sea habitualmente superior al prevaleciente entre la burguesía.

Esta tendencia se expresa directamente en la conformación de una capa de funcionarios adiestrados por el FMI y el Banco Mundial, que está ocupando todos los lugares estratégicos del aparato estatal. La carrera, remuneración y futuro laboral de este personal está más vinculado a los servicios que prestan a los organismos internacionales que a las funciones que cumplen en favor de la clase empresaria local. Por eso, son más permeables a las exigencias de los bancos y las empresas imperialistas que a los requerimientos de la burguesía regional.

Esta sustitución de las viejas burocracias latinoamericanas –educadas en la región y acostumbradas a gestionar empresas públicas– por una nueva elite cosmopolita es un eslabón central del reforzamiento de la dependencia comercial, financiera y tecnológica, que permite hablar de una “recolonización” de Latinoamérica. Se puede objetar que la denominación “colonización” o “semicolonización” fue utilizada a principio del siglo xx para describir la ausencia total o parcial de independencia formal por parte de los países subdesarrollados, en una situación muy diferente a la actual.23 También es cierto que estas categorías perdieron rigurosidad a partir de la posguerra, primero por la desaparición de los viejos imperios coloniales y luego por el surgimiento de países periférico-superiores gobernados por clases capitalistas autónomas. Algunos autores utilizan, para estos casos, la denominación de países “semi-industrializados dependientes”.24

Todas estas precisiones son válidas y deberán contribuir a encontrar el término más adecuado para definir la actual situación de mayor asociación de los capitalistas periféricos con los grupos centrales y creciente subordinación política al imperialismo. Este sometimiento se ha naturalizado incluso como un dato inevitable de la globalización. A falta de otro concepto más exacto, el término “recolonización” resalta esta reducción de los márgenes de independencia política detentados por los países latinoamericanos.

 

Protesta global y emancipación social

 

La asociación de los capitalistas locales con las corporaciones imperialistas y la imbricación de los funcionarios estatales con las burocracias de los organismos internacionales desacreditan el papel dirigente de la clase dominante frente al conjunto de la población. Y este desprestigio potencia la resistencia popular frente al atropello de las conquistas sociales que ha prevalecido en la última década. Importantes oleadas de protestas no sólo enfrentan el interminable ajuste neoliberal, sino que abren el camino para poner fin a la hemorragia de la deuda, a la terrible pauperización y al aumento de la explotación.

Al comenzar el nuevo siglo, América Latina es un volcán de crisis políticas y levantamientos sociales. Pero uno de los rasgos más promisorios de esta resistencia es su empalme con la protesta global que ha comenzado contra la “Internacional del Dinero”, que conforman el Banco Mundial, la OMC y el FMI. Las manifestaciones en los centros financieros y comerciales (Seattle, Washington, Ginebra, Londres) tienden a enlazar las reivindicaciones de los trabajadores del centro y de la periferia en una nueva red de solidaridad entre los pueblos. La misma mundialización que ensancha la brecha entre los países avanzados y subdesarrollados aproxima los reclamos de los oprimidos de ambos polos.

El futuro de Latinoamérica está muy vinculado a la profundización de esta protesta global contra el capital, que replanteará la perspectiva de un porvenir socialista. Ningún país periférico puede aspirar a convetirse en una gran potencia capitalista, pero todos pueden intentar cumplir un papel en la historia apostando a un proyecto emancipatorio común.

 

Notas:

1. Lusting, Nora, “Pobreza y desigualdad: un desafío que perdura”, Revista de la CEPAL, número extraordinario, Santiago, octubre 1998.

2. Birdsall, Nancy y Lozada, Carlos, “Shocks externos en economías vulnerables”, ídem.

3. Véanse Ferrer, Aldo, “Raul Prebisch y los problemas actuales de América Latina”, Ciclos, Nooo 10, Buenos Aires, 1er semestre 1996; “La economía no es aburrida”, Clarín,17 de marzo de 2000, y Furtado, Celso, “El nuevo capitalismo”, Revista de la CEPAL, op.cit.

4. Rodríguez, Octavio, “Heterogeneidad estructural y empleo”, Revista de la CEPAL, op.cit.

5. Véase este giro en Bielschowsky, Ricardo, “Evolución de las ideas de la CEPAL”. Revista de la CEPAL, op.cit.

6. Kay, Cristóbal, Revista de la CEPAL, op.cit.

7. Amin, Samir, La desconexión, Buenos Aires, Ed. Pensamiento Nacional, 1988.

8. Cardoso, Fernando H., Dependencia y desarrollo en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973.

9. Cardoso atacó el “subconsumismo narodniki” de la izquierda dependentista, retomando los argumentos que a principio del siglo xx utilizaron ciertos críticos en Alemania y Rusia (Hilferding, Tugan, Bulgakov) contra los autores marxistas y populistas, que remarcaban el efecto nocivo de la pobreza y el bajo nivel de consumo sobre la acumulación. Compartió todas las ilusiones armonicistas de estos críticos, al suponer que la debilidad de la demanda podría superarse mediante un funcionamiento equilibrado del capitalismo basado en políticas de regulación estatal o monopólicas. Véase Cardoso, Fernando H., “La originalidad de la copia” Revista de la CEPAL, Santiago, 2o semestre 1977 y “El desarrollo en el banquillo”, Revista de Comercio Exterior, México, agosto 1980.

10. Kalmanovitz, Salomón, El desarrollo tardío del capitalismo, Cap. 5, Bogotá, Siglo XXI, 1983.

11. Esta corriente retomó la tesis desproporcionalista de Hilferding (los desequilibrios intersectoriales originan la crisis y su regulación asegura la acumulación) para explicar el desbalance estructural del comercio exterior latinoamericano. Pero ignoró que el desequilibrio externo representa tan sólo una de las desproporciones características de la periferia, cuya atenuación parcial potencia otros desajustes. Cuando el giro exportador coexiste, por ejemplo, con el mayor endeudamiento se acentúa la pérdida de divisas y, si además se desenvuelve a costa del mercado interno, termina reduciendo la base local de la acumulación. Véase Olivera, Francisco, “Patrones de acumulación”, Investigación Económica, No 143, México, 1978.

12. Dos Santos, Theotonio, “The theoretical foundations of the Cardoso Government”, Latin American Perspectives, No 98, vol. 25, Los Angeles, enero 1998.

13. Marini, Ruy Mauro, La izquierda y las nuevas dependencias, Buenos Aires, Las palabras y las cosas, 11 de febrero de 1990.

14. Gunder Frank, André, El subdesarrollo del desarrollo, Caracas, Nueva Sociedad, 1991.

15. Véase Howard, M.C y King, J.E., A history of marxian economics, Caps. 9, 10 y 11, vol. ii, Princeton, Princeton University Press, 1992.

16. Véase Varios Autores, “Sobre el imperialismo”, Comunicación, No 26, Madrid, 1975.

17. Véanse varios autores en el número especial sobre el tema de la revista Nueva Sociedad, No 66, mayo-junio 1983. También Aricó, José, Marx y América Latina, Lima, Cedep, 1980.

18. Cuevas planteó que la problemática de la dependencia no tiene estatuto de teoría por su grado insuficiente de abstracción y generalidad. Véase Dos Santos, Theotonio, Imperialismo y dependencia, México, Era, 1986 y la crítica en Cuevas, Agustín, “Comentarios”, Clases sociales y crisis política en América Latina, México, Siglo XXI, 1977.

19. Esta visión se basada en una caracterización del origen del capitalismo latinoamericano fundada en el desarrollo del comercio colonial, que no tomaba en cuenta las transformaciones de las relaciones de producción en el agro. Se inspiró en la tesis defendida por Sweezy contra Dobb durante el “debate sobre la transición” del feudalismo al capitalismo en Europa. En lugar de situar la “desacumulación originaria” que soportó Latinoamérica en el contexto de la acumulación originaria europea, supuso que el capitalismo ya era el modo de producción dominante. Por eso concibió a éste como un sistema en términos comerciales. Esta misma confusión perdura en la actual tendencia a ignorar la primacía de los procesos productivos en la caracterización del capitalismo.

20. Ayres, Ron y Clark, David, “Capitalism, industrialisation and dependency” Capital and Class, No 64, Londres, primavera 1998.

21. Robinson, William, “Latin America and global capitalism”, Race and Class, vol. 40, No 2/3 , Londres, octubre 1998-marzo 1999.

22. La teoría de la lumpenburguesía se desarrolló defendiendo la tesis del origen mercantil-capitalista de América Latina en oposición al planteo de la “colonización feudal”. Buscaba demostrar el carácter socialista y no democrático-burgués de la revolución, como si las tareas políticas de la segunda mitad del siglo xx derivaran directamente de la naturaleza de un proceso consumado cuatro centurias antes. Varios autores refutaron esta simplificación historiográfica destacando la existencia de distintas formas híbridas de producción surgidas de la disolución, el dominio, la supervivencia o la simbiosis que provocó el contacto entre los diversos modos de producción que existieron en la región. La dependencia de Latinoamérica se afianzó justamente por la articulación de estas modalidades con un mercado mundial dominado por los países avanzados. Véase Gunder Frank, André, Lumpenburguesía y lumpendesarrollo, Barcelona, Laia,1979 y la crítica de Cueva, Agustín, El desarrollo del capitalismo en Latinoamérica, México, Siglo XXI, 1980.

23. Astarita, Rolando, “¿Semicolonia o país dependiente?”, Debate Marxista, No 10, Buenos Aires, junio 1988.

24. Mandel, Ernest, “Semicolonial countries and semiindustrialized dependent countries”, Nueva York, New International, 1986.

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