Nueva situación mundial

El giro de Seattle

 

A mediados de mayo se realizó una reunión internacional de la Coriente Nuevo Curso*, en la cual participaron otras organizaciones en carácter de invitados, entre ellas la LSR de argentina. En esta se estimó  necesario hacer una síntesis de nuestros puntos de vista sobre la actual situación mundial, y nuestras propuestas políticas y programáticas más generales. Queremos contribuir con esto al necesario diálogo y debate entre los socialistas revolucionarios, en momentos en que los desastres perpetrados por el capitalismo globalizado han comenzado a generar diversas respuestas de resistencia y lucha. A continuación publicamos la declaración votada en dicha reunión.

 

*Nuevo Curso expresa el agrupamiento de un conjunto de marxistas revolucionarios y organizaciones de distintos países –España, Francia, Argentina, Uruguay, Venezuela y Brasil– que, en su gran mayoría, provienen de la que fue una corriente importante del trotskismo, la Liga Internacional de los Trabajadores (IV Internacional).

 

 

1. Hay una nueva situación mundial

 

Sostenemos, en primer lugar, que estamos en una nueva situación mundial, con rasgos distintos a la que existía -para tomar como punto de referencia- diez años atrás, en los años 1989/91, cuando era proclamado a los cuatro vientos el “fin de la historia”. Es decir, el triunfo completo y definitivo del capitalismo globalizado y de la ideología neoliberal como estadio final de la humanidad, y el consiguiente fracaso también final del “socialismo” y de cualquier alternativa emancipadora frente al capitalismo.

La presente situación mundial -que podría llamarse el “giro de Seattle”, por haber sido la primera gran acción internacional contra las consecuencias de la globalización- se caracteriza por la inversión de ciertas tendencias de la situación anterior, que significan un cuadro más favorable para los luchadores por el socialismo. Advertimos cambios en los siguientes aspectos:

 

1.1. Hay una crisis mundial de la ideología neoliberal. Una pérdida de “legitimidad” del neoliberalismo y un cuestionamiento creciente de las consecuencias de la globalización y aún del mismo capitalismo. ¡Se acabó la época del “pensamiento único”!

La casi totalidad de los gobiernos del planeta sigue aplicando las recetas neoliberales. Este es un hecho que tiene profundas causas estructurales; se debe a la peculiar configuración que ha adoptado el capital globalizado, que no deja mayores márgenes ni para reformas ni para experimentar en cada país distintos modelos de “regulación” y acumulación capitalistas. Sólo grandes crisis, guerras, revoluciones y cataclismos sociales podrían hacer variar esto a escala global.

Sin embargo, simultáneamente, desde los más diversos sectores sociales, políticos e ideológicos llueven las críticas y cuestionamientos al neoliberalismo y la globalización. Esto no se produce sólo desde el campo de la izquierda, sino incluso desde sectores que son notorios enemigos del socialismo, como la Iglesia Católica.

Hay un cambio general de “humor” respecto al neoliberalismo, que se percibe no sólo en sectores populares sino también en la intelectualidad, que muchas veces ha reflejado anticipadamente cambios sociales globales. Mientras hace diez años lo que estaba “de moda” eran las abjuraciones de los intelectuales renegados del socialismo y el marxismo, hoy lo están las críticas al neoliberalismo y a los desastres sociales y ecológicos que causa.

Asimismo, en América Latina, como parte de este proceso, comienzan a renacer los sentimientos antiimperialistas en el movimiento de masas.

Así, y en forma extremadamente desigual según los países y sectores sociales, se desarrollan cambios ideológicos que reflejan la profunda decepción y el rechazo del neoliberalismo. Al mismo tiempo, ese rechazo no va acompañado masivamente de una alternativa al sistema capitalista, y menos aún de un proyecto socialista. Debido a la experiencia del fracaso del “socialismo real”, la gran mayoría no va más allá del “antineoliberalismo”. Se piensa confusamente en una vuelta al “estado de bienestar” o a las concesiones logradas en períodos anteriores, pero sin salir de los marcos del capitalismo. Sin embargo, entre las vanguardias de los movimientos sociales y también, en algunos casos, en sectores minoritarios de las masas, comienza a despuntar un anticapitalismo más consciente y a replantearse la alternativa del socialismo.

En ese contexto, la ausencia para las masas de una alternativa socialista ha abierto un amplio espacio político a direcciones y corrientes “antineoliberales” que proponen reformas al capitalismo.

 

1.2. En estrecha combinación con estos cambios en la conciencia, se desarrollan luchas y movilizaciones nacionales e internacionales, en forma también muy desigual, pero que expresan un vasto proceso de resistencia a los ataques redoblados del capitalismo y sus gobiernos y, en general, una redoblada protesta por las consecuencias cada vez más bárbaras e inhumanas de su dominio global. Este proceso de resistencia, que tiende a ampliarse, es otro componente importante del cambio de la situación mundial.

Esta resistencia aún no configura una contraofensiva generalizada de las masas, en primer lugar por los límites en la conciencia, organización y programas de los sectores en entran en lucha (que se expresan sobre todo en la debilidad de una alternativa anticapitalista y socialista, y en la falta de coordinación internacional de las luchas). Las luchas, incluso las que toman formas duras y explosivas (como la rebelión de Ecuador, donde estuvo planteada, aunque muy distorsionadamente, la cuestión del poder), todavía son parte de un proceso esencialmente defensivo.

Sin embargo, en este proceso de resistencia y protesta se ha ido desplegando un creciente y amplio abanico de sectores sociales, algunos de ellos no previstos, como los de las movilizaciones campesino-indígenas en América Latina.

Como en un microcosmos, la movilización de Seattle reflejó esa rica heterogeneidad mundial de la protesta, abarcando al obrero industrial clásico, a otros sectores asalariados, a campesinos, a jóvenes y estudiantes, a profesionales, a mujeres, a luchadores por problemas ecológicos, de género, etc.

La amplitud y variedad de los sujetos sociales en lucha ha dado pie a quienes pretenden esfumar toda perspectiva de clase y por lo tanto consecuentemente anticapitalista. Se habla de movimientos de la “sociedad civil”, sin carácter de clase.

Sin embargo, la clase trabajadora asalariada de ninguna manera está ausente de este multiforme proceso de resistencia. En algunos países está en el centro de la escena. En otros, aunque también está presente, el centro lo ocupan otros sectores sociales y movimientos.

Sin un enfoque de clase no se puede entender lo que está sucediendo ni actuar revolucionariamente sobre ello. La clave de esta protesta universal es que el capitalismo, la clase de los capitalistas, en esta fase de globalización ha acentuado cualitativamente su carácter degenerativo y destructivo, que afecta no sólo a los trabajadores asalariados, sino también a las más amplias capas sociales y países. Pero así se están colocando las premisas materiales para poder unir en un combate común contra la clase de los capitalistas-imperialistas a los trabajadores con los sectores sociales más heterogéneos de explotados y oprimidos.

 

1.3. La riqueza y amplitud social de este proceso se refleja en la también extensa variedad de organizaciones y movimientos que han salido a la palestra, en los últimos tiempos. Hay de todo, tanto viejas como nuevas organizaciones y movimientos: sindicatos tradicionales y otros de nuevo tipo, organizaciones campesinas y/o indígenas, movimientos de trabajadores desocupados, de “derechos humanos”, de trabajadores emigrantes “sin papeles” y de gente de “sin techo”, movimientos de “sin tierra” en el campo e igualmente de ocupación de terrenos en las ciudades, organizaciones de favelas, movimientos ecologistas, de género, de identidad sexual, etc.

 

1.4. En este cuadro, otro cambio que estimamos de trascendental importancia es la aparición de un nuevo internacionalismo. Las realidades de la globalización y las ensordecedoras alabanzas que hizo de ella la burguesía imperialista han abierto los ojos de millones de explotados: se empieza a  comprender que las cuestiones fundamentales hoy se deciden a nivel internacional. Frente a la globalización del capital se va haciendo evidente para muchos la necesidad de globalizar las luchas, de internacionalizar la resistencia.

Este nuevo internacionalismo, expresado en movilizaciones como las de Seattle y Praga, en las manifestaciones antiALCA en Canadá y América Latina, y en eventos como el Foro Social Mundial de Porto Alegre, no sólo es diferente de las experiencias históricas de las internacionales obreras y socialistas del pasado, sino que no está aún plenamente delineado y definido.

Los rasgos de estas luchas y/o eventos internacionales están configurados por la combinación peculiar de los viejos y nuevos movimientos y organizaciones que participan en ellos, y que reflejan a muy distintos sectores sociales, ideologías y programas, a los que nos referiremos luego.

Definimos categóricamente a los movimientos de resistencia, nacionales e internacionales, como progresivos, por lo cual es una necesidad y a la vez una obligación de los marxistas revolucionarios la de participar de ellos. Es desde esta clara definición, que son movimientos progresivos, que tomamos posición ante sus variadas contradicciones, limitaciones e insuficiencias ideológicas, políticas, programáticas y de dirección.

 

1.5. Por último, hay otro rasgo que expresa también un cambio de tendencias, importante para nosotros. Que, también en forma muy desigual según los países, se están abriendo espacios mayores para lo que podríamos llamar la “izquierda roja”, principalmente los trotskistas o marxistas revolucionarios. Y, simultáneamente y ligado a este fenómeno, se observan signos de recomposición y cambios en el movimiento trotskista y de “extrema izquierda” en general.

Donde ambas tendencias de ampliación de espacios y de recomposición aparecen más claras es en Europa, pero también en Asia-Pacífico y América Latina hay hechos en ese sentido.

 

2. Los cambios de la situación mundial son causados por las crecientes reacciones ante los desastres del capitalismo imperialista

 

2.1. Los acontecimientos de 1989/91 marcaron el inicio de un nuevo ciclo o período histórico, dentro del cual estamos. Los cambios de la situación mundial que aquí analizamos, se dan en el marco de este ciclo histórico.

En 1989/91 el capitalismo imperialista celebraba una victoria que creía definitiva e incuestionable de aquí a la eternidad. Culminaba en esos momentos la ofensiva reaccionaria Reagan-Thatcher desarrollada en los años 80.

Este triunfo de la burguesía imperialista (y, por consiguiente, derrota de las masas trabajadoras y los pueblos explotados) había combinado distintos procesos anteriores, tanto políticos como económico-sociales, que tuvieron también desigualdades en sus tiempos y ritmos.

 

2.2. En primer lugar, en los años 80, se fue consumando la derrota del último ascenso revolucionario del siglo XX. Es decir, el proceso iniciado a fines de los 60 y que se desarrolla en los 70, tanto en Europa (Mayo Francés, Primavera de Praga, ascenso obrero en Italia, Revolución Portuguesa, resistencia antifranquista en España, etc.) como en América Latina (procesos en Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay, Perú, y luego, las revoluciones en Nicaragua y Centroamérica) y en otros países y continentes (guerra de Vietnam y movimientos contra ella en EE.UU.).

 

2.3. Especialmente las derrotas del proletariado europeo a principios de los 80 (principalmente de la huelga minera inglesa y el aplastamiento de Solidaridad en Polonia) desvanecieron en Europa las posibilidades de ofrecer una opción independiente y de clase, una alternativa socialista, a la crisis de la URSS y los estados del Este, que ya era evidente y anunciaba el estallido posterior.

Esto fue decisivo para que la caída de esos estados burocráticos se realizara en un marco internacional, y particularmente europeo, en el que la única opción que aparecía era la del capitalismo. Así, la consiguiente restauración y la reconversión de sectores de la burocracia en burguesías más o menos coherentes o más o menos mafiosas según los países, se realizaron prácticamente sin oposición de las masas trabajadoras.

 

2.4. Las derrotas se fueron combinando con complejos procesos económico-sociales que se desarrollaron en respuesta a la crisis capitalista de inicios de los 70, que marcó el fin del modelo global de acumulación establecido en la postguerra. Esas transformaciones, que se designan con el equívoco término de “globalización”, fueron también parte fundamental de la ofensiva del capitalismo imperialista contra las masas trabajadoras del mundo y los pueblos de la periferia.

No es por casualidad que los movimientos de resistencia, sobre todo los internacionales, hacen de la “globalización”, sus mecanismos y efectos, un eje principal de lucha. Es que la presente fase de globalización del capital imperialista ha elevado a la máxima potencia el carácter degenerativo, explotador, inhumano, destructivo y parasitario que de por sí siempre tuvo el capitalismo. Las crisis sociales y ecológicas se van agravando, se multiplican los elementos de barbarie y, a la larga, está en cuestión la supervivencia misma de la humanidad y de la naturaleza.

Este carácter degenerativo y destructivo no depende simplemente de los ciclos de crecimiento/recesión, aunque se acentúa en las coyunturas recesivas como la que parece haberse iniciado.

La expansión universal del capitalismo hace realidad los extremos que en Marx eran más bien profecía. El abismo entre las riquezas de un puñado de transnacionales y billonarios y la miseria de la mayoría de la humanidad se ensancha sin pausas. La polarización social crece dentro de todos los países y también entre ellos mismos. EE.UU., la nación más rica del mundo, da el ejemplo, arrojando a la miseria a millones de sus ciudadanos.

La superexplotación y el fin de la jornada de 8 horas han sido impuestos a la mayoría de los trabajadores del mundo. Simultáneamente, el desempleo permanente de cientos de millones de trabajadores se ha convertido en el emblema de la globalización. Sectores más y más amplios se ven obligados a trabajar por un salario. Pero, al mismo tiempo, el capitalismo es cada vez menos capaz de darles empleo. Así, la exclusión es el signo de la época.

En esta fase, como en ninguna anterior, el capital está logrando una mercantilización universal de las relaciones y necesidades humanas. Esto se traduce en una deshumanización asfixiante y cada vez más intolerable.

 

2.5. Esta fase del capitalismo ha significado particularmente una tragedia para gran parte de los pueblos de la periferia, ya sea del llamado “Tercer Mundo” o de los ex “países socialistas”, que conforman la mayoría de la humanidad.

Aunque también aquí se manifiestan desigualdades notables entre el desarrollo de algunos países de Asia y los desastres de África y América Latina, de conjunto el foso que separa en todos los terrenos a los países de la periferia de los centros imperialistas de la Unión Europea, EE.UU./Canadá y Japón viene creciendo irremediablemente.

Para África negra la globalización está implicando una catástrofe humana. Países enteros han sido excluidos. El sida, las guerras fraticidas azuzadas por los depredadores de EE.UU. y Europa y la destrucción de la naturaleza están llevando a cabo un genocidio que no tiene paralelo en la historia.

Para América Latina, la inserción en la globalización abrió el camino a una nueva colonización. A nivel económico, la deuda externa, la apertura incondicional a los capitales y las mercancías de los países centrales y las privatizaciones no sólo han multiplicado el desempleo y la ruina de amplios sectores productivos sino que también han implicado un salto en el sometimiento a los tres centros del imperialismo, en especial a EE.UU.

Aunque con desigualdades, este proceso de nueva colonización se manifiesta también a nivel político y de los estados. En ellos, los funcionarios de los organismos internacionales del imperialismo, en especial el FMI y el Banco Mundial ejercen de hecho funciones gubernamentales.

 

2.6. A nivel mundial, el imperialismo yanqui acrecienta su dispositivo militar como en la época de la guerra fría, como lo demuestra la intención de llevar adelante su proyecto escudo espacial antimisiles, con el fin de imponer su supremacía absoluta y su casi monopolio en el terreno de la guerra nuclear. Por su parte, en la UE también se hacen planes militares de una fuerza europea independiente de la OTAN.

En América Latina, EE.UU., mientras no cesa de vender armas a los gobiernos, está tejiendo una de red acuerdos militares para subordinar los distintos ejércitos a su control y para establecer bases desde donde enfrentar las rebeliones que puedan desbordar a los estados, muchos de ellos en crisis. En Colombia, la intervención militar ya es un hecho. Pero el llamado Plan Colombia es un dispositivo que no se limita a operar dentro de las fronteras de ese país, sino que expresamente se proyecta hacia sus vecinos.

 

2.6. La suma de desastres sociales y ecológicos, de explotación, guerras, miseria y agravios que directa o indirectamente el capitalismo imperialista está infligiendo a la gran mayoría de la humanidad se proyecta hacia distintas direcciones. Por eso, desde esas diferentes direcciones, convergen las protestas, la disconformidad y las luchas de resistencia. Es una amplia y heterogénea variedad de sectores, porque es también muy amplio el espectro de los afectados, de las víctimas del sistema.

 

3. Los efectos contradictorios de la caída de la URSS y del bloque del Este.

 

3.1. En los distintos aspectos de los cambios de la situación mundial siguen gravitando las consecuencias de la caída del stalinismo como aparato internacional contrarrevolucionario basado en el Estado soviético y de que la vuelta al capitalismo se haya realizado sin que las masas hayan luchado por una alternativa propia, verdaderamente socialista. Aunque se dieron íntimamente entrelazados, hay que distinguir entre ambos hechos, que no son lo mismo. De ellos se derivan consecuencias contradictorias, unas negativas pero otras positivas.

 

3.2. El desastre del “socialismo real” y luego la restauración del capitalismo sin una alternativa de los trabajadores, fue celebrado por la burguesía como el fracaso histórico del socialismo, pero también impactó en la conciencia de las masas. Millones de trabajadores y explotados tomaron el hundimiento del falso “socialismo” de los burócratas stalinistas como la imposibilidad  de establecer otro sistema social.

Este fenómeno, que hemos definido como de crisis de la alternativa socialista al capitalismo, es el problema ideológico y político más grave que enfrentamos, y tiñe el conjunto de los procesos, los movimientos y las luchas del presente.

Se genera así una contradicción muy seria. Arrecian el descontento, las críticas y las luchas que objetivamente enfrentan al capitalismo. Pero, al mismo tiempo, la inmensa mayoría no tiene un proyecto alternativo de con qué reemplazarlo. Por el contrario, sigue dominando la idea de que no es posible otro sistema social. No se ve más allá del horizonte del capitalismo. Sólo sectores de la vanguardia o minoritarios de las masas se replantean la perspectiva socialista.

 

3.3. Esta contradicción abre un amplio espacio político a distintas propuestas de reformas del capitalismo. Desde los más diferentes sectores políticos, sindicales, ONGs, asociaciones y movimientos sociales, y desde el púlpito hasta la cátedra universitaria, al mismo tiempo que se critica al liberalismo y al capitalismo “salvaje”, se hacen propuestas para configurar otro capitalismo. Mediante regulaciones aplicadas por los estados nacionales y/o pactadas internacionalmente, se podría conformar un capitalismo distinto, más “humano” y  “civilizado”.

Se trata de un nuevo reformismo. El viejo reformismo planteaba el paso del capitalismo al socialismo, aunque no mediante revoluciones sino por medio de reformas graduales. En cambio, para el actual neoreformismo, el capitalismo es un límite insuperable. No propone ningún tipo de socialismo, sino “regular” y modificar al capitalismo para que deje de ser salvaje y destructivo, y se humanice. Es antiliberal, no anticapitalista.

Sin embargo, hoy el capitalismo globalizado no da mayores márgenes estructurales para otorgar reformas. El desarrollo del nuevo reformismo se asienta en un fenómeno político-ideológico: la crisis de la alternativa socialista que dejó en las masas el desastre del Este. Es un “reformismo sin reformas”.

 

3.4. El “antiliberalismo” de las viejas y nuevas corrientes reformistas tiene un amplio espacio y es dominante en los movimientos de resistencia y sus direcciones. Pero no estamos simplemente ante la antigua “crisis de dirección” de la que hablaba Trostky (la contradicción entre masas que empujan hacia la revolución socialista y direcciones que hacen lo contrario). El problema es más complejo: las direcciones neoreformistas no se asientan sobre masas que empujan  hacia la revolución socialista sino en masas que luchan, se defienden, resisten pero con la limitación de no tener un proyecto alternativo al actual sistema.

 

3.5. De los efectos contradictorios que tuvieron los acontecimientos de 1989/91, la crisis de alternativas al capitalismo es lo que apareció de inmediato y está más a la vista. Pero la caída del aparato del Kremlin ha tenido otros efectos, que no se manifestaron inmediatamente sino más a largo plazo y que ahora, con los cambios de la situación mundial, se empiezan a delinear con más nitidez. Son efectos, en mayor o menor medida, positivos. Señalemos algunos.

 

3.7. El imperialismo no pudo aún configurar un “nuevo orden” con la solidez del que reguló al mundo desde Yalta-Potsdam hasta la caída de la ex URSS. Hoy esto comienza a hacerse crítico por diversos motivos: desde los problemas propios del capitalismo globalizado (que exigirían regulaciones internacionales para enfrentar sus crisis), hasta las tensiones entre los diferentes imperialismos y de todos ellos con el resto del mundo. Nada de esto está “regulado” a escala mundial con un sistema de estados como fue el de Yalta-Potsdam.

 

3.8. Sin su aliado-rival burocrático, el imperialismo está hoy directamente en la “primera línea” del enfrentamiento y contención de los movimientos sociales, las luchas y protestas. El antiguo aparato del Kremlin establecía mediaciones y además garantizaba directamente el “orden” en buena parte del planeta. Con todas las limitaciones de las actuales luchas, tienen sin embargo la ventaja de que no pueden ser encuadradas (y así encadenadas y liquidadas) en el marco de una “guerra fría” entre dos bloques de estados. Fue en esa telaraña de la “guerra fría” entre estados donde quedaron enredadas las revoluciones (desde la china a la cubana), las luchas de los trabajadores y los movimientos antiimperialistas del Tercer Mundo.

 

3.9. La caída del falso socialismo estatista y burocrático abre la posibilidad de reconstruir una perspectiva socialista auténtica. Esto no es algo del lejano futuro, sino rigurosamente actual. Es que hay más espacio y mejores condiciones para la democracia directa de los trabajadores y las masas, para la autodeterminación y la autooorganización. Es decir, para poner en práctica e ir ejercitando hoy, en las luchas, movimientos y organizaciones de las masas, lo que será mañana la trama de la construcción socialista.

 

3.10. Todo esto se resume en que hoy no existe un aparato burocrático mundial, basado en un poderoso estado, que de una u otra manera manejó directamente o condicionó indirectamente a los movimientos de los trabajadores y las masas, sus luchas y revoluciones durante gran parte del siglo. Un aparato mundial que, por su tremendo peso, también condicionaba de hecho a quienes lo combatían, como el movimiento trotskista. Por supuesto, siguen en pie direcciones y aparatos burocráticos de todo tipo e ideología, pero ninguno de ellos admite comparación con lo que fue el del Kremlin.

 

4. Los movimientos de resistencia y nuestra política.

 

4.1. Hemos señalado que la resistencia de los trabajadores y las masas oprimidas a los ataques del capital reviste entonces un carácter multiforme, generando todo tipo de luchas, movimientos y procesos de organización, utilizando los canales de antiguas estructuras -especialmente sindicales- así como creando nuevas organizaciones sindicales, asociativas y sociales.

Para los marxistas revolucionarios, se trata de intervenir en todos estos procesos y organizaciones, cualesquiera sean el carácter de sus direcciones y sus confusiones políticas e ideológicas, con el objetivo central de que las luchas y movimientos adquieran una dinámica anticapitalista y socialista. Por eso alentamos permanentemente la autoorganización de los que luchan, la democracia más absoluta en todos las movilizaciones y organizaciones obreras y populares -libre confrontación de las ideas y decisión mayoritaria de los participantes mismos, pero también respeto de las minorías, federalismo y derecho a la experimentación-, así como su independencia frente al Estado y todas las fuerzas institucionales (partidos capitalistas “de izquierda” o populistas, burocracias sindicales, etc.).

 

4.2. La reconstrucción del movimiento de los trabajadores sobre nuevos ejes de clase precisa de una política para construir organizaciones de masas -revolucionando las viejas estructuras y/o creando otras nuevas- que superen los marcos estrechos impuestos por las direcciones burocráticas que se niegan a unir a los explotados y oprimidos.

Frente a la actual ofensiva del capital, resulta por ejemplo imprescindible tener sindicatos u otras organizaciones de masas capaces de unir a los trabajadores con empleo y sin empleo, fijos y contratados, nativos e inmigrantes, etc. Organizaciones de masas que vayan más allá de las reivindicaciones sectoriales o corporativas y asuman cuestiones como la opresión de género, de derechos humanos, racismo, ecológicas, etc.

 

4.3. Debemos aprender de los nuevos procesos de lucha de la clase trabajadora, así como de distintos tipos de movimientos sociales o político-sociales (inmigrantes, indígenas, campesinos sin tierra, feministas, ecologistas, antiimperialistas, antimundialización, etc.), integrando en nuestro programa sus reivindicaciones que hacen a situaciones de opresión y/o a necesidades humanas, peleando para que las tome el movimiento de los trabajadores de conjunto.

Al mismo tiempo, partiendo del movimiento real y sus necesidades, intentamos desarrollar sistemas de reivindicaciones transicionales que permitan desarrollar la movilización y organización, hasta llevar a la necesidad de abolir el capitalismo e instaurar una sociedad basada en la libre asociación de los productores y consumidores.

Para desarrollar esa política es imprescindible una relación íntima con las luchas de resistencia, actuando en los movimientos y las organizaciones de masas tal cual son.

 

5. La lucha contra el viejo y el nuevo reformismo.

 

5.1. En todos los movimientos y luchas actúan direcciones y corrientes del viejo reformismo (como algunos PCs) o, con mucha más frecuencia, neoreformistas.

Frente a estas corrientes por una parte desarrollamos una lucha política-ideológica para demostrar que el neoliberalismo no es más que la presente fase, profundamente degenerativa, del capitalismo, y que no hay solución a las necesidades humanas si no se ataca al capital y a la propiedad privada mismos.

 

5.2. En este marco, combatimos las nuevas ilusiones, producto de la presión de la ideología antineoliberal, según la cual las reivindicaciones “ciudadanas” dentro de las instituciones del Estado democrático burgués podrían tener por sí mismas una dinámica anticapitalista y socialista. Así lo plantean, por ejemplo, las interpretaciones de algunos sectores marxistas alrededor de la temática de la “democracia participativa”.

 

5.3. Por otra parte, mientras intervenimos en las organizaciones de masas o que reflejen procesos efectivos de lucha, implementamos unidades de acción y frentes únicos parciales con las fuerzas reformistas y neoreformistas.

En este marco batallamos para que las movilizaciones se dirijan contra el capital y sus instituciones, nacionales e internacionales (Unión Europea, ALENA, Mercosur, proyecto ALCA, OMC, ONU, OTAN, etc.), evitando el callejón sin salida de sus ilusorias “reformas”.

Al revés de toda postura “doctrinaria”, empujamos para que las reivindicaciones antiliberales, por mínimas que sean (como por ejemplo, la tasa Tobin), sean impuestas a través de la movilización independiente de los trabajadores y las masas. Exigimos de las direcciones neoreformistas que tomen tal camino, y en ese mismo movimiento denunciamos su profunda inconsecuencia.

 

5.4. Para no caer en posturas sectarias o ultimatistas frente a las nuevas movilizaciones, es preciso entender que el peso de la ideología antineoliberal está directamente relacionado con la crisis de alternativa al capitalismo (crisis de la perspectiva socialista), producto de las condiciones específicas en las que cayeron la URSS y el stalinismo. Por lo tanto, refleja en parte la situación y los límites actuales del propio movimiento de masas.

El viejo reformismo —socialdemócrata, stalinista o nacionalista burgués— no era más progresivo que el actual, aunque hablaba de socialismo los días de fiesta. En la etapa del boom de postguerra, en la cual el capitalismo podía hacer concesiones, fue totalmente funcional al mantenimiento del sistema. Constituyó una arma esencial de la burguesía para contener procesos revolucionarios o mantener la paz social a cambio de reformas.

En la actual fase de capitalismo globalizado, donde no quedan márgenes para concesiones significativas y duraderas, el neoreformismo antiliberal es, como hemos dicho, un “reformismo sin reformas”.

Hasta ahora, su funcionalidad en relación al sistema se expresa en la capacidad política que ha demostrado, en cierta medida, para limitar la revuelta antiglobalización encauzándola hacia las instituciones democrático-burguesas en nombre de perspectivas totalmente ilusorias: reforma de la OMC y el FMI en lugar de su destrucción, “Europa social” en el marco de las instituciones de la Unión Europea, “presupuesto participativo” como (auto)gestión de la penuria en lugar de mejoras efectivas que sólo podrían ser logradas atacando al capital, etc.

Es así que los partidos que ascienden al gobierno con un discurso “antiliberal” terminan por aplicar, en el mejor de los casos, políticas “social-liberales” como el gobierno de Jospin en Francia. En América Latina, donde la posibilidad de concesiones es infinitamente menor, el neoreformismo antiliberal se agota rápidamente cuando llega a posiciones de gobierno, como los casos del PRD mexicano o el Frepaso de Argentina. En el mismo sentido, Chávez en Venezuela ensaya un nuevo “nacionalismo” pero que, a diferencia de los grandes movimientos nacionales “tercermundistas” de postguerra, no va mucho más allá de los discursos.

 

5.5. Sin embargo, las reivindicaciones antiliberales cuestionan efectivamente algunos de los rasgos más escandalosos y destructivos del sistema. No por casualidad en ningún país encontraron el inicio de una aplicación real.

En esta situación, mas que nunca hace falta distinguir entre las aspiraciones de las bases, y las políticas de los aparatos o de las corrientes conservadoras. Nos apoyamos en el “sano antiliberalismo de las masas” (y en este marco de muchos activistas, dirigentes, organizaciones y corrientes), que ya empieza a generar algunos elementos de una conciencia anticapitalista, contra el antiliberalismo fraudulento de las direcciones burocráticas, pequeño-burguesas y burguesas.

 

6. La lucha por reabrir una perspectiva socialista.

 

6.1. El eje estratégico que ordena toda nuestra intervención es el combate por reabrir una perspectiva socialista auténtica, basada en el autogobierno de los trabajadores y las masas en el marco de la más amplia democracia: una democracia desde abajo que sea lo más directa y lo menos delegativa posible.

Hoy esto significa contribuir, con las herramientas del marxismo revolucionario, a la reconstitución entre las masas explotadas de una conciencia anticapitalista, internacionalista, revolucionaria y socialista. Para ello, nos apoyamos en las tendencias objetivas crecientes a la socialización de la producción a escala mundial, y en las experiencias de autoorganización y de contrapoderes que las movilizaciones de masas generan.

 

6.2. Asumir esta tarea implica sacar las enseñanzas de las revoluciones del siglo XX, especialmente de la degeneración stalinista de la Revolución Rusa y del falso modelo del “socialismo real” que se impuso a escala planetaria, dominando durante décadas a los movimientos de los trabajadores y los oprimidos.

Los acontecimientos de 1989/91 levantaron el velo sobre la realidad de esas formaciones económico-sociales que, lejos de abrir la transición al socialismo, la habían bloqueado totalmente. Y que también, en vez de constituir un punto de apoyo para las luchas de liberación social y nacional, las deformaron hasta extremos inauditos, como fue el caso de Camboya.

 

6.3. Más allá de las vicisitudes de la revolución internacional en los años 20, la experiencia de la URSS y demás Estados stalinistas (a los que la mayoría de las corrientes trotskistas consideró “obreros burocráticos”), demostró que la mera estatización de la economía sin que se impulse simultáneamente un proceso consciente de disolución del Estado en la sociedad (socialización de la producción, desaparición paulatina de la relación salarial, apropiación de las funciones estatales por el conjunto de la sociedad autoorganizada) genera nuevas formas bastardas de opresión y explotación burocráticas. Su dinámica a largo plazo lleva de vuelta a la explotación capitalista.

Como lo advirtió en su momento Christian Rakovsky en Los peligros profesionales del poder, cualquier proyecto socialista sin libertad, especialmente sin la más absoluta democracia para el pueblo trabajador, conduce a que el sector de la clase trabajadora que se instala en el poder, se separe de ella, y que tienda a transformarse (a través de su control del Estado) en una nueva capa social dominante.

Es por eso que la organización autónoma de los explotados y oprimidos y la democracia proletaria-socialista tienen un valor estratégico. Son imprescindibles no sólo para enfrentar mejor del capitalismo y al fin triunfar, sino también para preparar una verdadera construcción socialista que esta vez tenga éxito. Esto implica tanto el ejercicio de la democracia directa desde abajo como expresión del poder directo de los trabajadores y de la sociedad autoorganizados, como el control y revocabilidad permanentes en los inevitables mecanismos de democracia representativa.

 

7. El proceso de reagrupamiento de los marxistas revolucionarios.

 

7.1. En el texto fundacional de nuestra corriente como tendencia internacional independiente y pública (Por un nuevo curso en el movimiento obrero y revolucionario, diciembre de 1998), señalábamos que defendiendo “un nuevo curso en los métodos y procedimientos de construcción y colaboración, capaz de desterrar décadas de intolerancia, divisiones y expulsiones” en el movimiento trotskista, pretendemos “también contribuir, con todas nuestras fuerzas y posibilidades, al necesario proceso de reagrupamiento de los marxistas revolucionarios”.

Desde el momento en que esas líneas fueron escritas, importantes procesos comenzaron a desarrollarse en la extrema izquierda, principalmente -pero no exclusivamente- en Europa. Al compás de la revitalización de las luchas y de los cambios en la conciencia de los trabajadores, aprovechando las nuevas condiciones históricas en las que la losa stalinista finalmente ha sido levantada, el marxismo revolucionario vuelve a crecer en varios países, no sólo en número de militantes sino principalmente logrando inéditos niveles de influencia, estructural e incluso electoral. Al mismo tiempo que se da este crecimiento, hay experiencias de recomposición.

 

7.2. En esta situación, varias de sus principales corrientes anuncian una voluntad de superar la situación anterior, en la que predominaban el exclusivismo o la ignorancia mutua, muchas veces los enfrentamientos y generalmente la autoproclamación. Se han iniciado debates y colaboraciones, se han implementando frentes y hasta unificaciones, en un espíritu que rompe con un sectarismo incomprensible para la casi totalidad de los trabajadores.

Hay varias expresiones de esta tendencia. Empiezan a desarrollarse cooperaciones internacionales, por encima de las divisiones entre las distintas “internacionales”. Al respecto, hay que destacar especialmente la formación de la Conferencia Anticapitalista Europea, que agrupa a varias de las principales organizaciones revolucionarias del continente, junto con frentes y agrupamientos de la izquierda radical.

A nivel nacional, se han concretado procesos de reagrupamiento. En particular, la conformación, por iniciativa de un sector del CIO, del Scottish Socialist Party (Partido Socialista de Escocia) como una importante organización integrada por todas las tendencias del marxismo revolucionario de ese país, dirigentes y corrientes sindicales y además con miembros sin pertenencia tendencial, en un marco democrático, con derechos de tendencia pública.

Asimismo existe el proceso de formación de las Alianzas Socialistas en Inglaterra y Gales, que son frentes abiertos a todos los militantes de la izquierda anticapitalista. Están integrados e impulsados por las principales tendencias trotskistas y revolucionarias, como el SWP, principal organización de la Tendencia Socialista Internacional.

Tanto el SSP en Escocia como la AS en Inglaterra y Gales han lograron votaciones que reflejan ese espacio, aunque minoritario, que se abre para la extrema izquierda.

 En Francia, el crecimiento de la extrema izquierda ha ido acompañado de la integración en la LCR, sección de la Cuarta Internacional (Secretariado Unificado), de corrientes marxistas revolucionarias de distintos orígenes (entre ellas la componente francesa de Nuevo Curso).

En Asia-Pacífico, en los últimos años, hay hechos como el desarrollo de un fuerte partido trotskista en Pakistán (el PL), el giro al trotskismo de un importante sector de la antigua guerrilla del PC filipino, la coalición en Australia de los principales partidos y grupos trotskistas, etc.

En América Latina, aun con su evidente retraso, hay hechos significativos como, por ejemplo en Argentina, el crecimiento de las organizaciones de izquierda y la existencia de miles de militantes que se reclaman del trotskismo.

 

7.3 Consideramos sumamente progresivas estas experiencias de unidad y reagrupamiento. Es necesario superar la fragmentación extrema (que incluso se agravó en los 80 y 90) del movimiento marxista revolucionario, principalmente de origen trotskista. Es una impostergable necesidad para las masas trabajadores y su vanguardia. Sin la colaboración y la unidad de los revolucionarios, será imposible ofrecer una alternativa creíble ni elaborar el programa emancipador que nuestra clase precisa para este nuevo siglo.

Nuevo Curso, como tendencia de un mismo movimiento marxista revolucionario internacional, como uno de los componentes que luchan por construir organizaciones nacionales y una nueva Internacional de los trabajadores, por la revolución y el socialismo, se esforzará, en la medida de sus posibilidades, en participar y alentar este necesario proceso, aportando al debate los puntos de vista programáticos y teóricos que considera útiles para que sea plenamente exitoso.

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