Elecciones del 14 de octubre

SE ABRE UNA BRECHA

Por Roberto Sáenz

"Si la campaña electoral ofrece un singular interés para todo político inteligente es porque proporciona datos objetivos sobre las concepciones y los sentimientos –y por consiguiente, sobre los intereses– de las distintas clases de la sociedad. Las elecciones para instituciones representativas pueden ser comparadas en este sentido con los censos de población, pues proporcionan estadísticas políticas (...) Se comprende (...) que se las debe tomar en relación con toda la estadística social en general, y que (...) la estadística de las huelgas es a menudo (...) cien veces más seria y profunda que las estadísticas de las elecciones" (V. I. Lenin, "Resultado de las elecciones", 1/1/1913. Obras Completas, Editorial Cartago, 1971).

Las recientes elecciones han expresado de manera categórica que se ha abierto una brecha en el monopolio político de las instituciones de la "democracia" y de los partidos burgueses tradicionales (el PJ y la UCR). Esto ocurre por primera vez en las últimas dos décadas, en las que hubo que soportar el dominio prácticamente incuestionable del voto y del bipartidismo, más allá de la irrupción efímera de algunos "terceros partidos" capitalistas. Así, la situación de catástrofe socioeconómica en la que está Argentina, sumada a la inoperancia del gobierno y la "democracia" en acertar un rumbo que supere la bancarrota del país, comienzan a tener importantes consecuencias a nivel de la conciencia popular. El resultado electoral, ha sido una clara manifestación de este proceso, cuyas expresiones cotidianas son múltiples: masiva bronca en la población, explosiones sociales en localidades del interior, nuevas organizaciones del movimiento piquetero, huelgas de los docentes y de los estatales en Buenos Aires, Chaco, Entre Ríos o Formosa, nuevas experiencias clasistas del movimiento obrero, etc.

Al mismo tiempo, la contundencia política de los datos electorales es otra confirmación de que en el país se ha abierto una nueva etapa general de la lucha de clases marcada por la catástrofe económica, por una mayor polarización política y social, por un "adelgazamiento" del peso de la "democracia". Una nueva etapa de un carácter tan grave, tan dramático, tan agudo, que puede plantear por delante enfrentamientos sociales de enorme magnitud.

Unos pocos datos... o cómo "ganar" perdiendo

Arranquemos por una somera comparación estadística de estas elecciones con las de 1999. La Alianza se derrumbó: perdió más de 5 millones de votantes, mortalmente defraudados ante el engaño político más efímero de los últimos años. De la Rúa, totalmente deslegitimado, había perdido desde antes de las elecciones, a las que asistía sin candidatos propios. Así, la magnitud de la derrota del gobierno, ha sido enorme. El peronismo, a pesar de que ganó la elección y apunta a postularse como recambio del régimen, perdió 1.200.000 votos (700.000 en la provincia de Buenos Aires). Su triunfo, se puede revelar más endeble de lo que parece, porque el resultado electoral aumenta las contradicciones que lo atraviesan: el PJ se vera más confrontado a dar respuestas frente a la crisis que antes del 14/10, sin contar con un plan verdaderamente alternativo a la catástrofe actual. Al mismo tiempo, no hay que perder de vista que este partido mantiene un aparato de control social, el que puede cobrar gran importancia frente a las circunstancias que se avecinan. El cavallismo prácticamente desapareció: perdió 1.500.000 votos; y el partido de Patti hizo una floja elección, no sumando más votos que los que tenía. Esto es, las expresiones más a derecha retrocedieron claramente, contra todas las expectativas previas del supuesto apoyo masivo a las políticas que apelan a los miedos de la población: "seguridad", "orden" y "estabilidad".

¿Pero adónde fueron a parar estos millones de votantes?

Dos millones más que en el 99 se ausentaron del cuarto oscuro, totalizando así 6.540.000 personas en condiciones de votar (de estos, 3,5 millones –el 15%– se considera ausentismo "técnico", por lo que lo relevante políticamente son los otros 3 millones que no votaron). La suma del anulado y el blanco alcanzó 4.000.000 de votantes, cuando esta franja en el 99 había totalizado tan sólo 770.000 votantes. Las "nuevas opciones" de centro izquierda estuvieron claramente por debajo de lo esperado. Con 1.800.000 votantes –entre el ARI y el Polo Social– no alcanzaron a remontar la crisis abierta en este sector por el derrumbe político del Frepaso, mostrando que sectores minoritarios pero importantes de la clase media están -de alguna manera- "más a la izquierda" que el discurso de "humanizar el capitalismo", lo que al mismo tiempo debilita a la CTA.

Por su parte, la izquierda, hizo una importante elección, la mejor desde el 83: pasó de unos 450.000 votos en el 99, a 1.358.338 votos en éstas (considerando a IU, PH, PO-MAS, Zamora, PTS y el PSA). Esto lo analizaremos en el próximo articulo.

Los datos son, entonces, de la mayor importancia política: parte importante del "voto protesta" y a la centro izquierda, y la mayoría de la votación a la izquierda, muestran un fuerte rechazo al gobierno, a los planes de ajuste y a la misma "democracia", expresándose un giro a la izquierda electoral de franjas aún minoritarias pero importantes de las masas trabajadoras y de las capas medias. Como dijo un compañero, los partidos del sistema "ganaron" perdiendo.

Un duro golpe al sistema de partidos tradicionales

Sumados, la Alianza, el PJ y Acción por la República han perdido 8 millones de votos. Evidentemente, un duro golpe al sistema de partidos tradicionales. Pero no se trata sólo de la pérdida de votos. El PJ y la UCR han sido en los últimos 20 años las columnas vertebrales del régimen político imperante. Así, se ha venido a corroborar una crisis profunda en el sistema de partidos y de representación. Porque debemos recordar que la "democracia" argentina funciona sobre el monopolio de hecho de dos grandes partidos: el PJ y la UCR. El propio régimen presidencialista facilita este bipartidismo y alienta el mecanismo del "voto útil", por el cual los dos partidos mayoritarios terminan absorbiendo todas las disidencias. En el mismo sentido trabaja el mecanismo de reparto de los cargos y los pisos electorales para obtener puestos parlamentarios: son mecanismos de reparto que favorecen a los partidos del sistema. Sin embargo, su actual dispersión y pérdida estrepitosa de votos, sobre todo de la Alianza, efectivamente configuran un duro golpe a este mecanismo de dominio y monopolio político, y expresan la apertura de una brecha en esta hegemonía.

Esto no hace más que traducir electoralmente un proceso político y social más profundo: el "centro" político entra en crisis y se achica ante la magnitud de las contradicciones sociales. Los polos a derecha e izquierda aumentan, pero en este caso más bien la polarización ha sido hacia la izquierda. Por ejemplo, en la capital del país, donde, sin contar al centroizquierda, sumando sus votos totalizó el 27% de los votantes.

En este cuadro, la izquierda revolucionaria tiene un desafío claro: trabajar duramente en el terreno de la lucha de clases cotidiana para intentar transformar la simpatía electoral lograda en una fuerza orgánica y alcanzar verdadera influencia entre capas crecientes de las masas trabajadoras y la clase media.

El voto bronca como expresión de la crisis del régimen

Las recientes elecciones han sido una impactante demostración de la crisis y de un estado de ánimo mayoritario: una profunda indignación ante la catástrofe nacional. Al mismo tiempo, los problemas de las más amplias masas siguen ahí, tan o más graves que antes del 14, y se seguirán agravando a despecho del sentido mayoritario de la votación, ahora de la mano del "nuevo plan" de ajuste lanzado por Cavallo. La democracia de los ricos acumula así crecientes elementos de manifiesta ilegitimidad, de su inutilidad para resolver los problemas: capas crecientes de la población han ido tomando conciencia de la estafa de la "democracia", de que con el voto no se pueden solucionar los problemas. Este proceso es el que explica la magnitud del no voto, el blanco y el anulado. Estas son expresiones que han dado dos saltos en los últimos 20 años, precisamente en momentos de mucha crisis, lo que no puede ser casual. Esto ocurrió entre el 89-91, en plena hiperinflación, y, con mayor contundencia, ahora, mostrando que la crisis de dominio político, que el deterioro de la "democracia", se sigue profundizando.

Tampoco es casual el creciente desarrollo de experiencias que van en un sentido inverso a los mecanismos de la democracia indirecta, y que se vienen desarrollando de manera creciente desde mediados de los 90. Esto es, las prácticas de democracia directa: desde las asambleas populares, piquetes y cortes de ruta, hasta las coordinadoras y plenarios, se han venido instalando como parte de la experiencia de sectores de las masas populares.

Al mismo tiempo, es necesario destacar con claridad los límites políticos y sociales de esta franja electoral, que expresó un heterogéneo espectro. Hay que diferenciar entre el anulado y blanco de la clase media alta e incluso de sectores burgueses desmoralizados que "no tenían a quién votar", que no se sentían representados por nadie y cuyos voceros fueron periodistas como Neustadt, Hadad o Longobardi, y aquellos sectores de trabajadores, desocupados piqueteros, jóvenes y de clase media baja, que usaron esta forma para repudiar una situación a la que no le ven salida. En este sentido, son representativas las declaraciones de Emilio Alí, hechas desde prisión: "en el barrio nuestro (...) la gran mayoría no quiere saber nada de esta política. Nuestra política es la movilización, la organización, el piquete, los proyectos solidarios; ésa es la democracia que sabemos hacer, donde decidimos y hacemos entre todos (...) si estuviera libre no iría a votar" (Página 12, 15/10/01).

El desafío de los socialistas revolucionarios es saber dialogar con este sector de masas y ayudarlo a que, al compás de la crisis, dé un giro a la izquierda en su conciencia, confluyendo con la franja incipiente pero real de las masas que ahora la votaron.

En este sentido, tenemos una ubicación opuesta a los analistas patronales e incluso a partidos de la izquierda (como IU y el PO): el voto repudio es una manifestación progresiva de rechazo a las instituciones y la democracia, por lo menos en una parte muy importante de los que optaron por esta actitud. En consecuencia, es un crudo electoralismo (o una gran ceguera) relacionarse con este fenómeno como si fuera absolutamente funcional o absorbible por el régimen, solamente porque "nos pueda restar votos a nosotros".

Esto no niega que consideremos que sin duda el voto a la izquierda, por una propuesta en positivo, expresa un paso político claramente mayor, más avanzado, de búsqueda de una alternativa, que el no voto, el anulado y el blanco. Por esta razón creemos que ha sido correcto que la izquierda se presentara a las elecciones, más allá de la valoración sobre el contenido de la política con lo que lo ha hecho cada organización, cosa que haremos más abajo. Pero son fenómenos que se deben contener en un mismo marco en vez de contraponerlos, porque al calor de la crisis pueden y debemos ayudar a confluir.

El enésimo intento de un "salvador" fracasado

Pensar ahora en las elecciones del 2003 no solamente no es propio de socialistas revolucionarios, sino que simplemente no resiste el más mínimo sentido común. La mayoría no cree que De la Rúa llegue a esa remota fecha. La discusión sobre su continuidad nuevamente se ha puesto sobre el tapete.

Sin embargo, es la voluntad política del conjunto de la burguesía, del PJ en su totalidad, de la UCR, de las CGTs, de Carrió y la CTA, que De la Rúa llegue sano y salvo al 2003. Pretenden cuidar la "gobernabilidad", esto es, que el proceso abierto en el país no termine afectando aún más el dominio burgués, los mecanismos y la legitimidad de la "democracia" que establece que los presidentes sólo pueden ser reemplazados por medio del voto y que la soberanía popular sólo puede ejercerse de manera indirecta, mediante el voto, porque "el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes".

Para ellos, las luchas y la democracia directa desde la base, no son ni pueden ser parte del funcionamiento característico de la "democracia" y de la Constitución, precisamente porque apunta a expresar directamente otros intereses sociales: los de los trabajadores, que sólo se pueden abrir paso rompiendo las instituciones y mecanismos del engaño y el dominio burgués, que enmascaran y posibilitan el mando de la clase capitalista.

Hoy, la perspectiva de la continuidad de De la Rúa es más que dudosa. Está a la vista el fracaso profundo de las improvisaciones de Cavallo, hasta hace pocos meses presentado como un mesías. El hundimiento bochornoso de su partido ha sido un reflejo de esto. Sin embargo, en lo inmediato, está el hecho de que el conjunto de la burguesía está cerrando filas alrededor del enésimo ajuste lanzado por este gobierno. Ante el abismo, desde Duhalde y Alfonsín hasta Menem, desde la UIA hasta la Amalita Fortabat y Macri, todos han salido a apoyar este nuevo intento antiobrero y antipopular. De fracasar, la clase dominante seguramente volvería a quedar sin un rumbo político claro, con más divisiones en su seno, con sectores que vacilarán entre sostener a De la Rúa o apurar los pasos para intentar volver a postular al PJ como alternativa. O a plantearse nebulosas opciones de "salvación nacional" en manos de alternativas debilitadas como las de Alfonsín o la centroizquierda. Dolarización o devaluación, convertibilidad o default, Alca o Mercosur... todo puede caber en la botica burguesa de la crisis.

Hacia grandes choques sociales

"Generalmente, las crisis se precipitan rápidamente, sorprendiendo a los agentes. El caso argentino es atípico: si bien su "explosión" fue pronosticada con un amplio consenso, su desencadenamiento es el mas lento de la historia económica reciente" (Miguel Angel Broda, La Nación, 28/10/01).

Con agudeza, este analista neoliberal hace un buen análisis de la dinámica de la crisis argentina.

Las elecciones han sido una expresión y factor de agravamiento de esta crisis. Pero la misma no se reduce a ni depende de ellas, sino del contexto más general en el que se desenvuelve el proceso político del país.

Asistimos al extremo deterioro del régimen político y el gobierno, que se sume en una crisis cada vez más profunda, y al desarrollo de un nuevo ciclo en la lucha de los trabajadores. En el país se ha abierto una nueva etapa, de un carácter "prerrevolucionario": esto es, estamos a las puertas de la posibilidad de que se sucedan acontecimientos, explosiones populares, rebeliones, catástrofes económicas aún mayores, en un sentido general revolucionario... o reaccionario.

Lo que puede alimentar esta dinámica, es la tendencia a un choque brutal entre el intento del gobierno de profundizar la aplicación del ajuste y la pérdida total de legitimidad de ese mismo gobierno y esas medidas.

La actitud de De la Rúa parece ser apostar a la inercia social, a los elementos más conservadores de la vida y la conciencia social, a la falta de alternativas y puntos de referencias para los explotados y oprimidos, fenómenos que efectivamente pesan, producto de la profunda derrota popular de los ‘90. Sin embargo, están dados los elementos para giros bruscos en el estado de ánimo popular, porque cuando se alteran tan radicalmente las condiciones socioeconómicas, la reacción psicológica de las masas puede mutar rápida y sorpresivamente. Pero esto no puede ser un a priori: puede darse o no. Y sobre todo, no se puede saber por adelantado, ni con exactitud matemática, en qué momentos la actual situación madurará a un estadio superior.

En este marco, está planteada la posibilidad de una caída "traumática" de De la Rúa –no querida o no planificada por la burguesía–, que a diferencia de las graves situaciones del 75-76, 82-83 y 89-90, no tiene hoy un recambio tan claro "a la orden", aunque empieza a perfilarse alrededor del PJ. Esa caída traumática plantearía una crisis de poder o, más precisamente, de "gobernabilidad", debido a la actual falta de un poder de clase alternativo.

Pero no se puede perder de vista de que la dinámica del país esta sometida a un doble impasse: de la burguesía para seguir gobernando como hasta ahora (en este momento buscando salir de este, mediante el nuevo ataque), pero también de los trabajadores, que aun están lejos de plantearse imponer una salida propia, revolucionaria, lo que –por ejemplo- esta pesando ahora, cuando se demora una reacción masiva frente al nuevo ataque.

Esto plantea la cuestión central por la que hay que trabajar a brazo partido en toda la etapa que se ha abierto, y que viene con retraso ante la magnitud de la crisis global del país: el desarrollo de la conciencia, de los organismos, de los partidos y de la dirección política de los trabajadores que permitan resolver positivamente esta crisis de fondo. Lo que no se logrará con fórmulas oportunistas del tipo "elecciones ya" o "asamblea constituyente" (funcionales al recambio del propio régimen), sino por la vía de un gobierno de los trabajadores apoyado en otras instituciones: los organismos, plenarios, asambleas populares, coordinadoras y partidos de los trabajadores. En este desafío se juega la posibilidad de que la actual crisis derive en una perspectiva emancipadora: la revolución socialista.

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