Perspectivas del capitalismo

Poca paz, poca estabilidad y poca legitimidad

Por Immanuel Wallerstein

Presentamos un sugerente texto del historiador estadounidense Immanuel Wallerstein, incluido en su libro Después del liberalismo, con el título de "Paz, estabilidad y legitimación, 1990-2025/2050". Si bien el libro fue publicado en 1995, consideramos que el trabajo no ha perdido actualidad. Por el contrario, al tratarse esencialmente de un pronóstico de las tendencias históricas para las próximas décadas, resulta sumamente interesante, a la luz de los más recientes acontecimientos internacionales, constatar la aparición de algunas de las tendencias que entreveía el autor en el capitalismo mundial.. El texto que publicamos corresponde a la segunda parte del citado artículo (a excepción de pasajes que hemos omitido por razones de espacio, sin que se vea afectado el contenido), en el que Wallerstein pasa revista a las diferencias entre la expansión capitalista de la segunda posguerra y la que eventualmente podría tener lugar en el próximo cuarto de siglo. No hace falta compartir todos los puntos de vista del autor para reconocer que estamos ante un trabajo de enorme seriedad en un terreno –el de los pronósticos históricos– que suele dar pie a las hipótesis más antojadizas. Wallerstein, en cambio, fundamenta sus previsiones en una sólida y prudente evaluación de diversos planos (economía, geopolítica, demografía, ecología y otros), pero su mirada no es de un estructuralismo determinista, sino que reconoce el lugar de la acción humana subjetiva como componente esencial del proceso histórico, que queda por tanto abierto.

Supongamos que este cuadro es correcto: el surgimiento de una economía-mundo con China como parte del polo Japón-Estados Unidos y Rusia como parte del polo europeo. Supongamos además que hay una, e incluso, muy grande, expansión de la economía-mundo desde el año 2000 hasta alrededor de 2025, basadas en las nuevas industrias de punta monopolizadas. ¿Qué podemos esperar entonces? ¿Tendríamos efectivamente una repetición del periodo 1945-1967/1973, los "trente glorieuses" ("treinta gloriosos") de prosperidad mundial, relativa paz y, sobre todo, gran optimismo acerca del futuro. Creo que no.

Habrá varias diferencias que son evidentes. La primera y más obvia para mí es que estaremos en un sistema mundial bipolar y no unipolar. La idea de que entre 1945 y 1990 el sistema polar fue unipolar no es ampliamente compartida; va en contra de la autodefinición del mundo como mundo de "guerra fría" entre dos superpotencias. Pero como esta guerra fría se basaba en un arreglo hecho de común acuerdo entre los dos antagonistas para mantener el equilibrio geopolítico prácticamente congelado, y como (a pesar de todas las declaraciones en contra) ese congelamiento geopolítico nunca fue violado en forma significativa por ninguno de los dos antagonistas, yo prefiero considerarlo como un conflicto orquestado (y por consiguiente extremadamente limitado). En realidad quienes daban las órdenes eran los que tomaban las decisiones en Estados Unidos, y sus equivalentes soviéticos deben haber sentido una y otra vez el peso de esa realidad.

En contraste, creo que en los años 2000-2005 no podremos decir que ni el codominio Japón-Estados Unidos ni la CE estén "dando las órdenes". Su poderío económico y geopolítico estará demasiado equilibrado. (...)

La segunda diferencia importante deriva del hecho de que en los años 2000-2005 el esfuerzo de inversión mundial podría concentrarse en China y Rusia en la misma medida en que durante los años 1945-1967/1973 se concentró en Europa occidental y Japón. (...) Por consiguiente, la cuestión es la siguiente: después de invertir en las áreas "antiguas" y en las "nuevas": ¿cuánto quedará (incluso en pequeñas dosis) para el resto del mundo? La respuesta seguramente será que mucho menos, comparativamente que en el periodo de 1945-1967/1973.

Eso a su vez se traducirá en una situación muy diferente para los países del "Sur" (como quiera que éste se defina). En 1945-1967/1973 el Sur se benefició de la expansión de la economía-mundo, por lo menos de las migajas, pero en 2000-2005 corre el riesgo de que no le toquen ni las migajas. En realidad, es posible que la actual desinversión (de la fase B de Kondratieff [ciclo descendente de la economía capitalista]) que hay en la mayoría de las partes del Sur continúe en lugar de invertirse en la futura fase A [ciclo ascendente y de desarrollo]. Sin embargo las demandas económicas del Sur no serán menores, sino mayores. En primer lugar, la conciencia de la prosperidad de las zonas centrales y de la brecha entre Norte y Sur es mucho mayor hoy que hace cincuenta años.

La tercera diferencia tiene que ver con la demografía. Por el momento la población mundial continúa siguiendo el mismo patrón básico que desde hace ya dos siglos. Por un lado, hay crecimiento en todo el mundo. Lo que lo alimenta es principalmente el hecho de que en las cinco partes más pobres de la población mundial las tasas de mortalidad han venido descendiendo (por razones tecnológicas), mientras que las tasas de natalidad no descienden o por lo menos no han descendido mucho (debido a la ausencia de incentivos económicos suficientes). Por otro lado, el porcentaje de la población mundial de las regiones ricas del mundo ha venido declinando, a pesar de que en ellas la declinación de las tasas de mortalidad ha sido mucho más aguda que en las regiones menos ricas, debido a la disminución aún mayor de su tasa de natalidad (principalmente como forma de optimizar la posición socioeconómica de las familias de clase media).

Esta combinación ha creado una brecha demográfica paralela (o quizá mayor) a la brecha económica entre Norte y Sur. (...)

La respuesta que podemos esperar es una presión realmente masiva en torno a la migración del Sur al norte. El impulso a emigrar ciertamente existirá, no sólo por parte de los que están dispuestos a aceptar empleos urbanos mal pagados sino forzosamente también de las personas educadas del sur, cuyo número está creciendo significativamente. Pero además la fuerza de atracción será mayor que antes, precisamente en razón de la división bipolar de las zonas centrales, así como de la consiguiente presión aguda que impulsará a los empleadores a reducir sus costos empleando migrantes (no sólo como trabajadores no calificados sino también como cuadros de nivel medio).

Por supuesto habrá (ya hay) una aguda reacción social del norte, un reclamo de legislación más represiva para limitar la entrada y para limitar los derechos sociopolíticos de los que entran. El resultado podría ser el pero de los arreglos de facto: la incapacidad de impedir efectivamente la entrada de migrantes, unida a la capacidad de asegurarles una posición política de segunda clase. Esto significaría que para alrededor de 2025, en Estados Unidos, la CE e incluso Japón, la población socialmente definida como "sureña" bien puede llegar a representar entre el 25 y el 50% del total, y mucho más en algunas subregiones y en los grandes centros urbanos.

Sin embargo, como muchas (quizá la mayoría) de esas personas no tendrán derecho al voto (y posiblemente sólo tendrán en el mejor de los casos un acceso limitado a la provisión de bienestar social), habrá una elevada correlación entre los que ocupan los empleos urbanos peor pagados –y para entonces la urbanización habrá alcanzado nuevas alturas– y los que no tienen derechos políticos (ni sociales). Fue una situación de este tipo la que produjo, en Gran Bretaña y Francia durante la primera mitad del siglo xix, los fundados temores respecto a que las llamadas clases peligrosas pudieran derrumbar la casa. En aquella época los países industrializados inventaron el Estado liberal para sortear precisamente ese peligro, concediendo el sufragio y ofreciendo el Estado de bienestar para apaciguar a la plebe. Es posible que en 2030 Europa occidental/Estados Unidos/Japón se encuentren en la misma posición en la que estuvieron Gran Bretaña y Francia en 1830. ¿"La segunda vez como farsa"? [referencia a la célebre frase de Marx de que la historia ocurre como tragedia y se repite como farsa].

La cuarta diferencia entre la prosperidad que reinó entre 1945 y 1967/1973, y lo que podemos esperar entre los años 2000 y 2025 estará relacionada con la situación de las capas medias en las zonas centrales. Ellas fueron las grandes beneficiarias del periodo 1945-1967/1973: el número de sus miembros se elevó en forma espectacular tanto en términos absolutos como relativos, y lo mismo ocurrió con su nivel de vida y con el porcentaje de empleos definidos como "de estrato medio". Las capas medias pasaron a ser el pilar principal de la estabilidad de los sistemas políticos, y en realidad constituían un pilar muy grande. Además los trabajadores calificados que formaban el estrato inmediatamente inferior vinieron a soñar no con otra cosa que con llegar a ser parte de los estratos medios, por la vía de los aumentos de salario respaldados por los sindicatos, la educación superior para sus hijos y el mejoramiento de sus condiciones de vida con ayuda gubernamental.

Desde luego, el precio general de esa expansión fue un aumento significativo de los costos de producción, una inflación secular y una compresión considerable de la acumulación de capital. En consecuencia, la actual fase B de Kondratieff está generando intensas preocupaciones por la "competitividad" y las cargas fiscales del Estado. Esa preocupación no disminuirá sino que sin duda aumentará durante una fase A en que habrá dos polos de crecimiento en intensa competencia entre sí. Lo que se puede esperar, por lo tanto, es un esfuerzo persistente por reducir, absoluta y relativamente, el número de miembros de las capas medias en los procesos de producción (incluyendo las industrias de servicio). Habrá asimismo una continuación del intento actual de reducir los presupuestos estatales, intento que por último amenazará a la mayoría de esas capas medias.

Las consecuencias políticas de ese recorte de las clases medias serán muy gravosas. Educados y acostumbrados a la comodidad, los miembros de las capas medias amenazados de verse declassés (desclasados) no aceptarán pasivamente ese retroceso en su status y en su ingreso.

Ya vimos sus dientes durante la revolución mundial de 1968. Para apaciguarlos, de 1970 a 1985 se hicieron concesiones. Ahora esos países están pagando el precio de esas concepciones, y renovarlas será difícil, o si se renuevan afectarán la lucha económica entre la CE y el codominio Japón-Estados Unidos. En todo caso, la economía-mundo capitalista se verá enfrentada al dilema inmediato de limitar la acumulación de capital o bien padecer la rebelión político-económica de las capas antes medias. Será una amarga elección.

La quinta diferencia estará en las limitaciones ecológicas. Los empresarios capitalistas han vivido de la externalización de los costos desde el inicio de este sistema histórico. Uno de los mayores costos externalizados ha sido el costo de renovar la base ecológica de una producción global en perpetua expansión. Como los empresarios no renovaban la base ecológica y tampoco había un gobierno (mundial) dispuesto a cobrar impuestos suficientes para este propósito, la base ecológica de la economía-mundo se ha ido reduciendo constantemente. La última y mayor expansión de la economía-mundo, de 1945 a 1967/1973 utilizó el margen que quedaba, y eso fue lo que dio origen a los movimientos verdes y a la preocupación planetaria por el ambiente.

Por lo tanto la expansión de 2000-2025 carecerá de la base ecológica necesaria, y el desenlace puede ser uno de tres. El aborto de la expansión, con el consiguiente derrumbe político del sistema mundial. El agotamiento de la base ecológica más allá de lo que la tierra puede físicamente soportar, con las consiguientes catástrofes como el calentamiento global. O bien aceptarán seriamente los costos sociales de la limpieza, la limitación del uso y la regeneración.

Si el tercer desenlace posible, que es funcionalmente el que causaría menor daño inmediato, es el camino colectivamente elegido, inmediatamente generaría tensión en el funcionamiento del sistema mundial.

La limpieza puede hacerse a expensas del sur, haciendo aún más aguda la disparidad entre el norte y el sur y dando un foco claro a la tensión entre ambos, o bien los costos serán desproporcionadamente asumidos por el norte, cosa que necesariamente supondría una reducción del nivel de prosperidad en el norte. Además sea cual fuera el camino escogido, cualquier acción seria en relación con el ambiente inevitablemente reducirá el margen de beneficio global (a pesar de que la limpieza del ambiente en sí misma se convertirá en una fuente de acumulación de capital). Dada esta segunda consideración, y dado un contexto de competencia aguda entre el codominio Japón-Estados Unidos y la CE, podemos esperar un nivel considerable de fraude y por consiguiente de ineficacia en el proceso de regeneración, en cuyo caso estamos de vuelta en el primer o el segundo desenlace posible.

La sexta diferencia estará en el desenlace de dos líneas asintóticas de las tendencias seculares del sistema mundial: expansión geográfica y desruralización. En teoría, para 1900 la economía-mundo capitalista ya se había expandido hasta incluir todo el globo. Sin embargo eso era cierto principalmente dentro del alcance del sistema interestatal; sólo en el periodo 1945-1967/1973 llegó a ser cierto el alcance de las cadenas de mercancías. Sin embargo hoy es cierto de ambas formas, la economía-mundo capitalista también ha venido sufriendo un proceso de desruralización (llamado a veces, con menor exactitud, de proletarización) por cuatrocientos años, y con creciente velocidad en los últimos doscientos. Los años comprendidos entre 1945-1967/1973 presenciaron un salto espectacular en ese proceso: Europa occidental, Estados Unidos y Japón se desruralizaron por completo y el sur de manera parcial pero significativa. Es probable que ese proceso se complete en el periodo 2000-2025.

La capacidad de la economía-mundo capitalista para expandirse a nuevas zonas geográficas ha sido históricamente un elemento crucial en el mantenimiento de su tasa de beneficio y por consiguiente en su acumulación de capital. Ha sido el principal contrapeso al creciente aumento del costo de la mano de obra generado por el aumento del poder de las clases trabajadoras, tanto en política como en el lugar de trabajo. Si ahora ya no hay disponibles para el reclutamiento nuevos estratos de trabajadores que aún no han adquirido suficiente poder, en política o en el lugar de trabajo, para aumentar la parte de plusvalía que son capaces de retener, el resultado sería el mismo tipo de compresión de la acumulación de capital que está causando el agotamiento ecológico.

Hay una séptima diferencia entre la fase A de Kondratieff que se avecina y la última; tiene que ver con la estructura social y el clima político de los países del sur. Desde 1945 la proporción de las clases medias en el sur ha aumentado considerablemente. No era difícil, porque hasta entonces era extraordinariamente reducida. Si hubiese aumentado tan sólo del 5 al 10% de la población se habría duplicado proporcionalmente y, teniendo en cuenta el aumento de la población, en números absolutos se habría multiplicado por 4 o por 6. Como se trata de entre el 50 y el 75% de la población mundial, estamos hablando de un grupo muy grande. El costo de mantenerlos al nivel de consumo al que sienten que mínimamente tienen derecho sería enormemente elevado. (...)

La octava y finalmente la más seria diferencia entre la última fase A de Kondratieff y la próxima es puramente política: el ascenso de la democratización y la declinación del liberalismo. Porque es preciso recordar que la democracia y el liberalismo no son gemelos, sino en su mayor parte opuestos. El liberalismo se inventó para oponerse a la democracia. El problema que dio origen al liberalismo fue el de contener a las clases peligrosas, primero en el núcleo y después en todo el sistema mundial. La solución liberal consistía en conceder acceso limitado al poder político y una participación limitada en la plusvalía económica, a niveles que no amenazaran el proceso de incesante acumulación de capital ni el sistema estatal que lo sostenía.

El tema básico del Estado liberal en el nivel nacional, y del sistema interestatal liberal en el nivel mundial, ha sido el reformismo racional, fundamentalmente por medio del Estado. La fórmula de Estado liberal, tal como fue desarrollada en los Estados del centro en el siglo xix –sufragio universal y Estado de bienestar– funcionó maravillosamente. En el siglo xx se aplicó una fórmula comparable al sistema interestatal en forma de autodeterminación de los pueblos y desarrollo económico de los países subdesarrollados. Sin embargo tropezó con la incapacidad de crear un estado de bienestar en el ámbito mundial (como el que propugnaba, por ejemplo, la comisión Brandt): porque era imposible hacerlo sin chocar con el proceso básico de acumulación de capital por el capital. La razón era bastante simple: el éxito de la fórmula aplicada en los Estados del centro dependía de una variable oculta, la explotación económica del sur, combinada con un racismo antisureño. En el ámbito mundial esa variable no existía, lógicamente no podía existir.

Las consecuencias para el clima político son claras. Los años 1945-1967/1973 fueron el apogeo del reformismo liberal global: la descolonización, el desarrollo económico y sobre todo el optimismo acerca del futuro prevalecían en todas partes, occidente, oriente, norte y sur. Sin embargo en la subsecuente fase B de Kondratieff, completada la descolonización, el desarrollo económico esperado pasó a ser un vago recuerdo en la mayoría de las regiones y el optimismo se disolvió. Además, por todas las razones que ya se han expuesto, no esperamos que el desarrollo económico vuelva al primer plano en la próxima fase A y, por lo tanto, creemos que el optimismo ha sido fatalmente minado.

Al mismo tiempo, la presión por la democratización ha venido aumentando constantemente. La democracia es básicamente antiautoridad y antiautoritaria. Es la demanda por igual voz en el proceso político en todos los niveles e igual participación en el sistema socioeconómico de recompensas. La mayor limitación a esa presión ha sido el liberalismo, con su promesa de mejoramiento constante inevitable por la vía de la reforma racional. A la demanda democrática de igualdad ahora, el liberalismo respondía ofreciendo una esperanza diferida. Esto ha sido un tema no sólo de la mitad esclarecida (y más poderosa) del mundo sino incluso de los movimientos antisistémicos tradicionales (la "izquierda histórica"). El pilar del liberalismo era la esperanza que ofrecía. En la medida en que ese sueño se marchita (como "una uva al sol"), el liberalismo como ideología se derrumba y las clases peligrosas se vuelven de nuevo peligrosas.

Ése es, entonces, el rumbo en el que aparentemente iremos en la próxima fase A, aproximadamente entre 2000-2025. En algunos aspectos parecería ser un período extraordinariamente expansivo, pero en otros será muy duro. Es por eso por lo que espero poca paz, poca estabilidad y poca legitimidad. El resultado será el comienzo del "caos", que no es sino el ensanchamiento de las fluctuaciones normales del sistema con efecto acumulativo.

Creo que ocurrirá una serie de cosas, ninguna de ellas nueva. Lo que quizá será diferente es la incapacidad de limitar la violencia de esas fluctuaciones para volver el sistema a algún tipo de equilibrio. La cuestión es: ¿hasta qué punto prevalecerá esa incapacidad de limitar la violencia de las fluctuaciones?

1) La capacidad de los Estados para mantener el orden interno probablemente disminuirá. El grado de orden interno siempre es fluctuante, y las fases B son notorios momentos de dificultad; sin embargo para el conjunto del sistema el orden ha venido aumentando constantemente durante 4 o 5 siglos. Podríamos llamar a esto el surgimiento de la "estatidad" (stateness). (...)

Podemos dejar de lado la caída de la "estatidad" en la zona periférica como algo que era de esperar o que es políticamente insignificante, aun cuando va contra la tendencia secular y la ruptura del orden en demasiados Estados crea una tensión en el funcionamiento del sistema interestatal. Pero lo más amenazante es la perspectiva del debilitamiento de la "estatidad" en las zonas centrales y el fracaso del compromiso institucional liberal, al que se asiste según venimos argumentando, hace pensar que eso es lo que está ocurriendo. Los Estados están inundados de demandas de seguridad y bienestar que políticamente no pueden cumplir. El resultado es la gradual privatización de la seguridad y el bienestar, que nos lleva en una dirección de la que venimos apartándonos desde hace 500 años.

2) El sistema interestatal también viene haciéndose cada vez más estructurado y regulado desde hace varios siglos, de Westfalia [tratado que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en 1648] al Concierto de las Naciones, a la ONU y su familia. Tácticamente se suponía que íbamos pasando a un gobierno mundial funcional. Con euforia, Bush padre proclamó su inminencia como "nuevo orden mundial", lo que fue recibido con frialdad. Por el contrario, la amenaza a la "estatidad" y la desaparición del optimismo reformista han sacudido un sistema interestatal cuyos cimientos siempre fueron relativamente endebles. (...) La capacidad de la ONU para "mantener la paz", débil como es, podría disminuir en lugar de aumentar. El reclamo de "interferencia humanitaria" podría llegar a ser visto como una mera versión del siglo xxi del imperialismo occidental del siglo xix, que también utilizó justificaciones civilizatorias. (...)

3) Si los Estados (y el sistema interestatal) llegan a ser vistos como que están perdiendo eficacia, ¿a quién se volverán los pueblos para su protección? La respuesta ya está clara: a "grupos". Los grupos pueden tener muchos rótulos: étnicos/religiosos/lingüísticos, grupos de género o de preferencias sexuales, "minorías" de diversas caracterizaciones. También aquí, nada nuevo. Lo que sí es nuevo es el grado con que tales grupos son vistos como una alternativa a la ciudadanía y a la participación en un Estado que por definición alberga a muchos grupos (aunque los ordene de forma desigual).

Es una cuestión de confianza. ¿En quién vamos a confiar en un mundo desordenado, en un mundo de gran incertidumbre y disparidad económicas, en un mundo donde no hay ninguna garantía para el futuro? Ayer, la mayoría respondía que en los Estados. Ése es el significado de la legitimación si no de los Estados existentes en el presente, por lo menos de los Estados que podemos tener esperanza de crear (después de la reforma) en el futuro cercano. Los Estados tenían una imagen expansiva y de desarrollo; la imagen de los grupos es defensiva y temerosa.

Al mismo tiempo (y ahí está justamente el detalle), esos mismos grupos son también el producto del fenómeno de democratización, de la sensación de que los Estados fracasaron porque la reforma liberal era un espejismo, puesto que en la práctica el "universalismo" de los Estados implicaba olvidar o reprimir a muchos de los estratos más débiles. Así, los grupos son producto no sólo de temores y decepciones intensificados sino también de la concienciación igualitaria, y por eso son un punto de reunión sumamente poderoso. Es difícil imaginar que su papel político vaya a disminuir pronto, sin embargo, dada su estructura contradictoria (igualitaria pero vuelta hacia adentro), es posible que la ampliación de ese papel sea muy caótica.

4) ¿Cómo contendremos entonces la difusión de las guerras Sur-Sur y de los conflictos minorías-minorías en el norte, que son una especie de derivación de ese "grupismo"? ¿Y quién está en posición moral, o militar, de efectuar esa contención? ¿Quién está preparado para invertir recursos en ella, especialmente dada la proyección de una competencia Norte-Norte intensificada y más o menos equilibrada (Japón-Estados Unidos contra la CE)? Aquí y allá se harán algunos esfuerzos, pero en la mayoría de los casos el mundo se quedará mirando, tal como lo hizo en la guerra entre Irán e Irak y como lo está haciendo en la antigua Yugoslavia o en el Cáucaso, o de hecho en los guetos estadounidenses. Esto se irá verificando cada vez más a medida que aumente el número de conflictos Sur-Sur simultáneos.

5) Hay un último factor de caos que no debemos subestimar, una nueva peste negra. La etiología de la pandemia del sida sigue siendo objeto de intensa polémica, pero a pesar de ello es posible que haya iniciado un proceso: el sida ha impulsado el surgimiento de una nueva tuberculosis mortal cuya difusión será en adelante autónoma. ¿Y después qué? La difusión de esa enfermedad no sólo invierte un patrón a lo largo de la economía-mundo capitalista (paralelamente a la inversión del patrón de aumento de la "estatidad" y fortalecimiento del sistema interestatal) sino que además contribuye a una mayor descomposición de la "estatidad" al aumentar la carga de la maquinaria estatal y estimular una atmósfera de intolerancia mutua. Todo esto a su vez alimenta la difusión de las nuevas enfermedades.

El elemento clave que es necesario comprender es que es imposible predecir cual será la variable más afectada por la difusión de las enfermedades pandémicas: reduce el número de los consumidores de alimentos, pero también el de los productores de alimentos. Reduce el número de potenciales migrantes, pero aumenta la escasez de mano de obra y la necesidad de migración. En cada caso, ¿qué variable será mayor? No lo sabremos hasta que haya pasado. Es simplemente una instancia más de la indeterminación del resultado de las bifurcaciones.

Éste es pues el cuadro del segundo marco temporal, la entrada en un periodo de caos. Hay un tercer marco temporal, el resultado, el nuevo orden que se crea. Aquí es donde podemos ser más breves porque es lo más incierto. En una aparente paradoja, una situación caótica es la más sensible a la deliberada intervención humana. Es en los periodos de caos, a diferencia de los periodos de relativo orden (relativo orden determinado) en los que la intervención humana marca una diferencia significativa.

¿Hay posibles interventores de visión sistémica y constructiva? Yo veo dos. Están los visionarios de la restauración de la jerarquía y el privilegio, los custodios de la llama eterna de la aristocracia. Personas individualmente poderosas, pero carentes de cualquier estructura colectiva (el "comité ejecutivo de la clase dominante" no se ha reunido nunca), actúan (sino en forma conjunta al menos en tándem) durante la crisis sistémica porque perciben que todo está fuera de control. Entonces proceden con base en el principio de Lampedusa: "es preciso que algo cambie para que todo siga igual". Es difícil saber lo que van a inventar y ofrecer al mundo, pero yo confío en su inteligencia y perspicacia. Propondrán algún nuevo sistema histórico, y quizá consigan empujar el mundo en esa dirección.

Contra ellos están los visionarios de la democracia/igualdad (en mi opinión los dos conceptos son inseparables). Surgieron en el periodo 1789-1989 en la forma de movimientos antisistémicos (las tres variedades de la "izquierda histórica"), y su historia organizacional es la de un enorme triunfo táctico y un fracaso estratégico igualmente enorme. A la larga, esos movimientos sirvieron más para sostener el sistema que para minarlo.

La interrogación es si ahora surgirá una nueva familia de movimientos antisistémicos con una nueva estrategia, una estrategia suficientemente fuerte y flexible para tener un impacto importante en el periodo 2000-2025, de modo que el resultado no sea el de Lampedusa. Es posible que no surjan, o que no sobrevivan, o que no sean suficientemente flexibles para triunfar.

Por consiguiente, después de la bifurcación, digamos después de 2050-2075, podemos estar seguros tan sólo de unas pocas cosas. Ya no viviremos en una economía-mundo capitalista: viviremos en cambio en algún nuevo orden u órdenes, algún sistema histórico nuevo, o varios. Y por lo tanto es probable que conozcamos nuevamente paz, estabilidad y legitimación relativas. ¿Pero serán paz, estabilidad y legitimación mejores que las que hemos conocido hasta ahora, o peores? Es imposible saberlo, y al mismo tiempo depende de nosotros.

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